Tenamaxtli Veterano
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Publicado:
Mar Dic 26, 2006 10:25 pm Asunto:
Iglesia en Vietnam: La miel de los leones
Tema: Iglesia en Vietnam: La miel de los leones |
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Vietnam: cuatro siglos de Evangelización
Por Josep Doan
Jornadas Nacionales de Directores Diocesanos de OMP
Javier, Junio 2006
“Los que siembran entre lágrimas,
cosechan entre cantares.”
Se me ha pedido que les presente la vida de la Iglesia en Vietnam y, más en particular, que les ofrezca un testimonio personal sobre la tarea de evangelización que he llevado a cabo en mi país de origen. Permítanme que sitúe mi testimonio dentro del panorama de la Historia de la Iglesia en Vietnam.
1. «Los que vienen de la gran tribulación» (Apocalipsis 7, 14)
La primera presencia de la Iglesia en Vietnam se remonta al siglo XVI, cuando unos sacerdotes portugueses y españoles, que acompañaban a unos comerciantes, se detuvieron durante un cierto tiempo en Vietnam. Esta fugaz presencia apenas dejó ningún rastro, pues de hecho ninguna comunidad cristiana subsistió tras su partida.
Podríamos decir, por lo tanto, que la evangelización en Vietnam comienza en el siglo XVII. A comienzos del siglo XVII, el contexto político en Vietnam era el de la división en dos partes, bajo el poder de dos Señores, Trinh y Nguyen, que constituyen dos reinos, uno al Norte y otro al Sur. El año 1614 un comerciante portugués de Macao se aventuró en el Reino del Sur, consiguiendo el apoyo del Señor del país para conservar el monopolio del comercio de estas tierras para los portugueses. En sus maniobras trataba de conseguir la presencia de los jesuitas en el país. De hecho, estaba en conversaciones con el Provincial de los jesuitas del Japón, de donde hacía poco había sido expulsado junto a 73 jesuitas.
Así pues, el 18 de enero de 1615, tres jesuitas, que habían sido expulsados del Japón desembarcaron en Danang. Se trataba de los Padres Francesco Buzomi (napolitano) y Diogo Carvalho (portugués) y del Hermano António Dias (Portugués). En Hoi An, primer “puerto internacional” de Vietnam, pusieron su residencia entre un grupo de cristianos japoneses, que también huían de las persecuciones de Japón.
Así comenzó una Evangelización más sistemática, por decirlo de alguna forma, que ha dado lugar al nacimiento de la Iglesia en Vietnam.
Hoy, al cabo de cuatro siglos, la Iglesia en Vietnam, alimentada por la Palabra y los Sacramentos, regada continuamente por el sudor, las lágrimas y la sangre, cuenta con 26 diócesis y alrededor de 6 millones de cristianos. Está servida por cerca de tres mil sacerdotes, 13 mil religiosas y religiosos y 52 mil catequistas, con un crecimiento anual de aproximadamente 30 mil bautismos de adultos y más de 100 mil de niños. Se trata, por lo tanto, de una Iglesia floreciente, gracias a Dios.
2. «Estamos apretados por todas partes...» (2 Corintios 4, 8)
En su segunda carta a los Corintios, San Pablo menciona en varias ocasiones los sufrimientos que ha padecido al proclamar el Evangelio, pero a su vez subraya siempre la confianza, el optimismo y la alegría que vive al manifestar el testimonio de anunciar el Evangelio de Jesús. El mismo Jesús, al enviar a los discípulos a predicar el Evangelio hasta las extremidades de la tierra, no había ocultado el precio que habían de pagar en su misión. Nos sería suficiente releer los discursos de misión de los evangelios (Mateo 10 y Juan 15, 18-27) para reconocer que la Salvación se realiza por medio de la Cruz. Además, ¿conocen Ustedes alguna otra forma en la que se podría anunciar la misma Cruz si no es por medio de la Cruz?
De hecho, la historia de la Evangelización en Vietnam se inscribe perfectamente en la línea de advertencia ofrecida por Jesús y vivida posteriormente por San Pablo.
La historia de persecución ha acompañado a los misioneros en Vietnam desde los primeros días. A penas pasados dos años de su llegada al nuevo campo de misión, los tres jesuitas fueron expulsados, acusados de ser la causa de una fuerte sequía en el país. Expulsión, prisiones, malos tratos y calumnias, se convirtieron en su pan cotidiano. Pero ellos seguían el consejo de Jesús: “Si se os rechaza en una ciudad, huid a otra...” (Mateo 10, 23).
En esa época, el único modo de entrar y salir del país era por medio de los barcos de los mercaderes portugueses. Mientras hubiera barcos que llevaban mercancías de Macao a Vietnam, los misioneros siempre volvían después de cada expulsión, trayendo cada vez más hermosos regalos para ganarse el favor del señor del país. En otras ocasiones, apenas expulsados y cuando el barco estaba fuera de la vista de los oficiales en puerto, un bote los recogía en alta mar y los devolvía secretamente a tierra en otra parte.
El proceso de persecución de la Iglesia no se limitó a la caza de los misioneros, sino que en un momento se pasó a destruir también las comunidades y a meter en la cárcel a los cristianos. El 26 de julio de 1644, el bienaventurado Andrés de Phu Yen, protomártir de Vietnam, señaló la confesión de su fe con su propia sangre. Andrés era un joven catequista consagrado, que conoce el martirio a la edad de 19 años.
En los momentos finales de su vida le acompaña el jesuita Padre Alejandro de Rhodes, natural de Aviñón, que estaba esperando el barco que le había de llevar fuera del país para cumplir una orden de expulsión. El P. Rhodes había bautizado a Andrés y lo había recibido en el grupo de los catequistas. Tras su muerte, el cuerpo del mártir fue llevado a Macao para enterrarlo junto a otros mártires de Japón y China. Unos años más tarde, el Padre Rhodes llevó personalmente a la Curia Generalicia de la Compañía de Jesús en Roma, la reliquia de la cabeza de Andrés. Allí se puede venerar aún esta reliquia. El P. Rhodes fue expulsado varias veces de Vietnam, y otras tantas volvió, siempre buscando nuevos caminos y tratando de esconderse en el país.
Al año siguiente del martirio de Andrés, nos encontramos en 1645, otros catequistas fueron ejecutados y el P. Alejandro de Rhodes fue expulsado de nuevo y escoltado hasta el barco con la orden definitiva de expulsión bajo pena de muerte en caso de que volviera. En esta ocasión sería el protomártir Andrés quien lo condujera a buen puerto a pesar de violentas tempestades en el mar. En efecto, ante el peligro de hundimiento en medio de una fuerte tempestad en alta mar, todos los cristianos del barco rogaron por su salvación por intercesión del mártir Andrés, cuya cabeza se encontraba en las manos del Padre Alejandro de Rhodes. Llegados sanos y salvos a puerto atribuyeron su salvación a la intercesión del mártir.
Pero volvamos a seguir el itinerario de la Evangelización.
Hemos visto que los primeros pasos de la evangelización en Vietnam se dieron en el reino del Sur, a partir del año 1615. En 1627, de nuevo los Jesuitas comenzaron a evangelizar el Reino del Norte (Tonkin) donde correrían la misma suerte que en el sur. Tras el éxito inicial de los 3 primeros años, se repitió la misma historia de expulsión. Esta circunstancia, que podría haberse visto muy dramática para la evangelización de Vietnam, permitió sin embargo el nacimiento de una gran iniciativa misionera y pastoral: la creación de un cuadro de catequistas consagrados. Años más tarde tal iniciativa se desarrolló también en el Reino del Sur, siendo Andrés, como lo hemos visto, uno de estos catequistas.
Durante tres siglos, incluso tras la desaparición de los Jesuitas del país, este cuadro de catequistas actuará como agente principal de la Evangelización. Tras 1954, por desgracia, las condiciones socio-económicas y políticas del país lo han hecho desaparecer.
En 1649, Alejandro de Rhodes viajó a Roma para tratar asuntos de la Compañía y presentó a la Santa Sede un proyecto para ofrecer a la Iglesia en Vietnam una jerarquía que le permitiera asegurar su existencia y desarrollo. De hecho, esta joven Iglesia dependía todavía de la presencia cada vez más precaria de los misioneros extranjeros. Al cabo de tres años, en los que no obtuvo un resultado definitivo y satisfactorio, se dirigió a Francia para “vender” su proyecto. La acogida positiva de los obispos de Francia permitió el nacimiento del Seminario de las Misiones Extranjeras de París (1663) y de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París (1664). Años más tarde, en 1659, dos obispos son enviados como Vicarios Apostólicos a Vietnam: Monseñor Pallu para el Norte (Tonkin), y Monseñor Lambert de la Motte para el Sur. Bien pronto, otros misioneros, para bien y para mal, se unirán a los Jesuitas en las tareas misioneras: Dominicos, Franciscanos y Agustinos. Digo para bien y para mal pues la divergencia de puntos de vista entre los diferentes grupos va a crear fuertes tensiones, conflictos y divisiones. Siendo el mayor de ellos la famosa cuestión de los ritos chinos que afectó gravemente a la obra de Evangelización. Mientras tanto las persecuciones se sucedían como oleadas en el océano.
Las persecuciones alcanzaron su cenit en el siglo diecinueve. En 1842 Francia se lanzó a la conquista militar de Vietnam, que desde el año 1802 se había unificado bajo la dinastía de los Nguyen. Durante cuarenta años asistimos a la guerra de colonización francesa, terminada con el tratado de Patenôtre en 1883. En estos años, más de 100 mil cristianos, con obispos y sacerdotes a la cabeza, dieron su vida por defender su fe. Se aplicaron fuertes y drásticas medidas de dispersión y exilio, con el intento de hacer desaparecer del mapa las comunidades cristianas. Hacia el final de este periodo (antes de 1882), se produjeron algunas fuertes masacres de cristianos en el Centro y en el Sur del país por obra del movimiento de los intelectuales.
3. Las brasas bajo las cenizas.
Desde el tratado Patenôtre de 1883, anteriormente citado, la Iglesia gozó de una relativa paz que favoreció la Evangelización, sin embargo las calumnias y el odio a la Iglesia, acumulados y fomentados en el pasado, permanecieron como las brasas bajo las cenizas, dispuestas a arder de nuevo cuando surgiera una brisa que las atizara.
En esta ocasión la brisa que alentó la persecución fue el comunismo. El movimiento revolucionario comunista comenzó en 1930 con la fundación del Partido Comunista por Ho Chi Minh. Antes de esta fecha, como miembro del Partido Comunista Francés durante los años veinte del siglo pasado, Ho Chi Minh había escrito una larga acusación contra el colonialismo desde una perspectiva marxista. En su escrito presenta a la Iglesia Católica y a los misioneros como un partido que tomaba parte en la opresión y explotación del pueblo. Estos escritos son aún hoy en día documentos de base para la formación de los miembros del Partido.
La derrota militar de Francia y Japón en Vietnam, permitió el acceso del Partido Comunista al poder en 1945. En esta ocasión, los católicos apoyaron a los comunistas en defensa de la independencia del país contra una nueva invasión del ejército francés. Sin embargo, poco después, tras conocerse los acontecimientos vividos por la Iglesia en Europa del Este y en China, los católicos tomaron distancia de los comunistas. Tras el tratado de Ginebra que dividió Vietnam según el modelo de Corea, más de 600 mil católicos con la mayoría de los sacerdotes y algunos obispos, abandonaron el Norte hacia el Sur para escapar del régimen comunista. La Iglesia del Norte, duramente debilitada por este exilio, compartió la suerte de la Iglesia en la Europa del Este y en China.
4. 50 años de historia tormentosa.
Durante 20 años (1954-1975) sin seminario, sin ordenación sacerdotal, sin contacto con el exterior, la Iglesia del Norte se mantuvo en pié tras la cortina de bambú.
En el Sur, bajo régimen republicano y con un católico como primer presidente del país, la Iglesia podía respirar el aire del Concilio Vaticano II. Pero la política de favorecer el desarrollo de las religiones, en particular del budismo para luchar contra los comunistas, se volvió contra el mismo gobierno. Los comunistas aprovecharon al máximo esta situación para infiltrarse en el Sur: el gobierno americano utilizaba los prejuicios anticristianos para eliminar al indómito presidente católico y establecer así un gobierno más dócil a la política de la Casa Blanca. Comunistas y políticos americanos se alegraron con el asesinato del presidente en 1963. Algunos políticos budistas se aprovecharon de tal situación turbulenta para maniobrar un movimiento anticristiano con la ambición de elevar el budismo como Religión de Estado. Nuevas calumnias se añadieron a las anteriores para suscitar persecuciones locales.
En 1975, el Partido Comunista extendía su poder absoluto sobre todo el país con un régimen de tipo estalinista. Sin embargo, la Iglesia del Sur continuó viviendo el espíritu de diálogo y compromiso con el progreso. El régimen policial, al no encontrar pretextos para eliminar esta comunidad cristiana, se contentó con imponer un control extremadamente riguroso y rígido sobre las personas y actividades de la Iglesia.
Permítanme que recurra a dos elementos de la literatura mundial para ilustrar la situación de la Iglesia en Vietnam en estos momentos.
Recordarán cómo en las “Mil y una noches”, el sultán, por su prejuicio hacia las mujeres, después de pasar una noche con una la hacía matar a la mañana siguiente. Sherezade se ofrece para ser la esposa del sultán y le cuenta historias tan interesantes que el sultán la mantiene en vida por una noche más. Y así es mantenida en vida hasta que al final queda encinta y el Sultán supera su prejuicio contra las mujeres. La Iglesia de Vietnam, al practicar la “política” de Sherezade deseaba alcanzar el cambio de los prejuicios de los comunistas
Un segundo recuerdo literario es la escena de “El Principito” de Saint-Exupéry, donde el Principito, con su presencia fiel, silenciosa y pacífica, consigue que el zorro deje de ser peligroso y se convierta en su amigo. Practicando el “método” de «el Principito», la Iglesia en Vietnam deseaba “crear relaciones” que le permitieran alcanzar el diálogo con los comunistas.
Al cabo de 25 años podemos decir que la iglesia ha conseguido cambiar muchos prejuicios y ha creado unas relaciones más distendidas, de mayor confianza. Así como Jesús nos mostró una vida de humildad y dulzura, también la Iglesia en Vietnam ha querido seguir el mismo camino y de este modo ha crecido en número y en profundidad a lo largo de los años más difíciles.
El fracaso y la caída del régimen comunista en Europa del Este forzó al régimen estalinista de Vietnam a abrir las puertas hacia el Occidente para balancear la presión del coloso vecino chino, que continúa siendo la mayor potencia comunista. El gobierno policial ha sido obligado a dar mayor espacio a la ley a ofrecer al mundo una imagen más aceptable. Pero el control y las restricciones durarán mientras el régimen totalitario no tenga otros medios para defenderse.
Han transcurrido más de treinta años desde la unificación del país. La Iglesia hoy en día ha encontrado, tanto en el Norte como en el Sur, una nueva armonía y nuevas fuerzas espirituales para continuar su misión de Evangelización. La amenaza ahora no es el comunismo, sino el consumismo que, después de haber arrasado a la Iglesia en Occidente, ha comenzado a mostrar su potencia destructora también en Vietnam. En la actualidad, el consumismo se muestra para la Iglesia aún peor que el comunismo, pues se trata de una fuerza impersonal, consecuente con el desarrollo económico moderno y al tratarse de una fuerza impersonal no puede encarcelarse ni ser reconducido por unos cauces estrechos.
5. Mi experiencia personal.
Tras esta sumaria presentación de la historia de la Evangelización, permítanme que como punto final comparta con Ustedes algunos rasgos de mi testimonio más personal y de mi experiencia apostólica en Vietnam.
Tengo el privilegio de ser heredero de mártires. En 1862, mi bisabuelo paterno fue decapitado por su fe cristiana junto con su hijo mayor de 12 años. Su hijo menor, de apenas 10 años, fue dejado en vida por su corta edad, será el padre de mi abuela paterna.
Entré en la Compañía en 1966, estaba haciendo mis estudios en el Instituto Bíblico de Roma cuando el P. Arrupe me envió a Vietnam en abril de 1975, seis días antes del fin de la guerra que llevó a todo el Vietnam bajo el régimen comunista. Fui nombrado superior de los Jesuitas en Vietnam para prepararnos a la eventualidad de la expulsión de todos los misioneros extranjeros, lo que efectivamente sucedió a lo largo del primer año del nuevo régimen. Durante más de 5 años pude trabajar al servicio de la Compañía y de la Conferencia Episcopal antes de que la policía, entre diciembre de 1980 y enero de 1981, encontró un pretexto (según sus propias palabras) para meternos en prisión a 6 compañeros y a mi.
Yo me sentí profundamente feliz cuando supe por voz del jefe de la investigación que se trataba sencillamente de un pretexto para encarcelarnos. Fuimos considerados peligrosos para el régimen por tener demasiada influencia en la Iglesia y, en particular, con la juventud. En ese momento exalté de alegría por tener parte en la octava bienaventuranza y haber comenzado a vivir literalmente las palabras del Evangelio: “Seréis arrastrados ante los gobernadores y los reyes por mi causa, para que deis testimonio ante ellos y los paganos” (Mateo 10, 19). Me alegré profundamente cuando el jefe de investigación me dijo seriamente: “Tenemos muchas preguntas sobre la Iglesia católica. Tenemos la fortuna de tenerte aquí pues tienes la capacidad de aclararnos estas dudas”. Efectivamente, los interrogatorios se sucedieron ininterrumpidamente por más de tres meses, con dos sesiones diarias, tanto por escrito como oralmente. Volvían a interrogarme una y otra vez sobre temas del Concilio Vaticano II, la historia de la Iglesia, la conferencia episcopal... Yo, mientras tanto, oraba con insistencia y les puedo decir con total sinceridad que el Señor cumple su promesa: reconocí la fuerza de su Espíritu al responder a todas las cuestiones. En todo momento tenía ante mí el consejo de San Pedro en su primera carta: “Si padecéis por la justicia, dichosos vosotros. No les tengáis miedo ni os turbéis. Reconoced internamente la santidad de Cristo como Señor. Si alguien os pide explicaciones de vuestra esperanza, estad dispuestos a defenderla, pero con modestia y respeto, con buena conciencia; de modo que los que denigran vuestra buena conducta cristiana queden confundidos de haberos difamado” (1 Pedro 3, 14-16).
De esta forma me fui ganando la simpatía de mis carceleros. Al final de dos años y medio, fuimos llevados al tribunal en la fiesta de San Pedro y San Pablo (29 de junio de 1983). El juicio duró dos días, ante una asistencia de 400 invitados. Se trataba de un “acto académico solemne” para hacer ver claramente ante todos que llevamos las cadenas únicamente a causa de Jesús y de su Evangelio, para “servir al Señor Jesús y a la Iglesia su Esposa”.
Después del así llamado juicio, fui enviado a prisión común con criminales de toda especie durante 18 meses, antes de ser enviado a un campo de “reeducación” en que se trabajaba la agricultura: plantación de caña de azúcar, maíz, habichuelas... Tras dos años en este campo, comencé a recibir una reducción de pena cada año. Y de este modo pude ser liberado 3 años antes de que se cumpliera la condena de 12 años.
Durante estos 9 años en las prisiones y el campo de reeducación, he podido servir como capellán de prisión, enviado por la Providencia a los cristianos y otros encarcelados, incluidos mis carceleros.
A los prisioneros cristianos pude enseñarles el catequismo y ofrecerles los sacramentos, aunque por supuesto siempre en secreto, pues toda actividad religiosa está estrictamente prohibida en la prisión. Con frecuencia me decían: “Padre, su presencia como sacerdote nos es suficiente, no hace falta que haga muchas cosas por nosotros, pues Usted arriesgaría ser aislado en una celda de castigo y no deseamos perder su presencia”. Los no cristianos se acercaban para compartir su pena, su soledad e incluso para pedirme la catequesis. Algunos recibieron el bautismo en la prisión o en el campo de reeducación.
Recuerdo en particular a dos oficiales comunistas de la Seguridad Pública que fueron encarcelados, cogidos a traición y por engaño (¡como los dos cortesanos en la historia de José!). Cada uno de ellos compartió mi celda durante un tiempo. Al cabo de 3 ó 4 meses, los dos fueron liberados y cambiados a otra rama de la policía. Al cabo de 10 años me los encontré por casualidad. Me invitaron a cena a la casa del que tenía mayor rango. Antes de la cena, el anfitrión me dijo: “Te hemos invitado porque te consideramos nuestro mejor amigo en nuestra vida. De hecho, cuando estuvimos en prisión, nos hallábamos desesperados. Sin embargo, en tales circunstancias, tu paz y tu alegría nos ayudó a superar este período, ciertamente el más duro de nuestra vida”.
Permítanme aún un último testimonio: La madre de un encarcelado confió a una de mis primas en el mercado lo siguiente (no sé como la conocía): “Mi hijo era un delincuente, pero en la prisión, estaba con el sacerdote de tu familia. Yo no sé cómo lo ha instruido, pero ahora al volver a la familia mi hijo va a misa y recibe la comunión cada día”.
He aquí pues cómo el Señor puede hacer que el desierto florezca y sacar miel de la guarida del león. _________________ Una Nueva Sociedad, cimentada en los valores del Espìritu: Esto es Sinarquismo! |
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