juanpablosanchez Esporádico
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Publicado:
Dom Feb 11, 2007 2:59 am Asunto:
Testimonios sacerdotes
Tema: Testimonios sacerdotes |
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Nuevamente les envio otros sacerdotes.
Padre Jesus Silva(Seminarista - Madrid)
Jesús está ahora en el sexto año de Seminario, tiene 23 años, y nos cuenta así cómo le llamó el Señor:
Yo nací en una familia numerosa, que me enseñó los contenidos de la fe, pero de la que no supe aprender a vivir la relación con Dios. Por eso fui creciendo como si Dios no existiera y no tuviera nada que ver con mi vida.
Ya desde pequeño empecé a meterme en serios líos. A los once años me dedicaba a robar chapas de coches para venderlas en el rastro y a forzar las cerraduras de los coches. Desde muy pronto me pasaba el día en la calle, y no paraba por casa.
Cuando estaba en octavo, iba con los amigos a un parque donde, desde unos matorrales disparábamos a la gente que iba por la calle con una pistola de aire comprimido que habíamos arreglado para que hiciese más daño. También llenábamos de agua las bolsas negras "para los perros" y concursábamos a ver quién acertaba a la gente que pasaba por la calle; en internet nos dedicábamos a mirar páginas "inapropiadas", etc. También empecé a salir con una chica del pueblo, y no era un modelo de pureza.
Cuento esto para que veáis que era un chico "normal", y no exactamente un modelo de comportamiento.
Pero a la vez que llevaba esta vida turbulenta, iba creciendo en mi interior una sensación de vacío. Tenía sólo quince años, pero veía cómo mi vida carecía de sentido, y me angustiaba ante el vacío que hallaba en mi interior. Muchos días me ponía a llorar sólo de ver lo absurda que era mi vida, y cómo no había nada que la llenara. Fueron años de mucho salir por ahí, muchas maldades, mucha diversión... y mucha tristeza. No quería enfrentarme a mi verdad.
El año noventa y ocho me fui de campamento con la parroquia, y allí pude cambiar de amigos. Empecé a salir con una chica que se llamaba Lola, muy buena y muy guapa -para qué lo vamos a negar-, y mi vida empezó a cambiar, porque ya no salía por ahí para hacer chorradas con mis amigos; ahí empezó una amistad de verdad.
Y aquel septiembre sucedió el cambio de mi vida. Yo me aburría, y decidí leer un tebeo sobre la vida de San Agustín. Él había nacido en una familia cuya madre era cristiana, pero no se bautizó, y empezó a vivir una vida de diversión, triunfo y chicas. Pero se sentía vacío, y empezó a buscar la verdad. Y tras mucho sufrir y mucho buscar, se encontró con Dios, y su vida cambió, y pasó de ser un vividor a ser sacerdote, obispo y santo. Cuando yo leí esto me sentí muy identificado con él, y me pregunté: ¿quién es este Dios que cambia así la vida de la gente? Y en ese momento, Dios se me hizo presente internamente, sentí su presencia, y me di cuenta de que Él me había creado y de que me había amado hasta encarnarse y dar su vida por mí, y sólo me pedía que yo le amase a él.
Cuando caí en la cuenta del amor que Dios me tenía, todo mi interior se resquebrajó y empecé a amar a Dios y a vivir orando y hablado con él, dándome cuenta de que yo no podía vivir como si Dios no existiese.
En mi corazón quedó una inquietud, como una voz que me decía: "yo quiero que seas sacerdote". Nunca me había planteado semejante cosa, y lo primero que dije fue... que no.
Pero con el tiempo, aquella inquietud se fue perfilando. Y hubo sobre todo una cosa que me hizo darme cuenta de que Dios me quería todo para él. Conocí a un chaval que iba siempre de negro -del que me hice muy amigo- y que me decía que su vida no tenía sentido, que todo era absurdo para él. Era lo mismo que yo sentía antes de conocer a Jesucristo. Entonces comencé a hablar con él para transmitirle la felicidad que yo había encontrado en Dios. En una ocasión llegó a decirme: "a mi la vida no me da nada; no me importaría morirme". Aquellas palabras se me clavaron en el alma, y aquella noche, mientras oraba y lloraba en presencia de Dios, me di cuenta de que había muchos en el mundo que, como ese chaval, no tenían sentido en su vida, aunque no se diesen ni cuenta, y noté cómo Dios me pedía que me entregase del todo a la misión de llevar el evangelio a los que no lo conocen.
Entonces decidí ser sacerdote.
Pero como no me atrevía a decírselo a mi novia, le dije a Dios: "Si realmente quieres que sea sacerdote, tú harás que ella lo deje conmigo". Y le faltó tiempo. Al poco fue ella la que me dijo que quería dejarlo conmigo, porque... ¡veía que Dios me llamaba a sacerdote, y que era más de Dios que de ella!
Fue la última prueba que necesité.
Dije que sí, y desde entonces soy la persona más feliz del mundo; he podido experimentar que merece la pena dar la vida por Jesucristo, porque sólo él tiene el secreto de la felicidad verdadera. Si escuchas la voz de Dios que te llama, no seas tonto: ¡dí que sí!
JESÚS SILVA CASTIGNANI
PEDRO JOSÉ LAMATA MOLINA(Seminarista Madrid)
Pedro José acaba de ordenarse diácono, tiene 24 años, y cuando era muy pequeño quería ser misionero, pero... lee, lee:
Siempre me he considerado un apasionado por la vida. Nací en Madrid el 19 de febrero de 1982, poco antes que Naranjito, y en tres años era ya el mayor de cuatro hermanos.
Los recuerdos de mi infancia son de una casa de locos porque los cuatro hermanos lo poníamos todo patas arriba, y creo que mi madre se ganó la santidad ya en esa época.
De siempre me encantó la música, el cine, tener amigos, aprendí a tocar un poco el piano y otro poco la guitarra. Vivía con emoción los partidos de fútbol, sobre todo los derbies porque mis padres son del Real Madrid y yo del Atleti.
Pero lo que más me llamaba la atención era que las familias que conocía en la parroquia tenían una alegría especial. Las personas mayores, ancianitos muchas veces enfermos o con dolor a la espalda, me daban lecciones de alegría, incluso más que mis amigos. El modo como trataban los papás a los otros niños no era igual, y me encantaba el sacerdote mayor de la misa de niños.
Así fue como tomé la decisión de irme de misionero. Tenía que contar a todas las personas del mundo cómo Jesús hacía felices a todas las familias de mi parroquia. Contaba 11 ó 12 años y senté a mi madre en mi cama para prevenirla: "Mamá, quiero que sepas que un día me iré de misiones a un país muy lejano, y ya no nos veremos más".
Mi madre no se tiró de los pelos ni se desesperó, sino que me acarició y me dijo que no debía esperar más, sino que empezase a anunciar a Jesús por mi barrio (el Parque de las Avenidas), a mis amigos del colegio. Que ser miembro de la Iglesia era ser misionero.
Mi adolescencia fue muy difícil, mis amigos no estaban por la labor de dejarme hablarles de Jesús y casi renuncié a mis proyectos, salvo cuando los domingos iba a misa. Es una etapa de crisis en mi vida.
Todo cambió cuando el sacerdote mayor de mi parroquia me pidió que empezara a dar catequesis. Apenas con 15 ó 16 años ya daba catequesis a niños, y esto me volvió a mostrar que yo debía transmitir tantos milagros de los que había sido testigo en mi casa y en mi parroquia.
Cambié de amigos, pues hice muchos amigos entre los catequistas jóvenes de mi parroquia. Me dejé acompañar por el sacerdote. Comencé a experimentar cuánto bien hace el sacramento del perdón. Encontré en la Eucaristía un encuentro precioso con Jesús que viene a nosotros con todo su amor.
Y así, en mitad de algunas movidas (pues en mi cabeza estaba echo un lío) de pronto quiso Jesús hacerme entender que me estaba enamorando. Mi vocación estaba sirviendo a su Iglesia. Amándola como la ama él: "Celebra los sacramentos para mi Iglesia", "acompaña a tus hermanos en su experiencia cotidiana de Dios", "anuncia mi Resurrección a todos los hombres"…
… me costó reconocerlo, pasé por algunos miedos, por discusiones con él… pero su llamada era clara y tremendamente atractiva. Por eso entré al seminario. Quería seguirle fuese donde fuese.
Y cada día desde aquel domingo de octubre en el que comencé a intuir que me llamaba a ser sacerdote me acuesto más emocionado por los milagros que voy viendo, me levanto más feliz de estar pudiendo responder a su llamada, vivo más ilusionado por ser suyo, y, por él, de todas las personas, hombres, mujeres, niños o ancianos, por las que él ya ha dado la vida.
PEDRO JOSÉ LAMATA MOLINA _________________ Afmo en Cristo y el ECYD
Juan Pablo Sánchez B. |
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