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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 3:48 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Gabaon escribió: | Dios te bendiga Alejandro.
Si la memoria no me falla, creo que tienes un fuerte background en matemáticas; ya que a Manuel eso no le merecía un comentario ni aclaración ¿podrías hacerme el favor de explicarle a Beatríz lo que es modus ponendo ponens y añadirle que la relación entre las proposiciones es lógica y no temporal obligatoriamente?
En el Amor de Jesús.
Gabaon. |
Bien podría hablar un poquito sobre el 'poniendo pongo', que cae más bien en el campo de la lógica, pero yo creo que con sólo la materia mostrada, ajeno a sus órdenes temporales o lógicos, hay suficiente material para la reflexión.
Pero mejor hay que seguir el hilo. |
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*Primavera Veterano
Registrado: 02 Oct 2005 Mensajes: 2918 Ubicación: España
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 10:27 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Hola
Ya sabeis quien soy ¿verdad? Pues sabreis que como mi querida Adelina, yo sólo pasaba por aquí, y he pensado: ¿Por que no arriesgarme a escribir mi opínión? Y, en esto estoy, aquí y ahora.
Todo es por caridad, y la caridad es amar por amor a Dios. Y Amamos a Dios si lo conocemos y si lo conocemos estamos bautizados, y por el hecho de estar bautizados: sellados con el sacramento del Bautismo, pues ya no estamos solos, ya Dios está con nosotros, por esto todos los méritos son de Dios; por el bautismo.
Por esto un pecador, tiene la gracia del bautismo, que lo "empuja" a la reconciliación.
Sólo pueden tener caridad los bautizados; porque tener el amor ágape, viene de estar unidos con Dios y es Él quien "limpia" nuestro amor, al amarlo tanto nosotros, todas las obras las hacemos movidos por este amor que por Él sentimos.
Dar la Buena Nueva, Evangelizar, es lo que Dios nos pidió antes de subir a los Cielos.
Y evangelizamos por la gracia de estar en gracia, de estar con Dios, por el Bautismo y los demás Sacramentos.
Cuando evangelizamos, es el Espíritu Santo que habla a través de nosotros, y es Dios con su gracia, quien "enciende" a los corazones pecadores a unirse a Él. Porque todos somos instrumentos, (a veces, torpes e inútiles instrumentos), en manos del Amor de Dios, con Dios y para Dios.
Y nosotros, como "ángeles" nos alegramos y obedecemos a la Voluntad de Dios porque lo amamos sobre todas las cosas y personas. Y estando en gracia de Dios, nosotros estamos con Dios y damos a Dios, y el mundo se llena de Dios. Porque por amar a Dios, amamos a nuestros semejantes como a nostros mismos, POR AMOR A DIOS, CON AMOR A DIOS, CON DIOS.
Dios lo hace TODO. Ya lo hizo, se hizo Hombre en Cristo, y eligió a los aposteles y murió y resucitó, y vino, por su muerte y gracias a su muerte DIOS ESPIRITU SANTO, se "infundió" en los apostoles, que antes habian comulgado en la última cena, y empezó la nueva generación de los hijos de Dios: los que viven en gracia. Los que son de Dios, por ser de Cristo y estar llenos del Espiritu Santo.
Entonces ¿Qué pasa con las obras, con nuestras obras? Que obramos con Dios y sólo para Dios, POR AMOR, EN AMOR Y CON AMOR.
Los bautizados y que vivimos en gracia de Dios, por cumplir los 10 mandamientos de Su Ley y los 5 de la Santa Madre Iglesia Católica, y confesamos nuestras faltas y pecados y comulgamos, y por tanto y cuanto, estamos en gracia de Dios, obramos con Dios, y por esto todos los méritos son de Dios, claro. Por nuestro amor a Dios y al semejante y a nosotros mismos.
Y por Dios que está en nosotros, Evangelizamos y el Espiritu Santo obra con nosotros y hace su labor de dar la gracia a quien nos escucha y en un ¡zas! cree, porque Dios ha dicho a través de vosotros; o por nuestras palabras o por nuestras obras, lo que ha movido a este ¡zas!, y este semejante ha aceptado la fe y se hace bautizar, y ya está: ya es uno de los nuestros, ya es uno de Dios. Por Dios en nosotros, pero por Dios.
Bueno,... eso es como lo entiendo. _________________ *Primavera
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Tirteo Constante
Registrado: 04 Oct 2005 Mensajes: 585
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 11:22 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Saludos a todos. No he participado mucho en este debate. Pero creo que hemos de recordar lo que enseña el Concilio de Trento sobre la justificación. El hipervínculo de donde está tomado lo que sigue es el siguiente: http://www.multimedios.org/docs/d000436/p000003.htm#h1
Un saludo para todos.
LA JUSTIFICACIÓN
SESIÓN VI
Celebrada en 13 de enero de 1547.
DECRETO SOBRE LA JUSTIFICACIÓN
PROEMIO
Habiéndose difundido en estos tiempos, no sin pérdida de muchas almas, y grave detrimento de la unidad de la Iglesia, ciertas doctrinas erróneas sobre la Justificación; el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido a nombre de nuestro santísimo Padre y señor en Cristo, Paulo por la divina providencia Papa III de este nombre, por los reverendísimos señores Juan María de Monte, Obispo de Palestina, y Marcelo, Presbítero del título de santa Cruz en Jerusalén, Cardenales de la santa Iglesia Romana, y Legados Apostólicos a latere, se propone declarar a todos los fieles cristianos, a honra y gloria de Dios omnipotente, tranquilidad de la Iglesia, y salvación de las almas, la verdadera y sana doctrina de la Justificación, que el sol de justicia Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe enseñó, comunicaron sus Apóstoles, y perpetuamente ha retenido la Iglesia católica inspirada por el Espíritu Santo; prohibiendo con el mayor rigor, que ninguno en adelante se atreva a creer, predicar o enseñar de otro modo que el que se establece y declara en el presente decreto.
CAP. I. Que la naturaleza y la ley no pueden justificar a los hombres.
Ante todas estas cosas declara el santo Concilio, que para entender bien y sinceramente la doctrina de la Justificación, es necesario conozcan todos y confiesen, que habiendo perdido todos los hombres la inocencia en la prevaricación de Adán, hechos inmundos, y como el Apóstol dice, hijos de ira por naturaleza, según se expuso en el decreto del pecado original; en tanto grado eran esclavos del pecado, y estaban bajo el imperio del demonio, y de la muerte, que no sólo los gentiles por las fuerzas de la naturaleza, pero ni aun los Judíos por la misma letra de la ley de Moisés, podrían levantarse, o lograr su libertad; no obstante que el libre albedrío no estaba extinguido en ellos, aunque sí debilitadas sus fuerzas, e inclinado al mal.
CAP. II. De la misión y misterio de la venida de Cristo.
Con este motivo el Padre celestial, Padre de misericordias, y Dios de todo consuelo, envió a los hombres, cuando llegó aquella dichosa plenitud de tiempo, a Jesucristo, su hijo, manifestado, y prometido a muchos santos Padres antes de la ley, y en el tiempo de ella, para que redimiese los Judíos que vivían en la ley, y los gentiles que no aspiraban a la santidad, la lograsen, y todos recibiesen la adopción de hijos. A este mismo propuso Dios por reconciliador de nuestros pecados, mediante la fe en su pasión, y no sólo de nuestros pecados, sino de los de todo el mundo.
CAP. III. Quiénes se justifican por Jesucristo.
No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque así como no nacerían los hombres efectivamente injustos, si no naciesen propagados de Adan; pues siendo concebidos por él mismo, contraen por esta propagación su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo, la gracia con que se hacen justos. Por este beneficio nos exhorta el Apóstol a dar siempre gracias al Padre Eterno, que nos hizo dignos de entrar a la parte de la suerte de los santos en la gloria, nos sacó del poder de las tinieblas, y nos transfirió al reino de su hijo muy amado, en el que logramos la redención, y el perdón de los pecados.
CAP. IV. Se da idea de la justificación del pecador, y del modo con que se hace en la ley de gracia.
En las palabras mencionadas se insinúa la descripción de la justificación del pecador: de suerte que es tránsito del estado en que nace el hombre hijo del primer Adan, al estado de gracia y de adopción de los hijos de Dios por el segundo Adan Jesucristo nuestro Salvador. Esta traslación, o tránsito no se puede lograr, después de promulgado el Evangelio, sin el bautismo, o sin el deseo de él; según está escrito: No puede entrar en el reino de los cielos sino el que haya renacido del agua, y del Espíritu Santo.
CAP. V. De la necesidad que tienen los adultos de prepararse a la justificación, y de dónde provenga.
Declara además, que el principio de la misma justificación de los adultos se debe tomar de la gracia divina, que se les anticipa por Jesucristo: esto es, de su llamamiento, por el que son llamados sin mérito ninguno suyo; de suerte que los que eran enemigos de Dios por sus pecados, se dispongan por su gracia, que los excita y ayuda para convertirse a su propia justificación, asintiendo y cooperando libremente a la misma gracia; de modo que tocando Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni el mismo hombre deje de obrar alguna cosa, admitiendo aquella inspiración, pues puede desecharla; ni sin embargo pueda moverse sin la gracia divina a la justificación en la presencia de Dios por sola su libre voluntad. De aquí es, que cuando se dice en las sagradas letras: Convertíos a mí, y me convertiré a vosotros; se nos avisa de nuestra libertad; y cuando respondemos: Conviértenos a ti, Señor, y seremos convertidos; confesamos que somos prevenidos por la divina gracia.
CAP. VI. Modo de esta preparación.
Dispónense, pues, para la justificación, cuando movidos y ayudados por la gracia divina, y concibiendo la fe por el oído, se inclinan libremente a Dios, creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha revelado y prometido; y en primer lugar, que Dios justifica al pecador por su gracia adquirida en la redención por Jesucristo; y en cuanto reconociéndose por pecadores, y pasando del temor de la divina justicia, que últimamente los contrista, a considerar la misericordia de Dios, conciben esperanzas, de que Dios los mirará con misericordia por la gracia de Jesucristo, y comienzan a amarle como fuente de toda justicia; y por lo mismo se mueven contra sus pecados con cierto odio y detestación; esto es, con aquel arrepentimiento que deben tener antes del bautismo; y en fin, cuando proponen recibir este sacramento, empezar una vida nueva, y observar los mandamientos de Dios. De esta disposición es de la que habla la Escritura, cuando dice: El que se acerca a Dios debe creer que le hay, y que es remunerador de los que le buscan. Confía, hijo, tus pecados te son perdonados. Y, el temor de Dios ahuyenta al pecado. Y también: Haced penitencia, y reciba cada uno de vosotros el bautismo en el nombre de Jesucristo para la remisión de vuestros pecados, y lograréis el don del Espíritu Santo. Igualmente: Id pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar cuanto os he encomendado. En fin: Preparad vuestros corazones para el Señor.
CAP. VII. Que sea la justificación del pecador, y cuáles sus causas.
A esta disposición o preparación se sigue la justificación en sí misma: que no sólo es el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por la admisión voluntaria de la gracia y dones que la siguen; de donde resulta que el hombre de injusto pasa a ser justo, y de enemigo a amigo, para ser heredero en esperanza de la vida eterna. Las causas de esta justificación son: la final, la gloria de Dios, y de Jesucristo, y la vida eterna. La eficiente, es Dios misericordioso, que gratuitamente nos limpia y santifica, sellados y ungidos con el Espíritu Santo, que nos está prometido, y que es prenda de la herencia que hemos de recibir. La causa meritoria, es su muy amado unigénito Jesucristo, nuestro Señor, quien por la excesiva caridad con que nos amó, siendo nosotros enemigos, nos mereció con su santísima pasión en el árbol de la cruz la justificación, y satisfizo por nosotros a Dios Padre. La instrumental, además de estas, es el sacramento del bautismo, que es sacramento de fe, sin la cual ninguno jamás ha logrado la justificación. Ultimamente la única causa formal es la santidad de Dios, no aquella con que él mismo es santo, sino con la que nos hace santos; es a saber, con la que dotados por él, somos renovados en lo interior de nuestras almas, y no sólo quedamos reputados justos, sino que con verdad se nos llama así, y lo somos, participando cada uno de nosotros la santidad según la medida que le reparte el Espíritu Santo, como quiere, y según la propia disposición y cooperación de cada uno. Pues aunque nadie se puede justificar, sino aquel a quien se comunican los méritos de la pasión de nuestro Señor Jesucristo; esto, no obstante, se logra en la justificación del pecador, cuando por el mérito de la misma santísima pasión se difunde el amor de Dios por medio del Espíritu Santo en los corazones de los que se justifican, y queda inherente en ellos. Resulta de aquí que en la misma justificación, además de la remisión de los pecados, se difunden al mismo tiempo en el hombre por Jesucristo, con quien se une, la fe, la esperanza y la caridad; pues la fe, a no agregársele la esperanza y caridad, ni lo une perfectamente con Cristo, ni lo hace miembro vivo de su cuerpo. Por esta razón se dice con suma verdad: que la fe sin obras es muerta y ociosa; y también: que para con Jesucristo nada vale la circuncisión, ni la falta de ella, sino la fe que obra por la caridad. Esta es aquella fe que por tradición de los Apóstoles, piden los Catecúmenos a la Iglesia antes de recibir el sacramento del bautismo, cuando piden la fe que da vida eterna; la cual no puede provenir de la fe sola, sin la esperanza ni la caridad. De aquí es, que inmediatamente se les dan por respuesta las palabras de Jesucristo: Si quieres entrar en el cielo, observa los mandamientos. En consecuencia de esto, cuando reciben los renacidos o bautizados la verdadera y cristiana santidad, se les manda inmediatamente que la conserven en toda su pureza y candor como la primera estola, que en lugar de la que perdió Adan por su inobediencia, para sí y sus hijos, les ha dado Jesucrito con el fin de que se presenten con ella ante su tribunal, y logren la salvación eterna.
CAP. VIII. Cómo se entiende que el pecador se justifica por la fe, y gratuitamente.
Cuando dice el Apóstol que el hombre se justifica por la fe, y gratuitamente; se deben entender sus palabras en aquel sentido que adoptó, y ha expresado el perpetuo consentimiento de la Iglesia católicaa; es a saber, que en tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos. En tanto también se dice que somos justificados gratuitamente, en cuanto ninguna de las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras, merece la gracia de la justificación: porque si es gracia, ya no proviene de las obras: de otro modo, como dice el Apóstol, la gracia no sería gracia.
CAP. IX. Contra la vana confianza de los herejes.
Mas aunque sea necesario creer que los pecados ni se perdonan, ni jamás se han perdonado, sino gratuitamente por la misericordia divina, y méritos de Jesucristo; sin embargo no se puede decir que se perdonan, o se han perdonado a ninguno que haga ostentación de su confianza, y de la certidumbre de que sus pecados le están perdonados, y se fíe sólo en esta: pues puede hallarse entre los herejes y cismáticos, o por mejor decir, se halla en nuestros tiempos, y se preconiza con grande empeño contra la Iglesia católica, esta confianza vana, y muy ajena de toda piedad. Ni tampoco se puede afirmar que los verdaderamente justificados deben tener por cierto en su interior, sin el menor género de duda, que están justificados; ni que nadie queda absuelto de sus pecados, y se justifica, sino el que crea con certidumbre que está absuelto y justificado; ni que con sola esta creencia logra toda su perfección el perdón y justificación; como dando a entender, que el que no creyese esto, dudaría de las promesas de Dios, y de la eficacia de la muerte y resurrección de Jesucristo. Porque así como ninguna persona piadosa debe dudar de la misericordia divina, de los méritos de Jesucristo, ni de la virtud y eficacia de los sacramentos: del mismo modo todos pueden recelarse y temer respecto de su estado en gracia, si vuelven la consideración a sí mismos, y a su propia debilidad e indisposición; pues nadie puede saber con la certidumbre de su fe, en que no cabe engaño, que ha conseguido la gracia de Dios.
CAP. X. Del aumento de la justificación ya obtenida.
Justificados pues así, hechos amigos y domésticos de Dios, y caminando de virtud en virtud, se renuevan, como dice el Apóstol, de día en día; esto es, que mortificando su carne, y sirviéndose de ella como de instrumento para justificarse y santificarse, mediante la observancia de los mandamientos de Dios, y de la Iglesia, crecen en la misma santidad que por la gracia de Cristo han recibido, y cooperando la fe con las buenas obras, se justifican más; según está escrito: El que es justo, continúe justificándose. Y en otra parte: No te receles de justificarte hasta la muerte. Y además: Bien veis que el hombre se justifica por sus obras, y no solo por la fe. Este es el aumento de santidad que pide la Iglesia cuando ruega: Danos, Señor, aumento de fe, esperanza y caridad.
CAP. XI. De la observancia de los mandamientos, y de cómo es necesario y posible observarlos.
Pero nadie, aunque esté justificado, debe persuadirse que está exento de la observancia de los mandamientos, ni valerse tampoco de aquellas voces temerarias, y prohibidas con anatema por los Padres, es a saber: que la observancia de los preceptos divinos es imposible al hombre justificado. Porque Dios no manda imposibles; sino mandando, amonesta a que hagas lo que puedas, y a que pidas lo que no puedas; ayudando al mismo tiempo con sus auxilios para que puedas; pues no son pesados los mandamientos de aquel, cuyo yugo es suave, y su carga ligera. Los que son hijos de Dios, aman a Cristo; y los que le aman, como él mismo testifica, observan sus mandamientos. Esto por cierto, lo pueden ejecutar con la divina gracia; porque aunque en esta vida mortal caigan tal vez los hombres, por santos y justos que sean, a lo menos en pecados leves y cotidianos, que también se llaman veniales; no por esto dejan de ser justos; porque de los justos es aquella voz tan humilde como verdadera: Perdónanos nuestras deudas. Por lo que tanto más deben tenerse los mismos justos por obligados a andar en el camino de la santidad, cuanto ya libres del pecado, pero alistados entre los siervos de Dios, pueden, viviendo sobria, justa y piadosamente, adelantar en su aprovechamiento con la gracia de Jesucristo, qu fue quien les abrió la puerta para entrar en esta gracia. Dios por cierto, no abandona a los que una vez llegaron a justificarse con su gracia, como estos no le abandonen primero. En consecuencia, ninguno debe engreírse porque posea sola la fe, persuadiéndose de que sólo por ella está destinado a ser heredero, y que ha de conseguir la herencia, aunque no sea partícipe con Cristo de su pasión, para serlo también de su gloria; pues aun el mismo Cristo, como dice el Apóstol: Siendo hijo de Dios aprendió a ser obediente en las mismas cosas que padeció, y consumada su pasión, pasó a ser la causa de la salvación eterna de todos los que le obedecen. Por esta razón amonesta el mismo Apóstol a los justificados, diciendo: ¿Ignoráis que los que corren en el circo, aunque todos corren, uno solo es el que recibe el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Yo en efecto corro, no como a objeto incierto; y peleo, no como quien descarga golpes en el aire; sino mortifico mi cuerpo, y lo sujeto; no sea que predicando a otros, yo me condene. Además de esto, el Príncipe de los Apóstoles san Pedro dice: Anhelad siempre por asegurar con vuestras buenas obras vuestra vocación y elección; pues procediendo así, nunca pecaréis. De aquí consta que se oponen a la doctrina de la religión católica los que dicen que el justo peca en toda obra buena, a lo menos venialmente, o lo que es más intolerable, que merece las penas del infierno; así como los que afirman que los justos pecan en todas sus obras, si alentando en la ejecución de ellas su flojedad, y exhortándose a correr en la palestra de esta vida, se proponen por premio la bienaventuranza, con el objeto de que principalmente Dios sea glorificado; pues la Escritura dice: Por la recompensa incliné mi corazón a cumplir tus mandamientos que justifican. Y de Moisés dice el Apóstol, que tenía presente, o aspiraba a la remuneración.
CAP. XII. Debe evitarse la presunción de creer temerariamente su propia predestinación.
Ninguno tampoco, mientras se mantiene en esta vida mortal, debe estar tan presuntuosamente persuadido del profundo misterio de la predestinación divina, que crea por cierto es seguramente del número de los predestinados; como si fuese constante que el justificado, o no puede ya pecar, o deba prometerse, si pecare, el arrepentimiento seguro; pues sin especial revelación, no se puede sabe quiénes son los que Dios tiene escogidos para sí.
CAP. XIII. Del don de la perseverancia.
Lo mismo se ha de creer acerca del don de la perseverancia, del que dice la Escritura: El que perseverare hasta el fin, se salvará: lo cual no se puede obtener de otra mano que de la de aquel que tiene virtud de asegurar al que está en pie para que continúe así hasta el fin, y de levantar al que cae. Ninguno se prometa cosa alguna cierta con seguridad absoluta; no obstante que todos deben poner, y asegurar en los auxilios divinos la más firme esperanza de su salvación. Dios por cierto, a no ser que los hombres dejen de corresponder a su gracia, así como principió la obra buena, la llevará a su perfección, pues es el que causa en el hombre la voluntad de hacerla, y la ejecución y perfección de ella. No obstante, los que se persuaden estar seguros, miren no caigan; y procuren su salvación con temor y temblor, por medio de trabajos, vigilias, limosnas, oraciones, oblaciones, ayunos y castidad: pues deben estar poseídos de temor, sabiendo que han renacido a la esperanza de la gloria, mas todavía no han llegado a su posesión saliendo de los combates que les restan contra la carne, contra el mundo y contra el demonio; en los que no pueden quedar vencedores sino obedeciendo con la gracia de Dios al Apóstol san Pablo, que dice: Somos deudores, no a la carne para que vivamos según ella: pues si viviéreis según la carne, moriréis; mas si mortificareis con el espíritu las acciones de la carne, viviréis.
CAP. XIV. De los justos que caen en pecado, y de su reparación.
Los que habiendo recibido la gracia de la justificación, la perdieron por el pecado, podrán otra vez justificarse por los méritos de Jesucristo, procurando, excitados con el auxilio divino, recobrar la gracia perdida, mediante el sacramento de la Penitencia. Este modo pues de justificación, es la reparación o restablecimiento del que ha caído en pecado; la misma que con mucha propiedad han llamado los santos Padres segunda tabla después del naufragio de la gracia que perdió. En efecto, por los que después del bautismo caen en el pecado, es por los que estableció Jesucristo el sacramento de la Penitencia, cuando dijo: Recibid el Espíritu Santo: a los que perdonáreis los pecados, les quedan perdonados; y quedan ligados los de aquellos que dejeis sin perdonar. Por esta causa se debe enseñar, que es mucha la diferencia que hay entre la penitencia del hombre cristiano después de su caída, y la del bautismo; pues aquella no sólo incluye la separación del pecado, y su detestación, o el corazón contrito y humillado; sino también la confesión sacramental de ellos, a lo menos en deseo para hacerla a su tiempo, y la absolución del sacerdote; y además de estas, la satisfacción por medio de ayunos, limosnas, oraciones y otros piadosos ejercicios de la vida espiritual: no de la pena eterna, pues esta se perdona juntamente con la culpa o por el sacramento, o por el deseo de él; sino de la pena temporal, que según enseña la sagrada Escritura, no siempre, como sucede en el bautismo, se perdona toda a los que ingratos a la divina gracia que recibieron, contristaron al Espíritu Santo, y no se avergonzaron de profanar el templo de Dios. De esta penitencia es de la que dice la Escritura: Ten presente de qué estado has caído: haz penitencia, y ejecuta las obras que antes. Y en otra parte: La tristeza que es según Dios, produce una penitencia permanente para conseguir la salvación. Y además: Haced penitencia, y haced frutos dignos de penitencia.
CAP. XV. Con cualquier pecado mortal se pierde la gracia, pero no la fe.
Se ha de tener también por cierto, contra los astutos ingenios de algunos que seducen con dulces palabras y bendiciones los corazones inocentes, que la gracia que se ha recibido en la justificación, se pierde no solamente con la infidelidad, por la que perece aún la misma fe, sino también con cualquiera otro pecado mortal, aunque la fe se conserve: defendiendo en esto la doctrina de la divina ley, que excluye del reino de Dios, no sólo los infieles, sino también los fieles que caen en la fornicación, los adúlteros, afeminados, sodomitas, ladrones, avaros, vinosos, maldicientes, arrebatadores, y todos los demás que caen en pecados mortales; pues pueden abstenerse de ellos con el auxilio de la divina gracia, y quedan por ellos separados de la gracia de Cristo.
CAP. XVI. Del fruto de la justificación; esto es, del mérito de las buenas obras, y de la esencia de este mismo mérito.
A las personas que se hayan justificado de este modo, ya conserven perpetuamente la gracia que recibieron, ya recobren la que perdieron, se deben hacer presentes las palabras del Apóstol san Pablo: Abundad en toda especie de obras buenas; bien entendidos de que vuestro trabajo no es en vano para con Dios; pues no es Dios injusto de suerte que se olvide de vuestras obras, ni del amor que manifestásteis en su nombre. Y: No perdáis vuestra confianza, que tiene un gran galardón. Y esta es la causa porque a los que obran bien hasta la muerte, y esperan en Dios, se les debe proponer la vida eterna, ya como gracia prometida misericordiosamente por Jesucristo a los hijos de Dios, ya como premio con que se han de recompensar fielmente, según la promesa de Dios, los méritos y buenas obras. Esta es, pues, aquella corona de justicia que decía el Apóstol le estaba reservada para obtenerla después de su contienda y carrera, la misma que le había de adjudicar el justo Juez, no solo a él, sino también a todos los que desean su santo advenimiento. Pues como el mismo Jesucristo difunda perennemente su virtud en los justificados, como la cabeza en los miembros, y la cepa en los sarmientos; y constante que su virtud siempre antecede, acompaña y sigue a las buenas obras, y sin ella no podrían ser de modo alguno aceptas ni meritorias ante Dios; se debe tener por cierto, que ninguna otra cosa falta a los mismos justificados para creer que han satisfecho plenamente a la ley de Dios con aquellas mismas obras que han ejecutado, según Dios, con proporción al estado de la vida presente; ni para que verdaderamente hayan merecido la vida eterna (que conseguirán a su tiempo, si murieren en gracia): pues Cristo nuestro Salvador dice: Si alguno bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed por toda la eternidad, sino logrará en sí mismo una fuente de agua que corra por toda la vida eterna. En consecuencia de esto, ni se establece nuestra justificación como tomada de nosotros mismos, ni se desconoce, ni desecha la santidad que viene de Dios; pues la santidad que llamamos nuestra, porque estando inherente en nosotros nos justifica, esa misma es de Dios: porque Dios nos la infunde por los méritos de Cristo. Ni tampoco debe omitirse, que aunque en la sagrada Escritura se de a las buenas obras tanta estimación, que promete Jesucristo no carecerá de su premio el que de a uno de sus pequeñuelos de beber agua fría; y testifique el Apóstol, que el peso de la tribulación que en este mundo es momentáneo y ligero, nos da en el cielo un excesivo y eterno peso de gloria; sin embargo no permita Dios que el cristiano confíe, o se gloríe en sí mismo, y no en el Señor; cuya bondad es tan grande para con todos los hombres, que quiere sean méritos de estos los que son dones suyos. Y por cuanto todos caemos en muchas ofensas, debe cada uno tener a la vista así como la misericordia y bondad, la severidad y el juicio: sin que nadie sea capaz de calificarse a sí mismo, aunque en nada le remuerda la conciencia; pues no se ha de examinar ni juzgar toda la vida de los hombres en tribunal humano, sino en el de Dios, quien iluminará los secretos de las tinieblas, y manifestará los designios del corazón y entonces logrará cada uno la alabanza y recompensa de Dios, quien, como está escrito, les retribuirá según sus obras.
Después de explicada esta católica doctrina de la justificación, tan necesaria, que si alguno no la admitiere fiel y firmemente, no se podrá justificar, ha decretado el santo Concilio agregar los siguientes cánones, para que todos sepan no sólo lo que deben adoptar y seguir, sino también lo que han de evitar y huir.
CÁNONES SOBRE LA JUSTIFICACIÓN
CAN. I. Si alguno dijere, que el hombre se puede justificar para con Dios por sus propias obras, hechas o con solas las fuerzas de la naturaleza, o por la doctrina de la ley, sin la divina gracia adquirida por Jesucristo; sea excomulgado.
CAN. II. Si alguno dijere, que la divina gracia, adquirida por Jesucristo, se confiere únicamente para que el hombre pueda con mayor facilidad vivir en justicia, y merecer la vida eterna; como si por su libre albedrío, y sin la gracia pudiese adquirir uno y otro, aunque con trabajo y dificultad; sea excomulgado.
CAN. III. Si alguno dijere, que el hombre, sin que se le anticipe la inspiración del Espíritu Santo, y sin su auxilio, puede creer, esperar, amar, o arrepentirse según conviene, para que se le confiera la gracia de la justificación; sea excomulgado.
CAN. IV. Si alguno dijere, que el libre albedrío del hombre movido y excitado por Dios, nada coopera asintiendo a Dios que le excita y llama para que se disponga y prepare a lograr la gracia de la justificación; y que no puede disentir, aunque quiera, sino que como un ser inanimado, nada absolutamente obra, y solo se ha como sujeto pasivo; sea excomulgado.
CAN. V. Si alguno dijere, que el libre albedrío del hombre está perdido y extinguido después del pecado de Adan; o que es cosa de solo nombre, o más bien nombre sin objeto, y en fin ficción introducida por el demonio en la Iglesia; sea excomulgado.
CAN. VI. Si alguno dijere, que no está en poder del hombre dirigir mal su vida, sino que Dios hace tanto las malas obras, como las buenas, no sólo permitiéndolas, sino ejecutándolas con toda propiedad, y por sí mismo; de suerte que no es menos propia obra suya la traición de Judas, que la vocación de san Pablo; sea excomulgado.
CAN. VII. Si alguno dijere, que todas las obras ejecutadas antes de la justificación, de cualquier modo que se hagan, son verdaderamente pecados, o merecen el odio de Dios; o que con cuanto mayor ahinco procura alguno disponerse a recibir la gracia, tanto más gravemente peca; sea excomulgado.
CAN. VIII. Si alguno dijere, que el temor del infierno, por el cual doliéndonos de los pecados, nos acogemos a la misericordia de Dios, o nos abstenemos de pecar, es pecado, o hace peores a los pecadores; sea excomulgado.
CAN. IX. Si alguno dijere, que el pecador se justifica con sola la fe, entendiendo que no se requiere otra cosa alguna que coopere a conseguir la gracia de la justificación; y que de ningún modo es necesario que se prepare y disponga con el movimiento de su voluntad; sea excomulgado.
CAN. X. Si alguno dijere, que los hombres son justos sin aquella justicia de Jesucristo, por la que nos mereció ser justificados, o que son formalmente justos por aquella misma; sea excomulgado.
CAN. XI. Si alguno dijere que los hombres se justifican o con sola la imputación de la justicia de Jesucristo, o con solo el perdón de los pecados, excluida la gracia y caridad que se difunde en sus corazones, y queda inherente en ellos por el Espíritu Santo; o también que la gracia que nos justifica, no es otra cosa que el favor de Dios; sea excomulgado.
CAN. XII. Si alguno dijere, que la fe justificante no es otra cosa que la confianza en la divina misericordia, que perdona los pecados por Jesucristo; o que sola aquella confianza es la que nos justifica; sea excomulgado.
CAN. XIII. Si alguno dijere, que es necesario a todos los hombres para alcanzar el perdón de los pecados creer con toda certidumbre, y sin la menor desconfianza de su propia debilidad e indisposición, que les están perdonados los pecados; sea excomulgado.
CAN. XIV. Si alguno dijere, que el hombre queda absuelto de los pecados, y se justifica precisamente porque cree con certidumbre que está absuelto y justificado; o que ninguno lo está verdaderamente sino el que cree que lo está; y que con sola esta creencia queda perfecta la absolución y justificación; sea excomulgado.
CAN. XV. Si alguno dijere, que el hombre renacido y justificado está obligado a creer de fe que él es ciertamente del número de los predestinados; sea excomulgado.
CAN. XVI. Si alguno dijere con absoluta e infalible certidumbre, que ciertamente ha de tener hasta el fin el gran don de la perseverancia, a no saber esto por especial revelación; sea excomulgado.
CAN. XVII. Si alguno dijere, que no participan de la gracia de la justificación sino los predestinados a la vida eterna; y que todos los demás que son llamados, lo son en efecto, pero no reciben gracia, pues están predestinados al mal por el poder divino; sea excomulgado.
CAN. XVIII. Si alguno dijere, que es imposible al hombre aun justificado y constituido en gracia, observar los mandamientos de Dios; sea excomulgado.
CAN. XIX. Si alguno dijere, que el Evangelio no intima precepto alguno más que el de la fe, que todo lo demás es indiferente, que ni está mandado, ni está prohibido, sino que es libre; o que los diez mandamientos no hablan con los cristianos; sea excomulgado.
CAN. XX. Si alguno dijere, que el hombre justificado, por perfecto que sea, no está obligado a observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, sino sólo a creer; como si el Evangelio fuese una mera y absoluta promesa de la salvación eterna sin la condición de guardar los mandamientos; sea excomulgado.
CAN. XXI. Si alguno dijere, que Jesucristo fue enviado por Dios a los hombres como redentor en quien confíen, pero no como legislador a quien obedezcan; sea excomulgado.
CAN. XXII. Si alguno dijere, que el hombre justificado puede perseverar en la santidad recibida sin especial auxilio de Dios, o que no puede perseverar con él; sea excomulgado.
CAN. XXIII. Si alguno dijere, que el hombre una vez justificado no puede ya más pecar, ni perder la gracia, y que por esta causa el que cae y peca nunca fue verdaderamente justificado; o por el contrario que puede evitar todos los pecados en el discurso de su vida, aun los veniales, a no ser por especial privilegio divino, como lo cree la Iglesia de la bienaventurada virgen María; sea excomulgado.
CAN. XXIV. Si alguno dijere, que la santidad recibida no se conserva, ni tampoco se aumenta en la presencia de Dios, por las buenas obras; sino que estas son únicamente frutos y señales de la justificación que se alcanzó, pero no causa de que se aumente; sea excomulgado.
CAN. XXV. Si alguno dijere, que el justo peca en cualquiera obra buena por lo menos venialmente, o lo que es más intolerable, mortalmente, y que merece por esto las penas del infierno; y que si no se condena por ellas, es precisamente porque Dios no le imputa aquellas obras para su condenación; sea excomulgado.
CAN. XXVI. Si alguno dijere, que los justos por las buenas obras que hayan hecho según Dios, no deben aguardar ni esperar de Dios retribución eterna por su misericordia, y méritos de Jesucristo, si perseveraren hasta la muerte obrando bien, y observando los mandamientos divinos; sea excomulgado.
CAN. XXVII. Si alguno dijere, que no hay más pecado mortal que el de la infidelidad, o que, a no ser por este, con ningún otro, por grave y enorme que sea, se pierde la gracia que una vez se adquirió; sea excomulgado.
CAN. XXVIII. Si alguno dijere, que perdida la gracia por el pecado, se pierde siempre, y al mismo tiempo la fe; o que la fe que permanece no es verdadera fe, bien que no sea fe viva; o que el que tiene fe sin caridad no es cristiano; sea excomulgado.
CAN. XXIX. Si alguno dijere, que el que peca después del bautismo no puede levantarse con la gracia de Dios; o que ciertamente puede, pero que recobra la santidad perdida con sola la fe, y sin el sacramento de la penitencia, contra lo que ha profesado, observado y enseñado hasta el presente la santa Romana, y universal Iglesia instruida por nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles; sea excomulgado.
CAN. XXX. Si alguno dijere, que recibida la gracia de la justificación, de tal modo se le perdona a todo pecador arrepentido la culpa, y se le borra el reato de la pena eterna, que no le queda reato de pena alguna temporal que pagar, o en este siglo, o en el futuro en el purgatorio, antes que se le pueda franquear la entrada en el reino de los cielos; sea excomulgado.
CAN. XXXI. Si alguno dijere, que el hombre justificado peca cuando obra bien con respecto a remuneración eterna; sea excomulgado.
CAN. XXXII. Si alguno dijere, que las buenas obras del hombre justificado de tal modo son dones de Dios, que no son también méritos buenos del mismo justo; o que este mismo justificado por las buenas obras que hace con la gracia de Dios, y méritos de Jesucristo, de quien es miembro vivo, no merece en realidad aumento de gracia, la vida eterna, ni la consecución de la gloria si muere en gracia, como ni tampoco el aumento de la gloria; sea excomulgado.
CAN. XXXIII. Si alguno dijere, que la doctrina católica sobre la justificación expresada en el presente decreto por el santo Concilio, deroga en alguna parte a la gloria de Dios, o a los méritos de Jesucristo nuestro Señor; y no más bien que se ilustra con ella la verdad de nuestra fe, y finalmente la gloria de Dios, y de Jesucristo; sea excomulgado. |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 12:51 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Beatriz escribió: | Autor: Gabaon (200.88.91.---)
Fecha: 11-04-04 14:51
Dios te bendiga Beatriz.
Tengo la firme convicción de que el Señor dejó fundada su Iglesia sobre Pedro y le prometió morar en ella siempre y preservarla del error. Esto es natural y obvio, Dios no permitiría que su Esposa enseñe el error porque Él garantizó que Su Espíritu la asistiría siempre.
Esa es la única razón por la que nuestra Doctrina no yerra, ni verá el error nunca.
Pero ¿de qué sirve que se guarde la Verdad intacta si no se predica con fuerza así mismo?
Cuando muramos el Señor no nos hará un examen de doctrina, sólo revisará a ver si tenemos el sello del Espíritu, dígase, la gracia salvífica en el alma.
Para dolor de los amantes de la ortodoxia muchos "protes" están marcados con este sello por el bautismo y por su honesto arrepentimiento cada vez que pierden la gracia y eso es suficiente. Sin embargo muchos católicos irán al cielo a presentar sus credenciales, sus misas, sus rosarios, sus peregrinaciones y sus larguísimas listas de devociones y se les olvidará El Sello, esos, terriblemente, no entrarán.
Gracias a Dios Él me enseñó que Jesús es "lo" que importa y espero poder cantar en el cielo coritos de Marcos Witt y la Hermana Glenda junto a los "protes".
En el Amor de Jesús.
Gabaon. |
Pues yo SI voy a presentar mis credenciales, o mejor dicho, mis "credenciales" irán delante de mi: mis rosarios (que me han dado muchisima paz sobre todo en los momentos más difíciles y muchas bendiciones espirituales y materiales tambien), mis misas (que me hinchan en el corazón cada vez que voy y sobre todo cada vez que comulgo), mis peregrinaciones (que las hice por amor a Jesús, y pensando en El, creyendo que iba a su encuentro y que también hinchan mi corazón), y mis devociones (que también me han dado mucha paz y mucho gozo en mi vida). Con todas estas "obras" católicas siento mucha paz y espero morir sintiendo esa misma paz y con el último sacramento. Una vez leí que "se muere como se vive"...
Veremos si un protestante que se confiesa directamente con Dios rechazando a la esposa de Cristo entra en el reino de los cielos y yo con mis rosarios, misas (comunión y confesiones), peregrinaciones y devociones hechas con mucho amor y fe TERRIBLEMENTE NO ENTRARE EN EL REINO DE LOS CIELOS. Lo veremos...
Y veremos si "es suficiente" (como dice Gabaon) el arrepentimiento de un protestante ante Dios (es decir, la confesión de un protestante directamente con Dios).
Y además prefiero las canciones de la hermana Glenda, Martin Valverde, Ziza Fernández, Miguele, etc.,etc.,etc. que las canciones de Marcos Witt (Pastor).
Dios los bendiga _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 1:11 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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San Isidro Labrador, uno de los santos a quien yo más admiro y venero. Me encanta su humildad. El humilde Isidro antes de ir a trabajar al campo iba primero a misa, ni un solo día falló en ir a misa. Los santos se sienten morir si no van a misa.
San Isidro, Labrador
Patrón de Madrid, donde nació hacia el año 1070 y murió en 1130. Su cuerpo, conservado incorrupto a través de los siglos, estuvo sepultado durante cuarenta años en el cementerio de San Andrés, de Madrid, y más tarde trasladado a la iglesia del mismo nombre. Es venerado en muchos lugares como patrón de los labradores. Y tal lo ha proclamado recientemente, de los de España, el Papa Juan XXIII. - Fiesta: 15 de mayo.
En la existencia de San Isidro hay todo un programa de vida humilde, de honrada laboriosidad, de piedad sencilla. Es difícil precisar toda la realidad histórica y humana de sus días; llegan éstos a nosotros, como en tantos otros Santos, envueltos en una aureola de leyenda. Su vida modestísima y metódica podría escribirse en muy pocas líneas, de no ser tantos los milagros que se le atribuyen.
Isidro nace en Madrid cuando reina en Castilla Alfonso el Bravo. Probablemente fue bautizado en la parroquia de San Andrés, una de las pocas que los habitantes de la villa lograron salvar durante la dominación de los árabes. Bueno y piadoso, frecuenta desde su niñez el antiguo templo de Nuestra Señora de la Almudena, tan predilecta de los madrileños. Hijo de humildes labriegos, ayudaría a su padre en el cultivo de las tierras, cavando, arando, o conduciendo la carreta.
Cuando mueren sus progenitores, siendo él muy joven, invitado por el caballero Vera, entra a su servicio, pasando al cultivo de sus campos.
Nos narra una bellísima tradición, dándonos a entender su extraordinaria sensibilidad, que cuando Isidro siembra el trigo, nunca se olvida de lanzar algunos puñados de simiente fuera del surco para que sirvan de alimento a los pájaros y a las hormigas, que también son de Dios, como él decía: "Para todos da su Divina Majestad". Tenemos sin duda en la figura de San Isidro un avance y una auténtica plasmación del espíritu de San Francisco de Asís.
Otro rasgo de su generosidad: cuando va al molino da a los pobres que cruza por el camino casi todo el trigo que lleva en el costal, pero la tierra, siempre generosa por bendición del Señor, le devuelve con creces lo repartido. Tan es así, que durante sus servicios al caballero Vera, sus heredades se convierten en las más labradas, sus yuntas en las más robustas y lucidas, sus sementeras en las más abundantes y regaladas por la lluvia.
Y es ésta la causa que excita la envidia de sus vecinos, los cuales le acusan ante el amo, a pesar de los frutos cosechados, de descuidado y negligente en el cuidado de las tierras. Pero el cielo toma de su cuenta la defensa; y dice la tradición que habiendo salido un día su amo para vigilarle y confirmar la acusación de que su criado es objeto, observa desde una altura la faena del labrador, viendo sorprendido que a las horas que Isidro dedica a la oración, arrodillado a distancia de la yunta, los bueyes siguen solos arando la tierra, abriendo en ella rectos y profundos surcos.
Otro milagro semejante vendrá más tarde a iluminar su vida, cuando en parecidas circunstancias otro de sus patronos contemple la yunta guiada por dos ángeles, mientras Isidro está sumido en la plegaria.
Cuando Alí, rey de los almorávides, se apodera de Madrid, Isidro, como otros muchos cristianos, abandona la villa y se retira a Torrelodones entrando de criado de unos labradores. De nuevo es objeto de murmuraciones por su devoción a la imagen de Nuestra Señora de la Cabeza, en cuya iglesia pasa orando largas horas, que dan ocasión para que unos pocos se sientan movidos a imitarle y muchos a acusarle de holgazán.
En este tiempo elige como compañera de su vida a una esposa digna de él. Contrae matrimonio en Torrelaguna con una joven de Uceda llamada María de la Piedad, la cual también más tarde ha de ser venerada en los altares con el nombre de Santa María de la Cabeza.
La profunda vida de piedad que llevan los esposos, es bendecida por Dios con varios prodigios; entre ellos se cuenta la salvación milagrosa de su único hijo, que en un descuido de su madre había caído en un pozo; y el paso a pie de las aguas del Jarama, con que Dios premió la pureza de María de la Piedad, desvaneciendo de esta manera las sospechas que algunos hombres perversos habían logrado suscitar en el corazón del esposo.
Isidro es el hombre del vivir sencillo, dividido pacíficamente en sus tres grandes horizontes: el hogar, el trabajo y la oración. San Isidro Labrador nos trae un auténtico mensaje evangélico de fidelidad, de espíritu de trabajo armonizado con una intensa devoción de humildad y fortaleza en el sufrir las injusticias, y sobre todo de gran caridad para con los necesitados, a quienes diariamente hacía partícipes de su frugal comida.
San Isidro Labrador será siempre una lección y un acicate de recia cristiandad para cuantos ganan cotidianamente su pan con el sudor de su frente. Por esto la Iglesia ha querido glorificarlo.
A los casi cuatrocientos años de su muerte, el Papa Gregorio XV lo canonizó, al mismo tiempo que a Santa Teresa de Jesús y a otros Santos españoles. Ha podido decir bellamente un escritor, que el arado y la esteva de San Isidro han subido a los altares junto con la pluma de la Seráfica Doctora. Los numerosos milagros obtenidos por su valimiento clamaban por tan alta glorificación canónica.
Madrid y España entera honran a San Isidro con afecto especialísimo. Delante de su sepulcro se han postrado nuestros reyes; nuestros arquitectos le han erigido templos; los más altos poetas del Siglo de Oro español, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Espinel y otros, lo han cantado en versos inmortales. _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Enrique Basaguren Constante
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 685
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 4:07 pm Asunto:
no depende del hombre
Tema: Del Valor de las Obras |
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Alejandro:
Con todo respeto no estoy de acuerdo contigo. Lo que satisface, es decir lo que te "regresa" la gracia santificante no es una obra. Es un sacramento. Para ser más claro, lo que te justifica es el perdón de Dios, no tus obras.
Tanto es así que uno de nuestros reproches a los protestantes es justamente que ¿Cómo pueden saber ellos que Dios los perdonó? Por muchas obras buenas que hayan hecho o por muchas lágrimas que hayan derramado.
Si cómo parte del Sacramento está la penintencia, no es para alcanzar el perdón de Dios, la historia del Buen Ladrón te dice que basta el arrepiento. La penintencia es producto del Amor, y el amor verdadero sólo lo tienes ya justificado.
La condición de la penintencia o la predisposición hacia la penintencia no quiere decir que te justifique.
Creaste una petición ad infinitum porque crees que el hombre tiene que satisfacer -confundiendo penitencia con satisfacción (y aunque a veces se utilicen indistintamente una palabra con otra no son lo mismo, y Trento claramente las distingue). Lo que corta el infinito es Dios que da su perdón NO POR QUE EL HOMBRE SE LO MEREZCA, si no por que Él quiere.
Ahora el Hombre en sí nunca merece, merece sólo cuando esta unido a Cristo. Y esta unión es la gracia santificante recibida sobretodo en los sacramentos, y en acrecentada en los sacramentales. Las obras de caridad son sacramentales -pero no son sacramentos. No la recibimos de las obras, aunque se fortalecen y se acrecientan en ellas.
Saludos, _________________ Dios les Bendiga |
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Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 4:47 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Hermano Gabaón:
Por lo que me expresas debo entender que en esencia estás de acuerdo con que la gracia nos mueve a la justificación y no la fe. Que la fe tiene mucho que ver pero que es la gracia la que en efecto nos dignifica.
El Concilio Vaticano II nos muestra cómo hemos de valorar la doctrina sobre la necesidad de las disposiciones para la justificación. Lo cual es como un «evangelio» que «responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano», especialmente hoy que el hombre camina hacia el desarrollo pleno de su personalidad y hacia el descubrimiento y afirmación crecientes de sus derechos” (GS 41). “La dignidad humana requiere... que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción in-tenia personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa (GS 17).
Pues bien, precisamente cuando se expone la necesidad de la preparación para la justificación y sobre la importancia que en ella tiene la fe, nos permite entender cómo Dios, al elevar al hombre al estado de hijo suyo, quiere que el hombre acepte conscientemente esta elevación. Esta doctrina nos permite comprender además cómo el influjo de la gracia no disminuye, sino que por el contrario realiza plenamente esta dignidad:
La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios.- (GS 17).
La necesidad de la colaboración humana y la necesidad de la gracia para la construcción de una existencia en Cristo ilustran, por consiguiente, una «ley fundamental de la economía cristiana», por el hecho de que “en esta misma ordenación divina la justa autonomía de lo creado, y sobre todo del hombre, no se suprime, sino que más bien se restituye a su propia dignidad y se ve en ella consolidada (GS 41).
¿Estás de acuerdo con esto hermano? Si es así, pues ya entendí tu postura, y como decía no se aleja de lo que Manuel nos expone. Dios te bendiga. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS
Ultima edición por Albert el Vie Dic 16, 2005 4:51 pm, editado 1 vez |
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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 4:50 pm Asunto:
Re: no depende del hombre
Tema: Del Valor de las Obras |
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Enrique Basaguren escribió: | Alejandro:
Con todo respeto no estoy de acuerdo contigo. Lo que satisface, es decir lo que te "regresa" la gracia santificante no es una obra. Es un sacramento. Para ser más claro, lo que te justifica es el perdón de Dios, no tus obras.
Tanto es así que uno de nuestros reproches a los protestantes es justamente que ¿Cómo pueden saber ellos que Dios los perdonó? Por muchas obras buenas que hayan hecho o por muchas lágrimas que hayan derramado.
Si cómo parte del Sacramento está la penintencia, no es para alcanzar el perdón de Dios, la historia del Buen Ladrón te dice que basta el arrepiento. La penintencia es producto del Amor, y el amor verdadero sólo lo tienes ya justificado.
La condición de la penintencia o la predisposición hacia la penintencia no quiere decir que te justifique.
Creaste una petición ad infinitum porque crees que el hombre tiene que satisfacer -confundiendo penitencia con satisfacción (y aunque a veces se utilicen indistintamente una palabra con otra no son lo mismo, y Trento claramente las distingue). Lo que corta el infinito es Dios que da su perdón NO POR QUE EL HOMBRE SE LO MEREZCA, si no por que Él quiere.
Ahora el Hombre en sí nunca merece, merece sólo cuando esta unido a Cristo. Y esta unión es la gracia santificante recibida sobretodo en los sacramentos, y en acrecentada en los sacramentales. Las obras de caridad son sacramentales -pero no son sacramentos. No la recibimos de las obras, aunque se fortalecen y se acrecientan en ellas.
Saludos, |
Estimado Enrique, no creo que lo hagas con mala fe, pero estás torciendo lo que dije, y esta labor de enderezar es la de no terminar... Yo no dije ni dí a entender de ningún modo que lo que regresa la gracia santificante es una obra... ahh... qué cansado es esto! no lo dije... y no creo que valga la pena aclararlo... es que agota demasiado y no creo que tengamos mucho tiempo todos. Mejor lee todo mi aporte otra vez, y dime en qué momento yo hablé de una obra eficaz sin unión con Dios y lo copias aquí. Si no lo puedes hacer, entonces... ¿por qué me reclamas esto de arriba? Please, please, lee con cuidado antes de responder, sí?
Sin entrar a aclarar lo que dije -que no es lo que tú dices- más bien entro a decir que es incorrecto decir que por el lado del hombre no 'debe' hacer nada ni le 'corresponde' hacer nada de nada para recuperar su estado de gracia, porque si sale un 'milímetro' de su pasividad, entonces, ya no sería mérito sólo de Dios. Si yo te achaco que tú dices esto, quizá dirías que me porto injusto contigo, igual que lo haces tú conmigo al achacarme lo de arriba. ¿O acaso afirmas tú esto...?! ... que el hombre debe permanecer absolutamente pasivo, rígido, que no debe hacer nada de nada de nada para reconciliarse con Dios!? Yo no le creo, y ya me lo aclararás si es así.
Ahora bien, aprovecho para aclarar un punto importnate que omití aludir en mi aporte anterior: ciertamente la pena eterna se perdona con el sacramento y se recupera el estado de gracia de inmediato, y la penitencia ve sólo a la pena temporal -en esto todos estamos claros. Pero sin cumplir la penitencia el sacramento es inválido, como también es inválido sin el examen de conciencia y sin el dolor de los pecados. Y no sólo eso, sino que el sacramento así practicado se convierte en una ofensa adicional a Dios. Y no es que la obra humana por sí misma consiga el perdón! sino que los méritos de Jesús que piden esa obra, la que sea, donde sea y como sea. Es que no tiene que haber contraposición entre las obras y los méritos de Jesús, sino que todo lo contrario. Son los méritos de Jesús los que les dan 'suficiencia' a esas obras que de otro modo serían intrascendentes. |
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Gabaon Constante
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 796
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 10:08 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Dios te bendiga Alejandro.
Lo obvio, y lo que es practicar la virtud por mi parte, es reservarme y abstenerme de participar en las disputas personales, ni defenderme de los ataques personales. Te lo dije una y otra vez y con esto cierro esa parte aquí nueva vez: no tengo el más mínimo interés de involucrarme en contiendas personales, mi interés es la Doctrina Católica. Cerrado eso de mi parte. No vuelvo sobre este asunto.
Cita: | Estoy de acuerdo con Manuel en que decir: "La satisfacción sólo tiene sentido si uno está en estado de gracia. Ningún hombre-pecador puede expíar las penas temporales si no está en estado de justicia." es una proposición "falsa, absurda e incompleta" -siguiendo las palabras de Manuel y repetidas por Gabaon-, porque es exactamente lo mismo que decir: para poder estar en capacidad de satisfacer hay que satisfacer antes, lo que lleva a un bucle lógico infinito que haría imposible llegar a ese estado de poder satisfacer, porque antes de llegar a satisfacer hay que satisfacer.... ad infinitum. |
No creo que exista tal bucle; desde lo que puedo percibir tal bucle sólo existiría si para llegar al estado de justicia fuese necesario que el hombre satisfaga por los pecados que le hicieron caer del estado de justicia. Eso es imposible, las penas mortales sólo las satisface la sangre de Cristo; la satisfacción temporal que hace el hombre la hace sólo en virtud de su unión con Cristo, pero para eso primero tiene que estar unido a Cristo. Y ya he dicho que él se une a Cristo, después de que habiéndose preparado le es infundida la Esperanza y la Caridad. Sin estar en ese estado no hay manera de que se puedan expiar las penas temporales porque sin la caridad tal cosa es imposible.
Casi al final dices:
Cita: | Me extendí un poquito, pero la síntesis es la siguiente, y sólo para no perdernos: Trento no dice ni da a entender: "La satisfacción sólo tiene sentido si uno está en estado de gracia. Ningún hombre-pecador puede expíar las penas temporales si no está en estado de justicia.", en otras palabras no dice que el pecador tiene que satisfacer antes de poder satisfacer, ya que es un absurdo lógico u oximoron como dicen los estadunidenses. |
Sigo sin entender de dónde sacas que para satisfacer hay que satisfacer antes. El pecado mortal lo satisface Cristo y se le reputa al pecador-mortal cuando él es justificado (y aquí es hecho justo no sólo declarado como tal), no antes. Sólo después de ser él un miembro vivo puede satisfacer "con" y "en" Cristo.
Cita: | Hay que notar que ninguno de los textos del Magisterio que has copiado apoyan la afirmación que: "La satisfacción sólo tiene sentido si uno está en estado de gracia. Ningún hombre-pecador puede expiar las penas temporales si no está en estado de justicia.". Ninguno. |
Los textos del Magisterio que copié son apenas dos y ellos claramente presuponen la satisfacción luego de pasar al estado de justicia en virtud de la eficacia del sacramento y de la previa atrición/contrición (explicada ya sus diferencias). Pero el texto del suplemento de la Summa Theologica dice claramente lo mismo que estoy yo diciendo. Me imagino que cuando la Summa dice: "Pero las obras no pueden ser aceptables para Dios, y por lo tanto no pueden ser satisfactorias, a menos que las excite la caridad" y en otro sitio: "Pero la satisfacción tiene el poder de expulsar los pecados. Por lo tanto no tiene poder sin la caridad. Más aún, el trabajo principal de la satisfacción es dar limosna. Pero la limosna dada por uno que no tiene caridad no le sirve de nada... Por lo tanto no puede haber satisfacción en pecado mortal" ¿cómo debo entender que tu opinión (secundando la de Manuel) de que la tesis que defiendo es "falsa, absurda e incompleta" no le aplica a estos acápites de la Summa? ¿Hay alguna forma de que esta tesis de la Summa no se vea afecta por la opinión de Manuel y ahora también tuya?
En el Amor de Jesús.
Gabaon. _________________ "Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con todo mi espíritu por la mañana te busco." (Isaías 26, 9) |
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Gabaon Constante
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 796
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 10:29 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Dios te bendiga Albert.
Cita: | Por lo que me expresas debo entender que en esencia estás de acuerdo con que la gracia nos mueve a la justificación y no la fe. Que la fe tiene mucho que ver pero que es la gracia la que en efecto nos dignifica. |
El problema Albert está en querer entender "Fe" aparte de la gracia; la Fe de la que yo estoy hablando claramente es resultado de la gracia. La gracia, y nada más que la gracia, es capaz de hacer posible la Fe en el hombre. La fe de la que yo estoy hablando es de la fe regalo de Dios con la que el hombre se prepara para la justificación. Fe que puede permanecer en el hombre cuando él peca mortalmente y pierde la caridad. Esa Fe que queda sigue siendo regalo de Dios, sigue siendo sustentada y hecha posible por la gracia de Dios. Esta fe no es natural, es sobrenatural, no es algo que el hombre añade o aporta de y por sí mismo, esta Fe es la suma de la revelación sobrenatural de Dios y del acto de la voluntad elevada y sanada por la gracia mediante la cual el hombre asiente, ayudado con la gracia, a lo que se le ha revelado.
Esta Fe, aún así, sobrenatural, impulsada, regalo de Dios y posibilitada por la gracia no puede justificar al hombre. Hace falta además de ella y del temor, detestación del pecado y la acción de la esperanza un movimiento de la Caridad por el que el hombre se vuelve a Dios como su Padre y lo ama.
No hay por qué poner la gracia y la fe a pelear, eso es lo que estoy diciendo aquí.
Te recomiendo que te leas lo que Raniero Cantalamessa acaba de predicarle al Papa y sus colaboradores: Justificados por La Fe. Pongo este link porque los de Zenit son dinámicos. Ahí al menos estará fijo.
Algo digno de señalar es que Cantalamessa no mencionó la palabra "Caridad" ni una sola vez. Y solo a uno terriblemente malintencionado se le puede ocurrir que porque él no diga "Caridad" está hablando de la fe fiducial-forense de algunos reformadores.
Pero ya sobre eso seguiremos.
En el Amor de Jesús.
Gabaon. _________________ "Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con todo mi espíritu por la mañana te busco." (Isaías 26, 9) |
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Tomás Bertrán Mercader Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 1503 Ubicación: España
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Publicado:
Vie Dic 16, 2005 10:42 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Gabaon cita:
Cita: | Fe que puede permanecer en el hombre cuando él peca mortalmente y pierde la caridad. |
Esta fe es fe muerta. Esta fe no salva. La fe que salva es la viva. Fe no es sólo creer sino que también es obedecer. Fe es creer en Dios y obedecerlo y serle fiel. El que peca no es fiel a Dios. Su fe es fe muerta. Címbalo que retiñe.
"No todo el que dice Señor, Señor, se salvará". _________________ NO SOY VETERANO

TODO POR JESUS Y MARIA. |
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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 12:05 am Asunto:
Mi opinión
Tema: Del Valor de las Obras |
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Gabaón, aclaro primero que no sé si Manuel se sienta secundado por mi opinión, y no me atrevo a decir que la opinión mía sea como la de él. Tú, mucho menos. Yo no soy Manuel, ni él es yo.
Yo sólo he notado que has hecho proposición tras proposición extraña tanto a la letra como al espíritu del Magisterio y que nos has querido poner, otra vez, a un autor protestante como maestro o ejemplo, y según ese espíritu y el contexto que tú mismo has creado, he juzgado tu anterior proposición.
He visto tu anterior proposición en el contexto de la 'sola fe' que tú mismo has creado, y dentro de ese contexto tuyo he dicho lo que dije.
Dentro del contexto del Magisterio total y completamente fuera de toda alusión a la 'sola fe' y sin ninguna amenaza de peligro de llevar agua al molino de un defensor de una variante de la 'sola fe', no tengo ninguna reserva.
Porque tus textos referidos a la sola fe, sí que rompen con el espíritu y la letra de la Tradición y del Magisterio, y provocan escalofríos.
Pero mejor espero la opinión de Manuel, no quisiera distraer el hilo en esta consideración periférica a tu planteamiento de la sola fe. |
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Enrique Basaguren Constante
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 685
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 12:18 am Asunto:
aclarando
Tema: Del Valor de las Obras |
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Alejandro Berganza escribió: |
Estimado Enrique, no creo que lo hagas con mala fe, pero estás torciendo lo que dije, y esta labor de enderezar es la de no terminar... Yo no dije ni dí a entender de ningún modo que lo que regresa la gracia santificante es una obra... ahh... qué cansado es esto! no lo dije... y no creo que valga la pena aclararlo... es que agota demasiado y no creo que tengamos mucho tiempo todos. Mejor lee todo mi aporte otra vez, y dime en qué momento yo hablé de una obra eficaz sin unión con Dios y lo copias aquí. Si no lo puedes hacer, entonces... ¿por qué me reclamas esto de arriba? Please, please, lee con cuidado antes de responder, sí? |
Muy estimado Alejandro:
Primero que nada si malinterpreté lo que dijiste perdón, ya ves que en este epigrafe estamos más pendiente en que se equivoca uno que ver en que coincidimos. jajaja
Y si te reclamo, lo hago con cariño, aunque el tono que use no era de reclamo o sí???? jajaja
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Bueno lo impotante es que coincidimos y para aclarar las cosas digamos así:
Dios en su infinita bondad, y sin nosotros merecerlas, nos envía gracias que nos acercan a Él.
Nosotros en un acto de Libre albedrío -no queda totalmente claro si son las obras o es la fe, (lo más probable es que sean las dos) pero SÍ es un acto nuestro, eso si está claro- respondemos a esas gracias para UNIRNOS a CRISTO, y así recibir La gracia santificante.
Ese acto nuestro no es meritorio, ni generador de las gracias, es simplemente una condición, y en este sentido NECESARIO, aunque no definitivo (eso se ve en los bebes, o en los enfermos mentales que reciben el bautismo, sin embargo en ambos casos está supetido a un acto de voluntad de alguien). Al final de cuentas el Espíritu Santo sopla donde quiere.
Una vez unidos a Cristo nuestros actos SÍ merecen, no por nosotros si no por Cristo. Ojo NUESTROS(o sea salidos de nuestra voluntad) actos -los de Cristo ya merecen pero los NUESTROS también-, no por ser nuestros sino por estar unidos a los de Cristo.
Ahora bien, cuando se peca ¿cómo se recibe la gracia santificante de regreso? Y aquí parececiera ser que este proceso descrito anteriormente se pierde, pero no, no se pierde, es exactamente el mismoí. Son las gracias actuales las que te llevan al Sacramento que es el perdón de Dios, que es la unión con Cristo, Y NUEVAMENTE con el libre albedrío dando su respuesta a esas gracias. Esa respuesta se da en tres pasos pasos descritos por el Magisterio y repitidos en este epigrafe hasta el cansancio. El paso de la satisfacción causó un poco de revuelo, por que pareciera ser cuando se dice que se satisface sólo en estado justificado se pierde la respuesta libre del hombre, y por supuesto que no es así. Para que un acto Nuestro satisfaga tiene que tener la gracia santificante (es decir tiene que estar unido al sacrificio infinito de Cristo) pero TAMBIEN tiene que ser Nuestro.
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Creo ahora sí Alejandro, que expresé lo que querías decir (jajaja) y lo que yo quería decir. _________________ Dios les Bendiga |
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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 1:03 am Asunto:
Qu
Tema: Del Valor de las Obras |
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Enrique Basaguren escribió: | Alejandro Berganza escribió: |
Estimado Enrique, no creo que lo hagas con mala fe, pero estás torciendo lo que dije, y esta labor de enderezar es la de no terminar... Yo no dije ni dí a entender de ningún modo que lo que regresa la gracia santificante es una obra... ahh... qué cansado es esto! no lo dije... y no creo que valga la pena aclararlo... es que agota demasiado y no creo que tengamos mucho tiempo todos. Mejor lee todo mi aporte otra vez, y dime en qué momento yo hablé de una obra eficaz sin unión con Dios y lo copias aquí. Si no lo puedes hacer, entonces... ¿por qué me reclamas esto de arriba? Please, please, lee con cuidado antes de responder, sí? |
Muy estimado Alejandro:
Primero que nada si malinterpreté lo que dijiste perdón, ya ves que en este epigrafe estamos más pendiente en que se equivoca uno que ver en que coincidimos. jajaja
Y si te reclamo, lo hago con cariño, aunque el tono que use no era de reclamo o sí???? jajaja
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Bueno lo impotante es que coincidimos y para aclarar las cosas digamos así:
Dios en su infinita bondad, y sin nosotros merecerlas, nos envía gracias que nos acercan a Él.
Nosotros en un acto de Libre albedrío -no queda totalmente claro si son las obras o es la fe, (lo más probable es que sean las dos) pero SÍ es un acto nuestro, eso si está claro- respondemos a esas gracias para UNIRNOS a CRISTO, y así recibir La gracia santificante.
Ese acto nuestro no es meritorio, ni generador de las gracias, es simplemente una condición, y en este sentido NECESARIO, aunque no definitivo (eso se ve en los bebes, o en los enfermos mentales que reciben el bautismo, sin embargo en ambos casos está supetido a un acto de voluntad de alguien). Al final de cuentas el Espíritu Santo sopla donde quiere.
Una vez unidos a Cristo nuestros actos SÍ merecen, no por nosotros si no por Cristo. Ojo NUESTROS(o sea salidos de nuestra voluntad) actos -los de Cristo ya merecen pero los NUESTROS también-, no por ser nuestros sino por estar unidos a los de Cristo.
Ahora bien, cuando se peca ¿cómo se recibe la gracia santificante de regreso? Y aquí parececiera ser que este proceso descrito anteriormente se pierde, pero no, no se pierde, es exactamente el mismoí. Son las gracias actuales las que te llevan al Sacramento que es el perdón de Dios, que es la unión con Cristo, Y NUEVAMENTE con el libre albedrío dando su respuesta a esas gracias. Esa respuesta se da en tres pasos pasos descritos por el Magisterio y repitidos en este epigrafe hasta el cansancio. El paso de la satisfacción causó un poco de revuelo, por que pareciera ser cuando se dice que se satisface sólo en estado justificado se pierde la respuesta libre del hombre, y por supuesto que no es así. Para que un acto Nuestro satisfaga tiene que tener la gracia santificante (es decir tiene que estar unido al sacrificio infinito de Cristo) pero TAMBIEN tiene que ser Nuestro.
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Creo ahora sí Alejandro, que expresé lo que querías decir (jajaja) y lo que yo quería decir. |
Estimado Enrique, muchas gracias por tu explicación.
Sólo que te aclaro que si tú antes hubieras hecho algún planteamiento en favor de la 'sola fe' -el planteamiento que fuera- o nos hubieras propuesto a un maestro protestante para enseñarnos cosas a los católicos en lugar de tantísimo texto del Magisterio y tantísimo texto de Padres de la Iglesia y tantísimo santo, hubiera visto con micorscopio todo lo que dices. Porque yo no quisiera llevar agua a tu molino de la sola fe o de cualquiera otra 'sola'.
Recuerda que un mismo texto puede llevarse hacia un lado o hacia otro.
Ten la tranquilidad que desde antes que lo dijeras ya estaba de acuerdo con lo que has dicho, siempre y cuando ese acuerdo no abone a una posición de la 'sola fe' o del 'primado de la gracia', que huele a 'solo gracia' o algo así.
Si vamos a hablar de un primado, que sea del 'primado de Dios', pero no de ningún otro primado de derivaciones secundarias, porque esto es peligrosísimo.
Gracias por tu explicación.
Un abrazo. |
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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 1:19 am Asunto:
A menos que
Tema: Del Valor de las Obras |
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Gabaón dice:
Cita: | Algo digno de señalar es que Cantalamessa no mencionó la palabra "Caridad" ni una sola vez. Y solo a uno terriblemente malintencionado se le puede ocurrir que porque él no diga "Caridad" está hablando de la fe fiducial-forense de algunos reformadores.
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A menos que quien haya dicho tal cosa ya antes haya hecho una defensa explícita de la sola fe en cuaquier variante, que con toda seguridad no es el caso de Cantalamessa.
Estoy completamente seguro de que Cantalamessa jamás usó el adjetivo 'sólo' o 'sola' antes de la fe, como tampoco lo usa Trento. Sería facilísimo desmentirme, y tanto más en que con esta afirmación me arriesgo en mi confianza de los orotodoxos, porque no he leído los mensajes de Cantalamessa. |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 4:39 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Cita: | Te lo dije una y otra vez y con esto cierro esa parte aquí nueva vez: no tengo el más mínimo interés de involucrarme en contiendas personales, mi interés es la Doctrina Católica. |
Yo tampoco tengo interés en ninguna contienda personal, que alguien se esmera en hacer creer esto es otra cosa, seguramente para justificar sus errores y su no-respuesta, esto es una calumnia pero la justicia se la dejo a Dios, para los que les interesa la verdad: solo me interesa la pureza de la doctrina católica y los que me conocen de hace tres años saben que siempre he sido asi, solo basta con leer los mensajes antiguos (mi antiguo nick era "chinchana").
Ahora pregunto ¿Esto es doctrina católica?
Cita: |
Cuando muramos el Señor no nos hará un examen de doctrina, sólo revisará a ver si tenemos el sello del Espíritu, dígase, la gracia salvífica en el alma.
Para dolor de los amantes de la ortodoxia muchos "protes" están marcados con este sello por el bautismo y por su honesto arrepentimiento cada vez que pierden la gracia y eso es suficiente. Sin embargo muchos católicos irán al cielo a presentar sus credenciales, sus misas, sus rosarios, sus peregrinaciones y sus larguísimas listas de devociones y se les olvidará El Sello, esos, terriblemente, no entrarán. |
Lo dejo para reflexión de los que SI buscan sinceramente la VERDAD en todo este tema. Solo para ellos...
El que quiere explicar la doctrina católica se basa UNICAMENTE en documentos MAGISTERIALES, ni en santos, ni en nadie, por más respetables que fueran, porque todos estamos sujetos a error, hasta los santos, pero el Magisterio NO, el Magisterio es INFALIBLE. Nuestro único "puerto seguro" es el Magisterio. Aférrense a él y nunca serán engañados o inducidos al error por personas que dicen enseñar la doctrina católica.
Un sano consejo: cada vez que alguien les diga "esto es doctrina católica" primero averiguen qué dice el Magisterio para verificar si esta persona les está diciendo la verdad o si el documento que les presenta pertenece al Magisterio.
Bendiciones _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 4:46 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Enrique escribió: | Son las gracias actuales las que te llevan al Sacramento que es el perdón de Dios, que es la unión con Cristo, Y NUEVAMENTE con el libre albedrío dando su respuesta a esas gracias. Esa respuesta se da en tres pasos pasos descritos por el Magisterio y repitidos en este epigrafe hasta el cansancio. El paso de la satisfacción causó un poco de revuelo, por que pareciera ser cuando se dice que se satisface sólo en estado justificado se pierde la respuesta libre del hombre, y por supuesto que no es así. Para que un acto Nuestro satisfaga tiene que tener la gracia santificante (es decir tiene que estar unido al sacrificio infinito de Cristo) pero TAMBIEN tiene que ser Nuestro. |
Amén!!!!
Creo que al principio no entendí tu argumento Enrique. Mil disculpas! _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 4:50 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Tomás Bertrán Mercader escribió: | Gabaon cita:
Cita: | Fe que puede permanecer en el hombre cuando él peca mortalmente y pierde la caridad. |
Esta fe es fe muerta. Esta fe no salva. La fe que salva es la viva. Fe no es sólo creer sino que también es obedecer. Fe es creer en Dios y obedecerlo y serle fiel. El que peca no es fiel a Dios. Su fe es fe muerta. Címbalo que retiñe.
"No todo el que dice Señor, Señor, se salvará". |
Amén!!!!
Gloria a Dios por la Gracia operante y por la Fe operante! _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 5:52 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Cita: | 4. Justificación y confesión
Decía al comienzo que la justificación gratuita mediante la fe debe transformarse en experiencia vivida por el creyente. Los católicos tenemos en eso una ventaja enorme: los sacramentos y, en particular, el sacramento de la reconciliación. Éste nos ofrece un medio excelente e infalible para experimentar de nuevo cada vez la justificación mediante la fe. En ella se renueva lo que sucedió una vez en el bautismo en el que, dice Pablo, el cristiano ha sido «lavado, santificado y justificado» (Cf. 1 Co 6,11).
En la confesión ocurre cada vez el «admirable intercambio», el admirabile commercium. ¡Cristo toma sobre sí mis pecados y yo tomo sobre mí su justicia! En Roma, como en cualquier gran ciudad, hay desgraciadamente muchos llamados vagabundos, pobres hermanos vestidos con sucios harapos que duermen a la intemperie arrastrando consigo sus pocas cosas. Imaginemos qué sucedería si un día se corriera la voz de que en Via Condotti hay una boutique de lujo donde cada uno de ellos puede acudir, dejar sus harapos, darse una buena ducha, elegir la ropa que más le guste y llevársela así, gratuitamente, «sin gastos ni dinero», porque por algún desconocido motivo al propietario le ha dado por la generosidad.
Es lo que acontece en cada confesión bien hecha. Jesús lo inculcó con la parábola del hijo pródigo: «Traed aprisa el mejor vestido» (Lc 15, 22). Levantándonos de nuevo después de cada confesión podemos exclamar con las palabras de Isaías: «Me ha revestido de ropas de salvación, en manto de justicia me ha envuelto» (Is 61,10). Se repite cada vez la historia del publicano: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!». «Os digo que éste bajó a su casa justificado» (Lc 18,13s.). |
Raniero Cantalamessa : "Confesión BIEN HECHA" Ahi está! Contrición, Confesión, Satisfacción = confesión bien hecha.
No veo por ningún lado que Cantalamessa mencione "sola la Fe".
Pero si veo esto:
Cita: |
A las objeciones agitadas por los reformadores, el Concilio de Trento había dado una respuesta católica en la que había lugar para la fe y para las buenas obras, cada una, se entiende, en su orden. No se salva uno por las buenas obras, pero no se salva sin las buenas obras. |
Creo que es una excelente explicación para comprender el valor de las obras: "No se salva uno "por" las buenas obras, pero no se salva "sin" las buenas obras". Esto fue lo que Trento dijo.
La fe operante es la que nos justifica. Como bien dijo Tomás Bertrán, fe no solo es "creer" en Cristo, fe es "creer y obedecer" a Cristo. Esta es la fe que justifica.
Jesús dijo: "si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Díjole él: ¿Cuáles? Jesus respondió: No matarás, no adulterarás, no hurtarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y ama al prójimo al prójimo como a ti mismo" Mateo 19, 17-18
Y Melanchton (uno de los Reformadores Protestantes) dijo:
"Cristo no deja de ser mediador al ser justificador de nosotros. Por eso se equivocan quienes imaginan que Él nos ha merecido únicamente la primera gracia y que, luego agradamos a Dios con la observancia de la ley y merecemos así la vida eterna..."
Aqui Melanchton está diciendo que se equivocan los que creen que agradan a Dios porque cumplen los mandamientos ("observancia de la ley") cuando Cristo en persona exige el cumplimiento de los mandamientos y pone de condición "si quieres entrar en la vida (reino de los cielos)". Al cumplir los mandamientos, con la ayuda de la gracia de Dios, estamos creyendo y obedeciendo a Cristo en Mateo 19, 17-18. Si creemos y obedecemos a Cristo = Fe en Mateo 19, 17-18 ¿no agradamos a Dios? Si. Si agradamos a Dios.
¿La Fe de Melanchton es una fe que cree y obedece a Cristo? Definitivamente no. Entonces, por favor, que no nos lo impongan como ejemplo para los católicos... _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 7:51 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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http://www.es.catholic.net/secciones/articulo.phtml?ts=29&ca=745&te=2370&id=22816
Autor: catholic.net | Fuente: catholic.net
¿Doctrina católica al estilo protestante?
Presentamos algunas cuestiones concretas doctrinales y disciplinares, hoy especialmente necesitadas de reorientación y porque la interpretación que actualmente se les da, Se quedan, de hecho, en la enseñanza de Lutero: ninguna ley; sola gratia.
La doctrina de la Iglesia católica
Hoy es urgente aclarar si la enseñanza de la Iglesia ha de ser entendida como una doctrina obligatoria o más bien solamente orientativa. Y en el caso primero, si hay obligación grave de enseñarla y de sancionar a quienes la contrarían en público.
Un Obispo, pues, ha de ver si se conforma con que su Iglesia diocesana se configure al modo de las comunidades protestantes, y corran por ella libremente errores contrarios a la doctrina católica, o si está decidido a que su Iglesia local sea católica. Esta elección es hoy para el Pastor ineludible; y el que trate de evitarla, ya ha elegido por el extremo falso.
La situación doctrinal en algunos Seminarios, Noviciados, Editoriales católicas y Librerías diocesanas y religiosas es a veces realmente una vergüenza. Y es un escándalo perfectamente superable, si se ejercita la autoridad del Obispo sobre ellos; pues hay disidencia, escandalosa o moderada, justamente en la medida en que los Pastores la toleran.
Grandes males exigen grandes remedios. Y si el Prelado no hace cuanto está en su mano para poner los remedios adecuados, él será el principal responsable de los errores y males de la Iglesia.
Pero, por el contrario, esté bien seguro el Pastor de que si pone los poderosos remedios de la autoridad apostólica, pronto en su Iglesia, por obra del Espíritu Santo, florecerán la verdad, la gracia, la unidad, las vocaciones. En efecto, el Espíritu Santo, el único que tiene poder para renovar el mundo y reformar la Iglesia, será el protagonista de su acción purificadora y reformadora.
Vendrán, sin duda, sobre él una avalancha de persecuciones. Cualquier Pastor, para ser Obispo fiel, habrá de ser Obispo mártir. Tendrá, pues, que encomendarse a Dios en este empeño, a la Virgen y a todos los santos –especialmente a santos pastores como Atanasio, Gregorio Magno, Carlos Borromeo, Ezequiel Moreno, Pío IX, Pío X–, y llevar adelante su tarea con la fortaleza propia de la caridad pastoral.
Valga lo dicho sobre la doctrina católica en referencia también a la exégesis de la sagrada Escritura. Cuando la interpretación de los textos bíblicos prescinde del Magisterio apostólico, de las enseñanzas de la Tradición, del sensus Ecclesiæ, y solo se atiene en la práctica a las normas del historicismo y del análisis crítico y filológico, cualquier resultado, y su contrario, es posible. Nos quedamos sin la Biblia. Es la perfecta arbitrariedad. Es la confusión del libre examen, que no tiene por qué tener un lugar en la Iglesia Católica.
«No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios» (Ef 4,30). El Espíritu Santo, que es «el Espíritu de la verdad» (Jn 16,13), se entristece al ver tantos errores dentro de la Iglesia Católica, y quiere que se ponga término eficaz a su difusión, de tal modo que todos los fieles puedan oir con facilidad la voz de Cristo, que «nos habla desde el cielo» (Heb 12,25).
Las leyes de la Iglesia católica
Hoy es igualmente urgente aclarar si las leyes eclesiásticas tienen en realidad un valor preceptivo, obligatorio en conciencia, o si sólo tienen un valor meramente orientativo.
Según esto, los Pastores han de decidir si quieren que su Iglesia local sea católica, y cumpla las leyes de la Iglesia universal, viendo en ellas una ayuda para la unidad y el crecimiento espiritual de los fieles, o si se resignan a que su comunidad eclesial se configure al modo protestante.
Las dos vías son posibles. Y ya se comprende que el Obispo, ineludiblemente, ha de dar una respuesta a este dilema: o sigue en su Iglesia la vía católica o la protestante. No vale que diga elegir la forma católica, si luego realiza la protestante. Tampoco vale que reconozca el valor salvífico de las leyes en la Iglesia, si luego estima siempre que no conviene exigirlas, ni inculcarlas, ni sancionar su incumplimiento.
Si el Obispo, en tantas cuestiones doctrinales o disciplinares, no da el ejemplo primero de obediencia a la Iglesia, y a su vez no urge suficientemente la obediencia a la ley eclesial –en la catequesis, en la predicación, en el gobierno pastoral–, ni sanciona en modo alguno a quienes habitualmente la quebrantan, está claro: elige el modo protestante de comunidad cristiana, y renuncia al modo católico, quizá porque lo considera irrealizable. O posiblemente incluso porque lo estima, en principio, inconveniente.
«Los fieles, decía Pablo VI, se quedarían extrañados con razón si quienes tienen el encargo del episcopado –que significa, desde los primeros tiempos de la Iglesia, vigilancia y unidad–, toleraran abusos manifiestos» (17-IV-1977). Exhortaciones semejantes ha repetido Juan Pablo II muchas veces a los Obispos en visita ad limina.
Lo mismo digamos del párroco, del padre de familia, del superior religioso, de la asociación de laicos, que no respetan la ley de la Iglesia. Se quedan, de hecho, en la enseñanza de Lutero: ninguna ley; sola gratia.
El Espíritu Santo, que es «el Espíritu de la unidad», se entristece al ver tantas desobediencias y divisiones dentro de la Iglesia Católica, y quiere y puede ponerles término eficaz. Unos colaboran con el Espíritu Santo, pero otros le resisten.
Veamos, pues, seguidamente algunas cuestiones concretas doctrinales y disciplinares, hoy especialmente necesitadas de reorientación y reforma en la Iglesia.
Cielo e infierno
Casi siempre que Cristo predica, lo hace con clara referencia a la salvación y a la condenación finales. En muchas Iglesias, sin embargo, esta dimensión soteriológica ha desaparecido prácticamente, tanto de la catequesis como de la predicación. Y ese silencio crónico sobre parte tan central del mensaje de Cristo implica una de las más graves falsificaciones actuales del Evangelio.
El Cardenal Rouco, Arzobispo de Madrid, en una conferencia dada en El Escorial sobre «La salvación del alma», reconoce el hecho: «Probablemente los jóvenes no hayan escuchado nunca hablar de la salvación del alma en las homilías de sus sacerdotes». Y concluye afirmando: «La Iglesia desaparece cuando grupos, comunidades y personas se despreocupan de su misión principal: la salvación de las almas» (30-VII-2004).
Así es. Imposible será, pues, «una nueva evangelización» en tanto no se recupere esa verdad de la fe, que está presente en todo el Evangelio y en la Tradición de la Iglesia.
Cristo quiere en su Iglesia seguir llamando a los pecadores, para que se conviertan y para que no se pierdan ni aquí ni en la vida eterna: «si no os arrepentís, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3.5). O se transmite su llamada a los hombres o se procura silenciarla. No hay más opciones.
Purgatorio
Muchos hoy no creen en la existencia del purgatorio: «nuestro hermano fallecido goza ya de Dios en el cielo». En no pocas catequesis no se enseña el purgatorio, o simplemente se niega.
Gran error. Eso es doctrina protestante, normal en una comunidad protestante. Pero el Obispo que quiera ser católico tendrá que vencer cuanto antes en su Iglesia esa herejía. Que ésta pueda durar y perdurar largo tiempo en parroquias católicas es un gran escándalo. Y el Espíritu Santo quiere eliminar ese error, de tal modo que se predique abiertamente y cuanto antes la fe católica. Creer en la realidad del purgatorio, conocer las grandes penalidades que en él se sufren, y predicar al pueblo esta verdad de la fe es premisa necesaria para la renovación de la Iglesia Católica.
Moral católica
Ya hemos señalado anteriormente la amplia difusión de errores morales entre sacerdotes y laicos. Ahora bien, enseñar la verdadera doctrina, refutar los errores, frenar eficazmente a quienes los difunden e impedir que los fieles les sigan para su perdición, es uno de los deberes principales de los Pastores.
No haría nada de más la Iglesia –o un Obispo particular por su cuenta–, si elaborase un cuestionario sobre temas de fe y costumbres, y antes de conferir las Órdenes sagradas, se asegurase bien de la doctrina católica del candidato en aquellos temas que hoy están más inficionados por el error. Si el candidato no está firme en la fe de la Iglesia, es un grave deber no ordenarlo.
El Espíritu Santo, que «nos guía hacia la verdad completa» (Jn 16,13), quiere que cuanto antes cesen los errores y vuelva a resplandecer en la Iglesia la verdadera moral católica.
Historia de la Iglesia
A las numerosas falsificaciones que en algunas Iglesias corren en materias de fe y moral, ha de añadirse con frecuencia una visión de la historia falsificada, normalmente en clave liberal o marxista. Ello implica una denigración continua de la Iglesia, pues su historia es vista por los ojos de sus enemigos. La denigración, por ejemplo, de la Iglesia acerca de la dignidad de la mujer en ella, aunque puede ser refutada con eficacísimos argumentos y datos históricos, encuentra demasiadas veces dentro de la misma Iglesia una aceptación ignorante y cómplice.
De este modo, a los errores dogmáticos y morales, se añaden los errores históricos. Por ejemplo: la Iglesia solo progresa en la medida en que se seculariza y se asemeja al mundo en todo. La Iglesia es la última que asume los progresos de la humanidad. La Edad Media, en gran medida configurada por la fe cristiana, es una época bárbara y oscurantista, y la verdadera libertad y civilización llegan con la Ilustración, la Revolución Francesa y el liberalismo. En el enfrentamiento del modernismo con el Magisterio de la Iglesia, hubo errores por ambas partes, pero, desde luego, más graves por parte de la Iglesia, que no supo ver... Etc.
Con ocasión del Quinto Centenario de la Evangelización de América se pudo comprobar hasta qué punto en muy amplios campos católicos está falsificada esa historia de la Iglesia en forma peyorativa.
¿En cuántos Seminarios, Noviciados y Facultades, en cuántos centros de catequesis, la historia de la Iglesia –la historia sagrada de la Iglesia– es explicada, concretamente, por agentes del liberalismo?
Pero ninguna posibilidad hay de nueva evangelización sin una recuperación previa de la interpretación verdadera y católica de la historia de la Iglesia y del mundo. ¿Qué fuerza persuasiva pueden tener aquellos evangelizadores que ven en la Iglesia un obstáculo histórico para el desarrollo de la humanidad?
La historia sagrada de Israel no puede ser entendida por ojos profanos,y la misma Biblia es la que nos da las claves de su interpretación verdadera. Pero la historia sagrada ¡no terminó al llegar Cristo!... Por eso, igualmente, la historia sagrada de la Iglesia ha de ser conocida e interpretada a la luz de la razón iluminada por la fe. Es una historia teológica, y las visiones profanas de ella solo alcanzan a falsificarla.
El Espíritu Santo se indigna cuando ve que la historia sagrada de la Iglesia, que Él mismo ha escrito, es falsificada e interpretada según el mundo. Y ayuda con su fuerza poderosa a quienes pretenden recuperar la verdadera historia de la Iglesia.
Misiones y ecumenismo
Cristo nos mandó y nos manda: «id a todo por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15).
Prædicare (que viene de dicare, derivado de dicere), significa decir, más aún, decir con fuerza, proclamar, decir con autoridad, solemnemente, con insistencia. Por supuesto que los enviados de Cristo también hemos de dialogar con todos, con amor, con paciencia y amabilidad. Pero ante todo hemos sido enviados por Él para predicar el Evangelio a todos los hombres, a todos los pueblos.
Hemos, pues, de predicar a los animistas que hay un solo Dios vivo y verdadero, y que sus ídolos no tienen vida, ni son dioses, ni pueden salvar, ni deben ser adorados. Hemos de predicar a los judíos que no van a salvarse por el cumplimiento de la Ley mosaica, sino por el Mesías salvador, que ya ha venido y que es nuestro Señor Jesucristo. Hemos de predicar a los protestantes que la fe sin obras buenas está muerta y no salva, que Cristo está presente en la eucaristía, que la eucaristía es el mismo sacrificio de la Cruz, que los sacramentos de la salvación son siete, que hay purgatorio, que las Escrituras sagradas, sin la guía de la Tradición y del Magisterio, no son inteligibles, y que la fe, sin obediencia a la autoridad docente de los apóstoles, no es propiamente fe, sino opinión. Hemos de predicar al Islam que en Dios hay tres personas divinas, y que la segunda se hizo hombre, y es el único Salvador del mundo. «Con oportunidad o sin ella», hemos de predicar a toda criatura (2Tim 4,2).
Bueno y prudente es sumar el diálogo y la predicación. Pero aquella Iglesia, en la que el diálogo sustituye a la predicación, y que prácticamente no se atreve ya a predicar el Evangelio a todos los hombres, llamándolos a conversión, desobedece a Cristo, está resistiendo al Espíritu Santo, se irá acabando, no tendrá vocaciones, ni los padres tendrán hijos...
También la Iglesia antigua, tan poderosamente evangelizadora, conocía y practicaba el diálogo, y no se limitaba a la predicación. Pero los antiguos Diálogos, que incluso encontramos por escrito en los comienzos de la Iglesia –en la mitad del siglo II, por ejemplo, el Diálogo con Trifón, de San Justino, o el Diálogo de Jason y Papisco sobre Cristo, escrito por Aristón de Pella – eran en realidad apologías del cristianismo, en las que se pretendía la conversión de los interlocutores y la refutación de sus errores.
La urgencia de la conversión –y de la llamada a la conversión, consiguientemente– es un dato continuo en los escritos del Nuevo Testamento. Llamando a conversión es como comienza tanto la predicación del Bautista como la de Jesús: «convertíos, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt 3,2; Mc 1,15). Y así continua la predicación de los apóstoles, como San Pablo:
«Yo te envío para que les abras los ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y parte en la herencia de los santificados» (Hch 26,1 . «Dios, habiendo disimulado los tiempos de la ignorancia, ahora intima a los hombres que todos en todo lugar se arrepientan» (Hch 17,30).
La conversión que el Espíritu Santo pretende operar en los hombres por el ministerio de los apóstoles es meta-noia, es decir, un cambio de mente, antes aún que un cambio de costumbres. Lo que la evangelización procura es que los hombres acepten «los pensamientos y los caminos de Dios», que distan tanto de los humanos, como el cielo de la tierra (Is 55, . La lógica del Logos divino difiere tanto de la lógica humana como la luz de las tinieblas. Por eso el Apóstol dice a los filipenses:
«hijos de Dios sin mancha, en medio de esta generación perversa y adúltera, vosotros aparecéis como antorchas encendidas, que llevan en alto la Palabra de la vida» (Flp 2,15).
Por eso, «¿qué hay de común entre la luz y las tinieblas?» (2Cor 6,14). En este sentido, la sustitución sistemática de la predicación por el diálogo, y la exclusión en la predicación de toda finalidad de conversión –o como suele decirse, de todo proselitismo– es hoy una gran infidelidad al Evangelio, es una vergüenza, un escándalo.
«Los misioneros no pretendemos la conversión de los paganos. Eso era antes. Cuántas veces ellos, los paganos, sin bautismo y sin misa, son bastante mejores que nosotros. Lo que buscamos, pues, es participar de sus vidas y ayudarles en todo lo que podamos, sabiendo que muchas veces más tenemos nosotros que aprender de ellos que de enseñarles nada».
Así piensan no pocos de los que han sido enviados por Cristo con una clara misión: «enseñad a todas las naciones... en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado» (Mt 28,19-20).
La posición de estos «misioneros» respecto a la evangelización destruye prácticamente la misión apostólica, y necesariamente tiene que ser falsa, pues dista años-luz de la actitud de Cristo, Pablo, Bonifacio, Javier. Nos vemos, pues, en la obligación de asegurar que la disidencia en la doctrina y en la práctica de las misiones respecto de la doctrina de la Iglesia ha ido haciéndose abismal en los últimos años (1965, decreto conciliar Ad gentes; 1975; exhortación apostólica Evangelii nuntiandi; 1990,encíclica Redemptoris missio).
Pero el Espíritu Santo, el «glorificador de Cristo» (Jn 16,14), el «unificador de la Iglesia», quiere eliminar ese falso ecumenismo, y fortalecer el verdadero impulso misionero que busca la verdadera unidad de los cristianos y de los pueblos en la plena verdad de Cristo.
Predicación a los judíos
Si el Señor nos manda predicar el Evangelio a todos los pueblos, tendremos que predicarlo también, evidentemente, a los judíos. Así lo hicieron Cristo, Esteban, Santiago, Pablo... con los resultados que ya conocemos. En este sentido, parece algo especialmente grave que hoy en la Iglesia muchas veces se renuncie, de hecho, a predicar a los judíos el evangelio de la conversión, y que solo se pretenda por el diálogo estar con ellos en relación de agradable amistad. Se diría que evangelizar a los judíos –lo más amoroso y benéfico que se les puede hacer– viene a ser antisemitismo.
¿Como Cristo, Esteban o Pablo, no amaban a su pueblo Hermann Cohen, los hermanos Ratisbonne o los hermanos Lémann, judíos conversos al cristianismo, que predicaron el Evangelio a sus hermanos con toda su alma?
Otros hay que se niegan a evangelizar a los judíos, creyendo que así los estiman y respetan más –y que, de paso, van a ahorrarse así muchos disgustos–. En un coloquio organizado por el International Council of Christians and Jews (8-IX-1997), un Cardenal expone la conferencia «¿El cristianismo tiene necesidad del judaísmo?». Y contesta a esa pregunta:
«Sin dudar respondo que sí, un sí franco y sólido, un sí que expresa una necesidad vital y, diría, visceral... Para mí, el cristianismo no puede pensarse sin el judaísmo, no puede prescindir del judaísmo... Mi fe cristiana tiene necesidad de la fe judía»... .
En la perspectiva del Cardenal, que se declara «lejos de toda teología cristianizante del judaísmo», para afirmar la fe cristiana en Cristo, necesitamos que los judíos nieguen la fe en Cristo, y lo rechacen como el Mesías anunciado por los profetas y esperado como Salvador.
Pero el Espíritu Santo quiere que la predicación del Evangelio a los judíos hecha por Cristo, Esteban, Pablo, o por Cohen, Ratisbonne, Lémann, siga resonando para la gloria de Dios y la salvación de todos.
La Misa dominical
La Iglesia sabe que no hay vida cristiana sin vida eucarística; que la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida sobrenatural en Cristo. Que sin Eucaristía –«si no coméis mi carne y bebéis mi sangre»– los fieles no podrán tener vida, estarán muertos. Y por eso establece secularmente con toda firmeza «el precepto», no el consejo, dominical (Código c.1246).
¿Urgen los pastores sagrados –en la catequesis, en la predicación, en la teología– este deber grave de conciencia? ¿Proponen la aceptación o el rechazo de la Eucaristía como algo de «vida o muerte»? ¿Procuran con máximo empeño que el rebaño de Cristo siga congregado en la Eucaristía, donde escucha la voz del Pastor y le recibe como alimento?
No. Muchos otros deberes morales son urgidos en campañas incomparablemente más apremiantes e insistentes. El resultado es que en no pocas Iglesias locales, si hace treinta años iba a Misa un 50 % de los bautizados, hoy va un 20 o un 10% o mucho menos aún. No podemos acostumbrarnos a esta atrocidad, ni menos aún hemos de considerarla irremediable.
En Libro de la sede, editado en España por la Conferencia Episcopal, se pide en una ocasión: «por la multitud incontable de los bautizados que viven al margen de la Iglesia. Roguemos al Señor» (Secretariado Nal. Liturgia, Coeditores Litúrgicos 1988, misa de Pastores). Esta realidad espantosa –que, al menos en las proporciones actuales, no había sido nunca conocida en la historia de la Iglesia–, es hoy vivida por muchos como una realidad normal, o al menos, digamos, aceptable. Piensan que si algo es, de hecho, y perdura tantos decenios en muchas partes de la Iglesia, no puede ser algo monstruoso. Pero lo es.
Ahora bien, los cristianos que, pudiendo asistir a la Misa, no lo hacen durante años, dan la figura canónica del «pecador público». Y de éstos dice el Código: «a los que obstinadamente persisten en un manifiesto pecado grave» no se les debe dar la comunión eucarística (c.915), ni la unción de los enfermos (c.1007), y a veces tampoco las exequias eclesiásticas (c.1184,1,3º). Es evidente que quienes durante años persisten en mantenerse alejados de la Eucaristía cometen, sin duda, al menos objetivamente, un pecado grave y crónico, público y manifiesto.
Y el que sea una incontable multitud no disminuye la gravedad de la materia. Esa gran mayoría de bautizados, que habitualmente no participan eucarísticamente del Misterio Pascual, es uno de los mayores escándalos de la Iglesia actual; es una vergüenza enorme, que en ninguna época se ha conocido en proporciones semejantes. Pero al ser tan frecuente, «ya no escandaliza», se considera hasta cierto punto normal, y a lo más es tomado como un mal irreversible, ante el cual no merece la pena intentar con empeño ningún remedio. Una vez más, se alude a «la secularización de la vida social», etc. Y hasta ahí se llega en el diagnóstico y en la acción.
Es urgente revitalizar en la catequesis y en la predicación el precepto de la Misa dominical, que obliga en conciencia, y que obliga tan gravemente como grave es la necesidad de la Eucaristía para la vida cristiana. No hay vida cristiana verdadera que no sea vida eucarística. Y esto es así con precepto dominical y sin él. Es así.
¿No será un sacrilegio, en el sentido más estricto de la palabra, autorizar el sacramento del matrimonio a personas que no van a Misa, y que tienen la firme determinación de mantenerse alejados de ella habitualmente? De eso modo se autoriza el sacramento del matrimonio a quienes se sabe con certeza moral que lo van a profanar. ¿No tendrá el párroco una obligación grave de comprobar el vínculo habitual de los novios con la Eucaristía, al menos en la intención hacia el futuro, a la hora de autorizar un nuevo matrimonio sacramental?
El Espíritu Santo quiere restaurar la unidad de la Iglesia y la santidad del matrimonio en la unión vivificante de la Eucaristía.
Adoración eucarística
No pocas son las parroquias que, fuera de la Misa, jamás realizan ningún acto de culto a Cristo, realmente presente en la eucaristía. A veces ni tienen custodia. Y si algunos cristianos piden a su párroco actos comunitarios de adoración eucarística, no será raro que reciban un rechazo total, no de una mera negación acerca de su dificultad práctica, sino de principio: «La adoración eucarística... Eso está superado. Es anticonciliar. Es una devoción privada, que la parroquia, como tal, no tiene por qué cultivar».
Es una vergüenza y un escándalo la frecuencia y la impunidad de estas actitudes. El Obispo «debe sancionar» a ministros que así desprecian la doctrina y la disciplina litúrgica de la Iglesia. Si en materia tan grave, y seguramente en otras también, les permite disentir impunemente, no se queje después si la Iglesia local se va desmoronando. Por el contrario, si no hay otro remedio, suspenda al párroco, pues mejor están solas las ovejas que «cuidadas» por un lobo.
El Espíritu Santo aborrece la soberbia y la desobediencia, sobre todo en los Pastores, y quiere que la adoración eucarística, tal como la Iglesia la enseña y la vive, sea acogida dócilmente por todos los sacerdotes y fieles católicos.
Comunión eucarística sin penitencia sacramental
En la edad media y en la época moderna, antes arraigó en la Iglesia la confesión frecuente que la comunión frecuente. La Regla de Santa Clara, por ejemplo, prescribe para cada año doce confesiones y siete comuniones. Sabido es que la comunión eucarística frecuente y aún diaria, después de siglos de dubitación en el tema, es recomendada felizmente por el decreto de San Pío X Sacra Tridentina Synodus (1905).
Pero hoy no se conocen –es decir, no se recuerdan, no se obedecen– las condiciones morales que la Autoridad apostólica exige para que la comunión eucarística, y especialmente la comunión frecuente, venga a ser aconsejable y benéfica (DS 3375-3383).
La comunión eucarística generalizada, sin confesiones sacramentales previas, es uno de los mayores males que afectan a no pocas Iglesias. Es un gran escándalo, un gran sacrilegio, del que muy especialmente habrán de responder los Obispos y párrocos. Así lo entiende el Apóstol: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente... come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles, y no pocos mueren» (1Cor 11,27-30)
¿Hasta cuándo vamos a seguir así? El Espíritu Santo no quiere en la Iglesia sacrilegios, y menos aún sacrilegios habituales, sino sacramentos celebrados con un corazón humilde y puro.
Absoluciones colectivas
La generalización en algunas Iglesias locales de la absolución colectiva en el sacramento de la reconciliación es también un grave sacrilegio, un abuso pésimo, que pone en duda la misma validez del sacramento. Es un gran escándalo que en no pocas Iglesias y en muchas parroquias haya, de hecho, solo seis sacramentos, y no siete. Y que ese terrible abuso dure decenios.
El Espíritu Santo aborrece los sacrilegios, y llama siempre a conversión, queriendo dar su gracia para ella. Sabemos que «si alguien profana el templo de Dios, Dios le destruirá» (1Cor 3,16).
Pudor y castidad
«Es ya público que reina entre vosotros la fornicación» (1Cor 5,1). Esta afirmación del Apóstol conviene hoy a no pocas Iglesias locales. Concretamente, conviene a todas las Iglesias que se han quedado afónicas para predicar con fuerza el Evangelio del pudor y de la castidad. No tienen suficiente convicción de fe en la necesidad de estas virtudes como para atreverse a predicarlas ni siquiera a los mismos cristianos. Parece increíble, pero así es.
La castidad, ya lo sabemos, perteneciendo a la virtud de la templanza, está en el primer escalón de la escala de las virtudes. Pero si los cristianos tropiezan en él, se verán impedidos para subir todos los otros escalones más elevados. Por eso hizo muy bien la Tradición católica al fomentar con especial empeño esta virtud en los cristianos principiantes –es decir, en la inmensa mayoría–, y al inculcarles gran horror hacia los pecados de lujuria, castigándolos gravemente en su disciplina pastoral.
También el pudor, poco conocido en el mundo greco-romano, fue eficazmente enseñado en la Iglesia primera. Las mujeres cristianas se distinguían claramente de las mundanas por su pudor y su castidad. Recordemos que la defensa de estas virtudes fue en ellas una de las causas más frecuentes para sufrir el martirio.
Quiso Dios que el hombre caído por el pecado experimentara vergüenza de su propia desnudez. Quiso Dios que los vestidos fueran para el hombre y la mujer una sustitución parcial del hábito del que estaban revestidos por la gracia primera. Quiso Dios que la desnudez fuera vista como grave pecado tanto en Israel como en la Iglesia. Y por eso, por obra del Espíritu Santo y de sus santos pastores, la desnudez impúdica desapareció prácticamente en la historia del pueblo cristiano. Es a mediados del siglo XX, cuando se acelera la descristianización y la apostasía, y cuando más crece el alejamiento masivo de la Eucaristía, es decir, de Cristo, cuando va apagándose en la Iglesia tanto la predicación de estas virtudes, como su práctica.
Es extremo el impudor que actualmente se ha generalizado entre los cristianos en las modas del vestir, en las costumbres de los novios y de los esposos, en la aceptación generalizada de playas y piscinas, en los entretenimientos usuales de diarios y revistas, de cine y televisión, que llegan a inficionar a veces hasta las mismas casas religiosas y sacerdotales. Mejor está, sin duda, el pudor entre budistas, hinduistas o en el Islam, que entre cristianos.
Ésta es hoy una de las mayores vergüenzas de la Iglesia –nunca antes conocida–, pues en muchas partes rechaza el Evangelio del pudor y de la castidad, como si fueran éstas unas virtudes añejas, ya superadas. Donde así está la Iglesia, parece dar por perdida la batalla contra el impudor y la lujuria, ya que apenas lucha por ellas con la invencible espada de la Palabra divina, que todo lo salva y transforma.
San Pablo en Corinto, ciudad portuaria, de mucho dinero y mucho vicio, presidida en la Acrópolis por el templo de Afrodita, en el que se ejercitaba la prostitución sagrada, combate con toda su alma contra la lujuria y el impudor, que, por lo que dice, eran generales entre los cristianos corintios recién conversos (1Cor 5,1).
El Apóstol, después de acusarles de ello, les advierte severamente que, si perseveran en esos pecados, se verán excluidos del Reino de los cielos (6,9-11). Pero sobre todo les exhorta, positivamente, a participar de la castidad de Cristo, recordándoles que son miembros suyos santos (6,1-518), y templos del Espíritu Santo, que de ningún modo deben ser profanados (6,19-20).
No permitirá el Espíritu Santo que el Evangelio del pudor y de la castidad siga silenciado en tantas Iglesias. Él, por medio de los apóstoles, quiere «presentarnos a Cristo Esposo como una casta virgen» (2Cor 11,2).
Anticonceptivos
En Seminarios, Facultades, Editoriales católicas, Librerías religiosas, Cursos Prematrimoniales, Grupos de Matrimonios, así como en la práctica del sacramento de la confesión, se ha difundido tanto el error en graves cuestiones de moral conyugal, que hoy en no pocas Iglesias la mayoría de los matrimonios católicos profanan el sacramento con «buena conciencia». Así se enfrentan con Dios y con su Iglesia, usando habitualmente, cuando lo estiman conveniente, de los medios anticonceptivos químicos o mecánicos, que disocian amor y posible transmisión de vida. También esta profanación generalizada del matrimonio cristiano es sin duda una de las mayores vergüenzas de la Iglesia en nuestro tiempo. Es un escándalo.
En noviembre de 2003 el Obispo de San Agustín (Florida, EE.UU.), Mons. Víctor Galeone, publica una pastoral sobre el matrimonio.
En ella se atreve a decir: «La práctica [de la anticoncepción] está tan extendida que afecta al 90% de las parejas casadas en algún momento de su matrimonio... Puesto que uno de las principales funciones del obispo es enseñar, os invito a reconsiderar lo que la Iglesia afirma sobre este tema». Recuerda seguidamente la doctrina católica, y añade:
«Me temo que mucho de lo que he dicho parece muy crítico con las parejas que utilizan anticonceptivos. En realidad, no las estoy culpando de lo que ha ocurrido en las últimas décadas. No es un fallo suyo. Con raras excepciones, debido a nuestro silencio, somos los obispos y sacerdotes los culpables».
¿También ésta habrá de ser considerada una batalla perdida, perdida sin lucha? No permitirá el Señor que esta epidemia enferme a su santa Esposa, la Iglesia, indefinidamente. Suscitará Obispos y párrocos, teólogos y laicos santos que, con la fuerza del Espíritu Santo, enfrenten decididamente este error y este pecado, venciéndolo con la verdad de Cristo, y aplicando una disciplina pastoral adecuada.
¿Podrá en adelante ser ordenado un Obispo o un presbítero del que no conste que está firmemente dispuesto a difundir la verdad católica sobre el matrimonio, y a combatir los errores y los falsos doctores que la falsifican?
¿Es lícito seguir recibiendo al matrimonio sacramental a novios que están conscientemente determinados a usar anticonceptivos, es decir, que proyectan disociar tajantemente siempre que les parezca oportuno el amor conyugal y la posible transmisión de vida? ¿O que piensan acudir, llegado el caso, a técnicas reproductivas artificiales?
Al realizar el expediente matrimonial, el párroco hace a los novios media docena de preguntas en los escrutinios privados, para que los novios, respondiéndolas adecuadamente y rubricándolas con su firma, hagan constar que van al matrimonio «queriendo hacer lo que la Iglesia quiere». Pues bien, sería necesario que el expediente matrimonial incluyera dos declaraciones firmadas, una sobre la Misa, otra sobre la anticoncepción, que vinieran a decir lo que sigue:
–«Acepto el precepto de la Iglesia sobre la Misa de los domingos y días festivos, y me propongo firmemente cumplirlo».
–«Me comprometo sinceramente a no hacer uso en el matrimonio de medios anticonceptivos físicos o químicos, y a no acudir en ningún caso a técnicas reproductivas artificiales que la Iglesia prohibe».
Unos novios que no van a Misa y que están decididos a seguir ausentes de ella –es decir, que no quieren vivir en la Iglesia–; unos novios decididos a usar cuando les parezca los medios anticonceptivos o las técnicas artificiales de reproducción, no deben ser pastoralmente autorizados al matrimonio sacramental, pues
–hay certeza moral de que en su vida conyugal lo van a profanar; y
–hay un fundamento grave para dudar de la validez de ese matrimonio.
Si los novios no creen ni quieren lo que la Iglesia cree y manda sobre el matrimonio, no están en condiciones de establecer lícitamente en la Iglesia, ni siquiera válidamente, un matrimonio sacramental. Atentarlo, pues, sería –es– un sacrilegio.
Evidentemente, la cláusulas nuevas que sugerimos para los expedientes matrimoniales, en las que los novios reconocen la inmoralidad absoluta de la anticoncepción y de la concepción artificial, son del todo inaplicables en tanto no haya una recuperación general de la moral católica conyugal en Obispos, párrocos y catequistas. Sin ésta restauración de la doctrina católica, es impensable que los párrocos exijan a los futuros esposos una convicción moral que ellos mismos no tienen. Y del mismo modo, es imposible exigir que los novios se comprometan a cumplir unas normas morales que frecuentemente ven negadas o puestas en duda en la Iglesia, en libros, en cursillos prematrimoniales, etc.
Todavía un Obispo, el 16 de febrero de 2004, se muestra en una conferencia «afligido» por «la distancia entre la Iglesia docente y buena parte de la Iglesia discente» en diversas materias de moral conyugal. «Un número apreciable de moralistas participan también, en un grado y otro, de este malestar e “insinúan sobre estas situaciones un juicio moral más benigno” (Valsecchi, 1973). Convendrá, pues, que los teólogos «profundicen» más en estas cuestiones, ayudando al Magisterio, «de tal manera que se acercaran en estos puntos la “traditio” y la “receptio”».
Está claro, pues, que el saneamiento del matrimonio católico, hoy tan gravemente enfermo, ha de comenzar por los Obispos y sacerdotes. Grandes daños causan a los matrimonios los pastores que consideran la doctrina de la Iglesia Católica poco benigna o menos benigna que la de ciertos moralistas. Entre tanto, mientras el Espíritu Santo logra la unidad de los Pastores en la verdad católica de la moral conyugal, habrá que seguir celebrando, en una condescendencia pastoral patética, matrimonios «sacramentales» que contrarían claramente la verdad del matrimonio cristiano. Y ésta es una situación tan gravemente escandalosa, que no puede durar y perdurar.
El Espíritu Santo no quiere más sacrilegios en el sacramento del matrimonio. Quiere que en la Iglesia de Cristo crea firmemente en la verdad de la moral matrimonial y ponga los medios para que no se sigan cometiendo tantos pecados. No quiere que en el matrimonio sacramental sea sistemáticamente profanado, una y otra vez, el amor conyugal, separando lo que Dios ha unido, esto es, el amor esponsal y la posible transmisión de vida. No quiere, al menos, que se siga cometiendo esta perversión con buena conciencia.
La acción política cristiana
En los países descristianizados de Occidente, los católicos llevamos medio siglo viéndonos en la necesidad de abstenernos en las votaciones políticas o de votar a partidos criminales del Estado liberal, que ni respetan la tradición cristiana, ni guardan las normas más elementales de la ley natural. ¿Hasta cuándo va a durar esta ignominia? ¿Acaso es inevitable, como estiman los católicos liberales?
La Bestial liberal separa al pueblo de su pasado histórico, allí donde éste ha sido netamente cristiano, quitándole así su identidad y su alma: disminuye, falsifica o casi elimina el estudio de la historia nacional. La Bestia liberal, es por un lado extremadamente centralista, pero por otro lado, al quitarle el alma a un pueblo, ocasiona que se divida en trozos, en partidos contrapuestos y en regiones egocéntricas. Degrada la escuela y la Universidad, y sofoca la enseñanza privada. Estimula el divorcio, la pornografía, la homosexualidad, el consumismo, la rebeldía, el antipatriotismo y toda clase de perversiones. Por el aborto despenalizado y gratuito, causa la matanza de los inocentes –en España, la Bestia ha asesinado medio millón de niños no nacidos en los últimos diez años–.
La Bestia liberal es intrínsecamente perversa. El Estado del liberalismo es congénitamente inmoral, pues no sujeta su acción, cada vez más amplia e invasora, a ley alguna, ni divina, ni natural. Es una potencia política sin freno, capaz, y así lo viene demostrando, de producir en la sociedad males enormes. Más que promover el bien común, muchas veces fomenta y procura el mal común.
Mírese, por ejemplo, la acción del Estado liberal hacia la juventud. Hace campañas, ya en los adolescentes, en favor de la promiscuidad: «vive el sexo, pero el sexo seguro»; distribuye gratuitamente preservativos; produce y difunde folletos en los que la heterosexualidad, la homosexualidad y la bisexualidad se presentan, científicamente, como formas igualmente válidas de la sexualidad humana. Subvenciona o difunde series televisivas juveniles en las que sistemáticamente se ridiculiza la virtud, la honradez, el empeño trabajador en los jóvenes, y se estimula en ellos, por el contrario, la desvergüenza, la pereza, la lujuria, la rebeldía contra los padres, contra los profesores, contra todo, en un nihilismo prepotente, falso, absurdo, feo, degradado.
Corruptio optimi pessima. Al poder político le corresponde la altísima misión de procurar el bien común. Por eso, cuando este ministerio óptimo se corrompe y es ejercitado de modo perverso, sin sujetarse a norma moral alguna, se transforma en la fuente mayor de los peores males. Y es, desde luego, la causa principal de la descritianización de los pueblos en Occidente.
Y sin embargo, como se describe en Apocalipsis 13, «la tierra entera seguía maravillada a la Bestia» liberal, a quien el Dragón infernal le da poder para «hacer la guerra a los santos y vencerlos». La mayoría de los cristianos, acobardados unos y fascinados los más, aceptan la marca de esta Bestia mundana «en la mano derecha y en la frente», es decir, en sus conductas y pensamientos. Acceden convencidos al servicio de la Bestia, en buena parte porque saben que quienes no adoren públicamente a la Bestia y no acepten la marca de su sello, «no podrán ni comprar ni vender» en el mundo, quedarán marginados y perdidos, y serán finalmente «exterminados». La voluntad influye en el juicio y lo fuerza al error. No quieren ser mártires. Se creen con derecho a no serlo.
En esta situación, sólamente un resto de fieles mártires resisten a la Bestia y no admiten su marca ni en la frente ni en la mano: son «los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17).
El catolicismo liberal siempre ha visto con horror y desprecio el Syllabus del Beato Pío IX (1964). Pero especialmente se ha escandalizado de su último número, el 80, donde el Papa condena la siguiente proposición: «El Romano Pontífice [la Iglesia] puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna» (DS 2980).
Por supuesto que la Iglesia colabora con el progreso científico, técnico, social, etc. ¿Pero qué conciliación cabe entre la Iglesia y una sociedad liberal, herméticamente cerrada a la autoridad de Dios, que en su vida política y cultural ni siquiera reconoce la ley natural, sino que parece complacerse especialmente en pisotearla?
Es obvio que, como dice el Syllabus, entre la Iglesia y la Bestia liberal no puede haber concordia alguna. Siguen, pues, vigentes las palabras del Apóstol: «no os unzáis al mismo yugo con los infieles: ¿qué tiene que ver la rectitud con la maldad?, ¿puede unirse la luz con las tinieblas?, ¿pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo?, ¿irán a medias el fiel y el infiel?, ¿son compatibles el templo de Dios y los ídolos?» (2Cor 6,14-16).
Cuando consideramos la actitud pasada de la Iglesia Ortodoxa en la Unión Soviética, nos parece lamentable que no se enfrentase más abiertamente con la Bestia comunista. Los sucesores de los Apóstoles se daban la mano con los Jerarcas soviéticos y se dejaban fotografiar sonrientes con ellos. Los campos de concentración, las arbitrariedades inauditas de la KGB, el ostracismo, la cárcel, los genocidios y las deportaciones masivas, la persecución de sacerdotes y laicos cristianos, la promoción del ateismo y del aborto, no eran suficientes para que se distanciaran totalmente –ateniéndose a las consecuencias– de tantos horrores. Las razones alegadas eran claras: «si no salvamos la propia vida, se apaga totalmente en nuestra patria el Evangelio y cesa la celebración de la Divina Liturgia».
Cuando se considere dentro de unos años la actitud de algunas regiones de la Iglesia Católica, parecerá lamentable que ésta no se enfrentase allí más abiertamente con la Bestia liberal. Dar la mano, la sonrisa y la imagen de concordia a políticos responsables de tan graves crímenes –no pocos de ellos se dicentes cristianos–; establecer con ellos acuerdos, que se declaran «satisfactorios»; no impedir que el voto de los católicos sostenga y haga posible tantas infamias, se verá con pena, vergüenza y lamentación. Y las razones alegadas, «salvar la vida de la Iglesia, el mantenimiento de los sacerdotes y de los templos, la vida litúrgica, asistencial, apostólica», etc., no se estimarán convincentes, sino falsas y cobardes.
El siglo XX, él solo, ha dado, con gran diferencia, más mártires cristianos que todos los siglos precedentes. Pero junto a esta oleada de fidelidad extrema, se ha dado en la Iglesia una oleada de apóstatas, también en proporciones nunca conocidas. La vocación al martirio ha sido rechazada por los innumerables cristianos que han aceptado en su frente y en su mano la marca de la Bestia liberal.
Pero es indudable que la vocación martirial ha sido muy particularmente escasa en la mayoría de los políticos cristianos. No han luchado por la verdad y el bien del pueblo. No se les ven cicatrices, sino prestigio mundano y riqueza. Sin mayores resistencias –pues tienen que «guardar sus vidas», para así continuar sirviendo al Reino de Cristo en el mundo–, han dejado ir adelante políticas perversas con sus silencios o complicidades. Han tolerado agravios a la Iglesia que no habrían permitido contra una minoría islámica, budista o gitana. Se han mostrado incapaces no sólo de guardar en lo posible un orden cristiano –formado durante siglos en naciones, a veces, de gran mayoría cristiana–, sino que ni siquiera han procurado proteger lo más elemental de un orden natural, destrozado más y más por un poder político malvado. E incluso han obrado así también cuando han tenido mayoría parlamentaria, pues no querían perderla.
La Democracia Cristiana de Italia, que ha gobernado durante casi toda la segunda mitad del siglo XX, ha sido sin duda una referencia muy importante para todos los políticos católicos del mundo. Pues bien, viniendo a un caso concreto, en 1994, perdido ya el poder, y siendo presidente de Italia el antiguo democristiano Oscar Luigi Scalfaro, dirige al Congreso un notable discurso en el que aboga por el derecho de los padres a enviar a sus hijos a colegios privados, sin que ello les suponga un gasto adicional.
El valiente alegato de este eminente político fue respondido por una congresista católica, recordándole que, habiendo sido él mismo ministro de Enseñanza, «tendría que explicar a los italianos qué es lo que ha impedido a los ministros del ramo, todos ellos democristianos, haber puesto en marcha esta idea», siendo así que la Democracia Cristiana, sola o con otros, ha gobernado Italia entre 1945 y 1993. En casi cincuenta años, por lo visto, la DC italiana no ha hallado el momento político oportuno para conseguir –para procurar al menos– la ayuda a la enseñanza privada, un derecho natural tan importante.
¿Cómo puede explicarse la inoperancia casi absoluta de los cristianos de hoy en el mundo de la política y de la cultura? Llevamos más de medio siglo elaborando «la teología de las realidades temporales», hablando del ineludible «compromiso político» de los laicos, llamando a éstos a «impregnar de Evangelio todas las realidades del mundo secular». Y sin embargo, nunca en la historia de la Iglesia, al menos después de Constantino, el Evangelio ha tenido menos influjo que hoy en la vida del arte y de la cultura, de las leyes y de las instituciones, de la educación, de la familia y de los medios de comunicación social. ¿Cómo se explica eso?
¿Hasta cuándo esta Bestia liberal será alimentada por los votos de los ciudadanos católicos? La respuesta es simple: esa miseria será inevitable hasta que exista alguna opción política cristiana. ¿Pero y por qué esta opción política cristiana se tiene por imposible o por inconveniente? ¿Es que ha de prolongarse indefinidamente la absoluta impotencia política del pueblo cristiano?
No dejaremos estas preguntas en el aire. Trataremos de darles respuestas verdaderas.
1. El catolicismo liberal es inerte en la política, porque se ha mundanizado completamente en su mentalidad y costumbres. Ignora y desprecia la tradición doctrinal y espiritual católica, asimila las mentiras del mundo, y no tiene nada que dar al mundo secular. En su ambiente no hay ya filósofos ni novelistas, ni tampoco polemistas que entren en liza con las degradaciones mentales y conductuales del mundo actual, por el que se siente admiración y enorme respeto. Los católicos liberales son incapaces de actuar como cristianos en política, en el mundo de la cultura y de la educación, en los medios de comunicación, pues son «sal desvirtuada, que no vale sino para tirarla y que la pise la gente» (Mt 5,13).
Gracias a los católicos liberales, en pueblos de gran mayoría católica ha podido entrar en la vida cívica, sin mayores luchas ni resistencias, y legalizadas por el voto de los católicos, una avalancha de perversiones incontables, contrarias a la ley de Dios y a la ley natural. También el Poder contrario a Dios y a su Iglesia ha podido gobernar durante muchos decenios a pueblos de gran mayoría católica, como México o Polonia, sin que los católicos liberales de todo el mundo se rebelaran por ello mínimamente.
Es obvio: cuando los católicos más ilustrados, clero y laicos, asimilan el liberalismo y asumen la guía del pueblo, cesa completamente la acción política de los fieles.
2. Mientras se evite en principio, como un mal mayor, la confrontación de la Iglesia con el mundo, no es posible que se organice ninguna opción política cristiana. Una acción de los cristianos en el mundo secular, sobre todo si se produce en forma organizada y con medios importantes, es imposible sin que se produzca una cierta confrontación entre la Iglesia y la sociedad actual. Ahora bien, si se exige, como norma indiscutible, que la Iglesia se relacione con el mundo moderno en términos de amistad y concordia; si por encima de todo se pretende evitar cualquier confrontación con el mundo –y, por tanto, dicho sea de paso, cualquier modo de persecución–, entonces es totalmente imposible la acción política de los cristianos en el mundo, y mucho menos en formas organizadas.
Pero esto es, simplemente, horror a la cruz. Esto es una fuga sistemática del martirio por exigencias semipelagianas: «hay que proteger sana y prestigiada ante el mundo “la parte” humana de la Iglesia, para que así pueda transformar la sociedad».
3. Es necesario que los votos católicos se unan para procurar el bien común en la vida política. O dicho en otras palabras: es ya absolutamente intolerable que los votos católicos sigan sosteniendo el poder de la Bestia liberal. Hubo un tiempo en que el Poder político era un bien; más tarde vino a ser un mal menor; actualmente es el mal peor que actúa en las naciones.
Ningún voto de católicos siga, pues, apoyando partidos que sostienen la Bestia liberal y que fomentan el divorcio, el aborto, la eutanasia, la educación laicista y toda clase de atrocidades y perversidades.
Pero para eso a los católicos hay que facilitarles la posibilidad de votar a un partido cristiano o bien a una pluralidad de partidos y asociaciones políticas cristianas, que se unan en coalición electoral.
No basta, pues, de ningún modo, en la situación actual, con decirles a los fieles que «voten», y que «voten en conciencia». Es necesario hacer posible una canalización digna del voto político de los católicos, para que el pueblo fiel se empeñe en la promoción de un bien. Por fin entonces se verá libre de la siniestra necesidad de votar una y otra vez –durante generaciones– siempre males, sean males menores o mayores. ¿Hasta cuando esta ignominia?
La organización del pueblo católico para hacer eficaz y poderosa la acción de la Iglesia en el campo social y político dió lugar en el siglo XIX y comienzos del XX a un gran número de movimientos, asociaciones, partidos. Los Vereine, la Asociación Católica de Alemania, los anuales Katholikentag, el Zentrum, la Association catholique de la jeunesse française, el Movimento Cattolico, la Opera dei Congressi e dei comitati cattolici, la Acción Católica, la Obra de los Círculos Católicos de Obreros, la Catholic Social Guild y tantas otras asociaciones, con mayor o menor acierto, consiguieron a veces importantes victorias, librando batallas a veces muy fuertes y prolongadas. Los partidos laicistas tenían que contar con el voto católico, porque muchas veces sin él ni siquiera podían gobernar.
Pero esa organización es hoy anatematizada por los católicos-liberales, que en el mundo moderno se encuentran como pez en el agua: hablan de regresos al «integrismo», al «ghetto», a la preconciliar confrontación «Iglesia-mundo». Han conseguido, pues, que éste sea un tema tabú: intocable. Mencionarlo siquiera es eclesiásticamente incorrecto. Desde luego, si esa organización del voto católico cristalizara, ellos perderían todas sus prebendas –aunque no; lo más probable es que se adaptarían, incluso de buena fe, a las nuevas organizaciones católicas: son corchos insumergibles–.
La posición de los políticos católicos italianos en la segunda mitad del siglo XX ha sido paradigma para todas las demás naciones de mayoría católica. Por eso nos interesa especialmente considerarla, aunque sea muy brevemente. Ángel Expósito Correa analiza en el artículo La infidelidad de la Democracia Cristiana Italiana al Magisterio de la Iglesia (revista «Arbil», nº 73). No se arriesga en él a formular juicios, quizá temerarios, sobre las intenciones de los jefes históricos de la DC italiana; simplemente reproduce declaraciones de ellos mismos, en las que se ufanan de haber puesto el voto de los católicos al servicio del liberalismo, para configurar una sociedad laica y secularizada. Ciertamente lo han conseguido, propiciando que Italia haya perdido los caracteres religiosos, culturales y civiles –hasta el latín ha perdido–, que constituyen su identidad histórica:
Alcide De Gasperi (1881-1954), político italiano, presidente democristiano del Gobierno (1945-1953): «La Democracia Cristiana es un partido de centro, escorado a la izquierda, que saca casi la mitad de su fuerza electoral de una masa de derechas».
Ciriaco de Mita, ex-secretario de la DC y varias veces miembro del Gobierno y primer ministro (1988-1989): «El gran mérito de la DC ha sido el haber educado un electorado que era naturalmente conservador, cuando no reaccionario, a cooperar en el crecimiento de la democracia [liberal]. La DC tomaba los votos de la derecha y los trasladaba en el plano político a la izquierda».
Francesco Cossiga, presidente de la República (1985-1992): «La DC tiene méritos históricos grandísimos al haber sabido renunciar a su especificidad ideológica, ideal y programática. Las leyes sobre el divorcio y el aborto han sido firmadas todas por jefes de Estado y por ministros democristianos que, acertadamente, en aquel momento, han privilegiado la unidad política a favor de la democracia, de la libertad y de la independencia, para ejercer una gran función nacional de convocación de los ciudadanos».
Toda esa manipulación fraudulenta del electorado católico, para conseguir que apoye lo que no quiere, la secularización de la sociedad a través del Estado liberal, se ha hecho con gran suavidad y eficacia. El fraude se ha consumado a través de fórmulas políticas altamente sofisticadas: la «apertura a la izquierda», el «compromiso histórico», las «convergencias paralelas», los «equilibrios más avanzados», etc. Éstos y muchos otros datos ofrecen, pues, a Expósito fundamento real para afirmar que,
«el triunfo de las dos corrientes modernistas [católicos liberales y democristianos] en el mundo católico es sin lugar a dudas una de las causas principales de la crisis de evangelización de la Iglesia y, por tanto, de la secularización del mundo occidental y cristiano. Lo que innumerables documentos y encíclicas papales denunciaban ser los peligros de las ideologías para la sociedad y la Iglesia, fueron desoídos por estas minorías iluminadas que por una serie de circunstancias y factores acabaron imponiendo sus criterios a una buena parte del mundo católico».
La verdadera realidad de la vida del mundo y de la política es expresada por el Concilio Vaticano II con graves palabras, cuando afirma que «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor [cf. Mt 24,13; 13,24-30 y 36-43], hasta el día final» (GS 37). Lo mismo se dice en el Apocalipsis, el libro más «actual» del Nuevo Testamento. Podemos hoy ignorar esa lucha, hacer como si no existiese; podemos incluso negarla, afirmando la perfecta posibilidad de acuerdo entre la Iglesia y el mundo moderno. Pero la realidad de la verdad permanece, por encima de todas las falsificaciones, ignorancias y mentiras.
–Sólamente en el marco de esta lucha real, políticamente escenificada con toda claridad, entre los hijos de la luz –que respetan la ley de Dios y de la naturaleza– y los hijos de las tinieblas –que pretenden ser como dioses y no respetan ley alguna– surgirán numerosas vocaciones políticas, intelectuales, sociales, periodísticas, etc. Y también sacerdotales y religiosas.
–Sólamente en un histórico escenario político semejante, que hace visible la invisible batalla secular entre los hijos de Dios y las tinieblas, podrán ser aplicadas las preciosas doctrinas de la Iglesia sobre la acción de los laicos en el mundo (Vaticano II, Gaudium et spes, Apostolicam actuositatem; Juan Pablo II, Christifideles laici; etc.). En cambio, negada por principio la conveniencia y la necesidad de esa confrontación, esas doctrinas quedan necesariamente inertes, inaplicadas, inaplicables.
–Sólamente en este planteamiento podrán los Obispos prohibir eficazmente el voto en favor de los partidos inmorales. En otros tiempos se dieron estas prohibiciones y fueron en gran medida obedecidas. Si hoy son prácticamente imposibles, es porque el acuerdo con el mundo es considerado conditio sine qua non para cualquier planteamiento político, social y cultural netamente cristiano. Y así, como hemos dicho, el pueblo católico se ve año tras año inexorablemente obligado o bien a abstenerse o bien a votar en favor del mal, sea éste menor o mayor.
–Sólamente admitiendo a todos los efectos esa confrontación experimentarán Obispos y fieles su inmensa potencia política, al menos en países de mayoría o de grande minoría católica.
¿Qué sucedería si un Obispo publica una pastoral en la que prohibe a sus fieles consumir los productos de una cierta empresa, cuya publicidad es abiertamente pornográfica? «No compre MDMD. Fomentaría usted la pornografía». Con frecuencia las empresas operan con un estrecho margen de viabilidad. Una pequeña y sostenida disminución en las ventas puede llevarles a la quiebra. Lo más probable es que MDMD, pensándolo mejor, suprimiera la sucia publicidad que practica. Y que la ciudad quedara limpia de carteles obscenos. Es lo más probable.
La potencia, hoy en gran medida inhibida, de la Iglesia en cuestiones sociales, culturales y políticas podría ser grandísima; pero ella misma se anula, se cohibe, si a causa de errores doctrinales y complejos históricos, procura por encima de todo evitar cualquier manera de confrontación con el mundo moderno.
–Sólamente también en esos planteamientos renovados podrá resurgir el Magisterio católico sobre la doctrina política, que tuvo formidables desarrollos filosóficos y teológicos en los cien años que van de mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX, pero que en la segunda mitad del siglo XX casi ha desaparecido de la enseñanza de la Iglesia.
Esta disminución tan marcada del Magisterio en temas de doctrina política puede apreciarse claramente repasando en obras como la colección de Doctrina Pontificia - Documentos políticos, publicada por la B.A.C. en Madrid, en 1958, los principales documentos políticos del magisterio del Beato Pío IX (1846-1878), de León XIII (1878-1903), de San Pío X (1903-1914), de Benedicto XV (1914-1939), de Pío XI (1922-1939) y de de Pío XII (1939-1958). La obra, en 1.050 páginas, reúne 59 documentos, de los cuales 25 son encíclicas. Documentos, decimos, sobre doctrina política.
Desde entonces, el Magisterio pontificio ha publicado encíclicas importantes sobre temas sociales y económicos (Mater et Magistra, Pacem in terris, Populorum progressio, Octogesima adveniens, Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Centesimus annus), pero ha tratado muy escasamente la doctrina propiamente política. En el magisterio de Juan Pablo II cabe destacar los números 44-47 de la encíclica Centessimus annus (1991), así como los 68-72 de la encíclica Evangelium vitæ (1995), y la breve Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, de la Congregación para la Doctrina de la Fe (2002).
En fin, reconocemos que hay no pocos elementos discutibles en los análisis y soluciones que en esta compleja cuestión hemos expuesto brevemente. Pero lo que está claro es que por el camino político de la concordia y de la complicidad con el mundo, propugnado por los católicos liberales, se llega inevitablemente a la corrupción y a la ignominia.
La apertura del Jubileo de los Políticos, celebrado en Roma en 2000, fue significativamente confiada al presidente del Comité de Acogida de este Jubileo, el siete veces primer ministro de Italia y actual senador vitalicio, Giulio Andreotti, paradigma de los políticos cristianos de la segunda mitad del siglo XX. Éste es aquel eminente político católico que, allí mismo, en Roma, en 1978, firma para Italia la ley del aborto, que autoriza a perpetrarlo legalmente durante los noventa primeros días de gestación... Hace pocos años reconocía su grave error: «Espero que Dios me perdone».
El Espíritu Santo está queriendo renovar la faz de la tierra. Está deseando infundir en Pastores y laicos católicos la inmensa fuerza benéfica de Cristo, Rey del universo. Quiere potenciar una gran acción política cristiana, realizadora de grandes bienes para el pueblo, liberadora de terribles cautividades y miserias, suscitadora de entusiastas vocaciones laicales y pastorales.
Vocaciones sacerdotales y religiosas
Otra de las mayores vergüenzas de muchas Iglesias de hoy es que no tengan jóvenes y muchachas en las comunidades cristianas que estén en condición espiritual idónea para escuchar la llamada de Cristo y para seguirle dejándolo todo.
Y ese escándalo, como está sobradamente comprobado, solo desaparece en aquellas Iglesias que se reforman en la ortodoxia y en la ortopraxis, y que se atreven a enfrentarse abiertamente con el mundo en pensamientos y costumbres. Pronto en ellas, por obra del Espíritu Santo, florecen de nuevo las vocaciones, hasta entonces impedidas por errores y abusos, por infidelidades y escándalos.
Pecados materiales y formales, pecados personales y estructurales
En nuestro escrito hemos empleado con alguna frecuencia los términos «grave pecado», «sacrilegio», «pecadores públicos», etc. Pero podrá alegarse, con razón, que muchas veces esos pecados no son formales, sino únicamente materiales, al carecer quienes los cometen de conocimiento y libertad plena.
Una mujer, sin formación moral alguna, muy en contra de su voluntad, puede abortar, en un acto de abnegación y de amor, porque se lo exige su esposo y su familia. Un sacerdote, de conciencia deformada, puede dar ilícita y quizá inválidamente absoluciones colectivas, creyendo sinceramente que con eso ayuda la vida espiritual de su pueblo. Tantos acuden al matrimonio «por la Iglesia» sin ser conscientes de que no realizan un sacramento, sino un sacrilegio.
No entramos, pues –no debemos ni podemos entrar: de internis neque Ecclesia iudicat–, en el juicio de las conciencias subjetivas. Sin embargo, objetivamente considerados, tanto ese aborto, como esa sacrílega absolución colectiva o ese atentado al matrimonio sacramental no dejan de ser enormes males, que habrá que atajar cuanto antes. Son escándalos gravísimos.
Una estructura de pecado dificulta grandemente, de hecho, el conocimiento y la práctica de la virtud. Por eso su destrucción es una tarea urgente, aunque quizá no pocos de quienes la sustenten apenas tengan culpa subjetiva de esa maléfica maldad. Solo entonces vendrá a ser para muchos asequible el conocimiento y el ejercicio del Evangelio que salva.
Entre tanto, los males que producen los pecados, aunque solo sean materiales, son muy grandes. La anticoncepción, por ejemplo, aunque esté practicada con buena conciencia –de eso se encargan ciertos moralistas–, causa objetivamente daños indecibles en la unión conyugal, en la familia, en la educación de los hijos, en la sociedad.
Es, pues, tarea urgente denunciar aquellos pecados que, precisamente por estar generalizados en un lugar y tiempo dados, no son captados ya en su maldad, aunque la culpabilidad moral de quienes los cometen venga atenuada o incluso eliminada, según los casos, por el ambiente. Sólo así, con la gracia del Salvador, podrán ser vencidos aquellos males y crímenes que se han generalizado tanto, que casi se han hecho invisibles. _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 4:29 pm Asunto:
Cantalamessa
Tema: Del Valor de las Obras |
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He revisado los mensajes de Cantalamessa. Nada nuevo bajo el sol para nuestra Iglesia Católica no sectaria, titular y custodia -por garantía del Espíritu Santo- de toda la espiritualidad cristiana y nombrada, por el Espíritu mismo, como maestra universal, y no alumna de ningún iluminadillo individual. Cantalamessa -ni nadie que interprete o malinterprete sus mensajes- es un iluminado que va a corregir a la Iglesia, ya que él es un predicador católico cien por ciento ortodoxo.
La predicación de Cantalamessa es típica, normalísima, de un Capuchino. Como sabrán, los Capuchinos se desgajaron de los Franciscanos porque creían que éstos se habían alejado del espírtu de su fundador y se habían vuelto muy entregados a las comodidades externas del mundo. No es que ellos estén en 'contra' de las tradiciones visibles de la Iglesia -como lo están los protestantes-, sino que a favor de ponerlas en su justo orden.
Si participan en un retiro con el Padre Larrañaga -Capuchino Fundador de los TOV- notarán que lo manda a uno a los montes, Biblia en mano, a orar en lugar de mandarlo al templo; y que sólo se entra al templo para la Misa diaria. Pero no es que se opongan a lo visible de la Tradición, sino que exigen que lo visible sea tomado en su justo orden, como indicadores o señaladores de lo sobrenatural, que deben desaparecer en cuanto cumplen su objetivo, para adorar a Dios en la absoluta soledad del alma, en "espíritu y en verdad".
Usar predicaciones de Cantalamessa para indicar alguna proximidad con el pensamiento protestante o para señalar algún inicio de rectificación de la Iglesia gracias a la influencia del pensamiento protestante sería una barbaridad indecible y una traición imperdonable contra el pensamiento del mismo Cantalamessa, porque seguramente él no quiere que los protestantes se pongan a esperar unos siglos más a que la Iglesia católica termine de reconocer su error y volverse completamente protestante también!
No hay nada malo, por ejemplo, en todas las tradiciones visibles de la Iglesia con todo y su peso visible! lo que los protestantes llaman llenos de desprecio como "religiosidad popular" que ahora ya abarca todo. Todo lo visible es querido por Dios y elogiado y ensalzado en la Biblia! Oro, muchos ornamentos sacados del mundo y dedicados a Dios, como el sacrificio de las cosas buenas de Abel, y no como el "amor por los pobres" de Judas que se escandalizó cuando se quebró un frasco dedicado a Dios en lugar de "venderlo y dar el dinero a los pobres". El templo era la construcción más imponente y lujosa de Jerusalén en tiempos de Jesús, más lujosa y grande todavía que el Palacio de Herodes, y Jesús lo llamó la "casa de su Padre", y los Sacerdotes usaban sus ornamentos majestuosos, y Jesús nunca lo criticó, porque Dios mira que estas cosas son buenas para su culto público, las desea y las exige. Pensar, por ejemplo, que Cantalamessa se opondría a este aparato visible de la Iglesia sería una agresión espantosa contra él mismo y una traición durísima a su pensamiento, porque él predica desde una dimensión que es real, universal y verdaderamente católica, pero no totalitaria ni fundamentalista.
Igual es su predicación de la gratuidad de la salvación, que hay que recordar siempre, como deben recordarse todas las demás verdades fundamentales de la vida cristiana. Después, el Padre Cantalamessa tal vez tomará de tema la liturgia, y después, la pobreza... y...?
Por supuesto que ni Cantalamessa ni ningún Capuchino fiel se opone -como sí lo hacen los protestantes- a toda la parte visible y tangible de las tradiciones católicas y de la Tradición, porque éstas son necesarias, puesto que el ser humano de la calle no tiene vocación religiosa de tipo contemptus mundi y necesita de muletas visibles. Y por carecer de estas muletas es que vemos que caen más fácil en vicios, caen más rápido en prácticas paganas y se apegan menos a su fe las comunidades mayoritariamente cristianas no católicas: abrazan más rápido el aborto, la eutanasia, el sexo pre-matrimonial, etc. etc. etc.
Por ejemplo, ver la predicación de un Capuchino, hijo de San Francisco de Asís, como un signo de que la Iglesia empieza a rectificar frente al ejemplo de la espiritualidad protestante, sería una gruesísima ignorancia histórica -porque esta es su predicación desde hace siglos- y una gravísima traición contra ese predicador, porque la adoración "en espíritu y en verdad" -habiendo tirado las muletas visibles después de usarlas para su fin- no se opone, sino que pide para la mayoría de fieles, estas muletas que ayudan a las facultades espirituales a centrarse.
Otra cosa es que algunos se distraigan en estos "apuntadores", pero esto es otra cosa: de ningún modo significa que éstos no sean buenos o que quien los descarte sea un buen cristiano que ha quitado cosas malas.
Todo esto lo he dicho para entender a los Capuchinos dentro de un contexto cien por ciento católico y no filoprotestante.
La gratuidad de la salvación es doctrina católica de siempre, así como la necesidad de las obras, y estas verdades y tantas otras hay que estarlas recordando.
Los Capuchinos prestan un gran servicio a la Iglesia, como lo hacen los de Regnum Christe, los del Opus Dei, los Salesianos, etc. etc. etc. cada uno con su carisma que de ningún modo debe verse ni como excluyente de los otros ni totalitario de ningún modo. |
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Gabaon Constante
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 796
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 6:13 pm Asunto:
Re: Mi opinión
Tema: Del Valor de las Obras |
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Dios te bendiga Alejandro.
Alejandro Berganza escribió: | Gabaón, aclaro primero que no sé si Manuel se sienta secundado por mi opinión, y no me atrevo a decir que la opinión mía sea como la de él. Tú, mucho menos. Yo no soy Manuel, ni él es yo.
Yo sólo he notado que has hecho proposición tras proposición extraña tanto a la letra como al espíritu del Magisterio y que nos has querido poner, otra vez, a un autor protestante como maestro o ejemplo, y según ese espíritu y el contexto que tú mismo has creado, he juzgado tu anterior proposición. |
La aseveración de Manuel de la que estamos hablando es la que dice que mi opinión de que "La satisfacción sólo tiene sentido si uno está en estado de gracia. Ningún hombre-pecador puede expíar las penas temporales si no está en estado de justicia" es "absurda, falsa e incompleta". Manuel podrá extender esa aseveración a cualquier otra parte de mis aportes, pero ahora hablamos de esa opinión mía en particular que él ha catalogado así.
Esa opinión mía, a saber, "La satisfacción sólo tiene sentido si uno está en estado de gracia. Ningún hombre-pecador puede expíar las penas temporales si no está en estado de justicia", según lo visto ¿te parece "absurda, falsa e incompleta"? ¿qué comentario te merece lo que dice el suplemento de la Summa de que las obras hechas en pecado mortal no son satisfactorias y que ellas de ninguna manera pueden contar para la satisfacción?
¿Puedes decir algo de eso en lo que llega Manuel? Si tu opinión es más genérica y no se refiere a este punto, ¿podrías al meno aclarárselo a los que como yo pensábamos que habías dicho que esta opinión mía en particular era la que es "absurda, falsa e incompleta"?
Cita: | He visto tu anterior proposición en el contexto de la 'sola fe' que tú mismo has creado, y dentro de ese contexto tuyo he dicho lo que dije.
Dentro del contexto del Magisterio total y completamente fuera de toda alusión a la 'sola fe' y sin ninguna amenaza de peligro de llevar agua al molino de un defensor de una variante de la 'sola fe', no tengo ninguna reserva.
Porque tus textos referidos a la sola fe, sí que rompen con el espíritu y la letra de la Tradición y del Magisterio, y provocan escalofríos.
Pero mejor espero la opinión de Manuel, no quisiera distraer el hilo en esta consideración periférica a tu planteamiento de la sola fe. |
Dices que mis textos referidos a la "sola fe" rompen con el espíritu y la letra de la Tradición y el Magisterio ¿podrías mostrarme específicamente a qué textos te refieres? Citarlos, textualmente, y los comentamos ¿es mucho pedir?
Tú dijiste que habías seguido este intercambio, pero parece que se te pasó el detalle de que yo cité a Bonhoeffe, a Spurgeon y al mismo Calvino para mostrarle a Manuel que ni siquiera ellos dicen sobre La Fe lo que Manuel quiere endosarme a mí. Para mí era obvio que Manuel estaba usando hipérboles (no sé con qué interés) y hasta usaba frases en comillas que yo no había dicho sólo para decir lo que él entendía que yo estaba defendiendo, pero hacía falta mostrar que ni siquiera los reformadores hablan de la fe como Manuel decía que yo hablo. Por eso luego Manuel hace un comentario de que mi opinión ni siquiera los mismos luteranos la pueden suscribir, como si quisera decir que mis proposiciones "heréticas" sobrepasan las suyas. Así que (independientemente de que yo puedo dar testimonio, sin ningún tipo de verguenza o tapujo, que leo, disfruto y soy bendecido con la lectura de Spurgeon (calvinista) y Bonhoeffer (luterano)) decir que los traje "como maestro o ejemplo" y luego que por esto he hecho "según ese espíritu y el contexto que tú mismo has creado" es sencillamente no haberse fijado bien en el intercambio, prejuicio de viejas rencillas o malintencionada intención de calumniar. Espero en Cristo que sea la primera, pero eso tengo la necesidad de que me lo aclares tú.
En el Amor de Jesús.
Gabaon. _________________ "Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con todo mi espíritu por la mañana te busco." (Isaías 26, 9) |
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Gabaon Constante
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 796
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 6:35 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Bendiciones en Cristo.
Lo de Cantalamessa es perfectamente doctrina católica, tal como lo es lo que yo digo. Ahora bien, el punto bien claro que he querido señalar es que en su predicación completa, extensa como se puede comprobar, no hay referencia a la Caridad como respuesta del hombre a Dios, ni hay referencia al amor del hombre hacia Dios (la palabra "amor" la usa solo dos veces para referirse al Amor de Dios) y por esto nadie puede caerle encima a Cantalamessa como que está proponiendo una herejía o algo contrario al espíritu católico.
Ahora bien, hay frases en su predicación que escandalizan los oídos de cualquier católico ortodoxo y que yo no voy a citar aquí por eso mismo; le da tremendo consuelo a mi corazón que esta prédica lleve las citas de Pablo y la de San Bernardo que ya había usado yo antes de que Cantalamessa la predicara y explicadas con mucho más énfasis que el que yo le di y en la misma dirección. Gloria a Dios! Al menos con su opinión no habrá contiendas y birllará la doctrina Católica, que es mi único interés.
Sí me interesa llamar la atención de que Cantalamessa cuando habla del sacramento de la reconciliación los llama una manera excelente de experimentar la justificación gratuita mediante la fe. El sabe y conoce perfectamente la labor indispensable de la caridad y la esperanza en este sacramento, pero insiste en su gratuidad y en la fe y a las otras ni las menciona.
Lo que me hace preguntarme si era necesario todo el polvo que aquí se ha levantado. Pero si este era el precio a pagar para que brillara la verdad, pues bendito sea Dios!
Otro punto a llamar la atención es el siguiente, y este no debe ser motivo de escándalo para nadie sino motivo de compromiso evangelizador para todo el que se diga católico y es esto: "De hecho sin embargo, desde el momento en que los protestantes insistían unilateralmente en la fe, la predicación y la espiritualidad católica acabaron por aceptar casi sólo la ingrata tarea de recordar la necesidad de las buenas obras y de la aportación personal a la salvación. El resultado es que la gran mayoría de los católicos llegaba al final de la vida sin haber oído jamás un anuncio directo de la justificación gratuita mediante la fe, sin demasiados «peros». "
Bendito sea Dios que surge una voz sobre la que no se levantan calumnias o sospechas diciendo que no podemos renunciar a una predicación netamente católica como la justificación gratuita mediante la fe por hacerle la contra al protestantismo, que esa predicación no se puede ahogar. Me tiene Dios de testigo que poco tengo en estima mi vida y mi reputación con tal de que cumpla la labor que se me ha encomendado, ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios. (Hechos 20, 24) Que brille su Revelación bendita por siempre! Amén!
En el Amor de Jesús.
Gabaon. _________________ "Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con todo mi espíritu por la mañana te busco." (Isaías 26, 9) |
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Gabaon Constante
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 796
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 6:47 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Bendiciones en Cristo.
Quise separar este post del anterior para no mezclar la opinión del filósofo católico Peter Kreeft con la de Cantalamessa. Aclaro que hay muchos puntos en el pensamiento de Kreeft con los que no comulgo para nada, pero esta opinión suya tiene todo mi soporte, y sólo la copio de él para hacer notar que esto es un sentir diseminado entre los expertos de nuestra Iglesia y no mis inventos. Preferiría compartir lo que el Espíritu me dice en la intimidad de mi habitación y frente a Jesús, pero opto por no dejar que las verdades que nos pueden hacer bien sean obviadas porque a un grupo le parezca bien objetar cualquier cosa que diga yo.
Bendito sea Dios y su santísima Iglesia Católica.
"Hasta que nosotros los Católicos conozcamos el fundamento, los Protestantes no nos van a escuchar cuando tratemos de enseñarles sobre las historias superiores del edificio. Quizá Dios permite que persista la división Protestante/Católica no sólo porque los Protestantes han abandonado varias verdades preciosas enseñadas por la Iglesia sino también porque a muchos Católicos nunca se les ha enseñado la más preciosa verdad de todas, que la salvación es un regalo gratuito de la gracia, aceptado por la fe.
La separación de la Reforma Protestante empezó cuando un Católico descubrió una doctrina Católica en un libro Católico. Sólo se puede terminar cuando ambos, Protestantes y Católicos hagan lo mismo hoy y entiendan lo que están haciendo: descubriendo una doctrina Católica en un libro Católico."
En el Amor de Jesús.
Gabaon. _________________ "Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con todo mi espíritu por la mañana te busco." (Isaías 26, 9) |
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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 6:49 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Si mi juicio sobre tu admiración -que no escondes para nada- por pensadores protestantes prominentes o de sus producciones es equivocado o si mi juicio de que esto implica proximidad tuya con ese pensamiento es equivocado, esto jamás podría llamarse 'calumnia'. Se podría llamar equivocación o mal empleo de la máxima de "donde está tu tesoro, allí está tu corazón", pero jamás, 'calumnia'. Esta es una palabra completamente desproporcionada que denota más bien agresión psicológica a la disidencia.
Calumnia es levantar un falso testimonio sobre alguien cuya comprobación está fuera del alcance de los que ecuchan al calumniador -como, por ejemplo cuando dijiste que yo apoyaba los recursos ad hominem, sin que los lectores pudieran comprobarlo-, pero en este caso todos los juicios se refieren a lo puesto sobre la mesa, y si el juicio que se hace sobre lo que se pone sobre la mesa es equivocado, no hay ninguna persona sosegada ni diccionario en el mundo que defina eso como 'calumnia'. Le has dicho eso muchas veces a Manuel, pero Manuel se ejercitó en la virtud al oír esta acusación tuya sin decir nada. Pues yo aprovecho para aclarátelo: si yo, a tu juicio personal privado tuyo, interpreto mal lo que dices, esto no te faculta para decirme que te "calumnio". Ya para eso.
O sea que a otro desfile con ese pito o a otro perro con ese hueso de la calumnia. Aquí nadie lo va a morder.
Ahora, en cuanto a mi opinión sobre esa afirmación tuya, ya te la aclaré que es según el contexto que tú creaste.
Y en cuanto al contexto, el párrafo en el que tú defiendes la 'sola fe' a diferencia de todo el espíritu y la letra de la Tradición de la Iglesia católica, es el Primer párrafo que te pidió Manuel que revisaras antes de referirse a él punto por punto.
No tengo que ir a copiar ese párrafo porque todos hemos seguido esta discusión. Es el 'primer' párrafo que te pidió Manuel que revisaras.
Y ya. |
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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 6:57 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Yo estoy de acuerdo con Peter Kreeft -a quien conocí personalmente en Boston- y estoy de acuerdo con Cantalamessa.
Y no estoy de acuerdo con tus formulaciones.
No hablamos de lo que ellos dicen, sino de lo que tú dices.
No nos perdamos. |
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Gabaon Constante
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 796
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Publicado:
Sab Dic 17, 2005 7:45 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Dios te bendiga Alejandro.
Entonces cuando defiendo la tesis de que hay que estar en estado de gracia para que la satisfacción tenga sentido y que en pecado mortal no se puede expiar la pena temporal de eso ¿qué dices? ¿suscribes que esa tesis es "absurda, falsa e incompleta"? Y sobre el Suplemento de la Summa que dice, entre otras cosas que he citado, que "no puede haber satisfacción en pecado mortal" ¿qué opinas?
En el Amor de Jesús.
Gabaon. _________________ "Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con todo mi espíritu por la mañana te busco." (Isaías 26, 9) |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Dom Dic 18, 2005 8:27 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Cita: | Entonces cuando defiendo la tesis de que hay que estar en estado de gracia para que la satisfacción tenga sentido y que en pecado mortal no se puede expiar la pena temporal de eso ¿qué dices? ¿suscribes que esa tesis es "absurda, falsa e incompleta"? Y sobre el Suplemento de la Summa que dice, entre otras cosas que he citado, que "no puede haber satisfacción en pecado mortal" ¿qué opinas? |
La satisfacción es mandada por la Iglesia con la autoridad que Cristo le confirió de "atar y desatar". Tiene sentido en tanto que está ejerciendo la autoridad conferida.
Creo que lo importante aqui es saber si el Magisterio dice que "no puede haber satisfacción en pecado mortal". Porque lo dice Santo Tomás pero Santo Tomás no es el Magisterio, recordemos que se equivocó con la Inmaculada Concepción. El Magisterio es nuestro "puerto seguro".
Además esta tesis origina un cuello de botella: por un lado, según Santo Tomás, no puede haber satisfacción en pecado mortal (aunque hay referencias bíblicas que si se puede: Jonás-Nínive y San Juan Bautista), por otro lado nunca podremos saber a ciencia cierta si por una contricción perfecta ya estamos justificados antes de la absolución del sacerdote o si estamos en pecado, por otro lado Trento dice: "Igualmente corresponde a la clemencia divina, QUE NO SE NOS PERDONEN LOS PECADOS, SIN que demos alguna satisfacción" (en caso de rechazo voluntario), es decir que no se nos perdonan los pecados a pesar de la absolución del sacerdote y por último Santo Tomás también dice:
" 2. [b]La satisfacción confiere la gracia cuando se tiene propósito de cumplirla, y la aumenta cuando realmente se cumple, como ocurre con el bautismo de los adultos, según se dijo (q.68 a.2; q.69 a.l ad 2; a.4 ad 2)."
Yo prefiero lo que Trento dice de la satisfacción. _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Dom Dic 18, 2005 8:34 am Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Donde dice:
Creo que lo importante aqui es saber si el Magisterio dice que "no puede haber satisfacción en pecado mortal". Porque lo dice Santo Tomás pero Santo Tomás no es el Magisterio, recordemos que se equivocó con la Inmaculada Concepción. El Magisterio es nuestro "puerto seguro".
Debe decir:
Creo que lo importante aqui es saber si el Magisterio dice que "no puede haber satisfacción en pecado mortal". Porque lo dice Santo Tomás pero Santo Tomás, con toda la sabiduria que poseyó y el gran respeto que se merece, no es el Magisterio, no es infalible, recordemos que se equivocó con la Inmaculada Concepción. El Magisterio es nuestro "puerto seguro". _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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Fabrem Veterano
Registrado: 05 Oct 2005 Mensajes: 1226
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Publicado:
Dom Dic 18, 2005 3:14 pm Asunto:
Tema: Del Valor de las Obras |
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Gabaon escribió: | Dios te bendiga Alejandro.
Entonces cuando defiendo la tesis de que hay que estar en estado de gracia para que la satisfacción tenga sentido y que en pecado mortal no se puede expiar la pena temporal de eso ¿qué dices? ¿suscribes que esa tesis es "absurda, falsa e incompleta"? Y sobre el Suplemento de la Summa que dice, entre otras cosas que he citado, que "no puede haber satisfacción en pecado mortal" ¿qué opinas?
En el Amor de Jesús.
Gabaon. |
Digo cuatro cosas:
1. Que has cambiado tus palabras. Lo que dijiste es esto: "La satisfacción sólo tiene sentido si uno está en estado de gracia. Ningún hombre-pecador puede expíar las penas temporales si no está en estado de justicia"
2) Que la tesis que defiendes no es esta, sino que otra; estas palabras anteriores las has dicho para defender esa otra tesis.
3) Que la absurda, falsa e incompleta es la tesis total, de la cual estas palabras se presentaron como tributarias
Salí de viaje desde ayer a las dos de la tarde (hora de El Salvador), y no sé si voy a poder participar tanto |
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