Jose Bruno Asiduo
Registrado: 23 Ene 2006 Mensajes: 140
|
Publicado:
Vie Mar 16, 2007 7:14 pm Asunto:
Tema: Este Día 19 De Marzo, San José, hagamos la gran "rezada |
|
|
SAN JOSÉ.
En las visiones de María Valtorta, preciso que la edad de JOSÉ, cuando nació JESÚS en Belén era de 33 años, dijo que esta edad de los 33 años, es cuando el cuerpo humano a llegado a su máximo esplendor y desarrollo, y a partir de los 33 años empieza el declive genético, y hizo mención que por ese motivo estaba establecido que JESÚS debería morir en la cruz a los 33 años, como así fue.
También comunico y se le dio entender, que la VIRGEN MARÍA a pesar de haber llegado en torno a los 60 años de vida en este mundo, su cuerpo no se podía marchitar, ni se marchito, su apariencia física y esplendor nunca supero los 33 años, la edad establecida por su HIJO JESÚS.
Ana Katerina de Emmerich, dijo que MARÍA no murió ni de enfermedad, ni de vejez, si no que murió de AMOR POR SU HIJO JESÚS, por eso fue ascendida al Cielo en "CUERPO Y ALMA".
En estas visiones de María Valtorta se le puede ver a SAN JOSÉ.
« Oye, galileo » le grita por detrás un viejo. « Allá en el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una cueva. Tal vez no haya nadie. »
Se apresuran a ir a esa cueva. Y que si es una madriguera. Entre los escombros que se ven hay un agujero, más allá del cual se ve una cueva, una madriguera excavada en el monte, más bien que gruta. Parece que sean los antiguos fundamentos de una vieja construcción, a la que sirven de techo los escombros caídos sobre troncos de árboles.
Como hay muy poca luz y para ver mejor, José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. « Ven, María. Está vacía. No hay sino un buey. » José sonríe. « Mejor que nada ... »
María baja del borriquillo y entra.
José puso ya la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de pilar. Se ve que todo está lleno de telarañas. El suelo, que está batido, revuelto, con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un buey se vuelve y mira con sus quietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de una hendidura. Lo negro del rincón dice que allí suele hacerse fuego.
María se acerca al buey. Tiene frío. Le pone las manos sobre su pescuezo para sentir lo tibio de él. El buey muge, pero no hace más, parece como si comprendiera. Lo mismo cuando José lo empuja para tomar mucho heno del pesebre y hacer un lecho para María - el pesebre es doble, esto es, donde come el buey, y arriba una especie de estante con heno de repuesto, y de este toma José - no se opone. Hace lugar aun al borriquillo que cansado y hambriento, se pone al punto a comer. José voltea también un cubo con abolladuras. Sale, porque afuera vio un riachuelo, y vuelve con agua para el borriquillo. Toma un manojo de varas secas que hay en un rincón y se pone a limpiar un poco el suelo. Luego desparrama el heno. Hace una especie de lecho, cerca del buey, en el rincón más seco y más defendido del viento. Pero siente que está húmedo el heno y suspira. Prende fuego, y con una paciencia de trapista, seca poco a poco el heno junto al fuego.
María sentada en el banco, cansada, mira y sonríe. Todo está ya pronto. María se acomoda lo mejor que puede sobre el muelle de heno, con las espaldas apoyadas contra un tronco. José adorna todo aquel... ajuar, pone su manto como una cortina en la entrada que hace de puerta, Una defensa muy pobre. Luego da a la Virgen pan y queso, y le da a beber agua de una cantimplora. « Duerme ahora» le dice. « Yo velaré para que el fuego no se apague. Afortunadamente hay leña. Esperamos que dure y que arda. Así podemos ahorrar el aceite de la lámpara. »
María obediente se acuesta. José la cubre con el manto de ella, y con la capa que tenía antes en los pies.
« Pero tu vas a tener frío... »
« No, María. Estoy cerca del fuego. Trata de descansar. Mañana será mejor. »
María cierra los ojos. No insiste. José se va a su rincón. Se sienta sobre una piedra, con pedazos de leña cerca. Pocos, que no durarán mucho por lo que veo.
Están del siguiente modo: María a la derecha con las espaldas a la... puerta, semi-escondida por el tronco y por el cuerpo del buey que se ha echado en tierra. José a la izquierda y hacia la puerta, por lo tanto, diagonalmente, y así su cara da al fuego, con las espaldas a María. Pero de vez en vez se voltea a mirarla y la ve tranquila, como si durmiese. Despacio rompe las varas y las echa una por una en la hoguera pequeña para que no se apague, para que dé luz, y para que la leña dure. No hay más que el brillo del luego que ahora se reaviva, ahora casi está por apagarse. Como está apagada la lámpara de aceite, en la penumbra resaltan sólo la figura del buey, la cara y manos de José. Todo lo demás es un montón que se confunde en la gruesa penumbra.
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo
(Escrito el 6 de junio de 1944)
Veo el interior de este pobre albergue rocoso que María y José comparten con los animales. La pequeña hoguera está a punto de apagarse, como quien la vigila a punto de quedarse dormido. María levanta su cabeza de la especie de lecho y mira. Ve que José tiene la cabeza inclinada sobre el pecho como si estuviese pensando, y está segura que el cansancio ha vencido su deseo de estar despierto. ¡Qué hermosa sonrisa le aflora por los labios! Haciendo menos ruido que haría una mariposa al posarse sobre una rosa, se sienta, y luego se arrodilla. Ora. Es una sonrisa de bienaventurada la que llena su rostro. Ora con los brazos abiertos no en forma de cruz, sino con las palmas hacia arriba y hacia adelante, y parece como si no se cansase con esta posición. Luego se postra contra el heno orando más intensamente. Una larga plegaria.
José se despierta. Ve que el fuego casi se ha apagado y que el lugar está casi oscuro. Echa unas cuantas varas. La llama prende. Le echa unas cuantas ramas gruesas, y luego otras más, porque el frío debe ser agudo. Un frío nocturno invernal que penetra por todas las partes de estas ruinas. El pobre José, como está junto a la puerta - llamemos así a la entrada sobre la que su manto hace las veces de puerta - debe estar congelado. Acerca sus manos al fuego. Se quita las sandalias y acerca los pies al fuego. Cuando ve que este va bien y que alumbra lo suficiente, se da media vuelta. No ve nada, ni siquiera lo blanco del velo de María que formaba antes una línea clara en el heno oscuro. Se pone de pie y despacio se acerca a donde está María.
« ¿ No te has dormido? » le pregunta. Y por tres veces lo hace, hasta que Ella se estremece, y responde: « Estoy orando. »
« ¿ Te hace falta algo? »
« Nada, José. »
« Trata de dormir un poco. Al menos de descansar. »
« Lo haré. Pero el orar no me cansa. »
« Buenas noches, María. »
« Buenas noches, José».
María vuelve a su antigua posición. José, para no dejarse vencer otra vez del sueño, se pone de rodillas cerca del fuego y ora. Ora con las manos juntas sobre la cara. Las mueve algunas veces para echar más leña al fuego y luego vuelve a su ferviente plegaria. Fuera del rumor de la leña que chisporrotea, y del que produce el borriquillo que algunas veces golpea su pesuña contra el suelo, otra cosa no se oye.
Un rayo de luna se cuela por entre una grieta del techo y parece como hilo plateado que buscase a María. Se alarga, conforme la luna se alza en lo alto del cielo, y finalmente la alcanza. Ahora está sobre su cabeza que ora. La nimba de su candor.
María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí! Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Solo Ella puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo solo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese.
Su vestido azul oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color de miosotis, sus manos y su rostro parecen tomar el azulino de un zafiro intensamente pálido puesto al fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las hace brillantes.
La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María; absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo. Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está para darse, se anuncia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que aumentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incienso, que bajan como una avenida, que se esparcen cual un velo...
La bóveda, llena de agujeros, telarañas, escombros que por milagro se balancean en el aire y no se caen; la bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real. Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos, cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una lagartija que está entre dos piedras, parece un collar de esmeraldas que alguna reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más hierba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece una cabellera suelta.
El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo... ¿ qué es ahora? Un cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y perfumes.
La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescencia, la Virgen... y de ella emerge la Madre.
Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve sus manitas gorditas como capullo de rosa, y sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo su boquita que parece una fresa selvática y que enseña una lengûita que se mueve contra el paladar rosado; que mueve su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no sobre su cabecita, sino sobre su pecho, donde palpita su corazoncito, que palpita por nosotros... allí donde un día recibirá la lanzada. Se la cura de antemano su Mamita con un beso inmaculado.
El buey, que se ha despertado al ver la claridad, se levanta dando fuertes patadas sobre el suelo y muge. El borrico vuelve su cabeza y rebuzna. Es la luz la que lo despierta, pero yo me imagino que quisieron saludar a su Creador, creador de ellos, creador de todos los animales.
José que oraba tan profundamente que apenas si caía en la cuenta de lo que le rodeaba, se estremece, y por entre sus dedos que tiene ante la cara, ve que se filtra una luz. Se quita las manos de la cara, levanta la cabeza, se voltea. El buey que está parado no deja ver a María. Ella grita: « José, ven. »
José corre. Y cuando ve, se detiene, presa de reverencia, y está para caer de rodillas donde se encuentra, si no es que María insiste: « Ven, José», se sostiene con la mano izquierda sobre el heno, mientras que con la derecha aprieta contra su corazón al Pequeñín. Se levanta y va a José que camina temeroso, entre el deseo de ir y el temor de ser irreverente.
A los pies de la cama de paja ambos esposos se encuentran y se miran con lágrimas llenas de felicidad.
« Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre» dice María.
Y mientras José se arrodilla, Ella de pie entre dos troncos que sostienen la bóveda, levanta a su Hijo entre los brazos y dice: « Heme aquí. En su Nombre, ¡ oh Dios! te digo esto. Heme aquí para hacer tu voluntad. Y con El, yo, María y José, mi esposo. Aquí están tus siervos, Señor. Que siempre hagamos a cada momento, en cualquier cosa, tu voluntad, para gloria tuya y por amor tuyo. » Luego María se inclina y dice: « Tómalo, José» y ofrece al Pequeñín.
« ¿ Yo? ¿ Me toca a mí? ¡ Oh, no! ¡ No soy digno! » José está terriblemente despavorido, aniquilado ante la idea de tocar a Dios.
Pero María sonriente insiste: « Eres digno de ello. Nadie más que tú, y por eso el Altísimo te escogió. Tómalo, José y tenlo mientras voy a buscar los pañales. »
José, rojo como la púrpura, extiende sus brazos, toma ese montoncito de carne que chilla de frío y cuando lo tiene entre sus brazos no siente más el deseo de tenerlo separado de sí por respeto, se lo estrecha contra el corazón diciendo en medio de un estallido de lágrimas: « ¡ Oh, Señor, Dios mío! » y se inclina a besar los piececitos y los siente fríos. Se sienta, lo pone sobre sus rodillas y con su vestido café, con sus manos procura cubrirlo, calentarlo, defenderlo del viento helado de la noche. Quisiera ir al fuego, pero allí la corriente de aire que entra es peor. Es mejor quedarse aquí. No. Mejor ir entre los dos animales que defienden del aire y que despiden calor. Y se va entre el buey y el asno y se está con las espaldas contra la entrada, inclinado sobre el Recién nacido para hacer de su pecho una hornacina cuyas paredes laterales son una cabeza gris de largas orejas, un grande hocico blanco cuya nariz despide vapor y cuyos ojos miran bonachonamente.
María abrió ya el cofre, y sacó ya lienzos y fajas. Ha ido a la hoguera a calentarlos. Viene a donde está José, envuelve al Niño en lienzos tibios y luego en su velo para proteger su cabecita. «¿ Dónde lo pondremos ahora?» pregunta.
José mira a su alrededor. Piensa... « Espera » dice. « Vamos a echar más acá a los dos animales y su paja. Tomaremos más de aquella que está allí arriba, y la ponemos aquí dentro. Las tablas del pesebre lo protegerán del aire; el heno le servirá de almohada y el buey con su aliento lo calentará un poco. Mejor el buey. Es más paciente y quieto. » Y se pone hacer lo dicho, entre tanto María arrulla a su Pequeñín apretándoselo contra su corazón, y poniendo sus mejillas sobre la cabecita para darle calor. José vuelve a atizar la hoguera, sin darse descanso, para que se levante una buena llama. Seca el heno y según lo va sintiendo un poco caliente lo mete dentro para que no se enfríe. Cuando tiene suficiente, va al pesebre y lo coloca de modo que sirva para hacer una cunita. « Ya está » dice. « Ahora se necesita una manta, porque el heno espina y para cubrirlo completamente ... »
« Toma mi manto » dice María.
« Tendrás frío. »
« ¡ Oh, no importa! La capa es muy tosca; el manto es delicado y caliente. No tengo frío para nada. Con tal de que no sufra Él. »
José toma el ancho manto de delicada lana de color azul oscuro, y lo pone doblado sobre el heno, con una punta que pende fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está ya preparado.
María, con su dulce caminar, lo trae, lo coloca, lo cubre con la extremidad del manto; le envuelve la cabecita desnuda que sobresale del heno y la que protege muy flojamente su velo sutil. Tan solo su rostro pequeñito queda descubierto, gordito como el puño de un hombre, y los dos, inclinados sobre el pesebre, bienaventurados, lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los pañales y del heno han calmado su llanto y han hecho dormir al dulce Jesús. |
|
llazcano13 Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 2541
|
Publicado:
Mar Mar 20, 2007 8:44 pm Asunto:
Tema: Este Día 19 De Marzo, San José, hagamos la gran "rezada |
|
|
Cita: | San José es el santo que necesitamos para transformarnos en entusiastas de la vida y del don de la vida. Como buen arquitecto, hábil, meticuloso y laborioso, va a ayudarnos a enmarcar nuestra vida y a ajustarla al sueño de Dios sobre nosotros. Porque es el “Justo” por excelencia; hombre que, para los judíos de la época, “ajusta” toda su vida a Dios. (Nada que ver con nuestros Ministerios de Justicia) ¡Nuestras vidas necesitan tanto ser reajustadas en Dios! Sí, ¡qué felicidad poder celebrar a este gran experto de los planes de Dios, a este artesano elegido por el Padre para acompañar el crecimiento de su Hijo Jesús hasta alcanzar su altura de hombre adulto!
Me parece que san José se encuentra muy a gusto de continuar su tarea sobre la tierra en medio de nosotros, sobre todo con los que se toman en serio las apariciones y los mensajes de su esposa Myriam! Vicka nos repite a menudo: “No tengan miedo, ¡pidan!” San José tiene un stock de gracias en espera, y estará encantado de ayudar a quien lo invoque amigable y confiadamente, ya sea para proteger su vida del maligno, proteger un niño de la impureza, reconstruir la armonía de una personalidad herida por la vida, no demorar más un “sí” al llamado de Dios, perseverar en la oración en medio de un mundo hostil, ganar su vida por un trabajo que engendre paz, testimoniar a todos la caridad y la alegría de Dios, ofrecer paz en medio del sufrimiento, o para vivir un gran amor con la Virgen... en fin, ¡para caminar humilde y firmemente por caminos de santidad!
Me conmueve sobremanera su ternura de san José. Socorre sin demora al corazón confiado. Un día san José me concedió un automóvil para Medjugorje luego de una novena. Al principio de aquella novena, le había indicado: “es para poder servir mejor a tu esposa donde ella se aparece”. Me parecía que era un caso de fuerza mayor y que me escucharía por amor a ella! Pero una jovencita, que se enteró del incidente, pensó que ella no podía utilizar el mismo argumento para convencerlo. También necesitaba un coche; simplemente para ir a su trabajo de oficina, en una empresa común que no realizaba un trabajo específicamente cristiano.
Sin embargo, confiada en la bondad del santo, hizo de todas formas la novena. Y el auto le llegó providencialmente, y del tamaño que deseaba, ¡no podía creerlo! Ese día, descubrí un nuevo aspecto de la personalidad de san José: ¡la gratuidad de su ternura para con nosotros!
El año pasado, un amigo norteamericano, Randy, fue licenciado de su trabajo. La empresa donde trabajaba desde hacía veinte años presentó quiebra. El personal fue prevenido a último momento y la empresa no le pagó compensación alguna. ¡Fue muy duro! A pesar de ello, tomó la noticia con paz. Se había estado ejercitando en los 5 puntos de Medjugorje y esto le fue de gran ayuda en la prueba. Lo dejo relatar su testimonio:
“Estaba desocupado desde hace varios meses cuando el 22 de abril, una empresa que me gustaba mucho me concedió una entrevista laboral. La entrevista se pasó bien, pero simplemente me dijeron que se comunicarían más tarde conmigo. Mientras hablábamos sobre la entrevista con mi mujer, nos dimos cuenta de que se aproximaba la fecha de la festividad de san José Obrero, y decidimos comenzar una novena a san José esa misma noche. Coincidencia (¿o Providencia?), ésta debía terminar el 30 de abril, vísperas de su fiesta como patrono de todos los trabajadores.
Fuimos muy específicos sobre la intención de nuestra novena. Pedimos que esa empresa me haga un ofrecimiento para el 17 de mayo, fecha de nuestro aniversario de matrimonio. Recitamos fielmente cada día las oraciones de nuestra novena. Luego llegó el 1º de mayo y la fiesta de san José Obrero. Estabamos inquietos porque la empresa no se había vuelto a comunicar. Sin embargo, el 1º de mayo (¡a la hora de la aparición en Medjugorje!) recibí una llamada: la empresa me proponía una segunda entrevista para el 5 de mayo. Inútil decirle que estábamos felices y muy agradecidos a san José. Mientras el día de la segunda entrevista se aproximaba, continuamos nuestras plegarias a san José, orando siempre para que tenga un ofrecimiento de empleo para el 17 de mayo.
El 5 de mayo llegó finalmente y la entrevista se pasó bien. Me advirtieron, sin embargo, que la decisión final no tendría lugar antes de la última semana de mayo. Agradecimos a san José por el éxito de la entrevista y le pedimos simplemente el poder obtener ese empleo. Pero san José se había tomado nuestro pedido al pie de la letra, y el 15 de mayo recibí una llamada de la empresa ofreciéndome el puesto. ¡Qué gran regalo de aniversario de parte de san José! Ya van 10 meses que ocupo el cargo, estoy muy a gusto con el trabajo que hago, al igual que con la empresa para la cual trabajo.
Por cierto, las oficinas de la empresa dan sobre el río san José, en el distrito de san José, en Indiana (Estados Unidos) ¡Gracias san José!
|
www.childrenofmedjugorje.com/medj/reports/spanish/sp05_01_04.htm _________________
El día de la Asunción del año 1583, al recibir la sagrada comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó una voz que le decía: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús» |
|