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francisco javier pinzon Esporádico
Registrado: 24 Mar 2007 Mensajes: 43
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Mie Mar 28, 2007 8:06 pm Asunto:
informacion
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queridos hermanos y hermanas de la red, me estima hablarles y al mismo tiempo preguntarles acerca de algo que siempre me ha inconformado. me gustaria saber el comentario acerca de la politica eclesiástica y los derechos del sacerdote |
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francisco javier pinzon Esporádico
Registrado: 24 Mar 2007 Mensajes: 43
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Publicado:
Mie Mar 28, 2007 8:17 pm Asunto:
Tema: informacion |
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es decir, eh leido algunas criticas constructivas acerca de la politica del estado apostolico en las cuales comentan que es algo muy al estilo medieval. |
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enriqueellena Invitado
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Publicado:
Jue Mar 29, 2007 1:15 am Asunto:
Tema: informacion |
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Seguramente habrás leído el tema que fue cerrado por los moderadores. La iglesia es clarísima en su doctrina y en su disciplina. Lo de mediaban es una afirmación inapropiada y ofensiva a la iglesia.
Las razones de la disciplina sacerdotal han sido expresadas, cientos de veces y parecería que se tiene oído solo para lo que representa una opción fuera de la disciplina Sacerdotal.
El celibato es opcional. Si, efectivamente el celibato es opcional para el hombre, el problema o el asunto es que en la opción del Sacerdocio esta incorporado el celibato.
La iglesia no exige hombres célibes, pero si ese hombre tiene vocación al Sacerdocio deberá asumir el celibato como condición para poder acceder al mismo.
Hombres célibes NO. Sacerdotes célibes SI
El hombre que decide asumir su vocación plenamente consagrándose a Dios, sabe antes de pisar el umbral del Seminario que su vida es totalmente ofrecida al Señor y que asume la responsabilidad de ser célibe de por vida. Todo lo que se trata de deformar dentro de los muchos escritos por grupos liberales desde dentro y desde afuera de la iglesia, es solo una demostración de la falta de FE y vocación. |
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enriqueellena Invitado
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Publicado:
Jue Mar 29, 2007 1:17 am Asunto:
Tema: informacion |
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EL CELIBATO UN DON PRECIOSÍSIMO
AL QUE NO SE DEBE RENUNCIAR
19/07/2006
Reflexión del arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, en el programa “Claves para un mundo mejor”, en su emisión del sábado 15 de julio de 2006
Ocurre frecuentemente que cuando se produce alguna deserción de un sacerdote anunciando que se ha enamorado o que se va a casar surgen inmediatamente cuestionamientos generalizados contra la disciplina católica acerca del celibato sacerdotal.
Se plantea otra vez: ¿por qué la Iglesia Católica pone esta exigencia que parece desmedida para los tiempos actuales, que parece contraria a la naturaleza y que puede fomentar ciertas patologías que se cubren con la disciplina oficial del celibato?
¡Es que el mundo de hoy no comprende la posibilidad de entregarse libremente al servicio de Dios en cuerpo y alma de una manera total!
Suele decirse que el celibato es obligatorio como si la persona que elige ese camino fuera forzada en contra de sus intenciones o de las intenciones más profundas de su personalidad y no es así.
Es necesario recordar insistentemente que la disciplina del celibato está ligada obligatoriamente al ministerio sacerdotal por una decisión de la Iglesia latina pero que es perfectamente libre. La persona que se empeña en ese camino ha tenido años y años de preparación para reflexionar y cuando llega a comprometerse definitivamente, de por vida, ya tiene la suficiente madurez para hacerlo de modo consciente.
Se podría hacer una analogía entre el compromiso del sacerdote con el celibato y el compromiso de un hombre o una mujer con la indisolubilidad del matrimonio.
Hay personas que dicen: ¿por qué hoy la Iglesia Católica no ordena hombres casados? Ante esto les planteo otra cuestión: ¿ustedes se imaginan los problemas que tendría la Iglesia si ordenara hombres casados cuando se sabe de la inestabilidad de los matrimonios en la actualidad?
¿Qué pasaría entonces? El sacerdote no anunciaría que está enamorado de una catequista o que se va a casar para cambiar de vida sino que la comunidad también murmuraría que el sacerdote se ha enamorado de una mujer casada y qué hace con la suya propia y qué pasaría con los hijos. Ustedes piensen como toda la problemática actual del matrimonio y la familia se introduciría en el orden eclesiástico de un modo impensado.
Me parece que sería bueno buscar otras razones para explicar por qué un sacerdote, después de años y años de ministerio, se enamora y decide cambiar de ruta y contradecir aquella decisión libre por la cual él se comprometió con Jesucristo y con su Iglesia. ¿Cuál es la causa?
Se me ocurren rápidamente esbozar tres posibilidades. La primera puede ser que el sacerdote no tuviera vocación o que no haya habido un discernimiento correcto de su vocación. En realidad su camino hubiera sido otro y el juicio que se hizo sobre él estuvo equivocado.
Otra puede ser que la formación que recibió durante muchos años preparándose para el ministerio sacerdotal no haya sido correcta. Objetivamente no era todo lo perfecta que debía ser o subjetivamente no fue por él asimilada en plenitud de tal modo que formara su personalidad.
La tercera también puede ser que, luego, en el ejercicio del ministerio sacerdotal él haya decaído del nivel espiritual que corresponde y necesita para vivir el celibato.
El celibato no se puede vivir plenamente y en perfección si no es en un plano que llamaría místico, es decir de unión íntima con Jesucristo porque el celibato supone el amor a Él por encima de otros amores y eso hay que mantenerlo con disciplina ascética personal, con mucha oración, con frecuencia sacramental y con una intimidad continua con Jesucristo.
Por último: ¿Por qué la Iglesia latina persiste en este camino? ¿Por qué une el ministerio sacerdotal al don del celibato? Mis amigos, esto es así porque la Iglesia considera que aquí hay un tesoro preciosísimo del cual no debe renunciar. Hasta el sábado próximo, Dios mediante.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata |
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enriqueellena Invitado
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Publicado:
Jue Mar 29, 2007 1:19 am Asunto:
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El perfil del sacerdote
30/05/06
Fuente: Vatican.va
Autor: S.S. Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas;
queridos ordenandos:
En esta hora en la que vosotros, queridos amigos, mediante el sacramento de la ordenación sacerdotal sois introducidos como pastores al servicio del gran Pastor, Jesucristo, el Señor mismo nos habla en el evangelio del servicio en favor de la grey de Dios.
La imagen del pastor viene de lejos. En el antiguo Oriente los reyes solían designarse a sí mismos como pastores de sus pueblos. En el Antiguo Testamento Moisés y David, antes de ser llamados a convertirse en jefes y pastores del pueblo de Dios, habían sido efectivamente pastores de rebaños. En las pruebas del tiempo del exilio, ante el fracaso de los pastores de Israel, es decir, de los líderes políticos y religiosos, Ezequiel había trazado la imagen de Dios mismo como Pastor de su pueblo. Dios dice a través del profeta: "Como un pastor vela por su rebaño (...), así velaré yo por mis ovejas. Las reuniré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas" (Ez 34, 12).
Ahora Jesús anuncia que ese momento ha llegado: él mismo es el buen Pastor en quien Dios mismo vela por su criatura, el hombre, reuniendo a los seres humanos y conduciéndolos al verdadero pasto. San Pedro, a quien el Señor resucitado había confiado la misión de apacentar a sus ovejas, de convertirse en pastor con él y por él, llama a Jesús el "archipoimen", el Mayoral, el Pastor supremo (cf. 1 P 5, 4), y con esto quiere decir que sólo se puede ser pastor del rebaño de Jesucristo por medio de él y en la más íntima comunión con él. Precisamente esto es lo que se expresa en el sacramento de la Ordenación: el sacerdote, mediante el sacramento, es insertado totalmente en Cristo para que, partiendo de él y actuando con vistas a él, realice en comunión con él el servicio del único Pastor, Jesús, en el que Dios como hombre quiere ser nuestro Pastor.
El evangelio que hemos escuchado en este domingo es solamente una parte del gran discurso de Jesús sobre los pastores. En este pasaje, el Señor nos dice tres cosas sobre el verdadero pastor: da su vida por las ovejas; las conoce y ellas lo conocen a él; y está al servicio de la unidad. Antes de reflexionar sobre estas tres características esenciales del pastor, quizá sea útil recordar brevemente la parte precedente del discurso sobre los pastores, en la que Jesús, antes de designarse como Pastor, nos sorprende diciendo: "Yo soy la puerta" (Jn 10, 7). En el servicio de pastor hay que entrar a través de él. Jesús pone de relieve con gran claridad esta condición de fondo, afirmando: "El que sube por otro lado, ese es un ladrón y un salteador" (Jn 10, 1).
Esta palabra "sube" ("anabainei") evoca la imagen de alguien que trepa al recinto para llegar, saltando, a donde legítimamente no podría llegar. "Subir": se puede ver aquí la imagen del arribismo, del intento de llegar "muy alto", de conseguir un puesto mediante la Iglesia: servirse, no servir. Es la imagen del hombre que, a través del sacerdocio, quiere llegar a ser importante, convertirse en un personaje; la imagen del que busca su propia exaltación y no el servicio humilde de Jesucristo.
Pero el único camino para subir legítimamente hacia el ministerio de pastor es la cruz. Esta es la verdadera subida, esta es la verdadera puerta. No desear llegar a ser alguien, sino, por el contrario, ser para los demás, para Cristo, y así, mediante él y con él, ser para los hombres que él busca, que él quiere conducir por el camino de la vida.
Se entra en el sacerdocio a través del sacramento; y esto significa precisamente: a través de la entrega a Cristo, para que él disponga de mí; para que yo lo sirva y siga su llamada, aunque no coincida con mis deseos de autorrealización y estima. Entrar por la puerta, que es Cristo, quiere decir conocerlo y amarlo cada vez más, para que nuestra voluntad se una a la suya y nuestro actuar llegue a ser uno con su actuar.
Queridos amigos, por esta intención queremos orar siempre de nuevo, queremos esforzarnos precisamente por esto, es decir, para que Cristo crezca en nosotros, para que nuestra unión con él sea cada vez más profunda, de modo que también a través de nosotros sea Cristo mismo quien apaciente.
Consideremos ahora más atentamente las tres afirmaciones fundamentales de Jesús sobre el buen pastor. La primera, que con gran fuerza impregna todo el discurso sobre los pastores, dice: el pastor da su vida por las ovejas. El misterio de la cruz está en el centro del servicio de Jesús como pastor: es el gran servicio que él nos presta a todos nosotros. Se entrega a sí mismo, y no sólo en un pasado lejano. En la sagrada Eucaristía realiza esto cada día, se da a sí mismo mediante nuestras manos, se da a nosotros. Por eso, con razón, en el centro de la vida sacerdotal está la sagrada Eucaristía, en la que el sacrificio de Jesús en la cruz está siempre realmente presente entre nosotros.
A partir de esto aprendemos también qué significa celebrar la Eucaristía de modo adecuado: es encontrarnos con el Señor, que por nosotros se despoja de su gloria divina, se deja humillar hasta la muerte en la cruz y así se entrega a cada uno de nosotros. Es muy importante para el sacerdote la Eucaristía diaria, en la que se expone siempre de nuevo a este misterio; se pone siempre de nuevo a sí mismo en las manos de Dios, experimentando al mismo tiempo la alegría de saber que él está presente, me acoge, me levanta y me lleva siempre de nuevo, me da la mano, se da a sí mismo.
La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar nuestra vida. La vida no se da sólo en el momento de la muerte, y no solamente en el modo del martirio. Debemos darla día a día. Debo aprender día a día que yo no poseo mi vida para mí mismo. Día a día debo aprender a desprenderme de mí mismo, a estar a disposición del Señor para lo que necesite de mí en cada momento, aunque otras cosas me parezcan más bellas y más importantes. Dar la vida, no tomarla. Precisamente así experimentamos la libertad. La libertad de nosotros mismos, la amplitud del ser. Precisamente así, siendo útiles, siendo personas necesarias para el mundo, nuestra vida llega a ser importante y bella. Sólo quien da su vida la encuentra.
En segundo lugar el Señor nos dice: "Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre" (Jn 10, 14-15). En esta frase hay dos relaciones en apariencia muy diversas, que aquí están entrelazadas: la relación entre Jesús y el Padre, y la relación entre Jesús y los hombres encomendados a él. Pero ambas relaciones van precisamente juntas porque los hombres, en definitiva, pertenecen al Padre y buscan al Creador, a Dios. Cuando se dan cuenta de que uno habla solamente en su propio nombre y tomando sólo de sí mismo, entonces intuyen que eso es demasiado poco y no puede ser lo que buscan.
Pero donde resuena en una persona otra voz, la voz del Creador, del Padre, se abre la puerta de la relación que el hombre espera. Por tanto, así debe ser en nuestro caso. Ante todo, en nuestro interior debemos vivir la relación con Cristo y, por medio de él, con el Padre; sólo entonces podemos comprender verdaderamente a los hombres, sólo a la luz de Dios se comprende la profundidad del hombre; entonces quien nos escucha se da cuenta de que no hablamos de nosotros, de algo, sino del verdadero Pastor.
Obviamente, las palabras de Jesús se refieren también a toda la tarea pastoral práctica de acompañar a los hombres, de salir a su encuentro, de estar abiertos a sus necesidades y a sus interrogantes. Desde luego, es fundamental el conocimiento práctico, concreto, de las personas que me han sido encomendadas, y ciertamente es importante entender este "conocer" a los demás en el sentido bíblico: no existe un verdadero conocimiento sin amor, sin una relación interior, sin una profunda aceptación del otro.
El pastor no puede contentarse con saber los nombres y las fechas. Su conocimiento debe ser siempre también un conocimiento de las ovejas con el corazón. Pero a esto sólo podemos llegar si el Señor ha abierto nuestro corazón, si nuestro conocimiento no vincula las personas a nuestro pequeño yo privado, a nuestro pequeño corazón, sino que, por el contrario, les hace sentir el corazón de Jesús, el corazón del Señor. Debe ser un conocimiento con el corazón de Jesús, un conocimiento orientado a él, un conocimiento que no vincula la persona a mí, sino que la guía hacia Jesús, haciéndolo así libre y abierto. Así también nosotros nos hacemos cercanos a los hombres.
Pidamos siempre de nuevo al Señor que nos conceda este modo de conocer con el corazón de Jesús, de no vincularlos a mí sino al corazón de Jesús, y de crear así una verdadera comunidad.
Por último, el Señor nos habla del servicio a la unidad encomendado al pastor: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor" (Jn 10, 16). Es lo mismo que repite san Juan después de la decisión del sanedrín de matar a Jesús, cuando Caifás dijo que era preferible que muriera uno solo por el pueblo a que pereciera toda la nación. San Juan reconoce que se trata de palabras proféticas, y añade: "Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 52).
Se revela la relación entre cruz y unidad; la unidad se paga con la cruz. Pero sobre todo aparece el horizonte universal del actuar de Jesús. Aunque Ezequiel, en su profecía sobre el pastor, se refería al restablecimiento de la unidad entre las tribus dispersas de Israel (cf. Ez 34, 22-24), ahora ya no se trata de la unificación del Israel disperso, sino de todos los hijos de Dios, de la humanidad, de la Iglesia de judíos y paganos. La misión de Jesús concierne a toda la humanidad, y por eso la Iglesia tiene una responsabilidad con respecto a toda la humanidad, para que reconozca a Dios, al Dios que por todos nosotros en Jesucristo se encarnó, sufrió, murió y resucitó.
La Iglesia jamás debe contentarse con la multitud de aquellos a quienes, en cierto momento, ha llegado, y decir que los demás están bien así: musulmanes, hindúes... La Iglesia no puede retirarse cómodamente dentro de los límites de su propio ambiente. Tiene por cometido la solicitud universal, debe preocuparse por todos y de todos. Por lo general debemos "traducir" esta gran tarea en nuestras respectivas misiones. Obviamente, un sacerdote, un pastor de almas debe preocuparse ante todo por los que creen y viven con la Iglesia, por los que buscan en ella el camino de la vida y que, por su parte, como piedras vivas, construyen la Iglesia y así edifican y sostienen juntos también al sacerdote.
Sin embargo, como dice el Señor, también debemos salir siempre de nuevo "a los caminos y cercados" (Lc 14, 23) para llevar la invitación de Dios a su banquete también a los hombres que hasta ahora no han oído hablar para nada de él o no han sido tocados interiormente por él. Este servicio universal, servicio a la unidad, se realiza de muchas maneras. Siempre forma parte de él también el compromiso por la unidad interior de la Iglesia, para que ella, por encima de todas las diferencias y los límites, sea un signo de la presencia de Dios en el mundo, el único que puede crear dicha unidad.
La Iglesia antigua encontró en la escultura de su tiempo la figura del pastor que lleva una oveja sobre sus hombros. Quizá esas imágenes formen parte del sueño idílico de la vida campestre, que había fascinado a la sociedad de entonces. Pero para los cristianos esta figura se ha transformado con toda naturalidad en la imagen de Aquel que ha salido en busca de la oveja perdida, la humanidad; en la imagen de Aquel que nos sigue hasta nuestros desiertos y nuestras confusiones; en la imagen de Aquel que ha cargado sobre sus hombros a la oveja perdida, que es la humanidad, y la lleva a casa. Se ha convertido en la imagen del verdadero Pastor, Jesucristo. A él nos encomendamos. A él os encomendamos a vosotros, queridos hermanos, especialmente en esta hora, para que os conduzca y os lleve todos los días; para que os ayude a ser, por él y con él, buenos pastores de su rebaño. Amén. |
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enriqueellena Invitado
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Publicado:
Jue Mar 29, 2007 1:20 am Asunto:
Tema: informacion |
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La disciplina eclesiástica del celibato sacerdotal
por el P. Juan Carlos Sack I.V.E. 24/01/2007
Uno de los asuntos de los cuales más se habla en algunos ambientes eclesiásticos (y no eclesiásticos), y hacia el cual más de una denominación cristiana orienta sus críticas, es la disciplina actual de la Iglesia Católica según la cual quien se acerca a las Sagradas Ordenes (sacerdocio) debe profesar votos de castidad perpetua (celibato). Digamos desde un primer momento que se trata de una disciplina eclesiástica sujeta a cambio, que de hecho cambió y puede, teóricamente, seguir cambiando. No se trata de un dogma de fe.
La hermana Iglesia Ortodoxa, que ordena sacerdotes "válidamente" según el juicio de la Iglesia Católica, admite hombre casados al sacerdocio. Es más, la misma Iglesia Católica en los países donde predomina el rito Bizantino (por ejemplo en Ucrania, por mencionar uno) ordena sacerdotes a hombres casados, los cuales continúan viviendo vida matrimonial después de la ordenación. Pero al mismo tiempo la Iglesia cree que el celibato sacerdotal es un don de Dios, y que hoy por hoy sería un error cambiar la legislación actual. Y la bimilenaria Iglesia tiene sus buenos motivos.
Expongo aquí sucintamente algunos pensamientos sobre el tema. No se trata de un tratado exhaustivo, sino apenas un resumen, algo que el laico sencillo pueda entender sin mayores estudios teológicos y sin necesidad de recurrir a gruesos tratados de historia de la Iglesia. Dejamos de lado las muchas razones de orden teológico y pastoral que evidencian la oportunidad de esta disciplina (y que son en verdad cuantiosas y de no poca monta), y vemos solamente el proceso histórico de esta decisión. Es decir, el presente escrito no responde a todas la preguntas sobre el tema ni es una defensa acabada del celibato, sino que trata de responder a la pregunta: ¿de dónde proviene esta práctica en la Iglesia Católica? ¿Cómo fue evolucionando el asunto? ¿Fue siempre así como lo conocemos hoy?
Quien quiera profundizar sobre los motivos de orden teológico que han llevado a la Iglesia por el camino del celibato sacerdotal, puede leer con provecho la magistral encíclica de Pablo VI "Sacerdotalis Caelibatus", entre otros muchos esclarecedores documentos de la Iglesia. Para entender el motivo último de esta práctica eclesiásticay valorar los alcances profundos de la misma hay que leer y meditar Mateo 19:10-12 y, sobretodo, el capítulo 7 de la primera carta de San Pablo a los Corintios.
Estos textos dan "el espíritu" que late tras la legislación del celibato sacerdotal. Leyendo estos pasajes, el fiel entiende que se trata de una vocación de Dios, en vistas al Reino de Dios, y que sólo sin razonar puede alguien rápidamente afirmar que "es un invento de los curas"; en efecto, más allá de la disciplina eclesiástica, que puede cambiar y de hecho fue cambiando con el paso del tiempo, sin embargo quedarán siempre en pié aquellas claras palabras del apóstol: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7).
Si perdemos de vista estos textos bíblicos, perdemos de vista el centro de la cuestión.En la evolución histórica de la legislación celibataria pueden distinguirse (y somos conscientes de simplificar demasiado las cosas) tres momentos principales: a) de los comienzos al siglo IV; b) del siglo IV al XII; c) del siglo XII a nuestros días. a) La comunidad apostólica y los tres primeros siglos de la Iglesia Hay algunos textos ya en los escritos del Nuevo Testamento que nos ilustran sobre la situación de la Iglesia primitiva en esta materia.
San Pablo pide que los obispos y diáconos sean "casados una sola vez", o "maridos de una sola mujer" (I Tim 3:2.12; Tito 1:6). Esto, en un primer momento, como se apresuran a hacérnoslo saber algunos hermanos evangélicos, parecería excluir la idea de un sacerdote u obispo "célibe". Ahora bien, no debemos olvidar que el mismo Pablo nos hablaba de la conveniencia de "no estar divididos" (es decir, no estar casados), y agregaba que él quisiera que "todos fuesen como él" (1Cor 7:7- , dejando claro que él mismo no tenía mujer, y que prefería - ciertamente no imponía - que el servidor de Dios tampoco la tuviese (incluye también la virginidad femenina, como camino ideal de quien quiera servir a Dios con corazón indiviso).
Es decir, lo que San Pablo pedía con "que sean de una sola mujer" no era que necesariamente se casaran y tuvieran al menos una mujer - como lo interpretan algunos cristianos, lo cual sería exactamente lo contrario de todo lo que el mismo Pablo escribió en 1Cor 7 - sino que no sean personas que lleven una vida disoluta, con varias mujeres, o que se hayan casado más de una vez. Se trata de una orden que señala un límite (no más de una mujer), y no una obligación (al menos una mujer).
Es por otro lado obvio que en el comienzo de la predicación cristiana, cuando el celibato no era un estado admitido en la sociedad, los Apóstoles no esperasen encontrar hombres célibes en número suficiente para regir las numerosas comunidades cristianas que iban surgiendo, pues simplemente no los había, y no se podía pensar que el deseo de Pablo de que el servidor sea célibe fuese inmediatamente aceptado y practicado en toda la Iglesia. No había entonces seminarios: había que fundar las comunidades cristianas con la predicación, y para ello se escogía a los hombres más capacitados en ese momento.
Por ello Pablo exige al menos lo indispensable, a saber, que no sean libertinos, o que no hayan tenido ya varias mujeres. Incluso es de admirarse que, en ese ambiente naturalmente contrario a la abstención sexual, Pablo haya tenido la claridad y el valor de predicar que "es mejor no casarse". Sus palabras son sin duda de un gran calibre profético. Lo mismo cabe decir de los textos donde Pablo señala que "si el obispo no es capaz de ordenar su propia casa, cómo será capaz de ordenar la iglesia". No está diciendo que los candidatos deben ser necesariamente casados, y que un célibe no puede ejercer ese cargo, sino que el candidato, que debía ser una persona de cierta edad y experiencia, y por lo tanto bien casado, debía dar muestras de buen gobierno de su propia familia antes de querer gobernar a la Iglesia de Dios.
Esta fue la práctica de la Iglesia durante los primeros siglos, a saber, admitía los candidatos casados a las ordenes sagradas, siempre y cuando diesen testimonio de un matrimonio vivido de manera irreprensible; al mismo tiempo, y siguiendo las enseñanzas de Jesús y de Pablo de las que hemos hablado más arriba, siempre fue estimado por todas las iglesias el don del celibato por el Reino de los Cielos, y es lógico pensar que muchos comenzaba ya a vivir ese estado de vida tan particular. En otras palabras, había ministros casados y ministros célibes, aunque no podemos determinar la cantidad y la proporción con respecto a los casados, o los oficios que se reservaban a unos u a otros, etc.
Además, las costumbres de las distintas iglesias locales eran diversas en este sentido, aunque los principios que enunciamos eran respetados en todos lados. Recordemos que a la hora de acudir a los documentos escritos, no es mucho lo que de aquella lejana historia podemos asegurar conciencia cierta en el campo que vamos tratando. Algunos estudiosos, por ejemplo, se inclinan a pensar que, si bien no era obligatorio, la mayoría de las iglesias locales, tal vez celosas de las palabras del Apóstol, guardaban la costumbre de admitir a las órdenes sagradas preferiblemente a los célibes.
Antes de seguir adelante señalo aquí una observación que hay que tener muy en cuenta a la hora de "datar" las enseñanzas o las prácticas de la Iglesia: cuando un concilio o un Papa legislan o definen una determinada doctrina, no quiere decir que esa doctrina haya sido "introducida" en la Iglesia en ese tiempo, sino más bien que se trata de algo que ya existía, y sobre lo que sólo ahora parece necesario legislar. Demos un ejemplo más reciente: si un historiador del siglo veintiséis leyese en los libros de historia que fue recién Juan Pablo II en el siglo veinte quién definió solemnemente sobre la imposibilidad de la ordenación sacerdotal de mujeres, ¿podría él concluir legítimamente que la doctrina católica de la no-validez de la ordenación de mujeres fue "introducida en la Iglesia" sólo en el siglo veinte? Se equivocaría si así pensase nuestro imaginario historiador, pues la decisión de Juan Pablo II no es una "innovación", sino una "explicitación" de una doctrina mantenida desde siempre, pero sobre la cual no había necesidad de legislar con anterioridad, pues era mantenida por la totalidad de los fieles. Algo similar sucede con la "legislación" sobre el celibato sacerdotal: que se haya legislado recién en los siglos III o IV no quiere decir que el tema era desconocido antes.
Este principio se aplica a muchas definiciones dogmáticas que algunos se apresuran a ver como "innovaciones" de la Iglesia, cuando en realidad no son sino un explicitar lo que ya se venía creyendo con anteriorida (así el dogma del primado del Obispo de Roma, la Asunción de la Virgen, y tantas otras doctrinas). Si bien es probable que las iglesias locales hayan legislado sobre esta materia con anterioridad, lo que nos ha llegado de más antiguo son las decisiones del Concilio de Elvira (entre los años 295 y 302), que fue un concilio de obispos de las tierras que hoy son España. Dicho Concilio manda que los obispos, sacerdotes y diáconos admitidos a las órdenes sean célibes, o bien dejen a sus legítimas mujeres si quieren recibir las sagradas ordenes.
Esta práctica no fue reglamentada de igual modo en las iglesias del mundo oriental (Asia Menor), que no impedían a los obispos y sacerdotes ordenados seguir en comunión con sus respectivas esposas. En occidente, por el contrario, la predicación de los grandes pastores del siglo IV y V testimonia decididamente una clara preferencia por el sacerdocio celibatario. Se pueden encontrar testimonios históricos de la existencia en occidente de sacerdotes que vivían con sus esposas, pero eran los que se encontraban "en el campo", lejos de sus obispos, o por otras razones.
También tenemos un testimonio del año 386: el concilio romano convocado por el Papa Siricio, que prohibía a los sacerdotes continuar relaciones con sus ex-mujeres. En realidad las leyes variaban de un lugar a otro; no olvidemos las grandes distancias que había que recorrer en aquellos tiempos para comunicarse, de modo que las decisiones de una iglesia local tardaban tal vez años en llegar a oídos de las otras iglesias. No era raro que, a pesar de las indicaciones de los concilios y de la preferencia popular del pueblo por los sacerdotes célibes, algunos tomasen mujer; en muchas de las iglesias esto era motivo suficiente para impedir que un diácono o sacerdote fuera ordenado obispo u ocupara un puesto de cierta importancia. Concilios del siglo VI y VII reglamentan explícitamente que los obispos "deben" dejar a sus esposas una vez ordenados, mientras que para los sacerdotes y diáconos parecería no "exigirse" la separación. Aún en el siglo VIII encontramos que el Papa Zacarías no quería aplicar a todas las iglesias locales las costumbres más propias de algunas, de modo que cada una podía legislar como le parecía más oportuno (respuesta al Rey Pepino).
Y hubo tiempos de particular decadencia en la historia, cultura y religiosidad del mundo cristiano europeo (la que dio en llamarse "Edad de Hierro"), cuando muchos obispos, sacerdotes y diáconos tomaban mujeres y engendraban hijos, a los cuales podían heredar sus posesiones. Curiosamente, a pesar de estas "costumbres" poco admirables, el celibato nunca dejó de tener, a veces más a veces menos, su lugar privilegiado en la enseñanza y en la legislación de la Iglesia de occidente. Lo que nunca se aceptó en ningún lado fue que un ordenado pudiese casarse. El casado podía ordenarse, pero el ordenado no podía casarse.
Recién en el año 1123, con el primer concilio Laterano, se reglamentó que el candidato a las órdenes debe abstenerse de mujer, y que el matrimonio de una persona ordenada era inválido, de modo que todo trato con mujer una vez recibida la ordenación pasaba a ser simple concubinato. En este espíritu reglamentarían todos los Concilios posteriores. Es claro que no inmediatamente la ley se puso en práctica en todos lados, pero poco a poco fue cobrando fuerza de costumbre en todas las iglesias de occidente. En nuestro días, esta doctrina encuentra muchos adversarios, pero como vimos, no es nada nuevo.
La Iglesia no define el celibato como una necesidad absoluta, pero lo ve como el mejor medio para que el siervo de Dios y de su pueblo pueda actuar "sin divisiones". en este tema hay que saber hablar con exactitud, ya que el mal uso de las palabras entorpece el diálogo y no ayuda a ver la realidad de las cosas. Se oye con frecuencia expresiones de este tipo: "La Iglesia impone a los sacerdotes el celibato", o bien en forma interrogativa: "¿Porqué los sacerdotes no se pueden casar?". Si bien se entiende que el celibato es una reglamentación eclesiástica, una "ley" de la Iglesia, sin embargo no me parece que sea del todo correcto hablar de "imponer" el celibato, o de "obligar" al mismo. En la Iglesia Católica nadie está obligado a ser célibe, porque nadie está obligado a ser sacerdote.
Me explico: Por los motivos ya enunciados en el Nuevo Testamento y que hemos sugerido más arriba y por muchos otros motivos de mucho peso, a la Iglesia de Cristo de los últimos mil años le ha parecido bien considerar la vocación al sacerdocio y la vocación al celibato como una única vocación. (Esto no impide que alguien pueda ser también célibe, temporalmente o de por vida, por otros motivos o fuera del sacerdocio). El punto principal aquí es en realidad el siguiente: la vocación sacerdotal es un llamado gratuito de Dios para su Iglesia, y no un derecho personal del candidato.
No sucede con el sacerdocio lo que sucede con otras profesiones humanas, a las cuales "tengo derecho": la Iglesia, al unir "sacerdocio" con "celibato" no está "imponiendo nada a nadie", porque nadie tiene que ser sacerdote; más bien hay que decir que al obrar así está ejerciendo un "derecho" dado por Dios mismo a su Iglesia de determinar ciertos aspectos disciplinares del oficio sacerdotal. De hecho es precisamente la Iglesia la que ordena sacerdotes para destinarlos al servicio divino. Si no fuera así, ¿en qué quedaría el sacerdocio? ¿cuál sería su finalidad? ¿sería cada uno sacerdote según su propio parecer?
En la Iglesia hay cientos de maneras de servir al pueblo de Dios, y si alguien cree que es llamado a ocupar un lugar activo en la Iglesia -¡y en verdad todos lo estan! -, pero a la vez cree que no está llamado al celibato, sepa que puede ocupar ese lugar según el don que Dios le dio, sujetandose al parecer de la Iglesia, y no debe buscar a toda costa "ser sacerdote". El sacerdocio es un oficio sagrado de la Iglesia en bien de la Iglesia, y es ella la que determina, en los diversos períodos históricos de su vida, de qué manera conviene mejor ejercer este oficio.
El candidato al sacerdocio tiene largos años para reflexionar y prepararse. No creo que sea lícito hablar de "obligación" en sentido de "imposición forzada". Demás está decir que para ello la Iglesia debe saber preparar a los candidatos debidamente, de modo que puedan aprender a vivir una vida tan particular; en esto está el secreto del "éxito" del sacerdote célibe. Pero ese es otro tema. Lo que nunca se aceptó en ningún lado fue que un ordenado pudiese casarse.
El casado podía ordenarse en determinadas circunstancias, pero el ordenado no podía casarse. En el año 1123, con el primer concilio Laterano, se reglamentó para las iglesias del occidente que el candidato a las órdenes debía abstenerse de mujer, y que el matrimonio de una persona ya ordenada era inválido, de modo que todo trato con mujer una vez recibida la ordenación pasaba a ser simple concubinato. En este espíritu reglamentarían todos los concilios posteriores. Queda claro que la ley no se puso en práctica inmediatamente en todos lados, sino que fue cobrando fuerza de costumbre poco a poco en todas las iglesias. En nuestros días, esta doctrina encuentra muchos adversarios, pero como vimos, no es nada nuevo. La Iglesia no define el celibato como una necesidad absoluta, pero lo ve como el mejor medio para que el siervo de Dios y de su pueblo pueda actuar "sin divisiones".
Se oye con frecuencia expresiones de este tipo: "La Iglesia impone a los sacerdotes el celibato", o bien en forma interrogativa: "¿Porqué los sacerdotes no se pueden casar?". Si bien se entiende que el celibato sacerdotal es una reglamentación eclesiástica, una "ley" de la Iglesia, sin embargo no es correcto hablar de "imponer" el celibato, o de "obligar" al mismo.
En la Iglesia Católica nadie está obligado a ser célibe, porque nadie está obligado a ser sacerdote.Por los motivos ya enunciados en el Nuevo Testamento y que hemos sugerido más arriba y por muchos otros motivos de mucho peso, a la Iglesia de Cristo le ha parecido oportuno considerar la vocación al sacerdocio y la vocación al celibato sacerdotal como dos aspectos de una única vocación. El punto principal aquí es el siguiente: la vocación sacerdotal es un llamado gratuito de Dios para su Iglesia y de ningún modo es un derecho personal del candidato. No sucede con el sacerdocio lo que sucede con otras profesiones humanas: la Iglesia, al unir "sacerdocio" con "celibato" no está imponiendo nada a nadie, porque nadie tiene el derecho a ser sacerdote, y por tanto de imponer sus modalidades; es más bien la Iglesia la que tiene el derecho y el deber, otorgados por Dios, para determinar los aspectos disciplinares del oficio sacerdotal.
Es precisamente la Iglesia la que ordena sacerdotes para destinarlos al servicio divino, y como tal es ella la que puede establecer las normas del mismo.
El sacerdocio católico es un don del Señor a la Iglesia, y ésta tiene el derecho de establecer las normas que considere oportunas para que los ministros de Dios tenga un corazón indiviso. En la Iglesia hay muchas de maneras de servir al pueblo de Dios y nadie está obligado a ser sacerdote, ni nadie tiene el derecho de serlo; si alguno cree que es llamado a ocupar un lugar activo en la Iglesia de Dios como ministro del evangelio, pero a la vez cree que no está llamado al celibato de por vida, sepa que puede ejercer su vocación de muchas otras maneras según el don que Dios le dio, sujetándose siempre al juicio de la Iglesia; buscar a toda costa "ser sacerdote" es mal signo y una inconsistencia, análoga a la inconsistencia y desvarío de aquellas buenas mujeres que fueron “ordenadas sacerdotes” (inválidamente por cierto): al pretender semejante cosa niegan un sacramento (el Orden Sagrado) para poder celebrar otro sacramento (la Eucaristía). Esta lógica no tiene lugar alguno en la Iglesia de Dios.
El sacerdocio es un don y oficio sagrado de la Iglesia en bien de la Iglesia, y es ella la que determina, en los diversos períodos históricos de su vida, de qué manera conviene mejor ejercer este oficio. El candidato al sacerdocio tiene largos años para reflexionar y prepararse, entre otras cosas para vivir su vida celibataria con un corazón indiviso, entero para el Señor. Demás está decir que para ello las iglesias locales deben saber preparar a los candidatos debidamente, de modo que puedan aprender a vivir una vida tan particular; en esto está el secreto del "éxito" del sacerdote célibe. Pero ése, es otro tema. |
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enriqueellena Invitado
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Publicado:
Jue Mar 29, 2007 1:22 am Asunto:
Tema: informacion |
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Orden Sacerdotal 30/09/2006
El Orden Sacerdotal es un sacramento que, por la imposición de las manos del Obispo, y sus palabras, hace sacerdotes a los hombres bautizados, y les da poder para perdonar los pecados y convertir el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
El sacramento del orden lo reciben aquellos que se sienten llamados por Dios a ser sacerdotes para dedicarse a la salvación eterna de sus hermanos los hombres. Esta ocupación es la más grande de la Tierra, pues los frutos de sus trabajos no acaban en este mundo, sino que son eternos.
La vocación al sacerdocio lleva consigo el celibato, recomendado por el Señor. La obligación del celibato no es por exigencia de la naturaleza del sacerdocio, sino por ley eclesiástica .
La Iglesia quiere que los candidatos al sacerdocio abracen libremente el celibato por amor de Dios y servicio de los hombres .
La Iglesia quiere a sus sacerdotes célibes para que puedan dedicarse completamente al bien de las almas, sin las limitaciones, en tiempo y preocupaciones, que supone sacar adelante una familia.
El sacerdote debe estar libre para dedicarse, cien por cien, al cuidado de las almas.
Aunque es verdad que en algún caso una esposa podría ayudarle, también es verdad que en otros muchos, una esposa podría absorberle su tiempo por estar enferma física o psíquicamente, o por exigir de él mayor atención, etc.
Y por supuesto, los hijos exigirían de él, no sólo tiempo, sino destinos en los que la educación de ellos fuera más fácil, o evitar atender a enfermos contagiosos, etc.
Es decir, el sacerdote sin familia está más libre para el apostolado; y la Iglesia, en dos mil años de experiencia, así lo ha advertido, y por eso exige el celibato a sus sacerdotes.
Pero, sobre todo, el celibato sacerdotal tiene un fundamento teológico: Cristo fue célibe, y el sacerdote es "alter Christus", es decir, otro Cristo .
El amor de Jesucristo es universal, igual para todos; sin los exclusivismos propios del amor matrimonial. Así debe ser el amor del sacerdote.
La vocación no consiste en recibir una llamada telefónica de Dios. Si un muchacho tiene buena salud (no es necesario ser un superman ), es capaz de hacer estudios (no es necesario ser un genio), puede vivir habitualmente en gracia, con la ayuda de Dios (no hace falta ser ya un santo), tiene buena intención (no se trata de buscar el modo de ganarse la vida ) es decir, busca su propia perfección y la salvación de las almas, debe preguntarse si Dios le llama al sacerdocio.
No se trata de preguntar me gustaría ser sacerdote? sino, me querrá Dios sacerdote? . En caso de duda preguntar a persona imparcial y formada.
Hay que pedirle a Dios que haya muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, pues hacen falta muchos párrocos, muchos misioneros, predicadores, confesores, maestros, etc., y también muchas Hermanitas de los Pobres, de la Caridad, en los hospitales, en los asilos, religiosas en las escuelas, colegios etc.; y otras en los conventos de clausura que alaben a Dios y pidan por los pecadores.
Por eso es un gran apostolado ayudar económicamente a la formación de futuros apóstoles, y a los conventos de clausura.
Todos debemos pedir a Dios que sean muchos los jóvenes que sigan la voz de Dios, pues hacen falta muchos y buenos sacerdotes y religiosos.
Los padres tienen obligación grave de dejar en libertad a sus hijos que quieran consagrarse a Dios . Pero también sería pecado -y gravísimo- el inducir a sus hijos, por motivos humanos, a abrazar, sin vocación, el estado eclesiástico.
Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos en la elección de una profesión y estado de vida . (P. Jorge Loring, Para Salvarte) |
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enriqueellena Invitado
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Publicado:
Jue Mar 29, 2007 1:24 am Asunto:
Tema: informacion |
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Orden Sacerdotal 30/09/2006
El Orden Sacerdotal es un sacramento que, por la imposición de las manos del Obispo, y sus palabras, hace sacerdotes a los hombres bautizados, y les da poder para perdonar los pecados y convertir el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
El sacramento del orden lo reciben aquellos que se sienten llamados por Dios a ser sacerdotes para dedicarse a la salvación eterna de sus hermanos los hombres. Esta ocupación es la más grande de la Tierra, pues los frutos de sus trabajos no acaban en este mundo, sino que son eternos.
La vocación al sacerdocio lleva consigo el celibato, recomendado por el Señor. La obligación del celibato no es por exigencia de la naturaleza del sacerdocio, sino por ley eclesiástica .
La Iglesia quiere que los candidatos al sacerdocio abracen libremente el celibato por amor de Dios y servicio de los hombres .
La Iglesia quiere a sus sacerdotes célibes para que puedan dedicarse completamente al bien de las almas, sin las limitaciones, en tiempo y preocupaciones, que supone sacar adelante una familia.
El sacerdote debe estar libre para dedicarse, cien por cien, al cuidado de las almas.
Aunque es verdad que en algún caso una esposa podría ayudarle, también es verdad que en otros muchos, una esposa podría absorberle su tiempo por estar enferma física o psíquicamente, o por exigir de él mayor atención, etc.
Y por supuesto, los hijos exigirían de él, no sólo tiempo, sino destinos en los que la educación de ellos fuera más fácil, o evitar atender a enfermos contagiosos, etc.
Es decir, el sacerdote sin familia está más libre para el apostolado; y la Iglesia, en dos mil años de experiencia, así lo ha advertido, y por eso exige el celibato a sus sacerdotes.
Pero, sobre todo, el celibato sacerdotal tiene un fundamento teológico: Cristo fue célibe, y el sacerdote es "alter Christus", es decir, otro Cristo .
El amor de Jesucristo es universal, igual para todos; sin los exclusivismos propios del amor matrimonial. Así debe ser el amor del sacerdote.
La vocación no consiste en recibir una llamada telefónica de Dios. Si un muchacho tiene buena salud (no es necesario ser un superman ), es capaz de hacer estudios (no es necesario ser un genio), puede vivir habitualmente en gracia, con la ayuda de Dios (no hace falta ser ya un santo), tiene buena intención (no se trata de buscar el modo de ganarse la vida ) es decir, busca su propia perfección y la salvación de las almas, debe preguntarse si Dios le llama al sacerdocio.
No se trata de preguntar me gustaría ser sacerdote? sino, me querrá Dios sacerdote? . En caso de duda preguntar a persona imparcial y formada.
Hay que pedirle a Dios que haya muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, pues hacen falta muchos párrocos, muchos misioneros, predicadores, confesores, maestros, etc., y también muchas Hermanitas de los Pobres, de la Caridad, en los hospitales, en los asilos, religiosas en las escuelas, colegios etc.; y otras en los conventos de clausura que alaben a Dios y pidan por los pecadores.
Por eso es un gran apostolado ayudar económicamente a la formación de futuros apóstoles, y a los conventos de clausura.
Todos debemos pedir a Dios que sean muchos los jóvenes que sigan la voz de Dios, pues hacen falta muchos y buenos sacerdotes y religiosos.
Los padres tienen obligación grave de dejar en libertad a sus hijos que quieran consagrarse a Dios . Pero también sería pecado -y gravísimo- el inducir a sus hijos, por motivos humanos, a abrazar, sin vocación, el estado eclesiástico.
Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos en la elección de una profesión y estado de vida . (P. Jorge Loring, Para Salvarte) |
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Simón Alemán Veterano
Registrado: 15 Jun 2006 Mensajes: 1742 Ubicación: Panama
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Publicado:
Jue Mar 29, 2007 1:17 pm Asunto:
Tema: informacion |
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Estimado Hermano:
Te refiero al Código de Derecho Canonico, en donde estan los derechos y deberes de cada uno en la Iglesia. Puedes buscarlo en Internet en la página del Vaticano.
Saludos en Cristo, _________________ La medida del amor es amar sin medida.(San Agustín)
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francisco javier pinzon Esporádico
Registrado: 24 Mar 2007 Mensajes: 43
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Publicado:
Vie Mar 30, 2007 11:04 pm Asunto:
Tema: informacion |
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muchas gracias por sus respuestas.
estoy de acuerdo con el celibato ya que dice la palabra que: "no todos están llamados al matrimonio, ya que nacieron mutilados o deficientes, pero otros no lo hacen para el REINO DE LOS CIELOS" algo así dice.
lo importante de la escritura es que en verdad jesús ya antecedía que muchos y muchas no se iban a casar y guardar el celibato para gloria del reino.
ahora, eh leido algunos libros (anónimos y que supuestamente son prelados del mismo vaticano) donde menciona el abuso del poder por parte de nuestros sacerdotes, menciona acerca de masones, homosexualidades, intereses y varias cosas por parte de nuestros obispos y demás...
primero que nada descarto estos tipos de cosas (a pesar de que ocupan un puesto avanzado en la iglesia) puesto que todos podemos o hemos caido en estos tipos de situaciones, es decir, que son cosas que también a nosotros nos pueden pasar.
sin embargo con toda humildad y por culpa de la necesidad del saber por qué a muchas cosas, me inconforma que todavía en el siglo XXI nuestros dirigentes espirituales de mayor status no son personas que de verdad lo merecen. nuestros verdaderos obispos, cardenales y verdaderos sacerdotes están en comunidades pequeñas están hechos a un lado.
el modo de eleccion de este tipo de personas se debería reformar.
sin embargo yo estoy aquí para saber no para opinar. por que de hecho sería un hereje que me pusiera a cuestionar a la iglesia o p'or lo menos a menifestarlo. ya que los únicos que pueden opinar son los mismos de los que estoy hablando.
por otra parte decimos que este tipo de situaciones se lo dejamos al espiritu santo que siempre está con la iglesia y que eso no lo dudo, pero? que acaso el demonio no tienta a los sacerdotes a los obispos a los cardenales? yo pienso que no podemos justificar cualquier acto de cualquiera de ellos con la fuerza del espiritu santo, por que no tenemos la seguridad de que en verdad sean santos. ni siquiera del papa.
hablando del papa, creo que es aquí donde debido a muchas oraciones sí es la palomita blanca la que inspira a la elección de nuestro "santo padre"
muchas gracias por sus respuestas |
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