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Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI

 
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scarlett
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MensajePublicado: Jue Mar 08, 2007 5:43 pm    Asunto: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
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Paz y bien. Me gustaría compartir algunas meditaciones del Santo Padre en ésta Cuaresma.

Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2007

«Mirarán al que traspasaron»

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 13 febrero 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2007, distribuido este martes por la Santa Sede, con el título «Mirarán al que traspasaron» (Juan 19,37).

¡Queridos hermanos y hermanas!
«Mirarán al que traspasaron» (Jn 19,37).
Éste es el tema bíblico que guía este año nuestra reflexión cuaresmal.
La Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto, junto a Aquel que en la Cruz consuma el sacrificio de su vida para toda la humanidad (cf. Jn 19,25).

Por tanto, con una atención más viva, dirijamos nuestra mirada, en este tiempo de penitencia y de oración, a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos ha revelado plenamente el amor de Dios.
En la Encíclica Deus caritas est he tratado con detenimiento el tema del amor, destacando sus dos formas fundamentales: el agapé y el eros.

El amor de Dios: agapé y eros

El término agapé , que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, indica el amor oblativo de quien busca exclusivamente el bien del otro; la palabra eros denota, en cambio, el amor de quien desea poseer lo que le falta y anhela la unión con el amado. El amor con el que Dios nos envuelve es sin duda agapé . En efecto, ¿acaso puede el hombre dar a Dios algo bueno que Él no posea ya? Todo lo que la criatura humana es y tiene es don divino: por tanto, es la criatura la que tiene necesidad de Dios en todo. Pero el amor de Dios es también eros. En el Antiguo Testamento el Creador del universo muestra hacia el pueblo que ha elegido una predilección que trasciende toda motivación humana. El profeta Oseas expresa esta pasión divina con imágenes audaces como la del amor de un hombre por una mujer adúltera (cf. 3,1-3); Ezequiel, por su parte, hablando de la relación de Dios con el pueblo de Israel, no tiene miedo de usar un lenguaje ardiente y apasionado (cf. 16,1-22). Estos textos bíblicos indican que el eros forma parte del corazón de Dios: el Todopoderoso espera el «sí» de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa. Desgraciadamente, desde sus orígenes la humanidad, seducida por las mentiras del Maligno, se ha cerrado al amor de Dios, con la ilusión de una autosuficiencia que es imposible (cf. Gn 3,1-7). Replegándose en sí mismo, Adán se alejó de la fuente de la vida que es Dios mismo, y se convirtió en el primero de «los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud» (Hb 2,15). Dios, sin embargo, no se dio por vencido, es más, el «no» del hombre fue como el empujón decisivo que le indujo a manifestar su amor en toda su fuerza redentora.


BENEDICTUS PP. XVI
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scarlett
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MensajePublicado: Vie Mar 09, 2007 9:18 pm    Asunto:
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
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La Cruz revela la plenitud del amor de Dios

En el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irrefrenable de la misericordia del Padre celeste. Para reconquistar el amor de su criatura, Él aceptó pagar un precio muy alto: la sangre de su Hijo Unigénito.
La muerte, que para el primer Adán era signo extremo de soledad y de impotencia, se transformó de este modo en el acto supremo de amor y de libertad del nuevo Adán. Bien podemos entonces afirmar, con san Máximo el Confesor, que Cristo «murió, si así puede decirse, divinamente, porque murió libremente» (Ambigua, 91, 1956).
En la Cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros. Efectivamente, eros es —como expresa Pseudo-Dionisio Areopagita— esa fuerza «que hace que los amantes no lo sean de sí mismos, sino de aquellos a los que aman» (De divinis nominibus, IV, 13: PG 3, 712). ¿Qué mayor «eros loco» (N. Cabasilas, Vida en Cristo, 648) que el que trajo el Hijo de Dios al unirse a nosotros hasta tal punto que sufrió las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propias?

«Al que traspasaron»

Queridos hermanos y hermanas, ¡miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la revelación más impresionante del amor de Dios, un amor en el que eros y agapé, lejos de contraponerse, se iluminan mutuamente. En la Cruz Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él tiene sed del amor de cada uno de nosotros.
El apóstol Tomás reconoció a Jesús como «Señor y Dios» cuando puso la mano en la herida de su costado. No es de extrañar que, entre los santos, muchos hayan encontrado en el Corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor.
Se podría incluso decir que la revelación del eros de Dios hacia el hombre es, en realidad, la expresión suprema de su agapé. En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros.
Jesús dijo: «Yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él.
Aceptar su amor, sin embargo, no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo «me atrae hacia sí» para unirse a mí, para que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor.
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MensajePublicado: Sab Mar 10, 2007 10:04 pm    Asunto:
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
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Sangre y agua
«Mirarán al que traspasaron».

¡Miremos con confianza el costado traspasado de Jesús, del que salió «sangre y agua» (Jn 19,34)!
Los Padres de la Iglesia consideraron estos elementos como símbolos de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía.

Con el agua del Bautismo, gracias a la acción del Espíritu Santo, se nos revela la intimidad del amor trinitario.
En el camino cuaresmal, haciendo memoria de nuestro Bautismo, se nos exhorta a salir de nosotros mismos para abrirnos, con un confiado abandono, al abrazo misericordioso del Padre (cf. S. Juan Crisóstomo, Catequesis, 3,14 ss.).

La sangre, símbolo del amor del Buen Pastor, llega a nosotros especialmente en el misterio eucarístico: «La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús… nos implicamos en la dinámica de su entrega» (Enc. Deus caritas est, 13).

Vivamos, pues, la Cuaresma como un tiempo ‘eucarístico’, en el que, aceptando el amor de Jesús, aprendamos a difundirlo a nuestro alrededor con cada gesto y palabra.
De ese modo contemplar «al que traspasaron» nos llevará a abrir el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos llevará, particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas.

Que la Cuaresma sea para todos los cristianos una experiencia renovada del amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor que por nuestra parte cada día debemos «volver a dar» al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado.

Sólo así podremos participar plenamente de la alegría de la Pascua. Que María, la Madre del Amor Hermoso, nos guíe en este itinerario cuaresmal, camino de auténtica conversión al amor de Cristo. A vosotros, queridos hermanos y hermanas, os deseo un provechoso camino cuaresmal y, con afecto, os envío a todos una especial Bendición Apostólica.
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MensajePublicado: Lun Mar 12, 2007 6:43 pm    Asunto: LLAMADO DE JESUS A LA CONVERSION
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 11 marzo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
***
Queridos hermanos y hermanas:

El pasaje del Evangelio de Lucas, que se proclama en este tercer domingo de Cuaresma, refiere el comentario de Jesús sobre dos sucesos de la época.
El primero: la revuelta de algunos galileos, que había sido reprimida por Pilato con el derramamiento de sangre; el segundo: el derrumbamiento de una torre en Jerusalén, que había causado dieciocho víctimas.
Dos acontecimientos trágicos muy diferentes entre sí: el uno causado por el hombre; el otro accidental.
Según la mentalidad de aquella época, la gente tendía a pensar que la desgracia había recaído sobre las víctimas a causa de su grave culpa. Jesús, por el contrario, dice: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas?... O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?» (Lucas 13,2.4). En ambos casos, concluye diciendo: «No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo» (13, 3.5).

Este es, por tanto, el punto al que Jesús quiere llevar a quienes le escuchaban: la necesidad de la conversión. No la presenta en términos moralistas, sino realistas, como única respuesta adecuada a sucesos que ponen en crisis las certezas humanas. Ante ciertas desgracias, advierte, no sirve de nada echar la culpa a las víctimas. Lo verdaderamente sabio consiste más bien en dejarse interpelar por la precariedad de la existencia y asumir una actitud de responsabilidad: hacer penitencia y mejorar nuestra vida.

Esta es la sabiduría, esta es la respuesta más eficaz al mal, a todos los niveles, interpersonal, social e internacional. Cristo invita a responder al mal ante todo con un serio examen de conciencia y con el compromiso de purificar la propia vida. De otro modo, pereceremos, dice, pereceremos de la misma manera. De hecho, las personas y las sociedades que viven sin ponerse en discusión tienen como único destino final la ruina. La conversión, por el contrario, a pesar de que no preserva de los problemas y adversidades, permite afrontarlos de «manera» diferente.

Ante todo ayuda a prevenir el mal, desactivando algunas de sus amenazas. Y, en todo caso, permite vencer al mal con el bien, si bien no siempre a nivel de los hechos, que a veces son independientes de nuestra voluntad, ciertamente siempre a nivel espiritual.

En definitiva: la conversión vence al mal en su raíz, que es el pecado, aunque no siempre pueda evitar sus consecuencias.

Pidamos a María santísima, que nos acompaña y apoya en el camino cuaresmal, que ayude a cada cristiano a redescubrir la grandeza, diría incluso la belleza de la conversión. Que nos ayude a comprender que hacer penitencia y corregir la propia conducta no es simple moralismo, sino el camino más eficaz para mejorarnos tanto a nosotros mismos como a la sociedad. Lo explica muy bien una acertada máxima: es mejor encender una cerilla que maldecir la oscuridad.


__________________________________________________________

Normalmente trato de llevar las palabras que leo a mi propia vida. Este culpar a Dios de lo que me pasa, éste pensar que las desgracias suceden por ser pecador y por lo tanto como un castigo, es algo con lo que siempre batallé en mi vida. Y he descubierto que es falso.

Dios no castiga. No castigó a Adán y a Eva. Ellos desobedecieron y tuvieron que pagar las consecuencias de sus actos, sin embargo Dios en su misericordia infinita los dotó de la capacidad de trabajar, de vivir del sudor de su frente. No los botó y se olvidó de ellos. Dios ha tenido a la humanidad siempre bajo sus ojos amorosos.

Igualmente conmigo. Dios no me castiga, si hago algo mal debo responder de ello, pero no es un castigo que El me mande, es una respuesta a lo mal que yo hago. El al contrario, siempre está dispuesto a perdonarme y a recibirme. El siempre espera mi retorno, mi conversión.

Finalmente termino por entender que El también sufre cuando yo actúo mal.
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MensajePublicado: Mar Mar 13, 2007 8:08 pm    Asunto:
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
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P. Raniero Cantalamessa
“BIENAVENTURADOS LOS PUROS DE CORAZÓN PORQUE VERÁN A DIOS”
Primera predicación de Cuaresma

1. De la pureza ritual a la pureza de corazón

Continuando con nuestra reflexión sobre las bienaventuranzas evangélicas iniciada en Adviento, en esta primera meditación de Cuaresma queremos reflexionar sobre la bienaventuranza de los limpios de corazón. Cualquiera que lee u oye proclamar hoy: «Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios», piensa instintivamente en la virtud de la pureza, casi la bienaventuranza es el equivalente positivo e interiorizado del sexto mandamiento: «No cometerás actos impuros». Esta interpretación, planteada esporádicamente en el curso de la historia de la espiritualidad cristiana, se hizo predominante a partir del siglo XIX.

En realidad, la pureza de corazón no indica, en el pensamiento de Cristo, una virtud particular, sino una cualidad que debe acompañar todas las virtudes, a fin de que ellas sean de verdad virtudes y no en cambio «espléndidos vicios». Su contrario más directo no es la impureza, sino la hipocresía. Un poco de exégesis y de historia nos ayudarán a comprenderlo mejor.

Qué entiende Jesús por «pureza de corazón» se deduce claramente del contexto del sermón de la montaña. Según el Evangelio lo que decide la pureza o impureza de una acción –sea ésta la limosna, el ayuno o la oración- es la intención: esto es, si se realiza para ser vistos por los hombres o por agradar a Dios:

«Cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6, 2-6).

La hipocresía es el pecado denunciado con más fuerza por Dios a lo largo de toda la Biblia y el motivo es claro. Con ella el hombre rebaja a Dios, le pone en el segundo lugar, situando en el primero a las criaturas, al público. «El hombre mira la apariencia, el Señor mira el corazón» (1 S 16, 7): cultivar la apariencia más que el corazón significa dar más importancia al hombre que a Dios.

La hipocresía es por lo tanto, esencialmente, falta de fe; pero es también falta de caridad hacia el prójimo, en el sentido de que tiende a reducir a las personas a admiradores. No les reconoce una dignidad propia, sino que las ve sólo en función de la propia imagen.

El juicio de Cristo sobre la hipocresía no tiene vuelta de hoja: Receperunt mercedem suam: ¡ya han recibido su recompensa! Una recompensa, además, ilusoria hasta en el plano humano, porque la gloria, se sabe, huye de quien la sigue y sigue a quien la rehuye.

Ayudan a entender el sentido de la bienaventuranza de los limpios de corazón también las invectivas que Jesús pronuncia respecto a escribas y fariseos, todas centradas en la oposición entre «lo de dentro» y «lo de fuera», el interior y el exterior del hombre:

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mt 23, 27-2Cool.

La revolución llevada a cabo en este campo por Jesús es de un alcance incalculable. Antes de Él, excepto alguna rara alusión en los profetas y en los salmos (Salmo 24, 3: «¿Quién subirá al monte del Señor? Quien tiene manos inocentes y corazón puro»), la pureza se entendía en sentido ritual y cultual; consistía en mantenerse alejado de cosas, animales, personas o lugares considerados capaces de contagiar negativamente y de separar de la santidad de Dios. Sobre todo aquello que está ligado al nacimiento, a la muerte, a la alimentación y a la sexualidad entra en este ámbito. En formas o con presupuestos distintos, lo mismo ocurría en otras religiones, fuera de la Biblia.

Jesús elimina todos estos tabúes. Ante todo, con los gestos que realiza: come con los pecadores, toca a los leprosos, frecuenta a los paganos: todas cosas consideradas altamente contaminantes; después, con las enseñanzas que imparte. La solemnidad con la que introduce su discurso sobre lo puro y lo impuro permite entender lo consciente que era Él mismo de la novedad de su enseñanza:

«Llamó otra vez a la gente y les dijo: “Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Porque de dentro del corazón de los hombres salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”» (Mc 7, 14-15. 21-23).

«Así declaraba puros todos los alimentos», observa casi con estupor el evangelista (Mc 7, 19). Contra el intento de algunos judeo-cristianos de restablecer la distinción entre puro e impuro en los alimentos y en otros sectores de la vida, la Iglesia apostólica recalcará con fuerza: «Todo es puro para quien es puro», omnia munda mundis (Tt 1, 15; Rm 14, 20).

La pureza, entendida en el sentido de continencia y castidad, no está ausente de la bienaventuranza evangélica (entre las cosas que contaminan el corazón Jesús sitúa también, hemos oído, «fornicaciones, adulterios, libertinaje»); pero ocupa un puesto limitado y por así decirlo «secundario». Es un ámbito junto a otros en el que se pone de relevancia el lugar decisivo que ocupa el «corazón», como cuando dice que «quien mira a una mujer con deseo, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 2Cool.

En realidad, los términos «puro» y «pureza» (katharos, katharotes) nunca se utilizan en el Nuevo Testamento para indicar lo que con ellos entendemos nosotros hoy, esto es, la ausencia de pecados de la carne. Para esto se usan otros términos: dominio de sí (enkrateia), templanza (sophrosyne), castidad (hagneia).

Por cuanto se ha dicho, parece claro que el puro de corazón por excelencia es Jesús mismo. De Él sus propios adversarios se ven obligados a decir: «Sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios» (Mc 12, 14). Jesús podía decir de sí: «Yo no busco mi gloria» (Jn 8, 50).
Zenit Sab. 10 Mar.
___________________________________________________________
Hermosas palabras del P. Cantalamessa que nos invitan a reflexionar sobre la pureza del corazón.
Ser puros es no ser hipócritas. Es tener la intención de hacer el bien y hacerlo.
Cuando yo oigo pureza, pienso en niños. Otros piensan en virginidad (puesto que es el termino que se usa para describir en la actualidad a la pureza) Ya nos explica el P. Cantalamessa que no es sólo éso, sino el tener el corazón abierto a Dios.
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MensajePublicado: Mie Mar 14, 2007 8:50 pm    Asunto:
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
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Paz y bien.
Continuando con las reflexiones del P. Cantalamessa para ésta Cuaresma.

Cita:
2. Una mirada a la historia

En la exégesis de los Padres vemos delinearse pronto las tres direcciones fundamentales en las que la bienaventuranza de los puros de corazón será recibida e interpretada en la historia de la espiritualidad cristiana: la moral, la mística y la ascética.
*La interpretación moral pone el acento en la rectitud de intención,
*la interpretación mística en la visión de Dios,
*la ascética en la lucha contra las pasiones de la carne.
Las vemos ejemplificadas, respectivamente, en Agustín, Gregorio de Nisa y Juan Crisóstomo.

Ateniéndose fielmente al contexto evangélico, Agustín interpreta la bienaventuranza en clave moral, como rechazo a «practicar la justicia ante los hombres para ser por ellos admirados» (Mt 6, 1), por lo tanto como sencillez y franqueza que se opone a la hipocresía. «Tiene el corazón sencillo, puro -escribe- sólo quien supera las alabanzas humanas y al vivir está atento y busca ser agradable solo a aquél que es el único que escruta la conciencia»[/i]

El factor que decide la pureza o no del corazón es aquí la intención. «Todas nuestras acciones son honestas y agradables en la presencia de Dios si se realizan con el corazón sincero, o sea, con la intención hacia lo alto en la finalidad del amor... Por lo tanto no se debe considerar tanto la acción que se realiza, cuanto la intención con que se realiza» . Este modelo interpretativo que hace palanca sobre la intención permanecerá activo en toda la tradición espiritual posterior, especialmente ignaciana.

La interpretación mística, que tiene en Gregorio de Nisa su iniciador, explica la bienaventuranza en función de la contemplación. Hay que purificar el propio corazón de todo vínculo con el mundo y con el mal; de este modo, el corazón del hombre volverá a ser aquella pura y límpida imagen de Dios que era al principio y en la propia alma, como en un espejo, la criatura podrá «ver a Dios». «Si, con un tenor de vida diligente y atenta, lavas las fealdades que se han depositado en tu corazón, resplandecerá en ti la divina belleza... Contemplándote a ti mismo, verás en ti a aquél que es el deseo de tu corazón y serás santo» .
Aquí el peso está todo en la apódosis, en el fruto prometido a la bienaventuranza; tener el corazón limpio es el medio; el fin es «ver a Dios». Se nota, a nivel de lenguaje, una influencia de la especulación de Plotino, que se hace aún más descubierta en San Basilio .

También esta línea interpretativa tendrá continuidad en toda la historia sucesiva de la espiritualidad cristiana que pasa por San Bernardo, San Buenaventura y los místicos renanos.
En algunos ambientes monásticos se añade, en cambio, una idea nueva e interesante: la de la pureza como unificación interior que se obtiene deseando una cosa sola, cuando esta «cosa» es Dios. Escribe San Bernardo: «Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios. Como si dijera: purifica el corazón, sepárate de todo, sé monje, sólo, busca una cosa sola del Señor y persíguela (Sal 27, 4), libérate de todo y verás a Dios (Sal 46, 11)» [7].

Bastante aislada está en cambio, en los Padres y en los autores medievales, la interpretación ascética en función de la castidad que se convertirá en predominante, decía, desde el siglo XIX en adelante. Crisóstomo da el ejemplo más claro. Situándose en esta misma línea, el místico Ruusbroec distingue una castidad del espíritu, una castidad del corazón y una castidad del cuerpo. Refiere la bienaventuranza evangélica a la castidad del corazón. Ella -escribe- «mantiene reunidos y refuerza los sentidos externos, mientras, en el interior, frena y doma los instintos brutales... cierra el corazón a las cosas terrenas y a las ilusiones falaces, mientras que lo abre a las cosas celestiales y a la verdad?.

Con grados diversos de fidelidad, todas estas interpretaciones ortodoxas permanecen dentro del horizonte nuevo de la revolución obrada por Jesús que reconduce todo discurso moral al corazón. Paradójicamente, los que traicionaron la bienaventuranza evangélica de los puros (katharoi) de corazón son precisamente los que tomaron el nombre de ella: los cátaros con todos los movimientos afines que les precedieron y siguieron en la historia del cristianismo. Estos caen en la categoría de los que hacen consistir la pureza en estar separados, ritual y socialmente, de personas y cosas juzgadas en sí mismas impuras, en una pureza más exterior que interior. Son los herederos del radicalismo sectario de los fariseos y de los esenios más que del Evangelio de Cristo.


Pueden parecer a simple vista, palabras difíciles de entender, puesto que están dirigidas al clero, pero debemos entender que al igual que ellos tienen como esposo a Jesús, nosotros podemos llevar éstas palabras a nuestras propias vidas.
Hacer un paralelismo entre la relación de los religiosos y la Iglesia.
Y nosotros mismos y nuestras familias.
Podemos ser limpios de corazón si como menciona el P. Cantalamessa tenemos la intención de serlo. Podemos cometer errores, pero definitivamente si nuestra intención es pura, siempre serán benéficas nuestras acciones. Por ejemplo, puedo no hacer bien en perder la paciencia con mis hijos, pero mi intención no es lastimarlos sino educarlos. Tarde o temprano ésto será lo que prevalezca.

Normalmente cuando pierdo la paciencia con mis hijos me arrepiento, tengo puesta la mirada en Dios y El hace que reflexione, lo que equivale a la contemplación. El simple hecho de pedir disculpas o explicarles el porqué de mi actitud, hace que se vuelva a un estado de paz con ellos. Del mismo modo sucede con mi vida interior y mi relación con Dios.

Habla el padre de la castidad de castidad del espíritu, una castidad del corazón y una castidad del cuerpo. En el caso de ellos sabemos los votos de castidad que hacen, los mismos que hacemos nosotros al casarnos.

Juramos ante el altar ser fieles. Juramos amarnos hasta que la muerte nos separe. El cumplir con éstos juramentos no sólo por haberlo jurado, sino por Amor es lo que hace que nos mantengamos en castidad de espíritu. Recordemos que el Espíritu es santo cuando proviene de Dios que es Amor.
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MensajePublicado: Jue Mar 15, 2007 8:36 pm    Asunto:
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Paz y bien. Continuando con las meditaciones del P. Cantalamessa, predicador del Vaticano, encuentro ésta que me habla a mí como laica, me marca los errores como laica. Creo que es importante meditar sobre ello.
Cita:
3. La hipocresía laica

Con frecuencia se pone de relieve el alcance social y cultural de algunas bienaventuranzas. No es raro leer «Bienaventurados los que trabajan por la paz» en las pancartas que acompañan las manifestaciones de los pacifistas, y la bienaventuranza de los mansos que poseerán la tierra es justamente invocada a favor del principio de la no violencia, por no hablar después de la bienaventuranza de los pobres y de los perseguidos por la justicia. Jamás en cambio se habla de la relevancia social de la bienaventuranza de los puros de corazón, que parece reservada exclusivamente al ámbito personal. Estoy convencido sin embargo de que esta bienaventuranza puede ejercer hoy una función crítica entre las más necesarias en nuestra sociedad.

Hemos visto que en el pensamiento de Cristo la pureza de corazón no se opone primariamente a la impureza, sino a la hipocresía, y el de la hipocresía es el vicio humano tal vez más difundido y menos confesado. Hay hipocresías individuales e hipocresías colectivas.

El hombre –escribió Pascal- tiene dos vidas: una es la vida auténtica, la otra la imaginaria que vive en la opinión, suya o de la gente. Trabajamos sin descanso para adornar y conservar nuestro ser imaginario y descuidamos el verdadero. Si poseemos alguna virtud o mérito, nos apresuramos a darlo a conocer, de un modo u otro, para enriquecer de tal virtud o mérito nuestro ser imaginario, dispuestos hasta a quitarlo de nosotros, para añadir algo a él, hasta consentir, a veces, ser cobardes, con tal de parecer valerosos y dar hasta la vida, para que la gente hable de ello.

La tendencia evidenciada por Pascal ha crecido enormemente en la cultura actual, dominada por los medios de comunicación masivos, cine, televisión y mundo del espectáculo en general. Descartes dijo: «Cogito ergo sum», pienso, luego existo; pero hoy se tiende a sustituirlo con «aparento, luego existo».

De origen, el término hipocresía se reservaba al arte teatral. Significaba sencillamente recitar, representar en el escenario. San Agustín lo recuerda en su comentario a la bienaventuranza de los puros de corazón. «Los hipócritas -escribe- son agentes de ficción del estilo de los que presentan la personalidad de otros en las representaciones teatrales» .

El origen del término nos da las pistas para descubrir la naturaleza de la hipocresía. Es hacer de la vida un teatro en el que se recita para un público; es llevar una máscara, dejar de ser persona y pasar a ser personaje. Leí en alguna parte esta caracterización de las dos cosas: «El personaje no es sino la corrupción de la persona.

La persona es un rostro, el personaje una careta. La persona es desnudez radical, el personaje es todo ropaje. La persona ama la autenticidad y la esencialidad, el personaje vive de ficción y de artificios. La persona obedece a las propias convicciones, el personaje obedece a un guión. La persona es humilde y ligera, el personaje es pesado y ampuloso».

Pero la ficción teatral es una hipocresía inocente porque mantiene siempre la distinción entre el escenario y la vida. Nadie que asista a la representación de Agamenón (es el ejemplo citado por Agustín) piensa que el actor sea de verdad Agamenón. El hecho nuevo e inquietante de hoy es que se tiende a anular también esta distancia, transformando la vida misma en un espectáculo. Es lo que pretenden los llamados «reality show» que inundan ya redes televisivas de todo el mundo.

Según el filósofo francés Jean Baudrillard, fallecido hace tres días, ya se ha hecho difícil distinguir los sucesos reales (el 11-S, o la guerra del Golfo) de su representación mediática. Realidad y virtualidad se confunden.

El llamamiento a la interioridad que caracteriza nuestra bienaventuranza y todo el sermón de la montaña es una invitación a no dejarse arrollar por esta tendencia que tiende a vaciar a la persona, reduciéndola a imagen, o peor (según el término apreciado por Baudrillard) a simulacro.

Kierkegaard evidenció la alienación que resulta de vivir de pura exterioridad, siempre y sólo en presencia de los hombres, y nunca sólo en presencia de Dios y del propio yo. Un pastor -observa- puede ser un «yo» frente a sus vacas, si viviendo siempre con ellas no tiene más que esas con las que medirse. Un rey puede ser un yo de frente a los súbditos y se sentirá un «yo» importante. El niño se percibe como un «yo» en relación con los padres, un ciudadano ante el Estado... Pero será siempre un «yo» imperfecto, porque falta la medida. «Qué realidad infinita adquiere en cambio mi “yo”, cuando toma conciencia de existir ante Dios, convirtiéndose en un “yo” humano cuya medida es Dios... ¡Qué acento infinito cae sobre el “yo” en el momento en que obtiene como medida a Dios!».
Parece un comentario al dicho de San Francisco de Asís: «Lo que el hombre es ante Dios, eso es, y nada más» [12].

Paz y bien.

Qué duras palabras, que bellas al mismo tiempo y qué ciertas. Muchos llevamos hasta el extremo de despojarnos de todo con tal de aparentar ser muy buenos, cuando en realidad lo que pretendemos es ser aceptados por los otros.

Mucho de lo que hacemos, lo hacemos en función de que los demás nos vean, de dar una cara a los demás aunque por dentro deseemos hacer otra cosa.
Muchas veces trabajamos sin querer, decimos que si cuando queremos decir no, hacemos tantas cosas no queriendolas hacer. Y no es que diga que no hagamos lo que debemos, simplemente porque no queremos hacerlo sino que las hagamos POR AMOR.
Como dice el P. Cantalamessa. Con Dios, las cosas toman otro significado, otra dimensión.
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***¡ Dulce Jesús, dad descanso eterno a las benditas almas del Purgatorio !
San José, patrono de la buena muerte, ruega por los que van a morir hoy ***

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scarlett
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MensajePublicado: Vie Mar 16, 2007 7:57 pm    Asunto:
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
Responder citando

Paz y bien.

Les comparto éste artículo de un documento escrito por el Santo Padre. Es un documento muy importante y dado a conocer por él en éste tiempo de Cuaresma. Nos habla de la importancia de la Eucarstía en nuestras vidas, de cómo el participar en las celebraciones y en las misas es vital para nuestra condición de hijos de Dios. Es una invitación a no alejarnos de las misas y de la iglesia.
Cita:
El Papa quiere que los católicos redescubran la Eucaristía como el sacramento del amor
Publica la exhortación «Sacramentum caritatis», surgida del sínodo de 2005

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 13 marzo 2007 (ZENIT.org).- «Sacramento del amor» («Sacramentum caritatis») es el título del segundo documento más importante del pontificado de Benedicto XVI, después de su encíclica «Deus caritas est», publicado este martes, en el que recoge las conclusiones del sínodo de obispos del mundo celebrado en octubre de 2005 sobre la Eucaristía.

En el sacramento de la presencia real de Jesús, explica la exhortación apostólica postsinodal, «se manifiesta el amor “más grande”, aquél que impulsa a “dar la vida por los propios amigos”», afirma el Papa.

El documento, como el sínodo celebrado en el Vaticano, busca que los fieles católicos de todo el mundo redescubran que «en el Sacramento del altar, el Señor va al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, acompañándole en su camino».

«En este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres, Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad», aclara.

Al reunir las propuestas surgidas en el sínodo de la Eucaristía, en el que el nuevo Papa introdujo intervenciones libres, el texto comienza reafirmando «el influjo benéfico que ha tenido para la vida de la Iglesia la reforma litúrgica puesta en marcha a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II».

«Los juicios positivos han sido muy numerosos --recuerda el pontífice--. Se han constatado también las dificultades y algunos abusos cometidos, pero que no oscurecen el valor y la validez de la renovación litúrgica, la cual tiene aún riquezas no descubiertas del todo».

El documento presenta meditaciones sobre el misterio de la Eucaristía y las compagina con indicaciones de carácter práctico que buscan renovar el amor y la veneración de los católicos por el sacramento.

Fue presentado en la mañana de este martes en la Oficina de Prensa de la Santa sede por el cardenal Angelo Scola, Patriarca de Venecia, quien fue el relator general del sínodo sobre la Eucaristía, y por el arzobispo Nikola Eterovic, secretario general del sínodo de los obispos.


«La santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía>>
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susanaines
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Registrado: 29 Sep 2006
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MensajePublicado: Jue Abr 26, 2007 7:40 am    Asunto: cuaresma 2007 ejercicios espirituales
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
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Hermanos , alguno me podría ayudar para encontrar ,en la red, las prédicas del cardenal Biffi al Papa, he buscado pero sólo encuentro comentarios de prensa.

gracias
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Llana
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Registrado: 01 Feb 2007
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Ubicación: Guadalajara Mx.

MensajePublicado: Sab Abr 28, 2007 4:55 am    Asunto: Re: cuaresma 2007 ejercicios espirituales
Tema: Meditaciones en tiempo de Cuaresma del Papa Benedicto XVI
Responder citando

susanaines escribió:
Hermanos , alguno me podría ayudar para encontrar ,en la red, las prédicas del cardenal Biffi al Papa, he buscado pero sólo encuentro comentarios de prensa.

gracias


Susanaines;

El texto ha sido publicado desde el mes pasado por la editorial Cantagalli, con el nombre "Le cose di Lassù".
Yo no he encontrado el texto ìntegro en la red, asì que ya hice mi pedido.. soy ferviente lectora del Cardenal Biffi!.

Te dejo un link donde puedes descargar la introducciòn y la parte donde habla del anticristo de Solovev. http://www.divshare.com/download/233613-0ed
No puse el contenido aquì por su extensiòn...

Espero que pueda serte de alguna utilidad.

Saludos en Cristo.

Llana
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