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Vivencia Íntima de una Carmelita Descalza

 
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Pulga
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MensajePublicado: Jue Ene 05, 2006 3:06 am    Asunto: Vivencia Íntima de una Carmelita Descalza
Tema: Vivencia Íntima de una Carmelita Descalza
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Esposa y Madre

Vivencia intima de una Carmelita Descalza fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, 7 junio 2001


Ser Esposa es darse, entregarse, donarse
, otorgarse total y plenamente al Esposo. Es al mismo tiempo disponerse para ser tomada y poseída (actitud pasiva) y lanzarse, arrojarse a sus pies, descansar como Juan sobre su pecho y escuchar atentamente los latidos de ese Corazón enamorado que palpita desde toda la eternidad amándome, deseándome, buscándome... Es besarle, buscarle, anhelarle... Desear y buscar ardientemente, con pasión de verdadera enamorada, espacios para su amor, para su intimidad... (actitud dinámica, no pasiva)

Ser esposa es anhelar ante todo y sobre todo y por encima de todo la intimidad, la entrega absoluta en aras del amor. Porque lo propio del Esposo y la esposa es la mutua donación, la mutua entrega, el bastarse el uno al otro, el no desear nada más... Lo propio del matrimonio es que el esposo tome y posea a la esposa y que ella se entregue sin reservas como prenda de amor; en el orden espiritual Cristo Esposo entra en el alma-esposa y la invade, la posee y la unión de amor es tan intensa, tan plena, tan verdadera que –lo mismo que en el orden material dice la Escritura de la unión conyugal que “serán los dos una sola carne”- en el orden espiritual este matrimonio hace de Cristo y del alma una sola y única realidad: AMOR PURO. Amor que no es otra cosa que una invasión de Gracia, de Espíritu Santo, pues no es otra cosa ese AMOR PURO que el mismo Espíritu divino que engendró al Verbo en el seno de María Santísima.

Así el alma queda divinizada, llena de Dios, introducida en la vida íntima intratrinitaria... es algo tan sublime, tan profundo y misterioso, que produce cierto vértigo espiritual. Pero sé que es verdad, algo en mi corazón me dice que es la verdad y no puedo dudarlo cuando Dios lo imprime en mi entendimiento y me hace sentir unos deseos tan ardientes de esta unión.

Una vez que el Verbo se encarna en el alma es Jesús ya quien se adueña de esa alma y ese cuerpo y santifica cada acto por pequeño que sea... Es como si yo desapareciera y quedara sólo Jesús, sólo el Amor. Es prestarle a El nuestro ser humano, pobre, débil, pecador para ser “una humanidad suplementaria donde renueve todo su Misterio” de Amor, toda la obra de la Redención... es prestarle nuestro cuerpo y nuestra alma para que Jesús vuelva a encarnarse y hacerse presente hoy, ahora, en nuestro mundo... Es permitir que sus manos acaricien sirviéndose de las nuestras, que sus labios besen y oren en los nuestros, es incluso cederle nuestro corazón para que el Suyo lata en el nuestro... Es desaparecer y ser Jesús, ser otro Cristo.

¡Ser otro Cristo! Es la expresión que por excelencia define al sacerdote: Sacerdos alter Christus. Y yo digo ¿y por qué no a la esposa? ¿Qué es el sacerdote sino el que cada día renueva y ofrece el sacrificio de Cristo? El sacerdote renueva el sacrificio incruento de Cristo en el altar, la esposa le recibe sacramentalmente y renueva ese mismo sacrificio en su propia carne y lo hace presente en la Iglesia impulsando los latidos del Corazón del Cuerpo Místico. Al ser tomada por Cristo y sustituída por El, el Sumo y Eterno Sacerdote, toda la vida de la esposa se empapa en el espíritu mediador y redentor de Aquel que es Sacerdote, Víctima y Altar.

Sacerdote en cuanto que la esposa vive en una permanente actitud oferente de sí misma y de la humanidad al Padre. El desposorio, la unión de amor esponsal, que la transforma en AMOR PURO, en Cristo mismo, hace que asuma en EL toda la humanidad, vive en una perenne e ininterrumpida ofrenda “por Cristo, con El y en El a Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo”. Vive totalmente inmersa y abismada en la intimidad de los TRES... del mimo modo, por la misma unión esponsal, por ser convertida en “otro Cristo” y renovar en su propia carne la obra redentora, se convierte en víctima de holocausto, se hace pecado, toma sobre sí el pecado del mundo -como Jesús en Getsemaní- y perpetúa en el sacrificio oculto e incruento de su vida, el Sacrificio del Cordero sin mancha. Uniéndose más y más a Jesús-Esposo se convierte en una pequeña hostia de amor que se inmola oculta y en silencio adherida a la Hostia pura, santa, inmaculada... a Cristo-Esposo que se ofreció a Sí mismo “como oblación y víctima de suave olor”... Aquí sí que me pierdo y no hay palabras...

A propósito de todas estas cosas y de la idea de intimidad y mutua donación, se me agolpan en la mente muchas ideas y no resulta fácil enumerarlas con orden y buen sentido, pues parece que unas y otras se entrelazan y superponen... La Eucaristía es la Presencia real del Señor sacramentado en todos los sagrarios del mundo. La Eucaristía no es sólo la actualización -en la Santa Misa- del sacrificio, de la inmolación del Esposo (y de la esposa fundida y perdida en el Esposo) es –sobre todo- la PRESENCIA REAL Y VIVA de la segunda Persona de la Santísima Trinidad que nos prometió estar con nosotros todos los días hasta el fín del mundo. Es la Humanidad Santísima de Jesucristo presente y VIVA, es el Corazón de Jesús que late oculto y solitario, ansioso y mendigo de nuestra ternura, de nuestra compañía... Es el mismo que nos dijo: “Venid a mí todos los que estais cansados y agobiados y Yo os aliviaré”...

La Eucaristía es ante todo la Presencia de Jesús en la Iglesia. Presencia real, pero pobre, mansa, humilde, dócil, oculta, solitaria... A mí esto me hace considerar la vida de la monja en el Carmelo como la de Jesús en el Sagrario: vida oculta, solitaria, silenciosa... El Carmelo se me antoja como un inmenso Sagrario que recoge hostias vivas, consagradas por y para el Señor, que se ofrecen con Jesús, que -como El en el Sacramento- son presencia, holocausto, sacrificio incruento... que -como El en la Eucaristía- padecen muchas veces el olvido, la incomprensión, la soledad, el desprecio... Como El han querido permanecer en el mundo como signo de amor, como testimonio de la Buena Noticia del Amor del Padre, pero sin ser del mundo; como El voluntariamente se ocultan y se encierran en el recinto estrecho del claustro.... La Carmelita se hace prisionera de Quien primero de anonadó por ella y la amó hasta el extremo, y es dichosa en su anhelo apasionado de imitar el ocultamiento, el abajamiento inexplicable, de su único y absoluto amor: Jesucristo, el Verbo encarnado, que “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”, que “voluntariamente se humillaba y no abría la boca”...

¡Cuánto me dice y me hace pensar la distancia material que separa la reja del coro de la puerta del Sagrario...! A veces contemplo esa distancia con verdadero anhelo de enamorada, y pienso con frecuencia y dicha muy íntima que El es todo mío y yo toda suya, que el es Prisionero por mi amor y yo lo soy del suyo.... Es algo tan íntimo, tan ... que no se puede expresar. A veces me ilusiono pensando que el Corazón eucarístico de mi Esposo se acelera y late emocionado cuando percibe que me acerco, como me pasa a mí –pobrecilla criatura- cuando cada mañana me dispongo a recibirle sacramentalmente y ese momento se acerca... Son simplezas de mi pobre corazón, pero sé que en El hallan eco. Todas estas ideas se hallan admirablemente expresadas y avaladas por el Magisterio de la Iglesia en el punto tercero de Verbi Sponsa, en el párrafo último.

Pero la carmelita es –además de esposa- madre. Es madre espiritual, como la Madre del Verbo, por ser corredentora. La maternidad espiritual es la consecuencia inmediata de la vida esponsal entre el alma y Cristo; la Bta. Isabel de la Trinidad lo expresa así: “Ser esposa de Cristo es ser fecunda corredentora, engendrar almas a la gracia, multiplicar los hijos adoptivos del Padre, los rescatados por Cristo, los coherederos de su Gloria.”

Así como de la unión conyugal en el orden natural se engendran hijos fruto del amor y de la mutua donación de los esposos, del mismo modo en el orden espiritual, cuando Cristo y el alma-esposa llegan a esa unión íntima en que los dos dejan de ser dos para ser Uno sólo, AMOR PURO, se engendran almas a la vida de la Gracia, hijos adoptivos del Padre, los herederos del Cielo nuevo y la Tierra nueva, de los bienes imperecederos de la nueva Jerusalén... Una vez enamorada y desposada con Jesucristo, una vez gustadas las delicias de su amor y su intimidad, nace en el alma –como consecuencia del deseo ardiente de complacerle- el deseo de la maternidad, el anhelo creciente de atraer a las almas a gozar de esa misma vida íntima en el seno de la Trinidad... un ansia irrefrenable de que las almas amen a su Amado, un deseo incontenible de redimir, de contemplar en Cristo y con Cristo victorioso una humanidad regenerada, salvada, redimida, según la imagen del Hijo Amado en Quien el Padre tiene sus complacencias...

En esos espacios de intimidad y silencio que el alma-esposa consagra por entero a su esposo, a disponerse para unirse y ser poseída por EL, el Verbo –dice la Bta. Isabel- fascinado, locamente enamorado (si cabe la expresión) “olvidando toda distancia, se derrama en el alma, como en el seno del Padre, con el mismo éxtasis de amor infinito”. Tras esta invasión de Amor y Gracia, la esposa queda transformada, divinizada, elevada a la más sublime entrega... Queda llena de todo aquello que Cristo lleva contenido en su Corazón y que ha vertido en ella inundándola... Se ve desbordar de Gracia y de Amor y –de manera concreta- de todas esas almas amadas por Cristo que EL lleva en su Corazón y que hay que dar a luz a la vida divina de la Gracia. Ella –como verdadera esposa- le presta su ser, su cuerpo y alma, para hacerlas nacer a la verdadera Vida. Lleva en su seno, en lo profundo de su corazón de enamorada, una humanidad nueva, gestada día a día en el amor y el silencio de su vida oculta, una humanidad gestada en la contemplación del Esposo, una humanidad nueva según su Corazón... y dada a luz día a día también al pie de la Cruz, entre el dolor del martirio y la inmolación de cada día, pues en palabras de mi querido San Pablo “completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”....
_________________
Pulga de Chile
Romanos 8:35-39
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