Luis Fernando Veterano
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Publicado:
Mie Ene 11, 2006 1:34 am Asunto:
Carta abierta a Don Casiano Floristán
Tema: Carta abierta a Don Casiano Floristán |
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Carta abierta a Don Casiano Floristán, en el cielo
Mi querido Don Casiano: Le dirijo al cielo mi carta porque sin duda ahí estará, como además deseo. Nunca he abrigado la menor duda sobre su amor a Cristo y Él es buen pagador de amores. También he pensado siempre que se había hecho usted un Cristo distinto del que Él quiso manifestarse pero sin duda usted también pensaría que el mío también me lo he creado yo y que es también muy diferente al verdadero.
Y posiblemente ambos tengamos razón pues nuestras pobres inteligencias, la mía seguro que mucho más pobre que la suya, sólo pueden aproximarse malamente al inmenso misterio del Hijo de Dios hecho hombre. Si al atardecer de la vida nos examinarán del amor no abrigo la menor duda de que habrá superado con nota el examen porque ciertamente amó y le amó.
Mientras estuvo en este mundo he discrepado de usted abierta y repetidamente. Yo no creo que el hecho natural de morirse haga buena una vida pero ahora no estoy haciendo historia sino dejando hablar al corazón. Y el corazón siente que se ha muerto un hermano que amaba hondamente a Jesucristo. Y que también le amaba honradamente. Eso es lo importante. No el que yo pensara que le amaba equivocadamente.
Ahora ya está usted en plenitud. Ya le ha visto en gloria y majestad. Ya entiende todo. Ya sabe como es. Por eso el motivo de mi carta. Se habrá encontrado usted con sus amigos de siempre. Con José María Llanos, con José María González Ruiz, con Evangelista Vilanova, con Jordi Llimona, con Lorenzo Gomis, con Lamberto, con Juan Luis... Desde ahí se conoce todo. Se ve todo. Pues díganle a Cristo que ponga remedio a esta división de su Iglesia.
Se ha ido usted entre el dolor de sus amigos. He leído todas, o casi todas, sus expresiones de sentimiento. Sentidas. Muy sentidas. Pero también contadas. Muy contadas. Una de ellas me llegó especialmente. Venía a decir: se van los mejores, qué pocos quedamos, no hay relevo, no hay jóvenes... Qué estado de ánimo más distinto al que experimentó otra parte de la Iglesia con el fallecimiento de Juan Pablo II. Dolor, ciertamente, pero enorme esperanza, confirmada poco después con una inmensa alegría. ¡Cuántos quedamos, hay relevo, qué gran relevo, hay juventud, como para desbordar Colonia!
Millones y millones de personas viven felices su eclesialidad. Aman a Cristo, aman a la Iglesia, aman al Papa y se gozan en ello. Sus amigos, unos cuantos miles, algún millón si quiere, y ya me parece mucho conceder, sufren, con dolores de parto, ser Iglesia. No discuto su amor a Cristo, o a su Cristo, seguramente grande, pero salvo eso no hay más harina. Y todo es mohina. ¡Qué penosa Iglesia! ¡Qué funesto Papa! Como era más que previsible la Iglesia no sigue sus deseos y el Papa tampoco. Y van desapareciendo todos los que tuvieron esas ilusiones.
¿Para qué prorrogar ese sin vivir, o ese vivir angustiado, de algunos católicos? Que, además, tiene término próximo dada la edad de sus componentes. Y menos sentido tiene mantener a todos los católicos restantes, a los millones y millones de católicos restantes, equivocados en su concepto de Cristo, de su Iglesia y del Papa. Y además felices en su inmenso error.
Don Casiano: usted ha llegado ahí con credenciales. No es un mentecato ni alguien que tuviera que justificar sus fallos personales con contestaciones. Interceda ante ese Cristo, al que sin duda amó para que, o bien les devuelva la felicidad de que su Iglesia de la protesta se convierta en la Iglesia de la alegría, compartida con el Papa, los obispos y la inmensa mayoría del Pueblo de Dios o para que, por un medio ordinario o extraordinario haga comprender a la Iglesia que está en un tremendo error, que esta Iglesia no es la de Jesucristo, que la verdadera es la que anuncian sus amigos, aunque cada vez con menos voz y más apagada.
No abrigo la menor duda de que ya, por toda la eternidad, canta con gozo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Ojalá sus seguidores y amigos, por su intercesión, lo profesen también en vez de manifestarla varia, pecadora, multiconfesional y no apostólica de los compañeros de Cristo sino de unos nuevos apóstoles cada vez menos reconocidos.
Desde un afecto que no le tuve en vida pero que ya lo siento de todo corazón como a todos los hermanos que descansan por los siglos de los siglos en el seno amoroso de Dios.
Francisco José Fernández de la Cigoña. _________________ Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo.
G.K. Chesterton |
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