Ver tema anterior :: Ver tema siguiente |
Autor |
Mensaje |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mar Ago 07, 2007 9:33 pm Asunto:
Eucaristía, Mysterium fidei
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Herman@s:
¡Paz y bien!
Este tema pretende ser un espacio para la comprensión de este misterio a la luz de la enseñanza eclesial. He notado que muchos dentro de la Iglesia desconocen que es la Eucaristía el Sacramento que define mejor nuestra fe. Es por tanto un Sacramento de fe, no de fe impuesta sino de fe confirmada, constituida y convencida, de una fe de más de 2,000 años y que no se tuerce a conveniencia ni por menosprecios. Una fe genuina que nace precisamente de la entrega voluntaria de Cristo a la muerte y de su entrega a nosotros como pan de vida. Una fe que no se limita a simbolismos sino a precencia real. Una fe que vence los obstáculos y fortalece la defensa sin quebrantarse a pesar de los pesares. No se bajó Cristo de la Cruz, ¿por qué hemos nosotros de minimizar su entrega comparando, abajando o minimizando la realidad eucarística con cualquier otra cosa que no sea el don mayor que el Señor nos ha dado? Quien diga que en la comunión no se restaura la vida de quien comulga, no conoce nuestra fe. Dios les bendiga.
Cita: | Guillermo Juan Morado
En la celebración de la Santa Misa, justo después de la consagración, el sacerdote dice: “Mysterium fidei” (“Éste es el sacramento de nuestra fe”), a lo que el pueblo responde: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”. El Papa Juan Pablo II evoca estas palabras, en el primer capítulo de la encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, para recordar algunos aspectos fundamentales del Sacramento. La Eucaristía es memorial del sacrificio pascual del Señor; presencia viva y sustancial de Cristo en medio de nosotros; verdadero banquete de comunión; anticipación del Paraíso, que impulsa a transformar la propia vida, el mundo y la historia.
El Sacramento eucarístico es algo más que un encuentro fraterno. Es el mismo sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. En la Cruz el Señor se ofreció a sí mismo al Padre en favor de todos los hombres. Este sacrificio, esta autodonación plena en la que resplandece el amor más grande, se hace presente en la Eucaristía. La Santa Misa es “memorial” actualizador del único Sacrificio de la Cruz. La celebración de la Eucaristía nos hace contemporáneos del Calvario, para que Cristo una a su propia ofrenda sacrificial la ofrenda de nuestras vidas. La Iglesia contempla asombrada este “Misterio de la fe”, “Misterio grande”, “Misterio de Misericordia”, que constituye el don mayor que el Señor nos ha dado: el don de sí mismo, de su cuerpo entregado y de su sangre derramada. ¡Sacrifico de la Pascua de Cristo, el Cordero Inmolado, que muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida!
El sacramento del sacrificio de Cristo implica una presencia muy especial: la presencia real y sustancial del Señor bajo las especies del pan y del vino. Por la consagración, el pan deja de ser pan y se convierte en Cuerpo de Cristo y el vino deja de ser vino y se convierte en la Sangre de Cristo. Esta conversión es llamada muy propiamente por la Iglesia “transustanciación”. El Papa recoge las palabras de Santo Tomás de Aquino, para afirmar desde la fe: “Te adoro con devoción, Dios escondido”.
El sacrificio eucarístico se orienta a la comunión, a la íntima unión de los fieles con Cristo mediante la recepción de su Cuerpo y su Sangre. Por eso la Eucaristía es, inseparablemente, memorial de la Cruz y sagrado banquete de comunión, en el que Cristo mismo se ofrece como alimento y nos comunica su Espíritu.
La celebración eucarística tiene una proyección escatológica; es anticipación de la meta a la que tendemos, una pregustación de la gloria: “La Eucaristía es verdaderamente – escribe el Santo Padre – un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino” (Ecclesia de Eucharistia, 19). Por eso, la Santa Misa se celebra siempre en comunión con la Bienaventurada siempre Virgen María, con los ángeles y los arcángeles, y con todos los santos, pues en la Eucaristía se une la liturgia de la tierra a la liturgia del cielo.
Del anuncio de la muerte y de la resurrección de Cristo, en la espera de su retorno glorioso; es decir, de la Eucaristía, recibimos la fuerza para transformar nuestras vidas y para transformar el mundo y la historia, a fin de que sean conformes al designio de Dios.
“¡Éste es el Sacramento de nuestra fe!”, el Misterio que nos inunda de sentimientos de gran asombro y gratitud. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”.
(Tomado de churchforum.org) |
_________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mar Ago 07, 2007 11:15 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
El Sacramento de la Sagrada Eucaristía
La Eucaristía es el Sacramento que contiene verdaderamente el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad, toda la Persona de Cristo vivo y glorioso, bajo las apariencias de pan y vino.
El concilio de Trento define claramente esta verdad, fundamental para la vivencia y adoración de Cristo: " En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente."
Como católicos, creemos que Jesucristo está personalmente presente en el altar siempre que haya una hostia consagrada en el sagrario. Es el mismo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que andaba por los caminos de Galilea y Judea. Creemos que El viene ahora como nuestro huésped personal, cada vez que recibimos la Santa Comunión.
La Eucaristía es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo para que participemos de la vida de Dios. Es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene a Cristo mismo, el Autor Divino de los Sacramentos.
Hay tres aspectos o momentos en la Eucaristía.
El primero se dice real Presencia de Cristo en el altar, siempre que haya una hostia consagrada en el Sagrario. Segundo, la Eucaristía como sacrificio, que es la Misa. Y tercero, la Santa Comunión.
La palabra Eucaristía, derivada del griego, significa "Acción de gracias". Se aplica a este sacramento, porque nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es para nosotros el mejor medio de dar gracias a Dios por sus beneficios.
La Sagrada Eucaristía es el verdadero centro del culto católico, el corazón de la fe. Y porque creemos que el hijo de Dios está verdaderamente presente en el Sacramento del altar, construimos bellas iglesias, ricamente adornadas.
El Sacrificio de la Misa no se limita a ser mero ritual en recuerdo del sacrificio del Calvario. En él, mediante el ministerio sacerdotal, Cristo continua de forma incruente el Sacrificio de la Cruz hasta que se acabe el mundo.
La Eucaristía es también comida que nos recuerda la Ultima Cena; celebra nuestra fraternidad en Cristo y anticipa ya el banquete mesiánico del Reino de los Cielos.
Por la Eucaristía, se da Jesús mismo, Pan de Vida, en alimento a los cristianos para que sean un pueblo más grato a Dios, amándole más y al prójimo por Él.
Se reserva la Eucaristía en nuestras iglesias como ayuda poderosa para orar y servir a los demás. Reservar el Santísimo Sacramento significa que, al terminar la comunión, el Pan consagrado que sobra se coloca en el Sagrario y allí se guarda reverentemente. La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el cual Nuestro Señor está constantemente presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual para enfermos y moribundos.
Debemos agradecimiento, adoración y devoción a la real presencia de Cristo reservado en el Santísimo Sacramento.
Las tumbas de los mártires, las pinturas murales de las catacumbas y la costumbre de reservar el Santísimo Sacramento en las casas de los primeros cristianos durante las persecuciones, ponen de manifiesto la unidad de la fe en los primeros siglos del Cristianismo sobre la doctrina de la Eucaristía, en la cual Cristo realmente se contiene, se ofrece y se recibe. De la Eucaristía sacó fuerzas toda la Iglesia para luchar valerosamente y conseguir brillantes victorias. La Eucaristía es el centro de toda la vida sacramental, pues es de capital importancia para unir y robustecer la Iglesia.
La novena en honor del Sacramento de la Sagrada Eucaristía puede hacerse muchas veces durante el Año Litúrgico, para ahondar nuestra fe en este gran misterio de amor, centro de toda la vida sacramental de la Iglesia. (Tomado de ewtn.com) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Igneo Constante
Registrado: 29 May 2006 Mensajes: 807
|
Publicado:
Mar Ago 07, 2007 11:32 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Estimad@s Tod@s:
Tal vez un tanto off topic, y no quisiera con ello empañara el aporte de nuestro hemano Albert....
El caso es que pienso en cuanto buscamos algunos de nosotros milagros, por aquí y por allá..... en cuanto tiempo perdemos buscando a Dios... con frecuncia en donde no esta, sin caer en cuenta que el mayor y continuo milagro es la REAL PRECSENCIA DE JESÚS EN LA EUCARISTÍA y que es la fuente de todo milagro.....
Saludos en Xto. _________________ He aquí a un simple hijo más de la Iglesia, uno más de los siervos del Señor, que no aspira a otra cosa que no sea más servirle y mejor amarle |
|
Volver arriba |
|
 |
Igneo Constante
Registrado: 29 May 2006 Mensajes: 807
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 12:08 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Ah!!! y por cierto
Bien nos vendría a todos leer otra vez la enciclica de SS Juan Pablo II:
"ECCLESIA DE EUCHARISTIA"
Saludos en Xto _________________ He aquí a un simple hijo más de la Iglesia, uno más de los siervos del Señor, que no aspira a otra cosa que no sea más servirle y mejor amarle |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 12:13 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
EUCARISTÍA E IGLESIA
LA EUCARISTÍA CONSTRUYE LA IGLESIA
1-Es la Nueva Alianza La Eucaristía es el Sacramento de la Nueva Alianza(1Cor.11,25). Es la base del Pueblo Nuevo, de los redimidos por la sangre de Cristo, de la Iglesia.
2-Cristo vive en la Iglesia: Es la Cabeza del Cuerpo místico. Por ello, está presente en el Cuerpo. El Cuerpo místico se nutre de la Eucaristía, presencia sacramental de Cristo.
3-Los doce Apóstoles.
3.1- Fundamentos de la Iglesia.
3.2- Los apóstoles viven en comunión sacramental en el Cenáculo por primera vez. Desde entonces, hasta el fin de los tiempos la Iglesia se va construyendo mediante la misma comunión sacramental con Cristo, prenda de Pascua eterna.
4-Los sacerdotes: vamos construyendo la Iglesia peregrina cuando renovamos el Sacrificio del Calvario de donde brota la Iglesia, la gracia y los sacramentos. Igualmente, cuando ofrecemos la comunión: alimento de la gracia. El Tabernáculo, da calor de hogar a la Iglesia.
5-La Iglesia hace la Eucaristía: realiza el Sacrificio, invita al Banquete, tutela el Tabernáculo
LA EUCARISTÍA ES EL SACRIFICIO DE TODA LA IGLESIA
1-El Señor ha confiado a la Iglesia el Sacrificio eucarístico. (Dz.938):
1.1- Iglesia es la comunidad de los creyentes en Cristo. La Eucaristía es el sacrificio del Cuerpo místico. No es el Sacrificio de unos pocos. Es, de toda la Iglesia.
1.2- La Comunidad obra por medio de personas. Así toda la Iglesia celebra la Eucaristía por medio de determinadas personas: son los sacerdotes.
1.3- El sacerdocio ha sido instituido por Cristo. Es de fe: sólo el sacerdote ordenado puede realizar válidamente el sacrificio eucarístico (IV Letrán. Dz.430; Trento, Dz.949). Consecuentemente, el sacerdocio es clave de orden y unidad: preside en nombre de Cristo y lo representa; ofrece, y consagra realizando el sacrificio con la autoridad de Cristo, “in persona Christi”.
2-Participación de los fieles.:
2.1- Todos los miembros de la Iglesia participan en el sacrificio, aunque sólo el sacerdote tiene el poder de renovar y actualizar el Sacrificio. La comunidad eclesial se ofrece y ofrece por medio del sacerdote (Representante-representados. Presidente-presididos).
2.2- La participación de los fieles presupone el Bautismo que causa la incorporación al Cuerpo de Cristo, a la Iglesia, y capacita para participar en la Eucaristía. Todo bautizado está como "tocado" por la Eucaristía porque el Bautismo crea la aptitud y la obligación de participar con entrega consciente en el sacrificio del Señor, ofrecido a Dios por la Iglesia. Aquí radica el sentido de la Misa dominical y festiva.
LA EUCARISTÍA ES LA VIDA DE LA IGLESIA.
1-Contiene la voluntad salvífica del Padre (Jo.6,37-41;51.57.). Es Sacramento de salvación.
2-La Iglesia es comunión: comunión trinitaria "En aquel día... (Jo.14,20) -comunión en Cristo (Vid, Jo.15; edificio, Ef.2,19,21); Cuerpo. de Cristo. (1ªCor.12).
3-La Eucaristía causa la comunión de la Iglesia: 1ªCor.10,16-18; L.G.26). Alimenta la comunión.: "El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, está en mí y yo él" (Jo.6,55). "Como el Padre me amó, yo también os he amado, permaneced en mi amor." (Jo.15,9).
4-Causa la comunidad y la caridad fraterna. La suprema entrega de Cristo, causa amor. Somos agentes de comunidad, de caridad fraterna, porque somos portadores de la comunión trinitaria, de la entrega de Cristo al Padre, a la Iglesia, a cada bautizado.
5-Causa de evangelización.: desde las especies más pobres, la Iglesia evangeliza a los más pobres y necesitados de alma y de cuerpo. La Eucaristía contiene a Cristo que es el centro de la evangelización (conocerlo, amarlo, imitarlo). Se expresa en la comunión con y bajo el Papa. Causa de la civilización en la verdad y el amor.
MARÍA: Madre de la Iglesia, de la Eucaristía, de la Comunidad.
(Tomado de www.cofradiarosario.net) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 12:20 am Asunto:
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
1. La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es « fuente y cima de toda la vida cristiana ».(1) « La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo ».(2) Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.
2. Durante el Gran Jubileo del año 2000, tuve ocasión de celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén, donde, según la tradición, fue realizada la primera vez por Cristo mismo. El Cenáculo es el lugar de la institución de este Santísimo Sacramento. Allí Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: « Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros » (cf. Mt 26, 26; Lc 22, 19; 1 Co 11, 24). Después tomó en sus manos el cáliz del vino y les dijo: « Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados » (cf. Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Co 11, 25). Estoy agradecido al Señor Jesús que me permitió repetir en aquel mismo lugar, obedeciendo su mandato « haced esto en conmemoración mía » (Lc 22, 19), las palabras pronunciadas por Él hace dos mil años.
Los Apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no. Aquellas palabras se habrían aclarado plenamente sólo al final del Triduum sacrum, es decir, el lapso que va de la tarde del jueves hasta la mañana del domingo. En esos días se enmarca el mysterium paschale; en ellos se inscribe también el mysterium eucharisticum.
3. Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: « Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones » (2, 42).La « fracción del pan » evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y después de ella. La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní. Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto quedan aún hoy algunos árboles de olivo muy antiguos. Tal vez fueron testigos de lo que ocurrió a su sombra aquella tarde, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal y « su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra » (Lc 22, 44).La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó a ser derramada; su efusión se completaría después en el Gólgota, convirtiéndose en instrumento de nuestra redención: « Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros [...] penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna » (Hb 9, 11-12).
4. La hora de nuestra redención. Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su « hora »: « ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! » (Jn 12, 27). Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: « ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación » (Mt 26, 40-41). Sólo Juan permanecerá al pie de la Cruz, junto a María y a las piadosas mujeres. La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo. La hora santa, la hora de la redención del mundo. Cuando se celebra la Eucaristía ante la tumba de Jesús, en Jerusalén, se retorna de modo casi tangible a su « hora », la hora de la cruz y de la glorificación. A aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella.
« Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos ». A las palabras de la profesión de fe hacen eco las palabras de la contemplación y la proclamación: « Ecce lignum crucis in quo salus mundi pependit. Venite adoremus ». Ésta es la invitación que la Iglesia hace a todos en la tarde del Viernes Santo. Y hará de nuevo uso del canto durante el tiempo pascual para proclamar: « Surrexit Dominus de sepulcro qui pro nobis pependit in ligno. Aleluya ».
5. « Mysterium fidei! – ¡Misterio de la fe! ». Cuando el sacerdote pronuncia o canta estas palabras, los presentes aclaman: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús! ».
Con éstas o parecidas palabras, la Iglesia, a la vez que se refiere a Cristo en el misterio de su Pasión, revela también su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su hontanar es todo el Triduum paschale, pero éste está como incluido, anticipado, y « concentrado » para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa « contemporaneidad » entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos.
Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una « capacidad » verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: « Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros ». El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio.
6. Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este « asombro » eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el « programa » que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, « misterio de luz ».(3)Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: « Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron » (Lc 24, 31).
7. Desde que inicié mi ministerio de Sucesor de Pedro, he reservado siempre para el Jueves Santo, día de la Eucaristía y del Sacerdocio, un signo de particular atención, dirigiendo una carta a todos los sacerdotes del mundo. Este año, para mí el vigésimo quinto de Pontificado, deseo involucrar más plenamente a toda la Iglesia en esta reflexión eucarística, para dar gracias a Dios también por el don de la Eucaristía y del Sacerdocio: « Don y misterio ».(4) Puesto que, proclamando el año del Rosario, he deseado poner este mi vigésimo quinto año bajo el signo de la contemplación de Cristo con María, no puedo dejar pasar este Jueves Santo de 2003 sin detenerme ante el rostro eucarístico » de Cristo, señalando con nueva fuerza a la Iglesia la centralidad de la Eucaristía. De ella vive la Iglesia. De este « pan vivo » se alimenta. ¿Cómo no sentir la necesidad de exhortar a todos a que hagan de ella siempre una renovada experiencia?
8. Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor de Pedro, me resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla. Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico.¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad. Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo.
9. La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la esmerada atención que ha prestado siempre al Misterio eucarístico, una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices. ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento? Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del Pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. En tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Encíclicas: la Mirae Caritatis de León XIII (28 de mayo de 1902),(5) Mediator Dei de Pío XII (20 de noviembre de 1947)(6)y la Mysterium Fidei de Pablo VI (3 de septiembre de 1965).(7)
El Concilio Vaticano II, aunque no publicó un documento específico sobre el Misterio eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y especialmente en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium y en la Constitución sobre la Sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium.
Yo mismo, en los primeros años de mi ministerio apostólico en la Cátedra de Pedro, con la Carta apostólica Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980),( he tratado algunos aspectos del Misterio eucarístico y su incidencia en la vida de quienes son sus ministros. Hoy reanudo el hilo de aquellas consideraciones con el corazón aún más lleno de emoción y gratitud, como haciendo eco a la palabra del Salmista: « ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre » (Sal 116, 12-13).
10. Este deber de anuncio por parte del Magisterio se corresponde con un crecimiento en el seno de la comunidad cristiana. No hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar. En muchos lugares, además, la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico.
Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones.
Confío en que esta Carta encíclica contribuya eficazmente a disipar las sombras de doctrinas y prácticas no aceptables, para que la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de su misterio.
(Tomado de http://www.vatican.va ) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 12:30 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CAPÍTULO I
MISTERIO DE LA FE
11. « El Señor Jesús, la noche en que fue entregado » (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos.(9) Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito latino, el pueblo responde a la proclamación del « misterio de la fe » que hace el sacerdote: « Anunciamos tu muerte, Señor ».
La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues « todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos... ».(10)
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y « se realiza la obra de nuestra redención ».(11) Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don.(12) Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega « hasta el extremo » (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida.
12. Este aspecto de caridad universal del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir « Éste es mi cuerpo », « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre », sino que añadió « entregado por vosotros... derramada por vosotros » (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. « La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor ».(13)
La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, « el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio ».(14) Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: « Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo [...]. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá ».(15)
La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica.(16) Lo que se repite es su celebración memorial, la « manifestación memorial » (memorialis demonstratio),(17) por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.
13. Por su íntima relación con el sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en sentido propio y no sólo en sentido genérico, como si se tratara del mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como alimento espiritual. En efecto, el don de su amor y de su obediencia hasta el extremo de dar la vida (cf. Jn 10, 17-18), es en primer lugar un don a su Padre. Ciertamente es un don en favor nuestro, más aún, de toda la humanidad (cf. Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; Jn 10, 15), pero don ante todo al Padre: « sacrificio que el Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo “obediente hasta la muerte” (Fl 2, 8) con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la resurrección ».(18)
Al entregar su sacrificio a la Iglesia, Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia, llamada a ofrecerse también a sí misma unida al sacrificio de Cristo. Por lo que concierne a todos los fieles, el Concilio Vaticano II enseña que « al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella ».(19)
14. La Pascua de Cristo incluye, con la pasión y muerte, también su resurrección. Es lo que recuerda la aclamación del pueblo después de la consagración: « Proclamamos tu resurrección ». Efectivamente, el sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía « pan de vida » (Jn 6, 35.48), « pan vivo » (Jn 6, 51). San Ambrosio lo recordaba a los neófitos, como una aplicación del acontecimiento de la resurrección a su vida: « Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día ».(20) San Cirilo de Alejandría, a su vez, subrayaba que la participación en los santos Misterios « es una verdadera confesión y memoria de que el Señor ha muerto y ha vuelto a la vida por nosotros y para beneficio nuestro ».(21)
15. La representación sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, coronado por su resurrección, implica una presencia muy especial que –citando las palabras de Pablo VI– « se llama “real”, no por exclusión, como si las otras no fueran “reales”, sino por antonomasia, porque es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro ».(22) Se recuerda así la doctrina siempre válida del Concilio de Trento: « Por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la santa Iglesia Católica ».(23) Verdaderamente la Eucaristía es « mysterium fidei », misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe, como a menudo recuerdan las catequesis patrísticas sobre este divino Sacramento. « No veas –exhorta san Cirilo de Jerusalén– en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa ».(24)
« Adoro te devote, latens Deitas », seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla.
Son esfuerzos loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la « fe vivida » de la Iglesia, percibida especialmente en el « carisma de la verdad » del Magisterio y en la « comprensión interna de los misterios », a la que llegan sobre todo los santos.(25) La línea fronteriza es la señalada por Pablo VI: « Toda explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están realmente delante de nosotros ».(26)
16. La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, « derramada por muchos para perdón de los pecados » (Mt 26, 28). Recordemos sus palabras: « Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí » (Jn 6, 57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente. La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedan asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: « En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros » (Jn 6, 53). No se trata de un alimento metafórico: « Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida » (Jn 6, 55).
17. Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe san Efrén: « Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu [...], y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu. [...]. Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo. En efecto, es verdaderamente mi cuerpo y el que lo come vivirá eternamente ».(27)La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística. Se lee, por ejemplo, en la Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo: « Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros y sobre estos dones [...] para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo para cuantos participan de ellos ».(28) Y, en el Misal Romano, el celebrante implora que: « Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un sólo cuerpo y un sólo espíritu ».(29) Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como « sello » en el sacramento de la Confirmación.
18. La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf. 1 Co 11, 26): « ... hasta que vuelvas ». La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf. Jn 15, 11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y « prenda de la gloria futura ».(30) En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: « mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo ».(31) Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: « El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día » (Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el « secreto » de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico « fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte ».(32)
19. La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial. No es casualidad que en las anáforas orientales y en las plegarias eucarísticas latinas se recuerde siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, a los ángeles, a los santos apóstoles, a los gloriosos mártires y a todos los santos. Es un aspecto de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: « La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero » (Ap 7, 10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino.
20. Una consecuencia significativa de la tensión escatológica propia de la Eucaristía es que da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. En efecto, aunque la visión cristiana fija su mirada en un « cielo nuevo » y una « tierra nueva » (Ap 21, 1), eso no debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la tierra presente.(33) Deseo recalcarlo con fuerza al principio del nuevo milenio, para que los cristianos se sientan más que nunca comprometidos a no descuidar los deberes de su ciudadanía terrenal. Es cometido suyo contribuir con la luz del Evangelio a la edificación de un mundo habitable y plenamente conforme al designio de Dios.
Muchos son los problemas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Baste pensar en la urgencia de trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y solidaridad en las relaciones entre los pueblos, de defender la vida humana desde su concepción hasta su término natural. Y ¿qué decir, además, de las tantas contradicciones de un mundo « globalizado », donde los más débiles, los más pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar? En este mundo es donde tiene que brillar la esperanza cristiana. También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada por su amor. Es significativo que el Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del « lavatorio de los pies », en el cual Jesús se hace maestro de comunión y servicio (cf. Jn 13, 1-20). El apóstol Pablo, por su parte, califica como « indigno » de una comunidad cristiana que se participe en la Cena del Señor, si se hace en un contexto de división e indiferencia hacia los pobres (Cf. 1 Co 11, 17.22.27.34).(34)
Anunciar la muerte del Señor « hasta que venga » (1 Co 11, 26), comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo « eucarística ». Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana: « ¡Ven, Señor Jesús! » (Ap 22, 20).
(Tomado de http://www.vatican.va) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:05 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CAPÍTULO II
LA EUCARISTÍA EDIFICA LA IGLESIA
21. El Concilio Vaticano II ha recordado que la celebración eucarística es el centro del proceso de crecimiento de la Iglesia. En efecto, después de haber dicho que « la Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios »,(35) como queriendo responder a la pregunta: ¿Cómo crece?, añade: « Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1 Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención. El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un sólo cuerpo en Cristo (cf. 1 Co 10, 17) ».(36)
Hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia. Los evangelistas precisan que fueron los Doce, los Apóstoles, quienes se reunieron con Jesús en la Última Cena (cf. Mt 26, 20; Mc 14, 17; Lc 22, 14). Es un detalle de notable importancia, porque los Apóstoles « fueron la semilla del nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada ».(37)Al ofrecerles como alimento su cuerpo y su sangre, Cristo los implicó misteriosamente en el sacrificio que habría de consumarse pocas horas después en el Calvario. Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre,(3 los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva comunidad mesiánica, el Pueblo de la nueva Alianza.
Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: « Tomad, comed... Bebed de ella todos... » (Mt 26, 26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta al final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: « Haced esto en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío » (1 Co 11, 24-25; cf. Lc 22, 19).
22. La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: « Vosotros sois mis amigos » (Jn 15, 14). Más aún, nosotros vivimos gracias a Él: « el que me coma vivirá por mí » (Jn 6, 57). En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo « estén » el uno en el otro: « Permaneced en mí, como yo en vosotros » (Jn 15, 4).
Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva Alianza se convierte en « sacramento » para la humanidad,(39)signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16), para la redención de todos.(40)La misión de la Iglesia continúa la de Cristo: « Como el Padre me envió, también yo os envío » (Jn 20, 21). Por tanto, la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo.(41)
23. Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los Corintios: « Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan » (1 Co 10, 16-17). El comentario de san Juan Crisóstomo es detallado y profundo: « ¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo. ¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos sino un sólo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, todos juntos, con Cristo ».(42) La argumentación es terminante: nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La Eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en el Bautismo mediante el don del Espíritu (cf. 1 Co 12, 13.27).
La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo, que está en el origen de la Iglesia, de su constitución y de su permanencia, continúa en la Eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de la Liturgia de Santiago: en la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre que envíe el Espíritu Santo sobre los fieles y sobre los dones, para que el cuerpo y la sangre de Cristo « sirvan a todos los que participan en ellos [...] a la santificación de las almas y los cuerpos ».(43)La Iglesia es reforzada por el divino Paráclito a través la santificación eucarística de los fieles.
24. El don de Cristo y de su Espíritu que recibimos en la comunión eucarística colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que están muy por encima de la simple experiencia convival humana. Mediante la comunión del cuerpo de Cristo, la Iglesia alcanza cada vez más profundamente su ser « en Cristo como sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano ».(44)
A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres.
25. El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino(45)–, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual.(46) Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.(47)
Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el « arte de la oración »,(4 ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!
Numerosos Santos nos han dado ejemplo de esta práctica, alabada y recomendada repetidamente por el Magisterio.(49) De manera particular se distinguió por ella San Alfonso María de Ligorio, que escribió: « Entre todas las devociones, ésta de adorar a Jesús sacramentado es la primera, después de los sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros ».(50) La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia. Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor.
(Tomado de http://www.vatican.va) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Lula Moderador

Registrado: 04 Oct 2005 Mensajes: 3995
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:25 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Albert:
Gracias por compartir esto. Considero que corresponde màs al sub-foro de Preguntas y Respuestas acerca del Catolicismo, allà lo podràn leer tambièn las personas que no ingresan a Relax. Lo traslado.
Dios te bendiga. _________________
¿Ya platicaste hoy con tu Angel Custodio? |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:28 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Hermana Lula:
¡Paz y bien!
Gracias. Dios te bendiga a ti también. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:29 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CAPÍTULO III
APOSTOLICIDAD DE LA EUCARISTÍA Y DE LA IGLESIA
26. Como he recordado antes, si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se deduce que hay una relación sumamente estrecha entre una y otra. Tan verdad es esto, que nos permite aplicar al Misterio eucarístico lo que decimos de la Iglesia cuando, en el Símbolo niceno-constantinopolitano, la confesamos « una, santa, católica y apostólica ». También la Eucaristía es una y católica. Es también santa, más aún, es el Santísimo Sacramento. Pero ahora queremos dirigir nuestra atención principalmente a su apostolicidad.
27. El Catecismo de la Iglesia Católica, al explicar cómo la Iglesia es apostólica, o sea, basada en los Apóstoles, se refiere a un triple sentido de la expresión. Por una parte, « fue y permanece edificada sobre “el fundamento de los apóstoles” (Ef 2, 20), testigos escogidos y enviados en misión por el propio Cristo ».(51) También los Apóstoles están en el fundamento de la Eucaristía, no porque el Sacramento no se remonte a Cristo mismo, sino porque ha sido confiado a los Apóstoles por Jesús y transmitido por ellos y sus sucesores hasta nosotros. La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente en continuidad con la acción de los Apóstoles, obedientes al mandato del Señor.
El segundo sentido de la apostolicidad de la Iglesia indicado por el Catecismo es que « guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles ».(52) También en este segundo sentido la Eucaristía es apostólica, porque se celebra en conformidad con la fe de los Apóstoles. En la historia bimilenaria del Pueblo de la nueva Alianza, el Magisterio eclesiástico ha precisado en muchas ocasiones la doctrina eucarística, incluso en lo que atañe a la exacta terminología, precisamente para salvaguardar la fe apostólica en este Misterio excelso. Esta fe permanece inalterada y es esencial para la Iglesia que perdure así.
28. En fin, la Iglesia es apostólica en el sentido de que « sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los Obispos, a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia ».(53) La sucesión de los Apóstoles en la misión pastoral conlleva necesariamente el sacramento del Orden, es decir, la serie ininterrumpida que se remonta hasta los orígenes, de ordenaciones episcopales válidas.(54) Esta sucesión es esencial para que haya Iglesia en sentido propio y pleno.
La Eucaristía expresa también este sentido de la apostolicidad. En efecto, como enseña el Concilio Vaticano II, los fieles « participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real »,(55) pero es el sacerdote ordenado quien « realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo ».(56) Por eso se prescribe en el Misal Romano que es únicamente el sacerdote quien pronuncia la plegaria eucarística, mientras el pueblo de Dios se asocia a ella con fe y en silencio.(57)
29. La expresión, usada repetidamente por el Concilio Vaticano II, según la cual el sacerdote ordenado « realiza como representante de Cristo el Sacrificio eucarístico »,(58) estaba ya bien arraigada en la enseñanza pontificia.(59) Como he tenido ocasión de aclarar en otra ocasión, in persona Christi « quiere decir más que “en nombre”, o también, “en vez” de Cristo. In “persona”: es decir, en la identificación específica, sacramental con el “sumo y eterno Sacerdote”, que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie ».(60) El ministerio de los sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena.
La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado. Éste es un don que recibe a través de la sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles. Es el Obispo quien establece un nuevo presbítero, mediante el sacramento del Orden, otorgándole el poder de consagrar la Eucaristía. Pues « el Misterio eucarístico no puede ser celebrado en ninguna comunidad si no es por un sacerdote ordenado, como ha enseñado expresamente el Concilio Lateranense IV.(61)
30. Tanto esta doctrina de la Iglesia católica sobre el ministerio sacerdotal en relación con la Eucaristía, como la referente al Sacrificio eucarístico, han sido objeto en las últimas décadas de un provechoso diálogo en el ámbito de la actividad ecuménica. Hemos de dar gracias a la Santísima Trinidad porque, a este respecto, se han obtenido significativos progresos y acercamientos, que nos hacen esperar en un futuro en que se comparta plenamente la fe. Aún sigue siendo del todo válida la observación del Concilio sobre las Comunidades eclesiales surgidas en Occidente desde el siglo XVI en adelante y separadas de la Iglesia católica: « Las Comunidades eclesiales separadas, aunque les falte la unidad plena con nosotros que dimana del bautismo, y aunque creamos que, sobre todo por defecto del sacramento del Orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico, sin embargo, al conmemorar en la santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa ».(62)
Los fieles católicos, por tanto, aun respetando las convicciones religiosas de estos hermanos separados, deben abstenerse de participar en la comunión distribuida en sus celebraciones, para no avalar una ambigüedad sobre la naturaleza de la Eucaristía y, por consiguiente, faltar al deber de dar un testimonio claro de la verdad. Eso retardaría el camino hacia la plena unidad visible. De manera parecida, no se puede pensar en reemplazar la santa Misa dominical con celebraciones ecuménicas de la Palabra o con encuentros de oración en común con cristianos miembros de dichas Comunidades eclesiales, o bien con la participación en su servicio litúrgico. Estas celebraciones y encuentros, en sí mismos loables en circunstancias oportunas, preparan a la deseada comunión total, incluso eucarística, pero no pueden reemplazarla.
El hecho de que el poder de consagrar la Eucaristía haya sido confiado sólo a los Obispos y a los presbíteros no significa menoscabo alguno para el resto del Pueblo de Dios, puesto que la comunión del único cuerpo de Cristo que es la Iglesia es un don que redunda en beneficio de todos.
31. Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal. Por eso, con ánimo agradecido a Jesucristo, nuestro Señor, reitero que la Eucaristía « es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella ».(63)
Las actividades pastorales del presbítero son múltiples. Si se piensa además en las condiciones sociales y culturales del mundo actual, es fácil entender lo sometido que está al peligro de la dispersión por el gran número de tareas diferentes. El Concilio Vaticano II ha identificado en la caridad pastoral el vínculo que da unidad a su vida y a sus actividades. Ésta –añade el Concilio– « brota, sobre todo, del sacrificio eucarístico que, por eso, es el centro y raíz de toda la vida del presbítero ».(64) Se entiende, pues, lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de la Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar de celebrar cotidianamente la Eucaristía, « la cual, aunque no puedan estar presentes los fieles, es ciertamente una acción de Cristo y de la Iglesia ».(65) De este modo, el sacerdote será capaz de sobreponerse cada día a toda tensión dispersiva, encontrando en el Sacrificio eucarístico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual necesaria para afrontar los diversos quehaceres pastorales. Cada jornada será así verdaderamente eucarística.
Del carácter central de la Eucaristía en la vida y en el ministerio de los sacerdotes se deriva también su puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales. Ante todo, porque la plegaria por las vocaciones encuentra en ella la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote; pero también porque la diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía, es un ejemplo eficaz y un incentivo a la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Él se sirve a menudo del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la llamada al sacerdocio.
32. Toda esto demuestra lo doloroso y fuera de lo normal que resulta la situación de una comunidad cristiana que, aún pudiendo ser, por número y variedad de fieles, una parroquia, carece sin embargo de un sacerdote que la guíe. En efecto, la parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico. Pero esto requiere la presencia de un presbítero, el único a quien compete ofrecer la Eucaristía in persona Christi. Cuando la comunidad no tiene sacerdote, ciertamente se ha de paliar de alguna manera, con el fin de que continúen las celebraciones dominicales y, así, los religiosos y los laicos que animan la oración de sus hermanos y hermanas ejercen de modo loable el sacerdocio común de todos los fieles, basado en la gracia del Bautismo. Pero dichas soluciones han de ser consideradas únicamente provisionales, mientras la comunidad está a la espera de un sacerdote.
El hecho de que estas celebraciones sean incompletas desde el punto de vista sacramental ha de impulsar ante todo a toda la comunidad a pedir con mayor fervor que el Señor « envíe obreros a su mies » (Mt 9, 38); y debe estimularla también a llevar a cabo una adecuada pastoral vocacional, sin ceder a la tentación de buscar soluciones que comporten una reducción de las cualidades morales y formativas requeridas para los candidatos al sacerdocio.
33. Cuando, por escasez de sacerdotes, se confía a fieles no ordenados una participación en el cuidado pastoral de una parroquia, éstos han de tener presente que, como enseña el Concilio Vaticano II, « no se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la sagrada Eucaristía ».(66) Por tanto, considerarán como cometido suyo el mantener viva en la comunidad una verdadera « hambre » de la Eucaristía, que lleve a no perder ocasión alguna de tener la celebración de la Misa, incluso aprovechando la presencia ocasional de un sacerdote que no esté impedido por el derecho de la Iglesia para celebrarla. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:39 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CAPÍTULO IV
EUCARISTÍA
Y COMUNIÓN ECLESIAL
34. En 1985, la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos reconoció en la « eclesiología de comunión » la idea central y fundamental de los documentos del Concilio Vaticano II.(67) La Iglesia, mientras peregrina aquí en la tierra, está llamada a mantener y promover tanto la comunión con Dios trinitario como la comunión entre los fieles. Para ello, cuenta con la Palabra y los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la cual « vive y se desarrolla sin cesar »,(6 y en la cual, al mismo tiempo, se expresa a sí misma. No es casualidad que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres específicos de este sublime Sacramento.
La Eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los Sacramentos, en cuanto lleva a perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo. Un insigne escritor de la tradición bizantina expresó esta verdad con agudeza de fe: en la Eucaristía, « con preferencia respecto a los otros sacramentos, el misterio [de la comunión] es tan perfecto que conduce a la cúspide de todos los bienes: en ella culmina todo deseo humano, porque aquí llegamos a Dios y Dios se une a nosotros con la unión más perfecta ».(69) Precisamente por eso, es conveniente cultivar en el ánimo el deseo constante del Sacramento eucarístico. De aquí ha nacido la práctica de la « comunión espiritual », felizmente difundida desde hace siglos en la Iglesia y recomendada por Santos maestros de vida espiritual. Santa Teresa de Jesús escribió: « Cuando [...] no comulgáredes y oyéredes misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho [...], que es mucho lo que se imprime el amor ansí deste Señor ».(70)
35. La celebración de la Eucaristía, no obstante, no puede ser el punto de partida de la comunión, que la presupone previamente, para consolidarla y llevarla a perfección. El Sacramento expresa este vínculo de comunión, sea en la dimensión invisible que, en Cristo y por la acción del Espíritu Santo, nos une al Padre y entre nosotros, sea en la dimensión visible, que implica la comunión en la doctrina de los Apóstoles, en los Sacramentos y en el orden jerárquico. La íntima relación entre los elementos invisibles y visibles de la comunión eclesial, es constitutiva de la Iglesia como sacramento de salvación.(71) Sólo en este contexto tiene lugar la celebración legítima de la Eucaristía y la verdadera participación en la misma. Por tanto, resulta una exigencia intrínseca a la Eucaristía que se celebre en la comunión y, concretamente, en la integridad de todos sus vínculos.
36. La comunión invisible, aun siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace « partícipes de la naturaleza divina » (2 Pe 1, 4), así como la práctica de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de este modo se obtiene verdadera comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la gracia santificante y en la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el « cuerpo » y con el « corazón »; (72) es decir, hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, « la fe que actúa por la caridad » (Ga 5, 6).
La integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este deber con la advertencia: « Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa » (1 Co 11, 2 . San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: « También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo ».(73)
Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica establece: « Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar ».(74) Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, « debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal ».(75)
37. La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: « En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! » (2 Co 5, 20). Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación para acercarse a la plena participación en el Sacrificio eucarístico.
El juicio sobre el estado de gracia, obviamente, corresponde solamente al interesado, tratándose de una valoración de conciencia. No obstante, en los casos de un comportamiento ex- terno grave, abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta indisposición moral se refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística a los que « obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave ».(76)
38. La comunión eclesial, como antes he recordado, es también visible y se manifiesta en los lazos vinculantes enumerados por el Concilio mismo cuando enseña: « Están plenamente incorporados a la sociedad que es la Iglesia aquellos que, teniendo el Espíritu de Cristo, aceptan íntegramente su constitución y todos los medios de salvación establecidos en ella y están unidos, dentro de su estructura visible, a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos, mediante los lazos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión ».(77)
La Eucaristía, siendo la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia, exige que se celebre en un contexto de integridad de los vínculos, incluso externos, de comunión. De modo especial, por ser « como la consumación de la vida espiritual y la finalidad de todos los sacramentos »,(78)requiere que los lazos de la comunión en los sacramentos sean reales, particularmente en el Bautismo y en el Orden sacerdotal. No se puede dar la comunión a una persona no bautizada o que rechace la verdad íntegra de fe sobre el Misterio eucarístico. Cristo es la verdad y da testimonio de la verdad (cf. Jn 14, 6; 18, 37); el Sacramento de su cuerpo y su sangre no permite ficciones.
39. Además, por el carácter mismo de la comunión eclesial y de la relación que tiene con ella el sacramento de la Eucaristía, se debe recordar que « el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una comunidad particular, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica ».(79) De esto se deriva que una comunidad realmente eucarística no puede encerrarse en sí misma, como si fuera autosuficiente, sino que ha de mantenerse en sintonía con todas las demás comunidades católicas.
La comunión eclesial de la asamblea eucarística es comunión con el propio Obispo y con el Romano Pontífice. En efecto, el Obispo es el principio visible y el fundamento de la unidad en su Iglesia particular.(80) Sería, por tanto, una gran incongruencia que el Sacramento por excelencia de la unidad de la Iglesia fuera celebrado sin una verdadera comunión con el Obispo. San Ignacio de Antioquía escribía: « se considere segura la Eucaristía que se realiza bajo el Obispo o quien él haya encargado ».(81) Asimismo, puesto que « el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles »,(82) la comunión con él es una exigencia intrínseca de la celebración del Sacrificio eucarístico. De aquí la gran verdad expresada de varios modos en la Liturgia: « Toda celebración de la Eucaristía se realiza en unión no sólo con el propio obispo sino también con el Papa, con el orden episcopal, con todo el clero y con el pueblo entero. Toda válida celebración de la Eucaristía expresa esta comunión universal con Pedro y con la Iglesia entera, o la reclama objetivamente, como en el caso de las Iglesias cristianas separadas de Roma ».(83)
40. La Eucaristía crea comunión y educa a la comunión. San Pablo escribía a los fieles de Corinto manifestando el gran contraste de sus divisiones en las asambleas eucarísticas con lo que estaban celebrando, la Cena del Señor. Consecuentemente, el Apóstol les invitaba a reflexionar sobre la verdadera realidad de la Eucaristía con el fin de hacerlos volver al espíritu de comunión fraterna (cf. 1 Co 11, 17-34). San Agustín se hizo eco de esta exigencia de manera elocuente cuando, al recordar las palabras del Apóstol: « vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte » (1 Co 12, 27), observaba: « Si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois vosotros ».(84) Y, de esta constatación, concluía: « Cristo el Señor [...] consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad. El que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de la paz, no recibe un misterio para provecho propio, sino un testimonio contra sí ».(85)
41. Esta peculiar eficacia para promover la comunión, propia de la Eucaristía, es uno de los motivos de la importancia de la Misa dominical. Sobre ella y sobre las razones por las que es fundamental para la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles, me he ocupado en la Carta apostólica sobre la santificación del domingo Dies Domini,(86) recordando, además, que participar en la Misa es una obligación para los fieles, a menos que tengan un impedimento grave, lo que impone a los Pastores el correspondiente deber de ofrecer a todos la posibilidad efectiva de cumplir este precepto.(87) Más recientemente, en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, al trazar el camino pastoral de la Iglesia a comienzos del tercer milenio, he querido dar un relieve particular a la Eucaristía dominical, subrayando su eficacia creadora de comunión: Ella –decía– « es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada constantemente. Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad ».(8
42. La salvaguardia y promoción de la comunión eclesial es una tarea de todos los fieles, que encuentran en la Eucaristía, como sacramento de la unidad de la Iglesia, un campo de especial aplicación. Más en concreto, este cometido atañe con particular responsabilidad a los Pastores de la Iglesia, cada uno en el propio grado y según el propio oficio eclesiástico. Por tanto, la Iglesia ha dado normas que se orientan a favorecer la participación frecuente y fructuosa de los fieles en la Mesa eucarística y, al mismo tiempo, a determinar las condiciones objetivas en las que no debe administrar la comunión. El esmero en procurar una fiel observancia de dichas normas se convierte en expresión efectiva de amor hacia la Eucaristía y hacia la Iglesia.
43. Al considerar la Eucaristía como Sacramento de la comunión eclesial, hay un argumento que, por su importancia, no puede omitirse: me refiero a su relación con el compromiso ecuménico. Todos nosotros hemos de agradecer a la Santísima Trinidad que, en estas últimas décadas, muchos fieles en todas las partes del mundo se hayan sentido atraídos por el deseo ardiente de la unidad entre todos los cristianos. El Concilio Vaticano II, al comienzo del Decreto sobre el ecumenismo, reconoce en ello un don especial de Dios.(89) Ha sido una gracia eficaz, que ha hecho emprender el camino del ecumenismo tanto a los hijos de la Iglesia católica como a nuestros hermanos de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales.
La aspiración a la meta de la unidad nos impulsa a dirigir la mirada a la Eucaristía, que es el supremo Sacramento de la unidad del Pueblo de Dios, al ser su expresión apropiada y su fuente insuperable.(90) En la celebración del Sacrificio eucarístico la Iglesia eleva su plegaria a Dios, Padre de misericordia, para que conceda a sus hijos la plenitud del Espíritu Santo, de modo que lleguen a ser en Cristo un sólo un cuerpo y un sólo espíritu.(91) Presentando esta súplica al Padre de la luz, de quien proviene « toda dádiva buena y todo don perfecto » (St 1, 17), la Iglesia cree en su eficacia, pues ora en unión con Cristo, su cabeza y esposo, que hace suya la súplica de la esposa uniéndola a la de su sacrificio redentor.
44. Precisamente porque la unidad de la Iglesia, que la Eucaristía realiza mediante el sacrificio y la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor, exige inderogablemente la completa comunión en los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico, no es posible concelebrar la misma liturgia eucarística hasta que no se restablezca la integridad de dichos vínculos. Una concelebración sin estas condiciones no sería un medio válido, y podría revelarse más bien un obstáculo a la consecución de la plena comunión, encubriendo el sentido de la distancia que queda hasta llegar a la meta e introduciendo o respaldando ambigüedades sobre una u otra verdad de fe. El camino hacia la plena unidad no puede hacerse si no es en la verdad. En este punto, la prohibición contenida en la ley de la Iglesia no deja espacio a incertidumbres,(92) en obediencia a la norma moral proclamada por el Concilio Vaticano II.(93)
De todos modos, quisiera reiterar lo que añadía en la Carta encíclica Ut unum sint, tras haber afirmado la imposibilidad de compartir la Eucaristía: « Sin embargo, tenemos el ardiente deseo de celebrar juntos la única Eucaristía del Señor, y este deseo es ya una alabanza común, una misma imploración. Juntos nos dirigimos al Padre y lo hacemos cada vez más “con un mismo corazón” ».(94)
45. Si en ningún caso es legítima la concelebración si falta la plena comunión, no ocurre lo mismo con respecto a la administración de la Eucaristía, en circunstancias especiales, a personas pertenecientes a Iglesias o a Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. En efecto, en este caso el objetivo es satisfacer una grave necesidad espiritual para la salvación eterna de los fieles, singularmente considerados, pero no realizar una intercomunión, que no es posible mientras no se hayan restablecido del todo los vínculos visibles de la comunión eclesial.
En este sentido se orientó el Concilio Vaticano II, fijando el comportamiento que se ha de tener con los Orientales que, encontrándose de buena fe separados de la Iglesia católica, están bien dispuestos y piden espontáneamente recibir la eucaristía del ministro católico.(95) Este modo de actuar ha sido ratificado después por ambos Códigos, en los que también se contempla, con las oportunas adaptaciones, el caso de los otros cristianos no orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica.(96)
46. En la Encíclica Ut unum sint, yo mismo he manifestado aprecio por esta normativa, que permite atender a la salvación de las almas con el discernimiento oportuno: « Es motivo de alegría recordar que los ministros católicos pueden, en determinados casos particulares, administrar los sacramentos de la Eucaristía, de la Penitencia, de la Unción de enfermos a otros cristianos que no están en comunión plena con la Iglesia católica, pero que desean vivamente recibirlos, los piden libremente, y manifiestan la fe que la Iglesia católica confiesa en estos Sacramentos. Recíprocamente, en determinados casos y por circunstancias particulares, también los católicos pueden solicitar los mismos Sacramentos a los ministros de aquellas Iglesias en que sean válidos ».(97)
Es necesario fijarse bien en estas condiciones, que son inderogables, aún tratándose de casos particulares y determinados, puesto que el rechazo de una o más verdades de fe sobre estos sacramentos y, entre ellas, lo referente a la necesidad del sacerdocio ministerial para que sean válidos, hace que el solicitante no esté debidamente dispuesto para que le sean legítimamente administrados. Y también a la inversa, un fiel católico no puede comulgar en una comunidad que carece del válido sacramento del Orden.(9
La fiel observancia del conjunto de las normas establecidas en esta materia(99) es manifestación y, al mismo tiempo, garantía de amor, sea a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, sea a los hermanos de otra confesión cristiana, a los que se les debe el testimonio de la verdad, como también a la causa misma de la promoción de la unidad.
(Tomado de http://www.vatican.va) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:52 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CAPÍTULO V
DECORO DE LA CELEBRACIÓN
EUCARÍSTICA
47. Quien lee el relato de la institución eucarística en los Evangelios sinópticos queda impresionado por la sencillez y, al mismo tiempo, la « gravedad », con la cual Jesús, la tarde de la Última Cena, instituye el gran Sacramento. Hay un episodio que, en cierto sentido, hace de preludio: la unción de Betania. Una mujer, que Juan identifica con María, hermana de Lázaro, derrama sobre la cabeza de Jesús un frasco de perfume precioso, provocando en los discípulos –en particular en Judas (cf. Mt 26, 8; Mc 14, 4; Jn 12, 4)– una reacción de protesta, como si este gesto fuera un « derroche » intolerable, considerando las exigencias de los pobres. Pero la valoración de Jesús es muy diferente. Sin quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados, a los que se han de dedicar siempre los discípulos –« pobres tendréis siempre con vosotros » (Mt 26, 11; Mc 14, 7; cf. Jn 12, 8)–, Él se fija en el acontecimiento inminente de su muerte y sepultura, y aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su persona.
En los Evangelios sinópticos, el relato continúa con el encargo que Jesús da a los discípulos de preparar cuidadosamente la « sala grande », necesaria para celebrar la cena pascual (cf. Mc 14, 15; Lc 22, 12), y con la narración de la institución de la Eucaristía. Dejando entrever, al menos en parte, el esquema de los ritos hebreos de la cena pascual hasta el canto del Hallel (cf. Mt 26, 30; Mc 14, 26), el relato, aún con las variantes de las diversas tradiciones, muestra de manera tan concisa como solemne las palabras pronunciadas por Cristo sobre el pan y sobre el vino, asumidos por Él como expresión concreta de su cuerpo entregado y su sangre derramada. Todos estos detalles son recordados por los evangelistas a la luz de una praxis de la « fracción del pan » bien consolidada ya en la Iglesia primitiva. Pero el acontecimiento del Jueves Santo, desde la historia misma que Jesús vivió, deja ver los rasgos de una « sensibilidad » litúrgica, articulada sobre la tradición veterotestamentaria y preparada para remodelarse en la celebración cristiana, en sintonía con el nuevo contenido de la Pascua.
48. Como la mujer de la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de « derrochar », dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía. No menos que aquellos primeros discípulos encargados de preparar la « sala grande », la Iglesia se ha sentido impulsada a lo largo de los siglos y en las diversas culturas a celebrar la Eucaristía en un contexto digno de tan gran Misterio. La liturgia cristiana ha nacido en continuidad con las palabras y gestos de Jesús y desarrollando la herencia ritual del judaísmo. Y, en efecto, nada será bastante para expresar de modo adecuado la acogida del don de sí mismo que el Esposo divino hace continuamente a la Iglesia Esposa, poniendo al alcance de todas las generaciones de creyentes el Sacrificio ofrecido una vez por todas sobre la Cruz, y haciéndose alimento para todos los fieles. Aunque la lógica del « convite » inspire familiaridad, la Iglesia no ha cedido nunca a la tentación de banalizar esta « cordialidad » con su Esposo, olvidando que Él es también su Dios y que el « banquete » sigue siendo siempre, después de todo, un banquete sacrificial, marcado por la sangre derramada en el Gólgota. El banquete eucarístico es verdaderamente un banquete « sagrado », en el que la sencillez de los signos contiene el abismo de la santidad de Dios: « O Sacrum convivium, in quo Christus sumitur! » El pan que se parte en nuestros altares, ofrecido a nuestra condición de peregrinos en camino por las sendas del mundo, es « panis angelorum », pan de los ángeles, al cual no es posible acercarse si no es con la humildad del centurión del Evangelio: « Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo » (Mt 8, 8; Lc 7, 6).
49. En el contexto de este elevado sentido del misterio, se entiende cómo la fe de la Iglesia en el Misterio eucarístico se haya expresado en la historia no sólo mediante la exigencia de una actitud interior de devoción, sino también a través de una serie de expresiones externas, orientadas a evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra. De aquí nace el proceso que ha llevado progresivamente a establecer una especial reglamentación de la liturgia eucarística, en el respeto de las diversas tradiciones eclesiales legítimamente constituidas. También sobre esta base se ha ido creando un rico patrimonio de arte. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música, dejándose guiar por el misterio cristiano, han encontrado en la Eucaristía, directa o indirectamente, un motivo de gran inspiración.
Así ha ocurrido, por ejemplo, con la arquitectura, que, de las primeras sedes eucarísticas en las « domus » de las familias cristianas, ha dado paso, en cuanto el contexto histórico lo ha permitido, a las solemnes basílicas de los primeros siglos, a las imponentes catedrales de la Edad Media, hasta las iglesias, pequeñas o grandes, que han constelado poco a poco las tierras donde ha llegado el cristianismo. Las formas de los altares y tabernáculos se han desarrollado dentro de los espacios de las sedes litúrgicas siguiendo en cada caso, no sólo motivos de inspiración estética, sino también las exigencias de una apropiada comprensión del Misterio. Igualmente se puede decir de la música sacra, y basta pensar para ello en las inspiradas melodías gregorianas y en los numerosos, y a menudo insignes, autores que se han afirmado con los textos litúrgicos de la Santa Misa. Y, ¿acaso no se observa una enorme cantidad de producciones artísticas, desde el fruto de una buena artesanía hasta verdaderas obras de arte, en el sector de los objetos y ornamentos utilizados para la celebración eucarística?
Se puede decir así que la Eucaristía, a la vez que ha plasmado la Iglesia y la espiritualidad, ha tenido una fuerte incidencia en la « cultura », especialmente en el ámbito estético.
50. En este esfuerzo de adoración del Misterio, desde el punto de vista ritual y estético, los cristianos de Occidente y de Oriente, en cierto sentido, se han hecho mutuamente la « competencia ». ¿Cómo no dar gracias al Señor, en particular, por la contribución que al arte cristiano han dado las grandes obras arquitectónicas y pictóricas de la tradición greco-bizantina y de todo el ámbito geográfico y cultural eslavo? En Oriente, el arte sagrado ha conservado un sentido especialmente intenso del misterio, impulsando a los artistas a concebir su afán de producir belleza, no sólo como manifestación de su propio genio, sino también como auténtico servicio a la fe. Yendo mucho más allá de la mera habilidad técnica, han sabido abrirse con docilidad al soplo del Espíritu de Dios.
El esplendor de la arquitectura y de los mosaicos en el Oriente y Occidente cristianos son un patrimonio universal de los creyentes, y llevan en sí mismos una esperanza y una prenda, diría, de la deseada plenitud de comunión en la fe y en la celebración. Eso supone y exige, como en la célebre pintura de la Trinidad de Rublëv, una Iglesia profundamente « eucarística » en la cual, la acción de compartir el misterio de Cristo en el pan partido está como inmersa en la inefable unidad de las tres Personas divinas, haciendo de la Iglesia misma un « icono » de la Trinidad.
En esta perspectiva de un arte orientado a expresar en todos sus elementos el sentido de la Eucaristía según la enseñanza de la Iglesia, es preciso prestar suma atención a las normas que regulan la construcción y decoración de los edificios sagrados. La Iglesia ha dejado siempre a los artistas un amplio margen creativo, como demuestra la historia y yo mismo he subrayado en la Carta a los artistas.(100) Pero el arte sagrado ha de distinguirse por su capacidad de expresar adecuadamente el Misterio, tomado en la plenitud de la fe de la Iglesia y según las indicaciones pastorales oportunamente expresadas por la autoridad competente. Ésta es una consideración que vale tanto para las artes figurativas como para la música sacra.
51. A propósito del arte sagrado y la disciplina litúrgica, lo que se ha producido en tierras de antigua cristianización está ocurriendo también en los continentes donde el cristianismo es más joven. Este fenómeno ha sido objeto de atención por parte del Concilio Vaticano II al tratar sobre la exigencia de una sana y, al mismo tiempo, obligada « inculturación ». En mis numerosos viajes pastorales he tenido oportunidad de observar en todas las partes del mundo cuánta vitalidad puede despertar la celebración eucarística en contacto con las formas, los estilos y las sensibilidades de las diversas culturas. Adaptándose a las mudables condiciones de tiempo y espacio, la Eucaristía ofrece alimento, no solamente a las personas, sino a los pueblos mismos, plasmando culturas cristianamente inspiradas.
No obstante, es necesario que este importante trabajo de adaptación se lleve a cabo siendo conscientes siempre del inefable Misterio, con el cual cada generación está llamada confrontarse. El « tesoro » es demasiado grande y precioso como para arriesgarse a que se empobrezca o hipoteque por experimentos o prácticas llevadas a cabo sin una atenta comprobación por parte de las autoridades eclesiásticas competentes. Además, la centralidad del Misterio eucarístico es de una magnitud tal que requiere una verificación realizada en estrecha relación con la Santa Sede. Como escribí en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia, « esa colaboración es esencial, porque la sagrada liturgia expresa y celebra la única fe profesada por todos y, dado que constituye la herencia de toda la Iglesia, no puede ser determinada por las Iglesias locales aisladas de la Iglesia universal ».(101)
52. De todo lo dicho se comprende la gran responsabilidad que en la celebración eucarística tienen principalmente los sacerdotes, a quienes compete presidirla in persona Christi, dando un testimonio y un servicio de comunión, no sólo a la comunidad que participa directamente en la celebración, sino también a la Iglesia universal, a la cual la Eucaristía hace siempre referencia. Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica postconciliar, por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de malestar. Una cierta reacción al « formalismo » ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a considerar como no obligatorias las « formas » adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su Magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes.
Por tanto, siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios. El apóstol Pablo tuvo que dirigir duras palabras a la comunidad de Corinto a causa de faltas graves en su celebración eucarística, que llevaron a divisiones (skísmata) y a la formación de facciones (airéseis) (cf. 1 Co 11, 17-34). También en nuestros tiempos, la obediencia a las normas litúrgicas debería ser redescubierta y valorada como reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal, que se hace presente en cada celebración de la Eucaristía. El sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecua a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia. Precisamente para reforzar este sentido profundo de las normas litúrgicas, he solicitado a los Dicasterios competentes de la Curia Romana que preparen un documento más específico, incluso con rasgos de carácter jurídico, sobre este tema de gran importancia. A nadie le está permitido infravalorar el Misterio confiado a nuestras manos: éste es demasiado grande para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal.
(Tomado de http://www.vatican.va) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:55 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CAPÍTULO VI
EN LA ESCUELA DE MARÍA,
MUJER « EUCARÍSTICA »
53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía.(102) Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él.
A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, « concordes en la oración » (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos « en la fracción del pan » (Hch 2, 42).
Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.
54. Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: « ¡Haced esto en conmemoración mía! », se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: « Haced lo que él os diga » (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: « no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” ».
55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.
Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió « por obra del Espíritu Santo » era el « Hijo de Dios » (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.
« Feliz la que ha creído » (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en « tabernáculo » –el primer « tabernáculo » de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como « irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?
56. María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén « para presentarle al Señor » (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería « señal de contradicción » y también que una « espada » traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el « stabat Mater » de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de « Eucaristía anticipada » se podría decir, una « comunión espiritual » de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como « memorial » de la pasión.
¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: « Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros » (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.
57. « Haced esto en recuerdo mío » (Lc 22, 19). En el « memorial » del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: « !He aquí a tu hijo¡ ». Igualmente dice también a todos nosotros: « ¡He aquí a tu madre! » (cf. Jn 19, 26.27).
Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.
58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama « mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador », lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre « por » Jesús, pero también lo alaba « en » Jesús y « con » Jesús. Esto es precisamente la verdadera « actitud eucarística ».
Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la « pobreza » de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se « derriba del trono a los poderosos » y se « enaltece a los humildes » (cf. Lc 1, 52). María canta el « cielo nuevo » y la « tierra nueva » que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su 'diseño' programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!
(Tomado de http://www.vatican.va) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:58 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CONCLUSIÓN
59. « Ave, verum corpus natum de Maria Virgine! ». Hace pocos años he celebrado el cincuentenario de mi sacerdocio. Hoy experimento la gracia de ofrecer a la Iglesia esta Encíclica sobre la Eucaristía, en el Jueves Santo de mi vigésimo quinto año de ministerio petrino. Lo hago con el corazón henchido de gratitud. Desde hace más de medio siglo, cada día, a partir de aquel 2 de noviembre de 1946 en que celebré mi primera Misa en la cripta de San Leonardo de la catedral del Wawel en Cracovia, mis ojos se han fijado en la hostia y el cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han « concentrado » y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su misteriosa « contemporaneidad ». Cada día, mi fe ha podido reconocer en el pan y en el vino consagrados al divino Caminante que un día se puso al lado de los dos discípulos de Emaús para abrirles los ojos a la luz y el corazón a la esperanza (cf. Lc 24, 3.35).
Dejadme, mis queridos hermanos y hermanas que, con íntima emoción, en vuestra compañía y para confortar vuestra fe, os dé testimonio de fe en la Santísima Eucaristía. « Ave, verum corpus natum de Maria Virgine, / vere passum, immolatum, in cruce pro homine! ». Aquí está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira. Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra mente de ir más allá de las apariencias. Aquí fallan nuestros sentidos –« visus, tactus, gustus in te fallitur », se dice en el himno Adoro te devote–, pero nos basta sólo la fe, enraizada en las palabras de Cristo y que los Apóstoles nos han transmitido. Dejadme que, como Pedro al final del discurso eucarístico en el Evangelio de Juan, yo le repita a Cristo, en nombre de toda la Iglesia y en nombre de todos vosotros: « Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna » (Jn 6, 68).
60. En el alba de este tercer milenio todos nosotros, hijos de la Iglesia, estamos llamados a caminar en la vida cristiana con un renovado impulso. Como he escrito en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, no se trata de « inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste ».(103) La realización de este programa de un nuevo vigor de la vida cristiana pasa por la Eucaristía.
Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?
61. El Misterio eucarístico –sacrificio, presencia, banquete –no consiente reducciones ni instrumentalizaciones; debe ser vivido en su integridad, sea durante la celebración, sea en el íntimo coloquio con Jesús apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de la Misa. Entonces es cuando se construye firmemente la Iglesia y se expresa realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo; sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada.
La vía que la Iglesia recorre en estos primeros años del tercer milenio es también la de un renovado compromiso ecuménico. Los últimos decenios del segundo milenio, culminados en el Gran Jubileo, nos han llevado en esa dirección, llamando a todos los bautizados a corresponder a la oración de Jesús « ut unum sint » (Jn 17, 11). Es un camino largo, plagado de obstáculos que superan la capacidad humana; pero tenemos la Eucaristía y, ante ella, podemos sentir en lo profundo del corazón, como dirigidas a nosotros, las mismas palabras que oyó el profeta Elías: « Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti » (1 Re 19, 7). El tesoro eucarístico que el Señor ha puesto a nuestra disposición nos alienta hacia la meta de compartirlo plenamente con todos los hermanos con quienes nos une el mismo Bautismo. Sin embargo, para no desperdiciar dicho tesoro se han de respetar las exigencias que se derivan de ser Sacramento de comunión en la fe y en la sucesión apostólica.
Al dar a la Eucaristía todo el relieve que merece, y poniendo todo esmero en no infravalorar ninguna de sus dimensiones o exigencias, somos realmente conscientes de la magnitud de este don. A ello nos invita una tradición incesante que, desde los primeros siglos, ha sido testigo de una comunidad cristiana celosa en custodiar este « tesoro ». Impulsada por el amor, la Iglesia se preocupa de transmitir a las siguientes generaciones cristianas, sin perder ni un solo detalle, la fe y la doctrina sobre el Misterio eucarístico. No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio, porque « en este Sacramento se resume todo el misterio de nuestra salvación ».(104)
62. Sigamos, queridos hermanos y hermanas, la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos « contagia » y, por así decir, nos « enciende ».Pongámonos, sobre todo, a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza trasformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla asunta al cielo en alma y cuerpo vemos un resquicio del « cielo nuevo » y de la « tierra nueva » que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo. La Eucaristía es ya aquí, en la tierra, su prenda y, en cierto modo, su anticipación: « Veni, Domine Iesu! » (Ap 22, 20).
En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos. Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites.
Hagamos nuestros los sentimientos de santo Tomás de Aquino, teólogo eximio y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Cristo eucarístico, y dejemos que nuestro ánimo se abra también en esperanza a la contemplación de la meta, a la cual aspira el corazón, sediento como está de alegría y de paz:
« Bone pastor, panis vere,
Iesu, nostri miserere... ».
“Buen pastor, pan verdadero,
o Jesús, piedad de nosotros:
nútrenos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivos.
Tú que todo lo sabes y puedes,
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del cielo
a la alegría de tus santos”.
Roma, junto a San Pedro, 17 de abril, Jueves Santo, del año 2003, vigésimo quinto de mi Pontificado y Año del Rosario.
IOANNES PAULUS II
(1)Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
(2)Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.
(3)Cf. Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), 21: AAS 95 (2003), 19.
(4)Éste es el título que he querido dar a un testimonio autobiográfico con ocasión del quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio.
(5)Leonis XXIII Acta(1903), 115-136.
(6)AAS 39 (1947), 521-595.
(7)AAS 57 (1965), 753-774.
(8)AAS 72 (1980), 113-148.
(9)Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 47: « Salvator noster [...] Sacrificium Eucharisticum Corporis et Sanguinis sui instituit, quo Sacrificium Crucis in saecula, donec veniret, perpetuaret... ».
(10)Catecismo de la Iglesia Católica, 1085.
(11)Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 3.
(12)Cf. Pablo VI, El « credo » del Pueblo de Dios (30 junio 1968), 24: AAS 60 (1968), 442; Juan Pablo II, Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 9: AAS 72 (1980).
(13)Catecismo de la Iglesia Católica, 1382.
(14)Catecismo de la Iglesia Católica, 1367.
(15)Homilías sobre la carta a los Hebreos, 17, 3: PG 63, 131.
(16)Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Ses. XXII, Doctrina de ss. Missae sacrificio, cap. 2: DS 1743: « En efecto, se trata de una sola e idéntica víctima y el mismo Jesús la ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, Él que un día se ofreció a sí mismo en la cruz: sólo es diverso el modo de ofrecerse ».
(17)Cf. Pío XII, Carta enc. Mediator Dei (20 noviembre 1947): AAS 39 (1947), 548.
(18)Carta enc. Redemptor hominis (15 marzo 1979), 20: AAS 71 (1979), 310.
(19)Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
(20)De sacramentis, V, 4, 26: CSEL 73, 70.
(21)Sobre el Evangelio de Juan, XII, 20: PG 74, 726.
(22)Carta. enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965): AAS 57 (1965), 764.
(23)Ses. XIII, Decr. de ss. Eucharistia, cap. 4: DS 1642.
(24)Catequesis mistagógicas, IV, 6: SCh 126, 138.
(25)Cf.Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 8.
(26)El « credo » del Pueblo de Dios (30 junio 1968), 25: AAS 60 (1968), 442-443.
(27)Homilía IV para la Semana Santa: CSCO 413/ Syr. 182, 55.
(28)Anáfora.
(29)Plegaria Eucarística III.
(30)Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, antífona al Magnificat de las II Vísperas.
(31)Misal Romano, Embolismo después del Padre nuestro.
(32)Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661.
(33)Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 39.
(34)« ¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: “esto es mi cuerpo”, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: “Tuve hambre y no me disteis de comer”, y más adelante: “Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer” [...].¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo »: San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 50, 3-4: PG 58, 508-509; cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987): AAS 80 (1988), 553-556.
(35)Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 3.
(36)Ibíd.
(37)Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 5.
(38)« Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: “Ésta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras” » (Ex 24, 8).
(39)Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
(40)Cf. ibíd., n. 9.
(41)Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5. El mismo Decreto dice en el n. 6: « No se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía ».
(42)Homilías sobre la 1 Carta a los Corintios, 24, 2: PG 61, 200; cf. Didaché, IX, 5: F.X. Funk, I, 22; San Cipriano, Ep. LXIII, 13: PL 4, 384.
(43)PO 26, 206.
(44)Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
(45)Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Ses. XIII, Decretum de ss. Eucharistia, can. 4: DS 1654.
(46)Cf. Rituale Romanum: De sacra communione et de cultu mysterii eucharistici extra Missam, 36 (n. 80).
(47)Cf. ibíd., 38-39 (nn. 86-90).
(48)Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 32: AAS 93 (2001), 288.
(49)« Durante el día, los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo con el máximo honor en las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente »: Pablo VI, Carta enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965): AAS 57 (1965), 771.
(50)Visite al SS. Sacramento ed a Maria Santissima, Introduzione: Opere ascetiche, IV, Avelino 2000, 295.
(51)N. 857.
(52)Ibíd.
(53)Ibíd.
(54)Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Sacerdotium ministeriale (6 agosto 1983), III.2: AAS 75 (1983), 1005.
(55)Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 10.
(56)Ibíd.
(57)Cf. Institutio generalis: Editio typica tertia, n. 147.
(58)Cf. Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 10 y 28; Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 2.
(59)« El ministro del altar actúa en la persona de Cristo en cuanto cabeza, que ofrece en nombre de todos los miembros »: Pío XII, Carta enc. Mediator Dei 20 noviembre 1947: AAS 39 (1947), 556; cf. Pío X, Exhort. ap. Haerent animo (4 agosto 1908): Pii X Acta, IV, 16; Carta enc. Ad catholici sacerdotii (20 diciembre 1935): AAS 28 (1936), 20.
(60)Carta ap. Dominicae Cenae, 24 febrero 1980, 8: AAS 72 (1980), 128-129.
(61)Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Sacerdotium ministeriale (6 agosto 1983), III. 4: AAS 75 (1983), 1006; cf. Conc. Ecum. Lateranense IV, cap. 1. Const. sobre la fe católica Firmiter credimus: DS 802.
(62)Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 22.
(63)Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 2: AAS 72 (1980), 115.
(64)Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros 14.
(65)Ibíd., 13; cf. Código de Derecho Canónico, can. 904; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 378.
(66)Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 6.
(67)Cf. Relación final, II. C.1: L'Osservatore Romano (10 diciembre 1985), 7.
(68)Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 26.
(69)Nicolás Cabasilas, La vida en Cristo, IV, 10: Sch 355, 270.
(70)Camino de perfección, c. 35, 1.
(71)Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio (28 mayo 1992), 4: AAS 85 (1993), 839-840.
(72)Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 14.
(73)Homilías sobre Isaías6, 3: PG 56, 139.
(74)N. 1385; cf. Código de Derecho Canónico, can. 916; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 711.
(75)Discurso a la Sacra Penitenciaría Apostólica y a los penitenciarios de las Basílicas Patriarcales romanas (30 enero 1981): AAS 73 (1981), 203. Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Ses. XIII, Decretum de ss. Eucharistia, cap. 7 et can. 11: DS 1647, 1661.
(76)Can.915; cf. Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 712.
(77)Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 14.
(78)Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 73, a. 3c.
(79)Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio (28 mayo 1992), 11: AAS 85 (1993), 844.
(80)Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
(81)Carta a los Esmirniotas, 8: PG 5, 713.
(82)Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
(83)Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio (28 mayo 1992), 14: AAS 85 (1993), 847.
(84)Sermón 272: PL 38, 1247.
(85)Ibíd., 1248.
(86)Cf. nn. 31-51: AAS 90 (1998), 731-746.
(87)Cf. ibíd., nn. 48-49: AAS 90 (1998), 744.
(88)N. 36: AAS 93 (2001), 291-292.
(89)Cf.Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 1.
(90)Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
(91)« Haz que nosotros, que participamos al único pan y al único cáliz, estemos unidos con los otros en la comunión del único Espíritu Santo »: Anáfora de la Liturgia de san Basilio.
(92)Cf. Código de Derecho Canónico, can. 908; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 702; Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio para el ecumenismo (25 marzo 1993), 122-125, 129-131: AAS 85 (1993), 1086-1089; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Ad exsequendam (18 mayo 2001): AAS 93 (2001), 786.
(93)« La comunicación en las cosas sagradas que daña a la unidad de la Iglesia o lleva consigo adhesión formal al error o peligro de desviación en la fe, de escándalo o indiferentismo, está prohibido por la ley divina »: Decr. Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, 26.
(94)N. 45: AAS 87 (1995), 948.
(95)Cf. Decr. Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, 27.
(96)Cf. Código de Derecho Canónico, can. 844 §§ 3-4; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 671 §§ 3-4.
(97)N. 46: AAS 87 (1995), 948.
(98)Cf.Conc. Ecum. Vat. II, Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 22.
(99)Cf. Código de Derecho Canónico, can. 844; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 671.
(100)Cf. AAS 91 (1999), 1155-1172.
(101)N. 22: AAS 92 (2000), 485.
(102)Cf. n. 21: AAS 95 (2003), 20.
(103)N. 29: AAS 93 (2001), 285.
(104)Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 83, a. 4 c.
(Tomado de http://www.vatican.va) _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 12:56 pm Asunto:
SACRAMENTUM CARITATIS
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Herman@s:
¡Paz y bien!
Veamos ahora el documento que publicara S.S. Bededicto XVI sobre la Eucaristía, y lo verems de igual manera, un capítulo por aporte comenzando por la Introducción y utilizando la misma fuente http://www.vatican.va. Aprendámos todos de estas verdades de fe. Dios les bendiga.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
SACRAMENTUM CARITATIS
DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
AL EPISCOPADO, AL CLERO,
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA
Y DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
1.Sacramento de la caridad,[1] la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor « más grande », aquel que impulsa a « dar la vida por los propios amigos » (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús « los amó hasta el extremo » (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos « hasta el extremo », hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!
Alimento de la verdad
2. En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad. San Agustín, con un penetrante conocimiento de la realidad humana, puso de relieve cómo el hombre se mueve espontáneamente, y no por coacción, cuando se encuentra ante algo que lo atrae y le despierta el deseo. Así pues, al preguntarse sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo, el santo obispo exclama: « ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad? ».[2] En efecto, todo hombre lleva en sí mismo el deseo indeleble de la verdad última y definitiva. Por eso, el Señor Jesús, « el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6), se dirige al corazón anhelante del hombre, que se siente peregrino y sediento, al corazón que suspira por la fuente de la vida, al corazón que mendiga la Verdad. En efecto, Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae el mundo hacia sí. « Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra ».[3] En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, « a tiempo y a destiempo » (2 Tm 4,2) que Dios es amor.[4] Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios.
Desarrollo del rito eucarístico
3. Al observar la historia bimilenaria de la Iglesia de Dios, guiada por la sabia acción del Espíritu Santo, admiramos llenos de gratitud cómo se han desarrollado ordenadamente en el tiempo las formas rituales con que conmemoramos el acontecimiento de nuestra salvación. Desde las diversas modalidades de los primeros siglos, que resplandecen aún en los ritos de las antiguas Iglesias de Oriente, hasta la difusión del rito romano; desde las indicaciones claras del Concilio de Trento y del Misal de san Pío V hasta la renovación litúrgica establecida por el Concilio Vaticano II: en cada etapa de la historia de la Iglesia, la celebración eucarística, como fuente y culmen de su vida y misión, resplandece en el rito litúrgico con toda su riqueza multiforme. La XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada del 2 al 23 de octubre de 2005 en el Vaticano, ha manifestado un profundo agradecimiento a Dios por esta historia, reconociendo en ella la guía del Espíritu Santo. En particular, los Padres sinodales han constatado y reafirmado el influjo benéfico que ha tenido para la vida de la Iglesia la reforma litúrgica puesta en marcha a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II.[5] El Sínodo de los Obispos ha tenido la posibilidad de valorar cómo ha sido su recepción después de la cumbre conciliar. Los juicios positivos han sido muy numerosos. Se han constatado también las dificultades y algunos abusos cometidos, pero que no oscurecen el valor y la validez de la renovación litúrgica, la cual tiene aún riquezas no descubiertas del todo. En concreto, se trata de leer los cambios indicados por el Concilio dentro de la unidad que caracteriza el desarrollo histórico del rito mismo, sin introducir rupturas artificiosas.[6]
Sínodo de los Obispos y Año de la Eucaristía
4. Además, se ha de poner de relieve la relación del reciente Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía con lo ocurrido en los últimos años en la vida de la Iglesia. Ante todo, hemos de pensar en el Gran Jubileo de 2000, con el cual mi querido Predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, ha introducido la Iglesia en el tercer milenio cristiano. El Año Jubilar se ha caracterizado indudablemente por un fuerte sentido eucarístico. No se puede olvidar que el Sínodo de los Obispos ha estado precedido, y en cierto sentido también preparado, por el Año de la Eucaristía, establecido con gran amplitud de miras por Juan Pablo II para toda la Iglesia. Dicho Año, iniciado con el Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara (México), en octubre de 2004, se concluyó el 23 de octubre de 2005, al final de la XI Asamblea Sinodal, con la canonización de cinco Beatos que se han distinguido especialmente por la piedad eucarística: el Obispo Józef Bilczewski, los presbíteros Cayetano Catanoso, Segismundo Gorazdowski, Alberto Hurtado Cruchaga y el religioso capuchino Félix de Nicosia. Gracias a las enseñanzas expuestas por Juan Pablo II en la Carta apostólica Mane nobiscum Domine,[7] y a las valiosas sugerencias de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,[8] las diócesis y las diversas entidades eclesiales han emprendido numerosas iniciativas para despertar y acrecentar en los creyentes la fe eucarística, para mejorar la dignidad de las celebraciones y promover la adoración eucarística, así como para animar una solidaridad efectiva que, partiendo de la Eucaristía, llegara a los pobres. Finalmente, es necesario mencionar la importancia de la última Encíclica de mi venerado Predecesor, Ecclesia de Eucharistia,[9] con la que nos ha dejado una segura referencia magisterial sobre la doctrina eucarística y un último testimonio del lugar central que este divino Sacramento tenía en su vida.
Objeto de la presente Exhortación
5. Esta Exhortación apostólica postsinodal se propone retomar la riqueza multiforme de reflexiones y propuestas surgidas en la reciente Asamblea General del Sínodo de los Obispos —desde los Lineamenta hasta las Propositiones, incluyendo el Instrumentum laboris, las Relationes ante et post disceptationem, las intervenciones de los Padres sinodales, de los auditores y de los hermanos delegados—, con la intención de explicitar algunas líneas fundamentales de acción orientadas a suscitar en la Iglesia nuevo impulso y fervor por la Eucaristía. Consciente del vasto patrimonio doctrinal y disciplinar acumulado a través de los siglos sobre este Sacramento,[10] en el presente documento deseo sobre todo recomendar, teniendo en cuenta el voto de los Padres sinodales,[11] que el pueblo cristiano profundice en la relación entre el Misterio eucarístico, el acto litúrgico y el nuevo culto espiritual que se deriva de la Eucaristía como sacramento de la caridad. En esta perspectiva, deseo relacionar la presente Exhortación con mi primera Carta encíclica Deus caritas est, en la que he hablado varias veces del sacramento de la Eucaristía para subrayar su relación con el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al prójimo: « el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros ».[12] _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:01 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
PRIMERA PARTE
EUCARISTÍA,
MISTERIO QUE SE HA DE CREER
«Éste es el trabajo que Dios quiere:
que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6,29)
La fe eucarística de la Iglesia
6. « Este es el Misterio de la fe ». Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, la Eucaristía es « misterio de la fe » por excelencia: « es el compendio y la suma de nuestra fe ».[13] La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos: « La fe se expresa en el rito y el rito refuerza y fortalece la fe ».[14] Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial; « gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo ».[15] Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo.
Santísima Trinidad y Eucaristía
El pan que baja del cielo
7. La primera realidad de la fe eucarística es el misterio mismo de Dios, el amor trinitario. En el diálogo de Jesús con Nicodemo encontramos una expresión iluminadora a este respecto: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él » (Jn 3,16-17). Estas palabras muestran la raíz última del don de Dios. En la Eucaristía, Jesús no da « algo », sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros. En el Evangelio escuchamos también a Jesús que, después de haber dado de comer a la multitud con la multiplicación de los panes y los peces, dice a sus interlocutores que lo habían seguido hasta la sinagoga de Cafarnaúm: « Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo » (Jn 6,32-33); y llega a identificarse él mismo, la propia carne y la propia sangre, con ese pan: « Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo » (Jn 6,51). Jesús se manifiesta así como el Pan de vida, que el Padre eterno da a los hombres.
Don gratuito de la Santísima Trinidad
8. En la Eucaristía se revela el designio de amor que guía toda la historia de la salvación (cf. Ef 1,10; 3,8-11). En ella, el Deus Trinitas, que en sí mismo es amor (cf. 1 Jn 4,7-8), se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual (cf. Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-26), nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios (cf. Gn 2,7). Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo que se nos da sin medida (cf. Jn 3,34), donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina.[16] Jesucristo, pues, « que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha » (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida. La Iglesia, con obediencia fiel, acoge, celebra y adora este don. El « misterio de la fe » es misterio del amor trinitario, en el cual, por gracia, estamos llamados a participar. Por tanto, también nosotros hemos de exclamar con san Agustín: « Ves la Trinidad si ves el amor ».[17]
Eucaristía: Jesús,
el verdadero Cordero inmolado
La nueva y eterna alianza en la sangre del Cordero
9. La misión para la que Jesús vino a nosotros llega a su cumplimiento en el Misterio pascual. Desde lo alto de la cruz, donde atrae todo hacia sí (cf. Jn 12,32), antes de « entregar el espíritu » dice: « Todo está cumplido » (Jn 19,30). En el misterio de su obediencia hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2,8), se ha cumplido la nueva y eterna alianza. La libertad de Dios y la libertad del hombre se han encontrado definitivamente en su carne crucificada, en un pacto indisoluble y válido para siempre. También el pecado del hombre ha sido expiado una vez por todas por el Hijo de Dios (cf. Hb 7,27; 1 Jn 2,2; 4,10). Como he tenido ya oportunidad de decir: « En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es el amor en su forma más radical ».[18] En el Misterio pascual se ha realizado verdaderamente nuestra liberación del mal y de la muerte. En la institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la « nueva y eterna alianza », estipulada en su sangre derramada (cf. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20). Esta meta última de su misión era ya bastante evidente al comienzo de su vida pública. En efecto, cuando a orillas del Jordán Juan Bautista ve venir a Jesús, exclama: « Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo » (Jn 1,19). Es significativo que la misma expresión se repita cada vez que celebramos la santa Misa, con la invitación del sacerdote para acercarse a comulgar: « Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor ». Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración.[19]
Institución de la Eucaristía
10. De este modo llegamos a reflexionar sobre la institución de la Eucaristía en la última Cena. Sucedió en el contexto de una cena ritual con la que se conmemoraba el acontecimiento fundamental del pueblo de Israel: la liberación de la esclavitud de Egipto. Esta cena ritual, relacionada con la inmolación de los corderos (Ex 12,1- 28.43-51), era conmemoración del pasado, pero, al mismo tiempo, también memoria profética, es decir, anuncio de una liberación futura. En efecto, el pueblo había experimentado que aquella liberación no había sido definitiva, puesto que su historia estaba todavía demasiado marcada por la esclavitud y el pecado. El memorial de la antigua liberación se abría así a la súplica y a la esperanza de una salvación más profunda, radical, universal y definitiva. Éste es el contexto en el cual Jesús introduce la novedad de su don. En la oración de alabanza, la Berakah, da gracias al Padre no sólo por los grandes acontecimientos de la historia pasada, sino también por la propia « exaltación ». Al instituir el sacramento de la Eucaristía, Jesús anticipa e implica el Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo, como se lee en la primera Carta de San Pedro (cf. 1,18-20). Situando en este contexto su don, Jesús manifiesta el sentido salvador de su muerte y resurrección, misterio que se convierte en el factor renovador de la historia y de todo el cosmos. En efecto, la institución de la Eucaristía muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad.
Figura transit in veritatem
11. De este modo Jesús inserta su novum radical dentro de la antigua cena sacrificial judía. Para nosotros los cristianos, ya no es necesario repetir aquella cena. Como dicen con precisión los Padres, figura transit in veritatem: lo que anunciaba realidades futuras, ahora ha dado paso a la verdad misma. El antiguo rito ya se ha cumplido y ha sido superado definitivamente por el don de amor del Hijo de Dios encarnado. El alimento de la verdad, Cristo inmolado por nosotros, dat... figuris terminum.[20] Con el mandato « Haced esto en conmemoración mía » (cf. Lc 22,19; 1 Co 11,25), nos pide corresponder a su don y representarlo sacramentalmente. Por tanto, el Señor expresa con estas palabras, por decirlo así, la esperanza de que su Iglesia, nacida de su sacrificio, acoja este don, desarrollando bajo la guía del Espíritu Santo la forma litúrgica del Sacramento. En efecto, el memorial de su total entrega no consiste en la simple repetición de la última Cena, sino propiamente en la Eucaristía, es decir, en la novedad radical del culto cristiano. Jesús nos ha encomendado así la tarea de participar en su « hora ». « La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega ».[21]) Él « nos atrae hacia sí ».[22] La conversión sustancial del pan y del vino en su cuerpo y en su sangre introduce en la creación el principio de un cambio radical, como una forma de « fisión nuclear », por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros, que se produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será todo para todos (cf. 1 Co 15,28).
El Espíritu Santo y la Eucaristía
Jesús y el Espíritu Santo
12. Con su palabra, y con el pan y el vino, el Señor mismo nos ha ofrecido los elementos esenciales del culto nuevo. La Iglesia, su Esposa, está llamada a celebrar día tras día el banquete eucarístico en conmemoración suya. Introduce así el sacrificio redentor de su Esposo en la historia de los hombres y lo hace presente sacramentalmente en todas las culturas. Este gran misterio se celebra en las formas litúrgicas que la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, desarrolla en el tiempo y en los diversos lugares.[23] A este propósito es necesario despertar en nosotros la conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo en el desarrollo de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos misterios. El Paráclito, primer don para los creyentes,[24] que actúa ya en la creación (cf. Gn 1,2), está plenamente presente en toda la vida del Verbo encarnado; en efecto, Jesucristo fue concebido por la Virgen María por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; Lc 1,35); al comienzo de su misión pública, a orillas del Jordán, lo ve bajar sobre sí en forma de paloma (cf. Mt 3,16 y par.); en este mismo Espíritu actúa, habla y se llena de gozo (cf. Lc 10,21), y por Él se ofrece a sí mismo (cf. Hb 9,14). En los llamados « discursos de despedida » recopilados por Juan, Jesús establece una clara relación entre el don de su vida en el misterio pascual y el don del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16,7). Una vez resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cf. Jn 20,21). Será el Espíritu quien enseñe después a los discípulos todas las cosas y les recuerde todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), porque corresponde a Él, como Espíritu de la verdad (cf. Jn 15,26), guiarlos hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). En el relato de los Hechos, el Espíritu desciende sobre los Apóstoles reunidos en oración con María el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y los anima a la misión de anunciar a todos los pueblos la buena noticia. Por tanto, Cristo mismo, en virtud de la acción del Espíritu, está presente y operante en su Iglesia, desde su centro vital que es la Eucaristía.
Espíritu Santo y Celebración eucarística
13. En este horizonte se comprende el papel decisivo del Espíritu Santo en la Celebración eucarística y, en particular, en lo que se refiere a la transustanciación. Todo ello está bien documentado en los Padres de la Iglesia. San Cirilo de Jerusalén, en sus Catequesis, recuerda que nosotros « invocamos a Dios misericordioso para que mande su Santo Espíritu sobre las ofrendas que están ante nosotros, para que Él convierta el pan en cuerpo de Cristo y el vino en sangre de Cristo. Lo que toca el Espíritu Santo es santificado y transformado totalmente ».[25] También san Juan Crisóstomo hace notar que el sacerdote invoca el Espíritu Santo cuando celebra el Sacrificio[26]: como Elías —dice—, el ministro invoca el Espíritu Santo para que, « descendiendo la gracia sobre la víctima, se enciendan por ella las almas de todos ».[27] Es muy necesario para la vida espiritual de los fieles que tomen más clara conciencia de la riqueza de la anáfora: junto con las palabras pronunciadas por Cristo en la última Cena, contiene la epíclesis, como invocación al Padre para que haga descender el don del Espíritu a fin de que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, y para que « toda la comunidad sea cada vez más cuerpo de Cristo ».[28] El Espíritu, que invoca el celebrante sobre los dones del pan y el vino puestos sobre el altar, es el mismo que reúne a los fieles « en un sólo cuerpo », haciendo de ellos una oferta espiritual agradable al Padre.[29]
Eucaristía e Iglesia
Eucaristía, principio causal de la Iglesia
14. Por el Sacramento eucarístico Jesús incorpora a los fieles a su propia « hora »; de este modo nos muestra la unión que ha querido establecer entre Él y nosotros, entre su persona y la Iglesia. En efecto, Cristo mismo, en el sacrificio de la cruz, ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su cuerpo. Los Padres de la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del costado de Adán mientras dormía (cf. Gn 2,21-23) y de la nueva Eva, la Iglesia, del costado abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: del costado traspasado, dice Juan, salió sangre y agua (cf. Jn 19,34), símbolo de los sacramentos.[30] Contemplar « al que atravesaron » (Jn 19,37) nos lleva a considerar la unión causal entre el sacrificio de Cristo, la Eucaristía y la Iglesia. En efecto, la Iglesia « vive de la Eucaristía ».[31] Ya que en ella se hace presente el sacrificio redentor de Cristo, se tiene que reconocer ante todo que « hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia ».[32] La Eucaristía es Cristo que se nos entrega, edificándonos continuamente como su cuerpo. Por tanto, en la sugestiva correlación entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía,[33] la primera afirmación expresa la causa primaria: la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz. La posibilidad que tiene la Iglesia de « hacer » la Eucaristía tiene su raíz en la donación que Cristo le ha hecho de sí mismo. Descubrimos también aquí un aspecto elocuente de la fórmula de san Juan: « Él nos ha amado primero » (1Jn 4,19). Así, también nosotros confesamos en cada celebración la primacía del don de Cristo. En definitiva, el influjo causal de la Eucaristía en el origen de la Iglesia revela la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del habernos « amado primero ». Él es quien eternamente nos ama primero.
Eucaristía y comunión eclesial
15. La Eucaristía es, pues, constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia. Por eso la antigüedad cristiana designó con las mismas palabras Corpus Christi el Cuerpo nacido de la Virgen María, el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo eclesial de Cristo.[34] Este dato, muy presente en la tradición, ayuda a aumentar en nosotros la conciencia de que no se puede separar a Cristo de la Iglesia. El Señor Jesús, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio por nosotros, anunció eficazmente en su donación el misterio de la Iglesia. Es significativo que en la segunda plegaria eucarística, al invocar al Paráclito, se formule de este modo la oración por la unidad de la Iglesia: « que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo ». Este pasaje permite comprender bien que la res del Sacramento eucarístico incluye la unidad de los fieles en la comunión eclesial. La Eucaristía se muestra así en las raíces de la Iglesia como misterio de comunión.[35]
Ya en su Encíclica Ecclesia de Eucharistia, el siervo de Dios Juan Pablo II llamó la atención sobre la relación entre Eucaristía y communio. Se refirió al memorial de Cristo como la « suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia ».[36] La unidad de la comunión eclesial se revela concretamente en las comunidades cristianas y se renueva en el acto eucarístico que las une y las diferencia en Iglesias particulares, « in quibus et ex quibus una et unica Ecclesia catholica exsistit ».[37] Precisamente la realidad de la única Eucaristía que se celebra en cada diócesis en torno al propio Obispo nos permite comprender cómo las mismas Iglesias particulares subsisten in y ex Ecclesia. En efecto, « la unicidad e indivisibilidad del Cuerpo eucarístico del Señor implica la unicidad de su Cuerpo místico, que es la Iglesia una e indivisible. Desde el centro eucarístico surge la necesaria apertura de cada comunidad celebrante, de cada Iglesia particular: del dejarse atraer por los brazos abiertos del Señor se sigue la inserción en su Cuerpo, único e indiviso ».[38] Por este motivo, en la celebración de la Eucaristía cada fiel se encuentra en su Iglesia, es decir, en la Iglesia de Cristo. En esta perspectiva eucarística, comprendida adecuadamente, la comunión eclesial se revela una realidad católica por su propia naturaleza.[39] Subrayar esta raíz eucarística de la comunión eclesial puede contribuir también eficazmente al diálogo ecuménico con las Iglesias y con las Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Sede de Pedro. En efecto, la Eucaristía establece objetivamente un fuerte vínculo de unidad entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas que han conservado la auténtica e íntegra naturaleza del misterio de la Eucaristía. Al mismo tiempo, el relieve dado al carácter eclesial de la Eucaristía puede convertirse también en elemento privilegiado en el diálogo con las Comunidades nacidas de la Reforma.[40]
Eucaristía y sacramentos
Sacramentalidad de la Iglesia
16. El Concilio Vaticano II recordó que « los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo que, por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres.. Así, los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo ».[41] Esta relación íntima de la Eucaristía con los otros sacramentos y con la existencia cristiana se comprende en su raíz cuando se contempla el misterio de la Iglesia como sacramento.[42] A este propósito, el Concilio Vaticano II afirma que « La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano ».[43] Ella, como dice san Cipriano, en cuanto « pueblo convocado por el unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo »,[44] es sacramento de la comunión trinitaria.
El hecho de que la Iglesia sea « sacramento universal de salvación »[45] muestra cómo la « economía » sacramental determina en último término el modo cómo Cristo, único Salvador, mediante el Espíritu llega a nuestra existencia en sus circunstancias específicas. La Iglesia se recibe y al mismo tiempo se expresa en los siete sacramentos, mediante los cuales la gracia de Dios influye concretamente en los fieles para que toda su vida, redimida por Cristo, se convierta en culto agradable a Dios. En esta perspectiva, deseo subrayar aquí algunos elementos, señalados por los Padres sinodales, que pueden ayudar a comprender la relación de todos los sacramentos con el misterio eucarístico.
I. Eucaristía e iniciación cristiana
Eucaristía, plenitud de la iniciación cristiana
17. Puesto que la Eucaristía es verdaderamente fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, el camino de iniciación cristiana tiene como punto de referencia la posibilidad de acceder a este sacramento. A este respecto, como han dicho los Padres sinodales, hemos de preguntarnos si en nuestras comunidades cristianas se percibe de manera suficiente el estrecho vínculo que hay entre el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.[46] En efecto, nunca debemos olvidar que somos bautizados y confirmados en orden a la Eucaristía. Esto requiere el esfuerzo de favorecer en la acción pastoral una comprensión más unitaria del proceso de iniciación cristiana. El sacramento del Bautismo, mediante el cual nos configuramos con Cristo,[47] nos incorporamos a la Iglesia y nos convertimos en hijos de Dios, es la puerta para todos los sacramentos. Con él se nos integra en el único Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12,13), pueblo sacerdotal. Sin embargo, la participación en el Sacrificio eucarístico perfecciona en nosotros lo que nos ha sido dado en el Bautismo. Los dones del Espíritu se dan también para la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12) y para un mayor testimonio evangélico en el mundo.[48] Así pues, la santísima Eucaristía lleva la iniciación cristiana a su plenitud y es como el centro y el fin de toda la vida sacramental.[49]
Orden de los sacramentos de la iniciación
18. A este respeto es necesario prestar atención al tema del orden de los Sacramentos de la iniciación. En la Iglesia hay tradiciones diferentes. Esta diversidad se manifiesta claramente en las costumbres eclesiales de Oriente,[50] y en la misma praxis occidental por lo que se refiere a la iniciación de los adultos,[51] a diferencia de la de los niños.[52] Sin embargo, no se trata propiamente de diferencias de orden dogmático, sino de carácter pastoral. Concretamente, es necesario verificar qué praxis puede efectivamente ayudar mejor a los fieles a poner de relieve el sacramento de la Eucaristía como aquello a lo que tiende toda la iniciación. En estrecha colaboración con los competentes Dicasterios de la Curia Romana, las Conferencias Episcopales han de verificar la eficacia de los actuales procesos de iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades, y a asumir en su vida una impronta auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia esperanza de modo adecuado en nuestra época (cf. 1 P 3,15).
Iniciación, comunidad eclesial y familia
19. Se ha de tener siempre presente que toda la iniciación cristiana es un camino de conversión, que se debe recorrer con la ayuda de Dios y en constante referencia a la comunidad eclesial, ya sea cuando es el adulto mismo quien solicita entrar en la Iglesia, como ocurre en los lugares de primera evangelización y en muchas zonas secularizadas, o bien cuando son los padres los que piden los Sacramentos para sus hijos. A este respecto, deseo llamar la atención de modo especial sobre la relación que hay entre iniciación cristiana y familia. En la acción pastoral se tiene que asociar siempre la familia cristiana al itinerario de iniciación. Recibir el Bautismo, la Confirmación y acercarse por primera vez a la Eucaristía, son momentos decisivos no sólo para la persona que los recibe sino también para toda la familia, la cual ha de ser ayudada en su tarea educativa por la comunidad eclesial, con la participación de sus diversos miembros.[53] Quisiera subrayar aquí la importancia de la primera Comunión. Para muchos fieles este día queda grabado en la memoria, con razón, como el primer momento en que, aunque de modo todavía inicial, se percibe la importancia del encuentro personal con Jesús. La pastoral parroquial debe valorar adecuadamente esta ocasión tan significativa.
II. Eucaristía y sacramento de la Reconciliación
Su relación intrínseca
20. Los Padres sinodales han afirmado que el amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más el sacramento de la Reconciliación.[54] Debido a la relación entre estos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la Eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial (cf. 1 Co 11,27-29). Efectivamente, como se constata en la actualidad, los fieles se encuentran inmersos en una cultura que tiende a borrar el sentido del pecado,[55] favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la Comunión sacramental.[56] En realidad, perder la conciencia de pecado comporta siempre también una cierta superficialidad en la forma de comprender el amor mismo de Dios. Ayuda mucho a los fieles recordar aquellos elementos que, dentro del rito de la santa Misa, expresan la conciencia del propio pecado y al mismo tiempo la misericordia de Dios.[57] Además, la relación entre la Eucaristía y la Reconciliación nos recuerda que el pecado nunca es algo exclusivamente individual; siempre comporta también una herida para la comunión eclesial, en la que estamos insertados por el Bautismo. Por esto la Reconciliación, como dijeron los Padres de la Iglesia, es laboriosus quidam baptismus,[58] subrayando de esta manera que el resultado del camino de conversión supone el restablecimiento de la plena comunión eclesial, expresada al acercarse de nuevo a la Eucaristía.[59]
Algunas observaciones pastorales
21. El Sínodo ha recordado que es cometido pastoral del Obispo promover en su propia diócesis una firme recuperación de la pedagogía de la conversión que nace de la Eucaristía, y fomentar entre los fieles la confesión frecuente. Todos los sacerdotes deben dedicarse con generosidad, empeño y competencia a la administración del sacramento de la Reconciliación.[60] A este propósito, se debe procurar que los confesionarios de nuestras iglesias estén bien visibles y sean expresión del significado de este Sacramento. Pido a los Pastores que vigilen atentamente sobre la celebración del sacramento de la Reconciliación, limitando la praxis de la absolución general exclusivamente a los casos previstos,[61] siendo la celebración personal la única forma ordinaria.[62] Frente a la necesidad de redescubrir el perdón sacramental, debe haber siempre un Penitenciario [63] en todas las diócesis. En fin, una praxis equilibrada y profunda de la indulgencia, obtenida para sí o para los difuntos, puede ser una ayuda válida para una nueva toma de conciencia de la relación entre Eucaristía y Reconciliación. Con la indulgencia se gana « la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en lo referente a la culpa ».[64] El recurso a las indulgencias nos ayuda a comprender que sólo con nuestras fuerzas no podremos reparar el mal realizado y que los pecados de cada uno dañan a toda la comunidad; por otra parte, la práctica de la indulgencia, que, además de la doctrina de los méritos infinitos de Cristo, implica la de la comunión de los santos, enseña « la íntima unión con que estamos vinculados a Cristo, y la gran importancia que tiene para los demás la vida sobrenatural de cada uno ».[65] Esta práctica de la indulgencia puede ayudar eficazmente a los fieles en el camino de conversión y a descubrir el carácter central de la Eucaristía en la vida cristiana, ya que las condiciones que prevé su misma forma incluye el acercarse a la confesión y a la comunión sacramental.
III. Eucaristía y Unción de los enfermos
22. Jesús no solamente envió a sus discípulos a curar a los enfermos (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que instituyó también para ellos un sacramento específico: la Unción de los enfermos.[66] La Carta de Santiago atestigua ya la existencia de este gesto sacramental en la primera comunidad cristiana (cf. St 5,14-16). Si la Eucaristía muestra cómo los sufrimientos y la muerte de Cristo se han transformado en amor, la Unción de los enfermos, por su parte, asocia al que sufre al ofrecimiento que Cristo ha hecho de sí para la salvación de todos, de tal manera que él también pueda, en el misterio de la comunión de los santos, participar en la redención del mundo. La relación entre estos sacramentos se manifiesta, además, en el momento en que se agrava la enfermedad: « A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción de los enfermos, la Eucaristía como viático ».[67] En el momento de pasar al Padre, la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo se manifiesta como semilla de vida eterna y potencia de resurrección: « El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día » (Jn 6,54). Puesto que el santo Viático abre al enfermo la plenitud del misterio pascual, es necesario asegurarle su recepción.[68]) La atención y el cuidado pastoral de los enfermos redunda sin duda en beneficio espiritual de toda la comunidad, sabiendo que lo que hayamos hecho al más pequeño se lo hemos hecho a Jesús mismo (cf. Mt 25,40).
IV. Eucaristía y sacramento del Orden
In persona Christi capitis
23. La relación intrínseca entre Eucaristía y sacramento del Orden se desprende de las mismas palabras de Jesús en el Cenáculo: « haced esto en conmemoración mía » (Lc 22,19). En efecto, la víspera de su muerte, Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al mismo tiempo el sacerdocio de la nueva Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn 2,2; 4,10) que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir « esto es mi cuerpo » y « éste es el cáliz de mi sangre » si no es en el nombre y en la persona de Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza (cf. Hb 8-9). El Sínodo de los Obispos en otras asambleas trató ya el tema del sacerdocio ordenado, tanto por lo que se refiere a la identidad del ministerio[69] como a la formación de los candidatos.[70] Ahora, a la luz del diálogo tenido en la última Asamblea sinodal, creo oportuno recordar algunos valores sobre la relación entre la Eucaristía y el Orden. Ante todo, se ha de reafirmar que el vínculo entre el Orden sagrado y la Eucaristía se hace visible precisamente en la Misa presidida por el Obispo o el presbítero en la persona de Cristo como cabeza.
La doctrina de la Iglesia considera la ordenación sacerdotal condición imprescindible para la celebración válida de la Eucaristía.[71] En efecto, « en el servicio eclesial del ministerio ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor ».[72] Ciertamente, el ministro ordenado « actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico ».[73] Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo suyo inoportuno. Recomiendo, por tanto, al clero que profundice cada vez más en la conciencia de su propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia. El sacerdocio, como decía san Agustín, es amoris officium,[74] es el oficio del buen pastor, que da la vida por las ovejas (cf. Jn 10,14-15).
Eucaristía y celibato sacerdotal
24. Los Padres sinodales han querido subrayar que el sacerdocio ministerial requiere, mediante la Ordenación, la plena configuración con Cristo. Respetando la praxis y las diferentes tradiciones orientales, es necesario reafirmar el sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con razón como una riqueza inestimable y confirmado por la praxis oriental de elegir como obispos sólo entre los que viven el celibato, y que tiene en gran estima la opción por el celibato que hacen numerosos presbíteros. En efecto, esta opción del sacerdote es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega exclusiva de sí mismo por el Reino de Dios.[75] El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad es el punto de referencia seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. Así pues, no basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. En realidad, representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa. Junto con la gran tradición eclesial, con el Concilio Vaticano II[76] y con los Sumos Pontífices predecesores míos,[77] reafirmo la belleza y la importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma.
Escasez de clero y pastoral vocacional
25. A propósito del vínculo entre el sacramento del Orden y la Eucaristía, el Sínodo reflexionó sobre la preocupación que ocasiona en muchas diócesis la escasez de sacerdotes. Esto no sólo ocurre en algunas zonas de primera evangelización, sino también en muchos países de larga tradición cristiana. Ciertamente, una distribución del clero más equitativa favorecería la solución del problema. Es preciso, además, hacer un trabajo de sensibilización capilar. Los Obispos han de implicar a los Institutos de Vida consagrada y a las nuevas realidades eclesiales en las necesidades pastorales, respetando su carisma propio, y pedir a todos los miembros del clero una mayor disponibilidad para servir a la Iglesia allí dónde sea necesario, aunque comporte sacrificio.[78] En el Sínodo se ha discutido también sobre las iniciativas pastorales que se han de emprender para favorecer, sobre todo en los jóvenes, la apertura interior a la vocación sacerdotal. Esta situación no se puede solucionar con simples medidas pragmáticas. Se ha de evitar que los Obispos, movidos por comprensibles preocupaciones por la falta de clero, omitan un adecuado discernimiento vocacional y admitan a la formación específica, y a la ordenación, candidatos sin los requisitos necesarios para el servicio sacerdotal.[79] Un clero no suficientemente formado, admitido a la ordenación sin el debido discernimiento, difícilmente podrá ofrecer un testimonio adecuado para suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo. La pastoral vocacional, en realidad, tiene que implicar a toda la comunidad cristiana en todos sus ámbitos.[80] Obviamente, en este trabajo pastoral capilar se incluye también la acción de sensibilización de las familias, a menudo indiferentes si no contrarias incluso a la hipótesis de la vocación sacerdotal. Que se abran con generosidad al don de la vida y eduquen a los hijos a ser disponibles ante la voluntad de Dios. En síntesis, hace falta sobre todo tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo.
Gratitud y esperanza
26. Es necesario tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina. Aunque en algunas regiones haya escasez de clero, nunca debe faltar la confianza en que Cristo seguirá suscitando hombres que, dejando cualquier otra ocupación, se dediquen totalmente a la celebración de los sagrados misterios, a la predicación del Evangelio y al ministerio pastoral. Deseo aprovechar esta ocasión para dar las gracias, en nombre de la Iglesia entera, a todos los Obispos y presbíteros que desempeñan fielmente su propia misión con dedicación y entrega. Naturalmente, el agradecimiento de la Iglesia se dirige también a los diáconos, a los cuales se les imponen las manos « no para el sacerdocio sino para el servicio ».[81] Como ha recomendado la Asamblea del Sínodo, expreso un agradecimiento especial a los presbíteros fidei donum, que con competencia y generosa dedicación, sin escatimar energías en el servicio a la misión de la Iglesia, edifican la comunidad anunciando la Palabra de Dios y partiendo el Pan de Vida.[82] Por último, hay que dar gracias a Dios por tantos sacerdotes que han sufrido hasta el sacrificio de la propia vida por servir a Cristo. En ellos se ve de manera elocuente lo que significa ser sacerdote hasta el fin. Se trata de testimonios conmovedores que pueden impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo y a dar su vida por los demás, encontrando así la vida verdadera.
V. Eucaristía y Matrimonio
Eucaristía, sacramento esponsal
27. La Eucaristía, sacramento de la caridad, muestra una relación particular con el amor entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio. Profundizar en esta relación es una necesidad propia de nuestro tiempo.[83] El Papa Juan Pablo II afirmó en numerosas ocasiones el carácter esponsal de la Eucaristía y su relación peculiar con el sacramento del Matrimonio: « La Eucaristía es el sacramento de nuestra redención. Es el sacramento del Esposo, de la Esposa ».[84] Por otra parte, « toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, que introduce en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía ».[85] La Eucaristía corrobora de manera inagotable la unidad y el amor indisolubles de cada Matrimonio cristiano. En él, por medio del sacramento, el vínculo conyugal se encuentra intrínsecamente ligado a la unidad eucarística entre Cristo esposo y la Iglesia esposa (cf. Ef 5,31-32). El consentimiento recíproco que marido y mujer se dan en Cristo, y que los constituye en comunidad de vida y amor, tiene también una dimensión eucarística. En efecto, en la teología paulina, el amor esponsal es signo sacramental del amor de Cristo a su Iglesia, un amor que alcanza su punto culminante en la Cruz, expresión de sus « nupcias » con la humanidad y, al mismo tiempo, origen y centro de la Eucaristía. Por eso, la Iglesia manifiesta una cercanía espiritual particular a todos los que han fundado sus familias en el sacramento del Matrimonio.[86] La familia —iglesia doméstica[87]— es un ámbito primario de la vida de la Iglesia, especialmente por el papel decisivo respecto a la educación cristiana de los hijos.[88] En este contexto, el Sínodo ha recomendado también destacar la misión singular de la mujer en la familia y en la sociedad, una misión que debe ser defendida, salvaguardada y promovida.[89] Ser esposa y madre es una realidad imprescindible que nunca debe ser menospreciada.
Eucaristía y unidad del matrimonio
28. Precisamente a la luz de esta relación intrínseca entre matrimonio, familia y Eucaristía se pueden considerar algunos problemas pastorales. El vínculo fiel, indisoluble y exclusivo que une a Cristo con la Iglesia, y que tiene su expresión sacramental en la Eucaristía, se corresponde con el dato antropológico originario según el cual el hombre debe estar unido de modo definitivo a una sola mujer y viceversa (cf. Gn 2,24; Mt 19,5). En este orden de ideas, el Sínodo de los Obispos ha afrontado el tema de la praxis pastoral respecto a quien, proviniendo de culturas en que se practica la poligamia, se encuentra con el anuncio del Evangelio. A quienes se hallan en dicha situación, y se abren a la fe cristiana, se les debe ayudar a integrar su proyecto humano en la novedad radical de Cristo. En el proceso del catecumenado, Cristo los asiste en su condición específica y los llama a la plena verdad del amor a través de las renuncias necesarias, con vistas a la comunión eclesial perfecta. La Iglesia los acompaña con una pastoral llena de comprensión y también de firmeza,[90] sobre todo enseñándoles la luz de los misterios cristianos que se refleja en la naturaleza y los afectos humanos.
Eucaristía e indisolubilidad del matrimonio
29. Puesto que la Eucaristía expresa el amor irreversible de Dios en Cristo por su Iglesia, se entiende por qué ella requiere, en relación con el sacramento del Matrimonio, esa indisolubilidad a la que aspira todo verdadero amor.[91] Por tanto, está más que justificada la atención pastoral que el Sínodo ha dedicado a las situaciones dolorosas en que se encuentran no pocos fieles que, después de haber celebrado el sacramento del Matrimonio, se han divorciado y contraído nuevas nupcias. Se trata de un problema pastoral difícil y complejo, una verdadera plaga en el contexto social actual, que afecta de manera creciente incluso a los ambientes católicos. Los Pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las diversas situaciones, para ayudar espiritualmente de modo adecuado a los fieles implicados.[92] El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía. Sin embargo, los divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos.
Donde existan dudas legítimas sobre la validez del Matrimonio sacramental contraído, se debe hacer todo lo necesario para averiguar su fundamento. Es preciso también asegurar, con pleno respeto del derecho canónico,[93] que haya tribunales eclesiásticos en el territorio, su carácter pastoral, así como su correcta y pronta actuación.[94] En cada diócesis ha de haber un número suficiente de personas preparadas para el adecuado funcionamiento de los tribunales eclesiásticos. Recuerdo que « es una obligación grave hacer que la actividad institucional de la Iglesia en los tribunales sea cada vez más cercana a los fieles ».[95] Sin embargo, se ha de evitar que la preocupación pastoral sea interpretada como una contraposición con el derecho. Más bien se debe partir del presupuesto de que el amor por la verdad es el punto de encuentro fundamental entre el derecho y la pastoral: en efecto, la verdad nunca es abstracta, sino que « se integra en el itinerario humano y cristiano de cada fiel ».[96] Por esto, cuando no se reconoce la nulidad del vínculo matrimonial y se dan las condiciones objetivas que hacen la convivencia irreversible de hecho, la Iglesia anima a estos fieles a esforzarse por vivir su relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana; así podrán acercarse a la mesa eucarística, según las disposiciones previstas por la praxis eclesial. Para que semejante camino sea posible y produzca frutos, debe contar con la ayuda de los pastores y con iniciativas eclesiales apropiadas, evitando en todo caso la bendición de estas relaciones, para que no surjan confusiones entre los fieles sobre del valor del matrimonio.[97]
Debido a la complejidad del contexto cultural en que vive la Iglesia en muchos países, el Sínodo recomienda tener el máximo cuidado pastoral en la formación de los novios y en la verificación previa de sus convicciones sobre los compromisos irrenunciables para la validez del sacramento del Matrimonio. Un discernimiento serio sobre este punto podrá evitar que los dos jóvenes, movidos por impulsos emotivos o razones superficiales, asuman responsabilidades que luego no sabrían respetar.[98] El bien que la Iglesia y toda la sociedad esperan del Matrimonio, y de la familia fundada en él, es demasiado grande como para no ocuparse a fondo de este ámbito pastoral específico. Matrimonio y familia son instituciones que deben ser promovidas y protegidas de cualquier equívoco posible sobre su auténtica verdad, porque el daño que se les hace provoca de hecho una herida a la convivencia humana como tal.
Eucaristía y escatología
Eucaristía: don al hombre en camino
30. Si es cierto que los sacramentos son una realidad propia de la Iglesia peregrina en el tiempo[99] hacia la plena manifestación de la victoria de Cristo resucitado, también es igualmente cierto que, especialmente en la liturgia eucarística, se nos da a pregustar el cumplimiento escatológico hacia el cual se encamina todo hombre y toda la creación (cf. Rm 8,19 ss.). El hombre ha sido creado para la felicidad eterna y verdadera, que sólo el amor de Dios puede dar. Pero nuestra libertad herida se perdería si no fuera posible experimentar, ya desde ahora, algo del cumplimiento futuro. Por otra parte, todo hombre, para poder caminar en la dirección correcta, necesita ser orientado hacia la meta final. Esta meta última, en realidad, es el mismo Cristo Señor, vencedor del pecado y la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la Celebración eucarística. De este modo, aún siendo todavía como « extranjeros y forasteros » (1 P 2,11) en este mundo, participamos ya por la fe de la plenitud de la vida resucitada. El banquete eucarístico, revelando su dimensión fuertemente escatológica, viene en ayuda de nuestra libertad en camino.
El banquete escatológico
31. Reflexionando sobre este misterio, podemos decir que, con su venida, Jesús se puso en relación con la expectativa del pueblo de Israel, de toda la humanidad y, en el fondo, de la creación misma. Con el don de sí mismo, inauguró objetivamente el tiempo escatológico. Cristo vino para congregar al Pueblo de Dios disperso (cf. Jn 11,52), manifestando claramente la intención de reunir la comunidad de la alianza, para llevar a cumplimiento las promesas que Dios hizo a los antiguos padres (cf. Jr 23,3; 31,10; Lc 1,55.70). En la llamada de los Doce, que tiene una clara relación con las doce tribus de Israel, y en el mandato que les dio en la última Cena, antes de su Pasión redentora, de celebrar su memorial, Jesús ha manifestado que quería trasladar a toda la comunidad fundada por Él la tarea de ser, en la historia, signo e instrumento de esa reunión escatológica, iniciada en Él. Así pues, en cada Celebración eucarística se realiza sacramentalmente la reunión escatológica del Pueblo de Dios. El banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como « las bodas del cordero » (Ap 19,7-9), que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos.[100]
Oración por los difuntos
32. La Celebración eucarística, en la que anunciamos la muerte del Señor, proclamamos su resurrección, en la espera de su venida, es prenda de la gloria futura en la que serán glorificados también nuestros cuerpos. La esperanza de la resurrección de la carne y la posibilidad de encontrarnos de nuevo, cara a cara, con quienes nos han precedido en el signo de la fe, se fortalece en nosotros mediante la celebración del Memorial de nuestra salvación. En esta perspectiva, junto con los Padres sinodales, quisiera recordar a todos los fieles la importancia de la oración de sufragio por los difuntos, y en particular la celebración de santas Misas por ellos,[101] para que, una vez purificados, lleguen a la visión beatífica de Dios. Al descubrir la dimensión escatológica que tiene la Eucaristía, celebrada y adorada, se nos ayuda en nuestro camino y se nos conforta con la esperanza de la gloria (cf. Rm 5,2; Tt 2,13).
Eucaristía y la Virgen María
33. La relación entre la Eucaristía y cada sacramento, y el significado escatológico de los santos Misterios, ofrecen en su conjunto el perfil de la vida cristiana, llamada a ser en todo momento culto espiritual, ofrenda de sí misma agradable a Dios. Y si bien es cierto que todos nosotros estamos todavía en camino hacia el pleno cumplimiento de nuestra esperanza, esto no quita que se pueda reconocer ya ahora, con gratitud, que todo lo que Dios nos ha dado encuentra realización perfecta en la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra: su Asunción al cielo en cuerpo y alma es para nosotros un signo de esperanza segura, ya que, como peregrinos en el tiempo, nos indica la meta escatológica que el sacramento de la Eucaristía nos hace pregustar ya desde ahora.
En María Santísima vemos también perfectamente realizado el modo sacramental con que Dios, en su iniciativa salvadora, se acerca e implica a la criatura humana. María de Nazaret, desde la Anunciación a Pentecostés, aparece como la persona cuya libertad está totalmente disponible a la voluntad de Dios. Su Inmaculada Concepción se manifiesta claramente en la docilidad incondicional a la Palabra divina. La fe obediente es la forma que asume su vida en cada instante ante la acción de Dios. La Virgen, siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina; conserva en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (cf. Lc 2,19.51). María es la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad.[102] Este misterio se intensifica hasta a llegar a la total implicación en la misión redentora de Jesús. Como afirmó el Concilio Vaticano II, « la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (cf. Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo ».[103] Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos « hasta el extremo » (Jn 13,1).
Por esto, cada vez que en la Liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia. Los Padres sinodales han afirmado que « María inaugura la participación de la Iglesia en el sacrificio del Redentor ».[104] Ella es la Inmaculada que acoge incondicionalmente el don de Dios y, de esa manera, se asocia a la obra de la salvación. María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:27 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
SEGUNDA PARTE
EUCARISTÍA,
MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR
«Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo,
sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo» (Jn 6,32)
Lex orandi y lex credendi
34. El Sínodo de los Obispos ha reflexionado mucho sobre la relación intrínseca entre fe eucarística y celebración, poniendo de relieve el nexo entre lex orandi y lex credendi, y subrayando la primacía de la acción litúrgica. Es necesario vivir la Eucaristía como misterio de la fe celebrado auténticamente, teniendo conciencia clara de que « el intellectus fidei está originariamente siempre en relación con la acción litúrgica de la Iglesia ».[105] En este ámbito, la reflexión teológica nunca puede prescindir del orden sacramental instituido por Cristo mismo. Por otra parte, la acción litúrgica nunca puede ser considerada genéricamente, prescindiendo del misterio de la fe. En efecto, la fuente de nuestra fe y de la liturgia eucarística es el mismo acontecimiento: el don que Cristo ha hecho de sí mismo en el Misterio pascual.
Belleza y liturgia
35. La relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza. En efecto, la liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor. En la liturgia resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión. En Jesús, como solía decir san Buenaventura, contemplamos la belleza y el fulgor de los orígenes.[106] Este atributo al que nos referimos no es mero esteticismo sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios en Cristo, haciéndonos salir de nosotros mismos y atrayéndonos así hacia nuestra verdadera vocación: el amor.[107] Ya en la creación, Dios se deja entrever en la belleza y la armonía del cosmos (cf. Sb 13,5; Rm 1,19-20). Encontramos después en el Antiguo Testamento grandes signos del esplendor de la potencia de Dios, que se manifiesta con su gloria a través de los prodigios obrados en el pueblo elegido (cf. Ex 14; 16,10; 24,12-18; Nm 14,20-23). En el Nuevo Testamento se llega definitivamente a esta epifanía de belleza en la revelación de Dios en Jesucristo.[108] Él es la plena manifestación de la gloria divina. En la glorificación del Hijo resplandece y se comunica la gloria del Padre (cf. Jn 1,14; 8,54; 12,28; 17,1). Sin embargo, esta belleza no es una simple armonía de formas; « el más bello de los hombres » (Sal 45[44],33) es también, misteriosamente, quien no tiene « aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres [...], ante el cual se ocultan los rostros » (Is 53,2). Jesucristo nos enseña cómo la verdad del amor sabe también transfigurar el misterio oscuro de la muerte en la luz radiante de la resurrección. Aquí el resplandor de la gloria de Dios supera toda belleza mundana. La verdadera belleza es el amor de Dios que se ha revelado definitivamente en el Misterio pascual.
La belleza de la liturgia es parte de este misterio; es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra. El memorial del sacrificio redentor lleva en sí mismo los rasgos de aquel resplandor de Jesús del cual nos han dado testimonio Pedro, Santiago y Juan cuando el Maestro, de camino hacia Jerusalén, quiso transfigurarse ante ellos (cf. Mc 9,2). La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación. Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia naturaleza.
La celebración eucarística,
obra del «Christus totus»
Christus totus in capite et in corpore
36. La belleza intrínseca de la liturgia tiene como sujeto propio a Cristo resucitado y glorificado en el Espíritu Santo que, en su actuación, incluye a la Iglesia.[109] En esta perspectiva, es muy sugestivo recordar las palabras de san Agustín que describen elocuentemente esta dinámica de fe propia de la Eucaristía. El gran santo de Hipona, refiriéndose precisamente al Misterio eucarístico, pone de relieve cómo Cristo mismo nos asimila a sí: « Este pan que vosotros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo. Este cáliz, mejor dicho, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su cuerpo y sangre, que derramó para la remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois eso mismo que habéis recibido ».[110] Por lo tanto, « no sólo nos hemos convertido en cristianos, sino en Cristo mismo ».[111] Así podemos contemplar la acción misteriosa de Dios que comporta la unidad profunda entre nosotros y el Señor Jesús: « En efecto, no se ha de creer que Cristo esté en la cabeza sin estar también en el cuerpo, sino que está enteramente en la cabeza y en el cuerpo ».[112]
Eucaristía y Cristo resucitado
37. Puesto que la liturgia eucarística es esencialmente actio Dei que nos une a Jesús a través del Espíritu, su fundamento no está sometido a nuestro arbitrio ni puede ceder a la presión de la moda del momento. En esto también es válida la afirmación indiscutible de san Pablo: « Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo » (1 Co 3,11). El Apóstol de los gentiles nos asegura además que, por lo que se refiere a la Eucaristía, no nos transmite su doctrina personal, sino lo que él, a su vez, recibió (cf. 1 Co 11,23). En efecto, la celebración de la Eucaristía implica la Tradición viva. A partir de la experiencia del Resucitado y de la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia celebra el Sacrificio eucarístico obedeciendo el mandato de Cristo. Por este motivo, al inicio, la comunidad cristiana se reúne el día del Señor para la fractio panis. El día en que Cristo resucitó de entre los muertos, el domingo, es también el primer día de la semana, el día que según la tradición veterotestamentaria representaba el principio de la creación. Ahora, el día de la creación se ha convertido en el día de la « nueva creación », el día de nuestra liberación en el que conmemoramos a Cristo muerto y resucitado.[113]
Ars celebrandi
38. En los trabajos sinodales se ha insistido varias veces en la necesidad de superar cualquier posible separación entre el ars celebrandi, es decir, el arte de celebrar rectamente, y la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles. Efectivamente, el primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio.[114] El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9).[115]
El Obispo, liturgo por excelencia
39. Si bien es cierto que todo el Pueblo de Dios participa en la Liturgia eucarística, en el correcto ars celebrandi desempeñan un papel imprescindible los que han recibido el sacramento del Orden. Obispos, sacerdotes y diáconos, cada uno según su propio grado, han de considerar la celebración como su deber principal.[116] En primer lugar el Obispo diocesano: en efecto, él, como « primer dispensador de los misterios de Dios en la Iglesia particular a él confiada, es el guía, el promotor y custodio de toda la vida litúrgica ».[117] Todo esto es decisivo para la vida de la Iglesia particular, no sólo porque la comunión con el Obispo es la condición para que toda celebración en su territorio sea legítima, sino también porque él mismo es por excelencia el liturgo de su propia Iglesia.[118] A él corresponde salvaguardar la unidad concorde de las celebraciones en su diócesis. Por tanto, ha de ser un « compromiso del Obispo hacer que los presbíteros, diáconos y los fieles comprendan cada vez mejor el sentido auténtico de los ritos y los textos litúrgicos, y así se les guíe hacia una celebración de la Eucaristía activa y fructuosa ».[119] En particular, exhorto a cumplir todo lo necesario para que las celebraciones litúrgicas oficiadas por el Obispo en la iglesia Catedral respeten plenamente el ars celebrandi, de modo que puedan ser consideradas como modelo para todas las iglesias de su territorio.[120]
Respeto de los libros litúrgicos y de la riqueza de los signos
40. Por consiguiente, al subrayar la importancia del ars celebrandi, se pone de relieve el valor de las normas litúrgicas.[121] El ars celebrandi ha de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso de las formas exteriores que educan para ello, como, por ejemplo, la armonía del rito, los ornamentos litúrgicos, la decoración y el lugar sagrado. Favorece la celebración eucarística que los sacerdotes y los responsables de la pastoral litúrgica se esfuercen en dar a conocer los libros litúrgicos vigentes y las respectivas normas, resaltando las grandes riquezas de la Ordenación General del Misal Romano y de la Ordenación de las Lecturas de la Misa. En las comunidades eclesiales se da quizás por descontado que se conocen y aprecian, pero a menudo no es así. En realidad, son textos que contienen riquezas que custodian y expresan la fe, así como el camino del Pueblo de Dios a lo largo de dos milenios de historia. Para una adecuada ars celebrandi es igualmente importante la atención a todas las formas de lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos. En efecto, la liturgia tiene por su naturaleza una variedad de formas de comunicación que abarcan todo el ser humano. La sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas. La atención y la obediencia de la estructura propia del ritual, a la vez que manifiestan el reconocimiento del carácter de la Eucaristía como don, expresan la disposición del ministro para acoger con dócil gratitud dicho don inefable.
El arte al servicio de la celebración
41. La relación profunda entre la belleza y la liturgia nos lleva a considerar con atención todas las expresiones artísticas que se ponen al servicio de la celebración.[122] Un elemento importante del arte sacro es ciertamente la arquitectura de las iglesias,[123] en las que debe resaltar la unidad entre los elementos propios del presbiterio: altar, crucifijo, tabernáculo, ambón, sede. A este respecto, se ha de tener presente que el objetivo de la arquitectura sacra es ofrecer a la Iglesia, que celebra los misterios de la fe, en particular la Eucaristía, el espacio más apto para el desarrollo adecuado de su acción litúrgica.[124] En efecto, la naturaleza del templo cristiano se define por la acción litúrgica misma, que implica la reunión de los fieles (ecclesia), los cuales son las piedras vivas del templo (cf. 1 P 2,5).
El mismo principio vale para todo el arte sacro, especialmente la pintura y la escultura, en los que la iconografía religiosa se ha de orientar a la mistagogía sacramental. Un conocimiento profundo de las formas que el arte sacro ha producido a lo largo de los siglos puede ser de gran ayuda para los que tienen la responsabilidad de encomendar a arquitectos y artistas obras relacionadas con la acción litúrgica. Por tanto, es indispensable que en la formación de los seminaristas y de los sacerdotes se incluya la historia del arte como materia importante, con especial referencia a los edificios de culto, según las normas litúrgicas. Es necesario que en todo lo que concierne a la Eucaristía haya gusto por la belleza. También hay respetar y cuidar los ornamentos, la decoración, los vasos sagrados, para que, dispuestos de modo orgánico y ordenado entre sí, fomenten el asombro ante el misterio de Dios, manifiesten la unidad de la fe y refuercen la devoción.[125]
El canto litúrgico
42. En el ars celebrandi desempeña un papel importante el canto litúrgico.[126] Con razón afirma san Agustín en un famoso sermón: « El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. El cantar es expresión de alegría y, si lo consideramos atentamente, expresión de amor ».[127] El Pueblo de Dios reunido para la celebración canta las alabanzas de Dios. La Iglesia, en su historia bimilenaria, ha compuesto y sigue componiendo música y cantos que son un patrimonio de fe y de amor que no se ha de perder. Ciertamente, no podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto. A este respecto, se ha de evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros musicales no respetuosos del sentido de la liturgia. Como elemento litúrgico, el canto debe estar en consonancia con la identidad propia de la celebración.[128] Por consiguiente, todo —el texto, la melodía, la ejecución— ha de corresponder al sentido del misterio celebrado, a las partes del rito y a los tiempos litúrgicos.[129] Finalmente, si bien se han de tener en cuenta las diversas tendencias y tradiciones muy loables, deseo, como han pedido los Padres sinodales, que se valore adecuadamente el canto gregoriano[130] como canto propio de la liturgia romana.[131]
Estructura de la celebración eucarística
43. Después de haber recordado los elementos básicos del ars celebrandi puestos de relieve en los trabajos sinodales, quisiera llamar la atención de modo más concreto sobre algunas partes de la estructura de la celebración eucarística que requieren un cuidado especial en nuestro tiempo, para ser fieles a la intención profunda de la renovación litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II, en continuidad con toda la gran tradición eclesial.
Unidad intrínseca de la acción litúrgica
44. Ante todo, hay que considerar la unidad intrínseca del rito de la santa Misa. Se ha de evitar que, tanto en la catequesis como en el modo de la celebración, se dé lugar a una visión yuxtapuesta de las dos partes del rito. La liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística —además de los ritos de introducción y conclusión— « están estrechamente unidas entre sí y forman un único acto de culto ».[132] En efecto, la Palabra de Dios y la Eucaristía están intrínsecamente unidas. Escuchando la Palabra de Dios nace o se fortalece la fe (cf. Rm 10,17); en la Eucaristía, el Verbo hecho carne se nos da como alimento espiritual.[133] Así pues, « la Iglesia recibe y ofrece a los fieles el Pan de vida en las dos mesas de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo ».[134] Por tanto, se ha de tener constantemente presente que la Palabra de Dios, que la Iglesia lee y proclama en la liturgia, lleva a la Eucaristía como a su fin connatural.
Liturgia de la Palabra
45. Junto con el Sínodo, pido que la liturgia de la Palabra se prepare y se viva siempre de manera adecuada. Por tanto, recomiendo vivamente que en la liturgia se ponga gran atención a la proclamación de la Palabra de Dios por parte de lectores bien instruidos. Nunca olvidemos que « cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su Pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio ».[135] Si las circunstancias lo aconsejan, se puede pensar en unas breves moniciones que ayuden a los fieles a una mejor disposición. Para comprenderla bien, la Palabra de Dios ha de ser escuchada y acogida con espíritu eclesial y siendo conscientes de su unidad con el Sacramento eucarístico. En efecto, la Palabra que anunciamos y escuchamos es el Verbo hecho carne (cf. Jn 1,14), y hace referencia intrínseca a la persona de Cristo y a su permanencia de manera sacramental. Cristo no habla en el pasado, sino en nuestro presente, ya que Él mismo está presente en la acción litúrgica. En esta perspectiva sacramental de la revelación cristiana,[136] el conocimiento y el estudio de la Palabra de Dios nos permite apreciar, celebrar y vivir mejor la Eucaristía. A este respecto, se aprecia también en toda su verdad la afirmación, según la cual « desconocer la Escritura es desconocer a Cristo ».[137]
Para lograr todo esto es necesario ayudar a los fieles a apreciar los tesoros de la Sagrada Escritura en el leccionario, mediante iniciativas pastorales, celebraciones de la Palabra y la lectura meditada (lectio divina). Tampoco se ha de olvidar promover las formas de oración conservadas en la tradición, la Liturgia de las Horas, sobre todo Laudes, Vísperas, Completas y también las celebraciones de vigilias. El rezo de los Salmos, las lecturas bíblicas y las de la gran tradición del Oficio divino pueden llevar a una experiencia profunda del acontecimiento de Cristo y de la economía de la salvación, que a su vez puede enriquecer la comprensión y la participación en la celebración eucarística.[138]
Homilía
46. La necesidad de mejorar la calidad de la homilía está en relación con la importancia de la Palabra de Dios. En efecto, ésta « es parte de la acción litúrgica »; [139] tiene como finalidad favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles. Por eso los ministros ordenados han de « preparar la homilía con esmero, basándose en un conocimiento adecuado de la Sagrada Escritura ».[140] Han de evitarse homilías genéricas o abstractas. En particular, pido a los ministros un esfuerzo para que la homilía ponga la Palabra de Dios proclamada en estrecha relación con la celebración sacramental[141] y con la vida de la comunidad, de modo que la Palabra de Dios sea realmente sustento y vigor de la Iglesia.[142] Se ha de tener presente, por tanto, la finalidad catequética y exhortativa de la homilía. Es conveniente que, partiendo del leccionario trienal, se prediquen a los fieles homilías temáticas que, a lo largo del año litúrgico, traten los grandes temas de la fe cristiana, según lo que el Magisterio propone en los cuatro « pilares » del Catecismo de la Iglesia Católica y en su reciente Compendio: la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana.[143]
Presentación de las ofrendas
47. Los Padres sinodales han puesto también su atención en la presentación de las ofrendas. Ésta no es sólo como un « intervalo » entre la liturgia de la Palabra y la eucarística. Entre otras razones, porque eso haría perder el sentido de un único rito con dos partes interrelacionadas. En realidad, este gesto humilde y sencillo tiene un sentido muy grande: en el pan y el vino que llevamos al altar toda la creación es asumida por Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre.[144] En este sentido, llevamos también al altar todo el sufrimiento y el dolor del mundo, conscientes de que todo es precioso a los ojos de Dios. Este gesto, para ser vivido en su auténtico significado, no necesita enfatizarse con añadiduras superfluas. Permite valorar la colaboración originaria que Dios pide al hombre para realizar en él la obra divina y dar así pleno sentido al trabajo humano, que mediante la celebración eucarística se une al sacrificio redentor de Cristo.
Plegaria eucarística
48. La Plegaria eucarística es « el centro y la cumbre de toda la celebración ».[145] Su importancia merece ser subrayada adecuadamente. Las diversas Plegarias eucarísticas que hay en el Misal nos han sido transmitidas por la tradición viva de la Iglesia y se caracterizan por una riqueza teológica y espiritual inagotable. Se ha de procurar que los fieles las aprecien. La Ordenación General del Misal Romano nos ayuda en esto, recordándonos los elementos fundamentales de toda Plegaria eucarística: acción de gracias, aclamación, epíclesis, relato de la institución y consagración, anámnesis, oblación, intercesión y doxología conclusiva.[146] En particular, la espiritualidad eucarística y la reflexión teológica se iluminan al contemplar la profunda unidad de la anáfora, entre la invocación del Espíritu Santo y el relato de la institución,[147] en la que « se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena ».[148] En efecto, « la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones que han presentado los hombres queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sea para la salvación de quienes la reciben ».[149]
Rito de la paz
49. La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. La paz es ciertamente un anhelo indeleble en el corazón de cada uno. La Iglesia se hace portavoz de la petición de paz y reconciliación que surge del alma de toda persona de buena voluntad, dirigiéndola a Aquel que « es nuestra paz » (Ef 2,14), y que puede pacificar a los pueblos y personas aun cuando fracasen las iniciativas humanas. Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos.[150]
Distribución y recepción de la Eucaristía
50. Otro momento de la celebración, al que es necesario hacer referencia, es la distribución y recepción de la santa Comunión. Pido a todos, en particular a los ministros ordenados y a los que, debidamente preparados, están autorizados para el ministerio de distribuir la Eucaristía en caso de necesidad real, que hagan lo posible para que el gesto, en su sencillez, corresponda a su valor de encuentro personal con el Señor Jesús en el Sacramento. Respecto a las prescripciones para una praxis correcta, me remito a los documentos emanados recientemente.[151] Todas las comunidades cristianas han de atenerse fielmente a las normas vigentes, viendo en ellas la expresión de la fe y el amor que todos han de tener respecto a este sublime Sacramento. Tampoco se descuide el tiempo precioso de acción de gracias después de la Comunión: además de un canto oportuno, puede ser también muy útil permanecer recogidos en silencio.[152]
A este propósito, quisiera llamar la atención sobre un problema pastoral con el que nos encontramos frecuentemente en nuestro tiempo. Me refiero al hecho de que en algunas circunstancias, como por ejemplo en las santas Misas celebradas con ocasión de bodas, funerales o acontecimientos análogos, además de fieles practicantes, asisten también a la celebración otros que tal vez no se acercan al altar desde hace años, o quizás están en una situación de vida que no les permite recibir los sacramentos. Otras veces sucede que están presentes personas de otras confesiones cristianas o incluso de otras religiones. Situaciones similares se producen también en iglesias que son meta de visitantes, sobre todo en las grandes ciudades de en las que abunda el arte. En estos casos, se ve la necesidad de usar expresiones breves y eficaces para hacer presente a todos el sentido de la Comunión sacramental y las condiciones para recibirla. Donde se den situaciones en las que no sea posible garantizar la debida claridad sobre el sentido de la Eucaristía, se ha de considerar la conveniencia de sustituir la Eucaristía con una celebración de la Palabra de Dios.[153]
Despedida: « Ite, missa est »
51. Quisiera detenerme ahora en lo que los Padres sinodales han dicho sobre el saludo de despedida al final de la Celebración eucarística. Después de la bendición, el diácono o el sacerdote despide al pueblo con las palabras: Ite, missa est. En este saludo podemos apreciar la relación entre la Misa celebrada y la misión cristiana en el mundo. En la antigüedad, « missa » significaba simplemente « terminada ». Sin embargo, en el uso cristiano ha adquirido un sentido cada vez más profundo. La expresión « missa » se transforma, en realidad, en « misión ». Este saludo expresa sintéticamente la naturaleza misionera de la Iglesia. Por tanto, conviene ayudar al Pueblo de Dios a que, apoyándose en la liturgia, profundice en esta dimensión constitutiva de la vida eclesial. En este sentido, sería útil disponer de textos debidamente aprobados para la oración sobre el pueblo y la bendición final que expresen dicha relación.[154]
Actuosa participatio
Auténtica participación
52. El Concilio Vaticano II puso un énfasis particular en la participación activa, plena y fructuosa de todo el Pueblo de Dios en la celebración eucarística.[155] Ciertamente, la renovación llevada a cabo en estos años ha favorecido notables progresos en la dirección deseada por los Padres conciliares. Pero no hemos de ocultar el hecho de que, a veces, ha surgido alguna incomprensión precisamente sobre el sentido de esta participación. Por tanto, conviene dejar claro que con esta palabra no se quiere hacer referencia a una simple actividad externa durante la celebración. En realidad, la participación activa deseada por el Concilio se ha de comprender en términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana. Sigue siendo totalmente válida la recomendación de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, que exhorta a los fieles a no asistir a la liturgia eucarística « como espectadores mudos o extraños », sino a participar « consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada ».[156] El Concilio prosigue la reflexión: los fieles, « instruidos por la Palabra de Dios, reparen sus fuerzas en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino también juntamente con él, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unidad con Dios y entre sí ».[157]
Participación y ministerio sacerdotal
53. La belleza y armonía de la acción litúrgica se manifiestan de manera significativa en el orden con el cual cada uno está llamado a participar activamente. Eso comporta el reconocimiento de las diversas funciones jerárquicas implicadas en la celebración misma. Es útil recordar que, de por sí, la participación activa no es lo mismo que desempeñar un ministerio particular. Sobre todo, no ayuda a la participación activa de los fieles una confusión ocasionada por la incapacidad de distinguir las diversas funciones que corresponden a cada uno en la comunión eclesial.[158] En particular, es preciso que haya claridad sobre las tareas específicas del sacerdote. Éste es, como atestigua la tradición de la Iglesia, quien preside de modo insustituible toda la celebración eucarística, desde el saludo inicial a la bendición final. En virtud del Orden sagrado que ha recibido, él representa a Jesucristo, Cabeza de la Iglesia y, de la manera que le es propia, también a la Iglesia misma.[159] En efecto, toda celebración de la Eucaristía está dirigida por el Obispo, « ya sea personalmente, ya por los presbíteros, sus colaboradores ».[160] Es ayudado por el diácono, que tiene algunas funciones específicas en la celebración: preparar el altar y prestar servicio al sacerdote, proclamar el Evangelio, predicar eventualmente la homilía, enunciar las intenciones en la oración universal, distribuir la Eucaristía a los fieles.[161] En relación con estos ministerios vinculados al sacramento del Orden, hay también otros ministerios para el servicio litúrgico, que desempeñan religiosos y laicos preparados, lo que es de alabar.[162]
Celebración eucarística e inculturación
54. A partir de las afirmaciones fundamentales del Concilio Vaticano II, se ha subrayado varias veces la importancia de la participación activa de los fieles en el Sacrificio eucarístico. Para favorecerla se pueden permitir algunas adaptaciones apropiadas a los diversos contextos y culturas.[163] El hecho de que haya habido algunos abusos no disminuye la claridad de este principio, que se debe mantener de acuerdo con las necesidades reales de la Iglesia, que vive y celebra el mismo misterio de Cristo en situaciones culturales diferentes. En efecto, el Señor Jesús, precisamente en el misterio de la Encarnación, naciendo de mujer como hombre perfecto (cf. Ga 4,4), no sólo está en relación directa con las expectativas expresadas en el Antiguo Testamento, sino también con las de todos los pueblos. Con eso, Él ha manifestado que Dios quiere encontrarse con nosotros en nuestro contexto vital. Por tanto, para una participación más eficaz de los fieles en los santos Misterios, es útil proseguir el proceso de inculturación en el ámbito de la celebración eucarística, teniendo en cuenta las posibilidades de adaptación que ofrece la Ordenación General del Misal Romano,[164] interpretadas a la luz de los criterios fijados por la IV Instrucción de la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos, Varietates legitimae, del 25 de enero de 1994,[165] y de las directrices dadas por el Papa Juan Pablo II en las Exhortaciones apostólicas postsinodales Ecclesia in Africa, Ecclesia in America, Ecclesia in Asia, Ecclesia in Oceania, Ecclesia in Europa.[166] Para lograr este objetivo, recomiendo a las Conferencias Episcopales que favorezcan el adecuado equilibrio entre los criterios y normas ya publicadas y las nuevas adaptaciones,[167] siempre de acuerdo con la Sede Apostólica.
Condiciones personales para una « actuosa participatio »
55. Al considerar el tema de la actuosa participatio de los fieles en el rito sagrado, los Padres sinodales han resaltado también las condiciones personales de cada uno para una fructuosa participación.[168] Una de ellas es ciertamente el espíritu de conversión continua que ha de caracterizar la vida de cada fiel. No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida. Favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento y el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y, cuando sea necesario, la confesión sacramental. Un corazón reconciliado con Dios permite la verdadera participación. En particular, es preciso persuadir a los fieles de que no puede haber una actuosa participatio en los santos Misterios si no se toma al mismo tiempo parte activa en la vida eclesial en su totalidad, la cual comprende también el compromiso misionero de llevar el amor de Cristo a la sociedad.
Sin duda, la plena participación en la Eucaristía se da cuando nos acercamos también personalmente al altar para recibir la Comunión.[169] No obstante, se ha de poner atención para que esta afirmación correcta no induzca a un cierto automatismo entre los fieles, como si por el solo hecho de encontrarse en la iglesia durante la liturgia se tenga ya el derecho o quizás incluso el deber de acercarse a la Mesa eucarística. Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II[170] y recomendada por los Santos maestros de la vida espiritual.[171]
Participación de los cristianos no católicos
56. Al tratar el tema de la participación nos encontramos inevitablemente con el de los cristianos pertenecientes a Iglesias o Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia Católica. A este respecto, se ha de decir que la unión intrínseca que se da entre Eucaristía y unidad de la Iglesia nos lleva a desear ardientemente, por un lado, el día en que podamos celebrar junto con todos los creyentes en Cristo la divina Eucaristía y expresar así visiblemente la plenitud de la unidad que Cristo ha querido para sus discípulos (cf. Jn 17,21). Por otro lado, el respeto que debemos al sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo nos impide hacer de él un simple « medio » que se usa indiscriminadamente para alcanzar esta misma unidad.[172] En efecto, la Eucaristía no sólo manifiesta nuestra comunión personal con Jesucristo, sino que también implica la plena communio con la Iglesia. Este es, pues, el motivo por el cual, con dolor pero no sin esperanza, pedimos a los cristianos no católicos que comprendan y respeten nuestra convicción, basada en la Biblia y en la Tradición. Nosotros sostenemos que la Comunión eucarística y la comunión eclesial están tan íntimamente unidas que por lo general resulta imposible que los cristianos no católicos participen en una sin tener la otra. Menos sentido tendría aún una verdadera concelebración con ministros de Iglesias o Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia Católica. No obstante, es verdad que, de cara a la salvación, existe la posibilidad de admitir individualmente a cristianos no católicos a la Eucaristía, al sacramento de la Penitencia y a la Unción de los enfermos. Pero eso sólo en situaciones determinadas y excepcionales, caracterizadas por condiciones bien precisas.[173] Éstas están indicadas claramente en el Catecismo de la Iglesia Católica [174] y en su Compendio.[175] Todos tienen el deber de atenerse fielmente a ellas.
Participación a través de los medios de comunicación social
57. Debido al gran desarrollo de los medios de comunicación social, la palabra « participación » ha adquirido en las últimas décadas un sentido más amplio que en el pasado. Todos reconocemos con satisfacción que estos instrumentos ofrecen también nuevas posibilidades en lo que se refiere a la Celebración eucarística.[176] Eso exige a los agentes pastorales del sector una preparación específica y un acentuado sentido de responsabilidad. En efecto, la santa Misa que se transmite por televisión adquiere inevitablemente una cierta ejemplaridad. Por tanto, se ha de poner una especial atención en que la celebración, además de hacerse en lugares dignos y bien preparados, respete las normas litúrgicas.
Por lo que se refiere al valor de la participación en la santa Misa que los medios de comunicación hacen posible, quien ve y oye dichas transmisiones ha de saber que, en condiciones normales, no cumple con el precepto dominical. En efecto, el lenguaje de la imagen representa la realidad, pero no la reproduce en sí misma.[177] Si es loable que ancianos y enfermos participen en la santa Misa festiva a través de las transmisiones radiotelevisivas, no puede decirse lo mismo de quien, mediante tales transmisiones, quisiera dispensarse de ir al templo para la celebración eucarística en la asamblea de la Iglesia viva.
« Actuosa participatio » de los enfermos
58. Teniendo presente la condición de los que no pueden ir a los lugares de culto por motivos de salud o edad, quisiera llamar la atención de toda la comunidad eclesial sobre la necesidad pastoral de asegurar la asistencia espiritual a los enfermos, tanto a los que están en su casa como a los que están hospitalizados. En el Sínodo de los Obispos se ha hecho referencia a ellos varias veces. Se ha de procurar que estos hermanos y hermanas nuestros puedan recibir con frecuencia la Comunión sacramental. Al reforzar así la relación con Cristo crucificado y resucitado, podrán sentir su propia vida integrada plenamente en la vida y la misión de la Iglesia mediante la ofrenda del propio sufrimiento en unión con el sacrificio de nuestro Señor. Se ha de reservar una atención particular a los discapacitados; si lo permite su condición, la comunidad cristiana ha de favorecer su participación en la celebración en un lugar de culto. A este respecto, se ha de procurar que los edificios sagrados no tengan obstáculos arquitectónicos que impidan el acceso de los minusválidos. Se ha de dar también la Comunión eucarística, cuando sea posible, a los discapacitados mentales, bautizados y confirmados: ellos reciben la Eucaristía también en la fe de la familia o de la comunidad que los acompaña.[178]
Atención pastoral a los presos
59. La tradición espiritual de la Iglesia, siguiendo una indicación específica de Cristo (cf. Mt 25,36), ha reconocido en la visita a los presos una de las obras de misericordia corporal. Los que se encuentran en esta situación tienen una necesidad especial de ser visitados por el Señor mismo en el sacramento de la Eucaristía. Sentir la cercanía de la comunidad eclesial, participar en la Eucaristía y recibir la sagrada Comunión en un período de la vida tan particular y doloroso puede ayudar sin duda en el propio camino de fe y favorecer la plena reinserción social de la persona. Interpretando los deseos manifestados en la asamblea sinodal pido a las diócesis que, en la medida de lo posible, pongan los medios adecuados para una actividad pastoral que se ocupe de atender espiritualmente a los presos.[179]
Los emigrantes y su participación en la Eucaristía
60. Al plantearse el problema de los que se ven obligados a dejar la propia tierra por diversos motivos, el Sínodo ha expresado particular gratitud a los que se dedican a la atención pastoral de los emigrantes. En este contexto, se ha de prestar una atención especial a los emigrantes que pertenecen a las Iglesias católicas orientales y a los que, lejos de su propia casa, tienen dificultades para participar en la liturgia eucarística según su propio rito de pertenencia. Por eso, donde sea posible, concédaseles que puedan ser asistidos por sacerdotes de su rito. En todo caso, pido a los Obispos que acojan en la caridad de Cristo a estos hermanos. El encuentro entre los fieles de diversos ritos puede convertirse también en ocasión de enriquecimiento recíproco. Pienso particularmente en el beneficio que puede aportar, sobre todo para el clero, el conocimiento de las diversas tradiciones.[180]
Las grandes concelebraciones
61. La asamblea sinodal ha considerado la calidad de la participación en las grandes celebraciones que tienen lugar en circunstancias particulares, en las que, además de un gran número de fieles, concelebran muchos sacerdotes.[181] Por un lado, es fácil reconocer el valor de estos momentos, especialmente cuando el Obispo preside rodeado de su presbiterio y de los diáconos. Por otro, en estas circunstancias se pueden producir problemas por lo que se refiere a la expresión sensible de la unidad del presbiterio, especialmente en la Plegaria eucarística y en la distribución de la santa Comunión. Se ha de evitar que estas grandes concelebraciones produzcan dispersión. Para ello, se han de prever modos adecuados de coordinación y disponer el lugar de culto de manera que permita a los presbíteros y a los fieles una participación plena y real. En todo caso, se ha de tener presente que se trata de concelebraciones de carácter excepcional y limitadas a situaciones extraordinarias.
Lengua latina
62. Lo dicho anteriormente, sin embargo, no debe ofuscar el valor de estas grandes liturgias. En particular, pienso en las celebraciones que tienen lugar durante encuentros internacionales, hoy cada vez más frecuentes. Se las debe valorar debidamente. Para expresar mejor la unidad y universalidad de la Iglesia, quisiera recomendar lo que ha sugerido el Sínodo de los Obispos, en sintonía con las normas del Concilio Vaticano II: [182] exceptuadas las lecturas, la homilía y la oración de los fieles, sería bueno que dichas celebraciones fueran en latín; también se podrían rezar en latín las oraciones más conocidas[183] de la tradición de la Iglesia y, eventualmente, cantar algunas partes en canto gregoriano. Más en general, pido que los futuros sacerdotes, desde el tiempo del seminario, se preparen para comprender y celebrar la santa Misa en latín, además de utilizar textos latinos y cantar en gregoriano; y se ha de procurar que los mismos fieles conozcan las oraciones más comunes en latín y que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia.[184]
Celebraciones eucarísticas en pequeños grupos
63. Una situación muy distinta es la que se da en algunas circunstancias pastorales en las que, precisamente para lograr una participación más consciente, activa y fructuosa, se favorecen las celebraciones en pequeños grupos. Aun reconociendo el valor formativo que tienen estas iniciativas, conviene precisar que han de estar en armonía con el conjunto del proyecto pastoral de la diócesis. En efecto, dichas experiencias perderían su carácter pedagógico si se las considerara como antagonistas o paralelas con respecto a la vida de la Iglesia particular. A este propósito, el Sínodo ha subrayado algunos criterios a los que es preciso atenerse: los grupos pequeños han de servir para unificar la comunidad parroquial, no para fragmentarla; esto se debe evaluar en la praxis concreta; estos grupos tienen que favorecer la participación fructuosa de toda la asamblea y preservar en lo posible la unidad de la vida litúrgica de cada familia.[185]
La celebración participada interiormente
Catequesis mistagógica
64. La gran tradición litúrgica de la Iglesia nos enseña que, para una participación fructuosa, es necesario esforzarse por corresponder personalmente al misterio que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida, en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero. Por este motivo, el Sínodo de los Obispos ha recomendado que los fieles tengan una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las palabras. Si faltara ésta, nuestras celebraciones, por muy animadas que fueren, correrían el riesgo de caer en el ritualismo. Así pues, se ha de promover una educación en la fe eucarística que disponga a los fieles a vivir personalmente lo que se celebra. Ante la importancia esencial de esta participatio personal y consciente, ¿cuáles pueden ser los instrumentos formativos idóneos? A este respecto, los Padres sinodales han propuesto unánimemente una catequesis de carácter mistagógico que lleve a los fieles a adentrarse cada vez más en los misterios celebrados.[186] En particular, por lo que se refiere a la relación entre el ars celebrandi y la actuosa participatio, se ha de afirmar ante todo que « la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada ».[187] En efecto, por su propia naturaleza, la liturgia tiene una eficacia propia para introducir a los fieles en el conocimiento del misterio celebrado. Precisamente por ello, el itinerario formativo del cristiano en la tradición más antigua de la Iglesia, aun sin descuidar la comprensión sistemática de los contenidos de la fe, tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos. En este sentido, el que introduce en los misterios es ante todo el testigo. Dicho encuentro ahonda en la catequesis y tiene su fuente y su culmen en la celebración de la Eucaristía. De esta estructura fundamental de la experiencia cristiana nace la exigencia de un itinerario mistagógico, en el cual se han de tener siempre presentes tres elementos:
a) Ante todo, la interpretación de los ritos a la luz de los acontecimientos salvíficos, según la tradición viva de la Iglesia. Efectivamente, la celebración de la Eucaristía contiene en su infinita riqueza continuas referencias a la historia de la salvación. En Cristo crucificado y resucitado podemos celebrar verdaderamente el centro que recapitula toda la realidad (cf. Ef 1,10). Desde el principio, la comunidad cristiana ha leído los acontecimientos de la vida de Jesús, y en particular el misterio pascual, en relación con todo el itinerario veterotestamentario.
b) Además, la catequesis mistagógica ha de introducir en el significado de los signos contenidos en los ritos. Este cometido es particularmente urgente en una época como la actual, tan imbuida por la tecnología, en la cual se corre el riesgo de perder la capacidad perceptiva de los signos y símbolos. Más que informar, la catequesis mistagógica debe despertar y educar la sensibilidad de los fieles ante el lenguaje de los signos y gestos que, unidos a la palabra, constituyen el rito.
c) Finalmente, la catequesis mistagógica ha de enseñar el significado de los ritos en relación con la vida cristiana en todas sus facetas, como el trabajo y los compromisos, el pensamiento y el afecto, la actividad y el descanso. Forma parte del itinerario mistagógico subrayar la relación entre los misterios celebrados en el rito y la responsabilidad misionera de los fieles. En este sentido, el resultado final de la mistagogía es tomar conciencia de que la propia vida se transforma progresivamente por los santos misterios que se celebran. Por otra parte, toda la educación cristiana tiene como objetivo formar al fiel como « hombre nuevo », con una fe adulta, que lo haga capaz de testimoniar en su propio ambiente la esperanza cristiana que lo anima.
Para realizar en nuestras comunidades eclesiales esta tarea educativa, hay que contar con formadores bien preparados. Ciertamente, todo el Pueblo de Dios ha de sentirse comprometido en esta formación. Cada comunidad cristiana está llamada a ser ámbito pedagógico que introduce en los misterios que se celebran en la fe. A este respecto, durante el Sínodo los Padres han subrayado la conveniencia de una mayor participación de las comunidades de vida consagrada, de los movimientos y demás grupos que, por sus propios carismas, pueden aportar un renovado impulso a la formación cristiana.[188] También en nuestro tiempo el Espíritu Santo prodiga la efusión de sus dones para sostener la misión apostólica de la Iglesia, a la cual corresponde difundir la fe y educarla hasta su madurez.[189]
Veneración de la Eucaristía
65. Un signo convincente de la eficacia que la catequesis eucarística tiene en los fieles es sin duda el crecimiento en ellos del sentido del misterio de Dios presente entre nosotros. Eso se puede comprobar a través de manifestaciones específicas de veneración de la Eucaristía, hacia la cual el itinerario mistagógico debe introducir a los fieles.[190] Pienso, en general, en la importancia de los gestos y de la postura, como arrodillarse durante los momentos principales de la Plegaria eucarística. Para adecuarse a la legítima diversidad de los signos que se usan en el contexto de las diferentes culturas, cada uno ha de vivir y expresar que es consciente de encontrarse en toda celebración ante la majestad infinita de Dios, que llega a nosotros de manera humilde en los signos sacramentales.
Adoración y piedad eucarística
Relación intrínseca entre celebración y adoración
66. Uno de los momentos más intensos del Sínodo fue cuando, junto con muchos fieles, nos desplazamos a la Basílica de San Pedro para la adoración eucarística. Con este gesto de oración, la asamblea de los Obispos quiso llamar la atención, no sólo con palabras, sobre la importancia de la relación intrínseca entre celebración eucarística y adoración. En este aspecto significativo de la fe de la Iglesia se encuentra uno de los elementos decisivos del camino eclesial realizado tras la renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II. Mientras la reforma daba sus primeros pasos, a veces no se percibió de manera suficientemente clara la relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración del Santísimo Sacramento. Una objeción difundida entonces se basaba, por ejemplo, en la observación de que el Pan eucarístico no habría sido dado para ser contemplado, sino para ser comido. En realidad, a la luz de la experiencia de oración de la Iglesia, dicha contraposición se mostró carente de todo fundamento. Ya decía san Agustín: « nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; [...] peccemus non adorando – Nadie come de esta carne sin antes adorarla [...], pecaríamos si no la adoráramos ».[191] En efecto, en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia.[192] Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial. La adoración fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. En efecto, « sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros ».[193]
Práctica de la adoración eucarística
67. Por tanto, juntamente con la asamblea sinodal, recomiendo ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria.[194] A este respecto, será de gran ayuda una catequesis adecuada en la que se explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica. Además, cuando sea posible, sobre todo en los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que se pueden dedicar a la adoración perpetua. Recomiendo también que en la formación catequética, sobre todo en el ciclo de preparación para la Primera Comunión, se inicie a los niños en el significado y belleza de estar con Jesús, fomentando el asombro por su presencia en la Eucaristía.
Además, quisiera expresar admiración y apoyo a los Institutos de vida consagrada cuyos miembros dedican una parte importante de su tiempo a la adoración eucarística. De este modo ofrecen a todos el ejemplo de personas que se dejan plasmar por la presencia real del Señor. Al mismo tiempo, deseo animar a las asociaciones de fieles, así como a las Cofradías, que tienen esta práctica como un compromiso especial, siendo así fermento de contemplación para toda la Iglesia y llamada a la centralidad de Cristo para la vida de los individuos y de las comunidades.
Formas de devoción eucarística
68. La relación personal que cada fiel establece con Jesús, presente en la Eucaristía, lo pone siempre en contacto con toda la comunión eclesial, haciendo que tome conciencia de su pertenencia al Cuerpo de Cristo. Por eso, además de invitar a los fieles a encontrar personalmente tiempo para estar en oración ante el Sacramento del altar, pido a las parroquias y a otros grupos eclesiales que promuevan momentos de adoración comunitaria. Obviamente, conservan todo su valor las formas de devoción eucarística ya existentes. Pienso, por ejemplo, en las procesiones eucarísticas, sobre todo la procesión tradicional en la solemnidad del Corpus Christi, en la práctica piadosa de las Cuarenta Horas, en los Congresos eucarísticos locales, nacionales e internacionales, y en otras iniciativas análogas. Estas formas de devoción, debidamente actualizadas y adaptadas a las diversas circunstancias, merecen ser cultivadas también hoy.[195]
Lugar del sagrario en la iglesia
69. Sobre la importancia de la reserva eucarística y de la adoración y veneración del sacramento del sacrificio de Cristo, el Sínodo de los Obispos ha reflexionado sobre la adecuada colocación del sagrario en nuestras iglesias.[196] En efecto, esto ayuda a reconocer la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. Por tanto, es necesario que el lugar en que se conservan las especies eucarísticas sea identificado fácilmente por cualquiera que entre en la iglesia, también gracias a la lamparilla encendida. Para ello, se ha de tener en cuenta la estructura arquitectónica del edificio sacro: en las iglesias donde no hay capilla del Santísimo Sacramento, y el sagrario está en el altar mayor, conviene seguir usando dicha estructura para la conservación y adoración de la Eucaristía, evitando poner delante la sede del celebrante. En las iglesias nuevas conviene prever que la capilla del Santísimo esté cerca del presbiterio; si esto no fuera posible, es preferible poner el sagrario en el presbiterio, suficientemente alto, en el centro del ábside, o bien en otro punto donde resulte bien visible. Todos estos detalles ayudan a dar dignidad al sagrario, cuyo aspecto artístico también debe cuidarse. Obviamente, se ha tener en cuenta lo que dice a este respecto la Ordenación General del Misal Romano.[197] En todo caso, el juicio último en esta materia corresponde al Obispo diocesano. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:35 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
TERCERA PARTE
EUCARISTÍA,
MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR
«El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre;
del mismo modo, el que come, vivirá por mí» (Jn 6,57)
Forma eucarística de la vida cristiana
El culto espiritual – logiké latreía (Rm 12,1)
70. El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que « quien coma de este pan vivirá para siempre » (Jn 6,51). Pero esta « vida eterna » se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: « El que me come vivirá por mí » (Jn 6,57). Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio « creído » y « celebrado » contiene en sí un dinamismo que lo convierte en principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana. En efecto, comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se nos hace partícipes de la vida divina de un modo cada vez más adulto y consciente. Análogamente a lo que san Agustín dice en las Confesiones sobre el Logos eterno, alimento del alma, poniendo de relieve su carácter paradójico, el santo Doctor imagina que se le dice: « Soy el manjar de los grandes: crece, y me comerás, sin que por eso me transforme en ti, como el alimento de tu carne; sino que tú te transformarás en mí ».[198] En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; « nos atrae hacia sí ».[199]
La Celebración eucarística aparece aquí con toda su fuerza como fuente y culmen de la existencia eclesial, ya que expresa, al mismo tiempo, tanto el inicio como el cumplimiento del nuevo y definitivo culto, la logiké latreía.[200] A este respecto, las palabras de san Pablo a los Romanos son la formulación más sintética de cómo la Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios: « Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable » (Rm 12,1). En esta exhortación se ve la imagen del nuevo culto como ofrenda total de la propia persona en comunión con toda la Iglesia. La insistencia del Apóstol sobre la ofrenda de nuestros cuerpos subraya la concreción humana de un culto que no es para nada desencarnado. A este propósito, el santo de Hipona nos sigue recordando que « éste es el sacrificio de los cristianos: es decir, el llegar a ser muchos en un solo cuerpo en Cristo. La Iglesia celebra este misterio con el sacramento del altar, que los fieles conocen bien, y en el que se les muestra claramente que en lo que se ofrece ella misma es ofrecida ».[201] En efecto, la doctrina católica afirma que la Eucaristía, como sacrificio de Cristo, es también sacrificio de la Iglesia, y por tanto de los fieles.[202] La insistencia sobre el sacrificio —« hacer sagrado »— expresa aquí toda la densidad existencial que se encuentra implicada en la transformación de nuestra realidad humana ganada por Cristo (cf. Flp 3,12).
Eficacia integradora del culto eucarístico
71. El nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola: « Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios » (1 Co 10,31). El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rm 8,29 s.). Todo lo que hay de auténticamente humano —pensamientos y afectos, palabras y obras— encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud. Aparece aquí todo el valor antropológico de la novedad radical traída por Cristo con la Eucaristía: el culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar todos los aspectos de la realidad del individuo. El culto agradable a Dios se convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios. La gloria de Dios es el hombre viviente (cf. 1 Co 10,31). Y la vida del hombre es la visión de Dios.[203]
« Iuxta dominicam viventes » – Vivir según el domingo
72. Esta novedad radical que la Eucaristía introduce en la vida del hombre ha estado presente en la conciencia cristiana desde el principio. Los fieles percibieron en seguida el influjo profundo que la Celebración eucarística ejercía sobre su estilo de vida. San Ignacio de Antioquía expresaba esta verdad definiendo a los cristianos como « los que han llegado a la nueva esperanza », y los presentaba como los que viven « según el domingo » (iuxta dominicam viventes).[204] Esta fórmula del gran mártir antioqueno pone claramente de relieve la relación entre la realidad eucarística y la vida cristiana en su cotidianidad. La costumbre característica de los cristianos de reunirse el primer día después del sábado para celebrar la resurrección de Cristo —según el relato de san Justino mártir[205]— es el hecho que define también la forma de la existencia renovada por el encuentro con Cristo. La fórmula de san Ignacio —« vivir según el domingo »— subraya también el valor paradigmático que este día santo posee con respecto a cualquier otro día de la semana. En efecto, su diferencia no está simplemente en dejar las actividades habituales, como una especie de paréntesis dentro del ritmo normal de los días. Los cristianos siempre han vivido este día como el primero de la semana, porque en él se hace memoria de la radical novedad traída por Cristo. Así pues, el domingo es el día en que el cristiano encuentra aquella forma eucarística de su existencia que está llamado a vivir constantemente. « Vivir según el domingo » quiere decir vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente.
Vivir el precepto dominical
73. Los Padres sinodales, conscientes de este nuevo principio de vida que la Eucaristía pone en el cristiano, han reafirmado la importancia del precepto dominical para todos los fieles, como fuente de libertad auténtica, para poder vivir cada día según lo que han celebrado en el « día del Señor ». En efecto, la vida de fe peligra cuando ya no se siente el deseo de participar en la Celebración eucarística, en que se hace memoria de la victoria pascual. Participar en la asamblea litúrgica dominical, junto con todos los hermanos y hermanas con los que se forma un solo cuerpo en Jesucristo, es algo que la conciencia cristiana reclama y que al mismo tiempo la forma. Perder el sentido del domingo, como día del Señor para santificar, es síntoma de una pérdida del sentido auténtico de la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios.[206] A este respecto, son hermosas las observaciones de mi venerado predecesor Juan Pablo II en la Carta apostólica Dies Domini.[207] a propósito de las diversas dimensiones del domingo para los cristianos: es dies Domini, con referencia a la obra de la creación; dies Christi como día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo que hace el Señor Resucitado; dies Ecclesiae como día en que la comunidad cristiana se congrega para la celebración; dies hominis como día de alegría, descanso y caridad fraterna.
Por tanto, este día se manifiesta como fiesta primordial en la que cada fiel, en el ambiente en que vive, puede ser anunciador y custodio del sentido del tiempo. En efecto, de este día brota el sentido cristiano de la existencia y un nuevo modo de vivir el tiempo, las relaciones, el trabajo, la vida y la muerte. Por eso, convienes que en el día del Señor los grupos eclesiales organicen en torno a la Celebración eucarística dominical manifestaciones propias de la comunidad cristiana: encuentros de amistad, iniciativas para formar la fe de niños, jóvenes y adultos, peregrinaciones, obras de caridad y diversos momentos de oración. Ante estos valores tan importantes —aun cuando el sábado por la tarde, desde las primeras Vísperas, ya pertenezca al domingo y esté permitido cumplir el precepto dominical— es preciso recordar que el domingo merece ser santificado en sí mismo, para que no termine siendo un día « vacío de Dios ».[208]
Sentido del descanso y del trabajo
74. Es particularmente urgente en nuestro tiempo recordar que el día del Señor es también el día de descanso del trabajo. Esperamos con gran interés que la sociedad civil lo reconozca también así, a fin de que sea posible liberarse de las actividades laborales sin sufrir por ello perjuicio alguno. En efecto, los cristianos, en cierta relación con el sentido del sábado en la tradición judía, han considerado el día del Señor también como el día del descanso del trabajo cotidiano. Esto tiene un significado propio, al ser una relativización del trabajo, que debe estar orientado al hombre: el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Es fácil intuir cómo así se protege al hombre en cuanto se emancipa de una posible forma de esclavitud. Como he afirmado, « el trabajo reviste una importancia primaria para la realización del hombre y el desarrollo de la sociedad, y por eso es preciso que se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad humana y al servicio del bien común. Al mismo tiempo, es indispensable que el hombre no se deje dominar por el trabajo, que no lo idolatre, pretendiendo encontrar en él el sentido último y definitivo de la vida ».[209] En el día consagrado a Dios es donde el hombre comprende el sentido de su vida y también de la actividad laboral.[210]
Asambleas dominicales en ausencia de sacerdote
75. Al profundizar en el sentido de la Celebración dominical para la vida del cristiano, se plantea espontáneamente el problema de las comunidades cristianas en las que falta el sacerdote y donde, por consiguiente, no es posible celebrar la santa Misa en el día del Señor. A este respecto, se ha de reconocer que nos encontramos ante situaciones bastante diferentes entre sí. El Sínodo, ante todo, ha recomendado a los fieles acercarse a una de las iglesias de la diócesis en que esté garantizada la presencia del sacerdote, aun cuando eso requiera un cierto sacrificio.[211] En cambio, allí donde las grandes distancias hacen prácticamente imposible la participación en la Eucaristía dominical, es importante que las comunidades cristianas se reúnan igualmente para alabar al Señor y hacer memoria del día dedicado a Él. Sin embargo, esto debe realizarse en el contexto de una adecuada instrucción acerca de la diferencia entre la santa Misa y las asambleas dominicales en ausencia de sacerdote. La atención pastoral de la Iglesia se expresa en este caso vigilando para que la liturgia de la Palabra, organizada bajo la dirección de un diácono o de un responsable de la comunidad, al que le haya sido confiado debidamente este ministerio por la autoridad competente, se cumpla según un ritual específico elaborado por las Conferencias episcopales y aprobado por ellas para este fin.[212] Recuerdo que corresponde a los Ordinarios conceder la facultad de distribuir la comunión en dichas liturgias, valorando cuidadosamente la conveniencia de la opción. Además, se ha de evitar que dichas asambleas provoquen confusión sobre el papel central del sacerdote y la dimensión sacramental en la vida de la Iglesia. La importancia del papel de los laicos, a los que se ha de agradecer su generosidad al servicio de las comunidades cristianas, nunca ha de ocultar el ministerio insustituible de los sacerdotes para la vida de la Iglesia.[213] Así pues, se ha de vigilar atentamente para que las asambleas en ausencia de sacerdote no den lugar a puntos de vista eclesiológicos en contraste con la verdad del Evangelio y la tradición de la Iglesia. Es más, deberían ser ocasiones privilegiadas para pedir a Dios que mande sacerdotes santos según su corazón. A este respecto, es conmovedor lo que escribía el Papa Juan Pablo II en la Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 1979, recordando aquellos lugares en los que la gente, privada del sacerdote por parte del régimen dictatorial, se reunía en una iglesia o santuario, ponía sobre el altar la estola que conservaba todavía y recitaba las oraciones de la liturgia eucarística, haciendo silencio « en el momento que corresponde a la transustanciación », dando así testimonio del ardor con que « desean escuchar las palabras, que sólo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente ».[214] Precisamente en esta perspectiva, teniendo en cuenta el bien incomparable que se deriva de la celebración del Sacrificio eucarístico, pido a todos los sacerdotes una activa y concreta disponibilidad para visitar lo más a menudo posible las comunidades confiadas a su atención pastoral, para que no permanezcan demasiado tiempo sin el Sacramento de la caridad.
Una forma eucarística de la vida cristiana,
la pertenencia eclesial
76. La importancia del domingo como dies Ecclesiae nos remite a la relación intrínseca entre la victoria de Jesús sobre el mal y sobre la muerte y nuestra pertenencia a su Cuerpo eclesial. En efecto, en el Día del Señor todo cristiano descubre también la dimensión comunitaria de su propia existencia redimida. Participar en la acción litúrgica, comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere decir, al mismo tiempo, hacer cada vez más íntima y profunda la propia pertenencia a Él, que murió por nosotros (cf. 1 Co 6,19 s.; 7,23). Verdaderamente, quién se alimenta de Cristo vive por Él. El sentido profundo de la communio sanctorum se entiende en relación con el Misterio eucarístico. La comunión tiene siempre y de modo inseparable una connotación vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunión con los hermanos y hermanas. Las dos dimensiones se encuentran misteriosamente en el don eucarístico. « Donde se destruye la comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye también la raíz y el manantial de la comunión con nosotros. Y donde no se vive la comunión entre nosotros, tampoco es viva y verdadera la comunión con el Dios Trinitario ».[215] Así pues, llamados a ser miembros de Cristo y, por tanto, miembros los unos de los otros (cf. 1 Co 12,27), formamos una realidad fundada ontológicamente en el Bautismo y alimentada por la Eucaristía, una realidad que requiere una respuesta sensible en la vida de nuestras comunidades.
La forma eucarística de la vida cristiana es sin duda una forma eclesial y comunitaria. El modo concreto en que cada fiel puede experimentar su pertenencia al Cuerpo de Cristo se realiza a través de la diócesis y las parroquias, como estructuras fundamentales de la Iglesia en un territorio particular. Las asociaciones, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades —con la vitalidad de sus carismas concedidos por el Espíritu Santo para nuestro tiempo—, así como también los Institutos de vida consagrada, tienen el deber de dar su contribución específica para favorecer en los fieles la percepción de pertenecer al Señor (cf. Rm 14,8). El fenómeno de la secularización, que comporta aspectos marcadamente individualistas, ocasiona sus efectos deletéreos sobre todo en las personas que se aíslan, y por el escaso sentido de pertenencia. El cristianismo, desde sus comienzos, supone siempre una compañía, una red de relaciones vivificadas continuamente por la escucha de la Palabra, la Celebración eucarística y animadas por el Espíritu Santo.
Espiritualidad y cultura eucarística
77. Es significativo que los Padres sinodales hayan afirmado que « los fieles cristianos necesitan comprender más profundamente las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera ».[216] Esta consideración tiene hoy un significado particular para todos nosotros. Se ha de reconocer que uno de los efectos más graves de la secularización, mencionada antes, consiste en haber relegado la fe cristiana al margen de la existencia, como si fuera algo inútil con respecto al desarrollo concreto de la vida de los hombres. El fracaso de este modo de vivir « como si Dios no existiera » está ahora a la vista de todos. Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida « según el Espíritu » (cf. Rm 8,4 s.; Ga 5,16.25). Resulta significativo que san Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo culto espiritual, mencione al mismo tiempo la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y pensar: « Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto » (12,2). De esta manera, el Apóstol de los gentiles subraya la relación entre el verdadero culto espiritual y la necesidad de entender de un modo nuevo la vida y vivirla. La renovación de la mentalidad es parte integrante de la forma eucarística de la vida cristiana, « para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina » (Ef 4,14).
Eucaristía y evangelización de las culturas
78. De todo lo expuesto se desprende que el Misterio eucarístico nos hace entrar en diálogo con las diferentes culturas, aunque en cierto sentido también las desafía.[217] Se ha de reconocer el carácter intercultural de este nuevo culto, de esta logiké latreía. La presencia de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo son acontecimientos que pueden confrontarse siempre con cada realidad cultural, para fermentarla evangélicamente. Por consiguiente, esto comporta el compromiso de promover con convicción la evangelización de las culturas, con la conciencia de que el mismo Cristo es la verdad de todo hombre y de toda la historia humana. La Eucaristía se convierte en criterio de valorización de todo lo que el cristiano encuentra en las diferentes expresiones culturales. En este importante proceso podemos escuchar las muy significativas palabras de san Pablo que, en su primera Carta a los Tesalonicenses, exhorta: « examinadlo todo, quedándoos con lo bueno » (5,21).
Eucaristía y fieles laicos
79. En Cristo, Cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo, todos los cristianos forman « una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa » (1 P 2,9). La Eucaristía, como misterio que se ha de vivir, se ofrece a cada persona en la condición en que se encuentra, haciendo que viva diariamente la novedad cristiana en su situación existencial. Puesto que el Sacrificio eucarístico alimenta y acrecienta en nosotros lo que ya se nos ha dado en el Bautismo, por el cual todos estamos llamados a la santidad,[218] esto debería aflorar y manifestarse también en las situaciones o estados de vida en que se encuentra cada cristiano. Este, viviendo la propia vida como vocación, se convierte día tras día en culto agradable a Dios. Ya desde la reunión litúrgica, el Sacramento de la Eucaristía nos compromete en la realidad cotidiana para que todo se haga para gloria de Dios.
Puesto que el mundo es « el campo » (Mt 13,38) en el que Dios pone a sus hijos como buena semilla, los laicos cristianos, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, y fortalecidos por la Eucaristía, están llamados a vivir la novedad radical traída por Cristo precisamente en las condiciones comunes de la vida.[219] Han de cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad.[220] Animo en especial a las familias para que este Sacramento sea fuente de fuerza e inspiración. El amor entre el hombre y la mujer, la acogida de la vida y la tarea educativa son ámbitos privilegiados en los que la Eucaristía puede mostrar su capacidad de transformar la existencia y llenarla de sentido.[221] Los Pastores siempre han de apoyar, educar y animar a los fieles laicos a vivir plenamente su propia vocación a la santidad en el mundo, al que Dios ha amado tanto que le ha entregado a su Hijo para que se salve por Él (cf. Jn 3,16).
Eucaristía y espiritualidad sacerdotal
80. Indudablemente, la forma eucarística de la existencia cristiana se manifiesta de modo particular en el estado de vida sacerdotal. La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística. La semilla de esta espiritualidad ya se encuentra en las palabras que el Obispo pronuncia en la liturgia de la Ordenación: « Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor ».[222] El sacerdote, para dar a su vida una forma eucarística cada vez más plena, ya en el período de formación y luego en los años sucesivos, ha de dedicar tiempo a la vida espiritual.[223] Está llamado a ser siempre un auténtico buscador de Dios, permaneciendo al mismo tiempo cercano a las preocupaciones de los hombres. Una vida espiritual intensa le permitirá entrar más profundamente en comunión con el Señor y le ayudará a dejarse ganar por el amor de Dios, siendo su testigo en todas las circunstancias, aunque sean difíciles y sombrías. Por esto, junto con los Padres del Sínodo, recomiendo a los sacerdotes « la celebración diaria de la santa Misa, aun cuando no hubiera participación de fieles ».[224] Esta recomendación está en consonancia ante todo con el valor objetivamente infinito de cada Celebración eucarística; y, además, está motivado por su singular eficacia espiritual, porque si la santa Misa se vive con atención y con fe, es formativa en el sentido más profundo de la palabra, pues promueve la configuración con Cristo y consolida al sacerdote en su vocación.
Eucaristía y vida consagrada
81. En el contexto de la relación entre la Eucaristía y las diversas vocaciones eclesiales resplandece de modo particular « el testimonio profético de las consagradas y de los consagrados, que encuentran en la Celebración eucarística y en la adoración la fuerza para el seguimiento radical de Cristo obediente, pobre y casto ».[225] Los consagrados y las consagradas, incluso desempeñando muchos servicios en el campo de la formación humana y en la atención a los pobres, en la enseñanza o en la asistencia a los enfermos, saben que el objetivo principal de su vida es « la contemplación de las cosas divinas y la unión asidua con Dios ».[226] La contribución esencial que la Iglesia espera de la vida consagrada es más en el orden del ser que en el del hacer. En este contexto, quisiera subrayar la importancia del testimonio virginal precisamente en relación con el misterio de la Eucaristía. En efecto, además de la relación con el celibato sacerdotal, el Misterio eucarístico manifiesta una relación intrínseca con la virginidad consagrada, ya que es expresión de la consagración exclusiva de la Iglesia a Cristo, que ella con fidelidad radical y fecunda acoge como a su Esposo.[227] La virginidad consagrada encuentra en la Eucaristía inspiración y alimento para su entrega total a Cristo. Además, en la Eucaristía obtiene consuelo e impulso para ser, también en nuestro tiempo, signo del amor gratuito y fecundo de Dios a la humanidad. A través de su testimonio específico, la vida consagrada se convierte objetivamente en referencia y anticipación de las « bodas del Cordero » (Ap 19,7-9), meta de toda la historia de la salvación. En este sentido, es una llamada eficaz al horizonte escatológico que todo hombre necesita para poder orientar sus propias opciones y decisiones de vida.
Eucaristía y transformación moral
82. Descubrir la belleza de la forma eucarística de la vida cristiana nos lleva a reflexionar también sobre la fuerza moral que dicha forma produce para defender la auténtica libertad de los hijos de Dios. Con esto deseo recordar una temática surgida en el Sínodo sobre la relación entre forma eucarística de la vida y transformación moral. El Papa Juan Pablo II afirmaba que la vida moral « posee el valor de un ‘‘culto espiritual'' (Rm 12,1; cf. Flp 3,3) que nace y se alimenta de aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios que son los sacramentos, especialmente la Eucaristía; en efecto, participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida ».[228] En definitiva, « en el ‘‘culto'' mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma ».[229]
Esta referencia al valor moral del culto espiritual no se ha de interpretar en clave moralista. Es ante todo el gozoso descubrimiento del dinamismo del amor en el corazón que acoge el don del Señor, se abandona a Él y encuentra la verdadera libertad. La transformación moral que comporta el nuevo culto instituido por Cristo, es una tensión y un deseo cordial de corresponder al amor del Señor con todo el propio ser, a pesar de la conciencia de la propia fragilidad. Todo esto está bien reflejado en el relato evangélico de Zaqueo (cf. Lc 19,1-10). Después de haber hospedado a Jesús en su casa, el publicano se ve completamente transformado: decide dar la mitad de sus bienes a los pobres y devuelve cuatro veces más a quienes había robado. El impulso moral, que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor.
Coherencia eucarística
83. Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas.[230] Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana.[231] Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado.[232]
Eucaristía, misterio que se ha de anunciar
Eucaristía y misión
84. En la homilía durante la Celebración eucarística con la que he iniciado solemnemente mi ministerio en la Cátedra de Pedro, decía: « Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él ».[233] Esta afirmación asume una mayor intensidad si pensamos en el Misterio eucarístico. En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: « Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera ».[234] También nosotros podemos decir a nuestros hermanos con convicción: « Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros » (1 Jn 1,3). Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a todos. Además, la institución misma de la Eucaristía anticipa lo que es el centro de la misión de Jesús: Él es el enviado del Padre para la redención del mundo (cf. Jn 3,16-17; Rm 8,32). En la última Cena Jesús confía a sus discípulos el Sacramento que actualiza el sacrificio que Él ha hecho de sí mismo en obediencia al Padre para la salvación de todos nosotros. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana.
Eucaristía y testimonio
85. La misión primera y fundamental que recibimos de los santos Misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida. El asombro por el don que Dios nos ha hecho en Cristo infunde en nuestra vida un dinamismo nuevo, comprometiéndonos a ser testigos de su amor. Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es el medio como la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre. Jesús mismo es el testigo fiel y veraz (cf. Ap 1,5; 3,14); vino para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37). Con estas reflexiones deseo recordar un concepto muy querido por los primeros cristianos, pero que también nos afecta a nosotros, cristianos de hoy: el testimonio hasta el don de sí mismos, hasta el martirio, ha sido considerado siempre en la historia de la Iglesia como la cumbre del nuevo culto espiritual: « Ofreced vuestros cuerpos » (Rm 12,1). Se puede recordar, por ejemplo, el relato del martirio de san Policarpo de Esmirna, discípulo de san Juan: todo el acontecimiento dramático es descrito como una liturgia, más aún como si el mártir mismo se convirtiera en Eucaristía.[235] Pensemos también en la conciencia eucarística que san Ignacio de Antioquía expresa ante su martirio: él se considera « trigo de Dios » y desea llegar a ser en el martirio « pan puro de Cristo ».[236] El cristiano que ofrece su vida en el martirio entra en plena comunión con la Pascua de Jesucristo y así se convierte con Él en Eucaristía. Tampoco faltan hoy en la Iglesia mártires en los que se manifiesta de modo supremo el amor de Dios. Sin embargo, aun cuando no se requiera la prueba del martirio, sabemos que el culto agradable a Dios implica también interiormente esta disponibilidad,[237] y se manifiesta en el testimonio alegre y convencido ante el mundo de una vida cristiana coherente allí donde el Señor nos llama a anunciarlo.
Jesucristo, único Salvador
86. Subrayar la relación intrínseca entre Eucaristía y misión nos ayuda a redescubrir también el contenido último de nuestro anuncio. Cuanto más vivo sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano, tanto más clara tendrá la tarea de la misión: llevar a Cristo. No es sólo una idea o una ética inspirada en Él, sino el don de su misma Persona. Quien no comunica la verdad del Amor al hermano no ha dado todavía bastante. La Eucaristía, como sacramento de nuestra salvación, nos lleva a considerar de modo ineludible la unicidad de Cristo y de la salvación realizada por Él a precio de su sangre. Por tanto, la exigencia de educar constantemente a todos al trabajo misionero, cuyo centro es el anuncio de Jesús, único Salvador, surge del Misterio eucarístico, creído y celebrado.[238] Así se evitará que se reduzca a una interpretación meramente sociológica la decisiva obra de promoción humana que comporta siempre todo auténtico proceso de evangelización.
Libertad de culto
87. En este contexto, deseo hablar de lo que los Padres han afirmado durante la asamblea sinodal sobre las graves dificultades que afectan a la misión de aquellas comunidades cristianas que viven en condiciones de minoría o incluso privadas de la libertad religiosa.[239] Realmente debemos dar gracias al Señor por todos los Obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos, que se dedican a anunciar el Evangelio y viven su fe arriesgando la propia vida. En muchas regiones del mundo el mero hecho de ir a la Iglesia es un testimonio heroico que expone a las personas a la marginación y a la violencia. En esta ocasión, deseo confirmar también la solidaridad de toda la Iglesia con los que sufren por la falta de libertad de culto. Como sabemos, donde falta la libertad religiosa, falta en definitiva la libertad más significativa, ya que en la fe el hombre expresa su íntima convicción sobre el sentido último de su vida. Pidamos, pues, que aumenten los espacios de libertad religiosa en todos los Estados, para que los cristianos, así como también los miembros de otras religiones, puedan vivir personal y comunitariamente sus convicciones libremente.
Eucaristía,
misterio que se ha de ofrecer al mundo
Eucaristía: pan partido para la vida del mundo
88. « El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo » (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de su propia vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (cf. Mt 20,34; Mc 6,54; Lc 9,41). Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres, a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que « consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo ».[240] De ese modo, en las personas que encuentro reconozco a hermanos y hermanas por los que el Señor ha dado su vida amándolos « hasta el extremo » (Jn 13,1). Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse « pan partido » para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: « dadles vosotros de comer » (Mt 14,16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo.
Implicaciones sociales del Misterio eucarístico
89. La unión con Cristo que se realiza en el Sacramento nos capacita también para nuevos tipos de relaciones sociales: « la "mística'' del Sacramento tiene un carácter social ». En efecto, « la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán »[241] A este respecto, hay que explicitar la relación entre Misterio eucarístico y compromiso social. La Eucaristía es sacramento de comunión entre hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse en Cristo, el cual ha hecho de judíos y paganos un pueblo solo, derribando el muro de enemistad que los separaba (cf. Ef 2,14). Sólo esta constante tensión hacia la reconciliación permite comulgar dignamente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Mt 5,23- 24).[242] Cristo, por el memorial de su sacrificio, refuerza la comunión entre los hermanos y, de modo particular, apremia a los que están enfrentados para que aceleren su reconciliación abriéndose al diálogo y al compromiso por la justicia. No cabe duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón.[243] De esta toma de conciencia nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso, transforma en vida lo que ella significa en la celebración. Como he afirmado, la Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política para realizar la sociedad más justa posible; sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. La Iglesia « debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar ».[244]
En la perspectiva de la responsabilidad social de todos los cristianos, los Padres sinodales han recordado que el sacrificio de Cristo es misterio de liberación que nos interpela y provoca continuamente. Dirijo por tanto una llamada a todos los fieles para que sean realmente operadores de paz y de justicia: « En efecto, quien participa en la Eucaristía ha de comprometerse en construir la paz en nuestro mundo marcado por tantas violencias y guerras, y de modo particular hoy, por el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual ».[245] Todos estos problemas, que a su vez engendran otros fenómenos degradantes, son los que despiertan viva preocupación. Sabemos que estas situaciones no se pueden afrontar de un manera superficial. Precisamente, gracias al Misterio que celebramos, deben denunciarse las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el alto valor de cada persona.
El alimento de la verdad y la indigencia del hombre
90. No podemos permanecer pasivos ante ciertos procesos de globalización que con frecuencia hacen crecer desmesuradamente en todo el mundo la diferencia entre ricos y pobres. Debemos denunciar a quien derrocha las riquezas de la tierra, provocando desigualdades que claman al cielo (cf. St 5,4). Por ejemplo, es imposible permanecer callados ante « las imágenes sobrecogedoras de los grandes campos de prófugos o de refugiados —en muchas partes del mundo— concentrados en precarias condiciones para librarse de una suerte peor, pero necesitados de todo. Estos seres humanos, ¿no son nuestros hermanos y hermanas? ¿Acaso sus hijos no vienen al mundo con las mismas esperanzas legítimas de felicidad que los demás? ».[246] El Señor Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla todavía gran parte de la humanidad: son situaciones cuya causa implica a menudo un clara e inquietante responsabilidad por parte de los hombres. En efecto, « sobre la base de datos estadísticos disponibles, se puede afirmar que menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento sería más que suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres. Esto interpela a la conciencia humana. Nuestro común compromiso por la verdad puede y tiene que dar nueva esperanza a estas poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, mucho más a causa de situaciones que dependen de las relaciones internacionales políticas, comerciales y culturales, que a causa de circunstancias incontroladas ».[247]
El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor. Los cristianos han procurado desde el principio compartir sus bienes (cf. Hch 4,32) y ayudar a los pobres (cf. Rm 15,26). La colecta en las asambleas litúrgicas no sólo nos lo recuerda expresamente, sino que es también una necesidad muy actual. Las instituciones eclesiales de beneficencia, en particular Caritas en sus diversos ámbitos, prestan el precioso servicio de ayudar a las personas necesitadas, sobre todo a los más pobres. Estas instituciones, inspirándose en la Eucaristía, que es el sacramento de la caridad, se convierten en su expresión concreta; por ello merecen todo encomio y estímulo por su compromiso solidario en el mundo.
Doctrina social de la Iglesia
91. El misterio de la Eucaristía nos capacita e impulsa a un trabajo audaz en las estructuras de este mundo para llevarles aquel tipo de relaciones nuevas, que tiene su fuente inagotable en el don de Dios. La oración que repetimos en cada santa Misa: « Danos hoy nuestro pan de cada día », nos obliga a hacer todo lo posible, en colaboración con las instituciones internacionales, estatales o privadas, para que cese o al menos disminuya en el mundo el escándalo del hambre y de la desnutrición que sufren tantos millones de personas, especialmente en los países en vías de desarrollo. El cristiano laico en particular, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir directamente su propia responsabilidad política y social. Para que pueda desempeñar adecuadamente sus cometidos hay que prepararlo mediante una educación concreta para la caridad y la justicia. Por eso, como ha pedido el Sínodo, es necesario promover la doctrina social de la Iglesia y darla a conocer en las diócesis y en las comunidades cristianas.[248] En este precioso patrimonio, procedente de la más antigua tradición eclesial, encontramos los elementos que orientan con profunda sabiduría el comportamiento de los cristianos ante las cuestiones sociales candentes. Esta doctrina, madurada durante toda la historia de la Iglesia, se caracteriza por el realismo y el equilibrio, ayudando así a evitar compromisos equívocos o utopías ilusorias.
Santificación del mundo y salvaguardia de la creación
92. Para desarrollar una profunda espiritualidad eucarística que pueda influir también de manera significativa en el campo social, se requiere que el pueblo cristiano tenga conciencia de que, al dar gracias por medio de la Eucaristía, lo hace en nombre de toda la creación, aspirando así a la santificación del mundo y trabajando intensamente para tal fin.[249] La Eucaristía misma proyecta una luz intensa sobre la historia humana y sobre todo el cosmos. En esta perspectiva sacramental aprendemos, día a día, que todo acontecimiento eclesial tiene carácter de signo, mediante el cual Dios se comunica a sí mismo y nos interpela. De esta manera, la forma eucarística de la vida puede favorecer verdaderamente un auténtico cambio de mentalidad en el modo de ver la historia y el mundo. La liturgia misma nos educa para todo esto cuando, durante la presentación de las ofrendas, el sacerdote dirige a Dios una oración de bendición y de petición sobre el pan y el vino, « fruto de la tierra », « de la vid » y del « trabajo del hombre ». Con estas palabras, además de incluir en la ofrenda a Dios toda la actividad y el esfuerzo humano, el rito nos lleva a considerar la tierra como creación de Dios, que produce todo lo necesario para nuestro sustento. La creación no es una realidad neutral, mera materia que se puede utilizar indiferentemente siguiendo el instinto humano. Más bien forma parte del plan bondadoso de Dios, por el que todos nosotros estamos llamados a ser hijos e hijas en el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo (cf. Ef 1,4-12). La fundada preocupación por las condiciones ecológicas en que se halla la creación en muchas partes del mundo encuentra motivos de consuelo en la perspectiva de la esperanza cristiana, que nos compromete a actuar responsablemente en defensa de la creación.[250] En efecto, en la relación entre la Eucaristía y el universo descubrimos la unidad del plan de Dios y se nos invita a descubrir la relación profunda entre la creación y la « nueva creación », inaugurada con la resurrección de Cristo, nuevo Adán. En ella participamos ya desde ahora en virtud del Bautismo (cf. Col 2,12 s.), y así se le abre a nuestra vida cristiana, alimentada por la Eucaristía, la perspectiva del mundo nuevo, del nuevo cielo y de la nueva tierra, donde la nueva Jerusalén baja del cielo, desde Dios, « ataviada como una novia que se adorna para su esposo » (Ap 21,2).
Utilidad de un Compendio eucarístico
93. Al final de estas reflexiones, en las que he querido fijarme en las orientaciones surgidas en el Sínodo, deseo acoger también una petición que hicieron los Padres para ayudar al pueblo cristiano a creer, celebrar y vivir cada vez mejor el Misterio eucarístico. Preparado por los Dicasterios competentes se publicará un Compendio que recogerá textos del Catecismo de la Iglesia Católica, oraciones y explicaciones de las Plegarias Eucarísticas del Misal, así como todo lo que pueda ser útil para la correcta comprensión, celebración y adoración del Sacramento del altar.[251] Espero que este instrumento ayude a que el memorial de la Pascua del Señor se convierta cada vez más en fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia. Esto impulsará a cada fiel a hacer de su propia vida un verdadero culto espiritual. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mie Ago 08, 2007 1:43 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
CONCLUSIÓN
94. Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos nosotros estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos santos han hecho auténtica su propia vida gracias a su piedad eucarística! De san Ignacio de Antioquía a san Agustín, de san Antonio abad a san Benito, de san Francisco de Asís a santo Tomás de Aquino, de santa Clara de Asís a santa Catalina de Siena, de san Pascual Bailón a san Pedro Julián Eymard, de san Alfonso María de Ligorio al beato Carlos de Foucauld, de san Juan María Vianney a santa Teresa de Lisieux, de san Pío de Pietrelcina a la beata Teresa de Calcuta, del beato Piergiorgio Frassati al beato Iván Merz, sólo por citar algunos de los numerosos nombres, la santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía.
Por eso, es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio. El don de sí mismo que Jesús hace en el Sacramento memorial de su pasión, nos asegura que el culmen de nuestra vida está en la participación en la vida trinitaria, que en él se nos ofrece de manera definitiva y eficaz. La celebración y adoración de la Eucaristía nos permiten acercarnos al amor de Dios y adherirnos personalmente a él hasta unirnos con el Señor amado. El ofrecimiento de nuestra vida, la comunión con toda la comunidad de los creyentes y la solidaridad con cada hombre, son aspectos imprescindibles de la logiké latreía, del culto espiritual, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1), en el que toda nuestra realidad humana concreta se transforma para su gloria. Invito, pues, a todos los pastores a poner la máxima atención en la promoción de una espiritualidad cristiana auténticamente eucarística. Que los presbíteros, los diáconos y todos los que desempeñan un ministerio eucarístico, reciban siempre de estos mismos servicios, realizados con esmero y preparación constante, fuerza y estímulo para el propio camino personal y comunitario de santificación. Exhorto a todos los laicos, en particular a las familias, a encontrar continuamente en el Sacramento del amor de Cristo la fuerza para transformar la propia vida en un signo auténtico de la presencia del Señor resucitado. Pido a todos los consagrados y consagradas que manifiesten con su propia vida eucarística el esplendor y la belleza de pertenecer totalmente al Señor.
95. A principios del siglo IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus.[252] Que estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con Cristo resucitado. Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía?
96. Que María Santísima, Virgen inmaculada, arca de la nueva y eterna alianza, nos acompañe en este camino al encuentro del Señor que viene. En Ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto. La Iglesia ve en María, « Mujer eucarística » —como la llamó el Siervo de Dios Juan Pablo II [253]—, su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística. Por eso, disponiéndose a acoger sobre el altar el « verum Corpus natum de Maria Virgine », el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: « Veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor ».[254] Su santo nombre se invoca y venera también en los cánones de las tradiciones cristianas orientales. Los fieles, por su parte, « encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre ».[255] Ella es la Tota pulchra, Toda hermosa, ya que en Ella brilla el resplandor de la gloria de Dios. La belleza de la liturgia celestial, que debe reflejarse también en nuestras asambleas, tiene un fiel espejo en Ella. De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales para poder presentarnos también nosotros, según la expresión de san Pablo, « inmaculados » ante el Señor, tal como Él nos ha querido desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).[256]
97. Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y renueve en nuestra vida el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios. Aquellos discípulos se levantaron y volvieron de prisa a Jerusalén para compartir la alegría con los hermanos y hermanas en la fe. En efecto, la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre nosotros, compañero fiel de nuestro camino. La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo muerto y resucitado, se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo. Hemos sido hechos testigos de este misterio de amor. Deseemos ir llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos: « Yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo » (Mt 28,20).
En Roma, junto a san Pedro, el 22 de Febrero, fiesta de la Cátedra del Apóstol san Pedro, del año 2007, segundo de mi Pontificado.
Notas
[1] Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 73, a. 3.
[2] In Iohannis Evangelium Tractatus, 26,5: PL 35, 1609.
[3] A los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe (10 febrero 2006): AAS 98 (2006), 255.
[4] Discurso a los participantes en la III reunión del XI Consejo Ordinario del Sínodo de los Obispos (1 junio 2006): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (9 junio 2006), p. 18.
[5] Cf. Propositio 2.
[6] Me refiero a la necesidad de una hermenéutica de la continuidad con referencia también a una correcta lectura del desarrollo litúrgico después del Concilio Vaticano II: cf. Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 44-45.
[7] Cf. AAS 97(2005), 337-352.
[8] Cf. Año de la Eucaristía. Sugerencias y propuestas (14 octubre 2004): L'Osservatore Romano (15 octubre 2004), Suplemento.
[9] Cf. AAS 95(2003), 433-475. Recuérdese también la Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis Sacramentum (25 marzo 2004): AAS 96 (2004), 549-601, querida expresamente por Juan Pablo II.
[10] Por recordar sólo los principales: Conc. Ecum. de Trento, Doctrina et canones de ss. Missae sacrificio, DS 1738-1759; León XIII, Carta enc. Mirae Caritatis (28 mayo 1902): ASS (1903), 115- 136, 115-136; Pío XII, Carta enc. Mediator Dei (20 noviembre 1947): AAS 39 (1947), 521-595; Pablo VI, Carta enc. Mysterium Fidei (3 septiembre 1965): AAS 57 (1965), 753-774; Juan Pablo II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003): AAS 95(2003), 433-475; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Eucharisticum mysterium (25 mayo 1967): AAS 59 (1967), 539-573; Instr. Liturgiam authenticam (28 marzo 2001): AAS 93 (2001), 685-726.
[11] Cf. Propositio 1.
[12] N. 14: AAS 98 (2006), 229.
[13] Catecismo de la Iglesia Católica, 1327.
[14] Propositio 16.
[15] Homilía en la Misa de toma de posesión de la Cátedra de Roma (7 mayo 2005): AAS 97 (2005), 752.
[16] Cf. Propositio 4.
[17] De Trinitate, VIII, 8, 12: CCL 50, 287.
[18] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 12: AAS 98 (2006), 228.
[19] Cf. Propositio 3.
[20] Breviario Romano, Himno en el Oficio de lectura de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
[21] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 13: AAS 98 (2006), 228.
[22] Homilía en la explanada de Marienfeld (21 agosto 2005): AAS 97 (2005), 891-892.
[23] Cf. Propositio 3.
[24] Cf. Misal Romano, Plegaria Eucarística IV.
[25] Catequesis XXIII, 7: PG 33, 1114s.
[26] Cf. Sobre el sacerdocio, VI, 4: PG 48, 681.
[27] Ibíd., III, 4: PG 48, 642.
[28] Propositio 22.
[29] Cf. Propositio 42: « Este encuentro eucarístico se realiza en el Espíritu Santo que nos transforma y santifica. Él despierta en el discípulo la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que se ha escuchado y vivido, para acompañarlos al mismo encuentro con Cristo. De este modo, el discípulo, enviado por la Iglesia, se abre a una misión sin fronteras ».
[30] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 3; véase, por ejemplo, S. Juan Crisóstomo, Catequesis 3,13-19: SC 50,174-177.
[31] Juan Pablo II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 1: AAS 95(2003) 433.
[32] Ibíd., 21: AAS 95 (2003), 447.
[33] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 20: AAS 71 (1979), 309-316; Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 4: AAS 72 (1980), 119-121.
[34] Cf. Propositio 5.
[35] Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 80, a. 4.
[36] N. 38: AAS 95 (2003), 458.
[37] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
[38] Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, sobre algunos aspectos de la Iglesia como comunión (28 mayo 1992), 11: AAS 85 (1993), 844-845.
[39] Propositio 5: « El término “católico” expresa la universalidad que proviene de la unidad que la Eucaristía, que se celebra en cada Iglesia, favorece y edifica. En la Eucaristía, las Iglesias particulares tienen el papel de hacer visible en la Iglesia universal su propia unidad y su diversidad. Esta relación de amor fraterno deja entrever la comunión trinitaria. Los concilios y los sínodos expresan en la historia este aspecto fraterno de la Iglesia ».
[40] Cf. ibíd.
[41] Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.
[42] Cf. Propositio 14.
[43] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
[44] De Orat. Dom., 23: PL 4, 553.
[45] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 48; cf. también ibíd., 9.
[46] Cf. Propositio 13.
[47] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 7.
[48] Cf. ibíd., 11; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 9.13.
[49] Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 7: AAS 72 (1980), 124-127; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.
[50] Cf. Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 710.
[51] Cf. Rito de la iniciación cristiana de los adultos, Introd. gen., nn. 34-36.
[52] Cf. Rito del Bautismo de los niños, Introd. nn. 18-19.
[53] Cf. Propositio 15.
[54] Cf. Propositio 7. Juan Pablo II, Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 36: AAS 95 (2003), 457-458.
[55] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 18: AAS 77 (1985), 224-228.
[56] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1385.
[57] A este respecto, se puede pensar en el Confiteor o en las palabras del sacerdote y de la asamblea antes de acercarse al altar: « Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme ». La liturgia prevé justamente algunas oraciones muy bellas para el sacerdote, transmitidas por la tradición y que le recuerdan la necesidad de ser perdonado, como, por ejemplo, las que se pronuncian en voz baja antes de invitar a los fieles a la comunión sacramental: « líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti ».
[58] Cf. S. Juan Damasceno, Sobre la recta fe, IV, 9: PG 94, 1124C; S. Gregorio Nacianceno, Discurso 39, 17: PG 36, 356A; Conc. Ecum. de Trento, Doctrina de sacramento paenitentiae, cap. 2: DS 1672.
[59] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 30: AAS 77 (1985), 256-257.
[60] Cf. Propositio 7.
[61]Cf. Juan Pablo II, Motu proprio Misericordia Dei (7 abril 2002): AAS 94 (2002), 452-459.
[62] Junto con los Padres sinodales, recuerdo que las celebraciones penitenciales no sacramentales, mencionadas en el ritual del sacramento de la Reconciliación, pueden ser útiles para aumentar el espíritu de conversión y de comunión en las comunidades cristianas, preparando así los corazones a la celebración del sacramento: cf. Propositio 7.
[63] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 508.
[64] Pablo VI, Const. ap. Indulgentiarum doctrina (1 enero 1967), Normae, n. 1: AAS 59 (1967), 21.
[65] Ibíd., 9: AAS 59 (1967), 18-19.
[66] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1499-1531.
[67] Ibíd., 1524.
[68] Cf. Propositio 44.
[69] Cf. Sínodo de los Obispos, II Asamblea General, Documento sobre el sacerdocio ministerial Ultimis temporibus (30 noviembre 1971): AAS 63 (1971), 898-942.
[70] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 42-69: AAS 84 (1992), 729-778.
[71] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 10; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunas cuestiones concernientes al ministro de la Eucaristía Sacerdotium ministeriale (6 agosto 1983): AAS 75 (1983), 1001-1009.
[72] Catecismo de la Iglesia Católica, 1548.
[73] Ibíd., 1552.
[74] Cf. In Iohannis Evangelium Tractatus 123, 5: PL 35, 1967.
[75] Cf. Propositio 11.
[76] Cf. Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 16.
[77] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Sacerdotii nostri primordia (1 agosto 1959): AAS 51 (1959), 545-579; Pablo VI, Carta enc. Sacerdotalis coelibatus (24 junio 1967): AAS 59 (1967), 657-697; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 29: AAS 84 (1992), 703-705; Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana ( 22 diciembre 2006): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (29 diciembre 2006), p. 7.
[78] Cf. Propositio 11.
[79] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Optatam totius, sobre la formación sacerdotal, 6; Código de Derecho Canónico, can. 241, § 1 y can. 1029; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 342, § 1 y can. 758; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992) 11.34.50: AAS 84 (1992), 673-675; 712-714; 746-748; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros Dives Ecclesiae (31 marzo 1994), 58: LEV, 1994, pp. 56-58; Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional sobre las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión al Seminario y a las Órdenes sagradas (4 noviembre 2005): AAS 97 (2005), 1007-1013.
[80] Cf. Propositio 12; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992) 41: AAS 84 (1992), 726-729.
[81] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 29.
[82] Cf. Propositio 38.
[83] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 57: AAS 74 (1982), 149-150.
[84] Carta ap. Mulieris dignitatem (15 agosto 1988), 26: AAS 80 (1988), 1715-1716.
[85] Catecismo de la Iglesia Católica, 1617.
[86] Cf. Propositio 8.
[87] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
[88]Cf. Propositio 8.
[89] Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem (15 agosto 1988): AAS 80 (1988), 1653-1729; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo (31 mayo 2004): AAS 96 (2004), 671-687.
[90] Cf. Propositio 9.
[91] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1640.
[92] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 84: AAS 74 (1982), 184-186; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados y vueltos a casar Annus Internationalis Familiae (14 septiembre 1994): AAS 86 (1994), 974-979.
[93] Cf. Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, Instrucción sobre las normas que han de observarse en los tribunales eclesiásticos en las causas matrimoniales Dignitas connubii (25 enero 2005), Ciudad del Vaticano, 2005.
[94] Cf. Propositio 40.
[95] Discurso al Tribunal de la Rota Romana con ocasión de la inauguración del año judicial (28 enero 2006): AAS 98 (2006), 138.
[96] Cf. Propositio 40.
[97] Cf. ibíd.
[98] Cf. ibíd.
[99] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 48.
[100] Cf. Propositio 3.
[101] A este propósito, quisiera recordar las palabras llenas de esperanza y de consuelo de la Plegaria eucarística II: « Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro ».
[102] Cf. Homilía (8 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 15-16.
[103] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 58.
[104] Propositio 4.
[105] Relatio post disceptationem, 4: L'Osservatore Romano (14 octubre 2005), p. 5.
[106] Cf. Serm. 1, 7; 11, 10; 22, 7; 29, 76: Sermones dominicales ad fidem codicum nunc denuo editi, Grottaferrata, 1977, pp.135, 209 s., 292 s., 337; Benedicto XVI, Mensaje a los Movimientos Eclesiales y a las Nuevas Comunidades (22 mayo 2006): AAS 98 (2006), 463.
[107] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.
[108] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 2.4.
[109] Propositio 33.
[110] Sermo 227, 1: PL 38, 1099.
[111] S. Agustín, In Iohannis Evangelium Tractatus, 21, 8: PL 35, 1568.
[112] Ibíd., 28,1: PL 35, 1622.
[113] Cf. Propositio 30. La santa Misa que la Iglesia celebra durante la semana, y a la que se invita a los fieles a participar, tiene también su paradigma en el día del Señor, el día de la resurrección de Cristo; Propositio 43.
[114] Cf. Propositio 2.
[115] Cf. Propositio 25.
[116] Cf. Propositio 19. La Propositio 25 especifica: « Una auténtica acción litúrgica expresa la sacralidad del Misterio eucarístico. Ésta debería reflejarse en las palabras y las acciones del sacerdote celebrante mientras intercede ante Dios, tanto con los fieles como por ellos ».
[117] Ordenación General del Misal Romano, 22; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 41; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Redemptionis Sacramentum (25 marzo 2004), 19-25: AAS 96 (2004), 555-557.
[118] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Christus Dominus, sobre la función pastoral de los obispos, 14; Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 41.
[119] Ordenación General del Misal Romano, 22.
[120] Cf. ibíd.
[121] Cf. Propositio 25.
[122] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 112-130.
[123] Cf. Propositio 27.
[124] Cf. ibíd.
[125] Con referencia a estos aspectos, es necesario atenerse fielmente a lo establecido en la Ordenación General del Misal Romano, 319-351.
[126] Cf. Ordenación General del Misal Romano, 39-41; Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 112-118.
[127] Sermo 34, 1: PL 38, 210.
[128] Cf. Propositio 25: « Como todas las expresiones artísticas, también el canto debe armonizarse íntimamente con la liturgia y contribuir eficazmente a su finalidad, es decir, ha de expresar la fe, la oración, la admiración y el amor a Jesús presente en la Eucaristía ».
[129] Cf. Propositio 29.
[130] Cf. Propositio 36.
[131] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 116; Ordenación General del Misal Romano, 41.
[132] Ordenación General del Misal Romano, 28; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 56; Sagrada Congregación de Ritos, Instr. Eucharisticum Mysterium (25 mayo 1967), 3: AAS 57 (1967), 540-543.
[133] Cf. Propositio 18.
[134] Ibíd.
[135] Ordenación General del Misal Romano, 29.
[136] Cf. Juan Pablo II, Carta. enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998), 13: AAS 91 (1999), 15-16.
[137] S. Jerónimo, Comm. in Is., Prol.: PL 24, 17; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 25.
[138] Cf. Propositio 31.
[139] Cf. Ordenación General del Misal Romano, 29; Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 7.33.52.
[140] Propositio 19.
[141] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 52.
[142] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 21.
[143] Para este fin, el Sínodo ha exhortado a elaborar elementos pastorales basados en el leccionario trienal, que ayuden a unir intrínsecamente la proclamación de las lecturas previstas con la doctrina de la fe: cf. Propositio 19.
[144] Cf. Propositio 20.
[145] Ordenación General del Misal Romano, 78.
[146] Cf. ibíd. 78-79.
[147] Cf. Propositio 22.
[148] Ordenación General del Misal Romano, 79d.
[149] Ibíd. 79c.
[150] Teniendo en cuenta costumbres antiguas y venerables, así como los deseos manifestados por los Padres sinodales, he pedido a los Dicasterios competentes que estudien la posibilidad de colocar el rito de la paz en otro momento, por ejemplo, antes de la presentación de las ofrendas en el altar. Por lo demás, dicha opción recordaría de manera significativa la amonestación del Señor sobre la necesidad de reconciliarse antes de presentar cualquier ofrenda a Dios (cf. Mt 5,23 s.): cf. Propositio 23.
[151] Cf. Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Redemptionis Sacramentum (25 marzo 2004), 80-96: AAS 96 (2004), 574-577.
[152] Cf. Propositio 34.
[153] Cf. Propositio 35.
[154] Cf. Propositio 24.
[155] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 14-20; 30 s.; 48 s.; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Redemptionis Sacramentum (25 marzo 2004), 36-42: AAS 96 (2004), 561-564.
[156] N. 48.
[157] Ibíd.
[158] Cf. Congregación para el Clero y otros Dicasterios de la Curia Romana, Instr. Sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, Ecclesiae de mysterio (15 agosto 1997): AAS 89 (1997), 852-877.
[159] Cf. Propositio 33.
[160] Ordenación General del Misal Romano, 92.
[161] Cf. ibíd., 94.
[162] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 24; Ordenación General del Misal Romano, nn. 95-111; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instr. Redemptionis Sacramentum (25 marzo 2004), 43-47: AAS 96 (2004), 564-566; Propositio 33: « Se han de introducir estos ministerios de acuerdo con un mandato específico y las exigencias reales de la comunidad que celebra. Las personas encargadas de estos servicios litúrgicos laicales han de ser elegidas con mucha atención, bien preparadas y acompañadas con una formación permanente. Su nombramiento ha de ser temporal. Dichas personas deben ser conocidas por la comunidad y recibir de ella el debido reconocimiento ».
[163] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 37-42.
[164] Cf. nn. 386-399.
[165] AAS 87 (1995), 288-314.
[166] Cf. Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), 55-71; Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in America (22 enero 1999), 16.40.64.70-72: AAS 91 (1999), 752-753; 775-776; 799; 805-809; Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre 1999), 21s.: AAS 92 (2000), 482-487; Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Oceania (22 noviembre 2001), 16: AAS 94 (2002), 382- 384; Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Europa (28 junio 2003), 58- 60: AAS 95 (2003), 685-686.
[167] Cf. Propositio 26.
[168] Cf. Propositio 35; Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 11.
[169] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1388; Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 55.
[170] Cf. Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 34: AAS 95 (2003), 456.
[171] Así, por ejemplo, Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 80, a. 1,2; Sta. Teresa de Jesús, Camino de perfección, cap. 35. La doctrina ha sido confirmada con autoridad por el Concilio de Trento, sess. XIII, c. VIII.
[172] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Ut unum sint (25 mayo 1995), 8: AAS 87 (1995), 925-926.
[173] Cf. Propositio 41; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 8,15; Juan Pablo II, Carta enc. Ut unum sint (25 mayo 1995), 46: AAS 87 (1995), 948; Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 45-46: AAS 95 (2003), 463- 464; Código de Derecho Canónico, can. 844 §§ 3-4; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 671 §§ 3-4; Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, Directoire pour l'application des principes et des normes sur l'œcuménisme (25 marzo 1993), 125, 129-131: AAS 85 (1993), 1087, 1088-1089.
[174] Cf. nn. 1398-1401.
[175] Cf. n. 293.
[176]Cf. Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales, Instr. past. sobre las Comunicaciones Sociales en el 20º aniversario de la « Communio et progressio », Aetatis novae (22 febrero 1992): AAS 84 (1992), 447-468.
[177] Cf. Propositio 29.
[178] Cf. Propositio 44.
[179] Cf. Propositio 48.
[180] Este conocimiento se puede adquirir también en los años de formación de los candidatos al sacerdocio en el seminario mediante iniciativas apropiadas: cf. Propositio 45.
[181] Cf. Propositio 37.
[182] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 36 y 54.
[183] Propositio 36.
[184] Cf. ibíd.
[185] Cf. Propositio 32.
[186]Cf. Propositio 14.
[187] Propositio 19.
[188] Cf. Propositio 14.
[180] Cf. Homilía en las primeras Vísperas de Pentecostés (3 junio 2006): AAS 98 (2006), 509.
[190] Cf. Propositio 34.
[191] Enarrationes in Psalmos 98,9 CCL XXXIX 1385; cf. Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 44-45.
[192] Cf. Propositio 6.
[193] Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 45.
[194] Cf. Propositio 6; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y liturgia (17 diciembre 2001), nn. 164-165, Ciudad del Vaticano 2002; Sagrada Congregación de Ritos, Instr. Eucharisticum Mysterium (25 mayo 1967): AAS 57 (1967), 539-573.
[195] Cf. Relatio post disceptationem, 11: L'Osservatore Romano (14 octubre 2005), p. 5.
[196]Cf. Propositio 28.
[197] Cf. n. 314.
[198] VII, 10, 16: PL 32, 742.
[199] Homilía en la Explanada de Marienfeld, (21 agosto 2005): AAS 97 (2005), 892; cf. Homilía en la Vigilia de Pentecostés (3 junio 2006): AAS 98 (2006), 505.
[200] Cf. Relatio post disceptationem, 6,47: L'Osservatore Romano (14 octubre 2005), pp. 5. 6; Propositio 43.
[201] De civitate Dei, X, 6: PL 41, 284.
[202] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1368.
[203] Cf. S. Ireneo, Contra las herejías IV, 20, 7: PG 7, 1037.
[204] A los Magnesios, 9,1-2: PG 5, 670.
[205] Cf. I Apología 67, 1-6; 66: PG 6, 430 s. 427. 430.
[206] Cf. Propositio 30.
[207] Cf. AAS 90 (1998), 713-766.
[208] Propositio 30.
[209] Homilía (19 marzo 2006): AAS 98 (2006), 324.
[210] Señala a este respecto el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 258: « El descanso abre al hombre, sujeto a la necesidad del trabajo, la perspectiva de una libertad más plena, la del Sábado eterno (cf. Hb 4,9-10). El descanso permite a los hombres recordar y revivir las obras de Dios, desde la Creación hasta la Redención, reconocerse a sí mismos como obra suya (cf. Ef 2,10), y dar gracias por su vida y su subsistencia a Él, que de ellas es el Autor ».
[211] Cf. Propositio 10.
[212] Cf. ibíd..
[213] Cf. Discurso a los obispos de la conferencia episcopal de Canadá – Quebec en visita ad limina Apostolorum (11 mayo 2006): L'Osservatore Romano (12 mayo 2006), p. 5.
[214] N. 10: AAS 71(1979), 414-415.
[215] Audiencia general del 29 marzo 2006: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (31 marzo 2006), p. 16.
[216] Propositio 39.
[217] Cf. Relatio post disceptationem, 30: L'Osservatore Romano (14 octubre 2005), p. 6.
[218] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 39-42.
[219] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 14.16: AAS 81 (1989), 409-413; 416-418.
[220] Cf. Propositio 39.
[221] Cf. ibíd.
[222] Pontifical Romano. Ordenación del Obispo, de Presbíteros y de Diáconos, Rito de la ordenación del presbítero, n. 150.
[223] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992),19-33; 70-81: AAS 84 (1992), 686-712; 778-800.
[224] Propositio 38.
[225] Propositio 39. Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata (25 marzo 1996), 95: AAS 88 (1996), 470-471.
[226] Código de Derecho Canónico, can. 663, § 1.
[227] Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata (25 marzo 1996), 34: AAS 88 (1996), 407-408.
[228] Carta enc. Veritatis splendor (6 agosto 1993), 107: AAS 85 (1993), 1216-1217.
[229] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 14: AAS 98 (2006), 229.
[230] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995): AAS 87 (1995), 401-522; Benedicto XVI, Discurso a un congreso organizado por la Academia Pontificia para la vida (27 febrero 2006): AAS 98 (2006), 264-265.
[231] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunas cuestiones con respecto al comportamiento de los católicos en la vida política (24 noviembre 2002): AAS 95 (2004), 359-370.
[232] Cf. Propositio 46.
[233] AAS (2005), 711.
[234] Propositio 42.
[235] Cf. Martirio de Policarpo, XV, 1: PG 5, 1039. 1042.
[236] A los Romanos, IV,1: PG 5, 690.
[237]Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 42.
[238] Cf. Propositio 42; Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia Dominus Iesus (6 agosto 2000), 13-15: AAS 92 (2000), 754-755.
[239] Cf. Propositio 42.
[240]Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 18: AAS 98 (2006), 232.
[241] Ibíd., n. 14.
[242] Durante la asamblea sinodal hemos escuchado conmovidos testimonios muy significativos acerca de la eficacia del sacramento en la obra de pacificación. Se afirma al respecto en la Propositio 49: « Gracias a las celebraciones eucarísticas, pueblos en conflicto se han podido reunir alrededor de la Palabra de Dios, escuchar su anuncio profético de reconciliación a través del perdón gratuito, recibir la gracia de la conversión que permite la comunión en el mismo pan y en el mismo cáliz ».
[243] Cf. Propositio 48.
[244] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 28: AAS 98 (2006), 239.
[245] Propositio 48.
[246] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (9 enero 2006), 28: AAS 98 (2006), 127.
[247] Ibíd.
[248] Cf. Propositio 48. A este respecto es muy útil el Compendio de la doctrina social de la Iglesia.
[249] Cf. Propositio 43.
[250] Cf. Propositio 47.
[251] Cf. Propositio 17.
[252] Acta SS. Saturnini, Dativi et aliorum plurimorum martyrum in Africa, 7. 9. 10: PL 8, 707.709-710.
[253] Cf. Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003), 53: AAS 95 (2003), 469.
[254] Plegaria Eucarística I (Canon Romano).
[255] Propositio 50.
[256] Cf. Homilía (8 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 15. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Vie Ago 10, 2007 11:29 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Herman@s:
¡Paz y bien!
Veamos ahora que dice el Código de Derecho Canónico sobre la Eucaristía
TÍTULO III.
DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA
Canon 897.
El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan.
Canon 898.
Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con mucha devoción, y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación.
CAPÍTULO I.
DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
Canon 899.
1. La celebración eucarística es una acción del mismo Cristo y de la Iglesia, en la cual Cristo Nuestro Señor, substancialmente presente bajo las especies del pan y del vino, por el ministerio del sacerdote, se ofrece a sí mismo a Dios Padre, y se da como alimento espiritual a los fieles unidos a su oblación.
2. En la Asamblea eucarística, presidida por el Obispo, o por un presbítero bajo su autoridad, que actúan personificando a Cristo, el pueblo de Dios se reúne en unidad, y todos los fieles que asisten, tanto clérigos como laicos, concurren tomando parte activa, cada uno según su modo propio, de acuerdo con la diversidad de órdenes y de funciones litúrgicas.
3. Ha de disponerse la celebración eucarística de manera que todos los que participen en ella perciban frutos abundantes, para cuya obtención Cristo Nuestro Señor instituyó el Sacrificio eucarístico.
Del ministro de la santísima Eucaristía
Canon 900.
1. Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo.
2. Celebra lícitamente la Eucaristía el sacerdote no impedido por ley canónica, observando las prescripciones de los cánones que siguen.
Canon 901.
El sacerdote tiene facultad para aplicar la Misa por cualesquiera, tanto vivos como difuntos.
Canon 902.
Pueden los sacerdotes concelebrar la Eucaristía, a no ser que la utilidad de los fieles requiera o aconseje otra cosa, permaneciendo, sin embargo, la libertad de cada uno para celebrar individualmente la Eucaristía, pero no mientras se está concelebrando en la misma iglesia u oratorio.
Canon 903.
Aunque el rector de la iglesia no le conozca, admítase a celebrar al sacerdote con tal de que presente carta comendaticia de su Ordinario o Superior, dada al menos en el año, o pueda juzgarse prudentemente que nada le impide celebrar.
Canon 904.
Los sacerdotes, teniendo siempre presente que en el misterio del Sacrificio eucarística se realiza continuamente la obra de la redención, deben celebrarlo frecuentemente; es más, se recomienda encarecidamente la celebración diaria, la cual, aunque no pueda tenerse con asistencia de fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes cumplen su principal ministerio.
Canon 905.
1. Exceptuados aquellos casos en que, según el derecho, se puede celebrar o concelebrar más de una vez la Eucaristía en el mismo día, no es lícito que el sacerdote celebre más de una vez al día.
2. Si hay escasez de sacerdotes, el Ordinario del lugar puede conceder que, con causa justa, celebren dos veces al día, e incluso, cuando lo exige una necesidad pastoral, tres veces los domingos y fiestas de precepto.
Canon 906.
Sin causa justa y razonable, no celebre el sacerdote el Sacrificio eucarística sin la participación por lo menos de algún fiel.
Canon 907.
En la celebración eucarística, no se permite a los diáconos ni a los laicos decir las oraciones, sobre todo la plegaria eucarística, ni realizar aquellas acciones que son propias del sacerdote celebrante.
Canon 908.
Está prohibido a los sacerdotes católicos concelebrar la Eucaristía con sacerdotes o ministros de Iglesias o comunidades eclesiales que no están en comunión plena con la Iglesia católica.
Canon 909.
No deje el sacerdote de prepararse debidamente con la oración para celebrar el Sacrificio eucarístico, y dar gracias a Dios al terminar.
Canon 910.
1. Son ministros ordinarios de la sagrada comunión el obispo, el presbítero y el diácono.
2. Es ministro extraordinario de la sagrada comunión el acólito, o también otro fiel designado según el canon 230.3.
Canon 911.
1. Tienen obligación y derecho a llevar la santísima Eucaristía a los enfermos como Viático, el párroco y los vicarios parroquiales, los capellanes y el Superior de la comunidad en los institutos religiosos o sociedades de vida apostólica clericales respecto a todos los que están en la casa.
2. En caso de necesidad, o con licencia al menos presunta del párroco, capellán o Superior, a quien se debe informar después, debe hacerlo cualquier sacerdote u otro ministro de la sagrada comunión.
De la participación en la santísima Eucaristía
Canon 912.
Todo bautizado a quien el derecho no se lo prohiba, puede y debe ser admitido a la sagrada comunión.
Canon 913.
1. Para que pueda administrarse la santísima Eucaristía a los niños, se requiere que tengan suficiente conocimiento y hayan recibido una preparación cuidadosa, de manera que entiendan el misterio de Cristo en la medida de su capacidad, y puedan recibir el Cuerpo del Señor con fe y devoción.
2. Puede, sin embargo, administrarse la santísima Eucaristía a los niños que se hallen en peligro de muerte, si son capaces de distinguir el Cuerpo de Cristo del alimento común y de recibir la comunión con reverencia.
Canon 914.
Los padres en primer lugar, y quienes hacen sus veces, así como también el párroco, tienen obligación de procurar que los niños que han llegado al uso de razón se preparen convenientemente y se nutran cuanto antes, previa confesión sacramental, con este alimento divino; corresponde también al párroco vigilar para que no reciban la santísima Eucaristía los niños que aún no hayan llegado al uso de razón, o a los que no juzgue suficientemente dispuestos.
Canon 915.
No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave.
Canon 916.
Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; y en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.
Canon 917.
Quien ya ha recibido la santísima Eucaristía, puede recibirla otra vez el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe, quedando a salvo lo que prescribe el canon 921.2.
Canon 918.
Se aconseja encarecidamente que los fieles reciban la sagrada comunión dentro de la celebración eucarística; sin embargo, cuando lo pidan con causa justa se les debe administrar la comunión fuera de la Misa, observando los ritos litúrgicos.
Canon 919.
1. Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas.
2. El sacerdote que celebra la santísima Eucaristía dos o tres veces el mismo día, puede tomar algo antes de la segunda o tercera Misa, aunque no medie el tiempo de una hora.
3. Las personas de edad avanzada o enfermas, y asimismo quienes las cuidan, pueden recibir la santísima Eucaristía aunque hayan tomado algo en la hora inmediatamente anterior.
Canon 920.
1. Todo fiel, después de la primera comunión, está obligado a comulgar por lo menos una vez al año.
2. Este precepto debe cumplirse durante el tiempo pascual, a no ser que por causa justa se cumpla en otro tiempo dentro del año.
Canon 921.
1. Se debe administrar el Viático a los fieles que, por cualquier motivo, se hallen en peligro de muerte.
2. Aunque hubieran recibido la sagrada comunión el mismo día, es muy aconsejable que vuelvan a comulgar quienes lleguen a encontrarse en peligro de muerte.
3. Mientras dure el peligro de muerte, es aconsejable administrar la comunión varias veces, en días distintos.
Canon 922.
No debe retrasarse demasiado el Viático a los enfermos; quienes ejercen la cura de almas han de vigilar diligentemente para que los enfermos lo reciban cuando tienen aún pleno uso de sus facultades.
Canon 923.
Los fieles pueden participar en el Sacrificio eucarístico y recibir la sagrada comunión en cualquier rito católico, salvo lo prescrito en el canon 844.
De los ritos y ceremonias de la celebración eucarística
Canon 924.
1. El sacrosanto Sacrificio eucarístico se debe ofrecer con pan y vino, al cual se ha de mezclar un poco de agua.
2. El pan ha de ser exclusivamente de trigo y hecho recientemente, de manera que no haya ningún peligro de corrupción.
3. El vino debe ser natural, del fruto de la vid, y no corrompido.
Canon 925.
Adminístrese la sagrada comunión bajo la sola especie del pan o, de acuerdo con las leyes litúrgicas, bajo las dos especies; en caso de necesidad, también bajo la sola especie del vino.
Canon 926.
Según la antigua tradición de la Iglesia latina, el sacerdote, dondequiera que celebre la Misa, debe hacerlo empleando pan ázimo.
Canon 927.
Está terminantemente prohibido, aun en caso de extrema necesidad, consagrar una materia sin la otra, o ambas fuera de la celebración eucarística.
Canon 928.
La celebración eucarística hágase en lengua latina, o en otra lengua con tal que los textos litúrgicos hayan sido legítimamente aprobados.
Canon 929.
Al celebrar y administrar la Eucaristía, los sacerdotes y los diáconos deben vestir los ornamentos sagrados prescritos por las rúbricas.
Canon 930.
1. El sacerdote enfermo o anciano, si no es capaz de estar de pie, puede celebrar sentado el Sacrificio eucarístico, observando siempre las leyes litúrgicas, pero no con asistencia de pueblo, a no ser con licencia del Ordinario del lugar.
2. El sacerdote ciego o que sufre otra enfermedad puede celebrar el Sacrificio eucarístico con cualquier texto de la Misa de entre los aprobados, y con asistencia, si el caso lo requiere, de otro sacerdote o diácono, o también de un laico convenientemente instruido, que le preste ayuda.
Del tiempo y lugar de la celebración de la Eucaristía
Canon 931.
La celebración y administración de la Eucaristía puede hacerse todos los días y a cualquier hora, con las excepciones que se establecen en las normas litúrgicas.
Canon 932.
1. La celebración eucarística se ha de hacer en lugar sagrado, a no ser que, en un caso particular, la necesidad exija otra cosa; en este caso, la celebración debe realizarse en un lugar digno.
2. Se debe celebrar el Sacrificio eucarístico en un altar dedicado o bendecido; fuera del lugar sagrado se puede emplear una mesa apropiada, utilizando siempre el mantel y el corporal.
Canon 933.
Por justa causa, con licencia expresa del Ordinario del lugar y evitando el escándalo, puede un sacerdote celebrar la Eucaristía en el templo de una Iglesia o comunidad eclesial que no estén en comunión plena con la Iglesia católica.
CAPÍTULO II.
DE LA RESERVA Y VENERACIÓN DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA
Canon 934.
1. La santísima Eucaristía:
Debe estar reservada en la iglesia catedral o equiparada a ella, en todas las iglesias parroquiales y en la iglesia u oratorio anejo a la casa de un instituto religioso o sociedad de vida apostólica;
Puede reservarse en la capilla del Obispo y, con licencia del Ordinario del lugar, en otras iglesias, oratorios y capillas.
2. En los lugares sagrados donde se reserva la santísima Eucaristía debe haber siempre alguien a su cuidado y, en la medida de lo posible, celebrará allí la Misa un sacerdote al menos dos veces al mes.
Canon 935.
A nadie está permitido conservar en su casa la santísima Eucaristía o llevarla consigo en los viajes, a no ser que lo exija una necesidad pastoral, y observando las prescripciones dictadas por el Obispo diocesano.
Canon 936.
En la casa de un instituto religioso o en otra casa piadosa, se debe reservar la santísima Eucaristía sólo en la iglesia o en el oratorio principal anejo a la casa; pero el Ordinario, por causa justa, puede permitir que se reserve también en otro oratorio de la misma casa.
Canon 937.
La iglesia en la que está reservada la santísima Eucaristía debe quedar abierta a los fieles, por lo menos algunas horas al día, a no ser que obste una razón grave, para que puedan hacer oración ante el santísimo Sacramento.
Canon 938.
1. Habitualmente, la santísima Eucaristía estará reservada en un solo sagrario de la iglesia u oratorio.
2. El sagrario en el que se reserva la santísima Eucaristía ha de estar colocado en una parte de la iglesia u oratorio verdaderamente noble, destacada convenientemente adornada, y apropiada para la oración.
3. El sagrario en el que se reserva habitualmente la santísima Eucaristía debe ser inamovible, hecho de materia sólida no transparente, y cerrado de manera que se evite al máximo el peligro de profanación.
4. Por causa grave, se puede reservar la santísima Eucaristía en otro lugar digno y más seguro, sobre todo durante la noche.
5. Quien cuida de la iglesia u oratorio ha de proveer a que se guarde con la mayor diligencia la llave del sagrario en el que está reservada la santísima Eucaristía.
Canon 939.
Deben guardarse en un copón o recipiente las Hostias consagradas, en cantidad que corresponda a las necesidades de los fieles, y renovarse con frecuencia, consumiendo debidamente las anteriores.
Canon 940.
Ante el sagrario en el que está reservada la santísima Eucaristía ha de lucir constantemente una lámpara especial, con la que se indique y honre la presencia de Cristo.
Canon 941.
1. En las iglesias y oratorios en los que esté permitido tener reservada la santísima Eucaristía, se puede hacer la exposición tanto con el copón como con la custodia, cumpliendo las normas prescritas en los libros litúrgicos.
2. Durante la celebración de la Misa, no se tenga exposición del santísimo Sacramento en la misma iglesia u oratorio.
Canon 942.
Es aconsejable que en esas mismas iglesias y oratorios se haga todos los años exposición solemne del santísimo Sacramento, que dure un tiempo adecuado, aunque no sea continuo, de manera que la comunidad local medite más profundamente sobre el misterio eucarístico y lo adore; sin embargo, esa exposición se hará sólo si se prevé una concurrencia proporcionada de fieles, y observando las normas establecidas.
Canon 943.
Es ministro de la exposición del santísimo Sacramento y de la bendición eucarística el sacerdote o el diácono; en circunstancias peculiares, sólo para la exposición y reserva, pero sin bendición, lo son el acólito, el ministro extraordinario de la sagrada comunión u otro encargado por el Ordinario del lugar, observando las prescripciones dictadas por el Obispo diocesano.
Canon 944.
1. Como testimonio público de veneración a la santísima Eucaristía, donde pueda hacerse a juicio del Obispo diocesano, téngase una procesión por las calles, sobre todo en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo.
2. Corresponde al Obispo diocesano dar normas sobre las procesiones, mediante las cuales se provea a la participación en ellas y a su decoro. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Sab Ago 11, 2007 2:00 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Mensaje final del Sínodo de los Obispos
Mensaje final de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Extractos del documento titulado "La Eucaristía, Pan vivo para la paz del mundo" (22 de octubre de 2005).
Vatican Information Service
LA EUCARISTÍA, PAN VIVO PARA LA PAZ DEL MUNDO
"Convocados a Roma por Su Santidad el Papa Juan Pablo II, de venerable memoria, y confirmados por Su Santidad Benedicto XVI, hemos llegado desde de los cinco continentes para rezar y reflexionar juntos sobre la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. La finalidad del Sínodo ha sido ofrecer al Santo Padre algunas propuestas útiles para actualizar la pastoral eucarística de la Iglesia. Hemos podido experimentar lo que la sagrada Eucaristía significa desde los orígenes: una sola fe y una sola Iglesia, alimentada por un mismo Pan de vida y en comunión visible con el sucesor de Pedro.
El diálogo fraterno entre obispos e invitados-oyentes, así como el diálogo con los representantes ecuménicos, ha renovado nuestra convicción de que la sagrada Eucaristía no sólo anima y transforma la vida de nuestras Iglesias particulares de Oriente y Occidente, sino también las múltiples actividades humanas en los muy diversos medios en los que vivimos. Experimentamos una profunda alegría al constatar la unidad de nuestra fe eucarística dentro de la gran variedad de ritos, culturas y situaciones pastorales. La presencia de tantos hermanos obispos nos ha permitido experimentar de forma todavía más directa la riqueza de nuestras diferentes tradiciones litúrgicas. Una riqueza que hace resplandecer la profundidad del único misterio eucarístico.
Os invitamos a rezar con más fervor, hermanos y hermanas cristianos de todas las confesiones, para que llegue el día de la reconciliación y de la plena unidad visible de la Iglesia, en la celebración de la Santa Eucaristía, en conformidad con la oración del Señor la víspera de su muerte: Que todos sean uno.
Nuestra gratitud va también a todo el pueblo de Dios cuya proximidad y solidaridad hemos percibido durante estas tres semanas de oración y de reflexión. Las Iglesias particulares en China, y sus obispos que no han podido unirse a nuestros trabajos, han ocupado un lugar especial en nuestros pensamientos y oraciones.
EN ESCUCHA DEL SUFRIMIENTO DEL MUNDO
La Asamblea Sinodal ha sido un tiempo intenso de intercambios y testimonios sobre la vida de la Iglesia en los diversos continentes. Hemos tomado conciencia de las situaciones dramáticas y de los sufrimientos causados por las guerras, el hambre, las diferentes formas de terrorismo y de injusticia, que afectan a la vida cotidiana de centenares de millones de seres humanos. Las explosiones de violencia en Medio Oriente y en África nos han sensibilizado ante el olvido que sufre el continente africano en la opinión pública mundial. Los desastres naturales, que parecen hacerse más frecuentes, obligan a considerar la naturaleza con más respeto y a reforzar los lazos de solidaridad con las poblaciones afectadas.
No hemos permanecido en silencio ante los graves problemas causados por la secularización, presente sobre todo en Occidente, que conducen a la indiferencia religiosa y a varias manifestacio¬nes de relativismo. Hemos recordado y denunciado las situaciones de injusticia y de pobreza extrema que proliferan por todas partes, pero especialmente en América Latina, en África y en Asia. Todos estos sufrimientos claman a Dios e interpelan la conciencia de la humanidad. (...) Nuestro pensamiento se dirige también a los que gobiernan las naciones, para que, con diligencia, aseguren a todos el bien común y promuevan la dignidad de cada persona, desde su concepción hasta su muerte natural. Les pedimos que promuevan leyes respetuosas del derecho natural respecto al matrimonio y a la familia. Por nuestra parte continuaremos participando activamente en el esfuerzo común para crear las condiciones duraderas de un progreso real para toda la familia humana, en el que a nadie falte el pan de cada día
HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA
Desde el inicio la Iglesia hace memoria de la muerte y resurrección de Jesús con sus mismas palabras y sus mismos gestos en la Última Cena, pidiendo al Espíritu Santo que transforme el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor. Con la Tradición constante de la Iglesia creemos firmemente y enseñamos que las palabras de Jesús que el sacerdote pronuncia en la Misa, por el poder del Espíritu, realizan lo que significan. Realizan la presencia real de Cristo resucitado.
Cuarenta años después del Concilio Vaticano II, hemos querido verificar en qué medida los misterios de la fe se expresan y celebran adecuadamente en nuestras asambleas litúrgicas. El Sínodo reafirma que el Concilio Vaticano II ha puesto las bases necesarias para una reforma litúrgica auténtica. Es importante cultivar sus frutos positivos y corregir los abusos que se hayan introducido en la práctica litúrgica. Estamos convencidos de que el respeto del carácter sagrado de la liturgia pasa por una fidelidad auténtica a las normas litúrgicas de la autoridad legítima. Que nadie se considere dueño de la liturgia de la Iglesia.
LUCES EN LA VIDA EUCARÍSTICA DE LA IGLESIA
Muchos testimonios nos han hablado de hechos positivos y consoladores. Por ejemplo, la toma de conciencia de la importancia de la Misa dominical; el aumento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en varias partes del mundo; la experiencia fuerte de las Jornadas Mundiales de la Juventud que han culminado en Colonia, Alemania; el desarrollo de numerosas iniciativas para la adoración del Santísimo Sacramento prácticamente en todo el mundo; la renovación de la catequesis del Bautismo y de la Eucaristía a la luz del Catecismo de la Iglesia Católica; el crecimiento de movimientos y comunidades que forman misioneros para la nueva evangelización;
Damos gracias a Dios porque en varios países donde los sacerdotes estaban ausentes o confinados a la clandestinidad, la Iglesia puede ahora celebrar libremente los Santos Misterios. La libertad de evangelizar y los testimonios de renovado fervor despiertan poco a poco la fe en zonas profundamente descristianizadas. Saludamos con afecto y alentamos a los que aún sufren persecución. Pedimos también que donde los cristianos son minoría puedan celebrar el Día del Señor con toda libertad.
RETOS PARA UNA RENOVACIÓN EUCARÍSTICA
La vida de nuestras Iglesias está marcada también por sombras y problemas que no hemos eludido. Pensamos ante todo en la pérdida del sentido del pecado y en la crisis persistente de la práctica del sacramento de la penitencia
Por otro lado, la falta de sacerdotes para celebrar la Eucaristía del domingo nos preocupa enormemente y nos invita a rezar y a promover más activamente las vocaciones sacerdotales. Algunos sacerdotes se ven obligados a multiplicar las celebraciones y los desplazamientos de un lugar a otro para responder lo mejor posible a las necesidades de los fieles, al precio de grandes fatigas. Merecen nuestra estima y solidaridad..
En los distintos continentes que padecen esa falta de sacerdotes existen diferentes formas de celebraciones dominicales. Por otra parte, la práctica de la "comunión espiritual", muy apreciada por la tradición católica, ciertamente se podría y debería promover y explicar mejor, tanto para ayudar a los fieles a mejorar la comunión sacramental, como para dar un verdadero consuelo a los que, por diversas razones, no pueden recibir la comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo. Creemos que esta práctica ayudaría a las personas solas, en particular a discapacitados, ancianos, prisioneros y refugiados.
Conocemos la tristeza de los que no pueden recibir la comunión sacramental por causa de una situación familiar no conforme con el mandamiento del Señor. Algunas personas divorciadas y vueltas a casar aceptan con dolor no poder comulgar sacramentalmente y lo ofrecen a Dios. Otras no entienden esta restricción y viven una gran frustración interior. Aunque no estemos de acuerdo con su elección, reafirmamos que no son excluidos de la vida de la Iglesia. Les pedimos que participen en la Misa dominical y escuchen frecuentemente la Palabra de Dios para que alimente su vida de fe, de caridad y de conversión. Deseamos decirles que estamos cercanos a ellos con la oración y la solicitud pastoral.
Hemos constatado también en ciertos ambientes una disminución del sentido de lo sagrado que afecta no sólo a la participación activa y fructuosa de los fieles en la Misa, sino también a la manera de celebrar y a la cualidad del testimonio de vida que los cristianos están llamados a dar. (...) La descristianiza¬ción reclama una mejor formación a la vida cristiana en las familias, para que la práctica de los sacramentos se renueve y manifieste realmente el contenido de la fe. Invitamos pues a los padres, pastores y catequistas a movilizarse en un gran trabajo de evangelización y de educación a la fe al inicio de este nuevo milenio.
Ante el Señor de la historia y ante el futuro del mundo, los pobres de siempre y los nuevos, las víctimas de injusticias, cada vez más numerosas, y todos los olvidados de la tierra nos interpelan, nos recuerdan a Cristo en agonía hasta el final de los tiempos. Estos sufrimientos no pueden ser extraños a la celebración del misterio eucarístico, que compromete a todos nosotros a obrar por la justicia y la transformación del mundo de manera activa y consciente, a partir de la enseñanza social de la Iglesia que promueve la centralidad y dignidad de la persona
SERÉIS MIS TESTIGOS
La Sagrada Eucaristía es el don del Amor, un encuentro con Dios que nos ama y una fuente que mana vida eterna. Obispos, sacerdotes y diáconos somos los primeros testigos y servidores de este Amor
Queridos sacerdotes: (...) os pedimos ser, con nosotros y siguiendo el ejemplo del Santo Padre Benedicto XVI, "humildes obreros de la viña del Señor", con una vida sacerdotal coherente.
Con gratitud recordamos el empeño de los diáconos permanentes, de los catequistas, de los agentes de pastoral y de numerosos laicos que activamente trabajan en favor de la comunidad.
Saludamos y damos las gracias a todas las personas consagradas, porción escogida de la viña del Señor, que testimonian gratuitamente la Buena Nueva del Esposo que viene. Vuestro testimonio eucarístico de seguimiento de Cristo es un grito de amor en la noche del mundo.
Queridos jóvenes Confiamos en vuestras capacidades y en vuestro deseo de desarrollar los valores positivos del mundo y de cambiar lo que es injusto y violento. Contad con nuestro apoyo y nuestra oración para que juntos nos enfrentemos con el reto de construir el futuro con Cristo.
A los jóvenes seminaristas (...) les deseamos que su vida de formación esté impregnada de una auténtica espiritualidad eucarística.
Queridos esposos cristianos y familias, vuestra vocación a la santidad, como iglesia doméstica, se alimenta en la Mesa de la Eucaristía. En el sacramento del matrimonio vuestra fe transforma la unión conyugal en un templo del Espíritu Santo, en fuente fecunda de nueva vida que engendra los hijos, fruto de vuestro amor. Hemos hablado a menudo de vosotros en el Sínodo, porque somos conscientes de las fragilidades y de las incertidumbres del mundo presente.
A los enfermos y discapacitados: (...) Por el dolor que sentís en vuestro cuerpo y en vuestro corazón participáis de manera singular en el sacrificio de la Eucaristía, como testigos privilegiados del amor que de ella deriva.
QUE TODOS SEAN UNO
El Santo Padre Benedicto XVI ha reiterado el compromiso solemne de la Iglesia con la causa ecuménica. (...) Todos sentimos el dolor de la separación que impide la celebración común de la Santa Eucaristía. Queremos intensificar en las comunidades la oración por la unidad, el intercambio de dones entre las Iglesias y las comunidades eclesiales, así como los contactos respetuosos y fraternos entre todos, para conocernos mejor y amarnos, respetando y apreciando nuestras diferencias y nuestros valores comunes. Normas precisas de la Iglesia determinan cómo hay que conducirse respecto a la comunión eucarística de los hermanos y hermanas que no están todavía en plena comunión con nosotros. Una sana disciplina impide la confusión y los gestos precipitados que pueden obstaculizar aún más la verdadera comunión.
Como cristianos nos reconocemos muy cercanos a todos los otros descendientes de Abraham: a los judíos, herederos de la primera Alianza, y a los musulmanes. Al celebrar la sagrada Eucaristía, nos consideramos también, como dice San Agustín, sacramento de la humanidad.
CONCLUSIÓN: UNA PAZ LLENA DE ESPERANZA
Damos gracias a Dios por esta XI Asamblea Sinodal, que nos ha hecho volver a la fuente del misterio de la Iglesia, cuarenta años después del Concilio Vaticano II. Terminamos así felizmente el Año de la Eucaristía, confirmados en la unidad y renovados en el entusiasmo apostólico y misionero.
Al final de este Sínodo, experimentamos la paz llena de esperanza que los discípulos de Emaús, con el corazón encendido, recibieron del Señor resucitado. Se levantaron y volvieron apresuradamente a Jerusalén para compartir su alegría con sus hermanos y hermanas en la fe. Os deseamos que vayáis alegremente a su encuentro en la Santa Eucaristía y que experimentéis la verdad de su palabra". _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Dom Ago 12, 2007 3:19 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Hermana Maru:
¡Paz y bien!
Gracias por compartirnos estos documentos. Tomando como base lo anterior me gustaría resaltar esta parte de uno de los documentos arriba citados. Imagino que lo leíste. Dice lo siguiente.
Cita: | Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe san Efrén: « Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu [...], y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu. [...]. Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo. En efecto, es verdaderamente mi cuerpo y el que lo come vivirá eternamente » |
Nada de lo contenido en las dipocisiones que se desprenden tanto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Conferencia Episcopal Española desmiente esa verdad. Pero estaríamos hablando meremente de fe y no de Eucaristía y eso sería otro tema. De todos modos gracias Maru por tus aportes. Dios te bendiga. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Mar Ago 14, 2007 2:40 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Hermana Maru:
¡Paz y bien!
Maru Courtney escribió: | Formas sagradas especiales para celiacos escribió: | La Asociación Italiana de Celiacos ha hecho pruebas de elaboración de formas sagradas con cantidades imperceptibles de gluten, que permiten la panificación. Estas formas han sido reconocidas como válidas para la consagración eucarística por la Congregación para la Doctrina de la Fe, mediante Carta de su Secretario Monseñor Tarsizio Bertone al Presidente de dicha Asociación de 17 de agosto de 2001 (Prot. 89/78 - 1354).
Actualmente se elaboran formas con almidón de trigo, aptas para la consagración y válidas para administrar a celiacos, del tipo CERESTAR, por la firma Franz Hoch GmbH:
Hostien und Oblatenfabrik
Postfach 1465
D 63884 Miltenberg am Main
(Alemania)
De todas maneras, antes de encargarlas se recomienda preguntar al enfermo. Igualmente, parece prudente, antes de consagrar estas formas y administrarlas al enfermo por vez primera, darle una forma sin consagrar para observar la reacción. También es recomendable ponerse en contacto con la Asociación de Celiacos de la ciudad o del país para preguntarles su experiencia, así como la posibilidad de que conozcan otras compañías que elaboren formas especiales. |
darle una forma sin consagrar para observar la reacción.
Me pregunto.....que reaccion deberian observar, si ya consagrada "no les pasa nada" |
Precisamente porque luego de ser consagrada no hay esencia de trigo es necesario ver la reacción antes, cuando la escencia del trigo está presente.
Maru Courtney escribió: | Por que sera que la Congregación para la Doctrina de la Fe se toma tantas molestias y estudios si lo mas facil seria decirles a los enfermos que comulguen sin miedo |
Porque eso sería imponer la fe Maru y te lo he repetido varias veces ya en los mail que hemos intercambiado. La fe se expone, no se impone. La exposición de la fe está en expresiones como; "quien comulga con fe come espíritu y fuego" o "si tienes fe comulga" cuando se dicen tomando en cuenta milagros reales en ese sentido y cuando se expresan con base magisterial pero sería imponer la fe usar esas mismas expresiones sin que medie la información correcta y veráz que expresa la Doctrina Católica, y si esas expresiones no suponen acogida a la sesibilidad de los celiácos.
Maru Courtney escribió: | Tendra algun error La Carta a los Obispos acerca del uso de pan sin gluten y mosto como materia para la Consagración eucarística |
No creo que lo tenga.
Maru Courtney escribió: | Si hasta al peor pecador se le dice de frente "arrepientete y no peques mas" para poder comulgar, porque no se les dice a los enfermos "Ten fe para que no te haga daño y puedas comulgar" |
Porque la fe no se impone, dejaría de ser fe sería coación. Dios te bendiga. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
MANMARY Asiduo
Registrado: 26 Jul 2007 Mensajes: 251
|
Publicado:
Jue Ago 16, 2007 8:08 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Albert, sin pretender entablar diatribas y/o polémicas con relación a este tema, por cuanto me declaro total y asolutamente neófita sobre todo cuanto dice el Derecho Canónico y iglesia sobre la eucaristía. Debo reconocer que es edificante el aporte que haces a nuestra cultura con lo que aca escribes. Sin embargo, sé lo que significa tomar el cuerpo y la sangre de cristo en la Eucaristía. Sé lo que purifica y se renueva la fé que tenemos en nuestro Señor Jesús, las veces que tomamos la Eucaristía.
En mi caso, soy celíaca y al mismo tiempo padezco de Diabetes Mellitus Tipo II, lo que significa que no puedo consumir azúcares ni glúten en las comidas y eso es de por vida. La última vez que tomé la sagrada hostia, se me subió el azúcar a 400 y según el parte médico lo que aceleró la reacción fue el glúten que consumí. Esta recaída ameritó dos días de hospitalización más extremos cuidados por la fatiga que produce el consumo de glúten (en la cantidad que sea).
Albert, el hecho de no poder recibir la sagrada hostia por este motivo, a mi modo de ver dista mucho de mi fé como cristiana. Por cuanto al comulgar (como dice Maru) todos lo hacemos por la fe que tenemos en Dios, en recibir su cuerpo y purificarnos. Creo que lo que escribiste en el párrafo inicial de este post es algo subjetivo por cuanto no existe un FETROMETRO (aparato para medir la fe). No se puede medir la fe por dejar de percibir la sagrada hostia. Para nosotros los que somos de estas condiciones de salud y que profesamos la fe en nuestro Señor Jesús, el que se nos tilde de HOMBRES O MUJERES DE POCA FE por no poder percibir la sagrada hostia, nos cuestiona y alli nos hacemos las siguientes preguntas:
1.- Dios diferencia los que perciben la sagrada hostia, de los que no la reciben por razones de salud?
2.- Somos menos cristianos, católicos, quienes somos de esta condición?
3.- Somos catalogados cristianos de segunda por esta razón?
4.- Tenemos menos fe que quienes si pueden comulgar con el cuerpo de cristo?
5.- Imagína Alert, que existen algunos vinos que contienen altos niveles de azúcar y que tampoco pueden consumir los deiabéticos. Entonces, seremos considerados cristianos o católicos de menos fe que los anteriores?
Pienso que si bien es cierto que se están buscando alternativas a esta problemática, no es menos cierto que como humanos debemos tomar nuestras propias precauciones para conservar la salud. Siempre con la fe en el Señor nuestro Dios que todo saldrá bien. Que mientras estemos a su lado nada nos sucederá.
Disculpame si no sé expresarme en los términos idóneos para este tipo de tema religioso, solo trato de exponer mi situación y las de muchos como yo.
Acá te copio un poco de lo que es la Celiaquía y la Diábetes Mellitus para vuestras propias conclusiones:
El único tratamiento posible para la celiaquía es la total y estricta ausencia de gluten en la dieta.
Alimentos permitidos: Ciertos lácteos (leches enteras o descremadas sin sabor), carnes al natural (sin aditivos), todo tipo de frutas y verduras frescos, legumbres, azúcar, sal y condimentos al natural (no molidos), harinas sustitutas de maíz, de papa (chuño), tapioca, mandioca, quínoa, soya y linaza; aceites vegetales; semillas y frutos secos enteros y edulcorantes como la sacarina.
Alimentos prohibidos: Todo tipo de pan y pastas derivados de la harina de trigo, leches industriales como las con sabor y cultivadas, cecinas, quesos fundidos en láminas o cremas, pescados enlatados, sustitutos de huevo, higos secos, legumbres congeladas, cereales asociados como avena, cebada, cuscus, semolina, margarinas, mayonesas comerciales y sucedáneos del café y té.
Un abrazotote desde mi paria querida. Venezuela _________________ Gracias Señor por este nuevo día!! |
|
Volver arriba |
|
 |
Albert + Moderador

Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 27940 Ubicación: Puerto Rico
|
Publicado:
Dom Ago 19, 2007 3:38 am Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Hermana Manmary:
¡Paz y bien!
Cita: | 1.- Dios diferencia los que perciben la sagrada hostia, de los que no la reciben por razones de salud? |
No.
Cita: | 2.- Somos menos cristianos, católicos, quienes somos de esta condición? |
No.
Cita: | 3.- Somos catalogados cristianos de segunda por esta razón? |
No.
Cita: | 4.- Tenemos menos fe que quienes si pueden comulgar con el cuerpo de cristo? |
No necesariamente.
Cita: | 5.- Imagína Alert, que existen algunos vinos que contienen altos niveles de azúcar y que tampoco pueden consumir los deiabéticos. Entonces, seremos considerados cristianos o católicos de menos fe que los anteriores? |
No.
Hermana, mi aporte no pretende ser un descalificante de los enfermos de intolerancia al gluten. Mi aporte pretende dar a entender que la Eucaristía es un acto de fe, quien comulga se restaura y como dije al principio quien diga que en la comunión no se restaura la vida de quien comulga, no conoce nuestra fe. La Iglesia ha establecido los medios para acercarse a comulgar no importa la situación que pueda tener el fiel para hacerlo, y si no pudiera hacerlo físicamente a causa de condiciones de salud, aun así existe la comunión espiritual y para ello lo único necesario es fe. No cuestiono la fe de nadie hermana, presento una verdad dogmática que es nada más que la base de nuestra fe. Quien tiene fe comulga. Tu tienes fe, que no es medible como bien dices, y es por esa fe que comulgas ¿verdad? Entonces no debes sentirte ni intimidada ni menospreciada, ni descalificada porque yo te diga; ¿Tienes fe?...¡Comulga!
Dios te colme de bendiciones. _________________

Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS |
|
Volver arriba |
|
 |
Luciana Belén Moderador

Registrado: 21 Nov 2005 Mensajes: 4928 Ubicación: La Plata, Argentina
|
Publicado:
Lun Ago 20, 2007 11:17 pm Asunto:
NOTA DE MODERACIÓN
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Nota de Moderación:
Estimados foristas,este tema ya ha sido tratado en:
Soy celíaca y no puedo recibir la Eucaristía
Se les recuerda, que los temas considerados off topic serán eliminados
3j. Cualquier mensaje que desvíe el contenido del tema principal del epígrafe será considerado [OffTopic] (fuera de tema), por lo que podrá ser borrado sin previo aviso. Para el correcto funcionamiento de los foros, en vez de desviar un tema, es preferible abrir una nueva conversación con el nuevo tópico.
Agregando que:
4f. Cualquier polémica personal ha de solucionarse a través de los emails privados de los foristas y no públicamente en el foro. Además, está prohibido el retomar en cualquier epígrafe ningún debate personal pasado.No se permite tampoco, traer pleitos de otros foros a este espacio.
Por lo anterior expuesto, cierro éste tema.
En unión de oraciones! Luciana. _________________
"Aspira a lo celeste que siempre dura, fiel y rico en promesas Dios no se muda." |
|
Volver arriba |
|
 |
Luciana Belén Moderador

Registrado: 21 Nov 2005 Mensajes: 4928 Ubicación: La Plata, Argentina
|
Publicado:
Vie Oct 05, 2007 10:35 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Maru Courtney escribió: | Antes que nada pido una disculpa por tardar tanto tiempo, pero hasta el dia de hoy me llego la respuesta.
Cita: | Estimada Maru:
El P. Fuentes me ha delagado responder a su consulta.
En el sacramento de la Eucaristía, -como en todo sacramento-, debemos distinguir la materia (pan y vino), de la forma (las palabras de la consagración por las que, el sacerdote obra en la Persona de Cristo (In Persona Christi) por intervención del Espíritu Santo. Es verdad, como Usted dice, que luego de la consagración ya no hay más pan y vino, pero, como distingue Santo Tomás de Aquino, aunque ya no está más la sustancia del pan y del vino, sino la del Cuerpo y Sangre del Señor (esto es lo que se llama, justamente, "transubstanciación"), sin embargo, permanecen los accidentes del pan y del vino, es decir, el color, tamaño, peso, gusto, etc. Santo Tomás lo explica así:
Consta por el testimonio de los sentidos que, después de la consagración, los accidentes del pan y del vino permanecen. Y esto lo ha dispuesto así sabiamente la divina providencia. Primero, porque no es habitual entre los hombres, sino cosa horrible, comer y beber carne y sangre humanas, se nos ofrece la carne y la sangre de Cristo bajo las especies de unos alimentos que son los más frecuentemente utilizados por los hombres, o sea, el pan y el vino. Segundo, para no exponer este sacramento a la burla de los infieles, cosa que sucedería si comiéramos al Señor en su estado físico. Tercero, para que el hecho de recibir invisiblemente el cuerpo y la sangre del Señor aumente el mérito de nuestra fe. (S. Th., III, 75, 5)
Por lo que si un sacerdote consumiera un litro de vino consagrado (que es sangre de Cristo), podría sufrir los efectos del alcohol, y un fiel que comiera dos kilos de pan consagrado, se alimentaría corporalmente, puesto que al conservarse los accidentes, también se conservan esas propiedades. Es que Jesús está verdadera, real y sustancialmente en la Eucaristía, pero no en especie propia (de modo que lo veamos, lo toquemos, etc.) sino en especie ajena (las especies del pan y del vino), por eso es que cuando lo comemos no le hacemos daño, y cuando se cae una hostia al suelo, no se golpea Cristo, etc. porque esto afecta a los accidentes, que son los que tienen contacto con lo exterior. (Puede ver estos temas en la Suma Teológica, III Parte, cuestiones 73-83.
|
|
_________________
"Aspira a lo celeste que siempre dura, fiel y rico en promesas Dios no se muda." |
|
Volver arriba |
|
 |
Luciana Belén Moderador

Registrado: 21 Nov 2005 Mensajes: 4928 Ubicación: La Plata, Argentina
|
Publicado:
Vie Oct 05, 2007 10:38 pm Asunto:
Tema: Eucaristía, Mysterium fidei |
|
|
Maru Courtney escribió: | Es por eso que los celíacos no pueden comulgar de las hostias consagradas con el pan con el que comúnmente se consagra, sino que pueden comulgar con el pan con una mínima cantidad de gluten, como lo permite la Carta a los obispos del 24/07/2003, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que le transcribo -sustancialmente, en lo que toca al tema que pregunta- a continuacióny, y que Usted debe conocer, por la alusión que hace a la CDF:
Carta a los presidentes de las comisiones episcopales
sobre la comunión de los celíacos
24 de julio de 2003
Eminencia:
Desde hace muchos años la Congregación para la Doctrina de la Fe estudia cómo resolver las dificultades que tienen algunas personas en la recepción de la comunión eucarística cuando, por diferentes y graves motivos, no pueden asumir pan preparado normalmente o vino normalmente fermentado.
Para ofrecer a los Pastores orientaciones comunes y seguras, en el pasado han sido emanados varios documentos (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, «Rescriptum», 15 de diciembre de 1980, en Leges Ecclesiae, 6/4819, 8095-8096; «De celebrantis communione», 29 de octubre de 1982, en AAS 74, 1982, 1298-1299; «Lettera ai Presidenti delle Conferenze Episcopali», 19 de junio de 1995, en Notitiae 31, 1995, 608-610).
Ahora se estima oportuno volver sobre el asunto, a la luz de la experiencia de los últimos años, retomando y aclarando donde sea necesario, los documentos antes mencionados.
A) DEL USO DEL PAN SIN GLUTEN Y DEL MOSTO
1. Las hostias sin nada de gluten son materia inválida para la Eucaristía.
2. Son materia válida las hostias con la mínima cantidad de gluten necesaria para obtener la panificación sin añadir sustancias extrañas ni recurrir a procedimientos que desnaturalicen el pan.
3. Es materia válida para la Eucaristía el mosto, esto es, el zumo de uva fresco o conservado, cuya fermentación haya sido suspendida por medio de procedimientos que no alteren su naturaleza (por ejemplo el congelamiento).
B) DE LA COMUNIÓN BAJO UNA SOLA ESPECIE
O CON MÍNIMA CANTIDAD DE VINO
1. El fiel celíaco que no pueda recibir la comunión bajo la especia del Pan, incluido el pan con una mínima cantidad de gluten, puede comulgar bajo la sola especie del Vino.
+ Joseph Card. Ratzinger
Prefecto
He aquí un artículo de Pedro María Reyes Vizcaíno, que puede interesarle:
La comunión eucarística a enfermos celiacos (http://www.vidasacerdotal.org/articulos/art074.html)
La enfermedad celiaca y la comunión eucarística
La Congregación para la Doctrina de la Fe, en su Carta a los Obispos acerca del uso de pan sin gluten y mosto como materia para la Consagración eucarística, de 19 de junio de 1995 establece que no se deben utilizar formas hechas con harina de la que se haya eliminado por completo el gluten: tales formas son materia inválida para la celebración del sacrificio eucarístico. Son válidas “si en ellas permanece la cantidad de gluten suficiente para obtener la panificación, si no se han añadido materias extrañas y si el procedimiento usado para su confección no desnaturaliza la sustancia del pan”.
Por su parte, el canon 925 señala que se puede administrar la comunión “en caso de necesidad, también bajo la sola especie del vino”.
Para elaborar las formas especiales a las que se ha quitado parte del gluten -nunca se puede quitar todo el gluten, como ya se ha indicado- está prevista la licencia del Ordinario; para administrar la comunión con la sola especie del vino, a tenor de la letra del canon, no es necesario pedir la licencia al obispo. Sin embargo, puede ser conveniente comunicarlo al Obispo si en algún caso a un sacerdote se le presenta un caso de modo habitual.
En la práctica, en los casos que se presenten puede ser más sencillo administrar la comunión bajo la sola especie del vino, que encargar la elaboración de formas especiales. Y desde luego es la única solución si el enfermo celiaco se presenta antes de la Misa, y no es feligrés habitual.
Para administrar la comunión con la especie del vino la liturgia ofrece varias posibilidades.
Si el enfermo celiaco es feligrés habitual, quizá lo mejor es adquirir una cucharilla pequeña de plata, que hay que purificar después de cada comunión (se puede hacer en el vaso de agua que suele haber en los altares); y, lógicamente, el feligrés debe avisar al celebrante antes de cada Misa.
La otra posibilidad es que el fiel suma el vino directamente del cáliz. Algunas Conferencias Episcopales y algunas diócesis han dado normas sobre esta materia. A veces, ha habido acuerdos entre la diócesis y las Asocaciones de Celiacos competentes para tratar de llegar a puntos de acuerdo en asuntos de interés común. Naturalmente, en esos territorios el sacerdote debe conocer la normativa aplicable.
Muchas veces, el derecho particular prescribe que si se va a usar una forma elaborada de modo especial para administrar la comunión a un celiaco, se consagre en una píxide que sólo contenga estas formas. Igualmente si se van a reservar en el sagrario, se hará en una píxide distinta de la que contiene las demás formas y que no se puedan confundir. A la hora de dar la comunión al celiaco, el ministro se debe lavar antes las manos: para ello es suficiente que use el vaso con agua que suele haber junto al sagrario para mojarse los dedos. Son medidas de prudencia para evitar errores con consecuencias imprevisibles, y también para impedir que el celiaco pueda recibir, en la comunión, partículas de formas con gluten en cantidades ordinarias. Si la comunión la va a recibir con el cáliz, se debe usar un cáliz distinto del común, al que no se añadirá ninguna partícula de pan consagrado.
En cualquier caso, el sacerdote debe tener en cuenta la problemática particular del enfermo celiaco. Los enfermos celiacos tienen deseo de hacer una vida, en lo posible, normal. El sacerdote debe comprender que la comunión bajo la sola especie de vino es una distinción que a un celiaco le puede resultar molesta: por eso, el pastor procurará evitarla en la medida de lo posible.
Por razones de profundo sentido dogmático, no es posible consagrar formas con harina de trigo desnaturalizada -como recuerda la mencionada Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe- ni tampoco usar formas elaboradas con harina de maíz u otra sustancia distinta del trigo. El sacerdote ha de procurar explicar con tacto a los enfermos celiacos estas cuestiones, y debe hacerle ver que la comunión con el vino no es una discriminación a nadie, ni tampoco una humillación por razón de la enfermedad. Puede explicar que sobre la materia de los sacramentos la Iglesia no tiene poder de disposición, de modo que nadie puede alterarla.
Por otra parte, en ocasiones ha dado resultado el ir suministrando en las comidas cantidades muy pequeñas de gluten, aumentando progresivamente el índice de tolerancia hasta llegar al equivalente del contenido en una forma pequeña. Naturalmente, esta solución sólo se debe realizar bajo control médico. Además -y siempre con la autorización médica- si la enfermedad no es grave parece preferible administrar la comunión con una forma pequeña partida a la mitad o a la cuarta parte, o incluso menos, si el sujeto lo tolera.
Formas sagradas especiales para celiacos
La Asociación Italiana de Celiacos ha hecho pruebas de elaboración de formas sagradas con cantidades imperceptibles de gluten, que permiten la panificación. Estas formas han sido reconocidas como válidas para la consagración eucarística por la Congregación para la Doctrina de la Fe, mediante Carta de su Secretario Monseñor Tarsizio Bertone al Presidente de dicha Asociación de 17 de agosto de 2001 (Prot. 89/78 - 1354).
Actualmente se elaboran formas con almidón de trigo, aptas para la consagración y válidas para administrar a celiacos, del tipo CERESTAR, por la firma Franz Hoch GmbH:
Hostien und Oblatenfabrik
Postfach 1465
D 63884 Miltenberg am Main
(Alemania)
De todas maneras, antes de encargarlas se recomienda preguntar al enfermo. Igualmente, parece prudente, antes de consagrar estas formas y administrarlas al enfermo, darle una forma sin consagrar para observar la reacción. También es recomendable ponerse en contacto con la Asociación de Celiacos de la ciudad o del país, para preguntarles su experiencia, así como la posibilidad de que conozcan otras compañías que elaboren formas especiales.
--------------------------------------------------------------------------------
El texto de S. Efrén hay que interpretarlo también. Con la donación de su cuerpo y de su sangre Cristo nos comunicó también su Espíritu, como en el momento de morir, que "entregó su espíritu" , dice San Juan, y como en Pentecostés, que es como una efusión de la Pascua de Cristo (de su Muerte y Resurrección). Lo que directamente se recibe es el Cuerpo (en la hostia consagrada) y la SAngre de Cristo (en el vino consagrado), pero se recibe por concomitancia también el alma (ya que Cristo está vivo, y, por tanto, su cuerpo está unido al alma, lo mismo que su sangre), y la divinidad (ya que por la unión hipostática, el Verbo de Dios, el Hijo, en la encarnación asumió una naturaleza humana que ni la muerte pudo separar, y por tanto, la divinidad de Cristo está presente por concomitancia en la hostia y en el cáliz consagrado. Además, por ser la Divinidad una e indivisible, donde está presente una Persona están las otras dos, y por eso, al recibir a Cristo, podemos decir que recibimos también al Padre y al Espíritu Santo. Difícil es este misterio, estimada Maru, no en vano aclamamos luego de la doble consagración: ¡mysterium fidei!
Espero no haberla confundido más, si necesita alguna aclaración, no dude en escribir. Cuente con mis oraciones y sacrificios.
En Cristo y María.
P. Jon Mikel de Arza Blanco, IVE |
_________________
"Aspira a lo celeste que siempre dura, fiel y rico en promesas Dios no se muda." |
|
Volver arriba |
|
 |
|