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Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo

 
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Guadalupe Gómez
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MensajePublicado: Jue Nov 22, 2007 5:45 am    Asunto: Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
Tema: Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
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Reflexiones para la Santa Misa del Dies Domini
www.ducinaltum.info



Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo


“Éste es el Rey de los judíos”

I. LA PALABRA DE DIOS
II. APUNTES
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
IV. PADRES DE LA IGLESIA
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO


I. LA PALABRA DE DIOS

2Sam 5,1-3: “Ungieron a David como rey de Israel.”

«Vinieron todas las tribus de Israel donde David a Hebrón y le dijeron: “Mira: hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Ya de antes, cuando Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel. Yahveh te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás el caudillo de Israel”. Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel donde el rey, a Hebrón. El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahveh, y ungieron a David como rey de Israel.»

Sal 121,1-5: “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor.”

Col 1,12-20: “El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación.”

«Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz.

Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados.

Él es Imagen de Dios invisible,
Primogénito de toda la creación,
porque en Él fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra,
las visibles y las invisibles,
los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades:
todo fue creado por Él y para Él,
Él existe con anterioridad a todo,
y todo tiene en Él su consistencia.
Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia:
Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos,
para que sea Él el primero en todo,
pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud,
y reconciliar por Él y para Él todas las cosas,
pacificando, mediante la sangre de su cruz,
lo que hay en la tierra y en los cielos.»

Lc 23,35-43: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.”

«Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: “A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido”. También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!” Había encima de él una inscripción: “Este es el Rey de los judíos”.

Uno de los malhechores colgados le insultaba: “¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!” Pero el otro le respondió diciendo: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.»

II. APUNTES

El Evangelio propuesto para este Domingo lleva a volver la mirada al momento de la crucifixión del Señor Jesús. En este marco dramático el Crucificado es objeto de burla de los magistrados judíos que le invitan a demostrar que Él es el Mesías enviado de Dios salvándose a sí mismo. También los soldados romanos se burlan de aquel “Rey de los judíos” que carece de ejércitos o huestes que luchen por Él. Asimismo uno de los dos malhechores crucificados con Él le increpa diciéndole: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»

Israel a lo largo de su historia fue gobernado por numerosos reyes. El primero de ellos fue Saúl, a quien le sucedió David, considerado el más importante de todos. La primera lectura relata el momento en el que los ancianos de Israel se dirigieron al Hebrón para ungir a David como rey de Israel.

El rey era considerado en Israel un elegido de Dios. Signo de esa elección y consagración era la unción con aceite, que con un cuerno se le echaba abundantemente sobre la cabeza. Por ello al rey se le consideraba un ungido, que en hebreo se dice mesías y en griego cristo. Estos tres términos son, pues, sinónimos. La unción era acompañada con una venida del Espíritu de Dios sobre el elegido. De este modo el rey participaba de la santidad de Dios y se convertía en una persona sagrada, inviolable, habilitada para ciertos actos religiosos. En su calidad de ungido y elegido de Dios para el gobierno de su pueblo el rey era considerado también un salvador, pues de él dependía la prosperidad y salud de todo el pueblo. Esos elementos se combinarán en la expectativa de un Salvador futuro, que será el Rey-Mesías por excelencia, prometido por Dios y esperado por Israel durante siglos como aquél que finalmente habría de restablecer el Reino de Israel (ver Hech 1,6).

¿Era Jesús ese Rey-Mesías, el Ungido o Cristo de Dios? Ni los magistrados judíos ni los soldados romanos ni aquel ladrón crucificado con Él lo creían, y por eso se burlaban de Jesús. Sin embargo, en varias ocasiones las multitudes, al ver sus milagros y llevados del fácil entusiasmo mesiánico, habían querido aclamarlo como el Rey-Salvador prometido a Israel. Durante su ministerio público Jesús nunca cedió a esos propósitos, dado que su reinado no era de orden político. Solamente aceptó ser aclamado como el Rey prometido por Dios y esperado por Israel cuando estaba ya cerca la hora de su Pasión, Muerte y Resurrección. Entonces, para dar cumplimiento a las antiguas profecías que hablaban del Mesías prometido, hizo su entrada triunfal en Jerusalén montado sobre un pollino, permitiendo ser aclamado sin restricción alguno con aquel jubiloso «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el Rey de Israel!» (Jn 12,13; ver también Lc 19,38; Mt 21,5; Zac 9,9). En efecto, sólo en la perspectiva de su próxima Pascua se proclama a sí mismo Rey, mas de un reino que no es de este mundo (ver Jn 18,36-37).

De este reino puede participar todo aquél que acoge el anuncio del Evangelio y se abre al don de la Reconciliación. Todo aquel que es librado del poder de las tinieblas por la redención y el perdón de los pecados es trasladado «al Reino del Hijo» (2ª. lectura). El Apóstol permite entender de qué orden es el “reinado” de Jesucristo: Él es «Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él, Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia». Ante una semejante descripción ciertamente la imagen mundana de un rey se queda muy corta. Jesucristo es mucho más que un rey, es SEÑOR (ver Flp 2,11).

De entre todos aquellos personajes que en el momento del tormento someten al Señor a las burlas hay otro que, crucificado con Él, logra reconocer su verdadera naturaleza y ruega al Señor Jesús que se acuerde de él cuando esté en su Reino (ver Lc 23,42). En la Cruz, oculta bajo este despojo humano, resplandece su misteriosa realeza para quien sabe ver las cosas con una mirada de fe. La gloria de su realeza brillará ya en su Resurrección pero plenamente el día de su gloriosa venida. Su Parusía será la espléndida manifestación de su reinado al mismo tiempo que del reinado de Dios (ver 2Tim 4,1).

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

La Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, es una fiesta litúrgica instituida por el Papa Pío XI el año 1925. Eran los tiempos posteriores a la “primera guerra mundial” (1914-1918). En su encíclica Quas primas, por la que decretaba la celebración de esta fiesta, juzgaba que el rechazo del señorío de Cristo y de su Evangelio en la propia vida y costumbres, en la vida familiar y social, era la causa última de tantos conflictos y desgarramientos que afligían al género humano. Siguiendo en la línea de su predecesor el Papa San Pío X, cuyo lema pontificio era «instaurarlo todo en Cristo», el deseo del Papa Pío XI era que el Señor Jesús volviese a tener la primacía en los corazones, familias y sociedades de todo el mundo.

Hoy podemos preguntarnos: ¿Se ha realizado este deseo y anhelo de aquél gran Papa? ¿Están nuestras sociedades y nuestras familias más centradas en el Señor Jesús que hace unas décadas? ¿O es que al contrario Cristo ha sido cada vez más olvidado o rechazado en las naciones, sociedades y familias de antiguo cuño católico?

Y dado que todo cambio en la familia o sociedad necesariamente pasa por el tema de la propia conversión personal, puedo preguntarme: ¿‘Reina’ Cristo verdaderamente en mi vida? ¿Se refleja este reinado en mi modo de pensar y en mi conducta toda? ¿Tiene Él la primacía en mi vida, o sólo lo recuerdo cuando lo necesito? ¿Oculto mi fe ante los demás y me avergüenzo de ser católico, o doy un valiente testimonio del Señor aun cuando sólo encuentre burla y oposición? ¿Hago del Domingo verdaderamente el “Día del Señor”, dándole la centralidad a la Misa, o voy sólo cuando me sobra tiempo para el Señor o sólo cuando tengo ganas? ¿Soy capaz de dar la vida por Cristo y su Iglesia, o pienso que no hay por qué ser tan “radicales”?

Consideremos las palabras del Señor, quien afirma de sí mismo: «Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37). Si en eso consiste su reinado, preguntémonos sinceramente: ¿Soy yo “de la Verdad”, es decir, escucho las palabras de Cristo, las atesoro y guardo en mi memoria y corazón y vivo de acuerdo a la Verdad que Él me enseña? ¿Procuro obrar de acuerdo a lo que Él me enseña en el Evangelio? ¿Obedezco a las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia, conforme a lo que Él mismo dijo: «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza» (Lc 10,16)? ¿O escucho antes las seducciones del mal, haciéndome eco de las consignas anticatólicas y anticristianas de un mundo cada día más descristianizado y enemigo de la Cruz (ver Flp 3,18)? ¿Quién ‘reina’ en mi corazón en el día a día?

Recordemos las palabras del apóstol Pablo: «¡No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias!» (Rom 6,12). ¡Que en cambio reine el Señor en nuestros corazones! ¡Vivamos según la Verdad que Cristo nos ha revelado! ¡Pongamos por obra sus palabras! ¡Hagamos lo que Él nos dice! Y así, perteneciéndole totalmente a Él, con la fuerza de su gracia y de su amor, alentados y sostenidos por la gracia divina luchemos y trabajemos infatigablemente por instaurarlo todo en Cristo, bajo la guía de Santa María, luchemos y trabajemos por cambiar el mundo según el Evangelio de Jesucristo.

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Agustín: «“Jesús se dio cuenta de que pretendían proclamarlo rey. Entonces se retiró de nuevo a la montaña, Él solo” (Jn 6,15). ¿Por qué hacerle rey? ¿No era rey, Él que se dio cuenta de que le querían hacer rey? Sí, era rey. Pero no un rey como los hacen los hombres. Era un rey que da el poder a los hombres para reinar. Quizá Jesús nos quiere dar aquí una lección, Él que suele convertir sus acciones en enseñanzas... Tal vez este “pretender proclamarlo rey” era adelantar el momento de su reino. En efecto, Jesús no había venido para reinar en este momento, lo hará en el momento que nosotros invocamos al decir: “que venga a nosotros tu reino”. Como Hijo de Dios, como Verbo de Dios, el Verbo por quien todo fue hecho, reina siempre con el Padre. Pero los profetas anunciaron también su reino como Cristo hecho hombre que reúne a sus fieles. Habrá, pues, un reino de cristianos, el reino que está establecido actualmente, que se prepara, que ha sido comprado con la sangre de Cristo. Más tarde este reino se manifestará, cuando resplandecerá en sus santos, después del juicio pronunciado por Cristo.»

San Cipriano: «Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en Él, puede ser también el Reino de Dios porque en Él reinaremos.»

San Agustín: «¡Curémonos, hermanos, corrijámonos! El Señor va a venir. Como no se manifiesta todavía, la gente se burla de Él. Con todo, no va a tardar y entonces no será ya tiempo de burlarse. Hermanos, ¡corrijámonos! Llegará un tiempo mejor, aunque no para los que se comportan mal. El mundo envejece, vuelve hacia la decrepitud. Y nosotros ¿nos volvemos jóvenes? ¿Qué esperamos, entonces? Hermanos, no esperemos otros tiempos mejores sino el tiempo que nos anuncia el Evangelio. No será malo porque Cristo viene. Si nos parecen tiempos difíciles de pasar, Cristo viene en nuestra ayuda y nos conforta.»

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

Jesús, el rey esperado por Israel

439: Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico «hijo de David» prometido por Dios a Israel. Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho, pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana, esencialmente política.

440: Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre. Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad trascendente del Hijo del Hombre «que ha bajado del cielo» (Jn 3,13), a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz. Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hch 2,36).

El reinado de Cristo ya se ha inaugurado, y no tendrá fin

664: Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dan 7,14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del «Reino que no tendrá fin».

Al Señor Jesús le ha sido dado todo dominio y potestad

447: [Jesús] Es SEÑOR en este sentido [divino] porque tiene «dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado».

449: Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo…

450: «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4,12), sino el nombre de JESÚS.

VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO (transcritas de textos publicados)

«Venga a nosotros tu Reino»

Podemos preguntarnos con San Gregorio de Nisa: «¿Qué busca, pues, esta petición?». En cierto sentido se puede entender que el Reino es la realidad dinámica de Dios y su Plan, que operando en la existencia y mediando la gratuita invitación divina, es acogida en la vida humana por la fe, la esperanza y la caridad.

Se trata de una situación que ya ha comenzado, y que, sin embargo, espera aún su consumación. «El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo Encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la Muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la Gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre», explica el Catecismo de la Iglesia. Vivimos esa misteriosa realidad del “ya” pero “todavía no”, en la que la Iglesia peregrina espera en perspectiva escatológica, y al mismo tiempo no se aparta «de su misión en este mundo... Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor “a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo”».

Como miembros de la Iglesia recibimos la misión, cada uno desde el propio llamado y estado, de anunciar el amor y la reconciliación del Reino. A él nos adherimos desde nuestra mismidad. Esa adhesión al Reino implica para el creyente una acogida del Plan de Dios para la propia vida y para la convivencia social. El «venga a nosotros tu Reino» es una imploración que elevamos al Padre pidiéndole nos conceda la gracia de vivir esa adhesión al divino Plan en nuestra vida y en nuestras acciones, cotidianamente, desde las raíces mismas de nuestro ser.

El pueblo fiel de nuestras tierras canta hermosamente, también, este anhelo cada vez que entona el Tú reinarás. En este sentido resulta interesante la opinión de diversos Padres y comentaristas que ven una unidad entre esta petición de la Oración Dominical y la siguiente: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo...». Por ejemplo, Tertuliano, quien decía que: «“Venga tu reino” se relaciona con “hágase tu voluntad”, es decir, en nosotros». El compromiso por hacer realidad el reinado de Dios en nosotros implica pronunciar un “hágase” generoso y permanente ante el llamado que el Señor nos hace, en sintonía con el «Hágase» de Santa María. Es decir, adherirse afectiva y efectivamente a Dios y a su divino Plan.

El Reino es vida cristiana y es horizonte hacia el cual encaminarnos y dirigir nuestro quehacer. El Reino es una expresión que sintetiza una dimensión fundamental en la existencia cristiana. Pedir que «venga a nosotros» expresa la conciencia de que la fuerza de Dios auxilia nuestra debilidad para llevarnos por sus senderos, viviendo y acogiendo su Plan de amor y reconciliación.



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Guadalupe Gómez
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MensajePublicado: Lun Nov 26, 2007 4:15 am    Asunto:
Tema: Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
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De nada, Kekis! Smile

Aquí un poquito más de info...

Fiesta de Cristo Rey
25 de noviembre 2007, último domingo del año litúrgico.



Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros.

Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.

Un poco de historia



La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.

Con la fiesta de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.

Si quieres conocer lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.

En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.

Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:

“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;

“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;

“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.

En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.

La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.

Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.

Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla.

Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.

El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.

Por último, vendrá el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.

Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.

A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.

Tomado de: Catholic.net


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Guadalupe Gómez
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MensajePublicado: Lun Nov 26, 2007 4:16 am    Asunto:
Tema: Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
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Rey de reyes

Rey de los reyes,
Señor del orbe,
Rey de las mentes y corazones.
¡Gloria al Señor!

¡Ven Cristo y reina, tuyo es el cielo, tuya la tierra!
Hoy te aclamamos Rey de los hombres.
¡Gloria al Señor!

Rey que en tu muerte nos das la vida,
Rey que en tu triunfo nos das la dicha
¡Gloria al Señor!

Rey que nos brindas tu amor divino,
Rey que te entregas en Pan y Vino
¡Gloria al Señor!

Reina en las almas y en los hogares
de nuestra patria.
¡Oh Cristo Rey de Amor!
¡Gloria al Señor!
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