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Domingo I de Adviento

 
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Autor Mensaje
Guadalupe Gómez
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Registrado: 08 Sep 2006
Mensajes: 2115
Ubicación: Argentina

MensajePublicado: Sab Dic 08, 2007 5:08 am    Asunto: Domingo I de Adviento
Tema: Domingo I de Adviento
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Reflexiones para la Santa Misa del Dies Domini
www.ducinaltum.info



Domingo I de Adviento


“Velad y estad preparados porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”

I. LA PALABRA DE DIOS
II. APUNTES
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
IV. PADRES DE LA IGLESIA
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO


I. LA PALABRA DE DIOS

Is 2,1-15: “Confluirán a Él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos.”

«Lo que vio Isaías, hijo de Amós, tocante a Judá y Jerusalén.

Sucederá en días futuros
que el monte de la Casa de Yahveh
será asentado en la cima de los montes
y se alzará por encima de las colinas.
Confluirán a Él todas las naciones,
y acudirán pueblos numerosos. Dirán:

“Venid, subamos al monte de Yahveh,
a la Casa del Dios de Jacob,
para que Él nos enseñe sus caminos
y nosotros sigamos sus senderos”.
Pues de Sión saldrá la Ley,
y de Jerusalén la palabra de Yahveh.
Juzgará entre las gentes,
será árbitro de pueblos numerosos.
Forjarán de sus espadas azadones,
y de sus lanzas podaderas.
No levantará espada nación contra nación,
ni se ejercitarán más en la guerra.
Casa de Jacob, andando, y vayamos,
caminemos a la luz de Yahveh.

Has desechado a tu pueblo,
la Casa de Jacob,
porque estaban llenos de adivinos
y evocadores, como los filisteos,
y con extraños chocan la mano;
se llenó su tierra de plata y oro,
y no tienen límite sus tesoros;
se llenó su tierra de caballos,
y no tienen límite sus carros;
se llenó su tierra de ídolos,
ante la obra de sus manos se inclinan,
ante lo que hicieron sus dedos.
Se humilla el hombre, y se abaja el varón:
pero no les perdones.
Entra en la peña,
húndete en el polvo,
lejos de la presencia pavorosa de Yahveh
y del esplendor de su majestad,
cuando Él se alce
para hacer temblar la tierra.

Los ojos altivos del hombre serán abajados,
se humillará la altanería humana,
y será exaltado Yahveh solo
en aquel día.

Pues será aquel día de Yahveh Sebaot
para toda depresión, que sea enaltecida,
y para todo lo levantado, que será rebajado:
contra todos los cedros del Líbano altos y elevados,
contra todas las encinas del Basán,
contra todos los montes altos,
contra todos los cerros elevados,
contra toda torre prominente,
contra todo muro inaccesible»

Sal 121,1-9: “Vamos a la casa del Señor”

Rom 13,11-14: “Es ya hora de levantaros del sueño, porque la salvación está ya cerca.”

«Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.»

Mt 24,37-44: “Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.”

«Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada.

Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.»

II. APUNTES

El pasaje de Isaías que leemos en la primera lectura tiene un terrible contexto. El profeta Isaías habla en nombre de Dios y denuncia una grave situación: «Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí.» (Is 1,2) Israel se ha apartado de los caminos de Dios: «¡Ay, gente pecadora, pueblo tarado de culpa, semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado a Yahveh, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas.» (Is 1,4). En Jerusalén ya no se encuentra justicia ni equidad. Asesinatos, robos, alianzas con los bandidos, sobornos, búsqueda de ventajas, injusticias con los huérfanos y las viudas parecen ser el pan de cada día en esta sociedad que al dar la espalda al Dios único se ha llenado de ídolos, de adivinos y evocadores (Is 2,6-7). Rebeldes a Dios se han vuelto altaneros y altivos. (Is 2,11.17). Su sacrificio se ha vuelto detestable porque mezclan falsedad y solemnidad (Is 2,13) y aunque menudean en la plegaria sus manos están manchadas de sangre inocente.

Es en este contexto que Dios invita a su pueblo a la conversión, a cambiar de conducta: «lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda.» (Is 1,16-17). Con el recto obrar es como han de purificarse de todo pecado (Is 1,18), es por la obediencia a Dios como alcanzarán su bendición (Is 1,19).

En medio de esta situación dramática y desconsoladora, fruto del rechazo de Dios y del abandono de sus leyes, la mirada del profeta se dirige esperanzada hacia los “días futuros”. Isaías ve como “al final de los días” confluirán hacia Jerusalén los gentiles y pueblos numerosos, reconociendo a Dios como Dios único, acudiendo a El para ser instruidos en sus caminos, para marchar por sus sendas, sometiéndose a su señorío y reinado, haciendo de El el juez de pueblos numerosos. Entonces habría paz, las armas se transformarían en herramientas para el progreso humano y también la casa de Jacob caminaría finalmente «a la luz del Señor». Aquél día sería anhelado por generaciones.

Contrasta esta mirada esperanzada de la ciudad santa con el anuncio devastador del Señor Jesús sobre la destrucción de Jerusalén y su Templo: «¿Veis todo esto? Yo os aseguro no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida.» (Mt 24,2) Los discípulos entonces le dijeron: «Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo.» (Mt 24,3) En su mente la destrucción física de Jerusalén y del Templo esta asociada al fin del mundo y a la venida gloriosa del Señor al final de los tiempos, es decir, al momento en que terminará un período de la historia para comenzar uno nuevo con la venida gloriosa del Mesías de Dios y la restauración definitiva del Reino de Israel.

En este diálogo y contexto introduce el Señor la comparación con los días de Noé (Evangelio): «Como en los días que precedieron al diluvio, co¬mían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre». Su venida última tendrá un carácter repentino y tomará por sorpresa a muchos por la despreocupación en la que viven con respecto a Dios, a sus leyes y a su venida final. Sin embargo, el Señor que ya vino al encarnarse de María Virgen por obra del Espíritu Santo, volverá nuevamente al final de los tiempos para un juicio y para instaurar la nueva Jerusalén, objeto de las promesas divinas: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios… Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios con los hombres”. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él Dios-con-ellos, será su Dios.» (Ap 21,1-3).

Ante el acontecimiento de su venida última y ante la ignorancia sobre la hora o día, el Señor enseña que solo cabe una actitud sensata: velar y estar preparados en todo momento. Y para insistir más aún en la necesidad de este estar preparados el Señor pone a sus discípulos otra comparación: «si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa». Del mismo modo, la certeza absoluta de que el Señor vendrá pero la ignorancia total acerca de la hora en que vendrá, es razón suficiente para hacer que una persona precavida se mantenga siempre vigilante, velando en todo momento, a toda hora, cada día de su vida.

También el apóstol Pablo en su carta a los romanos (2ª. lectura) invita a los creyentes a estar preparados. El suyo es un llamado a “despertar del sueño” dado que «la noche está avanzada» y «el día se avecina». Este «pasar de las tinieblas a la luz» se realiza mediante un esfuerzo serio de conversión que consiste en un proceso simultáneo de despojamiento y revestimiento. De lo que hay que despojarse -como quien se saca de encima unos vestidos sucios y harapientos- es de las obras de las tinieblas como los son las orgías y borracheras, las lujurias y lascivias, las rivalidades, pleitos y envidias (celos), para revestirse en cambio de las armas de la luz, más aún, para revestirse interiormente de Cristo mismo.

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

«El número de los días del hombre mucho será si llega a los cien años. Como gota de agua del mar, como grano de arena, tan pocos son sus años frente a la eternidad.» (Eclo 18,9-10) Así medita y reflexiona quien es verdaderamente sabio y sensato.

Quienes creemos en Dios y en su Hijo, el Señor Jesús, no podemos tener una mirada de corto alcance, una mirada que se enfoque solamente en este mundo, en esta vida. Nuestra mirada tiene que ir más allá de lo pasajero de este mundo presente (Ver 1Cor 7,31) para posarse en lo que viene después del umbral de nuestra muerte y no pasará jamás (Ver 2Cor 4,18): ¡La ETERNIDAD! ¡Eso es lo que debo mirar siempre! ¡Eso es lo que debo conquistar!

Esta eternidad ciertamente es un don y regalo de Dios, que brota del amor que nos tiene y de su deseo de hacernos partícipes de su misma vida, felicidad y comunión divina en el amor. Mas este don y regalo hemos de acogerlo libremente. En efecto, de mí, de que yo le diga “sí” al Señor y del consecuente recto ejercicio que haga día a día de mi libertad orientando mi vida y mis obras según Dios y sus leyes, depende que alcance esa vida eterna que Dios me ofrece y promete: «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.» (1Cor 2,9). Cada cual recibirá «conforme a lo que hizo durante su vida mortal.» (2Cor 5,10; Ver también Mt 25,31ss; Mt 10,39; Lc 9,25).

Lo que merezca para la eternidad quedará definido en el momento de mi muerte. El día de mi muerte, desconocido para mí, el Señor vendrá a mí. Detrás de mi muerte está Cristo. Podríamos decir que ese día será para mí el día de su “última venida”. Con El me encontraré cara a cara para un juicio, que será un juicio sobre el amor. Quien sea hallado semejante a El en el amor, por su vida y obras, entrará en su eterna comunión de amor, junto con el Padre y el Espíritu, en comunión también con todos los santos. Quien no sea hallado semejante a El escuchará aquellas terribles palabras: “no te conozco.” (Ver Mt 25,12)

El no saber en qué momento será esa “venida final” (Mc 13,33), ese encuentro definitivo con el Señor en el momento de mi muerte, debe llevarme a estar preparado en todo momento, no sea que llegue de improviso y me encuentre “dormido”. (Ver Mc 13,35-37) La viva y despierta conciencia de que de todas maneras llegará ese momento pero no saber ni el día ni la hora ha de ser un constante aliciente para mantenerme alerta, vigilante, en vela, para buscar aprovechar el tiempo presente, para despojarme «de las obras de las tinieblas» y revestirme «de las armas de la luz» según la recomendación del apóstol San Pablo.

El tiempo de Adviento es un tiempo para ponerse de cara a la venida del Señor y alentar en uno mismo un renovado espíritu de conversión que nos lleve a estar preparados para cuando El venga. Siguiendo los consejos del Apóstol, esforcémonos este tiempo de Adviento por despojarnos de todo vicio para practicar en cambio las virtudes de la templanza o moderación al tomar los alimentos o bebidas alcohólicas (Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1809), de la castidad y pureza en nuestra relación con las personas (Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2345.2348-2356), del perdón y la caridad frente a las injurias recibidas (Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1970-1972; 2302-2303), etc.

Finalmente, en este tiempo de Adviento la Iglesia nos invita a renovarnos en el espíritu de conversión y diaria vigilancia no por temor, sino por amor al Señor que viene. En efecto, se mantiene despierto/a y preparado/a mejor que nadie quien anhela intensamente la llegada de Aquél a quien ama mucho, quien inflamado/a de amor ansía intensamente el Encuentro y Comunión con el Amado.

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Juan Crisóstomo: «Quiere, pues, que los discípulos siempre anden solícitos. Por esto les dice: “Velad”.»

San Gregorio Magno: «Vela el que tiene los ojos abiertos en presencia de la verdadera luz; vela el que observa en sus obras lo que cree; vela el que ahuyenta de sí las tinieblas de la indolencia y de la ignorancia.»

San Agustín: «No dijo: velad, tan sólo a aquéllos a quienes entonces hablaba y le oían, sino también a los que existieron después de aquéllos y antes que nosotros. Y a nosotros mismos, y a los que existirán después de nosotros hasta su última venida (porque a todos concierne en cierto modo), pues ha de llegar aquel día para cada uno. Y cuando hubiera llegado, cada cual ha de ser juzgado así como salga de este mundo. Y por esto ha de velar todo cristiano, para que la venida del Señor no le encuentre desprevenido; pues aquel día encontrará desprevenido a todo aquel a quien el último día de su vida le haya encontrado desprevenido.»

San Gregorio Magno: «El ladrón mina la casa sin saberlo el padre de familia, porque mientras el espíritu duerme sin tener cuidado de guardarla, viene la muerte repentina y penetra violentamente en la morada de nuestra carne, y mata al Señor de la casa, a quien halló durmiendo. Porque mientras el espíritu no prevé los daños futuros, la muerte, sin él saberlo, le arrastra al suplicio. Mas resistiría al ladrón, si velase, porque precaviendo la venida del Juez, que insensiblemente arrebata a las almas, le saldría al encuentro por medio del arrepentimiento, para no morir impenitente. Quiso, pues, el Señor, que la última hora sea desconocida, para que siempre pueda ser sospechosa; y mientras no la podamos prever, incesantemente nos prepararemos para recibirla.»

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

¡Estad en vela, vigilantes!

2612: En Jesús «el Reino de Dios está próximo», llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que «es y que viene», en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación.

2730: Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al último día y al «hoy». El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: «Dice de ti mi corazón: busca su rostro» (Sal 27, 8).

2849: Pues bien, este combate [contra la tentación] y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya. La vigilancia es «guarda del corazón», y Jesús pide al Padre que «nos guarde en su Nombre» (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. «Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela» (Ap 16,15).

El adviento es un tiempo de esperanza

1817: La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. «Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa» (Hb 10, 23).

1818: La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.

1821: Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman y hacen su voluntad. En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, «perseverar hasta el fin» (Ver Mt 10, 22) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:

Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin (Sta. Teresa de Jesús).

VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO (transcritas de textos publicados)

«A través de la atención vigilante y otras medidas de conocimiento propio no es difícil establecer la relación entre las ocasiones y las caídas.

»No cabe, pues, descuidar la influencia de las situaciones en relación al trabajo espiritual. Debe existir una coherencia entre la labor —siempre sustentada en la gracia— que realiza la persona para abrirse más y más al designio divino para ella, y el ambiente en que vive, trabaja o estudia y la misma estructura de sus actividades.

»Según las metas del trabajo espiritual se debe ir modificando las circunstancias, para favorecer y reforzar ese trabajo decisivo sobre el destino de la persona. Más aún, en un mundo como en el que nos toca vivir, la presión ambiental es una realidad indiscutible. Los medios de comunicación y las situaciones mismas de la vida se estructuran de acuerdo a ciertos patrones que usualmente expresan opciones de una cultura de muerte, con toda su carga anti-cristiana explícita o subliminal. No pocas formas y relaciones sociales expresan esta misma carga sutilmente disfrazada bajo apariencias de trato u otras más sofisticadas.»

«Así pues, el ejemplo testimonial de María aparece claro para sus hijos, peregrinos de la Iglesia. La vida peregrinante de los creyentes mira a la Santísima Virgen como ejemplo, como aliento, como auxilio, guía y protección, en fin, como cordial compañía en el caminar de esperanza hacia el triunfo de la misión, de la vida. Está claro que la calidad de ejemplar peregrina que tuvo Santa María habla fuerte y claro a la realidad de viandantes en la que nos encontramos hoy sus hijos. De allí el amoroso interés con el que buscamos conocer y ahondar en su paradigmática vida, así como participar en su intimidad desde el impulso filial que nos da Jesús desde la Cruz, y acogernos a su maternal guía y poderosa intercesión. Todo ello crea un admirable consorcio entre nuestra Madre y cada uno de sus hijos, que así la ven y aman. Esa comunión con María nos mueve a sentir que camina junto con nosotros, que nos guía y ayuda vigilante, que nos cubre con su manto virginal y nos defiende de la insidias del enemigo, por su infatigable intercesión. Madre nuestra, buena conocedora del dinamismo peregrinante nos acompaña buscando ayudar a que nuestra propia peregrinación responda a la misión personal que el Plan de Dios contempla, para que así podamos mejor encaminarnos a la vida plena y eternamente feliz, con la fuerza de la gracia.»



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