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-Florecillas de San Francisco-
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clauabru
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MensajePublicado: Jue Sep 27, 2007 4:21 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo XXIX
Cómo el demonio se apareció al hermano Rufino
en figura de Cristo crucificado y le dijo que estaba condenado




El hermano Rufino, uno de los más nobles caballeros de Asís, compañero de San Francisco y hombre de gran santidad, fue un tiempo fortísimamente atormentado y tentado en su interior por el demonio acerca de la predestinación. Esto le hacía andar triste y melancólico, porque el demonio le hacía creer que estaba condenado y que no era del número de los predestinados a ir a la vida eterna, siendo inútil todo lo que hacía en la Orden. Como esta tentación perdurara varios días y él no se atreviera a manifestarla a San Francisco por vergüenza, no omitiendo por ello las oraciones y las abstinencias que acostumbraba, el demonio comenzó a añadirle tristeza sobre tristeza, combatiéndolo, además de con la batalla interior, también con falsas apariciones exteriores. Una vez se le apareció en la forma del Crucificado y le dijo:

-- ¡Oh hermano Rufino! ¿A qué viene macerarse con penitencias y rezos, si tú no estás predestinado a ir a la vida eterna? Créeme, yo sé muy bien a quiénes he elegido y predestinado, y no creas a ese hijo de Pedro Bernardone si te dice lo contrario. Y no le preguntes sobre esto, porque ni él ni ningún otro lo sabe, sino yo, que soy el Hijo de Dios. Créeme, pues, si te digo que tú eres del número de los condenados; y el hijo de Pedro Bernardone, tu padre, como también su padre, están condenados, y todos los que le siguen están engañados.

Al oír estas palabras, el hermano Rufino comenzó a verse tan entenebrecido por el príncipe de las tinieblas, que estaba para perder por completo la fe y el amor que había profesado a San Francisco, y ya no se cuidaba de decirle nada. Pero lo que el hermano Rufino no dijo al santo Padre, se lo reveló a éste el Espíritu Santo. Viendo, pues, en espíritu San Francisco el gran peligro en que se hallaba el pobre hermano, mandó al hermano Maseo a buscarlo. El hermano Rufino le respondió con brusquedad:

-- ¡Qué tengo que ver yo con el hermano Francisco!

Entonces, el hermano Maseo, todo lleno de sabiduría divina, entreviendo la perfidia del demonio, le dijo:

-- Hermano Rufino, ¿no sabes tú que el hermano Francisco es como un ángel de Dios, que ha iluminado a tantas almas en el mundo y por medio del cual hemos recibido nosotros la gracia de Dios? Quiero absolutamente que vengas a él, porque veo claramente que el demonio te está engañando.

A estas palabras, el hermano Rufino se puso en camino para ir a San Francisco. Viéndole venir de lejos, San Francisco comenzó a gritarle:

-- ¡Oh hermano Rufino, tontuelo!, ¿a quién has dado crédito?

Llegado el hermano Rufino, le manifestó punto por punto toda la tentación que había sufrido del demonio interior y exteriormente, haciéndole ver que aquel que se le había aparecido era el demonio y no Cristo, y que en manera alguna debía hacer caso de sus insinuaciones.

-- Si vuelve otra vez el demonio a decirte: «Estás condenado» -añadió San Francisco-, no tienes más que decirle: «¡Abre la boca, y te la llenaré de estiércol!», y verás cómo huye en cuanto tú le digas esto; señal de que es el diablo. Y debías haber conocido que era del demonio al ver cómo endurecía tu corazón para todo bien; éste, en efecto, es su oficio. En cambio, Cristo bendito jamás endurece el corazón del hombre fiel, antes, al contrario, lo ablanda, como dice por la boca del profeta: Yo os quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36,26).

Entonces, el hermano Rufino, al ver que San Francisco le decía punto por punto cómo había sido su tentación, se compungió con sus palabras, rompió a llorar a lágrima viva y cayó a los pies de San Francisco, reconociendo humildemente la culpa que había cometido ocultando su tentación. Quedó así muy consolado y confortado con las recomendaciones del Padre santo y totalmente cambiado para mejor. Por fin, le dijo San Francisco:

-- Anda, hijo, confiésate y no abandones el ejercicio acostumbrado de la oración; no dudes que esta tentación te servirá de gran utilidad y consuelo, como lo comprobarás muy pronto.

Volvió el hermano Rufino a su celda en el bosque, y, hallándose en oración con muchas lágrimas, he aquí que vuelve a venir el enemigo bajo la figura de Cristo, según la apariencia exterior, y le dice:



-- ¡Oh hermano Rufino!, ¿no te dije que no debías creer al hijo de Pedro Bernardone y que es inútil que te fatigues en lágrimas y oraciones, puesto que estás condenado sin remedio? ¿De qué te sirve atormentarse cuando estás en vida, si al morir te has de ver condenado?

Al punto, le respondió el hermano Rufino:

-- ¡Abre la boca, y te la llenaré de estiércol!

El demonio, enfurecido, se fue inmediatamente, causando tal tempestad y cataclismo de piedras que caían del monte Subasio a una y otra parte, que por largo espacio de tiempo siguieron cayendo piedras hasta abajo; y era tan grande el ruido de las piedras chocando las unas con las otras al rodar, que se llenaba el valle del resplandor de las chispas. Al ruido tan espantoso que producían, salieron del eremitorio, alarmados, San Francisco y sus compañeros para ver lo que ocurría, y pudieron ver aquel torbellino de piedras.

Entonces, el hermano Rufino se convenció claramente de que había sido el demonio quien le había engañado. Volvió a San Francisco y se postró otra vez en tierra, reconociendo su pecado. San Francisco le animó con dulces palabras y lo mandó totalmente consolado a su celda.

Estando en ella devotamente en oración, se le apareció Cristo bendito, le enardeció el alma en el amor divino y le dijo:

-- Has hecho bien, hijo, en creer a Francisco, porque el que te había llenado de tristeza era el diablo; pero yo soy Cristo, tu Maestro, y, para que no te quepa duda alguna, te doy esta señal: mientras vivas no volverás a sentir tristeza ni melancolía.

Dicho esto, desapareció Cristo, dejándolo lleno de tal alegría y dulzura de espíritu y elevación del alma, que día y noche estaba absorto y arrobado en Dios.

Desde entonces fue de tal manera confirmado en gracia y en la seguridad de su salvación, que se halló cambiado en otro hombre, y hubiera estado día y noche en oración contemplando las cosas divinas si los demás le hubieran dejado. Por eso decía de él San Francisco que el hermano Rufino había sido ya canonizado en vida por Jesucristo y que él no dudaría, excepto delante de él, en llamarlo «San Rufino» aun estando vivo en la tierra (7).

En alabanza de Cristo. Amén.




7) El episodio de la tentación del hermano Rufino debió de ocurrir en los comienzos de la fraternidad. Una segunda tentación similar, de desconfianza en San Francisco por razón del origen burgués de éste y de su falta de cultura, se halla en la Vita fratris Rufini (Chronica XXIV generalium: AF 3 p. 48s); el escenario es también el del eremitorio del monte Subasio, llamado Le Carceri; aún se muestra en el bosque la gruta del hermano Rufino.

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MensajePublicado: Lun Oct 01, 2007 4:23 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XXX
La hermosa predicación que hicieron en Asís
San Francisco y el hermano Rufino
cuando predicaron sin hábito


Este hermano Rufino estaba de tal manera absorto en Dios por la continua contemplación, que se había hecho como insensible y mudo; hablaba muy poco; por otra parte no poseía ni gracia, ni valor, ni facilidad para hablar en público. No obstante, San Francisco le ordenó una vez ir a Asís y predicar al pueblo lo que Dios le inspirase. El hermano Rufino replicó:

-- Padre reverendo, perdóname si te suplico que no me mandes tal cosa; sabes muy bien que yo no tengo gracia para predicar y soy simple e ignorante.

Entonces le dijo San Francisco:

-- Ya que no has obedecido en seguida, te mando, en virtud de santa obediencia, que vayas desnudo a Asís, con sólo los calzones; entres en una iglesia y, así desnudo, prediques al pueblo.

A esta orden, el hermano Rufino se quitó el hábito y fue desnudo a Asís, entró en una iglesia y, hecha la reverencia al altar, subió al púlpito y comenzó a predicar.





Al verlo, comenzaron a reírse los muchachos y los hombres, y se decían:

-- Estos hombres, a fuerza de penitencia, acaban por perder la razón y se vuelven fatuos.

Mientras tanto, San Francisco se puso a reflexionar sobre la pronta obediencia del hermano Rufino, que era de los primeros caballeros de Asís, y sobre la orden tan dura que le había impuesto, y comenzó a reprocharse a sí mismo: «¿De dónde te viene semejante presunción, hijo de Pedro Bernardone, hombrecillo vil, que te atreves a mandar al hermano Rufino, de los primeros caballeros de Asís, que vaya desnudo, como un loco, a predicar al pueblo? Por Dios, que vas a experimentar en ti lo que mandas a otros».

Al punto, con fervor de espíritu, se despojó del hábito y fue desnudo a Asís, llevando consigo al hermano León, que llevaba el hábito de él y el del hermano Rufino. Al verlo en tal guisa, los de Asís hicieron burla de San Francisco, juzgando que él y el hermano Rufino habían perdido el seso por la mucha penitencia. Entró San Francisco en la iglesia, donde estaba predicando el hermano Rufino en estos términos:

-- Amadísimos míos, huid del mundo, dejad el pecado, devolved lo ajeno, si queréis evitar el infierno. Guardad los mandamientos de Dios, amando a Dios y al prójimo, si queréis ir al cielo. Haced penitencia, si queréis poseer el reino del cielo.

Entonces, San Francisco subió al púlpito y comenzó a predicar tan maravillosamente sobre el desprecio del mundo, la santa penitencia, la pobreza voluntaria, el deseo del reino celestial y sobre la desnudez y el oprobio de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, que todos cuantos estaban presentes al sermón, hombres y mujeres en gran muchedumbre, comenzaron a llorar fuertemente con increíble devoción. Y no sólo allí, sino en todo Asís, hubo aquel día tanto llanto por la pasión de Cristo, como jamás lo había habido.

Habiendo quedado el pueblo tan edificado y consolado con ese modo de portarse de San Francisco y del hermano Rufino, San Francisco vistió al hermano Rufino y se vistió él mismo; y así vestidos del hábito, regresaron al lugar de la Porciúncula, alabando y glorificando a Dios, que les había dado la gracia de vencerse mediante el desprecio de sí mismos, para edificar con el buen ejemplo a las ovejas de Cristo y poner de manifiesto cómo se debe despreciar el mundo. Desde aquel día creció tanto la devoción del pueblo hacia ellos, que se consideraba feliz quien podía tocar el borde de su hábito.

En alabanza de Cristo. Amén.

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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 7:47 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XXXI
Cómo San Francisco conocía puntualmente
los secretos de las conciencias de todos sus hermanos


Nuestro Señor Jesucristo dice en el Evangelio: Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen, etc. (Jn 10,14). De la misma manera, el bienaventurado padre San Francisco, como buen pastor, estaba al corriente de todos los méritos y virtudes de sus compañeros, por divina revelación, y conocía todos sus defectos. Por eso sabía proveer del mejor remedio, humillando a los orgullosos, ensalzando a los humildes, vituperando los vicios, alabando las virtudes, como se lee en las admirables revelaciones que él tuvo acerca de aquella su primera familia.

Entre ellas se refiere que, estando una vez San Francisco con el grupo platicando de Dios, el hermano Rufino no se hallaba con ellos en la conversación, porque estaba en contemplación en el bosque. Mientras ellos continuaban hablando de Dios, vieron al hermano Rufino que salía del bosque y pasaba a cierta distancia de ellos. En aquel momento, San Francisco, viéndole, se volvió a sus compañeros y les preguntó:

-- Decidme, ¿cuál creéis vosotros que es el alma más santa que tiene Dios en el mundo?

Ellos le respondieron que creían fuese la de él; pero San Francisco les dijo:

-- Yo, hermanos amadísimos, soy el hombre más indigno y más vil que tiene Dios en este mundo. Pero ¿veis a ese hermano Rufino que sale ahora del bosque? Dios me ha revelado que su alma es una de las almas más santas que Dios tiene en este mundo; y yo os aseguro que no dudaría en llamarlo «San Rufino» ya en vida, porque su alma está confirmada en gracia, santificada y canonizada en el cielo por nuestro Señor Jesucristo.



Estas palabras, sin embargo, nunca las decía San Francisco en presencia del hermano Rufino.

Que San Francisco conocía de la misma manera los defectos de sus hermanos, se ve claramente en el caso del hermano Elías, a quien muchas veces reprendió por su soberbia, y en el del hermano Juan de Cappella, a quien predijo que llegaría a ahorcarse él mismo, y en el de aquel hermano a quien el demonio tenía cogido por la garganta cuando era corregido por desobediencia, y en el de otros muchos hermanos, cuyos defectos secretos y cuyas virtudes él conocía claramente por revelación de Cristo bendito.

Amén.

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MensajePublicado: Jue Oct 04, 2007 8:45 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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¡San Francisco de Asís, Ruega por nosotros!



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MensajePublicado: Dom Oct 07, 2007 10:18 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XXXII
Cómo el hermano Maseo obtuvo de Cristo
la gracia de la humildad


Los primeros compañeros de San Francisco se ingeniaban con todas sus fuerzas para ser pobres de cosas terrenas y ricos de virtudes, por las cuales se entra en posesión de las verdaderas riquezas celestiales y eternas.

Sucedió un día que, estando reunidos para hablar de Dios, uno de ellos propuso este ejemplo:

-- Había un hombre, gran amigo de Dios, que poseía en alto grado la gracia de la vida activa y contemplativa, y juntaba a esto una humildad tan extrema y tan profunda, que creía ser un grandísimo pecador; esta humildad lo santificaba y confirmaba en gracia y le hacía crecer continuamente en la virtud y en los dones de Dios, sin dejarle nunca caer en pecado.

Al oír el hermano Maseo cosas tan maravillosas de la humildad y sabiendo que es un tesoro de vida eterna, comenzó a sentirse tan inflamado del amor y del deseo de esta virtud de la humildad, que, dirigiendo el rostro al cielo con gran fervor, hizo voto y propósito firmísimo de rehusar toda alegría en este mundo mientras no hubiera experimentado esta virtud perfectamente en su alma. Desde entonces se estaba encerrado en su celda todo cuanto podía, macerándose con ayunos, vigilias, oraciones y lágrimas copiosas delante de Dios para impetrar de Él esta virtud, sin la cual él se consideraba digno del infierno, y de la cual estaba tan adornado aquel amigo de Dios de quien le habían hablado.

Estuvo muchos días el hermano Maseo con este deseo; un día fue al bosque, y andaba, con gran fervor de espíritu, derramando lágrimas, exhalando suspiros y lamentos, pidiendo a Dios con deseo ardiente esta virtud divina. Y, puesto que Dios escucha complacido las súplicas de los humildes y contritos, hallándose así el hermano Maseo, se oyó una voz del cielo que le llamó por dos veces, diciendo:

-- ¡Hermano Maseo, hermano Maseo!

Él, conociendo en su espíritu que aquélla era la voz de Cristo, respondió:

-- ¡Señor mío, Señor mío!

-- ¿Qué darías tú a cambio de esta gracia que pides? -le dijo Cristo.

-- Señor, ¡los ojos de mi cara daría yo! -respondió el hermano Maseo.

-- Pues yo quiero -dijo Cristo- que tengas la gracia y también los ojos.

Dicho esto, calló la voz. El hermano Maseo quedó lleno de tanta gracia de la tan deseada virtud de la humildad y de tanta luz de Dios, que desde entonces aparecía siempre lleno de júbilo; y muchas veces, cuando estaba en oración, dejaba escapar un arrullo gozoso semejante al de la paloma: «uh, uh, uh», y con el rostro alegre y el corazón rebosante de gozo permanecía así en contemplación. Así y todo, habiendo llegado a ser humildísimo, se reputaba el último de todos los hombres del mundo.

Preguntado por el hermano Jacobo de Falerone por qué no cambiaba de tema en aquella manifestación de júbilo, respondió con gran alegría que, cuando en una cosa se halla todo el bien, no hay por qué cambiar de tema.

En alabanza de Cristo. Amén.

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MensajePublicado: Vie Oct 12, 2007 3:01 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XXXIII
Cómo Santa Clara bendijo, por orden del papa, los panes,
y en cada uno apareció la señal de la santa cruz


Santa Clara, discípula devotísima de la cruz de Cristo y noble planta de messer San Francisco (1), era de tanta santidad, que no sólo obispos y cardenales, sino aún el Papa deseaba, con grande afecto, verla y oírla, y la visitaba con frecuencia personalmente.

Una vez entre otras, fue el santo padre al monasterio donde ella estaba para oírle hablar de las cosas celestiales y divinas (2); y, mientras se hallaban así entretenidos en divinos razonamientos, Santa Clara hizo preparar las mesas y poner el pan en ellas, para que el santo padre lo bendijera. Concluido el coloquio espiritual, Santa Clara, arrodillada con gran reverencia, le rogaba tuviera a bien bendecir el pan que estaba sobre la mesa. Respondió el santo padre:

-- Hermana Clara fidelísima, quiero que seas tú quien bendiga este pan y que hagas sobre él esa señal de la cruz de Cristo, a quien tú te has entregado enteramente.

-- Santísimo padre, perdonadme -repuso Santa Clara-; sería merecedora de gran reproche si, delante del vicario de Cristo, yo, pobre mujercilla, me atreviera a trazar esta bendición.

-- Para que no pueda atribuirse a presunción -insistió el papa-, sino a mérito de obediencia, te mando, por santa obediencia, que hagas la señal de la cruz sobre estos panes y los bendigas en el nombre de Dios.




Entonces, Santa Clara, como verdadera hija de obediencia, bendijo muy devotamente aquellos panes con la señal de la cruz. Y, ¡cosa admirable!, al instante apareció en todos los panes la señal de la cruz, bellísimamente trazada. Entonces comieron una parte de los panes, y la otra parte fue guardada en recuerdo del milagro. El santo padre, al ver el milagro, tomó de aquel pan y se marchó dando gracias a Dios, dejando a Santa Clara con su bendición. Smile

Por entonces estaba en el monasterio sor Ortolana, madre de Santa Clara, y sor Inés, su hermana (3); ambas, como Santa Clara, ricas de virtudes y llenas del Espíritu Santo, y, asimismo, otras muchas monjas. San Francisco les enviaba muchos enfermos, y ellas con sus oraciones y con la señal de la cruz les devolvían a todos la salud (4).

En alabanza de Cristo. Amén.



1) Ella misma gustaba de llamarse «plantita del padre San Francisco». Sobre Santa Clara véase Florecillas 15 n. 1.

2) El papa de quien aquí se trata debió de ser Gregorio IX, que sabemos visitó más de una vez el monasterio de San Damián estando en Asís y profesaba gran veneración a la Santa. También Inocencio IV le hizo una visita en 1253, estando ella en el lecho de muerte.

3) Inés siguió a su hermana Clara a los quince días de la consagración de ésta en la Porciúncula, en 1212; más tarde, en 1229, se les unió la tercera hermana: Beatriz. Por fin, Ortolana, la madre, al quedar viuda, fue a ponerse bajo la obediencia de su hija Clara, en fecha no precisada.

4) De algunos casos de enfermos enviados por San Francisco y curados en San Damián hallamos testimonio en el Proceso de canonización de Santa Clara.

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MensajePublicado: Lun Oct 15, 2007 5:00 pm    Asunto:
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Capítulo XXXIV
Cómo San Luis, rey de Francia,
fue a visitar al hermano Gil en hábito de peregrino


Yendo San Luis, rey de Francia, visitando en peregrinación los santuarios del mundo y habiendo llegado a sus oídos la fama de santidad del hermano Gil, que había sido uno de los primeros compañeros de San Francisco, se propuso y tomó la firme determinación de visitarlo personalmente. A este fin vino a Perusa, donde se hallaba a la sazón el hermano Gil.

Llegando a la puerta del lugar de los hermanos como un pobre peregrino desconocido, con muy reducido acompañamiento, preguntó con gran insistencia por el hermano Gil, sin dar a entender al portero quién era el que preguntaba por él. Fue el portero y dijo al hermano Gil que en la puerta había un peregrino que preguntaba por él; y le fue revelado en espíritu que se trataba del rey de Francia. Al punto, con gran fervor, salió de la celda, corrió a la puerta y, sin preguntar más, siendo así que nunca se habían visto, se arrodilló ante él con gran devoción, y los dos se abrazaron y se besaron con suma alegría, como si desde muy atrás hubiera habido entre ellos estrecha amistad. Y a todo esto estaban sin decirse palabra el uno al otro, siguiendo abrazados en silencio entre señales de amor y de caridad. Habiendo estado así por un espacio de tiempo, sin decirse una palabra, se separaron el uno del otro, y San Luis prosiguió su viaje, mientras el hermano Gil se volvía a su celda.

Cuando hubo partido el rey, los hermanos preguntaron a uno de los acompañantes quién era aquel hombre que había estado tanto tiempo abrazado con el hermano Gil; él respondió que era Luis, el rey de Francia, que había venido para ver al hermano Gil. Al enterarse los hermanos, llevaron muy a mal que el hermano Gil no le hubiera dirigido la palabra, y le dijeron en tono de queja:

-- Hermano Gil, ¿cómo has podido ser tan descortés que a rey tan grande, venido desde Francia para verte y escuchar de ti alguna buena palabra, tú no le has dicho nada?

-- Hermanos carísimos -respondió el hermano Gil-, no os debe causar ello extrañeza, ya que ni yo a él ni él a mí hemos podido decirnos una palabra; en cuanto nos hemos abrazado, la luz de la divina sabiduría me ha manifestado a mí su corazón, y a él el mío; y así, por la acción divina, mirándonos mutuamente en los corazones, hemos conocido lo que yo quería decirle a él y lo que él quería decirme a mí mucho mejor y con mayor consolación que si nos hubiéramos hablado con la boca. Y, si hubiéramos querido explicar con la voz lo que sentíamos en el corazón, hubiera servido, más bien, de desconsuelo que de consolación, por la limitación de la lengua humana, que no es capaz de expresar los secretos misterios de Dios. Así, pues, no dudéis que el rey se ha marchado admirablemente consolado (5).

En alabanza de Cristo. Amén.



5) San Luis IX de Francia no estuvo nunca en Italia; por lo tanto el relato de las Florecillas carece de fundamento histórico. Consta por otras fuentes el afecto que el santo rey mostraba a los franciscanos, y el cronista Salimbene refiere que él lo vio, en Sena, entrar en la iglesia de los menores, no con pompa regia, sino en hábito de peregrino. Relato más breve del hecho en Vita fratris Aegidii: AF 3 p. 90s.

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MensajePublicado: Mie Oct 17, 2007 11:41 pm    Asunto:
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Capítulo XXXV
Cómo, estando gravemente enferma Santa Clara,
fue transportada milagrosamente, en la noche de Navidad,
a la iglesia de San Francisco


Hallándose una vez Santa Clara gravemente enferma, hasta el punto de no poder ir a la iglesia para rezar el oficio con las demás monjas, llegó la solemnidad de la natividad de Cristo. Todas las demás fueron a los maitines, quedando ella sola en la cama, pesarosa de no poder ir con ellas y tener aquel consuelo espiritual. Pero Jesucristo, su esposo, no quiso dejarla sin aquel consuelo: la hizo transportar milagrosamente a la iglesia de San Francisco y asistir a todo el oficio de los maitines y de la misa de media noche, y además pudo recibir la Sagrada Comunión; después fue llevada de nuevo a su cama.




Las monjas, terminado el oficio en San Damián, fueron a ver a Santa Clara y le dijeron:

-- ¡Ay madre nuestra, sor Clara! ¡Cuánto consuelo hemos tenido en esta santa noche de Navidad! Pluguiera a Dios que hubieras estado con nosotras.

Y Santa Clara respondió:

-- Yo doy gracias y alabanzas a mi Señor Jesucristo bendito, hermanas e hijas mías amadísimas, porque he tenido la dicha de asistir, con gran consuelo de mi alma, a toda la función de esta noche santa y ha sido mayor que la que habéis tenido vosotras; por intercesión de mi padre San Francisco y por la gracia de mi Señor Jesucristo, me he hallado presente en la iglesia de mi padre San Francisco, y he oído con mis oídos espirituales y corporales todo el canto y la música del órgano, y hasta he recibido la sagrada comunión. Alegraos, pues, y dad gracias a Dios por esta gracia tan grande que me ha hecho. Amén (6).



6) El hecho corresponde sustancialmente al que se refiere en el Proceso de canonización de la Santa, atestiguado por varias de sus monjas; sólo que no dicen que Clara fuera «transportada milagrosamente», sino que desde su cama escuchó el canto y el órgano mientras se celebraban los solemnes oficios en la iglesia de San Francisco. Ocurrió en la Navidad de 1252, última que Clara celebró en la tierra. Ya es sabido cómo este hecho motivó que Santa Clara fuese declarada Patrona de la televisión por Pío XII en 1958.

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MensajePublicado: Sab Oct 20, 2007 5:45 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XXXVI
Una visión hermosa y admirable que tuvo el hermano León
y cómo se la declaró San Francisco


Una vez que San Francisco se hallaba gravemente enfermo y el hermano León le servía, éste estaba haciendo oración al lado de San Francisco, y quedó arrobado y fue conducido en espíritu a un río grandísimo, ancho e impetuoso. Se puso a mirar a todos los que pasaban, y vio entrar en el río a algunos hermanos que iban muy cargados; apenas llegados a la corriente, eran arrastrados y se ahogaban; algunos lograban llegar hasta la tercera parte del río; otros, hasta la mitad; otros, hasta cerca de la otra orilla; pero todos terminaban siendo derribados y se ahogaban debido al ímpetu de la corriente y al peso que llevaban encima. Al ver esto, el hermano León estaba muy apenado por ellos. Y en esto vio venir una gran muchedumbre de hermanos sin ninguna carga ni impedimento; en ellos resplandecía la santa pobreza. Y vio cómo entraban en el río y pasaban al otro lado sin peligro alguno. Terminada esta visión, el hermano León volvió en sí.

Entonces, San Francisco, conociendo en espíritu que el hermano León había tenido alguna visión, lo llamó a sí y le preguntó qué es lo que había visto. Cuando el hermano León le hubo referido toda la visión puntualmente, le dijo San Francisco:

-- Lo que tú has visto es verdadero. El río grande es este mundo; los hermanos que se ahogaban en el río son los que no siguen la profesión evangélica, sobre todo en lo que se refiere a la altísima pobreza; y los que pasaban sin peligro son aquellos hermanos que no buscan ni poseen en este mundo ninguna cosa terrestre ni carnal, sino que, teniendo solamente lo imprescindible para comer y vestir, siguen contentos a Cristo desnudo en la cruz, llevando con alegría y de buen grado la carga y el yugo suave de Cristo y de la santa obediencia; por eso pasan con facilidad de la vida temporal a la vida eterna.

En alabanza de Cristo. Amén.

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MensajePublicado: Mar Oct 23, 2007 12:57 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XXXVII
Cómo San Francisco recibió en la Orden a un caballero cortés

San Francisco, siervo de Cristo, llegó una tarde, al anochecer, a casa de un gran gentilhombre muy poderoso. Fue recibido por él y hospedado con el compañero con grandísima cortesía y devoción, como si fuesen ángeles del cielo. Por ello, San Francisco le cobró gran amor, considerando que, al entrar en casa, le había abrazado y besado con muestras de amistad, luego le había lavado los pies y se los había secado y besado con humildad, había encendido un gran fuego y había hecho preparar la mesa con abundantes y buenos manjares, sirviéndole con el rostro alegre mientras comía. Cuando hubieron comido San Francisco y su compañero, dijo el gentilhombre:

-- Padre, aquí me tenéis a vuestra disposición con todas mis cosas. Y si tenéis necesidad de una túnica, un manto o de cualquier otra cosa, compradla, que yo la pagaré. Y sabed que estoy dispuesto a proveer a todas vuestras necesidades, pues, por gracia de Dios, puedo hacerlo, ya que tengo en abundancia toda clase de bienes temporales; y por amor de Dios, que me los ha dado, yo hago uso de ellos con gusto en favor de sus pobres.

Viendo San Francisco en él tal cortesía, afabilidad y liberalidad en el ofrecimiento, sintió hacia él tanto amor, que luego, después de la partida, iba diciendo a su compañero:

-- En verdad que este caballero sería bueno para nuestra compañía, ya que se muestra tan agradecido y reconocido para con Dios y tan afable y cortés para con el prójimo y para con los pobres. Has de saber, hermano carísimo, que la cortesía es una de las propiedades de Dios, que por cortesía da el sol y la lluvia a buenos y malos. La cortesía es hermana de la caridad, que extingue el odio y fomenta el amor (7). Puesto que yo he encontrado en este hombre de bien en tal grado esta virtud divina, me gustaría tenerlo por compañero. Hemos de volver, pues, algún día a su casa, para ver si Dios le toca el corazón, moviéndole a venirse con nosotros para servir a Dios. Entre tanto, nosotros rogaremos a Dios que le ponga en el corazón ese deseo y le dé la gracia de llevarlo a efecto.

¡Cosa admirable! Al cabo de unos días, como efecto de la oración de San Francisco, puso Dios ese deseo en el corazón del gentilhombre; y dijo San Francisco al compañero:

-- Vamos, hermano, a casa del hombre cortés, porque yo tengo esperanza cierta en Dios de que él, siendo tan cortés en las cosas temporales, se dará a sí mismo para hacerse compañero nuestro.

Fueron, y, cuando estaban ya cerca de la casa, dijo San Francisco al compañero:

-- Espérame un poco, que quiero antes suplicar a Dios que haga fructuoso nuestro viaje y que esta noble presa que tratamos de arrebatar al mundo nos la quiera conceder Cristo a nosotros, pobrecillos y débiles, por la virtud de su santísima pasión.

Dicho esto, se puso en oración en un lugar donde podía ser visto de aquel hombre cortés. Y plugo a Dios que, mirando éste a una y otra parte, viera a San Francisco, que estaba en oración devotísima delante de Cristo, que se le había aparecido en medio de una grande claridad mientras oraba, y estaba allí delante. Y vio cómo San Francisco permanecía elevado corporalmente de la tierra por largo espacio de tiempo. Como consecuencia fue de tal manera tocado por Dios y movido a dejar el mundo, que al punto salió de su palacio, corrió con fervor de espíritu a donde San Francisco estaba en oración y, arrodillándose a sus pies con gran devoción, le rogó que tuviera a bien recibirlo para hacer penitencia juntamente con él.

Entonces, San Francisco, en vista de que su oración había sido escuchada por Dios, puesto que el gentilhombre solicitaba con gran insistencia lo que él deseaba, levantóse con fervor y alegría de espíritu, lo abrazó y le besó devotamente, dando gracias a Dios, que había aumentado su compañía con la agregación de un tal caballero. Y decía aquel gentilhombre a San Francisco:

-- ¿Qué me mandas hacer, Padre mío? Aquí me tienes, dispuesto a dar a los pobres, si tú me lo mandas, todo lo que poseo y a seguir a Cristo contigo, libre así de la carga de todo lo temporal.

Así lo hizo, distribuyendo, según el consejo de San Francisco, todo su haber a los pobres y entrando en la Orden, en la cual vivió en gran penitencia, santidad de vida y pureza de costumbres.

En alabanza de Cristo. Amén.


7) Preciosa definición de la cortesía, elevada por Francisco al rango de virtud evangélica. El mismo, dice Celano, era sumamente cortés (1 Cel 2.17.83), y quería que los hermanos se trataran entre sí y trataran a todos cortésmente (1 R 7,15).

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MensajePublicado: Sab Oct 27, 2007 2:58 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XXXVIII
Cómo San Francisco conoció en espíritu
que el hermano Elías estaba condenado
y que moriría fuera de la Orden


En cierta ocasión en que estaban de familia juntos en un lugar San Francisco y el hermano Elías, fue revelado por Dios a San Francisco que el hermano Elías estaba condenado, que apostataría de la Orden y que, finalmente, moriría fuera de la Orden. Por esta razón concibió San Francisco hacia él tal repulsión, que ni le hablaba ni conversaba con él; y, si ocurría que el hermano Elías venía a su encuentro, desviaba el camino y tiraba por otro lado para no encontrarse con él.

Así que el hermano Elías fue cayendo en la cuenta y comprendió que San Francisco estaba disgustado con él. Queriendo saber el motivo, un día se acercó a San Francisco para hablarle, y, cuando San Francisco trató de evitarlo, el hermano Elías lo detuvo cortésmente por la fuerza y comenzó a rogarle discretamente que, por favor, le dijera por qué motivo él esquivaba de aquel modo su compañía y su conversación. San Francisco le respondió:





-- El motivo es éste: me ha sido revelado por Dios que tú, por causa de tus pecados, apostatarás de la Orden y morirás fuera de ella; además Dios me ha revelado que tú estás condenado.

Al oír esto, dijo el hermano Elías:

-- Padre mío reverendo, te pido por amor de Cristo que tú, por esta causa, no me esquives ni eches de tu presencia, sino que, como buen pastor, a ejemplo de Cristo, encuentres y acojas a la pobre oveja que se pierde si tú no la ayudas. Pide a Dios por mí, para que, si es posible, revoque Él la sentencia de mi condenación, ya que se halla escrito que Dios perdona y cambia la sentencia si el pecador se enmienda de su pecado; y yo tengo tanta fe en tu oración, que, aunque estuviera en lo profundo del infierno, si tú hicieras oración por mí a Dios, yo me sentiría aliviado. Así que yo te suplico que encomiendes a Dios a este pecador, puesto que Él ha venido para salvar a los pecadores, para que me reciba en su misericordia.

Decía esto el hermano Elías con gran devoción y muchas lágrimas, por lo que San Francisco, como padre lleno de piedad, le prometió pedir por él a Dios; y así lo hizo. Y, orando a Dios con mucha devoción por él, conoció, por revelación, que su oración era escuchada por Dios en lo referente a la revocación de la sentencia de condenación del hermano Elías y que, finalmente, su alma no sería condenada, pero que ciertamente saldría de la Orden y moriría fuera de la Orden.

Y así sucedió, ya que, habiéndose rebelado contra la Iglesia el rey de Sicilia, Federico, y siendo por ello excomulgado por el papa él y todos los que le prestaran ayuda y consejo, el hermano Elías, que era reputado como uno de los hombres más doctos del mundo, requerido por el rey Federico, se puso de su parte y se hizo rebelde a la Iglesia; por esta razón fue excomulgado por el papa y privado del hábito de San Francisco.

Hallándose así excomulgado, enfermó gravemente. Enterado de ello un hermano suyo, hermano laico que había seguido en la Orden y que era hombre de vida ejemplar, fue a visitarle, y le dijo entre otras cosas:

-- Hermano mío carísimo, yo siento gran pesar de verte excomulgado y fuera de la Orden y que vas a morir en esta situación. Pero, si tú ves el camino y el modo como yo pueda ayudarte y sacarte de este peligro, gustosamente me tomaré cualquier trabajo por ti.

-- Hermano mío -respondió el hermano Elías-, la única salida es que tú vayas al papa y le supliques, por amor de Cristo y de su siervo San Francisco, por cuyas enseñanzas yo abandoné el mundo, que me absuelva de la excomunión y me devuelva el hábito de la Orden.

Su hermano le aseguró que de buen grado haría todo lo que estuviera de su parte por la salvación de su alma. Se despidió de él y fue a postrarse a los pies del Santo Padre, suplicándole con mucha humildad que concediera esa gracia a su hermano por amor de Cristo y de San Francisco. Y plugo a Dios que el papa le concediera que volviese en seguida y, si encontraba al hermano Elías aún con vida, lo absolviera, de parte suya, de la excomunión y le devolviera el hábito. Con esto partió muy contento y volvió apresuradamente al hermano Elías; lo halló aún con vida, pero en trance de morir; lo absolvió de la excomunión y le devolvió el hábito. El hermano Elías pasó de esta vida; y su alma fue salvada por los méritos y las oraciones de San Francisco, en las que el hermano Elías había tenido gran esperanza (1).

En alabanza de Cristo. Amén.



1) Otra vez aparece en las Florecillas la sombra del hermano Elías, cuya memoria fue tan maltratada por el partido de los «espirituales» (cf. supra, Flor 4 n. 6). Datos biográficos acerca de él en LP 17 n. 14. El grupo de los celantes lo consideró como el responsable principal de la evolución de la fraternidad a costa del puro ideal de los orígenes. La crítica histórica ha rehabilitado hoy en gran parte la memoria del inteligente colaborador de San Francisco, de cuya confianza gozó siempre, a pesar de cuanto se dice en este relato.

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MensajePublicado: Mie Oct 31, 2007 3:03 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XXXIX
Cómo San Antonio, predicando ante el Papa y los cardenales,
fue entendido por gentes de diversas lenguas (2)






El admirable vaso del Espíritu Santo, San Antonio de Padua, uno de los discípulos y compañeros predilectos de San Francisco, que le llamaba su obispo (3), predicó una vez en consistorio delante del Papa y de los cardenales; en este consistorio había muchos hombres de diversas naciones: griegos, latinos, franceses, alemanes, eslavos, ingleses y de otras diversas lenguas del mundo. Inflamado por el Espíritu Santo, expuso y desarrolló la palabra de Dios con tanta eficacia, profundidad y claridad, que todos los que se hallaban en el consistorio, aunque eran de lenguas tan diversas, entendieron claramente todas sus palabras sin perder una, como si hubiera hablado en el idioma de cada uno de ellos; hasta tal punto, que todos quedaron estupefactos, y les pareció que se había renovado el antiguo milagro de los apóstoles en tiempo de Pentecostés, cuando hablaron en todas las lenguas por la virtud del Espíritu Santo. Y se decían unos a otros con admiración:

-- ¿No es de España (4) este que predica? Pues ¿cómo es que todos nosotros le oímos hablar en la lengua de nuestro país?

Y el mismo Papa, lleno de admiración por la profundidad de sus palabras, dijo:

-- A la verdad, éste es arca del Testamento y armario de la divina Escritura (5).

En alabanza de Cristo. Amén.



2) Este capítulo y el siguiente están dedicados a San Antonio de Padua, una de las conquistas más valiosas de la primera generación franciscana, si bien él no fue de los «compañeros» de San Francisco.

3) Así en el encabezamiento de la carta en que le autorizaba a enseñar la teología a los hermanos: «Al hermano Antonio, mi obispo». Está atestiguada por 2 Cel 163.

4) En aquel tiempo se daba el nombre de España a toda la península Ibérica; Portugal, patria de San Antonio, era uno de los reinos de España.

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MensajePublicado: Lun Nov 05, 2007 11:31 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XL
Cómo San Antonio predicó a los peces,
y por este milagro convirtió a los herejes
Very Happy

Queriendo Cristo poner de manifiesto la gran santidad de su siervo San Antonio y acreditar su predicación y su doctrina santa para que fuese escuchada con devoción, se sirvió en cierta ocasión de animales irracionales, como son los peces, para reprender la necedad de los infieles herejes, del mismo modo como en el Antiguo Testamento había reprendido la ignorancia de Balaam.

Fue en ocasión que San Antonio se hallaba en Rímini, donde había una gran muchedumbre de herejes (6). Durante muchos días había tratado de conducirlos a la luz de la verdadera fe y al camino de la verdad, predicándoles y disputando con ellos sobre la fe de Jesucristo y de la Sagrada Escritura. Pero ellos no sólo no aceptaron sus santos razonamientos, sino que, endurecidos y obstinados, no quisieron ni siquiera escucharle; por lo que un día San Antonio, por divina inspiración, se dirigió a la desembocadura del río junto al mar y, colocándose en la orilla entre el mar y el río, comenzó a decir a los peces como predicándoles:

-- Oíd la palabra de Dios, peces del mar y del río, ya que esos infieles herejes rehúsan escucharla.

No bien hubo dicho esto, acudió inmediatamente hacia él, en la orilla, tanta muchedumbre de peces grandes, pequeños y medianos como jamás se habían visto, en tan gran número, en todo aquel mar ni en el río. Y todos, con la cabeza fuera del agua, estaban atentos mirando al rostro de San Antonio con gran calma, mansedumbre y orden: en primer término, cerca de la orilla, los más diminutos; detrás, los de tamaño medio, y más adentro, donde la profundidad era mayor, los peces mayores. Cuando todos los peces se hubieron colocado en ese orden y en esa disposición, comenzó San Antonio a predicar solemnemente, diciéndoles:






-- Peces hermanos míos: estáis muy obligados a dar gracias, según vuestra posibilidad, a vuestro Creador, que os ha dado tan noble elemento para vuestra habitación, porque tenéis a vuestro placer el agua dulce y el agua salada; os ha dado muchos refugios para esquivar las tempestades. Os ha dado, además, el elemento claro y transparente, y alimento con que sustentaros. Y Dios, vuestro creador cortés y benigno, cuando os creó, os puso el mandato de crecer y multiplicaros y os dio su bendición. Después, al sobrevenir el diluvio universal, todos los demás animales murieron; sólo a vosotros os conservó sin daño. Por añadidura, os ha dado las aletas para poder ir a donde os agrada. A vosotros fue encomendado, por disposición de Dios, poner a salvo al profeta Jonás, echándolo a tierra después de tres días sano y salvo. Vosotros ofrecisteis el censo a nuestro Señor Jesucristo cuando, pobre como era, no venía con qué pagar. Después servisteis de alimento al rey eterno Jesucristo, por misterio singular, antes y después de la resurrección. Por todo ello estáis muy obligados a alabar y bendecir a Dios, que os ha hecho objeto de tantos beneficios, más que a las demás creaturas.

A estas y semejantes palabras y enseñanzas de San Antonio, comenzaron los peces a abrir la boca e inclinar la cabeza, alabando a Dios con esos y otros gestos de reverencia. Entonces, San Antonio, a la vista de tanta reverencia de los peces hacia Dios, su creador, lleno de alegría de espíritu, dijo en alta voz:

-- Bendito sea el eterno Dios, porque los peces de las aguas le honran más que los hombres herejes, y los animales irracionales escuchan su palabra mejor que los hombres infieles.

Y cuanto más predicaba San Antonio, más crecía la muchedumbre de peces, sin que ninguno se marchara del lugar que había ocupado.

Ante semejante milagro comenzó a acudir el pueblo de la ciudad, y vinieron también los dichos herejes; viendo éstos un milagro tan maravilloso y manifiesto, cayeron de rodillas a los pies de San Antonio con el corazón compungido, dispuestos a escuchar la predicación. Entonces, San Antonio comenzó a predicar sobre la fe católica; y lo hizo con tanta nobleza, que convirtió a todos aquellos herejes y los hizo volver a la verdadera fe de Jesucristo; y todos los fieles quedaron confortados y fortalecidos en la fe. Hecho esto, San Antonio licenció a los peces con la bendición de Dios y todos partieron con admirables demostraciones de alegría; lo mismo hizo el pueblo.

Después, San Antonio se detuvo en Rímini muchos días, predicando y haciendo fruto espiritual en las almas (7).

En alabanza de Cristo. Amén.


6) Se trata de los cátaros o patarenos, muy extendidos a la sazón en el norte de Italia.

7) La predicación a los peces aparece por primera vez en la vida de San Antonio escrita por Juan Rigaud entre 1293 y 1319, pero el escenario es cerca de Padua. El sermón está calcado, a todas luces, en el que San Francisco dirigió a los pájaros (supra, Flor 16), aunque con un contenido poético muy inferior. Por otra parte, como sucede en otros milagros atribuidos a San Antonio en época tardía, los seres irracionales aparecen instrumentalizados para un fin apologético, mientras que el diálogo que San Francisco entabla con las hermanas aves, con la hermana cigarra, con la hermana liebre, con el hermano fuego, carecen de una ulterior intención; les habla, o, mejor, se habla a sí mismo, a impulsos de una fe que le hace sentirse hermano de toda creatura, efecto del amor del Padre Dios.

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MensajePublicado: Jue Nov 08, 2007 11:12 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLI
Cómo el hermano Simón, hombre de gran contemplación,
libró de una gran tentación a un hermano
que estaba para dejar la Orden
(8 )

En los primeros tiempos de la Orden, viviendo todavía San Francisco, entró en la Orden un joven de Asís de nombre hermano Simón. Dios le adornó y dotó de tanta gracia y de tanta contemplación y elevación de espíritu, que toda su vida era un espejo de santidad, como lo oí de quienes por largo tiempo estuvieron con él. Muy raras veces era visto fuera de la celda; y las pocas veces que estaba con los hermanos, hablaba siempre de Dios.

No había estudiado nunca el latín, y, con todo, hablaba tan profundamente y con tanta sublimidad de Dios y del amor de Cristo, que sus palabras parecían palabras sobrenaturales. Una noche sucedió que, habiendo ido al bosque con el hermano Jacobo de Massa para hablar de Dios, se entretuvieron hablando dulcísimamente del amor divino durante toda la noche, y por la mañana les parecía haber estado poquísimo tiempo, como me lo refirió el mismo hermano Jacobo.

El hermano Simón recibía las divinas iluminaciones y las visitas amorosas de Dios con tanta suavidad y dulzura de espíritu, que muchas veces, al sentirlas venir, se echaba en la cama, porque la tranquila suavidad del Espíritu Santo le pedía no sólo el reposo de la mente, sino también el del cuerpo. Y en aquellas visitas divinas era con frecuencia arrebatado en Dios, y se volvía totalmente insensible a las cosas corporales. Una vez sucedió que estando él así suspenso en Dios e insensible al mundo, abrasado por dentro de amor divino y sin sentir nada exteriormente con los sentidos corporales, un hermano quiso hacer la experiencia de comprobar si era como parecía; fue, cogió una brasa y se la aplicó al pie desnudo; el hermano Simón no sintió nada, ni la brasa le dejó señal alguna en el pie, no obstante haber seguido así tanto tiempo, que se apagó por sí sola.





Este hermano Simón, cuando se sentaba a la mesa, antes de tomar el alimento corporal, tomaba para sí y daba a los demás el alimento espiritual hablando siempre de Dios. Con estos discursos devotos convirtió en cierta ocasión a un joven de San Severino, que había sido en el siglo un galán vanidoso y mundano y era noble de sangre y muy delicado en su cuerpo. El hermano Simón, cuando lo recibió en la Orden, guardó consigo sus vestidos seglares; era, en efecto, el hermano Simón el encargado de iniciarlo en las observancias regulares. Pero el demonio, que anda buscando cómo poner tropiezos a todo bien, puso en él tan fuerte estímulo y tan ardiente propensión de la carne, que le era del todo imposible resistir. Por ello fue al hermano Simón y le dijo:

-- Devuélveme mis vestidos de seglar, porque no puedo ya resistir las tentaciones carnales.

Y el hermano Simón, lleno de compasión hacia él, le decía:

-- Siéntate un poco conmigo, hijo mío.

Y comenzaba a hablarle de Dios, con lo que la tentación se marchaba. Volvía de nuevo la tentación, él volvía a pedir los vestidos al hermano Simón por causa de la tentación, y, hablándole él de Dios otras tantas veces, cesaba la tentación.

Así varias veces, hasta que, por fin, una noche le asaltó la tentación con mayor fuerza de lo acostumbrado, y, no pudiendo resistir de ninguna manera, fue al hermano Simón y le pidió de nuevo todos sus vestidos de seglar, ya que le era absolutamente imposible seguir. Entonces, el hermano Simón, como lo había hecho otras veces, lo hizo sentar junto a él; y, mientras le hablaba de Dios, el joven reclinó la cabeza en el regazo del hermano Simón presa de gran melancolía y tristeza. El hermano Simón, movido fuertemente a compasión, alzó los ojos al cielo, y, poniéndose a orar muy devotamente por él, quedó arrobado y fue escuchado por Dios. Al volver en sí, el joven se sintió libre del todo de aquella tentación, como si jamás la hubiera tenido.

Más aún, el ardor de la tentación se cambió en ardor del Espíritu Santo, porque se había acercado a aquel carbón encendido que era el hermano Simón, y quedó todo inflamado en el amor de Dios y del prójimo, en tal grado, que, habiendo sido una vez apresado un malhechor, al que habían de ser arrancados los dos ojos, movido a compasión, fue él animosamente al rector, cuando estaba reunido el consejo en pleno, y con muchas lágrimas y súplicas pidió que le fuera arrancado a él un ojo y otro al malhechor para que éste no quedara privado de los dos ojos. Al ver el rector y su consejo el gran fervor de la caridad de este hermano, perdonaron al uno y al otro.

Se hallaba un día el hermano Simón en el bosque en oración experimentando gran consolación en su alma, cuando una bandada de cornejas comenzó a molestarle con sus graznidos; él entonces les mandó, en nombre de Jesús, que se marcharan y no volvieran. Al punto partieron aquellos pájaros, y ya no fueron vistos ni allí ni en todo el contorno. Este milagro fue conocido en toda la custodia de Fermo, a la que pertenecía aquel convento (9).

En alabanza de Cristo. Amén.


8 ) Comienzan ahora los trece capítulos en que los protagonistas no son ya los «compañeros» de San Francisco, sino una serie de hermanos de gran virtud de la Marca de Ancona, en cuyo escenario geográfico y espiritual se realizó la compilación Actus-Fioretti, como dijimos en la introducción.

El hermano Simón de Asís fue uno de los puntales de la resistencia pacífica a la evolución de la «comunidad»; según Ángel Clareno, fue perseguido, junto con el grupo de celantes, por el ministro general Crescencio de Jesi. Murió en 1250.

9) Según el texto latino, era el convento de Brunforte. La «custodia» era una circunscripción regional dentro de una provincia religiosa. La provincia de la Marca de Ancona, una de las creadas en 1217, contaba en los comienzos del siglo XIV con siete custodias y 88 conventos.

En el manuscrito de Actus, publicado por M.A.G. Little, se lee al final de este capítulo: «Y yo, hermano Hugolino de Monte Santa María, estuve en Brunforte durante tres años y vi con mis propios ojos este milagro, bien notorio así a los seglares como a los hermanos de toda la custodia».

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MensajePublicado: Mar Nov 13, 2007 2:58 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLII
Algunos santos hermanos: Bentivoglia,
Pedro de Monticello y Conrado de Offida.
Y cómo el hermano Bentivoglia llevó a cuestas a un leproso
quince millas en poquísimo tiempo.


La provincia de la Marca de Ancona estuvo antiguamente adornada, como el cielo de estrellas, de hermanos santos y ejemplares, que, como lumbreras del cielo, han ilustrado y honrado a la Orden de San Francisco y al mundo con sus ejemplos y su doctrina.

Entre otros hay que enumerar, en primer lugar, al hermano Lúcido el antiguo, que fue verdaderamente luciente por la santidad y ardiente por la caridad divina; su lengua gloriosa, informada por el Espíritu Santo, obtenía frutos maravillosos en la predicación (10).

Otro fue el hermano Bentivoglia de San Severino (11), a quien vio una vez el hermano Maseo de San Severino elevado en el aire por mucho tiempo mientras oraba en el bosque. Debido a este milagro, dicho hermano Maseo, que era párroco entonces, dejó el beneficio y se hizo hermano menor; y fue de tanta santidad, que hizo muchos milagros en vida y en muerte; su cuerpo está sepultado en Marro.

Ese hermano Bentivoglia, una vez que se hallaba en Trave Bonanti cuidando y sirviendo a un leproso, recibió orden de su superior de trasladarse a un convento distante quince millas. No queriendo él abandonar al leproso, con gran fervor de caridad se lo cargó a cuestas y lo llevó, desde la aurora hasta la salida del sol recorriendo todo aquel camino de quince millas, hasta el convento al que era destinado, que se llamaba Monte Sanvicino. Aunque hubiera sido un águila, no hubiera podido hacer volando todo aquel recorrido. Este divino milagro despertó en toda la región gran estupor y admiración.

Otro hermano, fray Pedro de Monticello (12), fue visto por el hermano Servadeo de Urbino, guardián suyo a la sazón en el convento viejo de Ancona, levantado corporalmente, a cinco o seis brazas del suelo, hasta los pies del crucifijo de la iglesia ante el cual estaba en oración. Este hermano Pedro había ayunado una vez con gran devoción durante la cuaresma de San Miguel Arcángel (13), y el último día de esta cuaresma, estando orando en la iglesia, un hermano joven que se había ocultado expresamente bajo el altar mayor atisbando algún hecho de santidad, le oyó conversar con San Miguel Arcángel en estos términos. San Miguel decía:

-- Hermano Pedro, tú te has fatigado fielmente por mí y has mortificado tu cuerpo de diferentes maneras. Pues bien, yo he venido para consolarte; puedes pedir la gracia que quieras, y yo te la obtendré de Dios.

-- Santísimo príncipe de la milicia celestial, fidelísimo celador del honor de Dios, protector misericordioso de las almas -respondió el hermano Pedro-, yo te pido esta sola gracia: que me obtengas de Dios el perdón de mis pecados.

-- Pide otra gracia -dijo San Miguel-, porque ésa te la alcanzaré muy fácilmente.

Y como el hermano Pedro no pedía nada más, el arcángel terminó:

-- Por la fe y la devoción que me profesas, yo te conseguiré esa gracia que pides y muchas otras.

Acabada esta conversación, que se prolongó por mucho tiempo, desapareció el arcángel San Miguel, dejándolo sumamente consolado.

Contemporáneamente a este santo hermano Pedro vivía el hermano Conrado de Offida (14). Ambos formaban parte de la familia del convento de Forano, de la custodia de Ancona. El hermano Conrado fue un día al bosque para contemplar a Dios y el hermano Pedro le fue siguiendo a escondidas para ver qué le sucedía. El hermano Conrado se puso en oración y comenzó a suplicar a la Virgen María con gran devoción y muchas lágrimas que le obtuviera de su Hijo bendito la gracia de experimentar un poco de aquella dulzura que sintió San Simeón el día de la Purificación, cuando tuvo en sus brazos a Jesús, el Salvador bendito. Hecha esta oración, fue escuchado por la misericordiosa Virgen María. En aquel momento apareció la Reina del cielo con su Hijo bendito en los brazos en medio de una luz esplendoroso; se acercó al hermano Conrado y le puso en los brazos a su bendito Hijo; él lo recibió con gran devoción, lo abrazó y lo besó apretándolo contra el pecho, consumiéndose y derritiéndose en amor divino y en un consuelo inexplicable. Y también el hermano Pedro, que estaba viendo todo desde su escondrijo, sintió en su alma una grandísima dulcedumbre y consolación.

Cuando la Virgen María dejó al hermano Conrado, el hermano Pedro se volvió rápidamente al convento para no ser visto de él; pero luego, al ver al hermano Conrado que volvía muy alegre y jubiloso, le dijo el hermano Pedro:

-- Hombre celestial, hoy has tenido una gran consolación.

-- ¿Qué dices, hermano Pedro? ¿Qué sabes tú lo que he tenido? -dijo el hermano Conrado.

Y el hermano Pedro:

-- Sí que lo sé, sí que lo sé. Te ha visitado la Virgen María con su Hijo bendito.

Entonces, el hermano Conrado, que, como hombre verdaderamente humilde, deseaba mantener secretas las gracias de Dios, le rogó que no dijera nada a nadie. Y desde entonces fue tan grande el amor que se tuvieron el uno al otro, que no parecía sino que en todo tuvieran un solo corazón y una sola alma.

Este hermano Conrado liberó en una ocasión, en el convento de Sirolo, a una mujer poseída del demonio, orando por ella toda la noche y apareciéndose a su madre; y a la mañana siguiente huyó para no ser hallado y honrado del pueblo.

En alabanza de Cristo. Amén.




10) De este hermano Lúcido habla repetidas veces el libro de las Conformidades, de Bartolomé de Pisa. También él es mencionado por Ángel Clareno entre los celantes perseguidos por Crescencio de Jesi. Y no sabemos si debe ser identificado con aquel inquieto hermano Lúcido, que no paraba en ningún lugar, y a quien San Francisco señalaba como ejemplo de sentido de peregrinación (EP 85).

11) Se trata del Beato Bentivoglia (latinizado, Bentivolius) de Bonis, de la familia de este apellido, fallecido en fecha incierta, después de 1232. Su culto ha sido reconocido oficialmente.

12) También su culto ha sido oficialmente reconocido con el nombre de Beato Pedro de Treia, nombre actual del antiguo Monticello. Murió en 1304, en el convento de Sirolo. Figuró entre los más destacados del grupo de los «espirituales».

13) Era una de las «cuaresmas» observadas por San Francisco, por la devoción que él profesaba al arcángel San Miguel. Comenzaba en la fiesta de la Asunción. Fue durante esa cuaresma, en 1224, cuando recibió las llagas

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MensajePublicado: Jue Nov 15, 2007 5:54 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLIII
Cómo el hermano Conrado amonestó a un hermano joven
que servía de escándalo a sus hermanos
y le hizo cambiar de conducta


Este mismo hermano Conrado de Offida, admirable celador de la pobreza evangélica y de la Regla de San Francisco, fue de vida tan religiosa y tan llena de méritos ante Dios, que Cristo bendito le honró con muchos milagros en vida y en muerte.

Entre ellos, uno fue éste: habiendo llegado una vez, de paso, al convento de Offida, los hermanos le rogaron, por amor de Dios y de la caridad, que amonestara a un hermano joven que había en aquel convento, y que perturbaba a toda la comunidad, tanto a viejos como a jóvenes, por su manera de portarse pueril, indisciplinado y libre; descuidaba habitualmente el oficio divino y las demás observancias regulares. El hermano Conrado, por compasión para con aquel joven y accediendo a los ruegos de los hermanos, le llamó aparte y con fervor de caridad le dirigió palabras de amonestación tan eficaces y llenas de unción, que, bajo la acción de la gracia divina, de niño que era, se volvió súbitamente maduro por su manera de comportarse; y tan obediente, bueno, diligente, piadoso y pacífico, tan servicial, tan aplicado a toda obra de virtud, que así como antes toda la casa andaba perturbada por causa de él, después todos estaban contentos y consolados y lo amaban profundamente.

Y plugo a Dios que poco después de su conversión muriera dicho hermano joven, con gran sentimiento de los hermanos. Pocos días después de su muerte se apareció su alma al hermano Conrado, que estaba en piadosa oración ante el altar de aquel convento, y le saludó devotamente como a padre suyo. El hermano Conrado le preguntó:

-- ¿Quién eres?

-- Yo soy el alma de aquel hermano joven que murió hace unos días -respondió.

-- Y ¿qué es ahora de ti, hijo carísimo? -volvió a preguntarle el hermano Conrado.

-- Padre amadísimo -respondió-, por la gracia de Dios y por vuestra enseñanza, me ha ido bien, porque no estoy condenado; pero, debido a algunos pecados que cometí y que no tuve tiempo para expiar suficientemente, estoy padeciendo penas muy grandes en el purgatorio. Te ruego, padre, que de la misma manera que me has ayudado cuando estaba vivo, así ahora tengas a bien socorrerme en mis penas rezando por mí algún padrenuestro, ya que tu oración es tan poderosa ante Dios.

Entonces, el hermano Conrado, accediendo de buen grado a su ruego, dijo por él una sola vez el padrenuestro con el Requiem aeternam, y aquella alma dijo:

-- ¡Oh padre carísimo, cuánto bien y cuánto refrigerio siento ahora! Por favor, dilo otra vez.

Así lo hizo el hermano Conrado. Cuando lo hubo rezado, dijo aquella alma:

-- Padre santo, cuando tú oras por mí, me siento totalmente aliviado. Te pido, pues, que no dejes de rogar por mí a Dios.

Entonces el hermano Conrado, viendo que aquella alma era ayudada tan eficazmente por sus oraciones, rezó por ella cien padrenuestros; y, en cuanto los hubo terminado, dijo el alma:

-- Te doy gracias, padre mío, de parte de Dios, por la caridad que has tenido para conmigo, porque por tu oración estoy ya libre de todas las penas, y así me voy al reino celestial.

Dicho esto, desapareció. Y el hermano Conrado, para dar a los hermanos alegría y consuelo, les refirió punto por punto toda esta visión.

En alabanza de Cristo. Amén.

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MensajePublicado: Mie Nov 21, 2007 10:28 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLIV
Dos hermanos que se amaban tanto, que, por caridad,
se manifestaban el uno al otro las revelaciones que tenían


Al tiempo que moraban juntos en la custodia de Ancona, en el convento de Forano, los hermanos Conrado y Pedro (de Monticello), que eran dos estrellas brillantes en la provincia de las Marcas, dos hombres del cielo, estaban unidos entre sí con un amor y una caridad tan grande, que parecían no tener sino un solo corazón y una sola alma, y se habían ligado mutuamente con este pacto: que cualquier consolación que la misericordia de Dios otorgase a cualquiera de los dos, se la tenían que manifestar, por caridad, el uno al otro.

Sellado entre ambos este pacto, ocurrió un día que el hermano Pedro estaba en oración meditando muy piadosamente en la pasión de Cristo; y como la Madre santísima de Cristo y Juan, el amadísimo discípulo, y San Francisco estaban pintados al pie de la cruz, crucificados con Cristo por el dolor del alma, le vino el deseo de saber quién de los tres había experimentado mayor dolor por la pasión de Cristo; si la Madre, que lo había llevado en su seno, o el discípulo, que había reposado sobre su pecho, o San Francisco, que había sido crucificado con Cristo. Estando en este devoto pensamiento, se le apareció la Virgen María con San Juan Evangelista y San Francisco, vestidos de nobilísimas vestiduras de gloria bienaventurada; pero San Francisco aparecía vestido de una veste más hermosa que San Juan.

Y como el hermano Pedro quedó desconcertado por esta visión, San Juan le animó, diciéndole:

-- No temas, hermano carísimo, porque nosotros hemos venido aquí para consolarte y aclararte el objeto de tu duda. Has de saber que la Madre de Cristo y yo hemos sufrido, por causa de la pasión de Cristo, más que ninguna otra creatura; pero, después de nosotros, nadie ha experimentado mayor dolor que San Francisco; por eso le ves con tanta gloria.

-- Santísimo apóstol de Cristo -preguntó el hermano Pedro-, ¿por qué la vestidura de San Francisco es más hermosa que la tuya?

-- La razón es ésta -respondió San Juan-: porque, cuando él estaba en el mundo, llevó un vestido más vil que el mío.

Dichas estas palabras, San Juan entregó al hermano Pedro un vestido de gloria que llevaba en la mano y le dijo:

-- Toma este vestido que he traído para dártelo a ti.

Y como San Juan quería vestirlo con él, el hermano Pedro, estupefacto, cayó a tierra y comenzó a gritar:

-- ¡Hermano Conrado, hermano Conrado querido, ven en seguida, ven y verás cosas maravillosas!

A estas palabras desapareció la visión. Cuando llegó el hermano Conrado, le refirió al detalle todo lo sucedido, y dieron gracias a Dios.
Amén.

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MensajePublicado: Vie Nov 30, 2007 5:28 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLV
Cómo un hermano, por nombre Juan de la Penna,
fue llamado por Dios a la Orden cuando aún era niño


A Juan de la Penna (1), cuando aún era niño en la provincia de las Marcas, antes de hacerse hermano, se le apareció una noche un niño bellísimo, que le llamó diciéndole:

-- Juan, vete a San Esteban, donde está predicando uno de mis hermanos; cree en lo que enseña y pon atención a sus palabras, porque soy yo quien lo ha enviado. Hecho esto, tendrás que hacer un largo viaje, y después vendrás a estar conmigo.

Al punto, se levantó y sintió un cambio grande en su alma. Fue a San Esteban, y encontró allí una gran muchedumbre de hombres y de mujeres que habían acudido a oír el sermón. El que tenía que predicar era un hermano de nombre Felipe (2), uno de los primeros llegados a la Marca de Ancona; todavía eran pocos los conventos fundados en las Marcas.

Subió al púlpito el hermano Felipe para predicar, y lo hizo con gran unción; no con palabras de sabiduría humana, sino con la fuerza del Espíritu de Cristo, anunciando el reino de la vida eterna. Terminado el sermón, el niño se acercó al hermano Felipe y le dijo:

-- Padre, si tuvierais a bien recibirme en la Orden, yo haría de buen grado penitencia y serviría a nuestro Señor Jesucristo.

El hermano Felipe, viendo y reconociendo en él una admirable inocencia y la pronta voluntad de servir a Dios, le dijo:

-- Ven a estar conmigo tal día a Recanati, y yo haré que seas recibido.

En aquel convento había de celebrarse el capítulo provincial. El niño, que era muy candoroso, pensó que era aquél el largo viaje que tenía que hacer, conforme a la revelación que había recibido, y que después iría al paraíso. Creía que así había de suceder en cuanto fuese recibido en la Orden. Marchó, pues, y fue recibido.

Viendo que su esperanza no era realizada y oyendo decir al ministro en el capítulo que a todos los que quisieran ir a la provincia de Provenza, con el mérito de la santa obediencia, él les daría de buen grado el permiso, le vino el deseo de ir, pensando en su corazón que aquél sería el largo viaje que había de hacer antes de ir al paraíso; pero tenía vergüenza de decirlo. Finalmente, se confió al hermano Felipe, que lo había hecho recibir en la Orden, y le rogó encarecidamente que le procurase aquella gracia de ir destinado a la provincia de Provenza. El hermano Felipe, viendo su candor y su santa intención, le consiguió aquel permiso. Así, pues, el hermano Juan se dispuso con grande gozo para ir, dando por seguro que al final de aquel viaje iría al paraíso.

Pero plugo a Dios que permaneciera en dicha provincia veinticinco años, siempre en esa espera y en ese deseo, viviendo con gran honestidad, santidad y ejemplaridad, creciendo sin cesar en virtud y en gracia ante Dios y ante el pueblo; y era sumamente amado de los hermanos y de los seglares.

Hallándose un día el hermano Juan en devota oración, llorando y lamentándose de que no se cumplía su deseo y de que se prolongaba demasiado su peregrinación en esta vida, se le apareció Cristo bendito. A su vista quedó como derretida su alma, y Cristo le dijo:

-- Hijo mío hermano Juan, pídeme lo que quieras.

-- Señor -respondió él-, yo no sé pedir otra cosa sino a ti, porque no deseo ninguna otra cosa. Pero lo que pido es que me perdones todos mis pecados y me concedas la gracia de verte otra vez cuando me halle en mayor necesidad.

-- Ha sido escuchada tu petición -le dijo Cristo.

Dicho esto, desapareció, y el hermano Juan quedó muy consolado y confortado.

Por fin, habiendo oído los hermanos de las Marcas la fama de su santidad, insistieron tanto ante el general, que éste le mandó la obediencia para volver a las Marcas. Recibida esta obediencia, se puso gozosamente en camino, pensando que al término de este viaje había de ir al cielo, según la promesa de Cristo. Pero, vuelto a la provincia de las Marcas, vivió en ella otros treinta años, sin ser reconocido por ninguno de sus parientes; y cada día esperaba que la misericordia de Dios le cumpliese la promesa. En ese tiempo desempeñó varias veces el oficio de guardián con gran discreción, y Dios realizó, por medio de él, muchos milagros.

Entre los demás dones recibidos de Dios, tuvo el don de profecía. En cierta ocasión, estando él fuera del convento, un novicio suyo fue combatido por el demonio y tentado con tal fuerza, que cedió a la tentación y tomó la determinación de dejar la Orden no bien estuviera de vuelta el hermano Juan. Conoció el hermano Juan, por espíritu de profecía, esa decisión; volvió en seguida a casa, llamó al novicio y le dijo que quería se confesara. Pero antes de la confesión le refirió puntualmente la tentación, tal como Dios se la había revelado, y terminó diciéndole:

-- Hijo, por haberme esperado y no haber querido marcharte sin mi bendición, Dios te ha concedido la gracia de que nunca saldrás de esta Orden, sino que morirás en ella con la ayuda de la divina gracia.

Entonces aquel novicio fue confirmado en su buena voluntad, permaneció en la Orden y llegó a ser un santo religioso.





Todas estas cosas me las refirió a mí, hermano Hugolino, el mismo hermano Juan.

Este hermano Juan era hombre de espíritu alegre y sereno, hablaba raramente y poseía el don de la oración y devoción; después de los maitines no volvía nunca a la celda, sino que continuaba en la iglesia haciendo oración hasta el amanecer. Estando una noche así en oración después de los maitines, se le apareció el ángel de Dios y le dijo:

-- Hermano Juan, ha llegado el término del viaje, que por tanto tiempo has esperado. Así, pues, te comunico, de parte de Dios, que puedes pedir la gracia que desees. Y te comunico, además, que tienes en tu mano elegir: o un día de purgatorio o siete días de padecimiento en este mundo.

Eligió el hermano Juan siete días de penas en este mundo, y en seguida cayó enfermo de diversas dolencias: le sobrevino una violenta fiebre, el mal de gota en las manos y los pies, dolores de costado y muchos otros males. Pero lo que más le atormentaba era el ver siempre a un demonio delante de él, con una hoja grande de papel en la mano, donde estaban escritos todos los pecados que había cometido o pensado, y le decía:

-- Por causa de estos pecados cometidos por ti de pensamiento, palabra y obra, estás condenado a lo profundo del infierno.

Y él no se acordaba de haber hecho jamás ningún bien, ni de estar en la Orden, ni de que hubiera estado nunca en ella, sino que le dominaba la idea de estar condenado como el demonio se lo decía. Por eso, cuando alguien le preguntaba cómo estaba, respondía:

-- Mal, porque estoy condenado.

Viendo esto, los hermanos hicieron llamar a un hermano muy viejo, llamado Mateo de Monte Rubbiano, que era un santo hombre y muy amigo del hermano Juan. Llegó el hermano Mateo el día séptimo de la tribulación del hermano Juan, le saludó y le preguntó cómo estaba. Él le respondió que mal, porque estaba condenado. Entonces le dijo el hermano Mateo:

-- ¿No te acuerdas que te has confesado conmigo muchas veces, y yo te he absuelto íntegramente de tus pecados? ¿No tienes presente que has servido a Dios tantos años en esta Orden? Por otra parte, ¿has olvidado, acaso, que la misericordia de Dios sobrepuja todos los pecados del mundo y que Cristo bendito, nuestro Salvador, ha pagado, para rescatarnos, precio infinito? Ten confianza, porque no hay duda de que estás salvado.

A estas palabras, puesto que se había cumplido el tiempo de su purificación, desapareció la tentación y sobrevino la consolación. Y lleno de gozo, dijo el hermano Juan al hermano Mateo:

-- Estás fatigado y es ya tarde; te ruego que vayas a reposar.

El hermano Mateo no quería dejarlo; pero al fin, ante su insistencia, se despidió de él y se fue a descansar, quedando solo el hermano Juan con el hermano que le cuidaba. En esto vio llegar a Cristo bendito en medio de grandísimo resplandor y de suavísima fragancia, cumpliendo la promesa que le había hecho de aparecérsele otra vez cuando él se hallara en mayor necesidad; y lo curó totalmente de toda enfermedad. Entonces, el hermano Juan, juntando las manos, le dio gracias por haber dado fin tan felizmente al largo viaje de la presente vida miserable, encomendó y entregó su alma en las manos de Cristo y pasó de esta vida mortal a la vida eterna con Cristo bendito, a quien por tanto tiempo había deseado y esperado. El hermano Juan está sepultado en el convento de Penna San Giovanni.

En alabanza de Cristo. Amén.



1) El Beato Juan de Penna San Giovanni, muerto hacia 1275. Beatificado, asimismo oficialmente, como los anteriores.

2) Probablemente el hermano Felipe Longo, uno de los once primeros compañeros de San Francisco.






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MensajePublicado: Lun Dic 03, 2007 4:21 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLVI
Cómo el hermano Pacífico, estando en oración,
vio subir al cielo el alma de su hermano fray Humilde


En la misma provincia de las Marcas hubo, después de la muerte de San Francisco, dos hermanos carnales en la Orden, el uno se llamaba fray Humilde, y el otro, fray Pacífico (3), ambos de gran santidad y perfección. El uno moraba en el eremitorio de Soffiano, y murió allí; el otro, en otro lugar muy distante. Plugo a Dios que el hermano Pacífico, estando un día en oración en un lugar solitario, fuera arrebatado en éxtasis y viera subir derechamente al cielo en un instante el alma de su hermano fray Humilde, sin ningún retraso ni impedimento, y ello en el mismo momento de separarse del cuerpo.

Muchos años después sucedió que dicho hermano Pacífico fue enviado al mismo eremitorio de Soffiano, donde había muerto su hermano. Por aquel tiempo los hermanos, a petición de los señores de Brunforte, abandonaron el lugar para ir a otro convento, llevando consigo, entre otras cosas, los restos de los santos hermanos que habían muerto allí. Al llegar a la sepultura del hermano Humilde, su hermano fray Pacífico tomó los huesos, los lavó con buen vino, después los envolvió en un lienzo blanco y los besó, entre lágrimas, con gran reverencia y devoción. Los demás hermanos se admiraron mucho de esto, y no les pareció ejemplar aquel modo de obrar de un hombre de tanta santidad como él, pues parecía que lloraba a su hermano más bien por amor sensible y mundano y que mostraba mayor devoción a las reliquias de su hermano carnal que a las de los otros hermanos de hábito, que no habían sido de menor santidad que el hermano Humilde, y sus restos no eran menos dignos de respeto que los de éste. Conociendo el hermano Pacífico el mal pensamiento de los hermanos, les dio satisfacción con humildad, diciéndoles:

-- Hermanos carísimos, no debéis extrañamos de que haya hecho con los huesos de mi hermano lo que no he hecho con los otros. No me he dejado llevar, gracias a Dios, como vosotros pensáis, de amor carnal, sino que he obrado así porque, cuando mi hermano pasó de esta vida, hallándome en oración en lugar desierto y lejano de él, vi cómo su alma subía derechamente al cielo; por esto tengo la certeza de que sus huesos son santos y de que un día estarán en el paraíso. Si Dios me hubiera concedido la misma certeza sobre los otros hermanos, hubiera mostrado la misma reverencia a sus huesos.





A la vista de su devota y santa intención, los hermanos quedaron muy edificados de él y alabaron a Dios, que lleva a cabo cosas tan maravillosas en sus santos.

En alabanza de Cristo. Amén.



3) Es muy poco lo que se sabe de estos dos hermanos. El hermano Humilde murió hacia el año 1250, y el hermano Pacífico, hacia 1280.

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MensajePublicado: Mie Dic 05, 2007 11:59 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLVII
Un santo hermano a quien,
cuando estaba para morir, se apareció la Virgen María
con tres redomas de electuario y lo sanó




En el mismo eremitorio de Soffiano hubo antiguamente un hermano menor de tan gran santidad y gracia, que parecía totalmente endiosado y frecuentemente estaba arrobado en Dios (4). Y sucedía que, mientras se hallaba todo elevado en Dios, porque poseía en grado notable la gracia de la contemplación, venían a él los pájaros de toda especie y se posaban confiadamente en sus hombros, cabeza, brazos y manos, poniéndose a cantar maravillosamente. Él era muy amante de la soledad y raras veces hablaba; pero, cuando le preguntaban alguna cosa, respondía con tal gracia y sabiduría, que más parecía ángel que hombre; y vivía muy entregado a la oración y a la contemplación. Los hermanos le profesaban gran reverencia.

Terminando el curso de su vida virtuosa, este hermano cayó enfermo de muerte por divina disposición, hasta el punto de no poder tomar nada; por otro lado, él rehusaba recibir ninguna medicina terrestre, sino que ponía toda su confianza en el Médico celestial Jesucristo bendito, y en su bendita Madre, de la cual mereció, por la divina clemencia, ser milagrosamente visitado y consolado. Porque, hallándose en cama, preparándose para la muerte con todo el corazón y con la mayor devoción, se le apareció la gloriosa Virgen María, rodeada de gran muchedumbre de ángeles y de santas vírgenes, en medio de maravilloso resplandor, y se acercó a su cama. Al verla, él experimentó gran consuelo y alegría de alma y de cuerpo, y comenzó a suplicarle humildemente que rogara a su amado Hijo que, por sus méritos, lo sacara de la prisión de esta carne miserable. Y como prosiguiera en esta súplica con muchas lágrimas, le respondió la Virgen María llamándolo con su nombre:

-- No temas, hijo, que tu oración ha sido escuchada, y yo he venido para confortarte antes de tu partida de esta vida.

Había junto a la Virgen María tres santas vírgenes, que traían en la mano tres redomas de electuario (5), de un perfume y de una suavidad inexplicables. La Virgen gloriosa tomó una de las redomas y la abrió, y toda la casa se llenó de fragancia; con una cuchara tomó del electuario y se lo dio al enfermo; éste, no bien lo hubo gustado, sintió tal confortación y tal dulzura, que no parecía que su alma estuviera en el cuerpo. Por ello comenzó a decir:

-- ¡Basta, basta, Madre dulcísima y Virgen bendita, salvadora del género humano; basta, curadora bendita, que no puedo soportar tanta dulcedumbre!

Pero la piadosa y benigna Madre siguió ofreciéndole y haciéndole tomar el electuario. Vaciada la primera redoma, la bienaventurada Virgen tomó la segunda y metió la cuchara para darle; él, gimiendo dulcemente, le decía:

-- ¡Oh beatísima Madre de Dios!, si mi alma está ya casi del todo derretida por la fragancia y la suavidad del primer electuario, ¿cómo voy a poder soportar el segundo? Por favor, ¡oh bendita entre todos los santos y ángeles!, no me des más.

-- Prueba, hijo mío, un poco todavía de esta segunda redoma -insistió nuestra Señora.

Y, dándole un poco más, le dijo:

-- Ahora ya te basta con lo que has tomado, hijo. ¡Animo, hijo mío!, que pronto vendré por ti y te llevaré al reino de mi Hijo, que siempre has buscado y deseado.

Dicho esto, se despidió de él y se fue. Y él quedó tan confortado y consolado por la dulzura de aquel medicamento, que se mantuvo en vida saciado y fuerte por algunos días, sin ningún alimento corporal. Al cabo de unos días, mientras se hallaba hablando alegremente con los hermanos, con gran alegría y júbilo, pasó de esta vida miserable a la vida bienaventurada.
Amén.




4) Se supone que este hermano anónimo es el Beato Liberado de Loro Piceno, muerto hacia 1260. Pertenecía a la familia de los condes de Brunforte. Desde tiempo inmemorial es venerado como santo en las Marcas.

5) Electuario es un preparado farmacéutico a base de miel

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MensajePublicado: Dom Dic 09, 2007 5:24 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLVIII
Cómo el hermano Jacobo de Massa vio, bajo la forma de un árbol,
a todos los hermanos menores del mundo (6)


El hermano Jacobo de Massa, a quien Dios abrió la puerta de sus secretos y dio a perfección la ciencia y la inteligencia de la divina Escritura y de las cosas que están por venir, fue de tanta santidad, que los hermanos Gil de Asís, Marcos de Montino, Junípero y Lúcido dijeron de él que no conocían en el mundo a nadie más grande ante Dios.

Yo tuve gran deseo de ver a este hermano Jacobo, porque, habiendo rogado al hermano Juan, compañero del hermano Gil, que me explicase ciertas cosas del espíritu, él me dijo:

-- Si quieres ser informado en la vida espiritual, procura hablar con el hermano Jacobo de Massa, porque el hermano Gil deseaba recibir luz de él, y no se puede ni añadir ni quitar nada a sus palabras, ya que su mente ha penetrado los secretos celestiales y sus palabras son palabras del Espíritu Santo; no hay hombre sobre la tierra que yo desee tanto ver.

Este hermano Jacobo, en los comienzos del gobierno del ministro general Juan de Parma (7), estando una vez en oración, fue arrebatado en Dios, y permaneció tres días en arrobamiento, abstraído totalmente de los sentidos corporales; tan insensible, que los hermanos dudaban si estaría muerto. En aquel rapto le fue revelado por Dios lo que había de suceder respecto a nuestra Orden; por eso, cuando yo tuve noticia, aumentó mi deseo de verle y de hablar con él. Y cuando quiso Dios que se me ofreciera oportunidad de hablarle, yo le rogué en estos términos:

-- Si lo que yo he oído de ti es verdad, te ruego que no me lo ocultes. He oído que, cuándo estuviste tres días casi muerto, Dios te reveló, entre otras cosas, lo que había de suceder en esta nuestra Orden. Esto lo ha dicho el hermano Mateo, ministro de las Marcas, a quien tú lo descubriste por obediencia.

Entonces el hermano Jacobo, con mucha humildad, confirmó que cuanto decía el hermano Mateo era verdad. Y lo que dijo el hermano Mateo, ministro de las Marcas, es lo siguiente:

-- Sé de un hermano a quien Dios ha revelado todo lo que ha de suceder en nuestra Orden; porque el hermano Jacobo de Massa me ha manifestado y dicho que, después de haberle revelado Dios muchas cosas sobre el estado de la Iglesia militante, tuvo la visión de un árbol hermoso y grande y muy fuerte, cuyas raíces eran de oro, y sus frutos eran hombres, todos hermanos menores. Sus ramas principales estaban distribuidas según el número de las provincias de la Orden; en cada rama había tantos hermanos cuantos había en la provincia por ella representada. Entonces supo el número de todos los hermanos de la Orden y de cada provincia, con sus nombres, edad, condiciones y oficios, grados y dignidades, así como las gracias y las culpas de todos. Y vio al hermano Juan de Parma en la copa del tronco del árbol, y en las copas de las ramas que rodeaban el tronco estaban los ministros de todas las provincias.

Después vio cómo Cristo se sentaba en un trono grandioso y de una blancura deslumbrante, y cómo llamaba a San Francisco y le daba un cáliz lleno de espíritu de vida y lo enviaba, diciendole:

-- Vete a visitar a tus hermanos y dales de beber de este cáliz del espíritu de vida, porque el espíritu de Satanás se va a levantar contra ellos y los va a sacudir y muchos de ellos caerán y no volverán a levantarse.

Y Cristo dio a San Francisco dos ángeles para acompañarle.

Vino, pues, San Francisco y comenzó a dar de beber del cáliz de la vida a sus hermanos. Lo ofreció primero al hermano Juan, quien lo tomó en sus manos y lo bebió todo de un sorbo muy devotamente; al punto, se volvió todo luminoso como el sol. Después siguió San Francisco dándolo a beber a todos los demás. Y eran pocos los que lo recibían y lo bebían con el debido respeto y la debida devoción. Los que lo recibían con devoción y lo bebían todo, al punto se volvían resplandecientes como el sol; los que lo derramaban todo y no lo recibían con devoción, se volvían negros y oscuros, deformes y horribles a la vista; los que en parte lo bebían y en parte lo derramaban, se volvían en parte luminosos y en parte tenebrosos, más o menos según la cantidad que habían bebido o derramado. Pero quien más resplandeciente aparecía era el hermano Juan, que había apurado más que ninguno el cáliz de la vida, que le había hecho contemplar más profundamente el abismo de la infinita luz divina, en la cual había conocido las adversidades y la tempestad que había de levantarse contra aquel árbol, hasta sacudirlo y derribarlo con todas las ramas.

Por esto, el hermano Juan dejó la copa del tronco en que se hallaba y, descendiendo a debajo de todas las ramas, fue a esconderse al pie del tronco del árbol, y allí se estaba a la espera de lo que iba a suceder. Y el hermano Buenaventura, que había bebido una parte del cáliz y había derramado la otra parte, subió al mismo lugar de la rama de donde se había bajado el hermano Juan. Estando allí, las uñas de las manos se le volvieron uñas de hierro agudas y tajantes como navajas de afeitar; luego dejó el lugar a donde había subido y trataba de lanzarse lleno de ímpetu y furor contra el hermano Juan con intención de hacerle daño. Al verse en peligro el hermano Juan gritó con fuerza y se encomendó a Cristo, que estaba sentado en el trono. Cristo, al oír el grito, llamó a San Francisco, le dio un pedernal cortante y le dijo:

-- Ve y con esta piedra córtale al hermano Buenaventura las uñas con las que quiere arañar al hermano Juan, para que no pueda hacerle daño.

San Francisco fue e hizo como Cristo le había ordenado (8 ).

Después de esto sobrevino una tempestad de viento, que sacudió el árbol con tanta violencia, que los hermanos caían a tierra, siendo los primeros en caer aquellos que habían derramado todo el cáliz del espíritu de vida, y eran llevados por los demonios a lugares de tinieblas y tormentos. Pero el hermano Juan, junto con los que habían bebido todo el cáliz, fueron transportados por los ángeles a un lugar de vida, de luz eterna y de esplendorosa bienaventuranza.

El dicho hermano Jacobo, que presenciaba la visión, entendía y discernía particular y distintamente todo cuanto estaba viendo, con los nombres, condiciones y estado de cada uno con toda claridad.

Aquella tempestad duró tanto, que derribó el árbol y se lo llevó el viento. Pasada la tempestad, de la raíz de este árbol, que era de oro, brotó otro árbol, todo de oro, el cual produjo hojas, flores y frutos de oro. De este árbol y de su expansión, de su profundidad, belleza, fragancia y virtud, es mejor ahora callar que hablar.

En alabanza de Cristo. Amén.


6) Este capítulo, de índole fuertemente polémica, en que a San Buenaventura se le asigna un papel tan sumamente odioso, recoge un relato divulgado por Ángel Clareno, el jefe rebelde de los «espirituales». Es poco probable que la responsabilidad del relato se le pueda atribuir a Jacobo de Massa, muerto hacia 1260.

7) Juan de Parma fue elegido ministro general en el capítulo de Lyón, el 13 de julio de 1247, y gobernó la Orden hasta el 2 de febrero de 1257, en que hubo de presentar su renuncia por orden del papa.

8 ) No deja de ser ingeniosa esta interpretación alegórica, fruto de una fantasía resentida, de un hecho histórico que dejó en el partido de los «espirituales» un amargo recuerdo. El Beato Juan de Parma, hombre de tan gran talla espiritual, muy penetrado del puro ideal franciscano, al tomar el gobierno de la Orden alentó las esperanzas de todos los celantes y supo ganarse la confianza de los moderados. Gobernó a satisfacción de todos. Pero fue acusado ante la Santa Sede de simpatizar con las doctrinas del abad Joaquín de Fiore, que a la sazón calentaban las cabezas de muchos franciscanos: se sentían los iniciadores de la «era nueva del Espíritu Santo» anunciada por ese monje calabrés, muerto en 1202. Alejandro IV, que había condenado recientemente aquellas ideas, obligó a Juan de Parma a presentar la renuncia en el capítulo general. Obedeció el hermano Juan, y, a petición del capítulo, él mismo indicó la persona que había de sucederle: Buenaventura de Bagnoregio, joven de treinta y seis años. San Buenaventura tuvo que iniciar su gobierno con el odioso encargo pontificio de formar proceso de herejía contra Juan de Parma, que se había retirado al eremitorio de Greccio. El proceso se concluyó con sentencia absolutoria o, al menos, con la concesión de la gracia después de la condenación; pero los «espirituales» no perdonaron al gran Buenaventura esa humillación infligida a un hombre tan universalmente venerado, si bien ellos mismos admiraron y veneraron al santo doctor y sacaron partido de su concepción de teólogo de la historia sobre la misión de San Francisco, el «ángel del sexto sello». El Beato Juan de Parma murió en Camerino el 20 de marzo de 1289.




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MensajePublicado: Jue Dic 13, 2007 12:17 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo XLIX
Cómo Cristo se apareció al hermano Juan de Alverna (1)

Entre los muchos santos y sabios hijos de San Francisco que, como dice Salomón, son la gloria del padre, floreció en nuestros tiempos en la provincia de las Marcas el venerable y santo hermano Juan de Fermo, el cual, debido al mucho tiempo que moró en el lugar santo de Alverna, donde pasó de esta vida, era llamado también hermano Juan de Alverna; fue hombre de vida extraordinaria y de gran santidad.

Este hermano Juan, siendo aún niño seglar, anhelaba con todo el corazón la vida de penitencia, que ayuda a mantener la pureza de alma y de cuerpo. Desde muy pequeño comenzó a llevar un cilicio muy áspero y una argolla de hierro a raíz de la carne y a practicar una gran abstinencia. En particular, cuando estaba con los canónigos regulares de San Pedro de Fermo, que vivían espléndidamente, huía de las delicias corporales y maceraba su cuerpo con una abstinencia rigurosa. Pero tenía compañeros que le zaherían de continuo, le quitaban el cilicio y le impedían de muchas maneras su abstinencia; por lo cual, inspirado por Dios, pensó en dejar el mundo con sus amadores y ofrecerse por entero en los brazos del Crucificado vistiendo el hábito del crucificado San Francisco. Y así lo hizo.

Recibido todavía niño en la Orden y confiado al cuidado del maestro de novicios, llegó a ser tan espiritual y devoto, que algunas veces oyendo al maestro hablar de Dios, su corazón se derretía como la cera junto al fuego; y se enardecía en el amor divino con tal suavidad de gracia, que, no pudiendo estar quieto ni soportar tanta dulcedumbre, se levantaba y, como ebrio de espíritu, corría por el huerto, por el bosque o por la iglesia, según le empujase el ardor y el ímpetu del espíritu.

Después, andando el tiempo, la gracia divina hizo crecer a este hombre angélico de virtud en virtud, en dones celestiales y en divinas revelaciones y visiones; en tal grado, que en ocasiones su alma era elevada unas veces a los esplendores de los querubines; otras, a los ardores de los serafines; otras, a los goces bienaventurados; otras, a los abrazos amorosos y extremos de Cristo; y esto no sólo por fruición espiritual interior, sino también por manifestaciones exteriores y goces corporales. Una vez, sobre todo, la llama del amor divino encendió su corazón de manera extrema, y duró esta llama en él por tres años; en este tiempo recibió admirables consolaciones y visitas divinas, y con frecuencia quedaba arrobado en Dios; en una palabra, parecía todo inflamado y abrasado en el amor de Cristo. Esto sucedió en el monte santo de Alverna.

Pero, como Dios tiene cuidado especial de sus hijos, dándoles, según la diversidad de los tiempos, unas veces consolación, otras tribulación; ora prosperidad, ora adversidad, tal como Él ve les conviene para mantenerlos en humildad, o también para avivar en ellos el deseo de las cosas celestiales, plugo a la divina bondad, a los tres años, retirar al hermano Juan ese rayo y esa llama del divino amor, y le privó de toda consolación espiritual; con lo cual el hermano Juan quedó sin luz y sin amor de Dios, todo desconsolado, afligido y apenado.

Por esta razón iba lleno de angustia por el bosque, yendo de acá para allá, llamando con la voz, con lamentos y suspiros al amado Esposo de su alma, que se le había ocultado alejándose de él, y sin cuya presencia no podía hallar su alma quietud ni reposo. Pero en ningún lugar y de ninguna manera podía hallar al dulce Jesús, ni volver a engolfarse en aquellos suavísimos solaces espirituales del amor de Cristo a los que estaba habituado. Esta tribulación le duró muchos días, durante los cuales él continuó llorando y suspirando y suplicando a Dios que le devolviese, por su misericordia, al amado Esposo de su alma.

Por fin, cuando plugo a Dios dar por suficientemente probada su paciencia y encendido su deseo, un día en que el hermano Juan iba por el bosque de esa forma afligido y atribulado, cansado, se sentó apoyado a un haya (2), y permaneció con el rostro bañado en lágrimas mirando hacia el cielo, cuando he aquí que de pronto se le apareció Jesucristo allí cerca, en la misma senda por donde había venido el hermano Juan; pero no decía nada. Al verlo el hermano Juan y reconociendo bien que era Cristo, se lanzó en seguida a sus pies y comenzó a suplicarle deshecho en llanto y con gran humildad:





-- ¡Ven en mi ayuda, Señor mío, porque sin ti, salvador mío dulcísimo, yo me hallo en tinieblas y en llanto; sin ti, cordero mansísimo, me hallo en angustias y temores; sin ti, Hijo de Dios altísimo, me hallo en confusión y vergüenza; sin ti, yo me siento privado de todo bien y ciego, porque tú eres, Jesús, verdadera luz del alma; sin ti, yo me veo perdido y condenado, porque tú eres vida de las almas y vida de las vidas; sin ti, soy estéril y árido, porque tú eres la fuente de todo bien y de toda gracia; sin ti, yo me siento desolado, porque tú eres, Jesús, nuestra redención, nuestro amor y nuestro deseo, pan que da fuerzas y vino que alegra los corazones de los ángeles y los corazones de todos los santos! Lléname de tu luz, Maestro graciosísimo y Pastor misericordioso, porque yo soy tu ovejita, aunque indigna.

Mas como el deseo de los hombres santos, cuando Dios tarda en darles oído, se enciende en mayor amor y mérito, Cristo bendito se fue por aquella senda sin escucharle y sin decirle una palabra. El hermano Juan entonces se levantó, corrió detrás y se le echó de nuevo a sus pies, deteniéndole con santa importunidad y suplicándole entre lágrimas devotísimas:

-- ¡Oh Jesús dulcísimo!, ten misericordia de este pobre atribulado; escúchame por la abundancia de tu misericordia y por la verdad de tu salvación, y devuélveme el gozo de tu rostro y de tu mirada de piedad, ya que de tu misericordia está llena la tierra entera.

Y Cristo se marchó todavía sin decirle palabra y sin darle consuelo alguno; se portaba con él como la madre con el niño cuando le hace desear el pecho y le hace ir detrás llorando para que luego lo tome con mayor gana.

Entonces, el hermano Juan, con mayor ardor y deseo, fue en seguimiento de Cristo; cuando le alcanzó, Cristo bendito se volvió a él y lo envolvió en una mirada llena de gozo y de gracia, y, abriendo sus brazos santísimos y misericordiosísimos, lo abrazó con gran ternura. En el momento que abrió los brazos, el hermano Juan vio salir del santísimo pecho del Señor rayos maravillosos, que inundaron de luz todo el bosque y a él mismo en el alma y en el cuerpo.

El hermano Juan se arrodilló a los pies de Cristo; y Jesús bendito le tendió benignamente el pie para que lo besase, como la Magdalena; el hermano Juan, tomándoselo con suma reverencia, lo bañó con tantas lágrimas, que parecía verdaderamente otra Magdalena, y le decía devotamente:

-- Te ruego, Señor mío, que no tengas en cuenta mis pecados, sino que, por tu santísima pasión y por la efusión de tu preciosa sangre, resucites mi alma a la gracia de tu amor, porque es tu mandamiento que te amemos con todo el corazón y con todo el afecto; un mandamiento que nadie puede cumplir sin tu ayuda. Ayúdame, pues, amadísimo Hijo de Dios, y haz que yo pueda amarte con todo mi corazón y con todas mis fuerzas.

Y como el hermano Juan permaneciera así, repitiendo estas palabras, a los pies de Jesús, fue escuchado por Él y recibió de Él la primera gracia, o sea, la gracia de la llama del divino amor, y se sintió totalmente renovado y consolado; al experimentar que había vuelto a él el don de la divina gracia, comenzó a dar gracias a Cristo bendito y a besarle devotamente los pies. Levantóse luego para mirar al Salvador cara a cara, y Cristo le dio a besar sus santísimas manos; cuando se las hubo besado, el hermano Juan se acercó y se estrechó contra el pecho de Jesús, y abrazó y besó el sacratísimo pecho, y también Cristo le abrazó y le besó a él. Mientras duraban estos abrazos y besos, el hermano Juan percibió tal fragancia divina, que todas las esencias aromáticas del mundo reunidas juntas hubieran parecido malolientes en comparación de aquel perfume; y el hermano Juan quedó con él totalmente arrobado, consolado e iluminado, y ese perfume permaneció en su alma durante muchos meses.

A partir de entonces, de su boca, abrevada en el manantial de la divina sabiduría junto al sagrado pecho del Salvador, salían palabras maravillosas y celestiales, que transformaban los corazones de quienes las oían, y hacían mucho fruto en las almas. Y en la senda del bosque, en que se posaron los benditos pies de Cristo, lo mismo que en un amplio radio alrededor, sentía el hermano Juan aquella fragancia y veía aquel resplandor cada vez que iba allí mucho tiempo después.

Vuelto en sí el hermano Juan después de la visión y desaparecida la presencia corporal de Cristo, quedó tan lleno de luz en el alma, tan abismado en su divinidad, que, aun no siendo hombre de letras por el estudio humano, con todo, sabía resolver y declarar las cuestiones más sutiles y elevadas sobre la Trinidad divina y los profundos misterios de la Sagrada Escritura. Y muchas veces después, hablando ante el papa y los cardenales, ante reyes y barones, ante maestros y doctores, dejaba a todos estupefactos con sus altas palabras y con las profundas sentencias que salían de su boca.

En alabanza de Cristo. Amén.


1) Los cinco últimos capítulos de las Florecillas están dedicados al Beato Juan de Alverna, que durante muchos años santificó el eremitorio del monte Alverna. Nació en Fermo en 1259, entró en la Orden en 1272 y murió el 9 de agosto de 1322.

2) El haya fue derribada por el viento en 1518; en el lugar donde se levantaba fue construida una capilla, que aún subsiste.

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MensajePublicado: Lun Dic 17, 2007 10:39 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo L
Cómo, diciendo misa el hermano Juan de Alverna el día de Difuntos,
vio que muchas almas eran liberadas del purgatorio



Celebraba una vez la misa el hermano Juan el día siguiente a la fiesta de Todos los Santos por todas las almas de los difuntos, como lo tiene dispuesto la Iglesia, y ofreció con tanto afecto de caridad y con tal piedad de compasión este altísimo sacramento, el mayor bien que se puede hacer a las almas de los difuntos por razón de su eficacia, que le parecía derretirse del todo con la dulzura de la piedad y de la caridad fraterna.

Al alzar devotamente el cuerpo de Cristo y ofrecerlo a Dios Padre, rogándole que, por amor de su bendito Hijo Jesucristo, puesto en cruz por el rescate de las almas, tuviese a bien liberar de las penas del purgatorio a las almas de los difuntos creadas y rescatadas por Él, en aquel momento vio salir del purgatorio un número casi infinito de almas, como chispas innumerables que salieran de un horno encendido, y las vio subir al cielo por los méritos de la pasión de Cristo, el cual es ofrecido cada día por los vivos y por los difuntos en esa sacratísima hostia, digna de ser adorada por los siglos de los siglos.
Amén.







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MensajePublicado: Dom Dic 23, 2007 12:41 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo LI
El santo hermano Jacobo de Falerone
y cómo se apareció al hermano Juan de Alverna después de muerto


Con ocasión de hallarse el hermano Jacobo de Falerone (3), hombre de gran santidad, gravemente enfermo en el convento de Mogliano, de la custodia de Fermo, el hermano Juan de Alverna, que a la sazón moraba en el convento de Massa, al enterarse de su enfermedad, se puso a orar por él, ya que lo amaba como a su padre querido, pidiendo a Dios devotamente, en su oración mental, que le devolviera al hermano Jacobo la salud del cuerpo, si así convenía a su alma.

Mientras estaba orando así fue arrebatado en éxtasis y vio en el aire, sobre su celda, que estaba en el bosque, un gran ejército de muchos ángeles y santos, en medio de un resplandor tan grande, que todo el contorno estaba iluminado. Y entre aquellos ángeles vio al dicho hermano Jacobo enfermo, por quien él oraba, con vestiduras blancas y muy resplandeciente. Vio también entre ellos al padre San Francisco adornado con las sagradas llagas de Cristo y lleno de gloria. Vio, asimismo, y reconoció al santo hermano Lúcido y al hermano Mateo el antiguo, de Monte Rubbiano, y a muchos otros hermanos que nunca había visto ni conocido en vida.

Estando mirando el hermano Juan con grande gozo aquel bienaventurado escuadrón de santos, le fue revelada con certeza la salvación del alma de aquel hermano enfermo y que moriría de aquella enfermedad, pero que no iría al paraíso en seguida después de la muerte, porque tenía necesidad de ser purificado un poco en el purgatorio. Con aquella revelación recibió el hermano Juan tal alegría por la salvación de aquella alma, que no sentía pena alguna por la muerte del cuerpo, sino que llamaba al enfermo con gran dulzura, diciendo dentro de sí:

-- ¡Hermano Jacobo, mi dulce padre! ¡Hermano Jacobo, dulce hermano mío! ¡Hermano Jacobo, fiel servidor y amigo de Dios! ¡Hermano Jacobo, compañero de los ángeles y asociado a los bienaventurados!

Volvió en sí con esta certeza y este gozo, y en seguida salió del convento y fue a Mogliano a visitar al hermano Jacobo. Lo halló tan grave, que apenas podía hablar; entonces le anunció la muerte de su cuerpo y la salud y gloria de su alma, conforme a la certeza que había tenido por revelación divina. El hermano Jacobo, muy regocijado en el espíritu y en el semblante, lo recibió con muestras de gran alegría y júbilo, dándole gracias por las gratas nuevas que le llevaba y encomendándose devotamente a él. Entonces, el hermano Juan le rogó encarecidamente que después de la muerte volviese a él y le hablase de su estado; el hermano Jacobo le prometió hacerlo, si era del agrado de Dios. Dicho esto, acercándose la hora de su muerte, el hermano Jacobo comenzó a decir devotamente aquel versículo del salmo: Dormiré y reposaré en paz en la vida eterna (Sal 4,9). Y dicho este versículo, con el semblante gozoso y alegre, pasó de esta vida.

Después que recibió sepultura, el hermano Juan regresó al convento de Massa y estuvo a la espera de la promesa del hermano Jacobo de volver a él el día que había dicho. Estando en oración en dicho día, se le apareció Cristo con un gran séquito de ángeles y santos, entre los cuales no se veía al hermano Jacobo; el hermano Juan se sorprendió mucho y lo encomendó piadosamente a Cristo. Al día siguiente, estando el hermano Juan orando en el bosque, se le apareció el hermano Jacobo acompañado de ángeles, todo glorioso y alegre; y el hermano Juan le dijo:

-- ¡Oh padre santo!, ¿por qué no has venido a mí el día que me prometiste?

-- Porque tenía necesidad de alguna purificación -respondió el hermano Jacobo-. Pero en aquel mismo momento en que se te apareció Cristo y tú me encomendaste a él, Cristo te escuchó y me libró de todas las penas. Entonces me aparecí al hermano Jacobo de Massa (4), santo hermano laico, que servía la misa, y en el momento de la elevación vio la hostia consagrada transformada en la figura de un hermoso niño vivo, y yo le dije: «Hoy, con este niñito, me voy al reino de la vida eterna, al que nadie puede ir sin él».

Dicho esto, el hermano Jacobo desapareció, yéndose al cielo con toda aquella bienaventurada compañía de ángeles; y el hermano Juan quedó muy consolado.

Murió dicho hermano Jacobo de Falerone la víspera de Santiago Apóstol, en el mes de julio, en el convento de Mogliano, donde, por sus méritos, la bondad divina obró muchos milagros después de su muerte.

En alabanza de Cristo. Amén.


3) Del hermano Jacobo de Falerone, a quien hemos hallado ya en el capítulo 32 de las Florecillas, se sabe que vivía en 1289; debió de morir a principios del siglo XIV, un 24 de julio.

4) El hermano Jacobo de Massa, el de la visión referida en el capítulo 48 de las Florecillas, debió de morir hacia 1260; no se ve, pues, cómo se le pudo aparecer el hermano Jacobo de Falerone, muerto, lo más pronto, en 1290. Quizá se trata de dos homónimos.

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MensajePublicado: Jue Dic 27, 2007 10:21 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo LII
La visión del hermano Juan de Alverna,
en que él conoció todo el orden de la santa Trinidad


Como el hermano Juan de Alverna había hecho perfecta renuncia de todo deleite y consuelo mundano y temporal, y había puesto en Dios todo su deleite y toda su esperanza, la divina bondad le favorecía con admirables consolaciones y revelaciones, especialmente en las solemnidades de Cristo. Una vez, al aproximarse la solemnidad del nacimiento del Señor, con ocasión de la cual él esperaba con certeza consolaciones de Dios por medio de la dulce humanidad de Cristo, le comunicó el Espíritu Santo en el alma un ardor tan grande y extremo de la caridad de Cristo, por la cual se humilló hasta tomar nuestra humanidad, que le parecía verdaderamente le hubieran arrancado el alma del cuerpo y la tuviera encendida como un horno. Y, no pudiendo soportar aquel ardor, se angustiaba y se deshacía todo, y gritaba en alta voz, sin poder contenerse a causa del ímpetu del Espíritu Santo y del excesivo fervor del amor.

Cuando le sobrevenía aquel desmedido ardor, le venía, juntamente, una esperanza tan fuerte y cierta de su salvación, que no creía tener que pasar por el purgatorio si entonces muriese. Este amor le duró fácilmente medio año, si bien aquel extremo fervor no era continuo, sino limitado a ciertas horas cada día.

En ese tiempo y después recibió numerosas visitas y consolaciones de Dios; y con frecuencia era arrebatado en éxtasis, como le vio el hermano que primero escribió estas cosas (5). Entre otras, una noche fue elevado y arrebatado en Dios hasta el punto de ver en el mismo Creador todas las cosas creadas, las del cielo y las de la tierra, con todas sus perfecciones, grados y órdenes distintos. Entonces conoció claramente cómo cada cosa creada representa a su Creador y cómo está Dios encima, dentro, fuera y al lado de todas las cosas creadas. Además, conoció cómo es un solo Dios en tres personas, y tres personas en un solo Dios, y la infinita caridad que llevó al Hijo de Dios a tomar nuestra carne para obedecer al Padre. Finalmente, conoció en aquella visión cómo no hay otro camino por el que se pueda ir a Dios y conseguir la vida eterna sino Cristo bendito, que es camino, verdad y vida del alma (Jn 14,6).
Amén.


5) El texto latino de Actus dice: «como yo mismo lo he visto más de una vez con mis propios ojos y como otros muchos lo han comprobado».

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MensajePublicado: Sab Dic 29, 2007 5:39 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Capítulo LIII
Cómo, celebrando la misa, el hermano Juan de Alverna
cayó como si estuviera muerto


Sucedió una vez al hermano Juan, en el dicho convento de Mogliano, como refieren los hermanos que estaban presentes, este caso admirable. La primera noche después de la octava de San Lorenzo y dentro de la octava de la Asunción de nuestra Señora, había dicho los maitines en la iglesia con los demás hermanos; al notar que le sobrevenía la unción de la divina gracia, se fue al huerto a contemplar la pasión de Cristo y a prepararse con toda devoción para celebrar la misa, que aquella mañana le tocaba cantar. Y, estando contemplando las palabras de la consagración del cuerpo de Cristo, a saber: Hoc est corpus meum, al considerar la infinita caridad de Cristo, que le llevó no sólo a rescatarnos con su sangre preciosa, sino también a dejarnos, para alimento de nuestras almas, su cuerpo y sangre sacratísimos, comenzó a crecer en él el amor del dulce Jesús con tal fervor y suavidad, que su alma no podía soportar ya tanta dulcedumbre, y gritaba fuertemente como ebrio de espíritu, sin cesar de repetir: Hoc est corpus meum; porque, al decir estas palabras, le parecía ver a Cristo bendito con la Virgen María y multitud de ángeles. En esas palabras, el Espíritu Santo le daba luz sobre todos los altos y profundos misterios de este altísimo sacramento.



Llegada la aurora, entró en la iglesia con aquel fervor de espíritu y con aquella ansiedad, repitiendo esas palabras, pensando que nadie le veía ni oía; pero había en el coro un hermano que veía y oía todo. No pudiendo contenerse por la fuerza del fervor y por la abundancia de la divina gracia, gritaba en alta voz, y continuó así hasta que llegó la hora de celebrar la misa; entonces fue a revestirse y salió al altar.

Comenzada la misa, cuanto más adelante iba en ella, tanto más le aumentaba el amor de Cristo y aquel ardor de la devoción, con el cual le era dado un sentimiento inefable de Dios, que él mismo no acertaba a expresar con la lengua. Llegó un momento en que se halló en grande perplejidad, temiendo que aquel ardor y sentimiento de Dios creciese tanto, que le conviniese dejar la misa, y no sabía qué partido tomar, si seguir adelante en la misa o esperar. Pero, como ya le había ocurrido algo semejante otras veces y el Señor había templado aquel ardor de manera que no había tenido necesidad de dejar la misa, confió poder hacerlo también esta vez, y así, con gran temor, optó por seguir adelante en la celebración.

Al llegar al prefacio de la Virgen, comenzaron a crecer tanto la luz divina y la suavidad y gracia del amor de Dios, que, en el momento de decir Qui pridie, apenas podía soportar tanta suavidad y dulcedumbre. Finalmente, llegado el acto de la consagración, al decir sobre la hostia las palabras de la consagración, cuando llegó a la mitad, o sea: Hoc est, no pudo proseguir en manera alguna, sino que se quedó repitiendo solamente esas palabras: Hoc est; y la razón por la cual no podía seguir adelante era que sentía y veía la presencia de Cristo con una muchedumbre de ángeles, sin poder soportar la majestad de su gloria. Veía que Cristo no entraba en la hostia, o que la hostia no se transustanciaba en el cuerpo de Cristo, si él no profería la segunda mitad de las palabras, es decir: corpus meum. En vista de que continuaba en esta ansiedad y que no seguía adelante, el guardián y los demás hermanos, como también muchos de los seglares que estaban oyendo la misa en la iglesia, se acercaron al altar, y quedaron espantados viendo lo que le sucedía al hermano Juan; muchos de ellos lloraban de devoción.

Por fin, después de un buen espacio de tiempo, cuando Dios quiso, el hermano Juan pronunció: corpus meum en voz alta; y en aquel momento desapareció la apariencia de pan y en la hostia apareció Jesucristo bendito encarnado y glorificado, dándole a conocer así la humildad y la caridad que le hicieron encarnarse en la Virgen María y que le hacen venir cada día a las manos del sacerdote cuando él consagra la hostia (6). Esto le produjo una dulzura de contemplación más fuerte todavía. Por lo cual, cuando elevó la hostia y el cáliz consagrado, quedó arrobado fuera de sí, y, estando el alma privada de los sentidos corporales, su cuerpo cayó hacia atrás, y, de no haber sido sostenido por el guardián, que estaba detrás de él, se hubiera desplomado en tierra de espaldas. Entonces acudieron los hermanos y los seglares que estaban en la iglesia, hombres y mujeres, y lo llevaron como muerto; y los dedos de las manos estaban contraídos tan fuertemente, que a duras penas podían ser extendidos o movidos. Y de esa manera permaneció yacente, o desvanecido o arrobado hasta tercia. Esto sucedió en el verano.

Como yo me hallaba presente a este hecho, tenía vivo deseo de saber lo que Dios había obrado en él; por eso, cuando volvió en sí, fui a encontrarlo y le rogué que, por amor de Dios, me contara todo. Entonces, como tenía mucha confianza en mí, me contó todo punto por punto; y, entre otras cosas, me dijo que, cuando él consagraba el cuerpo y la sangre de Jesucristo, y aun antes, su corazón estaba derretido como una cera muy calentada, y que le parecía que su carne no tenía huesos, de suerte que le era imposible levantar los brazos y las manos para hacer la señal de la cruz sobre la hostia y sobre el cáliz. Me dijo además que, ya antes de ser ordenado sacerdote, Dios le había revelado que había de desvanecerse en la misa; pero, como había celebrado muchas misas y nunca le había sucedido eso, pensó que aquella revelación no era cosa de Dios. Y, con todo, unos cincuenta días antes de la Asunción de nuestra Señora, en la que se produjo dicho caso, le había sido todavía revelado por Dios que aquello le sucedería en torno a la dicha fiesta de la Asunción; pero había olvidado luego esa revelación.

En alabanza de Cristo. Amén.


6) Cita aproximativa de un conocido texto de San Francisco: «Ved que diariamente se humilla como cuando del trono real descendió al seno de la Virgen..., desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote» (Adm 1,16.18 ).

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Ultima edición por clauabru el Mie Ene 02, 2008 8:53 pm, editado 1 vez
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MensajePublicado: Mie Ene 02, 2008 4:16 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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Segunda Parte

CONSIDERACIONES SOBRE LAS LLAGAS (1)



En esta parte vamos a tratar con devota consideración sobre las gloriosas llagas de nuestro bienaventurado padre messer San Francisco que él recibió de Cristo en el santo monte Alverna. Y ya que dichas llagas fueron cinco, como fueron cinco las llagas de Cristo, este tratado contendrá cinco consideraciones.

La primera será sobre el modo como San Francisco llegó al monte Alverna.

La segunda será sobre la vida que llevó y la manera como se condujo, juntamente con sus compañeros, sobre dicho monte.

La tercera será sobre la aparición del serafín y la impresión de las llagas.

La cuarta será cómo San Francisco, después que recibió las llagas, bajó del monte Alverna y volvió a Santa María de los Ángeles.

La quinta será sobre algunas apariciones y revelaciones divinas, hechas después de la muerte de San Francisco a algunos santos hermanos y a otras personas devotas, sobre las gloriosas llagas.




1) Muchos críticos atribuyen la composición de este opúsculo al mismo autor de les Florecillas. No es seguro. Quienquiera que sea, ha utilizado, en parte, el relato de Actus, los de Tomás de Celano y San Buenaventura, y otras tradiciones orales, algunas fantásticas.

El hecho de la impresión de las llagas en las manos, pies y costado de San Francisco dos años antes de su muerte, está fuera de duda, cualquiera que sea la explicación científica que se quiera dar. Véase el estudio exhaustivo del P. O. Schmucki, De S. Francisci Assisiensis stigmatum susceptione, en Coll. Franc. 1963s.

La primera centuria franciscana hizo de la estigmatización un lugar común en la apologética de la propia vocación evangélica. San Buenaventura ve en ella el sello con que Cristo, como con un cuño, quiso autenticar y acreditar la misión y la obra de San Francisco. No nos debe extrañar, por lo tanto, la clara intención apologética del relato. No obstante su concesión a la fantasía, es de gran valor aun como documento histórico por los particulares preciosos recogidos en la tradición local de Alverna.

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MensajePublicado: Dom Ene 06, 2008 12:33 am    Asunto: Los santos
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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un ejemplo para todos nosotros,
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Mi nombre es Joaquin Vasquez, pertenezo a la RCC desde hace 30 años.Estamos en la época de la misericordia, pongamos nuestro granito de arena.
Ayúdenos a difundir la palabra.
http://catolicosrenovacioncarismaticausa.blogspot.com/
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MensajePublicado: Dom Ene 06, 2008 4:50 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
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CONSIDERACIÓN I

Cómo messer Orlando de Chiusi
donó el monte Alverna a san Francisco


En cuanto a la primera consideración, conviene saber que San Francisco, a la edad de cuarenta y tres años, en 1224 (2), inspirado por Dios, se puso en camino desde el valle de Espoleto en dirección a la Romaña, llevando al hermano León por compañero. Siguiendo esta ruta, pasó al pie del castillo de Montefeltro, donde a la sazón se estaba celebrando un gran convite y cortejo con ocasión de ser armado caballero uno de los condes de Montefeltro. Al enterarse San Francisco de que había allí tal fiesta y de que se habían reunido muchos nobles de diversos países, dijo al hermano León:

-- Subamos a esta fiesta; puede ser que, con la ayuda de Dios, hagamos algún fruto espiritual.

Había, entre otros nobles llegados para el cortejo, un grande y rico gentilhombre de Toscana, por nombre messer Orlando de Chiusi, en el Casentino (3), el cual, por las cosas admirables que había oído de la santidad y de los milagros de San Francisco, le profesaba gran devoción, y ardía en deseos de verle y de oírle predicar.

Llegó San Francisco al castillo, entró sin más y se fue a la plaza de armas, donde se hallaba reunida toda aquella multitud de nobles; lleno de fervor de espíritu, se subió a un poyo y se puso a predicar, proponiendo este tema en lengua vulgar:

Tanto è quel bene ch'io aspetto, che ogni pena m'é diletto (Es tanto el bien que espero, que toda pena es para mí un placer) (4).

Y sobre este tema, bajo el dictado del Espíritu Santo, predicó con tal devoción y profundidad, alegando las diversas penas y martirios de los santos apóstoles y mártires, las duras penitencias de los santos confesores y las muchas tribulaciones y tentaciones de las santas vírgenes y de los demás santos, que toda la gente estaba con los ojos y con la mente fijos en él, escuchándole como si hablase un ángel de Dios. Y dicho messer Orlando, tocado por Dios en el corazón por la admirable predicación de San Francisco, tomó la resolución de ir, después del sermón, a tratar con él de los asuntos de su alma.

Terminado, pues, el sermón, tomó aparte a San Francisco y le dijo:

-- Padre, yo quisiera tratar contigo sobre los asuntos de mi alma.

-- Me parece muy bien -le respondió San Francisco-; pero ahora vete y cumple esta mañana con los amigos que te han invitado a la fiesta, come con ellos, y después de la comida hablaremos todo lo que tú quieras (5).

Así, pues, fue messer Orlando a comer; terminada la comida, volvió a San Francisco, y trató y dispuso con él plenamente los asuntos de su alma. Al final dijo messer Orlando a San Francisco:

-- Tengo en Toscana un monte muy a propósito para la devoción, que se llama monte Alverna (6); es muy solitario y está poblado de bosque, muy apropiado para quien quisiera hacer penitencia en un lugar retirado de la gente o llevar vida solitaria. Si lo hallaras de tu agrado, de buen grado te lo donaría a ti y a tus compañeros por la salud de mi alma.





Al escuchar San Francisco tan generoso ofrecimiento de algo que él deseaba mucho, sintió grandísima alegría, y, alabando y dando gracias, ante todo, a Dios y después a messer Orlando, le habló en estos términos:

-- Messer, cuando estéis de vuelta en vuestra casa, os enviaré a algunos de mis compañeros y les mostraréis ese monte. Si a ellos les parece apto para la oración y para hacer penitencia, ya desde ahora acepto vuestro caritativo ofrecimiento.

Dicho esto, San Francisco se marchó, y, terminado su viaje, regresó a Santa María de los Ángeles. Por su parte, messer Orlando, terminados los festejos de aquel cortejo, volvió a aquel castillo suyo que se llama Chiusi y se halla a una milla del Alverna.

Vuelto, pues, San Francisco a Santa María de los Ángeles, envió a dos de sus hermanos al dicho messer Orlando; cuando hubieron llegado, fueron recibidos por él con grandísima alegría y caridad. Y, queriendo mostrarles el monte Alverna, los hizo acompañar de más de cincuenta hombres armados para que los defendieran de las fieras salvajes. Con tal compañía, los hermanos subieron al monte y lo exploraron atentamente; por fin llegaron a un paraje muy recogido y muy apto para la contemplación, con una explanada; éste fue el lugar que escogieron para morada de ellos y de San Francisco. Y entonces mismo, con la ayuda de aquellos hombres armados que les acompañaban, levantaron un cobertizo de ramas de árboles. Así aceptaron y tomaron posesión, en nombre de Dios, del monte Alverna y del lugar de los hermanos en este monte (7). Después partieron y regresaron donde San Francisco.

Llegado que hubieron a él, le refirieron cómo y en qué manera habían tomado posesión del lugar en el monte Alverna, muy apropiado para la oración y la contemplación. Al oír San Francisco estas nuevas, se alegró mucho, y, alabando y dando gracias a Dios, habló a estos hermanos con rostro alegre, diciéndoles:

-- Hijos míos, se acerca nuestra cuaresma de San Miguel Arcángel (8 ), y yo creo firmemente que es voluntad de Dios que hagamos esta cuaresma en el monte Alverna, que nos ha sido preparado, por providencia divina, para que, a honra y gloria de Dios, de la gloriosa Virgen María y de los santos ángeles, merezcamos de Cristo consagrar aquel monte bendito con la penitencia.

Dicho esto, San Francisco tomó consigo al hermano Maseo de Marignano de Asís, que era hombre de gran discreción y de gran elocuencia; al hermano Ángel Tancredi de Rieti, que era muy cortés y había sido caballero en el siglo (9), y al hermano León, hombre de gran sencillez y candor, por lo que San Francisco lo amaba mucho y le tenía al tanto de casi todos sus secretos. Con estos tres hermanos se puso San Francisco en oración; terminada ésta, encomendándose a sí mismo y a sus compañeros a las oraciones de los hermanos que se quedaban, se puso en camino con los tres, en nombre de Jesucristo crucificado, hacia el monte Alverna.

Luego de ponerse en marcha, llamó San Francisco a uno de los tres compañeros, que fue el hermano Maseo, y le dijo:

-- Tú, hermano Maseo, serás nuestro guardián y nuestro superior en este viaje mientras caminemos y estemos juntos, y observaremos nuestra costumbre de rezar el oficio, hablar de Dios y guardar silencio a las horas señaladas, y no andaremos pensando ni qué comeremos ni dónde dormiremos, sino que, cuando llegue la hora de alojarnos, pediremos de limosna un poco de pan y nos quedaremos a reposar en el lugar que Dios nos depare.



Los tres compañeros inclinaron la cabeza y, haciendo la señal de la cruz, reanudaron la marcha. La primera noche llegaron a un eremitorio de los hermanos y allí se hospedaron (10). La segunda noche, debido al mal tiempo y al cansancio, no pudieron llegar a ningún lugar de hermanos ni a ningún castillo ni pueblo, y, al echárseles la noche con mal tiempo, fueron a guarecerse en una iglesia abandonada y deshabitada, donde se echaron a descansar (11). Mientras dormían los compañeros, San Francisco se puso en oración, y como continuaba orando, de pronto, en la primera vigilia de la noche, vino con mucho estrépito y alboroto una gran muchedumbre de demonios ferocísimos, que desataron contra él recia batalla molestándole rudamente: uno le cogía de aquí, otro de allá; éste lo tiraba al suelo, el otro lo lanzaba en alto; quién le amenazaba con una cosa, quién le reprochaba de otra.



Y así, se ingeniaban de diversas maneras para estorbarle en su oración, pero sin lograrlo, porque Dios estaba con él. Después de aguantar durante largo tiempo estos ataques de los demonios, San Francisco comenzó a gritar en alta voz:

-- Espíritus condenados, vosotros nada podéis fuera de aquello que os permite la mano de Dios. Por eso, de parte de Dios todopoderoso, os digo que podéis hacer de mi cuerpo todo lo que os es permitido por Dios; yo lo soportaré de buen grado, porque no tengo peor enemigo que mi cuerpo; si vosotros, pues, me ayudáis a tomar venganza de mi enemigo, me hacéis un servicio muy grande (12).





Entonces, los demonios lo agarraron con gran ímpetu y furia y comenzaron a arrastrarlo por la iglesia y a molestarle y atormentarle con mayor saña. San Francisco se puso a gritar, y decía:

-- Señor mío Jesucristo, te doy gracias por todo el amor y la caridad de que me haces objeto; ya que es señal de grande amor cuando el Señor castiga bien en este mundo a su siervo por todas sus faltas, para no tener que castigarle en el otro. Yo estoy dispuesto a soportar alegremente todas las penas y adversidades que tú, mi Dios, me quieras mandar por causa de mis pecados.

Los demonios por fin, confundidos y vencidos por su constancia y paciencia, se marcharon; y San Francisco, lleno de fervor de espíritu, salió de la iglesia y se internó en un bosque próximo; allí se puso en oración, y, entre súplicas, y lágrimas, y golpes de pecho, trataba de hallar a Jesús, el esposo y el amado de su alma. Y cuando finalmente lo halló en el secreto de su alma, ora le hablaba respetuosamente como a su Señor, ora le respondía como a su Juez; ya le suplicaba como a Padre, ya conversaba con Él como con un amigo (13).

En aquella noche y en aquel bosque, los compañeros, que estaban despiertos escuchando y observando lo que hacía, le vieron y oyeron suplicar devotamente, entre lágrimas y lamentos, a la divina misericordia por los pecadores. Le vieron, asimismo, y le oyeron llorar en alta voz la pasión de Cristo, como si la estuviera presenciando corporalmente. En esa misma noche le vieron orar, con los brazos cruzados ante el pecho, suspendido y elevado del suelo por largo tiempo y rodeado de una nube resplandeciente. Y así, en estos santos ejercicios, pasó toda aquella noche sin dormir.

A la mañana siguiente, viendo los compañeros que, por la fatiga de la noche y la falta de sueño, San Francisco se encontraba demasiado débil del cuerpo y que a duras penas podría caminar a pie, fueron en busca de un campesino pobre de la comarca y le pidieron, por amor de Dios, les prestara su jumento para el hermano Francisco, su padre, que no podía caminar a pie. Al oír él mencionar al hermano Francisco, les preguntó:

-- ¿Sois vosotros de los hermanos de ese Francisco de Asís de quien se oye hablar tanto y bien?




Los hermanos le respondieron que sí y que para él venían a pedirle el asno. Entonces, el buen hombre, con gran devoción y solicitud, aparejó el asno, lo condujo a San Francisco y con mucha reverencia le hizo montarse en él. Y prosiguieron el camino; el campesino iba con ellos detrás del asno. Cuando llevaban andado un buen trecho, dijo el labriego a San Francisco:



-- Dime: ¿eres tú el hermano Francisco de Asís?

San Francisco le respondió afirmativamente.

-- Pues cuida mucho -añadió el labriego- de ser tan bueno como la gente cree que eres, ya que son muchos los que han puesto su esperanza en ti. Te recomiendo, por tanto, que en ti no haya nada que contradiga lo que la gente espera.

Al oír estas palabras, San Francisco no llevó a mal el verse amonestado por un labriego, y no dijo en su interior: «¡Qué bestia es este hombre que me amonesta!», como dirían hoy tantos soberbios que visten hábito; sino que al punto se apeó del asno, cayó de rodillas ante el labriego y le besó los pies, agradeciéndole con humildad, porque había tenido a bien amonestarle tan caritativamente (14). El aldeano y los compañeros de San Francisco lo levantaron con gran devoción y lo volvieron a colocar sobre el asno. Y prosiguieron el viaje.

Cuando habían llegado, más o menos, a la mitad de la cuesta del monte, como hacía mucho calor y la subida era fatigosa, el labriego sintió grandísima sed, y, no pudiendo más, comenzó a gritar detrás de San Francisco:

-- ¡Ay de mí, me muero de sed! Si no hay algo que beber, voy a dejar aquí el alma.

San Francisco se apeó del asno y se puso en oración; y estuvo de rodillas con las manos alzadas al cielo hasta que supo por revelación que Dios le había escuchado. Entonces dijo al labriego:

-- Corre, ve en seguida a aquella peña, y allí encontrarás agua fresca, que Cristo, en su misericordia, ha hecho brotar en este momento.

Corrió él al lugar indicado por San Francisco, y halló una fuente riquísima que manaba de la dura roca por la virtud de la oración de San Francisco; bebió con gana y se sintió reanimado. Y se vio claro que aquella agua había brotado milagrosamente por los ruegos de San Francisco, ya que ni antes ni después se vio jamás fuente alguna en aquel lugar, ni señal de agua en todo el contorno (15). Después de esto, San Francisco con sus compañeros y el labriego dieron gracias a Dios por el milagro tan manifiesto; y luego continuaron el camino.




Estando ya próximos al pie del macizo propiamente dicho del Alverna, quiso San Francisco descansar un poco a la sombra de una encina que estaba, y está todavía, en el camino (16). Desde allí se puso San Francisco a observar el paisaje y la disposición del lugar, y en esto se vio venir una gran multitud de pájaros de todas clases, que con sus trinos y batir de alas manifestaban todos gran fiesta y alegría; rodearon a San Francisco, y unos se posaron sobre su cabeza; otros, sobre los hombros; otros, en los brazos; otros, en el regazo, y otros, en el suelo junto a los pies. Al ver esto, sus compañeros y el labriego estaban sorprendidos, y San Francisco, rebosante de alegría espiritual, dijo:

-- Yo creo que a nuestro Señor Jesucristo le agrada que moremos en este monte solitario, ya que tanta alegría muestran por nuestra llegada nuestros hermanos los pájaros (17). Smile

Dichas estas palabras, se levantó y reanudaron el camino. Finalmente llegaron al lugar del que antes habían tomado posesión los hermanos.

En alabanza de Dios y de su santísimo nombre. Amén.


2) El autor comete un anacronismo reuniendo en uno acontecimientos de diversas épocas, como si hubieran sucedido en el año de la estigmatización. El paso de San Francisco por Montefeltro (hoy San Leo) tuvo lugar en 1213; el 8 de mayo de este año habría hecho el conde Orlando la donación verbal a San Francisco, según consta en el acta de donación que hicieron levantar los hijos del mismo en 1274.

3) El castillo de Chiusi se yergue al pie de la cresta rocosa del Alverna al mediodía.

4) Francisco hizo uso del derecho reconocido a los trovadores de amenizar tales fiestas con sus composiciones. Para entonar con el ambiente, adoptó el aire y el estilo de una trova en su sermón.

5) El texto latino de Actus (9,12) contiene un inciso muy atinado, omitido en la versión italiana: «San Francisco, todo sazonado con la sal de la discreción...» La respuesta dada al conde retrata, en efecto, el espíritu caballeresco y profundamente humano del Poverello.

6) El monte Alverna, en la actual provincia de Arezzo, alcanza una altura de 1.128 metros.

7) Es el lugar donde ahora se eleva la iglesita de Santa María de los Angeles, construida en tiempo de San Francisco y agrandada más tarde.

8 ) También aquí hay una confusión de hechos y de fechas. La cuaresma de San Miguel guarda relación con el viaje de 1224 al Alverna.

9) El hermano Ángel Tancredi fue una conquista hecha por San Francisco en uno de sus viajes al valle de Rieti. Noble caballero antes de entrar en la Orden, se distinguió por su cortesía; se le halla con frecuencia entre los íntimos de San Francisco y formó, con León y Rufino, la terna encargada de recoger los recuerdos del santo Fundador: los tres compañeros. Cf. 1 Cel 31.102.109; TC 1; LP 7; EP 67.85.123; Flor 16.

10) Según una tradición, ese eremitorio (no había aún conventos) sería el de Buonriposo, a una legua de Città di Castello hacia poniente.

11) Debió de ser la iglesia de San Pedro, cerca de Caprese. Pero las demás fuentes franciscanas del siglo XIII colocan el episodio del ataque de los demonios en la iglesia de San Pedro de Bovara, cerca de Trevi. Cf. 2 Cel 122; EP 59; LP 65; LM 10,3.

12) Es exactamente la doctrina expuesta por San Francisco en su Adm 10.

13) Párrafo tomado textualmente de LM 10,4, que, a su vez, lo toma de 2 Cel 95.

14) El hecho del aldeano que amonesta a San Francisco lo refiere Tomás de Celano, aunque en otro contexto (2 Cel 142).

15) También este relato se halla en 2 Cel 46 y en LM 7,12. Y parece que se trata del viaje al Alverna en el verano de 1224.

16) En el lugar donde estuvo la encina fue edificada en 1602 una capillita, llamada aún hoy «de los pájaros», al comienzo del último y más escarpado trecho que conduce al convento.

17) El poético episodio de los pájaros que saludan la llegada de Francisco al Alverna lo refiere también la LM 8,10; no queda claro, con todo, si sucedió en el primer viaje del Santo o en el de 1224.

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MensajePublicado: Sab Ene 12, 2008 4:24 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

CONSIDERACIÓN II
La permanencia de San Francisco con sus compañeros
en el monte Alverna


La segunda consideración se refiere a la permanencia de San Francisco con sus compañeros en dicho monte.

Por lo que hace a ella, es de saber que, al tener noticia messer Orlando que San Francisco había subido con tres compañeros para morar en el monte Alverna, se alegró muchísimo, y al día siguiente salió de su castillo con muchos otros y fue a visitarle, llevando pan y otros alimentos para él y para sus compañeros. Al llegar arriba, los halló en oración, y, acercándose, les saludó. San Francisco se levantó y recibió con gran caridad y alegría a messer Orlando y sus acompañantes. Luego se pusieron a conversar juntos; y, cuando hubieron hablado un rato, San Francisco le dio las gracias por la donación de un monte tan recogido y por su venida, y le rogó que le hiciese preparar una celdita pobre al pie de un haya muy hermosa que estaba a la distancia de un tiro de piedra del lugar de los hermanos, porque aquel sitio le parecía muy retirado y muy apto para la oración. Messer Orlando se la hizo preparar al punto (18 ).

Hecho esto, como la noche se venía encima y era tiempo de partir, San Francisco les hizo una breve plática antes que se fueran; luego, cuando hubo terminado de hablarles y les hubo dado la bendición, en el momento de partir, messer Orlando llamó aparte a San Francisco y a sus compañeros y les dijo:

-- Hermanos míos muy amados, no es mi intención que en este monte agreste tengáis que pasar necesidad alguna corporal, con menoscabo de la atención que debéis poner a las cosas espirituales. Quiero, pues, y os lo digo una vez por todas, que enviéis confiadamente a mi casa para todo lo que necesitéis; y, si no lo hacéis así, lo llevaré muy a mal.

Dicho esto, partió con todo su acompañamiento y se volvió a su castillo.

Entonces, San Francisco hizo sentar a sus compañeros y les dio instrucciones sobre el estilo de vida que habían de llevar ellos y cuantos quisieran morar religiosamente en los eremitorios (19). Entre otras cosas, les inculcó de manera especial la guarda de la santa pobreza, diciéndoles:

-- No toméis tan en consideración el caritativo ofrecimiento de messer Orlando, que ofendáis en cosa alguna a nuestra señora madonna Pobreza. Tened por cierto que cuanto más huyamos nosotros de la pobreza, tanto más huirá de nosotros el mundo y más necesidad padeceremos; pero, si permanecemos bien estrechamente abrazados a la santa pobreza, el mundo correrá en pos de nosotros y nos alimentará con abundancia. Dios nos ha llamado a esta santa Orden para la salud del mundo, y ha establecido este pacto entre nosotros y el mundo: que nosotros demos al mundo el buen ejemplo y que el mundo nos provea de cuanto necesitamos (20). Perseveremos, pues, en la santa pobreza, ya que ella es camino de la perfección, prenda y arras de las riquezas eternas.

Y, después de muchas, bellas y devotas palabras e instrucciones sobre esta materia, concluyó:

-- Este es el modo de vivir que he determinado para mí y para vosotros. Y, puesto que me voy acercando a la muerte, es mi intención estar a solas y recogido en Dios, llorando ante Él mis pecados. El hermano León, cuando le parezca bien, me traerá un poco de pan y un poco de agua; y por ningún motivo habéis de permitir que se acerque ningún seglar, sino que vosotros responderéis de mi parte.

Dichas estas palabras, les dio la bendición y se fue a la celda del haya; y sus compañeros se quedaron en el eremitorio con el firme propósito de poner en práctica las instrucciones de San Francisco.

Al cabo de unos días, estaba San Francisco junto a dicha celda y observaba la disposición del monte, extrañado de las grandes hendiduras y grietas de aquellos enormes peñascos; se puso en oración, y durante ella le fue revelado por Dios que aquellas hendiduras tan sorprendentes se habían producido milagrosamente en el momento de la pasión de Cristo, cuando, como dice el evangelista (Mt 27,51), se resquebrajaron las piedras. Y Dios quiso que esto quedase singularmente testimoniado en aquel monte Alverna para significar que en él se había de renovar la pasión de Jesucristo: en su alma, por el amor y la compasión, y en su cuerpo, por la impresión de las llagas.

Recibida esta revelación, San Francisco fue a encerrarse en seguida en su celda, y, recogido todo en sí mismo, se dispuso a penetrar el misterio que encerraba. Desde entonces comenzó a gustar con más frecuencia la dulzura de la divina contemplación, y le hacía quedar tantas veces arrobado en Dios, que los compañeros le veían elevado corporalmente de la tierra y en éxtasis fuera de sí.

En estos arrobamientos contemplativos le eran reveladas por Dios no sólo las cosas presentes y futuras, sino también los secretos pensamientos y deseos de los hermanos, como lo pudo comprobar en sí mismo, en aquellos días, el hermano León su compañero.

Estaba el hermano León sosteniendo por parte del demonio una fortísima tentación, no carnal, sino espiritual, y le vino un gran deseo de tener algún pensamiento devoto escrito de mano de San Francisco, pensando que, si lo tuviera, aquella tentación desaparecería en todo o en parte. Andaba dando vueltas a este deseo; pero, por vergüenza y por respeto, no se atrevía a decírselo a San Francisco; pero si el hermano León no se lo dijo, se lo reveló el Espíritu Santo. San Francisco, en efecto, lo llamó a sí, le hizo traer un tintero, pluma y papel, y con su propia mano escribió una laude de Cristo, conforme al deseo del hermano, y al final trazó el signo de la tau. Después se lo dio, diciendo:








-- Toma, amadísimo hermano León, este papel y guárdalo cuidadosamente hasta tu muerte. Dios te bendiga y te guarde de toda tentación. No te desanimes por tener tentaciones, porque cuanto más combatido eres de las tentaciones, yo te tengo por más siervo y amigo de Dios y más te amo yo. Te aseguro que nadie debe considerarse perfecto amigo de Dios mientras no haya pasado por muchas tentaciones y tribulaciones (21).

Recibió el hermano León el escrito con suma devoción y fe, y, volviendo al eremitorio, refirió con gran alegría a los compañeros la gracia tan grande que Dios le había concedido con recibir aquel escrito de mano de San Francisco. Se lo guardó y lo conservó cuidadosamente, y con él hicieron más tarde muchos milagros los hermanos.

Desde aquel momento, el hermano León comenzó a observar, con gran sencillez y buena intención, y espiar con atención la vida de San Francisco; y por su pureza mereció ver más de una vez a San Francisco arrobado en Dios y elevado del suelo; algunas veces, a una altura de tres brazas; a veces, hasta cuatro; a veces, hasta la copa del haya, y vez hubo que lo vio elevado en los aires a tanta altura y rodeado de tanto resplandor, que apenas podía divisarlo. Y ¿qué hacía en su sencillez el hermano León? Cuando San Francisco estaba elevado del suelo a tan poca altura que él podía alcanzarle, se acercaba sigilosamente, se abrazaba a sus pies y los besaba, mientras decía entre lágrimas:

-- Dios mío, ten misericordia de mí, pecador, y, por los méritos de este santo hombre, hazme hallar tu gracia.

Un día, entre otros, mientras estaba de esa forma bajo los pies de San Francisco, sin lograr tocarle, porque estaba muy elevado en los aires, vio bajar del cielo una cédula escrita en letras de oro y posarse sobre la cabeza de San Francisco; en la cédula estaban escritas estas palabras: La gracia de Dios está aquí. Y, cuando la hubo leído, vio cómo volvía al cielo.

Por el don de esta gracia de Dios que había en él, San Francisco no sólo era arrebatado en Dios por la intensidad de la contemplación extática, sino que a veces era confortado con visiones angélicas. Estaba un día absorto en el pensamiento de su muerte y de la suerte que correría su Orden cuando él ya no viviera, y decía:

-- Señor Dios, ¿qué será, después de mi muerte, de esta tu familia pobrecita, que en tu benignidad me has encomendado a mí, pecador? ¿Quién la sostendrá? ¿Quién la corregirá? ¿Quién te pedirá por ella?

Y, como seguía orando en estos términos, se le apareció un ángel enviado por Dios, que, animándolo, le dijo:

-- Yo te aseguro, de parte de Dios, que tu Orden durará hasta el día del juicio; y que no habrá nadie tan pecador que, si ama de corazón tu Orden, no halle ante Dios misericordia; y nadie que por malicia persiga tu Orden podrá alcanzar larga vida. Y, ademas, ningún hermano que se haga reo en la Orden de grandes pecados podrá perseverar por mucho tiempo en ella, si no enmienda su vida (22). Pero no te entristezcas cuando veas en tu Orden algunos hermanos que no son buenos, que no guardan la Regla como deben, y no pienses que por ello esta Orden va a ir para menos, porque siempre habrá muchos, muchos, que observarán a perfección la vida del Evangelio de Cristo y la pureza de la Regla; y éstos, inmediatamente después de la muerte corporal, irán a la vida eterna sin pasar absolutamente por el purgatorio. Algunos la observarán menos perfectamente, y éstos, antes de ir al paraíso, serán purificados en el purgatorio; pero la duración de la purificación la dejará Dios en tu mano. Mas de aquellos que no guardan absolutamente tu Regla, Dios dice que no te preocupes, porque Él no se preocupa por ellos (23).

Dichas estas palabras, el ángel desapareció, y San Francisco quedó del todo animado y consolado.

Al acercarse la fiesta de la Asunción de nuestra Señora, San Francisco se puso a buscar un lugar más solitario y más oculto donde poder más a solas pasar la cuaresma de San Miguel Arcángel, que daba comienzo en dicha fiesta de la Asunción. Llamó, pues, al hermano León y le dijo:

-- Ve y ponte a la puerta del oratorio del eremitorio de los hermanos, y, cuando yo te llame, vienes.

Fue el hermano León y se puso a la puerta; San Francisco se alejó un trecho y llamó fuerte. El hermano León, al oír que le llamaba, acudió a él, y San Francisco le dijo:

-- Hijo, busquemos otro lugar más oculto, donde tú no puedas oírme cuando yo te llame.

Buscaron, y vieron al lado meridional del monte un sitio oculto y muy a propósito para lo que él deseaba; pero no era posible pasar, porque estaba separado por una hendidura horrible y espantosa en la roca. Con mucho trabajo pudieron colocar un madero a manera de puente y pasaron al otro lado (24).







Entonces, San Francisco hizo llamar a los demás hermanos y les dijo cómo tenía intención de pasar la cuaresma de San Miguel en aquel lugar solitario. Les rogó que le preparasen una celdita, de modo que, aunque gritase, no pudiera ser oído por ellos. Preparada la celda, les dijo San Francisco:

-- Id a vuestro sitio y dejadme solo, porque es mi intención, con la ayuda de Dios, pasar esta cuaresma lejos de todo ruido y sin distracción alguna del espíritu. Ninguno de vosotros ha de venir aquí y no permitáis que se acerque ningún seglar. Pero tú, hermano León, vendrás una sola vez al día, trayendo un poco de pan y de agua, y otra vez por la noche, a la hora de los maitines. Entonces te acercarás silenciosamente y, cuando estés al extremo del puente, dirás: Domine, labia mea aperies (25). Si yo te respondo, pasas y vienes a la celda, y diremos juntos los maitines; si no te respondo, márchate en seguida.

Decía esto San Francisco porque algunas veces estaba tan arrobado en Dios, que no oía ni sentía nada con los sentidos del cuerpo. Dicho esto, les dio la bendición y ellos se volvieron al eremitorio.

Llegada, pues, la fiesta de la Asunción, comenzó San Francisco la santa cuaresma, macerando el cuerpo con grandísima abstinencia y rigor y confortando el espíritu con fervientes oraciones, vigilias y disciplinas. Con estos ejercicios fue creciendo de virtud en virtud y disponiendo su alma para recibir los divinos misterios y la divina iluminación, y su cuerpo para sostener las batallas crueles de los demonios, con los cuales con frecuencia tuvo que combatir en forma sensible.

Sucedió durante aquella cuaresma que, saliendo un día San Francisco de la celda en fervor de espíritu y yendo a ponerse en oración allí cerca, en la concavidad de una roca, situada a una gran altura sobre un horrible y espantoso precipicio, se presentó de pronto el demonio, acompañado de un fragor y estrépito enorme y con aspecto terrible, y le golpeó, empujándolo para hacerle caer en el precipicio. San Francisco, viendo que no tenía retirada posible y no pudiendo soportar la feroz catadura del demonio, se volvió rápidamente, pegándose a la peña con las manos, con la cara y con todo el cuerpo, mientras se encomendaba a Dios, buscando a tientas con las manos algo donde poder agarrarse. Pero Dios, que no permite nunca que sus siervos sean tentados más allá de sus posibilidades, hizo que en aquel momento la roca a la que se había arrimado cediera, tomando la forma del cuerpo y protegiéndolo; y, como si hubiera puesto las manos y la cara sobre una cera líquida, quedó impresa la huella de la cara y de las manos en la roca. Y así, con la ayuda de Dios, pudo librarse del demonio (26).

Pero lo que no pudo hacer entonces el demonio con San Francisco, echarlo por el precipicio abajo, lo hizo más tarde, mucho después de la muerte de San Francisco, con uno de sus queridos y devotos hermanos. Estaba este hermano colocando en aquel mismo lugar algunos troncos para que se pudiera pasar sin peligro, por devoción a San Francisco y al milagro que allí había tenido lugar; y un día que llevaba sobre la cabeza un grueso tronco para colocarlo, el demonio le empujó y le hizo caer al fondo del precipicio con el tronco en la cabeza. Pero Dios, que había librado y preservado a San Francisco de la caída, libró y preservó, por los méritos del Santo, al hermano, devoto suyo, de los peligros de la caída, ya que al caer se había encomendado con gran devoción en alta voz a San Francisco; éste se le apareció al punto, lo tomó y lo posó abajo, sobre las piedras, sin golpe ni lesión alguna. Los otros hermanos que oyeron el grito dado por él al caer, dándolo por muerto y despedazado por la caída de semejante altura sobre los picachos agudos, tomaron unas parihuelas, con gran dolor y lágrimas, y bajaron por la otra parte del monte para recoger el cuerpo despedazado y darle sepultura. Habían descendido ya la pendiente, cuando les salió al encuentro el hermano despeñado llevando en la cabeza el tronco con el que había caído, y venía cantando a voz en cuello el Te Deum, alabando y dando gracias a Dios y a San Francisco por el milagro hecho con un hermano suyo (27).

Continuó, pues, San Francisco, como se ha dicho, aquella cuaresma, y, aunque tenía que sostener muchos ataques del demonio, también recibía muchas consolaciones del Señor, no sólo por medio de visitas angélicas, sino también mediante las aves del bosque. Porque sucedió que, durante toda la cuaresma, un halcón que tenía el nido allí cerca, cada noche, un poco antes de los maitines, le despertaba graznando y batiendo las alas junto a su celda, y no se iba hasta que él se levantaba para rezar los maitines. Y, cuando San Francisco se hallaba más fatigado que de ordinario, o débil o enfermo, el halcón, como si fuera una persona discreta y comprensiva, le despertaba más tarde con sus graznidos. Este reloj causaba gran placer a San Francisco, tomando de la solicitud del halcón estímulo para sacudir toda pereza y para darse a la oración; además, de vez en cuando se entretenía con él familiarmente (28 ).

Finalmente, por lo que hace a esta segunda consideración, como San Francisco se hallaba muy debilitado en el cuerpo, así por su rigurosa abstinencia como por los ataques de los demonios, quiso reconfortar el cuerpo con el alimento espiritual del alma, y para ello comenzó a meditar en la gloria sin medida y en el gozo de los bienaventurados en la vida eterna; comenzó también a suplicar a Dios que le concediera la gracia de probar un poco de aquel gozo. Estando en tales pensamientos, de pronto se le apareció un ángel con grandísimo resplandor, con una viola en la mano izquierda y el arco en la derecha; San Francisco le miraba estupefacto, y, en esto, el ángel pasó una sola vez el arco por las cuerdas de la viola; y fue tal la suavidad de la melodía, que llenó de dulcedumbre el alma de San Francisco y le hizo desfallecer, hasta el punto que, como lo refirió después a sus compañeros, le parecía que, si el ángel hubiera continuado moviendo el arco hasta abajo, se le hubiera separado el alma del cuerpo no pudiendo soportar tanta dulzura (29).



18 ) En ese sitio se halla hoy la capilla de Santa María Magdalena, casi enfrente de la basílica.

19) Alusión al opúsculo Regla para los eremitorios, con que San Francisco reglamentó el estilo y el ambiente de la vida en los eremitorios, en los que él y los hermanos pasaban temporadas en retiro, oración e intimidad fraterna.

20) Exhortación tomada, casi al pie de la letra, de 2 Cel 70.

21) Esta máxima sobre las tentaciones se halla, casi con las mismas palabras, en 2 Cel 118.

22) Estos privilegios de la Orden se hallan en EP 79 y en la crónica de Tomás de Eccleston. En las ediciones de las Florecillas suele insertarse este relato, tomado de la Vita fratris Leonis, Chronica XXIV Generalium: AF 3, p. 67s.

«En el monte Alverna, estando una vez hablando con el hermano León, dijo San Francisco a éste: "Hermano ovejuela, lava esta piedra con agua". Así lo hizo el hermano León. Después le dijo: "Lávala con vino". Y lo hizo el hermano León. "Lávala con aceite". Lo hizo también el hermano León. "Lávala con bálsamo, hermano ovejuela". El hermano León le dijo: "Pero ¿cómo voy a encontrar bálsamo en estos parajes?" Le respondió San Francisco: "Has de saber, hermano ovejuela de Dios, que ésa es la piedra sobre la que posaron los pies del Señor cuando se me apareció. Te he dicho que la lavaras cuatro veces porque el Señor en esa aparición me prometió cuatro cosas para la Orden" (siguen las cuatro promesas)»

La piedra se conserva todavía hoy en la celda del haya.

23) La conciencia de la propia importancia en la Iglesia como institución, el aprecio general de que eran objeto y la polémica sostenida con los adversarios externos fue creando en los hijos de San Francisco cierto orgullo de grupo, por lo demás ingenuo, expresión del amor a la vocación, que estimuló la fantasía creadora de los narradores de comienzos del siglo XIV. Ciertas revelaciones, aun las atribuidas al Fundador, son el reflejo de esa autoexaltación colectiva.

24) La descripción topográfica es exacta. La impresionante hendidura se halla hoy cubierta, en gran parte, por la galería que conduce desde el convento. El sitio escogido por Francisco para aquella cuaresma excepcional era un cabezo entre la hendidura y el precipicio que bordea la montaña.

25) Es la invocación inicial del oficio divino, tomada del Salmo 51,17: Señor, ábreme los labios; se responde: Y mi boca proclamará tu alabanza.

26) Los peregrinos pueden llegar hoy a través de un pasadizo practicado en la roca para venerar la concavidad donde, según la tradición, San Francisco pudo sustraerse a la furia del demonio.

27) El hecho sucedió en 1273 y el religioso se llamaba hermano Francisco Malefizi de Florencia, según una antigua tradición. La altura actual del precipicio, desde el sitio en cuestión, es de 38,20 metros.

28 ) El relato del hermano halcón se halla en 2 Cel 168 y LM 8,10. San Buenaventura especifica que el eremitorio donde sucedió era el de Alverna. Puede ser, sin embargo, que hubiera ocurrido en alguna otra de las varias permanencias de Francisco en esta montaña, ya que, como hemos visto, quien debía despertarle para los maitines durante la cuaresma del verano de 1224 era el hermano León entonando los maitines desde el otro lado de la pasarela.

29) El hecho del ángel violinista tuvo lugar, según las otras fuentes biográficas, no en Alverna, sino en Rieti, y en un contexto lleno de sublime humanidad. Cf. LP 66; 2 Cel 126 y LM 5,11.

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