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La Sagrada Familia

 
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Autor Mensaje
Guadalupe Gómez
Veterano


Registrado: 08 Sep 2006
Mensajes: 2115
Ubicación: Argentina

MensajePublicado: Lun Ene 07, 2008 4:55 am    Asunto: La Sagrada Familia
Tema: La Sagrada Familia
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Reflexiones para la Santa Misa del Dies Domini
www.ducinaltum.info



La Sagrada Familia


“José, tomando consigo al Niño y a su Madre, fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret”

I. LA PALABRA DE DIOS
II. APUNTES
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
IV. PADRES DE LA IGLESIA
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO


I. LA PALABRA DE DIOS

Eclo 3, 3-7. 14-17a: «Como a tu Señor sirve a los que te engendraron»

«Quien honra a su padre expía sus pecados;
como el que atesora es quien da gloria a su madre.
Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos,
y en el día de su oración será escuchado.
Quien da gloria al padre vivirá largos días,
obedece al Señor quien da sosiego a su madre:
como a su Señor sirve a los que le engendraron.

Pues el servicio hecho al padre no quedará en olvido,
será para ti restauración en lugar de tus pecados.
El día de tu tribulación se acordará Él de ti;
como hielo en buen tiempo, se disolverán tus pecados.
Como blasfemo es el que abandona a su padre,
maldito del Señor quien irrita a su madre.
Haz, hijo, tus obras con dulzura,
así serás amado por el acepto a Dios.»

Sal 127, 1-2.3.4-5: «Dichoso el que teme al Señor»

Col 3, 12-21: «Revestíos, como elegidos de Dios, de entrañas de misericordia»

«Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos.

La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre.

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados.»

Mt 2,13-15.19-23: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto.»

«Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle”. El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta:

De Egipto llamé a mi hijo.

Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño”. El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas:

Será llamado Nazareno.»

II. APUNTES

La primera lectura está tomada de un libro sapiencial. El pasaje elegido para este Domingo habla de las actitudes que los hijos han de observar para con sus padres: es deber del hijo honrar a su padre y a su madre. El hijo que así obra, experimentará el favor divino, recibirá grandes recompensas. Será maldito en cambio, afirma el autor inspirado, quien abandona a su padre o irrita a su madre.

En la segunda lectura San Pablo exhorta a los cristianos de Colosas a revestirse de entrañas de misericordia, es decir, a acoger y vivir la misma misericordia y caridad que viene de Dios. A este trabajo y esfuerzo antecede, sin embargo, un don: haber sido amados y elegidos por Dios y haber sido santificados por Él. Una vez concedido el don y la gracia, Dios espera de nuestra parte una respuesta afirmativa y una esforzada cooperación, para que el don y la gracia recibidas se expresen en una vida nueva así como en nuevas relaciones interpersonales, que han de estar regidas por la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia, el saber soportarse unos a otros y perdonarse mutuamente cuando alguno tiene alguna queja contra el otro.

De este esfuerzo por revestirse de entrañas de misericordia derivan también la sumisión y obediencia de las esposas con respecto a sus maridos, el amor de los maridos a sus mujeres, amor que se expresa en un trato digno, amable y respetuoso. En lo que toca a los hijos, se expresa en la obediencia a sus padres. Por su parte, los padres no han de exasperar a sus hijos.

En un hogar en el que Cristo habita, en el que el amor es vínculo de perfección y causa de unidad, no es causa de complejos la sumisión o la obediencia, no hay dominadores ni dominados, no hay abusos e imposición de unos sobre otros, no hay maltratos. Hay en cambio unidad de mente, de corazón y de acción en Cristo. La caridad tiene la primacía entre cada uno de los miembros de la familia, empezando por los esposos de quienes los hijos han de aprender. Ese amor se expresa en el respeto y servicio mutuo, en buscar siempre y en primer lugar el bien del otro antes que el propio, venciendo todo egoísmo e individualismo corrosivo. En el esfuerzo personal por revestirse de la caridad de Cristo se va construyendo la verdadera y profunda comunión entre los esposos e hijos, comunión que trae la paz y la alegría a todos.

Esta unión en el amor se vivía ejemplarmente en la Sagrada Familia, aquella que luego de algunas iniciales travesías finalmente se ubicó en una ciudad de Galilea llamada Nazaret (Evangelio).

José, luego de las indicaciones iniciales recibidas del Ángel (Evangelio del Domingo anterior: Mt 1,24), asumió la misión de esposo de María y padre putativo de Jesús, cuidando del Niño y de su madre. De este modo los tres formaron una pequeña comunidad de vida y de amor, núcleo familiar que participó en todo de las mismas preocupaciones, sufrimientos, esperanzas y gozos que experimentan las familias humanas más humildes y frágiles.

Luego de la visita de los magos venidos de oriente para adorar al Niño-Rey (ver Mt 2,9-12), el Ángel del Señor se aparece a José en sueños para mandarle: «Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y huye a Egipto.» José no espera “hasta mañana”, sino que prontamente, «levantándose de noche, tomó consigo al Niño y a su madre y huyeron a Egipto.» Desde el primer momento el Hijo de Dios, nacido en nuestra carne mortal, pequeño, débil y pobre, verá su existencia amenazada por los poderes de este mundo. El rey Herodes, apodado “el grande”, se había enterado por labios de los magos de que le había nacido un rey a Israel. Les pidió que terminada su búsqueda volviesen para avisarle donde encontrarlo e ir también él a adorarlo. (ver Mt 2,8) Más en realidad su intención era matar al Niño. Herodes, trastornado por el poder, no quería que nadie le arrebatase su reino. Sólo quería eliminar a este Niño que resultaba ser una amenaza para él, sin importarle si tenía que atropellar la vida de los más débiles e indefensos para cumplir su cometido. Su crueldad no tendría límite alguno (ver Mt 2,16).

Al morir Herodes y pasar el peligro, José nuevamente recibe un aviso del Ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y vuelve a Israel.» El obedece nuevamente con prontitud, estableciéndose en Nazaret.

Ni en el relato de la “anunciación a José” (Mt 1,20-21) ni en las siguientes manifestaciones del Ángel a José hemos escuchado respuesta alguna. Sin embargo, José, sin mediar palabra, puso inmediatamente por obra lo que el ángel del Señor le había mandado. Él responde también con un fiat silencioso pero elocuente, un fiat manifestado una y otra vez en aquellos sucesivos «hizo lo que el ángel del Señor le decía». En esta respuesta pronta y obediente, fruto de su amor a Dios y confianza en sus planes, se revela un rasgo esencial de la personalidad del Santo Custodio de la Sagrada Familia. Él, como María, se considera a sí mismo un siervo del Señor, que no busca otra cosa sino que en él se haga según su Palabra (ver Lc 1,38).

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

La Iglesia está segura de que la familias cristianas, al contemplar y descubrir en la Sagrada Familia las características del auténtico amor, tal y como debe ser vivido entre los esposos y sus hijos, serán ellos mismos firmemente alentados y rectamente orientados a seguir ese específico sendero de santidad y de plena realización humana.

Preguntémonos ahora: ¿Cuáles son algunas de esas orientaciones que la paradigmática familia de Nazaret brinda a las familias cristianas?

«Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados». La voz del Apóstol les recuerda a los padres, aunque pero no sólo a ellos, sino también a todo otro miembro de la familia cristiana, que ante todo deben tener siempre una clara conciencia de su identidad y “estado de elección”: los esposos son hijos de Dios, por quienes el Señor Jesús ha dado su sangre. Por ello, su primera y principal tarea es la de reconocer su dignidad y la de trabajar por ser santos (ver Lumen Gentium 40), procurando vivir en amorosa obediencia a Dios y a sus planes de amor. Como amados de Dios, los esposos han sido elegidos por Dios (ver Ef 1,5-6) para una misión de paternidad o maternidad, misión que sólo podrán realizar si trabajan por hacer de su matrimonio un ámbito de comunión que se nutre del amor que viene de Dios.

En efecto, la familia cristiana se construye y edifica sobre el amor de los esposos, amor que ante todo es un don de Dios derramado en sus corazones (ver Rom 5,5) y que han de vivir entre sí “como Cristo nos ha enseñado” (ver Jn 15,12), amor por el que «se entregan y se reciben recíprocamente en la unidad de “una sola carne”» (S.S. Juan Pablo II, Carta a las familias, 11). Este amor, «que hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo», significa «dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente», y ese amor, que realiza la entrega de la persona «exige, por su naturaleza, que sea duradera e irrevocable» (allí mismo).

La fidelidad de los padres a su identidad y vocación fundamental como hijos de Dios les permitirá, viviendo como discípulos de Cristo, revestirse de «entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia» (Col 3, 12), haciendo del amor y de la caridad el vínculo de comunión de esta pequeña iglesia doméstica. Por ello, cuando «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor» (S.S. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 17), el hogar cumple su función de ser la primera escuela de vida cristiana, «escuela del más rico humanismo» (Gaudium et spes, 52) en donde los hijos aprenden a vivir el amor en la entrega de sí mismos y en la respetuosa acogida del otro.

Como colaboradores de Dios en su obra creadora (ver S.S. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 43), los padres han de recordar siempre con alegría y gratitud su específica vocación de servir a la vida que brota del don de Dios, vida que es el fruto precioso de su unión en el amor. En este sentido, ser padre o madre implica ser portador de una hermosísima misión de la que el Señor les ha hecho partícipes: viviendo un amor maduro deberán estar abiertos a la bendición de la vida, han de cuidar y proteger a sus hijos porque son un don de Dios, y han de educarlos, con la palabra y el ejemplo, «en la auténtica libertad, (aquella) que se realiza en la entrega sincera de sí». De este modo cumplen fielmente su misión, cuando buscan cultivar en sus hijos «el respeto del otro, el sentido de la justicia, la acogida cordial, el diálogo, el servicio generoso, la solidaridad y los demás valores que ayudan a vivir la vida como un don» (Evangelium vitae, 92). Por último, tienen como deber más sagrado el fomentar en sus hijos la obediencia de la fe prestada a Dios (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 142-144), por la que los guían y orientan en el camino de su propia realización, según la propia vocación y misión con la que Dios los bendice.

También han de recordar vivamente que por el ejercicio constante de su fe, están llamados a colaborar primera y principalmente con la gracia del Señor en la tarea de traer a sus hogares la presencia del Emmanuel: como María, acogiendo, concibiendo y dando a luz la Palabra, y como José, protegiendo diligentemente al Niño de la persecución que sufre en el mundo por los modernos “Herodes”. En este sentido, toda familia cristiana «recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa» (Familiaris consortio, 17).

Tras las huellas de María y José, los hogares cristianos están llamados a convertir «su vocación al amor doméstico —con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad—, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa» (S.S. Pablo VI). De ese modo, al esforzarse los padres en ser para sus hijos un vivo ejemplo y testimonio de amor y caridad cristiana, los hijos estarán en condiciones de vivir, a su vez, en amorosa y respetuosa actitud para con sus padres y con todos sus semejantes.

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Hilario: «Antes, para dar a entender que ella estaba desposada con un justo, la llamó su esposa, pero ahora, después del nacimiento de Jesús, [el evangelista San Mateo] no le da otro título que el de madre, y esto porque así como el casamiento con José se presenta como garantía de la virginidad de María, así la maternidad divina nos ofrece la prueba más irrecusable de esta misma virginidad.»

San Juan Crisóstomo: «Ved al tirano llenarse de furor apenas nace este Niño, y ved también a la Madre huir con el Hijo a tierra extranjera, y sirva esto de ejemplo para que cuando comencéis alguna obra espiritual y os sintáis afligidos por la tribulación, no os turbéis ni dejéis llevar del abatimiento sino soportéis con valor y heroísmo todas las contradicciones.»

San Beda: «El Salvador, conducido a Egipto por sus padres, nos enseña que muchas veces los buenos se ven obligados a huir de sus hogares por la perversidad de los malos, y aun también condenados a un destierro. El que había de decir a los suyos: "Cuando os persiguiesen en una ciudad huid a la otra", nos dio primero el ejemplo, huyendo como un hombre delante de otro hombre después que había sido adorado por los magos y anunciado por una estrella.»

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

La familia cristiana, “iglesia doméstica”

1655: Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la «familia de Dios». Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, «con toda su casa», habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase «toda su casa». Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente.

1656: En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, «Ecclesia doméstica» (LG 11). En el seno de la familia, «los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada» (LG 11).

1657: Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, «en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras» (LG 10). El hogar es así la primera escuela de la vida cristiana y «escuela del más rico humanismo» (GS 52, 1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.

1658: Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que permanecen solteras a causa de las concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se encuentran particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, «iglesias domésticas» y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. «Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están “fatigados y agobiados” (Mt 11, 28)».

VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO (transcritas de textos publicados)

«Santo Domingo lo dice muy hermosamente: “Jesucristo es la Nueva Alianza, en Él el matrimonio adquiere su verdadera dimensión. Por su Encarnación y por su vida en familia con María y José en el hogar de Nazaret se constituye en modelo de toda familia. El amor de los esposos por Cristo llega a ser como Él: total, exclusivo, fiel y fecundo. A partir de Cristo y por su voluntad, proclamada por el Apóstol, el matrimonio no sólo vuelve a la perfección primera sino que se enriquece con nuevos contenidos. El matrimonio cristiano es un sacramento en el que el amor humano es santificante y comunica la vida divina por la obra de Cristo, un sacramento en el que los esposos significan y realizan el amor de Cristo y de su Iglesia, amor que pasa por el camino de la cruz, de las limitaciones, del perdón y de los defectos para llegar al gozo de la resurrección” (SD, 213).

»Así pues, el matrimonio cristiano es un ideal muy hermoso en el que el mismo amor del esposo y la esposa, puesto ante todos de manifiesto en la alianza sacramental, expresa como público símbolo el amor de un hombre y una mujer que han aceptado el Plan divino, tornándose testimonio de la presencia pascual del Señor, y que se comprometen establemente a donarse a sí mismos y constituir una comunidad de amor, una Iglesia doméstica en la que se forja una parte irremplazable del destino de la humanidad y en la que se concreta una nueva frontera del proceso de la Nueva Evangelización.»

«El camino de la santidad matrimonial no es una carrera rápida, sino de perseverancia. No se trata de tomarlo todo junto, sino paso a paso, perseverantemente, dejándose ayudar por el Espíritu, e implorando la intercesión de la siempre Virgen María y del Santo Custodio.

»Las familias son la primera línea de la Iglesia. Su tarea es enorme y apasionante. Son esas “iglesias domésticas”, cuya mera mención sobrecoge por su grandeza y su misión. Por eso es bueno que los matrimonios, para ser lo que deben ser, miren siempre a la Familia de Nazaret, recen a quienes la forman, se dejen impactar por su paz, belleza y armonía, y ante esa magna escuela de fe descubran la hermosísima misión de los hogares cristianos, que ardientes en amor, fe y esperanza están llamados a dar testimonio de lo que es vivir en la luz y el calor de la ternura de Dios a un mundo que se encuentra sumido en la oscuridad de la cultura de muerte y tirita de frío porque se viene escurriendo del abrigo de la Iglesia del Señor, Ecclesia sua.»


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