Foros de discusión de Catholic.net :: Ver tema - Domingo II del Tiempo Ordinario
Foros de discusión
El lugar de encuentro de los católicos en la red
Ir a Catholic.net


Importante: Estos foros fueron cerrados en julio de 2009, y se conservan únicamente como banco de datos de todas las participaciones, si usted quiere participar en los nuevos foros solo de click aquí.


Domingo II del Tiempo Ordinario

 
Publicar nuevo tema   Responder al tema    Foros de discusión -> Catequistas
Ver tema anterior :: Ver tema siguiente  
Autor Mensaje
Guadalupe Gómez
Veterano


Registrado: 08 Sep 2006
Mensajes: 2115
Ubicación: Argentina

MensajePublicado: Lun Ene 21, 2008 9:23 pm    Asunto: Domingo II del Tiempo Ordinario
Tema: Domingo II del Tiempo Ordinario
Responder citando

Reflexiones para la Santa Misa del Dies Domini[/size]
www.ducinaltum.info



Domingo II del Tiempo Ordinario


“He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”

I. LA PALABRA DE DIOS
II. APUNTES
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
IV. PADRES DE LA IGLESIA
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO


I. LA PALABRA DE DIOS

Is 49,5-6: “Te hago luz de las naciones para que seas mi salvación”

«Ahora, pues, dice Yahveh,
el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo,
para hacer que Jacob vuelva a él,
y que Israel se le una.
Mas yo era glorificado a los ojos de Yahveh,
mi Dios era mi fuerza.
“Poco es que seas mi siervo,
en orden a levantar las tribus de Jacob,
y de hacer volver los preservados de Israel.
Te voy a poner por luz de las gentes,
para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”.»

Sal 39,2-10: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”

1Cor 1,1-3: “Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús... a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos.”

«Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.»

Jn 1,29-34: “Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios”

«Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije:

Detrás de mí viene un hombre,
que se ha puesto delante de mí,
porque existía antes que yo.

Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre Él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo.’ Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios”.»

II. APUNTES

En el Antiguo Testamento es frecuente designar al pueblo de Israel como “siervo de Dios” y a sus miembros como “siervos de Dios”. Ellos han sido liberados por Dios de la servidumbre y esclavitud y han sido invitados a servirlo libremente: «si no os parece bien servir a Dios, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Dios» (Jos 24,15). De este modo increpa Josué a los israelitas una vez que Israel entra finalmente en la tierra prometida, luego de su larga marcha por el desierto. Hacerse siervo de Dios implicaba ser fiel a la Alianza sellada por Dios con Israel, ser fiel a la Ley dada por Dios a Moisés, aceptar libre y amorosamente su divino Plan.

El profeta Isaías (1ª. lectura) se reconoce a sí mismo como “siervo de Dios”. Ésa es su identidad más profunda, un don de Dios grabado en lo más profundo de su ser desde el momento mismo de su concepción: «me plasmó [Dios] desde el seno materno para siervo suyo». Identidad y vocación (del latin “vocare”, que se traduce como “llamado”) van de la mano. El haber sido hecho por Dios para ser su siervo implica un llamado por parte de Dios para cumplir una misión. El elegido es libre de aceptar o rechazar ese llamado, para bien de muchos o para perdición del pueblo. Ese llamado Isaías lo aceptó con docilidad y generosidad: «Percibí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra”? Dije: “Heme aquí: envíame”» (Is 6,8). De la aceptación y fiel cumplimiento de su misión, siempre sostenido por la fuerza de Dios, depende la reconciliación del Israel infiel con Dios, siempre fiel. Más aún, de la fidelidad a su vocación —que no es otra cosa que la fidelidad a su propia y más profunda identidad— y a su misión depende también que la salvación de Dios «alcance hasta los confines de la tierra.»

En este importante pasaje aparece clara una teología de la vocación: cada cual nace con una vocación sellada por Dios en lo más profundo de su ser. Esta vocación, este “estar hecho por Dios para algo”, implica una misión y tarea que cumplir en el mundo, un Plan amoroso que de ser aceptado trae la realización humana al llamado así como inmensas bendiciones y la salvación misma para todos lo que dependen de su fiel respuesta al Plan de Dios. En cambio, la rebeldía y rechazo de la propia vocación y misión dada por Dios sólo traen al llamado un profundo desgarro interior, falta de paz, y sufrimiento, así como un vacío que nadie podrá llenar en el mundo.

Una primera y universal vocación de todo ser humano es el llamado a ser santos (2ª. lectura). La santidad es llegar a ser lo que desde el seno materno cada cual está llamado a ser. La santidad es realizar en sí mismo el amoroso proyecto divino que es cada cual. Dios crea al ser humano para su realización en la participación de su comunión divina de amor, para alcanzar así su plenitud y felicidad. Mas cada cual debe responder desde su libertad si acepta o no esta invitación de Dios, si confía en Él o prefiere confiar en ídolos vacíos, si lo sirve a Él y su amoroso Plan de Reconciliación o si prefiere servir a los ídolos del poder, del placer y del tener. Bajo la oferta de la plena realización estos ídolos que esclavizan al hombre no hacen sino llevarlo por la senda de la propia destrucción, del fracaso existencial y de la frustración del Plan de Dios para con ellos y para con todos aquellos que dependían de su “sí” generoso en la gran economía de la salvación y reconciliación. La santidad es respuesta afirmativa a Dios y a su amor, es un “sí” dado por la criatura al Creador, pero también y ante todo es un don recibido por Cristo: quienes están llamados a ser santos han sido también «santificados en Cristo Jesús». Es a ese don al que cada cristiano deberá responder desde su libertad rectamente ejercida.

También el Señor Jesús tiene una vocación y misión que cumplir en el mundo. Él está llamado a realizar plenamente aquello que Dios revela a Isaías: «Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra». Él, el Hijo del Padre, es el Siervo de Dios por excelencia que proclama con toda su vida y su ser: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (Salmo), para cumplir tu Plan, para llevar a cumplimiento tus amorosos designios reconciliadores.

Juan el Bautista da testimonio de Jesús y lo presenta ante el pueblo de Israel como Aquel que es el Cordero de Dios que ha venido a quitar el pecado del mundo. Juan revela de este modo Su identidad y misión. Al señalar al Señor Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo trae a la memoria aquel macho cabrío que luego de ser “cargado” con los pecados de Israel debía ser enviado a morir al desierto, expiando de ese modo los pecados del pueblo (ver Lev 16,21-22). También hace referencia a los corderos que eran continuamente ofrecidos como expiación por los pecados cometidos por los israelitas contra la Ley de Dios (ver Lev 4,27ss).

Por otro lado es interesante notar que la palabra hebrea usada para designar a un cordero puede significar también “siervo”. El Cordero de Dios es también el Siervo de Dios por excelencia, y justamente en la medida en que como Siervo responde a su vocación y cumple amorosamente con la misión confiada por su Padre llega a ser el Cordero que se inmola a sí mismo en el Altar de la Cruz para quitar el pecado del mundo, para reconciliar a la humanidad entera con Dios (ver 2Cor 5,19). De este modo la salvación de Dios alcanza «hasta los confines de la tierra», a los hombres y mujeres de todos los pueblos y tiempos.

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Ha pasado ya el tiempo intenso de Navidad. Empezamos un nuevo tiempo litúrgico que se llama “tiempo ordinario”. El cambio en el color de la casulla que utiliza el sacerdote lo indica visiblemente. La casulla blanca usada en el tiempo de Navidad quiere simbolizar la luz radiante que brota del Niño, «Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). En el “tiempo ordinario” se utiliza la casulla verde, color que significa esperanza y vida, porque las enseñanzas del Señor que escucharemos Domingo a Domingo son justamente fuente de esperanza y vida eterna para nosotros.

Al decir tiempo ordinario no hay que entender que se trata de un tiempo común y corriente, sino de un tiempo en el que Domingo a Domingo se va avanzando ordenadamente en la lectura del Evangelio correspondiente (este año el de San Mateo) para meditar en las enseñanzas y obras del Señor Jesús a lo largo su ministerio público. Quien va acompañando al Señor en su predicación y lo escucha para procurar poner en práctica sus enseñanzas en la vida cotidiana, descubrirá en Él la fuente de una profunda esperanza y de la vida verdadera, vida que se prolongará por toda la eternidad: «el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna» (Jn 4,14).

Este Domingo escuchamos a Juan dar testimonio del Señor Jesús, que luego de ser bautizado se dispone a iniciar su ministerio público. El Bautista presenta al Señor Jesús como el Mesías prometido por Dios para que sea acogido y escuchado por todos aquellos que anhelantes esperaban su venida.

También a mí en el hoy de mi historia y en las circunstancias concretas de mi vida Juan el Bautista me señala al Señor Jesús como el Enviado del Padre, Aquel que Dios ha enviado para perdonar mis pecados y reconciliarme con Él, conmigo mismo, con mis hermanos humanos y con toda la creación. El Señor Jesús no es un profeta más, un gran sabio como tantos otros... Él es el Hijo del Padre, Dios de Dios, Dios que por nosotros se hizo hombre para reconciliarnos y elevarnos a nuestra verdadera grandeza humana. En Él el ser humano se comprende a sí mismo, su misterio, su grandioso origen y su glorioso destino. Es, por tanto, a Él a quien hay que conocer y escuchar, es a Él a quien hay que amar y seguir confiada y decididamente.

El Señor nunca tendrá un lugar central en mi vida si no lo amo con todo mi ser, incluso más que a mi propia vida y más que a los que más amo (ver Dt 6,5; Mt 10,37). Este amor al Señor se nutre, crece y madura en el trato diario con Él, en la oración perseverante, y se expresa en los sacrificios que estoy dispuesto a asumir por Él.

Por otro lado, nadie ama a quien no conoce. Para amar al Señor es necesario conocerlo, y para ello la Iglesia «recomienda insistentemente a todos sus fieles... la lectura asidua de la Escritura para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo” (Flp 3,8)». (Catecismo de la Iglesia Católica, 2653). No podemos olvidar que «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo» (San Jerónimo).

Quien conoce y ama a Jesucristo verdaderamente, quien lo escucha, quien le cree y confía en Él, quien se abre a la fuerza transformante de su Espíritu, buscará en lo cotidiano “hacer lo que Él le diga” (ver Jn 2,5), buscará ser siervo o sierva de Dios, buscará responder a su llamado a la santidad, buscará responder a su vocación particular cumpliendo la misión que Dios le encomienda realizar en el mundo, para bien de muchos.

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Beda: «Se llama pecado del mundo al pecado original, que es el pecado común a todos los hombres, cuyo pecado, como todos los demás que a éste pueden añadirse, los quita Jesucristo por medio de su gracia».

San Agustín: «Cuando el Señor fue conocido, en vano se le preparaba camino, porque Él mismo se ofrece como camino a los que le conocen. Y así no duró por mucho tiempo el bautismo de San Juan sino hasta que se dio a conocer el Dios de la humildad. Y, además, para darnos ejemplo de esta virtud y enseñarnos a obtener la salvación por medio del bautismo, recibió Él el bautismo del siervo. Y para que no fuese preferido el bautismo del siervo al bautismo del Señor, fueron bautizados otros con el mismo bautismo del siervo. Mas los que fueron bautizados con el bautismo del siervo, convenía también que fuesen bautizados con el bautismo del Señor. Porque los que son bautizados con el bautismo del Señor no necesitan del bautismo del siervo.»

San Juan Crisóstomo: «San Juan había dicho cosas grandes del Salvador, lo que era muy suficiente para que se asombrasen cuantos oían (como aquello de que Él solo podría quitar todos los pecados del mundo entero). Queriendo hacer esto más creíble, lo refería a Dios y al Espíritu Santo. Y como alguno podría preguntar a San Juan, ¿cómo has conocido tú a éste?, le responde que por la venida del Espíritu Santo.»

San Juan Crisóstomo: «Y para que no se crea que Jesucristo necesitó que viniese el Espíritu Santo, como nos sucede a nosotros, destruye también esta sospecha, dando a conocer que la venida del Espíritu Santo únicamente tiene por objeto la manifestación de Jesucristo. Por esto dice: “Y yo no le conocía; mas Aquél que me envió a bautizar con agua, me dijo: sobre Aquél que tú vieres descender el Espíritu Santo, y reposar sobre Él, Éste es”.»

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

Cristo es el Cordero que quita el pecado del mundo

606: El Hijo de Dios «bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado» (Jn 6,38), «al entrar en este mundo, dice: ... He aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad... En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo» (Heb 10,5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). El sacrificio de Jesús «por los pecados del mundo entero» (1 Jn 2,2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: «El Padre me ama porque doy mi vida» (Jn 10,17). «El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado» (Jn 14,31).

607: Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: «¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Jn 12,27). «El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?» (Jn 18,11). Y todavía en la cruz, antes de que «todo esté cumplido» (Jn 19,30), dice: «Tengo sed» (Jn 19,28).

608: Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores, vio y señaló a Jesús como el «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Jn 1,29). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53,7) y carga con el pecado de las multitudes (ver Is 53,12), y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12,3-14) (ver Jn 19,36; 1 Co 5,7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: «Servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45).

VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO (transcritas de textos publicados)

«El discípulo es quien se interroga por quién es Jesús, y se abre a su ser profundo en una dinámica de encuentro que asume vitalmente sus enseñanzas. “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15) es la clave que da el mismo Señor. Esa conversión por el camino de la fe, avanza por el sendero de la “cuádruple reconciliación” (S.S. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 8) traída por Jesucristo hacia la superación de las diversas rupturas que aquejan al ser humano. La caridad transformante que nutre e impulsa este proceso ha de mostrarse en la vida y en las obras buenas como la señal que distinga a los discípulos del Señor Jesús. De ese ser discípulo brota el compromiso misionero que plasma el mandato misional de Jesús, de ir a todos evangelizando, anunciándoles quién es el Redentor, el Reconciliador, y haciéndolos discípulos suyos.

»Jesús, que invita al discipulado, lo hace desde su misión y la fascinación que su misterio produce. Quien se encuentra con Él experimenta el valor avasallador de la Verdad y del sentido que irradia. Tal encuentro con Él mueve tanto a la adhesión afectiva como a la de la verdad que su persona revela. Ante Jesús la razón se enciende y los sentimientos se avivan superando las rupturas y tensiones que pudiesen tener pues Él, que es el Reconciliador, ofrece al ser humano la respuesta reconciliadora a todas sus rupturas, de manera clarísima a la tensión que puedan experimentar la razón y el afecto, y que un clima cultural ha buscado exacerbar. El discipulado nace de la aceptación plena de Jesús y de lo que Él significa. No hay oposición entre Persona y doctrina; enseña con todo su ser. Su presencia y su mensaje se hacen uno, es integral. Jesús, el Cristo, apela a la mente con la Verdad, cuya belleza despierta la emoción, e invita a recorrer su sendero buscando hacer el bien, “como Él pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). Así ha de ser la indispensable catequesis. No caben evasiones, ni reduccionismos. Tampoco caben ocultamientos ni diplomacias. El discipulado auténtico es un compromiso integral con el Señor, una comunión íntima que busca conocer sus enseñanzas y seguirlo, realizando la misión de predicar el Evangelio, como decía San Pablo. Y como él experimentar el drama que expresaba al decir: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9,16)».



Si desea recibir a su mail estas reflexiones, suscríbase a: http://www.ducinaltum.info/diesdomini/ficha.php
_________________
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran... Lc. 11, 13-15

En la Iglesia hay un lugar para todos, pero en vos, ¿Hay un lugar para la Iglesia?
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado MSN Messenger
Mostrar mensajes de anteriores:   
Publicar nuevo tema   Responder al tema    Foros de discusión -> Catequistas Todas las horas son GMT
Página 1 de 1

 
Cambiar a:  
Puede publicar nuevos temas en este foro
No puede responder a temas en este foro
No puede editar sus mensajes en este foro
No puede borrar sus mensajes en este foro
No puede votar en encuestas en este foro


Powered by phpBB © 2001, 2007 phpBB Group
© 2007 Catholic.net Inc. - Todos los derechos reservados