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Origen del Mal

 
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Autor Mensaje
José Arreola
Nuevo


Registrado: 23 Abr 2008
Mensajes: 1

MensajePublicado: Mie Abr 23, 2008 8:07 pm    Asunto: Origen del Mal
Tema: Origen del Mal
Responder citando

quien piede darme una respuesta decente y logica hacerca del origen del mal sin salirse de la dotrina catolica?
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Dalmiant
Veterano


Registrado: 08 Oct 2007
Mensajes: 2400
Ubicación: Argentina

MensajePublicado: Mie Abr 23, 2008 10:17 pm    Asunto:
Tema: Origen del Mal
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El mal es la ausencia de un bien que un objeto debería tener. El Sumo Bien es Dios, de Él proviene todo el bien. El mal en sí mismo no existe, solo existe en relación al bien. Al ser Dios el origen de todo bien, cuando los hombres sacamos a Dios de nuestro corazón, ahí está el mal.

Por eso no es que Dios condene a la gente, sino que la gente elige estar lejos de Él al practicar el mal. Ese es el infierno, estar "lejos" de Él, rechazarlo. Y Él no obligará a nadie a estar con Él, porque nos ama, y el amor no se impone, se entrega, y nos deja libres a nosotros de elegir dónde queremos estar.
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R Real
Fan de Jesucristo


Registrado: 27 Mar 2007
Mensajes: 3917
Ubicación: Tierra Azteca

MensajePublicado: Vie Abr 25, 2008 9:46 pm    Asunto:
Tema: Origen del Mal
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Paso éste tema a Controvertidos ,
pues el tema corresponde mas bien a ése foro,
te esperamos allá.

_________________

¡Ven Señor Jesús!........
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Azote
Esporádico


Registrado: 19 Abr 2008
Mensajes: 65

MensajePublicado: Sab Abr 26, 2008 3:20 pm    Asunto:
Tema: Origen del Mal
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El origen del Mal según una doctrina un poco leyendista, seria proveniente del mismo Satán. Pero bajo mi opinión el Mal procede de la misma libertad. Me explico, nuestro padre nos creo de forma que pudiéramos elegir y para poder elegir tiene que haber opciones, Dios no nos marca el camino como un dictador, si no que sopla discretamente los pasos a seguir. Así pues el mal viene de nuestra libertad de elegir. No creo que exista el mal concreto, si no, proximidad o lejanía a Dios. Saludos.
_________________

"Oh Sangre y Agua, que brotasteis del Sagrado Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para nosotros, yo confío en vos".
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ignaciomancilla
Veterano


Registrado: 04 Oct 2006
Mensajes: 1810
Ubicación: Aguascalientes, México

MensajePublicado: Dom Abr 27, 2008 10:43 pm    Asunto: Re: Origen del Mal
Tema: Origen del Mal
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Hola Jose,

el origen del mal esta en reincidir en un error cuando se tiene conocimiento que hacer tal cosa es un error, esto se puede ver tambien como que el mal nace de uno cuando repetimos el error a conciencia.

Por ejemplo si hacemos algo y con eso que hicimos herimos a un semajante, pero tu no estabas conciente de que esa accion lastimo a nuestro semejante es un ERROR, cuando este semejante nos comunica que tal accion le hiriro y tomamos conciencia de que esta accion lastima a alguien y volvemos a hacer esta accion estamos haciendo MAL y si seguimos concientes de que estamos haciendo mal y reincidimos es PECADO y el pecado nos puede llevar a la INIQUIDAD que es cometer pecado asiduamente.

saludos.

José Arreola escribió:
quien piede darme una respuesta decente y logica hacerca del origen del mal sin salirse de la dotrina catolica?
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Beatriz
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 6434

MensajePublicado: Lun Abr 28, 2008 6:59 am    Asunto:
Tema: Origen del Mal
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EL PROBLEMA DEL MAL

p. Ives M. Congar

¿Una solución, por fin? No, no tenemos la ilusión de proponer una que triunfe de todas las dificultades, pero, por lo menos, quisiéramos decir por qué esto es imposible, por qué es esto lo que hay que esperar. Sobre el problema, es decir, sobre la custión del mal en cuanto que es susceptible de solución, se han dicho muchas cosas valederas. Sin duda, se ha dicho todo. Nosotros aportaremos, tras de otros, consideraciones que no carecen de fuerza. Pero queremos enfrentarnos no tanto con el problema en sí, con el problema metafísico, como con el roblema tal como le siente planteado el hombre; tal como lo siente, de manera particular, cuando preocupado en pensar su propio destino, el sentido de todas las cosas y de si mismo, se encuentra con el mal como un obstáculo que le oculta el rostro de Dios. Al tomar conciencia de las dimensiones de la cuestión del mal y del verdadero lugar del problema, advertimos que lo que el hombre necesita más es, en el fondo, percibir, a una luz verdadera, el sentido del mal y del escándalo que siente ante él.

DIMENSIONES Y LUGAR DEL PROBLEMA DEL MAL

El problema intelectual del mal

El mal está en la naturaleza: ¡hay tantos seres destruidos, tantos gérmenes perdidos! Los animales se devoran; los cataclismos destruyen las cosechas y la misma vida….El mal está, sobre todo, en el hombre: no sólo su vida se desarrolla bajo el signo del esfuerzo penoso, de una perpetua contradicción con lo que le haría feliz, sino que lleva en ´si mismo una inclinación a obrar mal, a marchitar su propia felicidad y, sobre todo, la felicidad de los otros.

Todo esto plantea el problema intelectual del mal: ¿Cómo creer que Dios es Providencia, que se ocupa de cada cosa y de toda cosa, que es, a la vez, justo, sabio y todo poderoso? Uno quisiera preguntarle, como Job, cuáles son las razones que tiene (Job 23, 2-9), pero, como Job, no se sabe dónde hallarle, y ante nuestras preguntas, permanece envuelto en silencio.

El mal como escándalo

El mal, por lo tanto, no es para nosotros un simple problema, se convierte en escándalo. No se trata ya de una cuestión que nosotros nos planteamos, es un grito que se nos escapa. Ete grito nos lo arranca, no la simple comprobación de aspectos malos del universo, de contradicciones que están en la misma naturaleza de las cosas, sino la misma experiencia brutal de la vida. Y es que no se trata sólo del problema del mal, sino tambíén del problema del sufrimiento. El mal no se nos impone sólo como realidad comprobada, lo sentimos directamente, y a veces con tal violencia que promueve en nosotros un movimiento de rebeldía. Todo el mundo conoce las trágicas tribulaciones de la fe en la Providencia: la guerra (“Si Dios existiera, no habria guerras”), el sufrimiento de los niños (cf. Dostoiewski, Los hermanos Karamazov), la muerte de los niños pequeños, las enfermedades dolorosas, la falta de suerte en la vida, que lleva a la desesperación, mientras que numerosas gentes sin escrúpulos triunfan y prosperan. Este último punto es uno de los que más impresionaron a los judíos, a quienes la religión mosaica prometía la felicidad en recompensa a su fidelidad: con frecuencia, aparece en la Biblia, ¡Cómo Dios pues hacer o permitir semejantes cosas?

El hombre tiene impreso en lo más íntimo de su corazón un instinto irreprimible de justicia: éste es, según el testimonio de los alienistas, el último sentimiento propiamente humano que subsiste en los locos. Sentimiento de justicia, que si se ve frustrado, tiende a trocarse en resentimiento y rebeldía. Es decir, en negación. Iván Karamasov puede decir: “No me rebelo contra Dios, pero no acepto su universo”. Si se rechaza el universo de Dios, se está muy cerca de rechazar al Dios del universo. En realidad, nos encontramos de lleno ante la actitud religiosa o irreligiosa de un gran número de nuestros contemporáneos. No se trata, hablando con propiedad, de ateísmo, porlo menos de ateísmo especulativo. Nadie ha demostrado nunca la inexistencia de Dios. En el simple plano de las razones y de las pruebas,podríamos decir que las posibilidades de la existencia de Dios son incomparablemente mucho más grandes que las de su inexistencia, y los hombres lo adivinan así. Su ateísmo no es un ateísmo especulativo, sino un ateísmo práctico, observaba Jules Lagneau (“Sólo hay ateos prácticos cuyo ateísmo consiste, no en negar la verdad de la existencia de Dios, sino en no realizar a Dios en sus actos…”): un ateísmo de la conducta justificado muy frecuentemente por el hecho de que entre el Dios invisible y su creación, tal como es experimentada, se interpone la opacidad de un misterio que no se inscribe sólo en el plano de la representación, sino también en la vida y en la sensibilidad, el misterio del sufrimiento. Toda argumentación, por valedera que sea especulativamente, se encuentra desvalorizada frente a un misterio; la evidencia del espíritu, allí mismo donde ha sido obtenida, está como ofuscada por la evidencia del dato más inmediato del mal vivido.

Es necesario que recordemos cuidadosamente estas indicaciones, pues, nos va a permitir precisar lo que llamamos lugar del problema del mal.

EL LUGAR DEL ESCANDALO DEL MAL ES EL HOMBRE….

Este lugar no es la naturaleza. La naturaleza, por si misma, es buena y hace siempre lo que hay de mejor en las condiciones en las que tiene que operar. Hiramos un árbol, pongamos una gruesa piedra sobre un tierno brote: es una maravilla ver cómo el árbol rehace sus tejidos protectores, rodea el obstáculo, encuentra de nuevo lo mejor que puede sus condiciones de vida. Pocas observaciones son tan apasionantes como las de la cicatrización de una herida o la del comportamiento de un animal cuyo juego de impulsos instintivos hemos turbado. La masa de agua a la que se opone un dique rodea también el obstáculo. De un extremo al otro, la naturaleza hace lo que debe hacer, y en sí misma es buena. El hombre mismo, por lo que tiene de naturaleza, hace lo que de hacer en las condiciones que le son impuestas, y lo que hace así es bueno. Si se le pudiera reducir a un encadenamiento de causas, de operaciones y resultados, éstos serían los que deben ser conformes a los datos iniciales. Por eso, sin duda, los hombres simples, muy próximos a la naturaleza, los primitivos, o también aquellos que, de diversas maneras, tienen una actitud de resignación próxima, a veces, a cierto fatalismo, sufren probablemente menos y, en todo caso, no se plantean la cuestión del mal como escándalo. Estas comprobaciones nos orientan hacia la siguiente conclusión: el lugar del problema del mal, sentido como escándalo, es el hombre en cuanto no es sólo parte de la naturaleza, sino que estima y construye por sí mismo su destino.

En cuatno que “existe” libremente

El problema del mal no está ligado, ciertamente, al existencialismo, al que ha precedido en muchas decenas de siglos. Hay incluso todo un aspecto, toda una subestructura ontológica del problema del mal que escapa al existencialismo. Pero su planteamiento como escándalo y ocasión de rebeldía o de negación nos parece que está bastante vinculada al hombre, tal como el existencialismo lo ha concebido: el hombre que no es sólo, como el animal, sino que existe, es decir, que piensa e interpreta el mundo como una totalidad; que da asi un sentido al mundo y una significación a su propia situación en el mundo. El hombre, como ser de la naturaleza, seria en cada momento lo que pudiera ser, sin plantear cuestión alguna. El hombre, simple espectador de la naturaleza y de si mismo, se encontraría con el mal como una cuestión puramente especulativa y quedaría satisfecho, con tal de poseer un espíritu suficientemente metafísico para percibir el alcance de las explicaciones que dan los filósofos. Estas explicaciones están muy lejos de ser despreciables, les haremos sitio, pero nos parecen que quedan al lado de acá del plano en el que se sitúa la protesta del hombre para el cual el mal no sólo es un problema intelectual, sino un sufrimiento que se traduce en escándalo y, eventualmente, en rebeldía. El hombre que llega a la rebeldía es el que añade al problema una interpretación, un sentido, en función del sentido que da su propia existencia; es el hombre enfrentado con la tarea de su autorrealización según cierta cualidad de existencia. El problema del mal adquiere valor de escándalo, no tanto en un mundo de sabiduría, ante ciertas exigencias de explicación, como en un mundo de libertad, ante cierta concepción dada por el hombre a su existencia y a la realización de si mismo.

Es digno de tenerse en cuenta que en la zona en la que el hombre se realiza más plenamente, no es, como la naturaleza, una zona de determinaciones seguras y de claridad, sino una zona de riesgo, de oscuridad mezclada a relumbres, de libre elección. Es la zona de la fe, la del uso de nuestra frágil libertad, aquella en la que encontramos el mal. Proclo dice que el hombre está situado en el horizonte del cielo y de la tierra; participa de los dos sin ser enteramente ni del uno ni de la otra; según oriente la realización de si mismo, cae por bajo o se eleva por encima de su línea ontológica. El mundo de la libertad y de una libre realización de sí mismo es un mundo ambiguo. Como lo vio y lo sugirió tan bien Dostoiewski, la libertad es la condición o la raíz, a la vez, del bien y del mal. En el mismo Dostoiewski, en la Leyenda del Gran Inquisidor, se encuentra formalmente planteada la cuestión que representa uno de los nudos de nuestro problema, la de saber si Dios nos ha testimoniado más amor haciéndonos de esta forma, libres y sometidos al mal, que el que nos habría testimoniado haciendo de nosotros simples cosas. ¿Suscribiremos el reproche del Gran Inquisidor a Cristo: al echar sobre los hombres el fardo de la libertad, los has hecho desgraciados, has actuado como si no los amaras?

¿Es necesario asombrarnos, pues, porque la cuestión del mal se exprese diferentemente y en diferentes escalones, según la actitud que el hombre adopte y en función del uso que haga de su propias facultades? Al hombre que, de una manera intelectual, se sitúa como espectador del mundo –y de si mismo, como objeto- y que va en busca de explicaciones, la cuestón del mal se le presenta como problema. Para el hombre en lucha con su destino y que busca, en esta perspectiva, la significación de sí mismo, del mundo y del mal en el mundo y en sí mismo, la cuestión es, sobre todo, la del sentido de lo que experimentamos como mal. Se presenta, ya como misterio que hay que descubrir, ya como escándalo: como misterio si la idea que seguimos en la realización de nosotros mismos honra plenamente la soberanía de Dios; como escándalo si la idea que seguimos es la de un ser que se quiere realizar de forma radicalmente autónoma, sin sumisión a Aquel que toma y da, prueba y cura, exalta y reduce a la impotencia. Es evidente que cuanto el hombre es más, o cree o quiere ser más dueño de su juego, más riesgo corre de sentir como intolerables las interferencias atribuladotas y misteriosas del Compañero divino. Hemos observado antes que el problema del mal turba poco a los hombres sencillos, a los primitivos, a los creyentes. Los hombres de la antigüedad y de la edad media parecen habérselo planteado poco, sobre todo los primeros, y más bien como un problema del pensamiento, casi nunc como un escándalo. La cuestión sólo ha adquirido este valor –según parece- en la medida en que el hombre realiza, intelectual y efectivamente, su poder demiúrgico. Ha sido sintiéndose cada vez más creador como ha considerado críticamente la creación y al Creador y los ha juzgado.

Este breve análisis de las dimensiones y del lugar del problema del mal nos ha dado, con nueva conciencia de su acuidad, las grandes divisiones de la cuestión. Vamos a considerar sucesivamente el mal como problema, y, para el hombre en lucha con su destino, el planteamiento del mal, ya como escándalo, ya como misterio.



continuará....
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tessi
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Registrado: 25 Sep 2007
Mensajes: 301

MensajePublicado: Lun Abr 28, 2008 2:21 pm    Asunto:
Tema: Origen del Mal
Responder citando

Cuando Adán y Eva comieron del árbol, Dios dijo: "He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal!"

Si fuéramos puro bien, seríamos ángeles inferiores a Dios.

Dios hace todo de a dos: "Fíjate, pues, en todas las obras del Altísimo, dos a dos, una frente a otra." (Eclesiástico 33)

Dios quiere que seamos como él; para eso nos creó, para compartir su reino, no como servidores, sino como hijos. Si no conocemos el mal, cómo podemos conocer el bien? Así es cómo Dios enseña.
"examinadlo todo y quedaos con lo bueno." (I Tesalonicenses 5)
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Beatriz
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 6434

MensajePublicado: Lun Abr 28, 2008 3:02 pm    Asunto:
Tema: Origen del Mal
Responder citando

Aqui está la versión completa.

En base a este excelente razonamiento teológico y filosófico sobre el problema del mal del teólogo Congar podemos desarrollar los siguientes puntos:

- Dios no es causa del mal

- El lugar del escándalo del mal es el hombre

- Si Dios nos ha testimoniado más amor haciéndonos de esta forma, libres y sometidos al mal, que el que nos habría testimoniado haciendo de nosotros simples cosas (o marionetas)

- El mal es una negación y una privación: El mal tiene la realidad, no de lo que es, sino de lo que no es (negación) y, de una forma más precisa, de lo que no es, siedo así que debería ser (privación). Hay cosas malas, pero el mal, en cuanto tal, no existe; no es una cosa

- El mal permitido por Dios sirve indirectamente a su obra, y está ordenado a algun Bien superior.


Bendiciones




EL PROBLEMA DEL MAL

p. Ives M. Congar

¿Una solución, por fin? No, no tenemos la ilusión de proponer una que triunfe de todas las dificultades, pero, por lo menos, quisiéramos decir por qué esto es imposible, por qué es esto lo que hay que esperar. Sobre el problema, es decir, sobre la custión del mal en cuanto que es susceptible de solución, se han dicho muchas cosas valederas. Sin duda, se ha dicho todo. Nosotros aportaremos, tras de otros, consideraciones que no carecen de fuerza. Pero queremos enfrentarnos no tanto con el problema en sí, con el problema metafísico, como con el roblema tal como le siente planteado el hombre; tal como lo siente, de manera particular, cuando preocupado en pensar su propio destino, el sentido de todas las cosas y de si mismo, se encuentra con el mal como un obstáculo que le oculta el rostro de Dios. Al tomar conciencia de las dimensiones de la cuestión del mal y del verdadero lugar del problema, advertimos que lo que el hombre necesita más es, en el fondo, percibir, a una luz verdadera, el sentido del mal y del escándalo que siente ante él.

DIMENSIONES Y LUGAR DEL PROBLEMA DEL MAL

El problema intelectual del mal

El mal está en la naturaleza: ¡hay tantos seres destruidos, tantos gérmenes perdidos! Los animales se devoran; los cataclismos destruyen las cosechas y la misma vida….El mal está, sobre todo, en el hombre: no sólo su vida se desarrolla bajo el signo del esfuerzo penoso, de una perpetua contradicción con lo que le haría feliz, sino que lleva en ´si mismo una inclinación a obrar mal, a marchitar su propia felicidad y, sobre todo, la felicidad de los otros.

Todo esto plantea el problema intelectual del mal: ¿Cómo creer que Dios es Providencia, que se ocupa de cada cosa y de toda cosa, que es, a la vez, justo, sabio y todo poderoso? Uno quisiera preguntarle, como Job, cuáles son las razones que tiene (Job 23, 2-9), pero, como Job, no se sabe dónde hallarle, y ante nuestras preguntas, permanece envuelto en silencio.

El mal como escándalo

El mal, por lo tanto, no es para nosotros un simple problema, se convierte en escándalo. No se trata ya de una cuestión que nosotros nos planteamos, es un grito que se nos escapa. Ete grito nos lo arranca, no la simple comprobación de aspectos malos del universo, de contradicciones que están en la misma naturaleza de las cosas, sino la misma experiencia brutal de la vida. Y es que no se trata sólo del problema del mal, sino tambíén del problema del sufrimiento. El mal no se nos impone sólo como realidad comprobada, lo sentimos directamente, y a veces con tal violencia que promueve en nosotros un movimiento de rebeldía. Todo el mundo conoce las trágicas tribulaciones de la fe en la Providencia: la guerra (“Si Dios existiera, no habria guerras”), el sufrimiento de los niños (cf. Dostoiewski, Los hermanos Karamazov), la muerte de los niños pequeños, las enfermedades dolorosas, la falta de suerte en la vida, que lleva a la desesperación, mientras que numerosas gentes sin escrúpulos triunfan y prosperan. Este último punto es uno de los que más impresionaron a los judíos, a quienes la religión mosaica prometía la felicidad en recompensa a su fidelidad: con frecuencia, aparece en la Biblia, ¡Cómo Dios pues hacer o permitir semejantes cosas?

El hombre tiene impreso en lo más íntimo de su corazón un instinto irreprimible de justicia: éste es, según el testimonio de los alienistas, el último sentimiento propiamente humano que subsiste en los locos. Sentimiento de justicia, que si se ve frustrado, tiende a trocarse en resentimiento y rebeldía. Es decir, en negación. Iván Karamasov puede decir: “No me rebelo contra Dios, pero no acepto su universo”. Si se rechaza el universo de Dios, se está muy cerca de rechazar al Dios del universo. En realidad, nos encontramos de lleno ante la actitud religiosa o irreligiosa de un gran número de nuestros contemporáneos. No se trata, hablando con propiedad, de ateísmo, porlo menos de ateísmo especulativo. Nadie ha demostrado nunca la inexistencia de Dios. En el simple plano de las razones y de las pruebas,podríamos decir que las posibilidades de la existencia de Dios son incomparablemente mucho más grandes que las de su inexistencia, y los hombres lo adivinan así. Su ateísmo no es un ateísmo especulativo, sino un ateísmo práctico, observaba Jules Lagneau (“Sólo hay ateos prácticos cuyo ateísmo consiste, no en negar la verdad de la existencia de Dios, sino en no realizar a Dios en sus actos…”): un ateísmo de la conducta justificado muy frecuentemente por el hecho de que entre el Dios invisible y su creación, tal como es experimentada, se interpone la opacidad de un misterio que no se inscribe sólo en el plano de la representación, sino también en la vida y en la sensibilidad, el misterio del sufrimiento. Toda argumentación, por valedera que sea especulativamente, se encuentra desvalorizada frente a un misterio; la evidencia del espíritu, allí mismo donde ha sido obtenida, está como ofuscada por la evidencia del dato más inmediato del mal vivido.

Es necesario que recordemos cuidadosamente estas indicaciones, pues, nos va a permitir precisar lo que llamamos lugar del problema del mal.

EL LUGAR DEL ESCANDALO DEL MAL ES EL HOMBRE….

Este lugar no es la naturaleza. La naturaleza, por si misma, es buena y hace siempre lo que hay de mejor en las condiciones en las que tiene que operar. Hiramos un árbol, pongamos una gruesa piedra sobre un tierno brote: es una maravilla ver cómo el árbol rehace sus tejidos protectores, rodea el obstáculo, encuentra de nuevo lo mejor que puede sus condiciones de vida. Pocas observaciones son tan apasionantes como las de la cicatrización de una herida o la del comportamiento de un animal cuyo juego de impulsos instintivos hemos turbado. La masa de agua a la que se opone un dique rodea también el obstáculo. De un extremo al otro, la naturaleza hace lo que debe hacer, y en sí misma es buena. El hombre mismo, por lo que tiene de naturaleza, hace lo que de hacer en las condiciones que le son impuestas, y lo que hace así es bueno. Si se le pudiera reducir a un encadenamiento de causas, de operaciones y resultados, éstos serían los que deben ser conformes a los datos iniciales. Por eso, sin duda, los hombres simples, muy próximos a la naturaleza, los primitivos, o también aquellos que, de diversas maneras, tienen una actitud de resignación próxima, a veces, a cierto fatalismo, sufren probablemente menos y, en todo caso, no se plantean la cuestión del mal como escándalo. Estas comprobaciones nos orientan hacia la siguiente conclusión: el lugar del problema del mal, sentido como escándalo, es el hombre en cuanto no es sólo parte de la naturaleza, sino que estima y construye por sí mismo su destino.

En cuanto que “existe” libremente

El problema del mal no está ligado, ciertamente, al existencialismo, al que ha precedido en muchas decenas de siglos. Hay incluso todo un aspecto, toda una subestructura ontológica del problema del mal que escapa al existencialismo. Pero su planteamiento como escándalo y ocasión de rebeldía o de negación nos parece que está bastante vinculada al hombre, tal como el existencialismo lo ha concebido: el hombre que no es sólo, como el animal, sino que existe, es decir, que piensa e interpreta el mundo como una totalidad; que da asi un sentido al mundo y una significación a su propia situación en el mundo. El hombre, como ser de la naturaleza, seria en cada momento lo que pudiera ser, sin plantear cuestión alguna. El hombre, simple espectador de la naturaleza y de si mismo, se encontraría con el mal como una cuestión puramente especulativa y quedaría satisfecho, con tal de poseer un espíritu suficientemente metafísico para percibir el alcance de las explicaciones que dan los filósofos. Estas explicaciones están muy lejos de ser despreciables, les haremos sitio, pero nos parecen que quedan al lado de acá del plano en el que se sitúa la protesta del hombre para el cual el mal no sólo es un problema intelectual, sino un sufrimiento que se traduce en escándalo y, eventualmente, en rebeldía. El hombre que llega a la rebeldía es el que añade al problema una interpretación, un sentido, en función del sentido que da su propia existencia; es el hombre enfrentado con la tarea de su autorrealización según cierta cualidad de existencia. El problema del mal adquiere valor de escándalo, no tanto en un mundo de sabiduría, ante ciertas exigencias de explicación, como en un mundo de libertad, ante cierta concepción dada por el hombre a su existencia y a la realización de si mismo.

Es digno de tenerse en cuenta que en la zona en la que el hombre se realiza más plenamente, no es, como la naturaleza, una zona de determinaciones seguras y de claridad, sino una zona de riesgo, de oscuridad mezclada a relumbres, de libre elección. Es la zona de la fe, la del uso de nuestra frágil libertad, aquella en la que encontramos el mal. Proclo dice que el hombre está situado en el horizonte del cielo y de la tierra; participa de los dos sin ser enteramente ni del uno ni de la otra; según oriente la realización de si mismo, cae por bajo o se eleva por encima de su línea ontológica. El mundo de la libertad y de una libre realización de sí mismo es un mundo ambiguo. Como lo vio y lo sugirió tan bien Dostoiewski, la libertad es la condición o la raíz, a la vez, del bien y del mal. En el mismo Dostoiewski, en la Leyenda del Gran Inquisidor, se encuentra formalmente planteada la cuestión que representa uno de los nudos de nuestro problema, la de saber si Dios nos ha testimoniado más amor haciéndonos de esta forma, libres y sometidos al mal, que el que nos habría testimoniado haciendo de nosotros simples cosas. ¿Suscribiremos el reproche del Gran Inquisidor a Cristo: al echar sobre los hombres el fardo de la libertad, los has hecho desgraciados, has actuado como si no los amaras?

¿Es necesario asombrarnos, pues, porque la cuestión del mal se exprese diferentemente y en diferentes escalones, según la actitud que el hombre adopte y en función del uso que haga de su propias facultades? Al hombre que, de una manera intelectual, se sitúa como espectador del mundo –y de si mismo, como objeto- y que va en busca de explicaciones, la cuestón del mal se le presenta como problema. Para el hombre en lucha con su destino y que busca, en esta perspectiva, la significación de sí mismo, del mundo y del mal en el mundo y en sí mismo, la cuestión es, sobre todo, la del sentido de lo que experimentamos como mal. Se presenta, ya como misterio que hay que descubrir, ya como escándalo: como misterio si la idea que seguimos en la realización de nosotros mismos honra plenamente la soberanía de Dios; como escándalo si la idea que seguimos es la de un ser que se quiere realizar de forma radicalmente autónoma, sin sumisión a Aquel que toma y da, prueba y cura, exalta y reduce a la impotencia. Es evidente que cuanto el hombre es más, o cree o quiere ser más dueño de su juego, más riesgo corre de sentir como intolerables las interferencias atribuladoras y misteriosas del Compañero divino. Hemos observado antes que el problema del mal turba poco a los hombres sencillos, a los primitivos, a los creyentes. Los hombres de la antigüedad y de la edad media parecen habérselo planteado poco, sobre todo los primeros, y más bien como un problema del pensamiento, casi nunc como un escándalo. La cuestión sólo ha adquirido este valor –según parece- en la medida en que el hombre realiza, intelectual y efectivamente, su poder demiúrgico. Ha sido sintiéndose cada vez más creador como ha considerado críticamente la creación y al Creador y los ha juzgado.

Este breve análisis de las dimensiones y del lugar del problema del mal nos ha dado, con nueva conciencia de su acuidad, las grandes divisiones de la cuestión. Vamos a considerar sucesivamente el mal como problema, y, para el hombre en lucha con su destino, el planteamiento del mal, ya como escándalo, ya como misterio.


EL MAL COMO PROBLEMA

Se plantea así ante la inteligencia filosófica que busca, más allá de las descripciones de la ciencia, una construcción intelectual satisfactoria de la totalidad de lo que es. Se trata de armonizar la existencia del mal con la existencia de Dios; se trata de justificar a Dios ante el mal ("teodicea"): no, como veremos después, en el plano de la significación concreta del mal en nuestra existencia, sino en el plano de las nociones metafísicas de causa y ser. Para algunos, tal camino parece abstracto y hasta, por no responder de manera inmediata a las dificultades sentidas, bastante vano. Para aquéllos que tienen en el espíritu problemas de filosofía especulativa, es necesario. El camino filosófico es necesario e indispensable, a que las teorías, pronto o tarde, entran en las conciencia y en la vida, e impotentes para satisfacer todas las inquisiciones de éstas, condicionan, en el plano de los fundamentos, la validez de todo lo que pueda decirse y pretenda tener valor de idea. Remitiremos para una elaboración más detallada a varios excelentes trabajos, y aquí sólo trazaremos las líneas principales de una justificación filosófica de Dios, demostrando: 1o, que no es causa del mal; 2o que, si lo permite, no hay en ello nada contrario a su sabiduría, a su omnipotencia, a su justicia y a su bondad.

El mal es una negación y una privación

a) el mal es real, pero no es él mismo una cosa; afecta, simplemente, a una realidad que, por todo lo que en ella es ser, es positiva y buena. Si al saltar una zanja no alcanzo el borde contrario y me rompo una pierna y en adelante cojeo, este accidente no es un obstáculo para que mi salto fuera bueno en cuanto tal, sólo le faltaron diez centímetros; mi pierna es buena en cuanto tla, pero le faltó un funcionamiento perfecto de sus articulacines. De la misma manera, la guerra es un mal y, sin embargo, las cosas que la componene tienen cada una su bondad propia de cosas. Los hombres que la hacen, los actosintelectuales y físicos que forman parte de las operaciones, los aviones y las bombas en cuanto fuentes de energía, todo esto es bueno; es, exactamente, la misma dinamita y la misma explosión que se emplean para extraer mineral. Lo único que falta es emplear todo ello de forma constructiva para las finaliddes de la vida humana. No se debería utilizar todo esto para destruir y para hacer llorar.

En una palabra, hay cosas malas, pero el mal, en cuanto tal, no existe; no es una cosa. Y las cosas son malas, no por lo que ellas son, sino por lo que ellas no son cuando deberían serlo. El mal tiene la realidad, no de lo que es, sino de lo que no es (negación) y, de una forma más precisa, de lo que no es, siedo así que debería ser (privación). Lo malo es el hecho de no alcanzar el borde opuesto, y el salto que di, no en cuanto que, a pesar de todo, fue un salto logrado hasta cierto punto, sino en cuanto que, a partir de cierto punto, fracasó. Y así todo lo demás. El mal no es del ser, es un vacío en él, una falta. (sobre el mal como privación, Santo Tomás, Contra gentiles, III, 7-9; Compendium Theologiae, 115; Summa Theologica, I, q. 48, a. I: De Malo q. J. a I. Pocos pensadores han querido ver en el mal una cualidad positiva original).

Por esto, no puede haber mal absoluto: el mal sólo existe en una cosa, que en sí misma es buena. Por desgraciados que seamos, existimos, y el hecho de existir es para nosotros un gran bien. Un crimen sólo realiza su malignidad moral y social en una acción positiva que, en cuanto tal (una cuchillada como cuchillada) es buena y hasta puede ser extraordinaria. Hasta el demonio, en cuanto naturaleza angélica, tiene bondad y belleza. El caso de la muerte es, a primera vista, más oscuro. El sentimiento, al tratar de este problema, se alza como obstáculo a la reflexión y la fría consideración de las cosas. Si reflexionáramos así, veríamos que la muerte nunca es un más que para los que viven: para el que ha de padecerla, por el temor y el horror que le inspira; para los que la deploran después de acaecida, por las tristezas que les deja. Pero´ningún ejemplo tal vez demuestra mejor cómo el problema del mal tiene otro aspecto que el metafísico y requiere otra respuesta distinta de la que podemos formular analíticamente en términos del ser.

El mal no implica la causalidad de Dios, como el Bien

b) Estas consideraciones no dejan de tener su valor. Suscitan inmediatamente esta otra observación que alcanza a la cuestión en su mismo cora´zon; el malno implica la causalidad de Dios como el bien. El bien, en cuato que es del ser, exisge una Causa primera que sea el Bien absoluto y el Ser perfecto; su realización implica una causalidad postivia del Creador. El mal como tal, siendo límite y falta, no implica la causalidad del ser, sino simplemente una razón de no-ser; el límite y la fragilidad natural de la criatura bastan para que nos demos cuenta de ello. En el fondo, sólo habría dos medios para que no hubiese mal: o que las cosas no existieran -pero su existencia es un gran bien-, o que fueran positivamente infinitas, lo que es imposible. En cuanto que son criaturas, son finitas, y comportan en ´si mismas, no diremos el mal -la finitud, por sí sola, no es un mal-, pero sí una eventualidad del mal que podría dar razón del mal que les afectase.

La relación de nuestra pobreza nativa con la perfección de Dios es semejante a la que existe entre un ignorante y un maestro muy sabio. El ignorante no llega a ser sabio él mismo más que por el maestro, y todo cuanto aquél llega a saber deberá ser atribuido a éste, de quien el ignorante habrá participado. Pero si, pidiéndole las notas, encontramos en ellas -¿quién no ha hecho esta cruel experiencia?- enormes faltas en relación con la enseñanza dada, la flaqueza del alumno es la única causa y basta para dar cuenta de los enormes vacíos de la exposición. Se dirá: si el maestro hubiese apoyado mejor al alumno, si le hubiera dado aún más, hubiesen podido ser evitadas las faltas del alumno. En el estadio alcanzado en nuestras reflexiones, nos basta considerar las cosas tal como se nos dan de hecho, y saber que, metafísicamente hablando, bastan para dar razón del mal que las afecta. No nos preguntemos de momento, si Dios no habría podido hacer más u otra cosa. Lo que hace, aquello de lo que es verdaderamente causa, como tal, es bueno. La "causa" del mal no es el poder creador.

Dios cuida de conservar lo que queda de Bien a pesar del mal

c) Permitiendo el mal en el interior de un programa general de bien, no estando implicada su causalidad más que en lo positivo de ese programa. Dios trata, cuando aparece el mal, de conservar y valorar lo que subsiste de bien.

Metafísicamente hablando, el infierno ha de ser considerado en esta perspectiva. Que el punto de vista metafísico no aporte grandes luces, no impide que aporte algunas. Si la criatura espiritual, a causa del pecado, toma partido contra Dios, introduce en el mundo el mayor mal que pueda eixstir. No es al mal a lo que somos más sensibles: el sufrimiento físico no es más doloroso, y Joinville era uno de los que confesaba que prefería cometer treinta pecados mortales a tener una vez la lepra. Pero el pecado mortal es el pecado más grande, el desorden supremo con relaicón al bien supremo. Es una aversión de la voluntad del hombre para con Dios. Si esta voluntad es tal cuando hap asado el tiempo de la elección o, como dice la Escritura, el de la penitencia ¿qué bien queda que pueda ser producido por el poder divino? Aquellos bienes que suponen la naturaleza y su permanencia en el ser, y el que supone una participación de la persona espiritual en el orden que manifiesta la soberanía de Dios, no por el camino de la misericordia, que nuestra negaicón ha cerrado, sino por el de la justicia, es decir, or el del dolor. Tal es, al menos, la afirmación que podemos hacer según las luces quenoshan sido dadas. Y es que, más allá de la línea hasta la cual llegan nuestras luces, ningún medio nos permite saber si acaso toda criatura no será envuelta en una nueva efusión de misericordia. Una vez más, atengámonos al orden de las cosas que nos ha sido dado. Al interpretarlo, desde el punto de vista metafísico y en términos ontológicos, vemos que Dios persigue, a través de ese orden, la realización de todo el bien que permiten la naturaleza limitada de las cosas, las interferencias que se producen en su juego y el desfallecimiento de las libertades creadas.

El mal permitido por Dios sirve indirectamente a su obra, y está ordenado a algun Bien superior

d) Dios no es propiamente causa del mal, pero siendo causa primera de los seres finitos y falibles en los que hay mal, acepta o permite éste, y, en cierta manera, le cabe responsabilidad. ¿Cómo justificarlo? Diremos que el mal mismo es permitido por Dios en razón de su relación con un bien y porque sirve, indirectamente, al conjunto de una obra de bondad. De esta manera, elmal tiene justificación ante la sabiduría y la bondad de Dios. La dificultad reside, para nosotros, en que quisiéramos saber en el acto en función de qué bien Dios permite tal o cual mal particular. Y esta relación parece huirnos cuanto más particularmente somos afectados por el mal. Pero por lo menos una inducción, a partir de las principales categorías de males, es sugeridora y nos permite sospechar que la afirmación optimista es algo más que una apueta o una broma. Esbocemos una inducción razonable; después podremos deducir el esquema de conjunto a partir de las consideraciones alegadas.

El dolor y el sufrimiento

No puede decirse apenas que el dolor produzca mal: el dolor es el sentimiento del mal, pero ¿se puede decir que sea èl mismo un mal? Esto serìa afirmar que el hecho de sentir el mal es malo, siendo asì que responde a una funciòn de advertencia y de reacciòn de un organismo vivo, llamado a compensar por sì mismo sus lesiones. "El dolor -escribe el P. Sertillanges- es una funciòn ùtil; no se le puede considerar como un mal màs que aislàndolo de la lesiòn de la que es signo de advertencia, y de la sensibilidad general de la que es testimonio. Supuestos estos antecedentes, debemos decir que el dolor es un bien"

Sea, en cuanto al dolor pasajero. Si tengo un diente cariado, sufro y, de esta manera, soy invitado a curarme; està bien. Que por alimentar secretamente aversiòn hacia otro hombre, me sienta interiormente incòmodo o que habiendo cometido secretamente una falta, tenga un remordimiento tenaz, està bien tambièn. El dolor es aquì, en el fondo, un notable factor de orden y de bien. Pero, ¿còmo justificar, còmo valorar positivamente de bondad ciertas situaciones de sufrimiento y enfermedad cuyo espectàculo turbador todos hemos encontrado, a veces muy cerca de nosotros? Igualmente, a tìtulo de factores de orden y de bien, pero en un plano superior al sentimiento, al cual muchos no alcanzan.

Esto vale, primeramente, al menos para las pruebas que no son sobrehumanas, en el plano de un cierto estilo de realizaciòn humana. Se ha observado que las maderas de llanura son màs blandas que las de montaña y asì muchos las prefieren por ser màs fàciles de trabajar y porque estropean menos las sierras; pero no son tan buenas y prestan menos servicio. De la misma manera, la viña de llanura no da tanto aroma al vino como la de ladera. Asì, los hombres que no han tenido grandes dificultades que vencer, cuya vida ha transcurrido como en terreno llano, tienen menos resistencia y menos aroma. Por el contrario, cuando todos los medios han sido arrebatados de nuestras manos, en el sufrimiento y en la dificultad, es cuando nos es ofrecida la posibilidad de crecer. "Sufrir pasa, haber sufrido no pasa", se ha dicho para expresar la cualidad humana que puede engendrar el sufrimiento. Esto es todavìa màs verdadero sì, màs allà de los valores humanistas que no estàn al alcance de todo el mundo, se piensa en valores profundamente humanos aùn, pero formalmente espirituales y hasta religiosos. "El hombre, dice Leòn Bloy, tiene lugares en su pobre corazòn que no existen hasta que el dolor entra en ellos para que existan". Realidad del universo de la "existencia", en el sentido que hemos sugerido antes y que encontraremos a ser ocasiòn, para el hombre, de una realizaciòn de sì mismo por debajo o por encima de la lìnea de horizonte en la que se encuentra situado. Es la ocasiòn privilegiada para realizar una humanidad màs cerrada o màs abierta a los otros y a Dios; segùn nos orientemos hacia uno u otro de los tèrminos de elecciòn, el sufrimiento serà inùtil o fecundo, un bajòn o un ascenso. El sufrimiento es el lugar donde, arrancados a la pelìcula superficial y brillante de la existencia, a la seducciòn del tiempo y de las cosas, nos ponemos en presencia de una verdad màs profunda. Nos es ofrecida la posibilidad de salir de la abyecciòn, segùn el hombre espiritual, y de conocer la verdadera dimensiòn de los bienes, de los que pasan y de los que permanecen; de los que desarrollan, profundizan, edifican, y de los que desecan y contraen a aquèl a quien al principio parecìan apaciguar. Cuando se sufre, se està como vaciado de las falsas apreciaciones de vanagloria, todo parece pequeño y de poca importancia, salvo esa alegrìa que Dios da en lo màs ìntimo: tal es la experiencia bendita que hizo Francisco de Asis y, con èl, la muchedumbre sin nombre, como sin nùmero, de todos los iluminados por el sufrimiento. El pastor Adolphe Monod, condenado a una larga agonìa de cerca de seis meses, decìa a los amigos que rodeaban su lecho los domingos: "Es necesario que estemos penetrados del pensamiento de que no nos pertenecemos a nosotros mismos, y que nuestro tiempo es de Dios y, por consiguiente, es en Dios donde debemos buscar siempre lo que tenemos que hacer para llenar el tiempo que nos da y responder de las ocasiones que nos ofrece. Os aseguro que la enfermedad da lecciones muy preciosas sobre esto...Nuestro corazòn se inclina por naturaleza, y èsta es la raìz misma del pecado, a constituirse èl mismo el centro y el fin de la vida". Pero cuando se està enfermo, cuando se sufre, ¿còmo podrìa uno encontrar consuelo si busca en si mismo el fin de la vida?. De esta manera, la enfermedad y, mucho màs allà de un dolor momentàneo, el sufrimiento, adquieren, si el hombre se presta a ello, valor de escuela para la màs alta realizaciòn de uno mismo. Constituye el umbral de un bien espiritual muy alto, el del orden verdadero en Dios y en todas las cosas; un orden, desde luego, espiritual, pero del que no se puede negar que representa una de las cosas màs altas, la màs alta quizà, en la lìnea del bien del hombre. Por eso, muchos de nuestros hermanos que no eran ni insensibles, ni adoloridos, ni subhombres, han vivido, a veces a lo largo de toda su vida, la confesiòn de Baudelaire:

Bendito seas, Dios mìo, que das el sufrimiento como un divino remedio a nuestras impurezas

Hasta los màs crueles dolores, el de la muerte de un niño, cobran asì valor. Los padres de Frèderic Ozanam perdieron once hijos, de catorce; los de Santa Teresa de Lisieux, cuatro, de ocho. ¿Se creerà que su actitud ante la prueba y a los ojos de Dios no ha jugado ningùn papel en la santidad que mostraron al mundo y que se manifestò con tal fecundidad que junto a ella palidece la de las vidas màs gloriosas? No es, por otra parte, que el cristianismo sea una religiòn del sufrimiento y que lleve en sì el deseo de que el dolor se desarrolle al màximo. La Iglesia, desde que existe, no ha cesado de aliviarlo, se adelantò a todos los hombres para estar junto a los enfermos, los huèrfanos, los leprosos, los prisioneros. Pero ha abierto tambièn a todos la inteligencia del mayor bien cristiano, pero tambièn humano, que el sufrimiento permite. Sin hablar de bienes todavìa màs grandes, pero ocultos tras el velo de la fe, el mayor bien que proporciona el sufrimiento consiste en una misteriosa, pero real, asociaciòn a la redenciòn del mundo por Cristo.

Todo cuanto hemos dicho, sin embargo, tenìa su lugar en el orden mismo del mal como problema y tiene verdaderamente valor de razòn para mostrar còmo Dios puede permitir el mal a condiciòn de un mayor bien.

IVES M. CONGAR
El problema del mal
Dios, el hombre, el cosmos
Ed. Guadarrama
pag. 687-704

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