Foros de discusión de Catholic.net :: Ver tema - Una novela virtual...
Foros de discusión
El lugar de encuentro de los católicos en la red
Ir a Catholic.net


Importante: Estos foros fueron cerrados en julio de 2009, y se conservan únicamente como banco de datos de todas las participaciones, si usted quiere participar en los nuevos foros solo de click aquí.


Una novela virtual...
Ir a página Anterior  1, 2, 3, 4  Siguiente
 
Publicar nuevo tema   Responder al tema    Foros de discusión -> Relax: Reflexiones personales y Temas ligeros
Ver tema anterior :: Ver tema siguiente  
Autor Mensaje
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mie Jun 11, 2008 5:58 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Ay Lulita pero si faltaba más!!!

Yo no suelo opinar mucho en los temas que hay en los foros porque sus conocimientos van mucho más allá de los míos pero al menos en este post sí les puedo agradecer todos los favores y bendiciones que Diosito me ha dado al conocer a personas tan invaluables como ustedes!!

Además me han ayudado mucho en momentos difíciles y aunque "a mi manera" se los agradezco muchísimo....

Gracias a tí hermanita y a todos los que en algún momento me han apoyado con sus comentarios y consejos... y que bueno q te haya gustado la página, te espero por allá!!

Saludos y que La Virgen te siga bendiciendo aún más!!

P.D. Qué mejor que una sacerdotisa sabia y amorosa para ustedes hermanita!!
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Lula
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 3995

MensajePublicado: Mie Jun 11, 2008 6:06 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Es una linda bendición poder participar en estos foros, endor. Dios nos bendice mucho a todos, de distintas maneras. Y nos ayuda a todos, "disfrazándose" siempre de uno y otro forista. Wink

Sabes? Deberías de animarte a participar màs en los otros temas de Relax, y tambièn en otros sub-foros además del de Solteros, en donde ya tuve el gusto de leer lo bien que se la pasaron en la Kedada. Very Happy

Estoy segura de que llevas en tu interior mucha riqueza para compartir con todos nosotros....más de la que quieres reconocer. Wink

Saludos hermanito, y tambien a ti, que nuestra Madre te siga bendiciendo.

_________________
¿Ya platicaste hoy con tu Angel Custodio?
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Venegas
Veterano


Registrado: 26 Ene 2007
Mensajes: 2022
Ubicación: Costa Rica

MensajePublicado: Mie Jun 11, 2008 3:56 pm    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Buenos días, después de tanto tiempo, me acerco otra vez, sólo queria agradecerle a mi hermanazo Endor por el tributo que nos ha hecho, que honor más grande ser el comandante del ejercito romano, jijiji...

Gracias hermanazo y que Dios te Bendiga... Wink
_________________
Cristo es la razón de mi vivir
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Enviar email MSN Messenger
Nubeia
+ Moderador
+ Moderador


Registrado: 14 Ene 2006
Mensajes: 9171
Ubicación: México

MensajePublicado: Mie Jun 11, 2008 6:51 pm    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Paz y bien

Querido hermano Endor,

Apenas hoy que he entrado a seguir con la lectura de la novela me doy cuenta, ¡¡Que detalle tan lindo!!! gracias por hacernos un lugarcito en tu historia, soy de las personas que la ha ido leyendo de poco a poco, tienes un don hermoso para escribir, gracias por compartirlo con nosotros.

Por cierto, tu página web donde has puesto la historia te ha quedado excelente!, me parece mas a gusto para leerla, y la ambientación como antigua, queda ni mandada hacer para la leyenda de Ralos, ¡felicidades hermano! .. y pues bien, seguimos leyendo Smile

Dios te bendiga

_________________
Claudia

"Padre... Hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el cielo"
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Jue Jun 12, 2008 3:30 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Embarassed gracias a ustedes hermanos Embarassed
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
guitarxtreme
Veterano


Registrado: 13 Jul 2007
Mensajes: 4274

MensajePublicado: Jue Jun 12, 2008 3:31 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

la pregnuta del millon.

de que trata este tema?


asi me ahorro todos los mensajes que an puesto por aqui.
_________________

En estos tiempos se necesita mucho ingenio para cometer un pecado original
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Enviar email MSN Messenger
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Jue Jun 12, 2008 3:43 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

hola hermano guitar, pues es una historia que se va creando por partes de a como va saliendo. El tema principal de la historia es la conversión de un joven de la nación ficticia de Ralos, completamente fiel a su religión en la cual se adora a quince dioses, que va pasando por varias etapas para descubrir la verdadera religión de Jesús. El joven vive en el tiempo de Jesús y aunque no lo conoce tiene a su alrededor varios personajes que lo van enseñando.

Como el post se hizo muy largo, lo dividí en partes más pequeñas que están publicadas AQUI . Espero haber contestado a tu pregunta hermano Rolling Eyes

Saludos!
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Jue Jun 12, 2008 6:42 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
Entre el sonido de tambores y gritos de alegría, el pueblo de Ralos la admiraba ya no como una mortal, sino como a un ser divino.

Sariel le descubrió la cabeza, dejando ver la raíz roja de sus cabellos de oro. La elegante máscara bicolor, tan simple y sencilla como las dos enormes figuras a ambos lados que representaban a los dioses gemelos, le daban el aspecto sobrenatural que quería transmitir al pueblo.

El solo hecho de que el Gran Manalí levantara su brazo derecho bastó para que la multitud guardara silencio. Se colocó frente a ella, llevando en lo alto con ambas manos la corona real. Mila se inclinó ante él y cuando el Manalí se hizo a un lado, Mila se incorporó…

- ¡Gloria a la Reina de Ralos!

La multitud, que estaba de rodillas, se levantó de inmediato y estalló en gritos.

Con sólo levantar ambos brazos, los gritos aumentaron. Nunca, Ukzur, la gran capital de Ralos, había presenciado semejante muestra de lealtad a un rey… y ahí estaba ella saludándolos por primera vez, con la corona roja y el cetro de oro…

Estaba hecho. Ahora era Mila… La Reina de Ralos.

El cielo rojo la saludó también con dos relámpagos que cayeron en ese instante a varios kilómetros por detrás del Gran Templo. Era el saludo de los dioses, su manera de manifestar el gozo que sentían con el nombramiento. Nadie podía dudar que en efecto, la nueva Reina tuviera el respaldo divino para enfrentar la guerra. Nadie podía dudar que después de tantos siglos, Ralos sería libre una vez más.

Con la gente de su lado, Mila estaba lista para lanzar su plan secreto y así liberar a Ralos de sus dos enemigos.

Cuando bajó los brazos, Sariel se puso frente a ella y con sumo cuidado quitó de su cabeza las trenzas doradas con que estaba sostenida la máscara. La expectación del pueblo creció. Pobres ralís, habían caído en la trampa.

Haciéndose a un lado, Sariel dejó al descubierto el rostro de la Reina. Exclamaciones de admiración surgieron de toda la multitud. Mila llevaba la cara pintada completamente de rojo, el color de Arjab y en su lado derecho, majestuoso como siempre, el símbolo dorado de la nación. La gente no tardó en expresar su sorpresa con gritos y aplausos. Tontos, no se daban cuenta que aplaudían a una adoradora de Arjab y no de Ebém, pero ¿qué importaba? Con sus mentes hipnotizadas las cosas serían más fáciles para ella.

Acercándose al altar, la Reina, miró en derredor a su pueblo, gozando con su alegría e ingenuidad. Les dedicaba sonrisas y saludos con ambas manos, no por su lealtad, sino por su falta de juicio y raciocinio.

Varios minutos después, sabiéndose amada por su pueblo, Mila levantó los brazos para calmar su euforia y dirigirse por primera vez a su nación con su nuevo nombramiento. Sus primeras palabras sorprendieron al pueblo, pero había ganado tanto su admiración que no tardó mucho en comprender el mensaje y apoyarla.

- ¡Una nación nueva surgirá esta noche! –Comenzó a hablar- Un pueblo ansioso de libertad y unidad clama a los dioses para que le den la victoria en esta guerra… ¡Y nuestros dioses, nos han escuchado! –El pueblo respondió de inmediato con aplausos.

- ¡A ti Arjab –continuó su discurso-, a ti Kralos, a ti Pandej, a todos ustedes les pedimos solo una cosa! ¡Libertad para Ralos! –La multitud levantó sus brazos y repitió la última frase una y otra vez.

Mila tuvo que levantar nuevamente sus manos para calmar al pueblo.

- ¡Al igual que todos ustedes soy una hija de Arjab! Escúchanos oh! Gran dios poderoso e inmortal. Líbranos de nuestros enemigos y castígalos a todos con la muerte por haber cometido el pecado de profanar la tierra que te pertenece –Mila hizo una pausa, este era el momento que había esperado-. ¡Hermanos míos! Si queremos nuestra libertad debemos dar un sacrificio aún mayor a Arjab, mayor aún que todo lo que hemos hecho hasta ahora. ¡Debemos bañar a Ralos de sangre! ¡Sangre que será devorada por nuestros dioses para purificar a esta bendita tierra! ¡Ralos significa Tierra de Dioses! ¡Honrémoslos entonces con el sacrificio que piden de nosotros! ¡Matemos a nuestros enemigos! ¡Matémoslos a todos!

La multitud apoyó de inmediato las palabras de Mila.

- ¡Muerte a los enemigos de Ralos! ¡Muerte a los enemigos de Ralos! –gritaban sin cesar.

- ¿Pero quiénes son los enemigos de Ralos, hermanos míos? –preguntó de improviso la Reina.

- ¡Siria! –respondió al unísono Ralos.

- ¡¿Y QUE HAY DE LOS ROMANOS?!

Los gritos comenzaron a apagarse. Mila observó sus miradas de confusión. Las guardias romanas que se encontraban alrededor del templo también parecieron confundidas. La Reina no era tonta. No era sólo el Templo donde había soldados romanos, la avenida que lo conectaba de forma directa con la muralla triangular del Palacio, así como la muralla misma, se encontraban rodeadas por ellos. Con su vista perfecta y ayudada por la gran iluminación del fuego, Mila pudo observar con claridad a los centuriones acercándose a sus subordinados para ordenarles que se mantuvieran alertas. Todas las tropas romanas de Ukzur se encontraban ahí, eran casi dos mil soldados.

- ¡¿Qué hay de ellos, hermanos?! Ralos ha obedecido sus leyes, ha pagado sus tributos y les ha dado la riqueza de nuestros puertos durante mucho tiempo y ahora que Ralos solicita su ayuda para protegernos, ¿qué han hecho? ¡NOS HAN TRAICIONADO!

Esta vez los gritos de los centuriones se dejaron escuchar por todos lados. Los romanos desenfundaron sus espadas y se replegaron para preparar su defensa ante un potencial ataque. Los ralís se miraban desconcertados… tontos… estaban justo donde los quería. Mirando a Sariel le dio la señal, inclinando su cabeza. Esta, a su vez se dio la vuelta y levantando su brazo, dio la señal a los soldados que se encontraban ocultos en la entrada del Templo.

Semidesnudo, visiblemente torturado, con el cuerpo bañado en sangre por tantas heridas y un pañuelo atado a su boca, bajaba Iulus, el cónsul romano, escoltado por la guardia de la Reina.

Los romanos levantaron sus escudos. Mila sonrió. Era notable que no esperaban tal sorpresa y ahora se encontraban así mismos atrapados entre miles y miles de ralís que les darían muerte con sólo una palabra suya.

Cuando la guardia bajó la escalinata blanca, arrojaron el cuerpo de Iulus a los brazos de Sariel, ésta lo tomó de los pocos cabellos que le quedaban y lo arrastró hasta tirarlo en frente del altar circular para que todos pudieran verlo. Mila rodeo el altar y se colocó al lado del torturado romano.

- ¡No hay en Ralos, hombre o mujer que desconozca a este infeliz! –gritó con fuerza la Reina.

La guardia se colocó detrás de ellos y arrojó sobre Iulus varios uniformes romanos quemados.

- ¡Roma nos ha traicionado! Por boca de este traidor y con las pruebas que nuestro ejército ha reunido a través de todo nuestro territorio, sabemos ahora los verdaderos planes de nuestro gran César.

Los soldados dispersos por toda la gran avenida comenzaron a agruparse. Los que custodiaban la gran muralla siguieron su ejemplo.

- ¡Los soldados que han venido a ayudarnos han quemado nuestras aldeas! ¡Sí, hermanos! ¡Sus hogares no existen más! ¡Nuestra nación ha ardido por mano de nuestros protectores! !Gracias a Arjab, no se ha derramado sangre ralí en estos ataques porque todos ustedes fueron llevados a ciudades más grandes donde han sido protegidos de esta tragedia!

Tomándolo por el cuello con una mano, Sariel levantó el cuerpo moribundo del cónsul.

- ¡Este hombre ha confesado que el César planeó una traición contra nosotros! No sólo planearon la quema de nuestras aldeas y ciudades para sitiarnos, también planeaban darme muerte para poder reclamar el gobierno y pactar una alianza con Siria, alianza con la que repartirían la riqueza de Ralos con nuestros enemigos. ¡Y aquí les traigo a los culpables para que los juzguen ustedes mismos por esta gran traición!

De las entradas del templo comenzaron a bajar varios soldados ralís que llevaban atados, al menos, a unos ciento cincuenta romanos.

- ¡Es cierto! –gritó alguien entre la multitud- ¡Soy mensajero y he visto las ruinas de Éljhelem, Sárdhizar, Kalhejín, Mhósitor y Uzdurias!

- ¡Yo he presenciado las ruinas de mi hogar en Nhéjoreb! –gritó otro.

- ¡Neljabib y Khizjar también han sido quemadas! –gritaba uno más.

Poco a poco, de entre los mismo ralís, comenzaron a salir voces que aseguraban que la acusación de Mila era cierta. Ella sólo sonrió… el plan había funcionado. Con cada nuevo testimonio, la indignación de Ralos aumentaba velozmente. Primero se miraban entre sí… ahora miraban al frente, a los romanos que habían cometido esos delitos y comenzaron a gritar pidiendo justicia por tan atroz crimen.

- ¡Que ardan en el fuego de Kralos! ¡Que paguen con fuego, lo que con fuego han destruido! ¡Muerte a los romanos!

Mila miró a Sariel y aunque su rostro estaba cubierto por un elegante velo de color verde, supo que su amada esclava le estaba sonriendo. Nuevamente le dio la señal, y con un solo movimiento de la mano de Sariel, los romanos, atados de manos y pies fueron llevados uno por uno al centro del altar. Con cuidado, los sacerdotes que estaban en la escalinata roja desalojaron el lugar y se hicieron a un lado. Varios de ellos subieron y quitaron la gran piedra circular que cubría el altar, debajo de esta, quedó descubierta una pila llena de un líquido negro… el fuego de Kralos.

Uno por uno, los soldados romanos fueron sumergidos en ese líquido y colocados en filas frente a la escalinata roja. Al terminar, Sariel tomó el cuerpo casi inmóvil de Iulus y lo arrojó directo en la pila. La Reina se acercó a él y con una sonrisa se despidió para siempre.

- Te lo dije -le susurró-. Mientras me seas de utilidad no te haré ningún daño. Esta es la última misión que te encomiendo, ahora ya no te necesito. Muere y condénate por las muertes de tus propios hermanos... Muere ahora, Iulus, cónsul romano.

Cuando todo estuvo listo, la Reina elevó sus manos al cielo. Iulus, tomando conciencia de lo que estaba ocurriendo trató de salir de la pila, pero con las manos y pies atados le fue imposible. Sus pies resbalaban dentro de la pila y no hacía más que bañarse cada vez más de ese líquido negro y espeso. Mila lo vió a la cara en su último intento por liberarse; tenía los ojos desorbitados y se retorcía de un lado a otro. La Reina le sonrió y con un fuerte grito de su aguda y delicada voz, Kralos, el dios del fuego vengó la profanación de Ralos.

La pila se incendió sin que nadie la tocara, los ciento cincuenta cuerpos de los romanos también comenzaron a arder sin que nadie acercara fuego a ellos. Los cuerpos, ardiendo en llamas, fueron aventados por las escaleras hasta que al apilarse uno sobre otro, cubrieron por completo la primera explanada con fuego. Los soldados ralís rompieron su formación y permitieron que el pueblo entrara en la explanada para terminar de dar muerte a los romanos. La multitud completa se volcó contra los soldados romanos que luchaban contra ellos, en un intento desesperado por salir de ahí.

De la muralla salieron varias ráfagas de flechas que terminaban su recorrido en el cuerpo de los romanos que defendían la muralla. Sus escudos los defendían del ataque, pero con la multitud sobre ellos, era poco lo que podían hacer para mantenerse con vida.


Así comenzaba, en el centro de Ralos, la gran guerra que Mila había prometido a Arjab...

Mirando el cuerpo incendiado del cónsul romano, Mila, escuchaba orgullosa cómo su pueblo repetía una y otra vez el grito con que había solicitado del dios la venganza para su pueblo...

- ¡QUE ARDA RALOS!





---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Vie Jun 13, 2008 5:53 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
“Pero, ¿qué espera para dar la orden?”

Las nubes de color rojo cubrieron la tierra de Ralos así como la luz de la luna. Una gran tormenta se desató sobre el lado este del desierto. Los relámpagos que caían eran la única fuente de luz que podía darle una idea al comandante romano sobre la cercanía de las tropas sirias que avanzaban feroces hacia ellos.

- ¡Mi señor! –Le gritaba el centurión a su derecha- ¿Por qué no dan la orden a los arqueros para disparar?

El comandante miró a su centurión y con el rostro lleno de temor miró hacia atrás, donde se encontraban las tropas ralís. El Belzir, escoltado por sus guardias seguía con su espada abajo mirándolos desde lejos. Su más grande temor se convirtió en realidad, pero ya era demasiado tarde. Los arqueros ralís se habían movido de su posición inicial y ahora se encontraban rodeándolos por ambos flancos. Ralos era una tierra maldita por los dioses después de todo, pensaba el comandante al ver que la obscuridad de la noche los había cegado para descubrir a su verdadero enemigo. Con su ejército completamente rodeado, el comandante no tuvo otra opción. Morirían ahí… pero no morirían sin luchar.

- ¡Malditos ralís, nos han traicionado! ¡Alerta a los hombres! –Le gritó al centurión tomándolo de los hombros- ¡Que se dividan en dos partes! ¡Haremos frente a los dos ejércitos!

El centurión reaccionó al instante y comenzó a dar órdenes a los centuriones para que dividieran al ejército. La estricta disciplina de los soldados ayudó a que pudieran reagruparse rápidamente. El ejército se dividió en dos y comenzó a avanzar en sentidos opuestos para enfrentar a sus enemigos. Los ralís seguían sin moverse pero los sirios ya estaban ahí…

El comandante empuñó su espada y se lanzó con sus hombres para enfrentar a sus enemigos. En su mente pensaba en todos aquellos seres queridos a quienes nunca volvería a ver. Con la imagen de su esposa e hijas se lanzó con su espada en lo alto contra el primero de los sirios que lo atacó.

La fuerza de la embestida lo tumbó de su caballo pero sus fuerzas no cedieron. Sus hombres luchaban a su lado honorablemente aunque sabían que no habrían de volver a ver la luz del sol. Sacando su espada ensangrentada del cuerpo de uno de sus enemigos, el comandante miró hacia atrás cuando escuchó el grito del Belzir.

- ¡QUE ARDA RALOS!

Los arqueros ralís comenzaron a disparar ráfagas de flechas ardiendo sobre el centro de la batalla…. Y Ralos ardió…





- Es la señal… ¡Que nadie se mueva de su posición!

Así gritaba Jhor en el lado oeste del desierto de Arjamid al contemplar que la luz de la luna era cubierta por las nubes rojas. Una gran tormenta se desató en ese momento y entre relámpagos y truenos, los presentimientos de una traición comenzaron a tomar fuerza en la mente de Vénego.

- ¡Jhor! ¡Si mis hombres mueren, no vivirás para contar tu traición! –le gritó al Gran Alzir.

Pero Jhor no respondió. Seguía con su mirada fija en el horizonte de la colina de la que comenzarían a bajar los sirios. Del centro del regimiento romano surgió un grito.

- ¡Cúbranse!

Una ráfaga de flechas sirias comenzaron a caer sobre los romanos en el mismo momento en que las antorchas comenzaron a hacerse visibles. Vénego no pudo más…

- ¡Ahora! ¡Que ataquen!

Su centurión levantó su antorcha y haciendo movimientos a ambos lados alertó a los arqueros que rodeaban el valle para que comenzaran su ofensiva. Las flechas romanas comenzaron a salir disparadas hacia el cielo que castigaba con toda su ira al desierto esa noche.

- No será necesario… Kralos acabará con mis enemigos.

Los relámpagos iluminaron entonces a los primeros caballos y soldados sirios que caían rodando por la colina.

- ¡¡¿Y dónde está Kralos, Jhor?!!

Jhor miró a Vénego y le dedicó por primera vez una sonrisa mientras se colocaba el casco rojo del Gran Alzir con su mano izquierda. Después adelantó unos pasos a Jhaztor y elevando ambos brazos al cielo gritó.

- ¡QUE ARDA RALOS!

La tierra se sacudió al instante. Vénego no lo podía creer, una cascada de relámpagos comenzó a caer en la orilla de la colina, acabando con todos los sirios que intentaban bajar.

- ¡Contempla el poder de Kralos, romano! ¡Este es el fuego del dios! –le gritó Jhor volteándose hacia él.

- Imposible… -respondió asombrado.

La colina comenzó a derrumbarse como si un enorme hueco se la estuviera tragando desde el fondo. La luz era tan deslumbrante, que Vénego pudo contemplar por primera vez la magnitud del enorme ejército sirios que se ocultaba en el terreno alto. Era un espectáculo impresionante ver aparecer a ese ejército, mientras tantos hombres eran tragados por la tierra. Los arqueros dejaron de disparar asombrados ante ese fenómeno tan extraño… parecía como si los dioses de Ralos estuvieran realmente al lado de Jhor.

En pocos minutos la colina había desaparecido por completo y en su lugar comenzaron a formarse varias grietas en la arena hasta que…

- ¡QUE ARDA RALOS! ¡QUE ARDAN TODOS SUS ENEMIGOS! –gritó Jhor con toda su fuerza.

Siete explosiones inesperadas ocurrieron en donde alguna vez estuvo la colina. Cientos de sirios fueron lanzados al cielo por la fuerza de esa naturaleza que Vénego jamás había experimentado. El ejército sirio no tuvo más opción que comenzar a extenderse a ambos lados, justo donde los estaban aguardando las tropas romanas, ya no podían retroceder pues las grietas se esparcían entre todo el ejército. Y fue ahí cuando Vénego, a la luz de los relámpagos comprendió lo que era el fuego de Ralos…

- Aceite de las rocas... –balbuceó para sí mismo.

El desierto quedó lleno de un líquido negro que salía de los siete agujeros creados por las explosiones subterráneas. Entonces supo que en verdad… Ralos ardería esa noche.

Primero uno y después decenas de relámpagos comenzaron a caer sobre el líquido, y con cada impacto el desierto comenzó a arder en toda su extensión. Parte del ejército sirio fue quemada al instante, otra quedó atrapada entre el fuego y los romanos y el resto se quedó paralizado, contemplando horrorizados la muerte de sus compañeros.

- Es tu turno, romano. Son todos tuyos...

Vénego miró a Jhor. Después de todo lo que había presenciado, tal vez Jhor no intentaba traicionarlos. Con un nuevo ánimo al ver que podía contar con su apoyo y el apoyo de esos misteriosos dioses, dio la orden de atacar, a su centurión. Todos los romanos se lanzaron contra los sirios. Vénego, Jhor y el resto del enorme ejército ralí los siguieron por atrás. El General romano sintió un gran alivio con esa táctica de la que tanto había dudado, pero ahora sentía confianza… al lado de Jhor no habría enemigo al que no pudieran vencer.

Al ver el movimiento. Los sirios que se habían quedado inmóviles obedecieron sus propias órdenes y se lanzaron hacia el fuego para salvar a sus compañeros. Ningún ejército estaba dispuesto a ceder la victoria esa noche.

En medio del fuego…

En medio del agua…

En medio de la tierra…

Se enfrentaron a muerte los tres ejércitos en lo que sería el inicio de una larga guerra por liberar a Ralos de la opresión siria.





---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Vie Jun 13, 2008 6:08 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
De pie, al lado del río, Kabel y Marcius contemplaban horrorizados la terrible furia que Arjab había desatado en Ralos esa noche.

Kabel, con lágrimas en los ojos, arrojó sus dos bolsos al lodo y se postró en tierra con los brazos extendidos. Con gritos oraba a Ebém para que salvara a su nación de la tortura que estaban sufriendo. Fue entonces que Marcius recordó las palabras de Amir sobre educar al joven.

Se hincó a su lado, tratando de mantener el equilibrio, presa de las violentas ráfagas de viento que los movían de un lado a otro con una fuerza sobrenatural. Lo tomó del costado y levantándolo, le puso de rodillas igual que él.

- ¡Hermano! –Le gritó para que lo pudiera escuchar- ¡El mal ha caído sobre esta tierra, oremos juntos para que nuestras plegarias sean escuchadas más allá de lo que podemos ver en este mundo! ¡Tus dioses no escucharán mis suplicas, pero el mío te escuchará a ti! ¡Reza conmigo!

Kabel lo miró desconcertado por unos momentos, pero como si hubiera entendido su lógica, y siendo un alma tan religiosa, accedió a su petición. Con ambas manos sobre sus pechos, los dos comenzaron a orar al Dios de los Judíos, como el Profeta les había enseñado...

- ¡Padre nuestro…!
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Vie Jun 13, 2008 6:11 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Venegas, qué bueno tenerte de vuelta hermano!! Smile
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Venegas
Veterano


Registrado: 26 Ene 2007
Mensajes: 2022
Ubicación: Costa Rica

MensajePublicado: Vie Jun 13, 2008 8:37 pm    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

endor escribió:
Venegas, qué bueno tenerte de vuelta hermano!! Smile



Gracias hermano, que Dios te Bendiga, va muy bien la historia, demasiado buena... Laughing
_________________
Cristo es la razón de mi vivir
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Enviar email MSN Messenger
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mie Jun 18, 2008 4:02 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------

CAPITULO 20

“Cuando abrió los ojos no pudo evitar soltar un grito de espanto y dolor.

De entre los que se encontraban sentados comiendo en las tiendas salió corriendo una mujer en dirección del pequeño grupo.

- ¡Te dije que no subieras al árbol, mira lo que te has hecho!

Los niños a su alrededor estaban tan asustados como ella. Bien merecido se tenía ese regaño por no haber obedecido las órdenes.

La mujer jaló de la oreja a uno de los niños en cuanto éste comenzó a explicar lo que había ocurrido.

- Y más te vale que no vuelva a ocurrir –le dijo enfurecida-, mira a tu prima, por poco y se rompe una pierna.

Al escuchar esto volvió a mirarse y se asustó aún más al ver la sangre salir de su pequeña rodilla. La sangre manchaba de rojo su vestido de color verde y ahora que su tía se lo levantaba para mirar la herida se daba cuenta que no había sido tan grave. Se le había formado un pequeño círculo de color morado alrededor de una cortada de unos dos centímetros de largo.

- Deja de excusarte y tráeme algo con qué limpiarla… ¡corre!

Que regañaran a sus primos por culpa suya era lo que realmente la apenaba.

- Perdón, tía. Yo…

- Ya, hija –le sonrió-. No ha sido tan grave, pero presta más atención la próxima vez. Ha llovido y la corteza de los árboles no es tan áspera como parece. Tus primos parecen no tener problemas, pero eso es porque de tantas travesuras, ¡les ha salido una cola con la que se agarran cuando se resbalan!

Cambió su llanto por una aguda risa. No importaba cuán furiosa pudiera estar, su tía siempre había estado al pendiente de ella para cuidarla a pesar de sus travesuras.”

Aunque seguía dormida, una sonrisa se dibujó en su rostro.

“Era de noche. La caravana estaba reunida alrededor de una fogata que les servía para calentarse y azar la carne con la que cenaban en el más agradable ambiente que hubiera podido desear. Mirándolos a todos uno por uno, se sentía la niña más feliz del mundo.

Sus tíos hablaban de cosas de adultos; cosas como la ruta a seguir para llegar más rápido a su destino; cosas como el precio al que venderían las joyas con que comerciaban… y cosas que, por decirlas en voz baja, no podía escuchar.”

Se dio la vuelta en su cama.

“Unos labios tiernos y dulces la besaron en la frente. Unos ojos hermosos la contemplaban… una suave mano la acariciaba en la frente.

- En una noche tan hermosa, ¿qué desearía una niña tan hermosa como tú?

Ni siquiera lo dudo. Siempre daba la misma respuesta.

- Desearía que mis padres vinieran por mí. ¿Falta mucho para que vengan, tía?

- Sariel… hija. Tus padres…”

Una lágrima escapó de sus ojos, dejando su rastro sobre su delicada mejilla.

“Los ojos de su tía siempre mentían con la misma ternura. Había pasado mucho tiempo ya y aunque se esforzaba por hacerle creer que demorarían más, ella sabía que sólo quería crear suspenso para que su llegada fuera más emotiva. Sus padres eran muy importantes y por eso habían tenido que dejarla con sus tíos mientras atendían ciertos asuntos fuera del reino. Faltaba poco para que regresaran, estaba segura que un día los vería llegar tomados de la mano; ese día los abrazaría y les daría todos los besos que había estado guardando para ese momento.

- Sé que están por llegar, tía. Han tardado mucho porque se han alejado bastante y necesitan la luz para ver el camino de regreso a casa. De día caminan juntos y bueno… -se levantó un poco de la cama y se acercó al oído de su tía-, no se los digas, pero la verdad es que –bajó aún más su voz-, si han demorado tanto… es culpa de mamá.

Se dejó caer sobre la cama esperando la reacción de su tía. Ésta, con una lágrima en los ojos mostró de pronto una expresión de sorpresa.

- ¿Y por qué es eso, hija? Prometo no decir ni una sola palabra.

- Porque todas las mañanas, en cuanto sale el Sol, se despierta a cortar flores con las que trenza collares para regalarme cuando nos volvamos a ver. Pasa tanto tiempo buscando las flores más hermosas que cuando emprenden nuevamente el camino el Sol está próximo a meterse otra vez. Mi papá ha discutido varias veces con ella debido a eso, pero ella se defiende alegando que en cada flor ve mi rostro y en cada gota de rocío las lágrimas de tristeza que derramo por querer verlos ya.”

Otra lágrima y otra más, después de ésta cayeron por sus mejillas

“Su tía se río con lágrimas en sus ojos.

- ¿Y qué hay de tu padre?

- Mi mamá se enoja mucho con él.

- ¿En verdad? ¿Y por qué, hija? Cuéntame…

- Porque mi papá pasa todo el camino hablando de lo fuerte que me abrazará cuando venga por mí, y mi mamá lo regaña, temiendo que pueda lastimarme con su fuerza. Mi papá es muy fuerte, ¿sabes? Y tiene tantas ganas de abrazarme que no deja de gritar que me arrancará el aliento cuando me tenga entre sus brazos.

Su tía volvió a reír y más lágrimas cayeron de su rostro.

- No tienes que mentirme, tía. Sé que están muy cerca. Cada vez que el Sol sale, la distancia que nos separa disminuye y un día los veré llegar desde lo lejos; correré hacia ellos y seremos una familia feliz otra vez. Tú estarás ahí y les contaré lo buena que has sido conmigo todos estos años… ¿no te da alegría?

- Sí, hija –dijo secándose las lágrimas-. Algún día estaremos todos juntos y serás más feliz de lo que hayas podido soñar.

Le acarició nuevamente la frente y dándole un beso se despidió. Apagó la vela de aceite y se acostó a su lado. La última luz que vió fue la de la fogata que su tío y otros hombres resguardaban mientras los otros miembros de la caravana descansaban… y así cerró sus ojos para volver a soñar con ese día que tanto anhelaba.”

Con el cabello sobre su rostro se volteó hasta quedar boca arriba y con ambas manos a sus costados. De pronto su rostro se endureció.

“Cuando uno de los hombres entró en la tienda gritó con todas sus fuerzas. Su tía se levantó pero el hombre, clavándole la espada en el estómago, la hizo a un lado.

- ¡Aquí hay una niña! ¿Qué hago con ella?

- Mátala, y busca algo de valor –se escuchó a lo lejos.

El hombre se acercó a ella levantando su espada. Ella se levantó y comenzó a temblar. Cruzó los brazos sobre su pecho, cerró los ojos y agachó la cabeza.

- Mírame –le dijo el hombre.

Pero ella no obedeció.

- ¡Que me mires te digo! –y la abofeteó tirándola al suelo.

Dobló sus piernas y las abrazó muerta del miedo. Nunca en sus pocos años había temblado de esa manera.

El hombre la tomó del cuello y la levantó con facilidad. La miró de pies a cabeza y quitándole el cabello del rostro la miró a los ojos.

Nunca había deseado más que sus padres no la hubieran abandonado. Afuera se escuchaban gritos de dolor, espadas golpeándose unas con otras y el llanto de sus primos que uno por uno fueron apagándose. Al sentir las toscas manos de ese hombre inspeccionarle el rostro sintió temor, no por perder la vida... sino por que cuando sus padres llegaran... no estaría ahí para abrazarlos y besarlos como tanto había deseado.

Después de terminar de escudriñarla con la mirada y ver su rostro muerto de miedo, el hombre la sacó de la tienda.

- Yo no mato niños –tomando un bolso lleno de joyas se lo arrojó a su líder a los pies-. Ahí está su precio… la niña es mía.

El bandido tomó la bolsa. Sacó tres collares de oro con incrustaciones de piedras verdes y rojas, se las arrojó…. y con desprecio le respondió.

- Estúpido. Allá tú, entonces. Esa es tu paga. Lárgate con tu mercancía.

El hombre recogió los collares del suelo. Con ella, tomada por el cuello, se dirigió a su caballo. La aventó sobre él. Montó y jaló las riendas.

Cuando abrió los ojos, los vió a todos tirados ahí… muertos.”

Y dormida rompió en llanto…
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Dom Jun 22, 2008 6:13 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
“- ¡Eso es mentira! –gritó ella con fuerza.

Su captor la volvió a abofetear y por quinta vez cayó al piso ese día.

- Sólo tienes cinco años, Sariel. Esa mujer que cuidaba de ti no quería hacerte sufrir, por eso inventó esa historia sobre tus padres… ¡Mírate! Ni siquiera perteneces a esta tierra. Mira tus ojos. Tus padres no eran de aquí, y por lo que yo creo deben estar muertos, niña. Tu tía, como tú la llamabas, te amaba y por eso te mintió, pero yo… ¿por qué habría de hacerlo?

Se quedó ahí tirada sin saber si lloraba por el dolor de todas las heridas que el hombre le había hecho en el cuerpo o por el dolor de su corazón al escuchar esa verdad tan desconcertante. A su corta edad no se había dado cuenta de que en verdad su fisonomía no correspondía a la de su familia, pero entonces… ¿quién era? ¿De dónde venía? ¿Quiénes habían sido sus padres?

Era mucho dolor para sus escasos cinco años.”

Sus puños apretaron con fuerza las sábanas que la cubrían, dando vueltas en la cama de un lado a otro, desesperada por despertar… pero el sueño continuaba.

“Una vez más la había descubierto.

- Sariel. ¿Por qué sigues hablando con las ovejas? ¿Qué te he dicho al respecto? No debes tomarle cariño a nada de lo que ves aquí. Nada es tuyo…

- ¿Qué daño –le interrumpió frustrada- le hago a mi señor o a estos animales con hablar? Sé bien que no me responderán, pero son la única compañía que tengo en este lugar. Aquí sólo hay cerros, piedras y esa cabaña en la que estoy encerrada todo el día. Hago lo que mi señor me ordena: atiendo a los animales, limpió las ropas de mi señor y sus armas, ayudo en la preparación de los alimentos, mantengo mi silencio cuando mi señor llega, no he tratado de huir, he dejado de correr y brincar en las colinas, no río, no grito, no…

- ¡Basta! –gritó y descargando su ira, su captor volvió a golpearla en la mejilla.

Esta vez no hubo llanto. Se levantó del piso y se paró frente a él cerrando los ojos, esperando un nuevo golpe con furia y resignación. Cayendo al piso una vez más, se levantó y actuó de la misma manera guardándose las ganas de llorar.

- Te levantas y no lloras –dijo un poco sorprendido el hombre-. Así es como debes actuar, Sariel. Nada en este mundo te pertenece, ni siquiera tu cuerpo, sólo tu mente y tu corazón son tuyos. Son lo único que nadie puede quitarte. No pierdas más tu tiempo hablando con estos animales, lo que sientas guárdalo para ti. Un día te venderé; yo ganaré lo que he invertido en que sigas con vida y tú… te quedarás sólo con tu mente y tu corazón. Así es y así será… mientras más rápido lo comprendas, menor será tu sufrimiento -y con un bolso de lleno de joyas se retiró a la cabaña, dejándola a solas en el corral.

Ella se volteó hacia las ovejas pero esta vez reprimió sus deseos de hablarles y llorar con ellas. Viéndolas mirar a un lado y a otro, sin ponerle la más mínima atención, supo que su captor tenía razón. Estaba sola… y lo estaría por siempre.”

Cerraba con fuerza sus párpados tratando de evitar que más lágrimas salieran de sus ojos, pero era inevitable. Inconscientemente deseaba que el sueño terminara, pero nuevas imágenes llenaron su mente.

“Frente a ella, los dos hombres discutían. Su captor se negaba a venderla como esclava a ese hombre alegando que no la dejaría caer en manos de un salvaje como él. No era el primer hombre al que su venta había sido negada, ni era el primero que la miraba de esa forma tan sucia. Su captor le había hablado en varias ocasiones sobre los deseos que los hombres sentían hacia las mujeres y los actos que cometían con ellas. A sus casi seis años, se horrorizó al darse cuenta de todo lo que sufriría por el simple hecho de ser mujer y desde esa corta edad supo que tendría que defenderse de esos deseos de los que sería objeto. Aunque nunca la había tocado, su captor, en varias ocasiones la había mirado de la misma manera en que esos hombres la devoraban.

- ¡Kublai! Es la quinta vez que traes a esta niña para venderla. Aquí están las cuarenta monedas que pides por ella, si no la vas a vender, entonces, ¿para qué has atravesado el Gobi hasta Ulán?

- Eso es asunto mío al igual que ella, y es mía para venderla a quien yo quiera.

- Te daré sesenta monedas…

- Guarda tu dinero, Lodoijantsan. No mato niños, ni los vendo a enfermos como tú.

- Lo sé, Kublai, sólo matas familias para traficar con sus huérfanos…

Esas fueron las últimas palabras de ese hombre, antes de que su captor lo matara. Nadie gritó, nadie hizo nada al respecto. El cuerpo de ese hombre cayó sin vida y ella, de la mano de Kublai siguió su camino para terminar de vender la mercancía que habían llevado.”

De su subconsciente salió una frase que sus labios apenas pudieron articular sin liberarla del sueño del que era prisionera, una frase que quiso decir cuando vivió esa escena pero que por temor no dijo: “mátame a mí también…”

“Los meses pasaron y su captor siguió matando y asaltando gente inocente en el desierto del Gobi, a veces por su cuenta, a veces unido a otros bandidos. Y ella… dejó de ser una niña.

Se acostumbró a la sangre y a las muertes, ella misma sacrificaba a los animales, los ataba y les quitaba las pieles para dárselas a su señor. Dejó de hablar, dejó de sentir, dejó de soñar y comenzó a guardar todo su odio y rencor en su corazón donde nadie podía hacerle daño. Cuando hacía algo mal o rompía algo, ya no sentía los golpes de su captor, se acostumbró al dolor y a ser golpeada sin decir una sola palabra. ¿Qué vida era esa para una niña como ella? Era mejor la muerte, pero su captor la había convencido de que el suicidio era el acto más cobarde de todos. Le enseñó a vivir en sufrimiento y a llenar su corazón de venganza…”

Su respiración se calmó y por unos momentos su semblante pareció ponerse en paz con esa pesadilla, tal como lo había aprendido de niña.

“Al abrir la puerta aparecieron en el umbral tres hombres vestidos con atuendos muy extraños para ella. A pesar de que era obvio que se trataba de extranjeros, Kublai parecía conocer muy bien al que estaba en el centro, pues lo abrazó con gran emoción.

- Nabím, viejo amigo. ¿Qué trae al Gran Señor Alzir de Ralos a esta tierra tan lejana?

- Política, amigo Kublai Khan –le contestó.

- Sariel, prepara algo de comer.

Y mientras obedecía la orden escuchó esa extraña conversación que marcaría su vida para siempre.

- Así que los sirios siguen atacando tu frontera –decía su captor.

- Sí. Un día habrá una verdadera guerra entre Ralos y Siria por el dominio de los tres puertos y si Ebém, me concediera un deseo, desearía no vivir para ver semejante día.

- Estoy seguro de que tu dios cumplirá tu deseo Nabím, pero sobre todo, espero que se encuentre a tu lado hasta que llegues nuevamente a Ralos y te cuide de esos hombres a los que deseas ver.

- Pero has dicho que los conoces –decía aquél a quien su captor llamaba Nabím.

- Y los conozco, son buenos en su trabajo, pero no dejan de ser mercenarios deshonrosos, Nabím. Sinceramente me sorprende que tu Rey quiera utilizar gente de este tipo para espiar a los sirios.

- Ningún ralí podría llegar a Siria, necesitamos a gente que tenga libre acceso y pueda informarnos de los planes que tiene el rey para atacarnos. El rey Zadir piensa que tu gente puede ser nuestra mejor opción.

Después de servirles la comida, el Alzir la miró, pero esta vez sintió una mirada de interrogación sobre ella.

- Kublai, ¿quién es ella? –preguntó el Alzir.

- No me juzgues por lo que voy a decirte, Nabím. Bien sabes que soy tan detestable como a esos hombres que te he recomendado. Soy un criminal y he matado a muchos inocentes, pero sabes que jamás tocaría a un niño.

- ¿Mataste a su familia?

- Si. Éramos ocho y acabamos con toda la caravana. Cuando entré en su tienda –dijo mirándola-, una mujer salió de repente y sin pensarlo la maté. La niña estaba ahí pero no me atreví a hacerle daño. Con las joyas que me tocaban del botín, pagué por su vida y la traje aquí.

El Alzir miró con indignación a su captor. Era la primera vez que sentía que Kublai tenía vergüenza de confesar esa historia.

- ¿Y qué haces con ella?

- No he tomado ventaja de su inocencia, si es lo que piensas, Nabím. La he cuidado y he tratado de venderla como esclava en varios lugares, pero cada vez que alguien ofrece comprarla temo que puedan hacerle el daño que yo no lo he hecho.

El silencio reinó durante varios minutos. El Alzir, sin quitarle la vista de encima le pidió que se acercara y ella obedeció.

- ¿Cómo te llamas?

- Sariel, mi señor.

- ¿Cuántos años tienes, Sariel?

- En un par de meses cumpliré siete años.

- ¿Y de dónde eres?

Miró a su captor, como si le estuviera pidiendo que respondiera él, pero Kublai alejó su mirada.

- No lo sé.

- Kublai Khan, ¿de dónde has sacado a esta niña?

- Del desierto –respondió evitando su mirada y la del Alzir-. Los que cuidaban de ella eran comerciantes de oro y diamantes… de dónde la habrán tomado ellos, no lo sé y nunca lo sabremos, Nabím. Al morir, se llevaron su secreto con ellos.

- Esta niña no es de Mongolia, Kublai.

- La educaron –contestó-, haciéndole creer que lo era, pero como puedes ver, sus ojos no son rasgados como los nuestros, ni su piel o su cara concuerdan con las de nuestra tierra. No parece ser mongola, ni árabe, ni egipcia; y aunque tiene ciertos rasgos romanos y griegos, hay algo en ella que no concuerda del todo. Tiene una belleza que jamás he visto…

- Sariel –dijo el Alzir interrumpiendo a Kublai-, recuerdas quiénes fueron tus padres.

- No.

- ¿Los que te cuidaban te hablaron de ellos?

- Me mintieron sobre ellos, mi señor.

Cuando vivía con sus tíos, le alegraba que le dijeran lo bella que era, pero ahora… su belleza se había convertido en una maldición. El Alzir la siguió mirando. Parecía tan asombrado con su belleza como todos los demás que la miraban por primera vez, pero había en sus ojos un brillo de compasión y amor que jamás había sentido.

- ¿Cuál era el precio que pedías por ella?

- Nabím… no estarás pensando en…

- ¿Cuál es su precio? –interrumpió sin dejarlo terminar.

- Cuarenta monedas de oro.

El Alzir miró de reojo a uno de sus hombres y este salió de la pequeña cabaña; para cuando regresó, traía consigo una bolsa de cuero que entregó en las manos del Alzir. Éste la depositó sobre la mesa y habló a su captor.

- Aquí hay ciento cincuenta monedas de oro, Kublai Khan. La niña viene comigo a Ralos.

- ¡Pero, Nabím!

- Estará bien cuidada ahí. Se quedará en el Palacio de Ukzur. La princesa está por cumplir siete años igual que ella –dijo mirándola-, estoy seguro de que el rey se alegrará de poder ofrecer a esta niña como su esclava. Además, la princesa…

El Alzir cerró la boca como si se hubiera arrepentido de terminar la frase.

- Ella estará bien en Ralos, Kublai. Yo me encargaré de todo. Toma el dinero y en el nombre de Ebém, deja de matar inocentes.

Se levantó y sin decir más palabras, la tomó de la mano y se la llevó.”

Sus ojos se abrieron de repente y se dio cuenta de que respiraba aceleradamente. La sábana que cubría su cuerpo se le había pegado a la piel por el sudor que desprendía.

“Todo fue un sueño… todo fue un sueño…”

Se repetía una y otra vez sin moverse de su cama. Prefería pensar que todo lo que había visto y escuchado eran sólo alucinaciones de su mente, y no una verdad olvidada. Recordar aquellos hermosos días cuando era tan sólo una niña y después los espantosos dos años que vivió con su captor…

“¿Qué fue eso?”

Interrumpió sus pensamientos y sin moverse comenzó a deslizar su mano derecha por su muslo, alcanzando el mango de la daga que llevaba siempre oculta y con la que siempre dormía.

“Concéntrate, cálmate y respira. Siente, escucha y ubícalo. El sonido viene de la esquina derecha, sólo tienes que calcular en donde está su cabeza y lanzarle la daga justo entre los ojos y podrás dormir nuevamente para descansar de esta agotada noche.”

El ruido de la tormenta que se había desatado en todo Ralos la noche anterior, justo después de la coronación de Mila, le dificultaba escuchar al intruso, pero su instinto jamás le había fallado. Si ella sentía que había alguien más en el cuarto… no podía equivocarse.

“Sabe que estoy despierta… me observa… está tratando de mantener la calma… está… está… está… … … … … ¡Ahí!”

Y sin vacilar. En un instante. Rompió la sábana con la hoja de la daga y la arrojó.

El arma se clavó directo en su objetivo…
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
guitarxtreme
Veterano


Registrado: 13 Jul 2007
Mensajes: 4274

MensajePublicado: Dom Jun 22, 2008 6:58 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

VAYA ENDOR!! FELICIDADEEEEES..!!

pero se nota que te gusta escribir historias eeeeh!!! Wink

siguele! yo me leo toda la historia en tu pagina.


Felicidades.
_________________

En estos tiempos se necesita mucho ingenio para cometer un pecado original
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Enviar email MSN Messenger
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mar Jun 24, 2008 2:03 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Embarassed gracias hermanito guitar! Me alegró mucho tu comentario y espero que cuando leas toda la historia te agrade....

De los posts que he leido en los foros pensé en el personaje perfecto para tí hace unas semanas, pero es el día que no logro traducir tu nombre a ralí jajajajaja, así que mejor me puse a escribir otras cosas en lo que descifro el dilema.... al que ya le hallé uno es a jf21 que ya pronto aparecerá también, pero algo se me ocurrirá hermanito Smile al cabo la historia se antoja muuuuuuuy larga...

Saludos y gracias por tus comentarios....
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mar Jun 24, 2008 5:07 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
Y fue sólo un instante lo que tardó en reaccionar…

Arrojando la sábana rota, se lanzó sobre su costado izquierdo, tomando del piso, mientras rodaba, una espada que siempre tenía escondida. Impulsándose con una mano se puso de pie y se aventó sobre el muro con el arma empuñada en su mano derecha, lista y en posición para volver a atacar.

“Imposible…”

Justo en el momento en que arrojó la daga vio a la sombra desvanecerse con un brillo blanco sobre su cabeza, como si se tratara de una ilusión suya… la daga se había clavado sobre el muro, pero no había nadie en el cuarto a quién hubiera herido.

“No estás loca Sariel. En tantos años tu instinto nunca te ha fallado, si viste una sombra, entonces ese maldito debe seguir aquí.”

Hablando consigo misma, inspeccionaba la habitación de un lado a otro sin poder descubrir al intruso. Los cuatro muros del cuarto medían sólo siete metros, era imposible que alguien, aunque fuera extremadamente ágil, pudiera esconderse ahí.

“Piensa, Sariel… tiene que estar aquí…”

La única luz que había era la de los relámpagos que caían del cielo como castigo de los dioses de Ralos, y aunque fugaces, le permitían contemplar la totalidad del cuarto… ahí no había nadie.

“Concéntrate. Tu instinto nunca te ha fallado, eres una cazadora perfecta, una asesina infalible. Nadie ha podido vencerte. Hombres y mujeres han muerto en tus manos por osar levantar sus armas contra ti.”

Pero la habitación estaba vacía y en silencio.

Frustrada y a punto de bajar su arma, decidió utilizar la técnica más estúpida de todas: Hablar.

- ¿Sabes cuántos hombres han muerto en esta habitación?

Silencio. Más relámpagos cayeron y Ralos siguió gruñendo con furia en el exterior, sin embargo… los únicos ruidos que salían de su habitación eran los de su respiración.

“Mila tiene razón. El corazón se te ha ablandado, Sariel, y con él… tu mente e instinto comienzan a perderse en alucinaciones y sueños que…”

- Quince.

En cuanto escuchó la primera sílaba de la palabra que respondía correctamente a su pregunta, empuñó con fuerza la espada y giró su cuerpo para aventarla hacia la esquina izquierda, de donde había provenido la voz del hombre. Con los dedos comenzando a liberar el mango de la espada se dio cuenta de su error. La espada se separó apenas un centímetro de su mano cuando volvió a agarrarla con fuerza, sin embargo, la inercia del movimiento la llevó a perder el equilibrio. Por primera vez, Sariel, la asesina perfecta caía al suelo, víctima de su propio error.

“¡Maldición!”

Rápidamente se levantó y se arrojó al muro. Con su cuerpo formando una cruz, se pegó de espaldas al frío muro de roca caliza de donde había escuchado salir la voz.

“Imposible. Ningún hombre podría hacer algo así…”

Sus reflejos seguían siendo perfectos pero tenía razón. Había algo de sobrenatural en ese intruso. Antes de que cayera al piso, escuchó claramente la palabra “quince” deslizarse de un lado al otro de la habitación, haciendo imposible determinar de dónde provenía. Ningún hombre podría realizar un efecto de esa naturaleza, a menos que…

Sariel seguía mirando al frente, justo al muro que estaba del otro lado, en el que escuchó que la voz terminaba de hablar.

- Pensé que estabas en Kezel.

Pero no había nadie, y nadie respondió.

“Tiene que ser ese maldito errante. Noté la manera en la que me miraba. Me desea al igual que todos los malditos hombres que saben que existo. Pero esta será la última vez…”

Sariel bajó los brazos, recuperando su habitual confianza en su instinto. Fue hasta ese momento, cuando un nuevo relámpago iluminó la habitación, que se dio cuenta de que estaba desnuda. Sobre su cuerpo sólo llevaba su pesado cabello ondulado y los dos cintos de cuero que ataba a sus muslos para cargar sus dagas. Mirándose a sí misma y sin mostrar interés en cubrirse, le habló nuevamente al muro vacío.

- ¿Querías verme? Aquí me tienes, infeliz. Mírame. ¿Te complace?

- No.

Empuñando esta ocasión la espada con ambas manos, la arqueó hacia atrás, encajándola en el muro sobre el que estaba. Su movimiento tuvo tanta fuerza y precisión que la espada quedó clavada por completo en el muro a sólo un centímetro de su propia oreja.

“¡Maldición! ¡Fallaste otra vez, Sariel! ¿Qué te pasa? La voz venía justo detrás de ti, era imposible fallar”.

Sin soltar el mango se colocó de frente al muro y de un solo movimiento la sacó. Un hueco quedó… pero nadie recibió la herida.

Con la espada en la mano se dirigió a la entrada de su habitación, sin sentir temor. Se agachó al lado de la puerta y de una caja de madera sacó un vestido verde con el que se vistió sin soltar su arma.

- No juego con enfermos como tú. Si quieres quedarte, hazlo. Si quieres ver mi cuerpo tendrás que quitarme este vestido tú mismo.

Se acercó nuevamente a su cama y se quedó de pie mirando hacia el muro que tenía en frente. Con un movimiento sutil comenzó a quitar la tapa de barro que cubría la vasija en la que aún tenía guardada la espada errante que utilizó en el rito de la encarnación de Jhor. A un errante no se le podía herir con las armas de los mortales, sino con sus propias espadas. Si el errante estaba en su habitación, se encargaría de matarlo aunque ella recibiera después la muerte de manos de Mila. Con el mango de la enorme espada en su mano derecha y la otra espada en la izquierda preparó su mente una vez más para…

- ¿Por qué quieres hacerme daño, Sariel?

Para cuando la voz terminó de hablar, Sariel ya le había arrojado su espada y roto la vasija en la que se encontraba el arma de los errantes; saltando hacia atrás con la espada en ambas manos se pegó de espaldas nuevamente en una de las esquinas.

- Porque odio a los hombres que como tú sólo quieren…

Sariel dejó de hablar… Empuñó la espada con toda su fuerza y la colocó en posición perpendicular a su cuerpo, lista para encajarla en el hombre que por fin se había mostrado.

En la esquina opuesta, directamente sobre el muro, se dibujó la silueta de un hombre alto y fuerte. El intruso salió del muro como si lo hubiera atravesado pero no podía distinguir ni su rostro ni su vestimenta; lo único que lo distinguía de un dibujo, era una larga cabellera lacia de color blanco que le llegaba hasta el pecho. Era un cabello perfecto como ella no había visto jamás ni en hombre, ni en mujer. La forma en que le caía sobre la cabeza era lo único que le daba una idea de a dónde miraba esa extraña figura… y la miraba directo a ella.

- Si avanzas un solo paso más –le dijo susurrando enfurecida-, te juro que mis ojos serán lo último que verás.

El hombre se detuvo en ese momento sin responder a sus palabras.

- ¿Por qué temes, Sariel?

- Eres tú quien me teme. Mírate. Te ocultas en la oscuridad de la noche…

Un relámpago iluminó la habitación y lo que Sariel vio fue lo más extraño que jamás había visto. La luz iluminó la blanca cabellera de ese hombre pero su cuerpo siguió oculto en un color negro tan profundo como la noche misma.

“Imposible. La luz tuvo que haber revelado el color de su ropa y al menos las facciones de su rostro…”

Fue hasta entonces que Sariel se dio cuenta de que la voz que había escuchado no correspondía con la del errante. La de ese hombre era grave también, pero tenía una dulzura especial que el errante no podría haber fingido.

- ¿Quién eres? –le preguntó sin bajar la pesada espada.

- Me lo preguntas, no sin antes poder dar, tú misma, respuesta a tu propia pregunta.

- Yo sé quién soy, ¿quién eres tú?

- ¿Tan segura estás de tu respuesta?

“Calma, Sariel. No has dormido en dos días por culpa de los preparativos de la coronación. Tal vez todo esto sea producto de tu imaginación.”

- Si fuera así –le dijo inmediatamente el hombre-, ¿por qué apuntarle con esa espada a tu propia conciencia?

Sariel se desconcertó de repente. ¿Cómo había hecho para saber lo que había en sus pensamientos?

“Eso es imposible. Ni siquiera el errante puede entrar en la mente de los demás… aunque...”

Aguardó unos segundos y después volvió a hablar en su mente.

“Si en verdad puedes leer mi mente, dime…”

- ¿Qué, Sariel? ¿Qué quieres que te diga?

Sariel no lo podía creer.

- ¡¿Quién eres?! –le gritó llena de rabia.

- No seré yo quién te lo rebele, sino aquél a quién te obligarán a asesinar mañana.

Sariel comenzó a avanzar hacia él con la espada apuntándole directo al corazón, hasta que la espada estuvo a sólo dos centímetros de su objetivo. Más relámpagos cayeron en ese momento, sólo para confirmar sus sospechas… ese hombre era completamente negro y sin rostro… como si no existiera más que su cabello.

- No quiero esperar. Dímelo ahora.

- Si me niego… ¿me atacarás?

- Sí –respondió sin titubear.

- Me niego entonces.

Pero cuando Sariel quiso atacarlo su cuerpo se paralizó. Luchaba tratando de encajarle la espada en el corazón pero su fuerza, que había destrozado a tantos animas y hombres era insignicante al lado de ese poder desconocido.

- ¡¿Por qué no peleas como un verdadero hombre?! ¡Suéltame, maldito!

- No soy yo quien te detiene.

- ¡¿Entonces quién?! –gritaba mientras trataba de recuperar el movimiento.

- Ellos.

Por el movimiento de su cabello, Sariel se dio cuenta de que el hombre miraba en todas direcciones. Había sido de pequeña, pero ahora que lo sentía nuevamente, el estómago se le revolvió. Un terrible escalofrío le recorrió el cuerpo cuando vio a ese hombre apuntar con su cabeza alrededor de ella. La última vez que sintió un temor así fue cuando tenía cinco años y su captor amenazaba con matarla después de haber asesinado a su tía.

El movimiento volvió a ella, pero no como hubiera deseado. La espada, junto con todo su cuerpo comenzó a temblar. Lo que realmente le asustó fue escuchar a ese hombre emitir un sonido. ¿Habría sido una voz, un gemido, un suspiro? Sariel no podía saberlo, jamás había escuchado algo así, pero al instante recuperó el movimiento otra vez.

La espada cayó por su propio peso, y de la misma manera lo hizo su cuerpo. Ahí, arrodillada y con un temblor que le recordaba a la primera vez que sintió amenazada su vida, escuchó la misma palabra…

- Mírame.

Esta vez Sariel obedeció. Levantó su cabeza y observó esa misteriosa cabellera blanca, como si flotara sobre un cuerpo al que ella no podía ver.

- ¿Quién eres? Por favor… dímelo… –le preguntó con voz temblorosa.

- Levántate.

Y Sariel obedeció. El hombre era unos veinte centímetros más alto que ella. Hipnotizada por ese cuerpo sin rostro ni color comenzó a mirarlo de pies a cabeza, pero si no fuera por la extraña cabellera, podría haber jurado que se encontraba frente a una silueta y no frente a un hombre.

- ¿Por qué ocultas tu rostro?

- No soy yo, Sariel, quien lo oculta…

Sariel sintió nuevamente un escalofrío…

- … sino ellos…

Y viendo cómo la cabellera se movía apuntando a su alrededor Sariel sintió que los escalofríos le destrozaban el cuerpo. Tartamudeando, volvió a hablar.

- ¿Y… qui… quienes… quienes… quienes son ellos?

- Los demonios que te han poseído.

La mente de Sariel quedó en blanco, miró a ambos y aunque la habitación estaba vacía sintió temor.

- Aquí... aquí... aquí no hay... nadie...

- ¿Tan segura estás?

La nariz de Sariel comenzó a detectar en ese momento un olor a podredumbre tan fuerte, que su cuerpo comenzó a sentir náuseas.

- El único demonio que hay aquí... eres tú. Múestrame tu rostro -dijo tratando de recuperar su fortaleza.

- Frente a tí, mi rostro está, pero verlo te será imposible hasta que los demonios que habitan en tí abandonen tu cuerpo

- No soy ralí, los demonios de Ralos no pueden atacarme...

- Los demonios, hija mía, no tienen nacionalidad.

- No estoy atada a las leyes de los dioses ralís...

- Pero lo estás, a las de tu Dios.

- Yo no tengo más dios que mi ama y señora.

- Te equivocas. Tu Dios te ama y por eso quiere liberarte de los demonios que te han poseido desde el día en que naciste.

- ¿Qué demonios son estos de los que hablas? Yo no veo nada. Si están aquí... entonces muéstramelos.

- Cierra tus ojos.

Sariel obedeció.

- Mira a tu derecha.

- Mis ojos están cerrados...

- Tus ojos -le interrumpió-, no pueden verlos en su verdadera naturaleza. Si en verdad deseas verlos, dejaré que lo hagas... pero lo que verás será dificil de comprender para tu mente mortal.

- ¿Y cómo puedo estar segura de lo que veré? Puedes entrar en mi mente y tal vez pongas las imágenes ahí.

- Yo no puedo engañar, Sariel.

- ¿Por qué?

- Porque el engaño es desconocido para mi naturaleza.

- ¿Y cuál es esa naturaleza?

- La que tu Dios ha creado para mostrarte la verdad que se te ha negado. Cuando libere tu alma de tu prisión mortal podrás verla, al igual que la de los demonios a tu alrededor.

- Veré entonces lo que me muestres... pero no creeré.

- Haz entonces como te he dicho y mira a tu derecha.

Y fue entonces que sin poder explicarlo, Sariel vio frente a sí al hombre que tenía en frente detrás de una barrera. El extraño muro era de color negro, pero detrás podía apreciar una luz muy ténue de color blanco que rodeaba la figura de un hombre. Llevada más por su curiosidad que por su propio interés volteó a su derecha…

Gritó con todas sus fuerzas pero sus ojos no se abrieron y su corazón siguió mirando a los seres que se encontraban justo a su lado. Era la segunda vez que la gran Sariel, la esclava de sangre fría gritaba llena de terror.

- Mira a tu izquierda –escuchó a lo lejos la voz de ese hombre.

Sariel se tiró al piso al descubrir que alrededor suyo, y pegada a ella, llenando toda la habitación había decenas o tal vez cientos de esas creaturas a las que la mente mortal no podría describir. Gritó y tambaleándose trató de alejarse… pero no tenía lugar a donde escapar. Los cuerpo, si podría decirse de esa manera, se apretaban contra ella, abrazándola sin que pudiera moverse hacia ningún lado. Todos gritaban con sonidos desconocidos para ella; el olor a putrefacción aumentó, contaminando todo el aire que respiraba.

- Mírate –le dijo por último el hombre, cuya luz ya había desaparecido detrás de los cientos de demonios que trataban de devorarla.

Sariel se miró el abdomen y vio con horror que de ella misma salían los demonios, pero eso no fue todo. Su hermosa piel se había transformado en algo indescriptible para ella… Con todas sus fuerzas arrojó como pudo a los demonios. Con lo que podrían haber sido sus brazos y piernas los hacía a un lado tratando de llegar a la salida… Era una tortura no poder ver con sus propios ojos, pues era su corazón el que miraba y su corazón no tenía párpados con qué cubrirse de tan horrorosa visión.

Haciendo un último esfuerzo quitó a los demonios que se encontraban obstruyéndole el paso. Fue hasta entonces que tuvo un espacio libre para correr y no desaprovechó su oportunidad. Con demonios colgando de todo su cuerpo llegó hasta la puerta pero para su sorpresa, ésta había desaparecido. En su lugar había un espejo en el que se pudo contemplar a sí misma. Observó el reflejo de todos los demonios que se abrazaban sin cesar a ella, peleándose por tocarla y devorarla… pero cuando se miró…

El grito fue tan fuerte que el espejo se rompió y en ese momento todo terminó.

Se encontró en el suelo frente al misterioso hombre. Sus manos tenían sangre y montones de cabello que se había arrancaba ella misma de la cabeza. Desesperada seguía gritando encajándose las uñas en el rostro, viendo su propia sangre contaminar la belleza que tantos hombres deseaban.

El hombre se agachó frente a ella y aunque no la tocó, Sariel sintió unas manos sobre sus hombros. Con la agradable fragancia que comenzó a llenar la habitación y los sonidos que salían de ese hombre, su corazón comenzó a sentirse en calma otra vez, no sin antes sentir desgarrarse su garganta de tanto gritar.

- ¿Qué viste? –le dijo el hombre con su dulce voz.

Tardó aún varios minutos más en calmarse. El dolor que sentía por todas las heridas que se había causado comenzó a desaparecer, la sangre se convirtió en un líquido transparente del cuál emanaba la delicada fragancia cuyo aroma jamás había olido.

- Cuando te miraste… ¿qué viste?

El hombre acercó esta vez su mano a su rostro, pero sin tocarla comenzó a acariciarla. Unas cuantas caricias bastaron para curar sus heridas y hacer que el dolor desapareciera por completo. Su corazón se sintió en paz y ella se sintió nuevamente tranquila… y así respondió.

- Me ví entre los demonios.

- Y… ¿te viste?

- Si.

- ¿Qué viste, hija mía?

Una lágrima le salió de los ojos pero conteniendo el llanto respondió…

- Yo… era… una de ellos…

Y sin poder evitarlo más rompió en llanto.

- ¡YO ERA UN DEMONIO!
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mie Jun 25, 2008 5:15 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
Se levantó de inmediato y caminando hacia atrás chocó contra uno de los muros gritando una y otra vez inmersa en su propio espanto. Se llevó las manos al rostro tratando de cerrar por la fuerza sus ojos, sin embargo, la imagen que recordaba del espejo seguía ahí. Viéndose así, con una apariencia demoníaca tan despreciable se sintió deshecha.

- Sariel… -dijo el hombre acercándose.

- ¡Aléjate de mí! ¡¿Qué me has hecho?!

- Hija mía, yo no he…

- ¡No me llames así!

- Pero Sariel…

- ¡Basta! ¡Lárgate de aquí y llévate contigo a estas bestias que has arrojado sobre mí! ¡Libérame de esta maldita visión y lárgate!

- Sariel…

Pero ella no lo escuchaba. Nunca se había sentido tan desesperada en su vida. El olor a putrefacción y la visión de los demonios la tenían deshecha. En un principio había pensado que lo que vería serían sólo mentiras, no creía que en verdad existieran demonios a su alrededor o dentro de ella, pero después de verlos, después de sentir su presencia tan real en su interior… creyó en lo que había visto.

- ¡¿Quién eres?! ¡¿Eres acaso uno de los dioses de Ralos?! ¡No soy ralí! ¡¿Qué ganancia puedes tener al torturar a alguien como yo?!

- Es Dios quien me ha enviado para salvarte y no para torturarte, hija mía… -la voz del hombre sonaba con una amarga tristeza.

- ¡¿Salvarme?! ¡Yo estaba bien! ¡No necesito que me salves! ¡Necesito que te largues de aquí con las maldiciones que has traído contigo!

- ¿Es qué no lo ves, Sariel? No he sido yo quien te ha rodeado de demonios… eres tú la que los mantiene consigo. Yo sólo quiero ayudarte a…

- ¡Cállate! ¡No quiero escuchar más de tus mentiras!

- Pero hija…

- ¡Lárgate de una vez y déjame en paz!

El color blanco sobre la cabellera de ese hombre comenzó a atenuarse.

- Tu Dios te ama Sariel… no lo olvides…

Y cuando la cabellera desapareció… también ese misterioso hombre.

Sariel tomó las vasijas que tenía a ambos lados y las arrojó contra los muros. Tomó la espada errante del piso y con ella comenzó a atacar al muro donde se encontraba la entrada de su habitación.

Ésta se iluminó con las chispas que salían del roce de la espada contra la dura roca de ese muro, que a diferencia de los demás, no había sido construido con caliza. Gritando y liberando su ira con sus feroces movimientos, su cuerpo comenzó a sentirse agotado. Por más que intentaba, no podía alejar de su mente la imagen del demonio en que se había visto convertida. ¿Qué clase de hechicería había sido lanzada sobre ella? Tal vez las cientos de almas de los hombres y mujeres a los que había matado se habían unido contra ella y habían derramado una maldición de la que no sería fácil liberarse.

Cuando sus fuerzas no pudieron más tomó la espada con su mano derecha y arrastrándola por el piso mientras caminaba hacia atrás, se sentó en su cama y observó lo que había dejado grabado en el muro…

- No… no… no… ¡NO!

Y gritando arrojó la espada.

- ¡¿Qué me han hecho?!

En el muro estaba grabado, por su propia mano, el nombre prohibido…

En cuanto Sariel lo leyó, las dos ventanas de madera, que se azotaban por la tormenta, se rompieron en pedazos y un fuerte viento entró, arrojándola sobre la cama…

Lo último que Sariel pudo pronunciar antes de desvanecerse fue…

- … estoy maldita…
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mie Jun 25, 2008 5:24 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
CAPITULO 21

“- ¿Se ha ido?

- No. Sigue con ella y nunca se apartará de su lado.”

Mila, vestida con una túnica de lino blanco, se levantó de la cama al escuchar en su mente la respuesta a su pregunta.

“- ¿Qué le ha dicho?

- Nada. Tu esclava no es la de antes. Su mente está perturbada por la ira y venganza que ha guardado desde pequeña. Se ha negado a escucharlo, pero él no se negará a abandonarla.

- ¿La ha tocado?

- Se lo he impedido.”

Mila recorrió la larga habitación donde ahora habitaba, era la misma donde sus padres, así como todos los reyes, antes que ellos, habían vivido durante su reinado. Se acercó a una de las ventanas, desde donde podía apreciar la tormenta que azotaba a Ralos. Justo unas horas antes, su pueblo había volcado su ira contra los romanos y los habían matado a todos. ¿Por qué si sus planes iban tan bien, tenía que surgir esa complicación?

“- ¿Le ha dejado algún mensaje?”

La voz tardó en responder.

“- No –respondió finalmente.

- Siempre deja un mensaje, Sariel no puede ser la excepción.

- Sariel es la única excepción que existe en toda Ralos. El Mensajero lo sabe…

- ¿Sabe que estás aquí?

- Sí.

- ¿Te puede expulsar?”

Mila miró de reojo la entrada de su habitación. Dos grandes hojas de madera conformaban la entrada y en ellas, pintado con gran elegancia se encontraba el escudo de Ralos. Contemplando el emblema de su nación, supo que tal vez había subestimado el poder de las antiguas leyendas.

“- No respondes –dijo Mila en su mente.

- Sólo Aquél que lo ha enviado tiene el poder para hacerlo.

- ¿Y por qué no lo hace?

- Si tú, Mila, fueras una diosa… ¿acabarías con el mal? ¿Crearías un mundo perfecto donde todo fuera felicidad?”

Mila regresó su mirada hacia la tormenta.

“- El mal es parte de los mortales, si acabara con él… acabaría con este mundo.

- Exacto. La felicidad es la recompensa por sobrevivir a las tentaciones que el mismo hombre pone sobre sí. No es malo lo que hacemos… es… otra forma de hacer maldad. Por eso Aquél, a quien El Mensajero obedece no puede interferir en nuestros planes.

- Tu respuesta me complace. Dime ahora qué debo hacer con mi esclava.

- Mátala.”

Mila se alejó de la ventana y caminando lentamente por la habitación, meditó sobre la respuesta que había obtenido. Bajó su mano hasta su muslo derecho donde llevaba un cinto de cuero en el cuál llevaba la daga que había tomado de la pierna de Sariel. Al tocar el mango de la daga lo acarició... y de pronto lo apretó con fuerza.

“- Permíteme ponerle una última prueba, pues ella ha sido durante varios años mi único deseo. Todas las mañanas, desde su llegada a Ukzur la he mandado a matar prisioneros para endurecer nuevamente su corazón. Hay uno en particular que he dejado con vida…”

La voz le respondió con una risa maligna.

“- … sabes de quién hablo, pues Tú todo lo sabes.

- Sí. Has elegido bien.

- Si lo mata… será mía y si no... podrás hacer con su espíritu lo que quieras…

- Que así sea entonces, Mila, Reina de Ralos.”

Y la voz desapareció de su mente.
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mie Jul 02, 2008 5:52 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
CAPITULO 22

Viéndose así, con el velo entre las manos no pudo evitar soltar una lágrima de tristeza.

Aquél día en que Mila le había impuesto su uso obligatorio fue uno de los más dolorosos de su vida. Fue después de la celebración del Ébitrus (la máxima fiesta en honor a Ebém, que se celebraba en el interior del Gran Templo de Ukzur el primer día del el mes Ianvarivs).

“Aún lo recuerdo.

Entramos en su habitación y fue la primera vez que me abofeteó.

- ¡¿Quién eres tú sino una esclava que ni siquiera sabe quiénes fueron sus padres?! ¿Cómo te atreves a hacerme esto, Sariel?

- Pero Mila, ¿de qué hablas?

- ¡Mi Señora! De ahora en adelante te dirigirás a mí como ‘Mi Señora’, ¿has entendido?

Sus ojos irradiaban una furia como jamás había visto. Intenté hablar con ella pero lo único que recibí a cambio fueron más golpes de su parte.

- ¿Por qué dices estas cosas? ¿Por qué tratas de herirme? Todos estos años has sido como una hermana para mí, Mila. Sabes bien que no tengo familia y sin embargo usas esta verdad para lastimarme… ¿por qué? Yo no te he hecho ningún mal.

- ¿Ningún mal?

Nunca olvidaré esos ojos y esa voz que me interrogaba con desprecio. Se me acercó y me tomó de los hombros acercando su rostro al mío.

- Sariel… Yo soy la princesa de Ralos, soy hija de reyes y del mismo dios Ebém, a cuya festividad asistió toda la gente de Ukzur y otras regiones… y sin embargo…

- ¿Qué Mila?

- … sin embargo, todos te admiraron a ti, en vez de admirarme a mí…

No lo podía creer. Esta maldita belleza se tornó en mi contra, quitándome al único ser que había amado hasta entonces. Era mi amiga, mi hermana… mi compañera, pero después de ese día todo cambió por culpa de este maldito rostro, del cual, ni siquiera se su origen.

- Mila, no puedo creer lo que estás diciendo. Hombres y mujeres saben que tú eres la mujer más hermosa de Ralos. Nadie se atrevería a ponerlo en duda.

- ¡Cállate!”

Sariel dio un ligero brinco al recordar el dolor que sintió al ver a Mila gritarle directo al rostro, sacudiendo su cuerpo de un lado a otro para arrojarla finalmente contra el muro de la habitación en que había sido tan feliz por cinco años.

“Me sentí desgarrada. Mejor hubiera sido que me golpeara en el rostro hasta desfigurármelo y hacerme la mujer más horrible de esta nación. Pero ese día, mi compañera murió y en su lugar sólo quedó este detestable ser que es ahora.

- ¿Qué puedo hacer –le decía entre lágrimas- para que me perdones por tener este maldito rostro al que tanto detesto? Mila, te lo pido… por favor… dime lo que quieres que haga y lo haré…

Y su mente no tardó en encontrar el castigo perfecto para mí. Esa mujer que una vez me dijo que me amaba me impuso el castigo más deshonroso que jamás pude imaginar”

Con ambas manos tomó el velo y lo apretó con deseos de destruirlo. Cerró los ojos intentando calmarse, pero los recuerdos le habían desatado una furia terrible.

“- De hoy en adelante, serás mi esclava… en todos los sentidos, Sariel…

- Lo seré, Mila…

- ¡Mi Señora! –Me gritó con tanta fuerza que, no pude evitar llorar al verla transformada de esa manera- Jamás vuelvas a dirigirte a mí por mi nombre…

No pude responderle. Me rompió el corazón... Mejor hubiera sido seguir los consejos de Kublai… nunca debí sentirme amada ni querida por nadie. El amor sólo me ha dado odio y dolor como recompensa…

La ví alejarse de mí y abrir una caja de madera que guardaba dentro de una vasija. Yo la miré con temor… pero no quise volver a hablar, sabiendo que sólo haría que se enfureciera más conmigo.

- Este… será tu castigo…

Se acercó a mí con la pequeña caja y extendiéndola para que la tomara me di cuenta de que yo… Sariel… jamás sería feliz en este mundo.

Tomé la caja, faltando poco para que la tirara pues no podía evitar los violentos temblores que acecharon a mi cuerpo en ese momento… Estuve así por varios minutos sin atreverme a abrirla hasta que sus gritos desesperados me obligaron a hacerlo, y ahí estaba…”

Sariel abrió nuevamente sus ojos para contemplar entre sus manos el símbolo de su perdición.

“Grité desesperada.

- ¡Mila no puedes hacerme esto! ¡Yo te amo, ¿no lo ves?! Mi vida es tuya y mi corazón también, ¿cómo puedes obligarme a hacer esto? ¿Acaso no dijiste que me amabas también? ¿Acaso no dijiste que me harías feliz?

- Y te amo Sariel… pero…

Supe que decía la verdad por el tono de voz y por el gesto que hizo al responder, pero era como si un demonio hubiera entrado en ella y la hubiera poseído. Al escuchar su voz relajarse tuve la esperanza de que cambiara de opinión, pero sus demonios surgieron y volvió a mirarme con esos ojos llenos de odio.

- … debo tomar mi lugar como Princesa de Ralos… y tú debes tomar el tuyo… como mi esclava.

- Mila… Mila… -le decía entre sollozos sin poder alzar mi voz más allá de lo que mi dolor me permitía- … … ¿cómo puedes… hacerme… … esto?

Y me derrumbé cayendo de rodillas ante ella. Me abracé de su cintura y dejé que mis lágrimas hablaran por mí, pues la voz me abandonó por completo…”

Y nuevamente Sariel cayó de rodillas en su habitación, rompiendo en llanto por el dolor que entraba en su corazón, tal como lo había hecho aquel día.

“Me tomó de la cabeza, no con amor, sino con desprecio… y me arrojó al piso como si fuera el más impuro de los animales de su nación.

- Basta ya, Sariel.

No podía levantarme. Mi corazón se destrozó y de pronto me vi perdida otra vez: sin familia, sin nadie en quién confiar… sin nadie a quién amar… sin nadie que me amara.

Supe que me detestaba porque ni siquiera se atrevió a volverme a tocar. Me dejó tirada y a gritos me obligó a levantarme. Y cuando estuve de pie otra vez… lo ví tirado en el piso…

- Ese será tu castigo, Sariel. Ese velo cubrirá tu rostro siempre que estemos juntas frente a cualquier varón. Sólo cuando estemos solas, o en presencia de quienes yo te indique podrás quitártelo…

Quise gritar nuevamente que me perdonara, pero no pude…

- … Jamás volverás a llamarme por mi nombre, pues tu sangre es impura e indigna de su pronunciación.

Se acercó a mí y me susurró algo al oído que sólo días después pude recordar.

- Te amo Sariel, pero siempre serás inferior a mí.

Me besó en la frente y abandonó la habitación, dejándome ahí sola, con el objeto que he maldecido y maldeciré siempre… ¡Este maldito velo!”

A punto estuvo de arrojarlo pero la obediencia a su ama fue más fuerte.

Sólo las sacerdotisas debían cubrir sus rostros, al igual que sólo los niños de doce a quince años podían llevar la cabeza sin cabello; cualquier otro que violara esa regla era considerado impuro ante los dioses y detestable ante los ralís.

Las sacerdotisas se consagraban en cuerpo y espíritu al dios, y ante él solamente podían descubrirse pues sus cuerpos le pertenecían sólo a él. Ser una de ellas era una bendición que venía directo del poder de Ebém, quien las elegía y apartaba de las demás ralís para que sólo él pudiera admirar su belleza; ningún hombre podía verlas ni tocarlas, sus atuendos cubrían perfectamente toda su piel y cabello mientras que su rostro se ocultaba siempre bajo el velo que les caía desde la cabeza hasta la cintura. Ellas eran amadas, eran especiales y mujeres admirables, pues además de su belleza eran guerreras perfectas y mujeres cultas en las tradiciones del dios; si alguien se atrevía a decir o hacer algo ofensivo contra ellas, merecía, de acuerdo a la ley de Ralos, la muerte inmediata. Así eran ellas, así era su tradición… pero ella, Sariel… era la única que llevaría la marca de la impureza durante toda su vida.

Llevar el rostro cubierto era la peor vergüenza para una mujer y la mayor humillación que podían sufrir en la tierra de Ralos... Nunca antes se había visto algo así. Sariel era la primer mujer que, desde los doce años, llevaba esa marca. Mejor hubiera sido la muerte...

Sariel se levantó. Tomó el velo con ambas manos y se lo colocó sobre la cabeza. Deseaba morir, pero las enseñanzas de su captor la habían hecho orgullosa, incapaz de llevar acabo semejante traición contra sí misma, aunque...

Se colgó sus armas y una vez que estuvo completamente vestida se paró frente a la puerta. Cerró los ojos y trató de sentir todo el odio que había guardado durante todos esos años. El odio la salvaría...

- Estoy lista -dijo con voz calmada.

La puerta se abrió. Siete sacerdotizas armadas entraron en la habitación.

Sariel pasó en medio de ellas mientras éstas se formaban a su alrededor para escoltarla. Antes caminaban a su alrededor y se sentía orgullosa, se sentía como una reina en medio de ellas, pero las cosas habían cambiado... ahora ya no la admiraban: la detestaban, y la escoltaban no como su superior, sino como prisionera.
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
anita bonita
Constante


Registrado: 16 May 2008
Mensajes: 509
Ubicación: Mexico

MensajePublicado: Mie Jul 02, 2008 11:14 pm    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

holaaaaa Endor como estas amiguito Laughing pero que historia!!!! Surprised y mira que tomarte el tiempo de escribirla tambien aqui ya la habia visto en tu pagina, pero no aqui que barbaro que lindo chico eres Laughing que padre que hagas esto para que tambien estemos leyendo dia a dia asi ni se siente y sobre todo cuando no tenemos mucho tiempo muchas graciasssss!!! Very Happy te mando muchos saludos y un beso pronto nos veremos en la reunion sale!!! tu siguele echando ganas a la novela eeeehhh!!! que aqui estaremos pendiente de tan buena historia Very Happy
_________________
Dios nos da la sabiduría para descubrir lo correcto,
la voluntad para elegirlo y la fuerza para hacer que perdure...
y sin duda lo hizo con nosotros y espero nos acompañe siempre... te amo Daniel
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Enviar email MSN Messenger
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Jue Jul 03, 2008 6:25 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

ay anitaaaaaaa que bonitaaaaaaaaa (oye si rima! jajaja)

pues que bueno que andas por acá mi queridísima y estimadísima y co-fundadorísima de nuestro famosísimo club Smile Que bueno que te guste la historia y pos ya sabes que aquí o en la otra página te esperamos con todo gusto. Oye y sí, ya mero nos vemos, qué alegría... o no? jajajaja

Cuidate mucho y gracias por tu comentario, te mando un besísimo!
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Jue Jul 03, 2008 6:41 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
“Mira el temor de Mila y siéntete orgullosa de poder influenciar de esta manera la seguridad del palacio. Siente orgullo al ser la máxima amenaza de este maldito lugar”

Sus pensamientos eran verdaderos. Nunca había visto que se tomaran tantas precauciones para escoltar a ningún criminal. Afuera de su habitación había al menos veinte sacerdotisas armadas con espadas, vigilándola en todo momento, en caso de que quisiera rehusarse a seguir el camino que le indicaban, pero eso no era todo.

La habitación en que se encontraba prisionera, se situaba en la parte más alta del Palacio, esto con el fin de hacerle más difícil cualquier maniobra de escape, ya que ahí sólo tenía dos maneras de huir: saltar al vacío o tratar de bajar por las escaleras vigiladas por más de doscientas sacerdotisas. No había, en el recorrido que efectuaba todas las mañanas, ni un solo punto que no estuviera custodiado por las guerras del dios… simplemente le era imposible escapar.

“Guarda tu ira, Sariel. Pronto podrás descargarla, matando a algún infeliz al que Mila ha preparado para ti. Toda tu fuerza, toda tu ira serán descargadas sin piedad sobre tu víctima. Toma tu tiempo, tortúralo como sólo tú puedes hacerlo y descarga en él todo el sufrimiento que te han hecho pasar.”

Después del ritual en que el errante devolvió la vida a Jhor, Mila no dejó de recriminarle el hecho de haber dudado en matar al prisionero. Alegaba que no era la misma de antes, que su mente estaba distraída y que su corazón no era tan frío como solía ser. Fue por eso que la confinó a esa habitación, lejos de su presencia, obligándola todas las mañanas a bajar a las catacumbas para matar prisioneros. La Reina creía que si la obligaba a matar podría endurecer nuevamente su corazón, pero no se daba cuenta de que ni siquiera Sariel, la perfecta asesina, podría contener tanto odio en su perturbada mente.

“Concéntrate en odiar a tu víctima y te sentirás mejor. Haz realidad tu venganza en su cuerpo y destroza su mente como lo han hecho contigo.”

Pensar de esta manera le comenzó a devolver la confianza que necesitaba para llevar a cabo lo que se exigía de ella. Con cada paso que daba sentía cómo las miradas de las sacerdotisas la seguían sin perderla de vista, incluso los guardias y los demás esclavos de los niveles por los que iba descendiendo, dejaban de hablar y murmurar cuando ella pasaba.

“Eres una leyenda. Hoy y siempre, Ralos recordará tu nombre con temor y sentirá escalofríos al escucharlo. No habrá hoy ni en el futuro, ralí alguno que muera sin haber escuchado la Leyenda de Sariel, la gran guerrera y asesina de Ralos.”

Gracias a esos pensamientos, el descenso al cuarto nivel de las catacumbas no se le hizo tan largo como otros días. Apenas pisó ese nivel se llevó las manos a la cintura para tomar los mangos de sus dos sables, sin embargo… las sacerdotisas dieron vuelta hacia la escalera que llevaba a los niveles más bajos.

“Excelente. Esto era lo que necesitaba. Me llevan al séptimo nivel, a la celda veintiocho. No puedo negarlo, esta vez tengo que agradecerle a mi señora el que me conceda terminar con tantas vidas. Así podré liberar todo esto que siento con mayor placer.”

El séptimo nivel era el lugar más oscuro del Palacio, un lugar al que muy pocas veces había ido, y es que esa celda era especial.

Muchos no lo sabían, pero Sariel, con su mente brillante, sabía perfectamente el propósito de esa celda y el por qué de su singular figura. Con el tiempo, se había dado cuenta que cuando se coloca a un preso en una celda rectangular sin luz, éste tiende a pegarse a los muros, en un intento por determinar el espacio en que se encuentra encerrado. Al no poder ver, tiende también, a alejarse del centro y busca más bien el refugio que dan las esquinas, esto le da la sensación de estar protegido al no poder ver lo que hay en la habitación ya que el contacto con el muro le ayuda a mantenerse orientado y lúcido. Caminar con la mano pegada al muro le permite, además, calcular la distancia que hay de un muro a otro y las dimensiones de su prisión. Era un comportamiento extraño, pero por su experiencia, Sariel había notado que todos sentían mayor seguridad al conocer el lugar en que permanecerían encerrados.

La celda del séptimo nivel, la celda veintiocho como la llamaban por su tamaño, rompía esas reglas por completo. Era un círculo de veintiocho metros de diámetro hecho con piedras sin pulir. Por su dimensión tenía la capacidad de albergar a más de un prisionero. El máximo número de criminales, que Sariel sabía que habían muerto ahí, era de ciento cuarenta. Todo el que entraba ahí moría en un plazo no mayor a los veintiocho días. Con cierta ironía, la gente solía decir que la celda tenía un metro por cada día que los prisioneros perdían la razón, pues los que no morían por padecimientos físicos, lo hacían por locura en ese lapso de tiempo.

En un lugar así, la sensación de espacio se perdía, pues aunque el prisionero recorriera todo el muro, sería incapaz de determinar la dimensión de la celda. Sariel había observado que ese tipo de desorientación era una tortura mental infalible para romper a cualquier hombre. Despegarse del muro era la muerte, pues se perdía toda noción de seguridad. Los prisioneros solían extender los brazos y caminar agachados moviendo sus manos de un lado a otro en un intento por establecer rutas para caminar ya que en esa celda, a diferencia de las demás, los prisioneros no podían permanecer quietos en un solo lugar. Sariel ignoraba la razón de tal comportamiento, pero después de haberlo visto en cientos de prisioneros, entendió que todos reaccionaban de la misma manera.

“¿Qué mejor oportunidad para vengarme, que matando a esos infelices uno por uno?”

Descender hasta esa celda era más tardado pues la escalera que bajaba en espiral se reducía de tamaño, por lo que las sacerdotisas tenían que acomodarse para no darle oportunidad de desenfundar sus armas y atacarlas. Sariel sabía que en ese lugar sería fácil acabar con todas ellas pero no era esa su intención; matándolas sólo agravaría más su situación, pues salir de ahí le sería aún más dificil que saltar de la torre del Palacio. Sonrió para sí misma, observando bajo la luz de las antorchas los cuerpos de esas mujeres con sus espadas en mano, temerosas por darle la espalda.

Y por fin llegaron a la puerta detrás de la cual se encontraba la celda.

El número de sacerdotisas que la escoltaban era más numeroso que cuando había salido, ahora eran treinta y cinco las guerreras que la vigilaban. Mila debía tenerle mucho temor a sus habilidades como para disponer de tanta seguridad sólo para mantener cautiva a una sola mujer.

Con gran esfuerzo, las dos sacerdotisas que estaban en la puerta, lograron abrirla después de jalar con fuerza las dos gruesas hojas de metal. Cuando la celda estuvo abierta, las siete guerreras detrás de ella la obligaron a entrar, pero no era necesario, ella caminaba por su propia voluntad pues lo que más quería en ese momento era saciar su sed de sangre. Una vez en el interior, una de las sacerdotisas le aventó desde afuera una antorcha que cayó casi en el centro de la celda. Después… cerraron la entrada.

Traicionada por su propio odio, fue hasta entonces que Sariel se dio cuenta de la trampa en que había caído.

“¡Maldición! ¡La celda está vacía! ¡Me han encerrado!”

Pero ocurrió entonces lo más inesperado que jamás hubiera podido imaginar.

A su lado derecho escuchó un ligero murmullo. Quién quiera que fuera no se trataba de un criminal común, pues la voz no pertenecía a hombre o mujer… sino a un niño.

“Imposible, ni siquiera Mila se atrevería a arrojar a un niño a este lugar.”

Aunque era una asesina que no se tentaba el corazón para matar a sus víctimas, Sariel tenía presente que jamás lastimaría a un niño, tal como Kublai había respetado su vida. Una cosa era matar a un hombre, pero algo que no tenía perdón para ella era lastimar a un pequeño, pues ella había vivido esa sensación y era algo que no deseaba hacer sentir a ningún niño.

Con precaución se acercó al centro de la celda donde estaba tirada la antorcha. La tomó con su mano derecha y la apuntó en la dirección de la que provenía el murmullo. La voz era tan débil que no le era posible adivinar qué era lo que decía, aunque por la entonación se imaginaba que el niño estaba rezando.

Poco a poco comenzó a avanzar en la penumbra tratando de vislumbrar la figura del prisionero. Lentamente deslizaba sus pies, manteniéndose alerta en caso de que todo eso fuera una trampa, aunque sus sentidos le decían que no había nadie más en ese lugar.

Cuando estuvo a sólo seis metros de él… lo vio.

En efecto se trataba de un niño. Estaba en cuclillas abrazando sus piernas con la cabeza agachada.

“¿Cómo te has atrevido a hacerle esto a un niño, Mila? ¿Hasta dónde es capaz de llegar la maldad de tu corazón?”

El niño, que por su figura parecía tener sólo cinco años, tenía la cabeza rapada. A su edad, eso significaba que era impuro ante los dioses, pero, ¿qué crimen podría haber cometido a esa edad? Lo que Mila había cometido con él era una humillación tan grave como la que cometía con ella al obligarla a llevar su rostro cubierto por el velo.

Se acercó un poco más, dándose cuenta de que el prisionero no se había percatado de su presencia.

“Pobre, quizá ya perdió la razón y la noción de su existencia.”

Cuando estuvo a sólo dos metros de distancia. Sariel se agachó para mirarlo…

La antorcha cayó al piso y de la misma manera… cayó ella también.

El niño, con un movimiento rápido y certero levantó su mirada. Fue entonces, al ver su rostro, que comprendió la verdadera maldad de su ama.

Sosteniéndose con los brazos para no caer de espaldas, Sariel articuló sólo una palabra de espanto al verlo.

- … … … Jhalib … … …

Jhalib era el hijo de Nabím, el antiguo Alzir que la había rescatado de su captor, Kublai, más de diez años atrás.

- ¿Es él? –dijo el niño.

Jhalib parecía no tener conciencia de su presencia, pues cuando habló miraba hacia su derecha, como si de pie, a su lado, hubiera alguien más con él.

- Jhalib… ¿qué te han hecho?

Aunque Sariel no solía tener contacto con los niños, sentía hacia ellos un afecto muy especial. Cuando alguno de ellos se lastimaba jugando corría siempre para auxiliarlo. Siempre había tratado de no sentir cariño hacia ninguno de los niños que vivían en el Palacio, pero Jhalib era especial. A sus casi ochenta años, el dios concedió a Nabím y su esposa la dicha de tener otro hijo. Muchos decían que el niño era obra de un milagro, una bendición, una manifestación del poder del dios, quien se había complacido con la gran labor que Nabím había realizado a favor de Ralos. Otros decían que el niño había nacido para cumplir con una misión especial del dios y otros… No importaba la razón, Sariel amaba a ese niño como a ningún otro. Desde el día en que nació siempre se preocupó por él e incluso pidió permiso a Nabím para poder cuidarlo de vez en cuando. Eso le llenó el corazón de alegría… una alegría que ahora se destrozaba…

- Es hermoso –dijo el niño, mirando ahora por encima de ella.

- Jhalib… Jhalib, ¿estás bien?

Sariel se incorporó lentamente. Jhalib también. Había algo en su mirada perdida que le impedía acercarse. Nunca había tenido tantas ganas de tomar a ese niño entre sus brazos y protegerlo, pero esa mirada…

- Ahora que mis ojos lo han admirado… estoy listo. Llévame contigo.

Jhalib volvía a hablar a su derecha, levantando su mirada, como si en verdad estuviera hablando con otra persona que Sariel no podía ver. Esta vez, su instinto por proteger a ese niño pudo más que su precaución y se acercó a él. Se agachó y tomándolo de los hombros le habló en voz baja.

- Jhalib, ¿estás bien? ¿Te han herido?

- Has venido a matarme, lo sé. Estoy listo para morir –le respondió el niño con una sonrisa.

Al escucharlo decir esas palabras, Sariel sintió como si le hubieran clavado una espada en el corazón. ¿Cómo podía decir eso? ¿Cómo sabía que la habían mandado a matarlo?

- Pero Jhalib, ¿por qué dices estas cosas?

- Porque es la verdad, Sariel. Has venido a matarme y yo te perdono por tu pecado.

Jhalib miró nuevamente por encima de ella y habló al vacío.

- Si yo la perdono… ¿la perdonarás también?

No sin algo de temor, Sariel miró sobre su hombro, sólo para confirmar que en efecto se encontraban solos… y así fue… en la celda no había nadie más. Mirando nuevamente al niño, lo sacudió para captar su atención.

- Jhalib, ¿con quién hablas?

- Con él.

Y levantando su brazo, Jhalib apuntó con su pequeña mano, en dirección hacia donde estaba su interlocutor. Sariel miró su dedo y siguiendo la misma línea se dio vuelta… no había nadie.

- Aquí no hay nadie, Jhalib, pero no tienes nada de qué preocuparte. Yo te sacaré de aquí…

- ¿No lo ves, Sariel? Está justo ahí.

- ¿Quién?

- Tu ángel…
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
anita bonita
Constante


Registrado: 16 May 2008
Mensajes: 509
Ubicación: Mexico

MensajePublicado: Jue Jul 03, 2008 9:05 pm    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

endor escribió:
ay anitaaaaaaa que bonitaaaaaaaaa (oye si rima! jajaja)

Oye y sí, ya mero nos vemos, qué alegría... o no? jajajaja

Cuidate mucho y gracias por tu comentario, te mando un besísimo!



jajajajaja claro por eso me llamo asi jajajaja Laughing Laughing y si si si si si si si ya casi nos vemos que padre verdad!!!! ya falta muy poquito y eso me pone feliz mi queridisisisisismo Endorsito Laughing Laughing

muchos saluditos un beso Very Happy


y dime dime que sigue... anda anda sigue escribiendo... Razz

_________________
Dios nos da la sabiduría para descubrir lo correcto,
la voluntad para elegirlo y la fuerza para hacer que perdure...
y sin duda lo hizo con nosotros y espero nos acompañe siempre... te amo Daniel
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Enviar email MSN Messenger
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mar Jul 08, 2008 5:37 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

ah pero que anitaaaaaaaaaaaaaa tan bonitaaaaaaaaaaaaaaaa, hombre si faltaba más, por algo somos los fundadores del club más codiciado apoco no? jajajaja

Cuidate mucho mi queridisisisisisisisisima y bellisisisisisisisisisisima cofundadora que ya pronto nos veremos!!!!!

Un saludo y gracias por darte una vuelta por estos rumbos!!
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mar Jul 08, 2008 5:58 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
Sariel sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Hasta ese momento había pensado que esa visión de la figura de negro había sido sólo parte de sus sueños, pero ahora que recordaba sus palabras, sintió un extraño temor: “No seré yo quién te lo rebele, sino aquél a quién te obligarán a asesinar mañana.”

Imposible. Sariel podría ser una asesina pero jamás se atrevería a tocar a un niño, mucho menos a Jhalib, quien despertaba en ella ciertos sentimientos de maternidad, que por más que trataba de ocultar en su frío corazón, salían a flote por sí mismos. No era normal en ella ser cálida, pero había algo en la mirada de ese niño que la había cautivado desde el primer día en que le permitieron tenerlo en sus brazos. No importaba lo que le hicieran a ella, lo principal era sacarlo con vida de ese lugar.

- Jhalib, mírame…

- Es el ser más hermoso que he visto, Sariel –le interrumpió-. Su belleza es incluso superior a la de mi ángel e incluso éste se inclina ante su resplandor. Aunque… su belleza es opacada por el llanto que surge de su esencia. Está triste… por ti…

- Basta –lo sacudió ligeramente para tratar de captar su atención nuevamente-. En esta celda no hay nadie más que tú y yo, y seré yo quien se encargue de sacarte con vida de aquí…

Jhalib pareció reaccionar y por un instante enfocó su mirada en los hermosos ojos verdes de Sariel, mas no parecía que estos fueran el foco de su atención, sino algo en su interior, pues de pronto el rostro del niño mostró confusión… y después terror…

- ¡Sariel! ¿Qué has hecho?... Una mancha negra... oculta a tu ángel, dejando sólo un ligero rastro de su hermosura; un rasgo humano para que mi mente lo entienda… una cabellera blanca… eso es lo único que ha quedado de él… –le gritó asustado.

- ¿De qué hablas Jhalib?

El lindo y tierno rostro se arrugó, no pudiendo ocultar un cierto temor al verla.

- ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que ves? -Le preguntó Sariel sin darse cuenta que sacudía al niño con gran fuerza- ¿Qué te pasa?

- Sariel… -respondió asustado- ¿es que no te duele?

Los vellos de su piel se erizaron al sentir nuevamente ese aroma a podredumbre que había sentido en presencia del hombre de cabellera blanca.

- ¿A qué te refieres? –Preguntó no sin temer a la respuesta.

- Sariel…

- Habla, Jhalib, ¿qué es lo que ves?

- Sariel… -una lágrima salió de sus ojos color miel-… te están devorando…

- ¿Quiénes?

El apestoso olor comenzó a causarle náuseas. Y fue entonces que no necesitó más palabras del niño, quien se soltó de sus brazos y se pegó de espaldas al frío muro de la celda.

- Son… demonios… ¿cierto? Ves demonios comerme viva…

- Sí… y no sólo eso… tú también los devoras… eres una de ellos, Sariel –respondió el niño con los ojos cerrados.

Pero Sariel se negaba a aceptar semejante verdad, tratando de convencerse a sí misma de que todo lo que sentía era producto de una sugestión que ella misma se había creado. Cerrando los ojos, caminó de rodillas hasta el cuerpo del niño, quien de inmediato levantó su mirada como si buscara refugio en ese ser misterioso que ella no podía ver.

- ¿Se salvará? –preguntó Jhalib al aire.

- Jhalib. Escúchame –le dijo sin atreverse a tocarlo nuevamente-. Esta celda fue diseñada para que sus habitantes perdieran la razón. Siendo sólo un niño, sus efectos te han destrozado la mente de una manera tan cruel que ya no puedes distinguir entre lo que es real y lo que no… Escúchame por favor… mírame…

Y el niño la miró pero sus ojos ya no eran humanos ni la voz que de su cuerpo salió. Sariel se puso de pie de un solo salto. Pocas cosas le causaban temor, y ver a ese niño transformado, fue una de las que más escalofríos le causó.

- ¿Por qué temes Sariel, a la voz que alegra el alma de este niño?

- ¿Quién eres? –Preguntó de inmediato, más por reflejo, que por querer saber la respuesta.

- Yo soy Ethén, el ángel que Dios ha enviado para cuidar de esta alma tan pura a quien tanto amas… Y tengo un mensaje para ti…

Los ojos cafés de Jhalib desparecieron, en su lugar sólo quedaron dos esferas color blanco, como si el niño estuviera en un trance del cual no podía ser consciente; su tierna voz de cinco años fue reemplazada por una más grave y dulce, cuyo eco parecía provenir de un ser sobrenatural ajeno a la naturaleza de Jhalib.

- Un mensaje… ¿de quién? –dijo con una voz apagada por el temor.

El niño efectuó un movimiento brusco, con el que levantó en un instante su pequeño brazo, señalando justo atrás de ella, donde Jhalib le había hecho saber que se encontraba ese otro ser misterioso.

- De él.

Sariel ya no pudo responder. Su cuerpo se paralizó nuevamente, tal como lo había hecho cuando trató de atacar al extraño visitante de su habitación.

- Él es El Mensajero De Dios. Un ser puro creado por Aquel, a quien ni siquiera la luz de este mundo es capaz de iluminar. Designado, ha sido, por el Poder Supremo para ser el ángel custodio que guíe a tu alma hacia la verdad… Y este es su mensaje: Sobre ti, Sariel, caerán todas las torturas del cuerpo, mas en mayor número caerán sobre ti los castigos del alma. Refugio buscarás en los demonios que te someten y el día llegará en que te devorarán por completo, llevando a la hija de Dios que vive en ti… a su muerte. Mas Dios, Aquel en quien te niegas a creer, no te aborrecerá, antes bien, me fortalecerá, y a través de mí, hará que la luz entre nuevamente en tu corazón antes de que por tu propia ignorancia, pierdas lo que Él te ha dado. No a todos los mortales se les concede la gracia de hablar con nosotros, y es por eso que debes saber que tú, Sariel, eres especial a los ojos de Dios. Gran honor me ha confiado el Principio y El Fin, el Eterno, el Omnipotente, al custodiar un alma como la tuya; no dudes pues, que aunque la vida pierdas, que aunque tu alma termine torturada eternamente, yo, tu ángel, estaré en las puertas del abismo en una oración eterna para acompañar el castigo de sufrir una eternidad privada de la presencia de tu Creador. Una eternidad he pasado esperándote, un instante he pasado a tu lado… Cielo o Infierno… una eternidad velaría por ti…

Sariel se quedó sin palabras. Los ojos de Jhalib volvieron a la normalidad y la pestilencia desapareció al instante.

Parpadeaba de vez en cuando teniendo a ese tierno rostro frente a ella y sin embargo no lo veía, pues su mente había perdido noción de todo lo que la rodeaba. ¿Qué había sido eso? Incluso su retorcida mente no habría podido imaginar semejantes palabras. Eran palabras de aliento y de perdición a la vez, algo que le hacía pensar en la posibilidad de que todo lo que había escuchado y visto pudiera ser real. Mas su interior luchaba tratando de negarlo todo. Demonios había visto devorarla, demonios había visto Jhalib a su alrededor y de la misma manera que ella, el niño se había horrorizado al verla transformada en uno de ellos. ¿Sería verdad? ¿Se habría convertido en un demonio? ¿Estaría realmente condenada a una eternidad de sufrimiento? Sariel había crecido sabiéndose atea, ajena a todo culto de los dioses de Ralos, sabiéndose huérfana de padres mortales y divinos. Alguna vez había deseado que algún dios, el que fuera, pudiera acogerla en sus brazos para darle el consuelo y la gracia que muchos a su alrededor recibían; sin embargo, Mila se había encargado de convencerla… ella no tenía dioses. Moriría y su cuerpo desaparecería convirtiéndose en ceniza al pasar de los años. Su mente, lo único que era suyo, se oscurecería en un instante y entonces dejaría de existir… para siempre… y entonces… sería libre de ese maldito dolor al que tanto odiaba.

Escuchar ahora que su espíritu perduraría en el tiempo en alguno de los mundos superiores, torturado y castigado por siempre, de la misma manera en que su cuerpo y su mente eran torturados en vida le hacía desear que…

- ¡Sariel!

La cabeza le dolió al escuchar ese grito que la devolvió bruscamente a la realidad.

Eran las sacerdotisas.

El fierro de las dos gruesas hojas de la entrada a la celda comenzó a rechinar en el interior. En medio de la confusión de todo lo que había visto y escuchado, Sariel no se había dado cuenta de que había durado más de lo debido en dar la señal para que la sacaran de ahí. Si las sacerdotisas encontraban a Jhalib aún con vida…

- Jhalib, escúchame –Sariel tomó nuevamente al niño por los hombros-. Pase lo que pase mantente cerca de mí…

- No hay nada más qué hacer, Sariel –le interrumpió el niño-. Moriré este día, pero mi alma no se angustia con tal pensamiento, pues Ethén me ha mostrado lo que me espera en el otro mundo y estoy ansioso por conocerlo.

- ¡No, Jhalib! Te quedarás en este mundo así me vaya la vida en mantenerte aquí.

- Pobre Sariel. No te das cuenta que mi vida ha llegado a su fin, pues la misión de mi alma se ha cumplido… en ti. El Plan Divino se ha cumplido para mí. Nada me ata a este mundo. Recuerda. Yo te perdono. Cuando tu alma llegue al Tribunal del que es Trino, estaré ahí e intercederé por tu alma.

- Jhalib, basta.

- Escucha lo que se te ha revelado y ponlo en práctica. Aún tienes tiempo. Aún puedes salvar tu alma, Sariel. Escucha a tu ángel, él sabrá guiarte por el camino correcto.

Sariel se desesperó y contrario a sus escasos valores, abofeteó al niño indefenso.

- ¡Maldición, escúchame! No permitiré que nada te pase, Jhalib. Te juro por mi vida que la tuya no habrá de terminar hoy.

Las puertas se abrieron. La luz de las antorchas entró por el lado opuesto a donde estaba Sariel, justo a sus espaldas.

- Que Dios te perdone entonces, Sariel, pues llevada por tu ignorancia, en vano juras…

- Sariel –las sacerdotisas reclamaban su atención.

Sariel miró con dolor el rostro de Jhalib. Nunca un niño le había hablado de esa manera, pero no importaba. Era pequeño aún y ella debía defender su vida.

- No se me dijo –respondió a las sacerdotisas, dándose vuelta para encararlas-, que Jhalib, hijo de nuestro honorable Nabím, antiguo Gran Señor Alzir de la tierra de Ralos estaba prisionero aquí.

- Es verdad –respondió una de las sacerdotisas-. Y también es verdad que se te ordenó matarlo.

- ¿Al hijo del Alzir he de matar? ¿Qué crimen ha cometido para que libere yo de su indefenso cuerpo a su espíritu?

- Alguno, pues preso está.

- Si tal crimen existe, entonces díganme cuál es.

- ¿A Ralos interrogas? –respondieron al mismo tiempo dos de las figuras vestidas de blanco.

- A ustedes pregunté.

Siete eran las sacerdotisas que se habían adentrado en la celda. Una de ellas tendió su antorcha a una de sus compañeras y en silencio avanzó hasta el centro. Ahí se detuvo y ahí respondió a Sariel.

- Nosotras somos las sacerdotisas del dios, no tenemos voluntad propia para actuar de acuerdo a nuestra conciencia, pues unidas estamos al dios y a él obedecemos en la figura de la Reina. Su voz y no la nuestra es quien te ordena… y su voz… es Ralos.

- Mortal eres –respondió de inmediato Sariel-, y como mortal puedes actuar por tu propia voluntad. Sólo cuando el dios requiera tu presencia en el mundo superior será tu cuerpo uno con el del dios. Si Ralos, en la figura de nuestra Gran Reina desea muerto a este niño, entonces que sea el mismo Ralos quien me lo ordene.

- Tus palabras –respondió la sacerdotisa-, aunque elocuentes y veloces salen de tu boca, no pueden considerarse rivales ante la gran sabiduría del dios. Si te niegas a obedecer los deseos de Ralos, entonces no importará lo que digas… todo será traición.

- Sólo pido que Ralos me dé la orden.

- Por el poder de la Gran Reina, y habiendo escuchado la orden de su propia voz. Yo, Ralos, te ordeno a ti, Sariel, matar a este prisionero.

Sariel comenzó a sudar. Los tiempos en que ella era la segunda al mando después de Mila habían terminado. Después de que la confinaran en esa horrible habitación en la parte más alta del Palacio, las sacerdotisas tenían poder sobre ella. Su jerarquía, su poder, todo había terminado. Si se negaba a obedecer la orden de ese fantasma que tenía en frente le daría una razón para matarla… y después matarían a Jhalib.

“Maldición, necesito más tiempo. Inútil sería matarlas pues la escalera está plagada por estas mujeres. Aunque las matara a todas no podría defender a Jhalib, y aunque así lo hiciera… ¿cómo saldría del palacio?”

- Gran traición cometería ante el dios si matara a un hijo de la corte real. Si tu voz es la de Ralos, entonces no habrá inconveniente en que me presente ante la Reina para pedir de ella la ratificación de semejante mandato –Sariel hizo una reverencia ante la sacerdotisa, esperando que esta accediera a su deseo.

- Si ese es tu deseo, entonces tus palabras reflejan sólo una cosa: Traición.

Las seis sacerdotisas que estaban detrás arrojaron las antorchas al piso, sacando con sus manos libres las espadas que ocultaban en sus espaldas, bajo el velo que protegía sus figuras.

- Matarme es algo que ni aún con el poder que se te ha dado puedes hacer; pues yo soy esclava de tu Reina, y atentar contra una de sus posesiones, es atentar contra Ralos. Traición al dios, sería la tuya, y con tu sangre habrías de pagar la mía… aunque sea yo sólo una esclava.

- A ti no puedo matarte… pero a él sí.

Todo ocurrió en un instante.

Sariel no se había dado cuenta de que Jhalib se había movido de su lugar. Su pequeño cuerpo estaba al descubierto. La sacerdotisa, con un movimiento tan rápido como los suyos había dejado caer sobre sus manos dos dagas de oro que llevaba ocultas bajo las mangas de su túnica. Sin pensarlo, con ambas manos las liberó antes de que Sariel pudiera parpadear…

- ¡No!

Gritando con toda su fuerza desenfundó sus sables y se arrojó con su inusual agilidad sobre su costado derecho, con ambas armas extendidas en posición horizontal para proteger el cuerpo del niño…

Su destreza no la defraudó. Las dagas chocaron justo contra los sables a tan sólo unos centímetros del cuerpo de Jhalib, quien estaba de pie con los ojos cerrados y el semblante tranquilo.

Poniendo sus sables frente a ella y adoptando su posición de defensa gritó enérgicamente a la sacerdotisa.

- ¡Nadie toca a este niño hasta que tenga una audiencia con la Reina! ¡Nadie!

Las seis sacerdotisas se prepararon para atacar pero a una señal de la que se encontraba al frente detuvieron sus pasos.

- Has cometido traición contra Ralos, Sariel. Aunque la Reina dispensara la vida de este niño, la tuya…

- Me llevarás ante la Reina –le interrumpió furiosa-, y ante ella daré, yo misma, cuenta de mis actos.

La tensión creció con el silencio que reinó en la celda. Sariel no perdía de vista a sus enemigas. Nuevamente sentía fuerza y vitalidad correr por sus venas. Sus sentidos volvían a servirle como lo habían hecho antes. Las distracciones de su mente desaparecieron. No importaba lo que le pasara, daría todo, incluso su vida, por proteger la de ese niño. Por primera vez en mucho tiempo sentía que seguir con vida tenía un propósito. Morir ya no era una opción, pues con su muerte condenaría al niño. Sólo un hombre había podido desatar esos deseos tan fuertes de amor en su frío corazón… Nhelsid.

- Que así sea entonces –respondió por fin la sacerdotisa.

A una señal suya. Las sacerdotisas se acercaron a Sariel. Ésta enfundó nuevamente sus sables y antes de ser apresada miró por última vez a Jhalib.

- No tengas miedo. Pronto te sacaré de aquí.

- Eres tú la que no debe tener miedo –le dijo con tristeza Jhalib-, pues este mismo día habré de partir y cuando yo haya partido… tu verdadero tormento comenzará…

Y así, en medio de la confusión que las palabras de ese niño habían desatado en su corazón, Sariel fue sacada de la celda para ser llevada ante Mila por la traición cometida contra Ralos.
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Mar Jul 22, 2008 4:10 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
CAPITULO 23

“¿Cumplirás tu palabra? Te lo advertí. El Mensajero la ha tocado aunque ella aún no comprenda lo que ha sucedido.”

Mila se acercó a la ventana de su habitación. Tenía la mirada perdida en la parte trasera de la muralla triangular del Palacio, justo donde dos de los enormes muros se unían. No tenía dudas de lo que haría; cumpliría su promesa aunque con dicha acción sacrificara al único ser vivo al que había amado.

“Será tuya.”

Así contestó a la voz que le hablaba directo a la mente. Tal vez tenía razón; Sariel no era la misma de antes. El hijo de Nabím, junto con Nhelsid, se había encargado de emblandecer su corazón, haciéndola sentir emociones que ella había tratado de evitar que surgieran en el corazón de su esclava. Sariel era suya y no le gustaba la idea de que su corazón sintiera afecto por alguien más… mucho menos sabiendo que se trataba de hombres.

“-Tu respuesta… me complace, Mila, Señora de Ralos –le respondió la voz.

- Lo sé. Estás hecho de la más pura maldad, ¿cómo no habría de complacerte la muerte de mi esclava?

- ¿Maldad? –Respondió la voz con indignación- ¿Puede la justicia ser maldad? ¿Pueden ser los actos de Dios, maldad?

- Temes a ese dios, cuyo nombre ni siquiera eres capaz de pronunciar. Quebrantas sus leyes e influyes en la mente de los hombres para que lo aborrezcan de la misma forma en que tú lo haces… ¿Justicia? ¿Actos de Dios? No me engañes, no metas a ese dios en la perversión de los actos que ejecutas. Soy tu sirvienta… mas no por eso me tomes por tonta.

- Lo que aquí hacemos, Mila, Reina de Ralos, es un acto de justicia permitido por la mano de Dios. ¿Crees que podría yo o alguno de mis sirvientes actuar sin que Dios lo permitiera? Si Dios permite que yo esté aquí, entonces mis acciones son parte de su Plan Divino y por lo tanto, mis acciones no obedecen más que a la Justicia de Dios. Mi esencia no está hecha de maldad como tú lo señalas. Yo soy un instrumento de Dios, creado por Él, quien todo lo sabe y a quien todo pertenece… si fui creado por Dios… ¿cómo podría yo ser malo, siendo una realidad que de Dios no puede surgir acto de maldad alguno?

- ¡Basta! –Gritó Mila en su mente- No quiero escuchar más el veneno que sale de tus palabras; infectada estoy por él y en tu sirvienta me he convertido. Dame únicamente lo que me has prometido, dame el poder que anhelo junto con la divinidad que deseo y no cuestionaré más tus métodos.

La voz se rió.

- Fuiste tú, Mila, Gran Señora, la que vino de rodillas implorando mi ayuda; fuiste tú la que inició esta guerra donde miles de hombres mueren a cada segundo y donde las almas pierden su premio eterno por someterse a tu voluntad. No te equivoques ni arrojes sobre mi naturaleza lo que es tuyo.”

Mila entrecerró los ojos invadida por un terrible odio hacia la voz y hacia ella misma. Jugar con fuerzas sobrenaturales, con dioses, con ángeles y demonios, era una aberración que había tenido que aceptar para lograr sus planes. No había marcha atrás, su alma ya estaba perdida; sin embargo, no todas las almas se perdían de la misma manera…

“- Cuando Sariel muera –dijo Mila en su mente-, ¿qué pasará con El Mensajero? ¿Se marchará con ella?

- No.

- ¿De qué hablas? –De pronto Mila se sintió confundida- Me dijiste que los ángeles de los mortales permanecen con ellos desde el momento en que sus almas vienen a la existencia y no se separan de ellos hasta que los llevan a su último juicio. Muerta Sariel, El Mensajero deberá viajar con su alma…

- No trates de entender con tu mente mortal –le interrumpió la voz-, la naturaleza de los seres divinos. Lo que le espera a los hombres después de la muerte sólo puede ser descrito por aquellos que ya han cruzado ese camino. Tiempo, espacio, incluso este mundo son irrelevantes en la otra vida, Mila, Voz de Ralos, pues en el otro mundo será un orden muy distinto el que gobierne sus almas. La forma en la que razona tu mente ni siquiera puede comprender cómo funciona este mundo… ¿cómo esperas comprender a los seres que vienen del otro? Especial es Sariel, especial es El Mensajero. Aunque este ángel permanezca en la entrada del mismo Infierno en que reposará el alma de tu esclava, su poder le permitirá permanecer en este mundo sin que su naturaleza llegue a corromperse, pues la Gracia de Dios habita en él.”

Mila suspiró profundamente. Aunque la voz que escuchaba en su interior le había enseñado muchas cosas, sus conocimientos aún no eran suficientes para comprender del todo sus mensajes. Ralos sin duda se había convertido en una tierra donde no sólo los hombres peleaban por ganar su libertad, también los ángeles y demonios se habían enfrentaban por ganar las almas de los ralís, haciendo uso de las leyendas que empañaban la verdad oculta tras la religión de los quince dioses.

“- Si tu poder es tan grande como dices que es, entonces, espero que ese poder pueda mantener a los ángeles de Ralos fuera de nuestros planes –le respondió Mila a la voz.”

En ese momento, la Reina sintió que su cuerpo comenzaba a calentarse, como si de pronto su cuerpo hubiera sido puesto en el centro de una hoguera de la que no podía escapar.

“- Nunca –le respondió la voz mientras la atormentaba-, vuelvas… a hablarme… así.”

El calor desapareció. Fueron sólo unos instantes, pero en ese tiempo, la Reina sintió un terrible tormento, no en su cuerpo… sino en su mente.

“-El hijo del hombre –prosiguió la voz-, ha descendido a la tierra para abrir las puertas del cielo y ofrecer la salvación eterna a aquellos que tengan oídos y un corazón puro dispuesto a escuchar sus palabras. Ralos será el equilibrio de ese acontecimiento. Un Dios se ha encarnado en la Tierra que es Santa desde su origen… un Demonio lo hará aquí. El resultado de nuestra contienda no depende de mí… ni de Dios… sino de la libertad del hombre.

- Mucho ha permitido ese dios –replicó Mila cuyo dolor desaparecía rápidamente-, al concederte tanta libertad en nuestra nación. ¿Permitirá que condenes a todas estas almas y triunfemos en nuestra guerra?

- Ya te lo he dicho antes, Mila, Gran Reina de Ralos, Dios no permite el mal, sino la libertad del hombre. En este momento sus ángeles protegen a los ralís e incluso hay algunos que han comenzado a creer en la verdad que empaña la leyenda de los errantes. Así pues, no es Dios, ni soy yo, quienes los condenan, sino ustedes, los que por su propia convicción eligen el camino que consideran correcto. Mira a tu derecha…

Mila obedeció y miró en la dirección señalada.

- Ahí está tu ángel –continuó la voz-, y sin embargo no puedes verlo, no porque te abandone, sino porque me eliges a mí sobre él.”

Un ligero escalofrío recorrió el cuerpo de la Reina al comprender un poco más sobre la naturaleza del verdadero poder divino que gobernaba su nación. No se asustó, no tuvo ni el más ligero sentimiento de temor, sólo una gran emoción por sentirse tan cerca del poder que tanto anhelaba tener.

A las afueras de su habitación se escucharon pasos. Poco tiempo pasó antes de que la puerta de su habitación se abriera, dando paso a las sacerdotisas del templo, quienes escoltadas por una que portaba un velo blanco con una línea roja pintada en el centro, entraron sin decir una sola palabra. Catorce de ellas formaban dos hileras; en la punta, la que vestía el velo con la línea roja, ocultaba con su cuerpo el espacio que protegían sus compañeras.

- Mi Señora…

La sacerdotisa se inclinó ante Mila, y fue entonces que la Reina pudo ver, detrás de ella a la prisionera que venían escoltando.

- … traigo ante Ralos a esta mujer –continuó hablando la sacerdotisa con la vista fija en el piso-. El nombre de su cuerpo es Sariel… el nombre de su crimen: Traición.
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Vie Oct 10, 2008 6:04 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

---------------------------------------------------
CAPITULO 24

Después de tragar saliva le susurró al oído…

- No creo que sea buena idea seguir por este camino…

Lo miró y al ver que no tenía respuesta volvió a hablarle en voz baja.

- Kabel… Kabel… tengo un mal presentimiento…

Con la mirada perdida en el horizonte el joven le respondió.

- Sí, creo que tienes razón.

Sin dejar de ver al numeroso ejército que salía por agua y tierra de la curva del río, ambos tomaron sus bolsos decididos a continuar su camino antes de ser vistos.

- ¡Espera! –Le dijo Kabel asombrado- ¡Es él! ¡Es el veintiuno!

- ¿El veintiuno? ¿De qué hablas hermano? –contestó Marcius sin comprender.

Kabel se agachó y tirándolo del brazo lo tiró al piso.

- ¡Jhalzidsil-Fhejilhnzer Veintiuno, Marcius! Ese hombre es una leyenda viviente, el único que a sus veintiún años se le concedió el honor de convertirse en el Belzir más joven de Ralos.

- ¿Jal…Fhen… -Marcius se dio por vencido al no poder repetir el nombre- JF21 dices?

- Jhalzidsil-Fhejilhnzer Veintiuno, Marcius. Todos los que hemos salido de Kezel sabemos de sus hazañas. Nuestros maestros lo ponen como un ejemplo a seguir. Un hombre culto, ágil y fuerte que logró vencer a veintiuna sacerdotisas una después de otra sin descanso.

- ¿Y vencer a semejante número de mujeres te parece una hazaña? –Le respondió Marcius sin mucha emoción.

- A los quince años, Marcius –respondió molesto-, no hay registros de que ningún ralí haya podido vencer ni siquiera a una. Las sacerdotisas no son sólo fuertes en el culto, recuerda que en Ralos, los sacerdotes son los mejores guerreros, pues no sólo defienden nuestra religión con palabras, sino que defienden al dios con su cuerpo, y es por eso que al dios lo cuidan sólo los mejores hombres y las mejores mujeres de la nación. El antiguo Alzir, nuestro gran Señor Nabím, le prometió que al cumplir los veintiún años le concedería el honor de ser nombrado Gran Señor Belzir, sin pasar por los rangos anteriores, y llegada la edad, el Alzir cumplió su palabra.

Marcius volvió a mirar al horizonte. De la curva que protegían los árboles habían salido ya más de cuarenta naves al frente de las cuáles venía de pie un hombre de no más de treinta años. No era alto ni corpulento pero sus facciones denotaban el semblante de un hombre serio y sabio; su atuendo era idéntico al de Jhalsid con la única diferencia de que sobre el pañuelo azul sobre su cabeza, tenía grabado con símbolos dorados el número veintiuno.

A pesar de lo que Kabel decía, Marcius no podía creer que un hombre de complexión tan menuda pudiera ser el artífice de las hazañas de las que el joven le hacía acreedor; sin embargo, sabía bien que el joven no era de los que mentían, ni se admiraban de los hombres tan fácilmente. Su devoción pertenecía sólo a su dios Ebém, por lo que decidió no entregarse a sus propias conclusiones.

- ¿Y por qué crees que Mila haya enviado a semejante hombre a esta región con un ejército tan grande? Sin duda, un hombre con ese historial serviría mejor en el frente de batalla.

Un escalofrío recorrió su espalda al ver que el joven abría la boca sin pronunciar palabras. Cuando miró nuevamente hacia la curva del río se dio cuenta del origen de su sorpresa. Una embarcación más grande que las anteriores se hacía camino entre las aguas. Un objeto enorme, de más de veinticinco metros de largo, era transportado en ella, cubierto con mantos con escudos de Ralos grabados por todos lados. Fue entonces que el joven, señalando a ese navío le contestó perturbado.

- Para proteger eso…

El ejército se encontraba a unos setenta metros, moviéndose con un cauteloso silencio. La ebélida en la cual venía el Belzir se movía lentamente para no despegarse del grupo, pero no faltaría mucho para que él y Kabel pudieran ser vistos por los hombres que caminaban por tierra.

- Kabel, debemos irnos o nos verán.

El joven miró de espaldas los cuatro enormes picos de las montañas de Arjab. Era una pena que tuvieran que desviarse estando tan cerca de Kezel. Una colina era lo único que los separaba de la misteriosa región de la que tanto le había hablado el joven y de la cuál le había advertido tanto Jhalsid, pero ese ya no era un camino seguro.

- Estábamos tan cerca, Marcius, pero tienes razón. Debemos irnos ya. Seguir por este camino es peligroso, lo mejor que podemos hacer es rodear Kezel por las ciudades hermanas de Kernel y Bernel, aunque deberemos tener cuidado de no ser vistos por los soldados que custodian esa región. Ahí podremos cruzar por el antiguo puente que las conecta y llegaremos a nuestro destino sin contratiempos.

- Hagámoslo entonces.

Los dos retomaron el camino internándose en el bosque para evadir al ejército de Ralos que custodiaba ese misterioso y grande objeto. Eran sólo unas cuantas gotas las que caían del cielo, pero aunque la tormenta había cedido desde el amanecer, las nubes seguían bloqueando la luz del Sol; ese era el motivo por el que preferían caminar al lado del río, pero no habiendo más opción tendrían que arreglárselas en la oscuridad que provocaban los árboles.

Después de caminar durante una hora sin hablar, Marcius rompió el silencio, sabiendo que estaban seguros de los hombres de Mila.

- Es mucho lo que me has enseñado sobre Ralos, hermano mío y aún no se qué significa su nombre.

Kabel le sonrió.

- Es cierto Marcius, en todo este tiempo no te lo he dicho. Ralos es quizá la única palabra del antiguo lenguaje perdido de Armila y Arjém que ha sobrevivido hasta nuestros días. Nadie sabe las reglas de aquel idioma, pero lo que la tradición dice es que Ralos es el plural de la palabra que significa DIOS, por lo que Ralos significa Tierra de Dioses. Este fue el nombre que los hombres dieron a esta tierra en honor a los dioses patriarcas.

- ¿Y quiénes son estos dioses patriarcas?

- Armila y Arjém fueron los padres de los quince dioses. Hay cientos de leyendas acerca de ellos, aunque la verdad se ha perdido con el tiempo. Después de su muerte, sus hijos ordenaron a un hombre, “El Divino Halib-Halém”, que escribiera los siete libros sagrados para plasmar en ellos su historia, sus leyes y sus hazañas, perdiéndose así el verdadero origen de nuestra nación y la verdad sobre Armila y Arjém.

- Pero hay leyendas sobre los patriarcas… cuéntame una.

Kabel se detuvo un segundo para ver el rostro de Marcius, quien ya no portaba los vendajes al haber cicatrizado sus heridas. El joven parecía admirado al ver el interés que mostraba por su tradición. Le sonrió con gusto y continuando el camino a un paso más lento comenzó su relato:

- “Cuenta la leyenda que…

En el principio, cuando de Ralos no existía más que un enorme desierto, cuando no había ni un solo hombre sobre esta tierra, dos dioses se adueñaron de este inhóspito territorio. Otros dioses gobernaban naciones como la egipcia, llenos de gloria e innumerables sacrificios que los hombres les ofrecían para mantenerlos contentos. Sin embargo estos dioses no buscaban ser vanagloriados por los sacrificios humanos, en muchos sentidos, eran dioses que no se asemejaban a los demás, fruto, dicen algunos, de un espíritu cuya leyenda es incluso más antigua que esta.

¿Qué motivo podrían haber tenido estos dioses para gobernar una región donde ningún hombre se atrevía a vivir por su radical clima? En aquellos tiempos Ralos no tenía bosques, ni selvas, ni lugares donde el hombre pudiera cultivar plantas o criar animales. En el antiguo Ralos, ni los animales se atrevían a vivir. Desierto como era, inhóspito como ningún otro lugar del vasto mundo, ¿por qué los dioses lo habrían elegido? Nadie lo sabe, pero así fue, y así los dioses crearon nuestra nación.

Poco a poco, como si no tuvieran el más mínimo interés en mostrar su poder, comenzaron a transformar lentamente el seco paisaje de Ralos en un hermoso paraíso lleno de vida como no se había visto nunca. Armila y Arjém crearon surcos en el desierto por el que dejaron pasar el agua; con el pasar de los años, ésta comenzó a alimentar la tierra que había bajo la arena, dotándola de los nutrientes necesarios para albergar a las primeras plantas. Cambiaron el curso de los vientos, dándoles la fuerza suficiente para que de las regiones del norte vinieran las semillas que darían vida a la tierra recién alimentada. Pronto las aves comenzaron a llegar, atraídas por los frutos que brotaban de esta tierra recién formada.

Con el pasar del tiempo, los surcos erosionaron las rocas bajo el desierto y comenzaron la formación del río Anubej, regalo de los dioses que con sus afluentes dispersó la vida por toda la nación. Tormentas y remolinos limpiaron la arena de la mayor parte de la recién formada nación, dejando únicamente una franja desértica protectora de la vida que comenzaba a habitar en ese reino creado por la mano de los patriarcas.

Cuando los primeros nómadas se percataron de que detrás del desierto se encontraba este paraíso, no dudaron en atravesarlo con la intención de no abandonarlo jamás. Armila y Arjém, dioses bondadosos y amorosos, los acogieron con profunda alegría, asegurándose que nada les faltara. Así se fundó la primera ciudad… Kezel.”

- ¿Kezel? Pensé que la primera ciudad habría sido Ukzur, la actual capital –dijo no sin asombro Marcius.

- ¿Te sorprende, hermano? Kezel guarda la mayor parte de la historia de Ralos, más de lo que puedes imaginarte… Pero deja que termine de contarte para que puedas entender un poco más sobre mi nación.

- Claro, hermano, continua.

“- Y fue así, que en un ambiente de plena armonía, los dioses comenzaron a comunicarse con los hombres, enseñándoles, a través de sus elegidos, el idioma con el que deberían de comunicarse, así como la escritura con la que debería de perdurar su historia. El hombre, agradecido por la bondad que encontraba en los dioses, sintiéndose hijo de ellos y protector de su culto, eligió el nombre perfecto para su nación… se dijeron todos, ‘somos hijos de dioses, vivimos en una tierra de dioses, llamemos pues así a esta tierra que nos da la vida… llamemos a esta tierra… Tierra de Dioses… llamémosla… Ralos’.

Era tan íntima la relación entre ellos, que los dioses, al ver que los hombres se multiplicaban, decidieron hacerlo ellos también, para dotar a la tierra de otros dioses que gobernaran con la misma bondad. Armila y Arjém, siendo dioses, decidieron crear a sus hijos de la misma manera en la que lo hacían los humanos para compartir con ellos la alegría que irradiaban al dar vida a un nuevo ser.

Adquiriendo la naturaleza humana, los dioses bajaron al mundo creando para sí, cuerpos mortales iguales a los de sus hijos ralís. Un acontecimiento de esa magnitud mereció la mayor de las fiestas de Ralos. Todos los hombres se sintieron honrados al saber que la esencia divina respiraba el mismo aire que ellos… ¿qué dioses pudieron ser capaces de mostrar tal gesto de amor? Hacerse humanos para vivir y sufrir igual que los mortales fue un gesto que ningún otro dios había mostrado en el pasado. ‘¡Vida Eterna a Armila y Arjém! ¡Gloria por siempre a nuestros dioses!’ Gritaban los ralís sin cesar.

Cumplido el ciclo de gestación humana, los dioses volvían al mundo superior con un nuevo dios: Kralos. Al adquirir su verdadera esencia divina, el recién formado dios adquirió parte del poder de sus padres y comenzó a gobernar sobre Ralos con la misma bondad. Los patriarcas, orgullosos de su hijo y viendo los frutos de su amor, decidieron que Ralos merecía tener más dioses que los protegieran, y fue así, que al siguiente año volvieron a efectuar el mismo ritual en que se hacían humanos. Así vinieron a la existencia los otros doce hermanos de Kralos, pero entonces surgió un imprevisto…

Los patriarcas decidieron que quince hijos eran suficientes para gobernar sobre toda la nación. Cada uno de los nuevos dioses tenía poder para gobernar sobre algún elemento particular de Ralos: aire, fuego, plantas, bosques, volcanes, fertilidad, etc. Dos dioses más, y podrían heredarles todo el poder que ellos conservaban: agua y tierra. Era un ciclo perfecto, un equilibrio sin igual, en el que los patriarcas pretendían dejar en sus hijos el fruto de su poder. Vivirían a través de ellos y en ellos, gobernarían por siempre a Ralos.

Fue así, que para dar vida a su catorceavo hijo, los dioses bajaron nuevamente a la tierra… esa fue la última vez que lo hicieron…

A la mitad del ciclo de gestación, Armila comenzó a sentir movimientos extraños en su vientre. Algo anormal sucedía, pues su cuerpo crecía más de lo debido. Las ralís más experimentadas se dieron cuenta de inmediato que la diosa tendría gemelos, algo que llenó de suma alegría a los dioses; pero pronto esa alegría se convirtió en angustia…

Los gemelos parecían pelear entre sí en el vientre de su madre, sin darle el menor descanso y haciéndola sufrir de formas que la diosa jamás hubiera imaginado. De alguna manera, los gemelos comenzaron a absorber la divinidad de Armila, peleando, no como mortales, sino como dioses dentro del vientre de la diosa. Poco a poco, ésta comenzó a sufrir los estragos de esa incesante batalla. Pareciera que los dos tuvieran una naturaleza opuesta, pues contrario a sus hermanos, éstos mostraban maldad contra sí mismos, como si compitieran entre sí por ser sólo uno el que saliera con vida.

En cuanto Ralos se enteró del sufrimiento de su diosa, comenzaron a realizar sacrificios a lo largo y ancho de toda la nación. Día y noche, los ralís sacrificaban a sus mejores animales, sus mejores siembras para con ello, poder alimentar la divinidad de la diosa mientras permanecía en su estado mortal, pero ni con toda Ralos postrada en tierra, Armila pudo recuperarse…

Arjém, no pudiendo soportar el sufrimiento de Armila, se decidió a romper el ritual y recuperar su esencia divina para salvarla con su poder, pero ella, para su asombro, se negó. ‘No nos hicimos mortales sólo para gozar la naturaleza humana. Somos mortales, Arjém, y como mortal daré vida a mis hijos, tal como lo hacen las ralís. ¿Si recuperáramos nuestra esencia qué ejemplo damos a nuestra creación? Ellos nos aman, y nosotros a ellos, por eso compartimos todo, incluso el dolor, el sufrimiento… incluso la muerte…’ El dios, comprendiendo lo que Armila quería decir, desistió de sus intentos y al lado de los ralís cuidó de ella, no sin agradecer a los hombres el amor que les demostraban con sus sacrificios.

Sus hijos, los dioses, que observaban todo desde el mundo superior, obedecieron los mandatos de sus padres y no usaron su poder para calmar las dolencias de su madre. Era una muestra infinita de amor hacia los hombres lo que sus padres mostraban, y aprendiendo de ello, cuidaron a todos los ralís hasta el día en que la diosa llegó al último día de gestación. No pudieron evitarlo, ese día, el cielo se oscureció, mostrando la preocupación que sentían por el desenlace que tendría aquel inesperado evento en que sus hermanos vendrían a la existencia.

Conforme los dolores comenzaron a aumentar, la esencia de la diosa comenzó a disminuir rápidamente. Los gemelos se disputaban ferozmente la vida de la diosa, llevados únicamente por el deseo de sobrevivir uno sobre el otro; peleando incansablemente contra sí por demostrar su poder. Arjém sufrió entonces como lo hacen los humanos que ven a sus esposas disputarse la vida por conservar la del fruto de su amor… Poco a poco, el dios sintió cómo la esencia de Armila desaparecía, fundiéndose con la de sus hijos… y no pudo más…

No se convertiría en dios, tal como lo había prometido a Armila, pero había algo más que podía hacer para salvarla sin romper su promesa. Una de las ralís llevaba una piedra triangular afilada con la que cortaba trozos de tela que colocaba sobre el cuerpo de la diosa. Decidido a no dejar que ella desapareciera, el dios tomó la piedra y se la clavó en el corazón…”

El semblante de Marcius se transformó. Dejó de caminar. Cuando Kabel se dio vuelta y lo miró, le preguntó sorprendido:

- ¿Qué te pasa Marcius?

- ¿Se sacrificó a sí mismo? ¿Un dios?

- ¿Por qué te asombra?

- Se que lo que me cuentas es sólo una leyenda, tú mismo lo has dicho, pero… ¿Tú crees que tus dioses podrían sacrificarse de esa manera para salvar a los hombres?

- Sin duda, Marcius. Ebém es un dios lleno de amor. Con tanto amor, con un amor infinito, sé que sufre por nosotros y sé que haría cualquier sacrificio por nosotros… ¿no lo haría tu dios?

Marcius se acercó a Kabel y poniéndole una mano sobre el hombre le contestó.

- Sin duda, Kabel. Yahvé es un dios lleno de amor. Con tanto amor, con un amor infinito, sé que sufre por nosotros y sé que haría cualquier sacrificio por nosotros… incluso sacrificaría a su único hijo por salvarnos…

Kabel le sonrió.

- ¿Sabes Marcius? Creo que nuestros dioses se asemejan mucho… tal vez… bueno, déjame terminar el relato.

Marcius también sonrió al adivinar lo que Kabel no se atrevió a decirle, pero no hacía falta presionarlo para que lo dijera. Los relatos eran distintos, pero Marcius sabía que el corazón de Kabel había comenzado a darle cabida a la idea de que Yahvé podría ser realmente aquel dios al que tanto amaba… Ebém.

- Adelante hermano, termina por favor –le respondió contento.

“- La herida fue mortal. La vida del dios se apagó poco a poco, pero antes de que se extinguiera alcanzó a pronunciar sus últimas palabras a la diosa: ‘Tan grande es mi amor por ti, Armila, que te entrego mi ser. En ti perduraré por siempre, en ti, y en nuestros hijos. Ahora seremos uno sólo tal como lo habíamos planeado, tú y yo, juntos por siempre’ Al decir esto, la esencia de Arjém desapareció y se transmitió por completo a la diosa, quien al instante recuperó su fuerza, siendo una con el dios. Y así, revitalizada por la esencia divina, dio a luz a dos niños idénticos.

En cuanto los tuvo en sus brazos, los niños dejaron de pelear. Parecía que los recién nacidos acababan de comprender el sacrificio que habían generado y en calma, miraron a su madre por primera vez. La diosa, con la ternura y amor que sólo una madre puede sentir al ver el fruto de su dolor, los miró y les dijo con dulzura: ‘Hijos de dioses son, y como dioses llevan en su esencia la de sus padres. Arjém y yo decidíamos los nombres de nuestros hijos en el mismo instante en el que los veíamos por primera vez. Él habita en ustedes, más de lo que habita en mí, y es por eso que ustedes llevarán su nombre. Arjém era su nombre y así, tú –le dijo al de su izquierda- te llamarás Arjab, y tú –le dijo al de su derecha-, llevarás por nombre… Ebém.’”
---------------------------------------------------
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Vie Oct 10, 2008 6:20 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Very Happy
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
endor
Asiduo


Registrado: 29 Oct 2006
Mensajes: 200
Ubicación: México, D.F.

MensajePublicado: Vie Oct 10, 2008 6:21 am    Asunto:
Tema: Una novela virtual...
Responder citando

Very Happy
_________________
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Mostrar mensajes de anteriores:   
Publicar nuevo tema   Responder al tema    Foros de discusión -> Relax: Reflexiones personales y Temas ligeros Todas las horas son GMT
Ir a página Anterior  1, 2, 3, 4  Siguiente
Página 3 de 4

 
Cambiar a:  
Puede publicar nuevos temas en este foro
No puede responder a temas en este foro
No puede editar sus mensajes en este foro
No puede borrar sus mensajes en este foro
No puede votar en encuestas en este foro


Powered by phpBB © 2001, 2007 phpBB Group
© 2007 Catholic.net Inc. - Todos los derechos reservados