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Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort

 
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clauabru
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MensajePublicado: Dom Abr 13, 2008 3:06 pm    Asunto: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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TEOLOGIA ESPIRITUAL DE SAN LUIS MARIA GRIGNION DE MONTFORT





El Amor de Jesucristo en María
p. Léthel, o.c.


(Traducción de p. José Aurelio Rozo)

Fuente

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INTRODUCCIÓN


San Luis María Grignion de Montfort podría ser considerado como Doctor del Amor de Jesucristo en María. Hablando de Jesús, definió su doctrina en su realidad más profunda: "secreto maravilloso para encontrarte y amarte debidamente" (VD 64). Para él la realidad central es el Amor de Jesús: "ese amor que estamos buscando por medio de la excelsa María" (VD 67). El camino que a todos enseña, el de la perfecta devoción a María, es el mejor camino para alcanzar la santidad, es decir la plenitud de la comunión con Jesús: "Esta devoción nos es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad" (VD 62).

La doctrina contenida en sus escritos presenta las características de profundidad, simplicidad y radicalidad. Es una doctrina cristocéntrica y trinitaria, mariana, eclesial y misionera. Es una espiritualidad de confianza y de amor, un camino de santidad abierto a todos los bautizados, y en primer lugar a los más pobres y sencillos.

El éxito extraordinario del Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen muestra de manera brillante cómo la Iglesia entera, pueblo de Dios, ha recibido la doctrina de Luis María. Traducida a un gran número de lenguas, esta obra no ha dejado de ser difundida en el todo el mundo.

Junto con los otros escritos de San Luis María, especialmente el Secreto de María y El amor de la Sabiduría eterna, el Tratado de la Verdadera Devoción muestra de manera luminosa el puesto esencial de María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, así como la dimensión mariana de la vida cristiana. Por esta razón, el Tratado ha ejercido una inmensa influencia en la Iglesia del siglo XX, en los santos y beatos, en las comunidades cristianas y en los movimientos eclesiales, en los pastores y teólogos. Pero sobre todo, la actualidad eclesial del Tratado se ha manifestado en la persona del Papa Juan Pablo II que no ha dejado de beber en esa fuente. Su lema episcopal: Todo tuyo viene del Tratado[1]; y resume toda la doctrina, expresando de la manera más breve la pertenencia total a Jesús por María.

Luego de su descubrimiento en 1842, el Tratado ha sido reconocido universalmente como la obra maestra de Luis María. Con el Secreto de María que resume su contenido, el Tratado es la obra del santo que ha conocido un mayor número de ediciones y traducciones. El presente estudio tiene pues como objeto principal el Tratado y el Secreto. Su intención es mostrar el valor teológico, la profundidad y universalidad de su doctrina. Para ello se articula en tres secciones:

I. "Un Teólogo de Clase" - Esta afirmación de Juan Pablo II se desarrolla y demuestra de cierta manera en la primera sección.

II. La contemplación del misterio de la fe con María y en María - Esta segunda sección ilumina el contenido doctrinal del Tratado desde el punto de vista de la fe: teología dogmática.

III. La Esclavitud de Amor de Jesús en María - En el vínculo de la fe, la última sección desarrolla el aspecto del Amor, la Caridad, utilizando con renovada osadía el símbolo principal del autor, el de la esclavitud de Amor, símbolo bíblico que se refiere esencialmente a la kenosis, o anonadamiento del Hijo de Dios "que por nuestro amor tomó forma de esclavo" (VD 72), en los misterios de la Encarnación y de la Cruz.
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MensajePublicado: Lun Abr 14, 2008 12:01 am    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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I. "UN TEOLOGO DE CLASE"


Al referirse al Tratado de la Verdadera Devoción el Papa Juan Pablo II afirma: "el Autor es un teólogo de clase"[2]. Para ilustrar esta afirmación vamos a considerar las principales características de la teología de Luis María. Es preciso ante todo colocarla en la gran perspectiva de la teología de los santos, lo que él mismo llama "la ciencia suprema de los santos" (ASE 93). Luego conviene mostrar brevemente cómo el Tratado es una admirable síntesis doctrinal, que pone en evidencia su arquitectura, dinámica y armonía. En fin debemos considerar atentamente la introducción del Secreto de María, en la cual el autor expresa de manera muy clara su intención: enseñar a todos el mejor camino para llegar de manera segura a la santidad.



A - La gran ciencia de los santos como ciencia del Amor divino



Luis María ilustra admirablemente esta ciencia de los santos[3]. De ella habla explícitamente en el Amor de la Sabiduría eterna. En efecto, la Sabiduría "comunica al hombre la ciencia suprema de los santos" (ASE 93): "En esta fuente infinita de luz bebieron los más grandes doctores de la Iglesia, entre otros, Santo Tomás de Aquino, como él mismo lo afirma, aquellos admirables conocimientos que los han hecho dignos de elogio. Es de notar que las luces y conocimientos que comunica la Sabiduría no son áridos, estériles o carentes de devoción, sino luminosos, llenos de unción y piadosos, conmueven y alegran el corazón e iluminan el conocimiento" (ASE 94).

Lo que dice Luis María corresponde a la enseñanza de Santo Tomás sobre el Don de la Sabiduría (II-II q. 45). Este conocimiento es fruto del Amor, de la caridad, que está presente en todos los santos en grado eminente, en relación con la grandeza de su Amor. En efecto, "todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios, pues Dios es Amor" (1 Jn 4,7-8). Hablando de Jesús, Luis María deplora la existencia, fuera de la Iglesia católica, de una teología sin amor: "Hablo de los católicos y aun de los doctores entre los católicos, ellos hacen profesión de enseñar a otros la verdad, pero no te conocen, ni a ti, ni a tu Madre Santísima, sino de manera especulativa, árida, estéril e indiferente" (VD 64).

Esta ciencia de los santos, más que genial, es la única capaz de levantar el mundo. Esta ciencia bebida en la fuente de la oración es la misma de los Apóstoles, de los Padres de la Iglesia, de los Doctores de la Edad Media y de los Místicos.

Luis María es ante todo un Místico, un testigo y un maestro de vida espiritual. Como San Juan de la Cruz, recibió una excelente formación teológica de la cual sabe sacar el mejor provecho. Como él, trata siempre de fundar la vida espiritual en la pura verdad de la fe, expresándose de la manera más objetiva, evitando toda referencia explícita a la experiencia personal. Como él, conoce admirablemente la Sagrada Escritura y posee una sólida cultura teológica, fruto de sus numerosas lecturas, como lo confirma su Cuaderno de Notas. La doctrina de Luis María se enraíza profundamente en la teología de los Padres y de los Doctores[4], está abierta a las influencias de las grandes espiritualidades de la Iglesia: benedictina, franciscana, dominicana, carmelitana, ignaciana…

Para interpretar bien la doctrina de Luis María, es preciso también ubicarla en su marco histórico que es el de la Escuela Francesa de espiritualidad, fundada por el Cardenal de Bérulle a principios del siglo XVII[5]. Según Brémond, Luis María "es el último de los grandes berulianos"[6]. Toda su doctrina está marcada por el fuerte cristocentrismo de la Escuela Francesa, con la misma insistencia sobre el misterio de la Encarnación y el lugar de María en este misterio. Pero al recibir este precioso talento, lo hace fructificar de manera personal y original. Sobre todo pone al alcance especialmente de los más pobres y humildes, la doctrina que Bérulle había formulado de manera muy teológica, en un lenguaje difícil. Se puede decir que la teología de Luis María es a la vez científica y popular: científica por la solidez de su fundamento doctrinal; popular en el mejor sentido de la palabra, en cuanto no está reservada a una élite, sino al alcance de todos. Lo demuestra la aceptación universal del Tratado.

Hay que notar además que si Luis María, al igual que Juan de la Cruz, posee un buen conocimiento de la teología especulativa, universitaria, y en particular de Santo Tomás, como él manifiesta predilección por la teología simbólica. Cierto sí que, a diferencia del Doctor Místico, Luis María no es un gran poeta. Sus Cánticos son pobres desde el punto de vista literario, pero tienen una poesía sencilla más accesible a los pobres, de una gran riqueza desde el punto de vista doctrinal. Hay un profundo parentesco entre la inefable teología mística y el lenguaje encarnado de la teología simbólica. Especialmente para hablar de la que está en el corazón del Misterio de la Encarnación, la Virgen María, Luis María encuentra la riqueza de los grandes símbolos bíblicos y patrísticos: Tierra Nueva, Huerto sellado, Paraíso Terrestre, Arbol de Vida, Nueva Eva, Arca de Noé, Escala de Jacob... Como Jesús en el Evangelio, fácilmente se expresa en parábolas, por ejemplo la parábola del árbol de vida con la que concluye el Secreto de María (SM 70-78).

Si la ciencia suprema de los santos es esencialmente la ciencia del Amor, es al mismo tiempo la inteligencia más profunda de la Fe. Conservando su oscuridad esencial, la Fe resplandece en el Amor. Cada santo ilustra a su manera la Fe de su Bautismo, la Fe cuyo contenido se sintetiza en el símbolo bautismal y eucarístico. Así para estudiar la teología de un santo, el principal instrumento que se ha de utilizar es simplemente el Símbolo, el Credo de la Iglesia, que los Padres llamaban la Regla de la Fe.

La teología de Luis María sintetizada en el Tratado y en el Secreto, es una de las más bellas ilustraciones de la Regla de la Fe como está formulada en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano. En este Credo de la Iglesia se sintetizan todas las principales Realidades de la Fe en la perspectiva cristocéntrica y trinitaria de la Iglesia antigua. El "Señor Jesucristo" es contemplado en la Trinidad, en el centro de la Trinidad (artículo II), entre "Dios Padre Todopoderoso" (artículo I), y el "Espíritu Santo que es Señor" (artículo III). Toda la Obra de Dios; toda la Economía de la Creación y la Salvación, es contemplada en el marco y según la dinámica del cristocentrismo trinitario: todo viene del Padre por Jesús en el Espíritu; todo vuelve al Padre por Jesús en el Espíritu. Este es el ritmo del símbolo de la Fe que es también el dinamismo de la vida bautismal[7].

Toda la síntesis teológica de Luis María es esencialmente cristocéntrica, trinitaria, bautismal. Como la de Bérulle se inscribe en la continuidad neta de los Padres y de los grandes Doctores de la Iglesia. Su principal originalidad está en el hecho que ilumina plenamente el lugar y el papel de María en el conjunto del Misterio de la Fe. Si Jesús está en el centro del Símbolo, entre el Padre y el Espíritu Santo, María es contemplada en el corazón del Misterio de Jesús: "por el Espíritu Santo se encarnó en la Virgen María y se hizo hombre". Todos los más grandes Misterios de la Fe son contemplados desde la visión de María. En el centro está el Misterio de la Encarnación, que la liturgia celebra el 25 de Marzo, en la fiesta de la Anunciación: "el gran Misterio de la Encarnación del Verbo, el 25 de Marzo… es el misterio propio de esta devoción" (VD 243).

Como los Padres de la Iglesia, Luis María contempla todos los Misterios a partir de la perspectiva central de la Encarnación: el Misterio de Dios Trinidad, la creación, la Pasión y la Resurrección, la Iglesia, los sacramentos y la escatología. Todo es visto a partir del centro que es Jesús, pero en el momento en que Jesús mismo está "viviendo en María", en su Cuerpo, en su Seno virginal. Por su ubicación en el corazón del Misterio de la Encarnación del Hijo, María está en relación íntima con toda la Trinidad, y con todos los Misterios de la Creación y de la Salvación. Presente así, objetivamente, en el corazón del Credo bautismal, María está igualmente presente, subjetivamente, en la vida del bautizado: por Ella puede participar su propia comunión con el Misterio de su Hijo.

Notas

[2] Dono e Mistero, p. 38.

[3] Esta expresión: la ciencia de los santos, ha sido recientemente empleada por Juan Pablo II, en un contexto universitario: Discurso en la Universidad Urbaniana, Osservatore Romano, Nov. 13 1998.

[4] En el Tratado Luis María no oculta a su lector el conocimiento que posee de sus grandes fuentes: "Si yo hablara a ciertos sabios actuales, probaría cuanto afirmo, sin más, con textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, citando al efecto sus pasajes latinos... Pero estoy hablando de modo especial a los humildes y sencillos. Que son personas de buena voluntad, tienen una fe más robusta que la generalidad de los sabios y creen con mayor sencillez y mérito. Por ello me contento con declararles sencillamente la verdad, sin detenerme a citarles los pasajes latinos, que no entienden. Aunque no renuncio a citar algunos, pero sin esforzarme por buscarlos" (VD 26). En el mismo sentido escribe: "De todos los pasajes de los santos Padres y doctores, de los cuales he elaborado una extensa colección para probar esta verdad, presento solamente uno para no ser prolijo: "Ser devoto tuyo, oh María, dice San Juan Damasceno es un arma de salvación que Dios ofrece a los que quiere salvar" (VD 41).

[5] Hay que citar aquí el pasaje importante del Tratado relativo a Bérulle. Luis María se refiere a él como a una de las fuentes esenciales de su doctrina: "El Cardenal de Bérulle, cuya memoria bendice toda Francia, fue uno de los más celosos en propagar por Francia esta devoción, a pesar de todas las calumnias y persecuciones que le hicieron los críticos y libertinos. Estos lo acusaron de novedad y superstición, y publicaron contra él un folleto difamatorio, sirviéndose, o más bien el demonio se sirvió por medio de ellos, de mil argucias para impedirle divulgar en Francia esta devoción. Pero este santo varón respondió a las calumnias con su paciencia, y a las objeciones del libelo con un breve escrito, en que las refutó victoriosamente, demostrando que esta práctica se funda en el ejemplo de Jesucristo, las obligaciones que tenemos para con él y las promesas del santo bautismo. Particularmente con esta última razón cerró la boca a sus adversarios, haciéndoles ver que esta consagración a la Santísima Virgen, y por medio de Ella a Jesucristo, no es otra cosa que una perfecta renovación de los votos y promesas del bautismo. Añade muchas y muy hermosas cosas sobre esta devoción, que pueden leerse en sus obras" (VD 162).

[6] Retomando esta expresión de H. Brémond el sacerdote sulpiciano R. Deville presenta a Luis María en su reciente libro: La Escuela Francesa de Espiritualidad: Desclée, Paris 1987, p. 139… Este libro es una de las mejores presentaciones de la espiritualidad beruliana. Hay que recordar también el hermoso libro del P. Cochois: Bérulle et l'Ecole Française: Seuil, Paris 1963, coll. "Maîtres Spirituels"; cf en particular pp. 164-166 relativas a San Luis María como el mejor representante del berulismo más puro, más místico.

[7] San Ireneo expresa magníficamente este mismo movimiento de la Regla de la Fe y de la vida bautismal. Cf. especialmente: Démonstration de la Prédication Apostolique, nn. 6 y 7.

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MensajePublicado: Mie Abr 16, 2008 4:40 pm    Asunto:
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B - Arquitectura, dinámica y armonía de la síntesis


La obra maestra de Luis María se presenta como un Tratado, es decir como una exposición objetiva, construida según un plan preciso, con articulaciones y subdivisiones indicadas por el autor mismo. En ello se aproxima a la Suma Teológica de Santo Tomás, pero también se parece a las obras de San Juan de la Cruz, con la misma forma de fundar todo objetivamente en la verdad de la Fe, en la Escritura, los Padres, los grandes Doctores, evitando cuidadosamente las referencias explícitas a su experiencia personal.



Síntesis arquitectónica y sinfónica

El Tratado es una composición arquitectónica y sinfónica a la vez. Como composición arquitectónica se parece a la Suma Teológica. Igual que la Suma está construida en tres partes articuladas de manera dinámica en un movimiento de ida y retorno: todo viene de Dios y todo retorna a Dios en Cristo, así el Tratado está construido en dos partes animadas por el mismo movimiento de ida y retorno. Pero mientras la suma es una obra esencialmente especulativa, organizada según una lógica conceptual, el Tratado tiene un carácter ante todo místico y práctico, con preferencia del lenguaje simbólico sobre el especulativo.

También aquí Luis María se aproxima a Juan de la Cruz: teniendo ambos la capacidad de utilizar los conceptos teológicos, manifiestan igual predilección por los símbolos y las imágenes. Este vínculo privilegiado entre la teología mística y la teología simbólica ya había sido mostrado por Dionisio Areopagita, aunque aparece más ampliamente entre los Padres de la Iglesia. Por su carácter sinfónico, el Tratado se asemeja a la teología patrística griega en la cual está profundamente arraigado, y especialmente a la teología de San Ireneo. Mientras la síntesis arquitectónica representada típicamente por la Suma considera sucesivamente los Misterios según un plan preciso, articulado y dinámico, la síntesis sinfónica tipificada en la obra de Ireneo los considera siempre de manera simultánea. El Tratado tiene el gran mérito de unir estas dos formas de expresión de manera particularmente armoniosa. Se ve desde el inicio de la primera parte que comienza con una admirable sinfonía trinitaria (VD 1-36).
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MensajePublicado: Sab Abr 19, 2008 4:12 pm    Asunto:
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Como un Jardín "a la francesa"

Si la arquitectura de la Suma es evidentemente comparable a la de una catedral gótica que tiene la forma del cuerpo de Jesús muerto y resucitado, la arquitectura del Tratado haría pensar más bien en un jardín. El jardín es uno de los grandes símbolos de María Madre y Esposa: "Paraíso terrestre del Nuevo Adán" (VD 18, 45, 248, 261), en referencia a Gn 2 y 3, "Jardín cerrado" del Espíritu Santo (VD 263, SM 20). La Suma, es en efecto contemporánea de las catedrales góticas, el Tratado es contemporáneo de los más bellos jardines "a la francesa".

Este es sin duda el mejor símbolo para comprender la arquitectura de la obra maestra de Luis María: construida como un jardín a la francesa, de manera clara, armoniosa, muy geométrica. Más allá de la distinción de las dos partes, se encuentran muchas subdivisiones enumeradas por el autor: "cinco verdades fundamentales" de la verdadera devoción a María (VD 60-89); "siete clases de falsos devotos y falsas devociones a María" (92-104); cinco características de la verdadera devoción (105-114); ocho "motivos que hablan a favor de esta devoción" (135-182), dividiendo el quinto motivo en cuatro puntos: "esta devoción es camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Nuestro Señor, en la cual consiste la perfección cristiana" (152-167). En seguida el autor considera siete "efectos maravillosos que produce esta devoción en el alma fiel" (213-225). Finalmente, las prácticas de esta devoción son presentadas en primer lugar bajo la forma de siete "prácticas exteriores" (VD 226-256), y luego en forma de "práctica interior" desarrollada en cuatro puntos: "Todo se resume en obrar siempre: POR MARIA, CON MARIA, EN MARIA y PARA MARIA, a fin de obrar más perfectamente por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo y para Jesucristo" (VD 257-265).

Esta práctica interior es finalmente presentada en su máxima perfección en la comunión eucarística (VD 266-273). La presentación de esta práctica interior y de su realización en la Eucaristía es la altura culminante del Tratado. Es allí donde se ve mejor el carácter casi demasiado geométrico, cuadrado. De la arquitectura: la expresión "por María, con María, en María y para María" vinculada a la expresión cristológica del Canon Romano: "por él, con él y en él", quiere significar una realidad globalizante. Conviene cuidarse de no endurecer el aparente sistematismo de tales expresiones, para mantenerlas juntas en su complementariedad. Por ejemplo la expresión en María que significa la unión más íntima e interior con Jesús, completa de manera afortunada la expresión por María, que si se toma aisladamente podría ser mal interpretada, como si la mediación de María se interpusiera entre Jesús y nosotros. En realidad, el fiel que vive en María está unido a Jesús de la manera más íntima e inmediata; el Espíritu Santo le hace participar en la unión de María y Jesús y le identifica con Jesús. El equilibrio de la teología de Luis María está precisamente en la complementariedad de las diferentes expresiones conceptuales y simbólicas relativas al lugar y al papel de María en el conjunto del Misterio.

El autor quiere siempre expresarse de la manera más clara posible. La búsqueda de la claridad máxima es también una de las características de la cultura francesa del gran siglo. Cf Descartes. Luis María se expresa a menudo por medio de fórmulas breves y claras que son como teoremas teológicos y espirituales. Su deseo de ser breve es insistente. Quiere "establecer en pocas palabras" la verdadera devoción (VD 105). Acabamos de ver cómo resumía la "práctica interior" en "cuatro palabras". Enumera las diversas prácticas "en resumen" (VD 115). Toda la última sección del Tratado, que es la más larga (VD 134-273), se rige sin embargo por la intención de brevedad "con la mayor brevedad" (VD 134). También se puede evocar igual intención de Santo Tomás en el prólogo de toda la Suma: brevedad y claridad.

San Luis María es lo más breve posible en el Tratado por razón de claridad, y también por "falta de tiempo" (VD 111, cf. 248). En el Secreto de María, logró dar un brevísimo resumen de la misma doctrina: "teniendo poco tiempo, yo para escribir y tú para leer, te lo diré todo en resumen" (SM 2).

Siguiendo el símbolo del jardín, es importante leer los diferentes pasajes del Tratado en las grandes perspectivas trazadas por el autor: de la sinfonía trinitaria del comienzo al final eucarístico. La primera parte, más dogmática, contempla principalmente los Misterios de la Trinidad y de la Encarnación, mientras que la segunda, más espiritual, se apoya sobre todo en los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Se percibe de manera evidente la armonía entre el Misterio de la Trinidad y el sacramento del Bautismo que sumerge al hombre en la Trinidad, entre el Misterio de la Encarnación y el sacramento del Cuerpo de Jesús. Se puede notar la misma armonía en la Suma Teológica, que comienza con la contemplación de Dios Uno y Trino (I a. q. 2,43), y termina en la contemplación de Cristo como Hombre (III a.), y concretamente con el tratado de la Eucaristía (q. 733-83). Es el último tratado realizado por Santo Tomás. La Suma quedó sin terminar, como el manuscrito del Tratado está incompleto, pero estas dos obras maestras, en la forma en que nos han llegado tienen la misma apertura trinitaria y el mismo final eucarístico.
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MensajePublicado: Mar Abr 22, 2008 4:04 am    Asunto:
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Las dos grandes partes del Tratado

Como hemos anotado ya, el Tratado comprende dos partes, animadas por el gran movimiento de ida y retorno de toda la Economía, en la perspectiva siempre cristocéntrica y trinitaria que la del Símbolo Niceno-Constantinopolitano: todo viene del Padre por Jesús en el Espíritu, y todo retorna al Padre por Jesús en el Espíritu. Jesús está siempre en el centro del intercambio admirable entre Dios y el hombre, El mismo es el principio y el fin de todas las cosas, el alfa y la omega, el primero y el último (cf. Ap 22,13).

Estas dos partes son desiguales en extensión, siendo la segunda considerablemente más larga que la primera. Pero ambas tienen la misma importancia teológica.

La primera parte, que expone los fundamentos teológicos de la verdadera devoción a María (1-89), se caracteriza ante todo por el movimiento descendente de la Encarnación: "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, por obra del Espíritu Santo se encarnó en la Virgen María y se hizo hombre". En nuestras categorías actuales, se podría decir que esta primera parte presenta ante todo el punto de vista de la teología dogmática.

La segunda parte, que expone la verdadera devoción en su forma más perfecta (90-273), se caracteriza sobre todo por el movimiento ascendente de la divinización, ya que El descendió a nosotros para elevarnos a El. La "devoción" es precisamente este camino ascendente de la divinización, es el punto de vista de la teología espiritual.

Jesús está en el centro de este movimiento de ida y retorno, de descenso y ascenso, y María le está íntimamente asociada. Por esta referencia constante a Jesús y a María, los dos movimientos son en realidad inseparables en cada una de las dos partes: el movimiento ascendente ya es expresado con frecuencia en la primera parte, y el movimiento descendente se menciona a menudo en la segunda.

Esta clara distinción de las dos partes es de igual manera evidente en el breve resumen del Secreto de María: la exposición de los números 7-22 del Secreto corresponde a la segunda parte del Tratado, mientras que los siguientes: SM 23-78 corresponden a la segunda parte. Si el Secreto es más breve que el Tratado, en cierta forma es más completo: los primeros y últimos fascículos desaparecieron. Así, el Tratado nos fue trasmitido sin introducción y sin conclusión. Falta particularmente la oración de consagración que sin duda se encontraba a continuación del final eucarístico[8]. En el Amor de la Sabiduría eterna, la oración de consagración es el punto final de toda la obra (ASE 223-227). El Secreto comienza con una introducción muy importante que deberemos considerar más atentamente, y justamente antes de la conclusión en forma de parábola: el Arbol de vida, SM 70-78, tiene una oración larga dirigida sucesivamente a Jesús (66), al Espíritu Santo (67) y a María (68-69), que en realidad es la renovación de la consagración, en su formulación más amplia, más rica desde el punto de vista teológico.

La comparación entre las dos partes del Tratado y del Secreto muestra también cómo el autor pudo colocar las mismas realidades en la primera o en la segunda parte. Así, el gran símbolo de la esclavitud de Amor sólo aparece en la segunda parte del Secreto, mientras que en la primera parte del Tratado ya es ampliamente desarrollado desde un ángulo dogmático, a partir de los Misterios de la Encarnación y de la Redención, en los cuales Jesús "tomó la condición de esclavo" (cf. Fil 2,7). Esta es la segunda de las "verdades fundamentales" de la verdadera devoción a María (VD 69-77): nuestra pertenencia total a Jesús y a María en calidad de esclavos de amor, "a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo, y de la Santísima Virgen, que se proclamó servidora y esclava del Señor" (VD 72).

El mismo símbolo es retomado en la segunda parte del Tratado desde un punto de vista más espiritual. La segunda parte del Secreto da el resumen del mismo. A la inversa, los dos símbolos del "molde" y del "almíbar", o de las "golosinas" aparecen en la primera parte del Secreto (SM 16-18), 22, y en la segunda parte del Tratado (VD 218-221, 154), siempre con los mismos acentos, más dogmático en la primera parte y más espiritual en la segunda. Así el texto más dogmático del Secreto se refiere explícitamente a la Encarnación: "María es el molde maravilloso de Dios, hecho por el Espíritu Santo para formar a la perfección a un hombre-Dios por la encarnación y para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina mediante la gracia" (SM 17).

El texto más espiritual del Tratado pone el mayor acento en la necesidad de la purificación (VD 221); haciendo alusión a los directores espirituales (VD 220).
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MensajePublicado: Mar Abr 29, 2008 3:04 am    Asunto:
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San Luis María Grignion de Montfort, ruega por nosotros




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MensajePublicado: Mar Abr 29, 2008 3:08 am    Asunto:
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Las principales articulaciones del Tratado



En el Tratado como en la Suma Teológica, hay textos en los cuales el autor precisa el plan y las articulaciones de su obra. Naturalmente hay que prestarles la mayor atención. Aquí nuestra intención no es entrar en los detalles del plan, sino fijarnos en sus grandes articulaciones a partir de algunos textos.

En primer lugar en un párrafo situado exactamente en el centro de la primera parte, Luis María resume todo su contenido:

"Acabo de exponer brevemente que la devoción a la Santísima Virgen María nos es necesaria. Es preciso decir ahora en qué consiste. Lo haré, Dios mediante, después de clarificar algunas verdades fundamentales que iluminan la maravillosa y sólida devoción que quiero dar a conocer" (VD 60).

Toda la segunda parte mostrará "en qué consiste esta devoción". La primera parte comprende, pues, dos secciones: la primera que tiene por objeto la necesidad de la devoción a María (VD 1-59), la segunda cuyo objeto son las verdades fundamentales de la misma (VD 60-89). Las dos secciones presentan el mismo carácter profundamente teológico y dogmático, situando a María en toda la perspectiva trinitaria y cristocéntrica de la fe cristiana. Tras la exposición de las "verdades fundamentales", la segunda parte del Tratado es introducida por un prólogo importante: "Propuestas las cinco verdades anteriores, es preciso, ahora más que nunca, hacer una buena elección de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En efecto, hoy nos encontramos con falsas devociones que fácilmente podrían tomarse por verdaderas… Es por ello importantísimo; 1º, conocer las falsas devociones, para evitarlas, y la verdadera, para abrazarla; 2º, conocer cuál es, entre las diferentes formas de devoción verdadera a la Santísima Virgen, la más perfecta, la más agradable a María, la más gloriosa para Dios y la más eficaz para nuestra santificación, a fin de optar por ella" (VD 90-91).

En este prólogo hay que notar el acento que pone Luis María en la verdad, conforme al espíritu de Santo Domingo: nuestro santo pertenece a la Tercera Orden dominicana. La verdadera devoción a María debe ser ante todo claramente distinguida de todas las falsas devociones. El Tartufo de Molière nos recuerda cómo se presenta en la cultura del siglo XVII la figura del falso devoto. Según las indicaciones de su prólogo, Luis María considera ante todo en la primera sección los "falsos devotos y las falsas devociones a María" (VD 92-104), luego la "verdadera devoción a María" (VD 105-114); en seguida, en la segunda sección, después de un brevísimo resumen de las "diferentes prácticas de la verdadera devoción a María" (VD 115-117), presenta la "práctica perfecta" en su realidad esencial: consiste en vivir plenamente la realidad del bautismo por el don total de sí mismo a Jesús por María, como esclavo de amor (VD 118-133). Esta devoción perfecta será el objeto de todo el resto del Tratado. Para presentar esta práctica que es el corazón de su enseñanza, Luis María se expresa en una especie de prólogo particularmente solemne: "Después de todo, protesto abiertamente que, aunque he leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Santísima Virgen y conversado familiarmente con las personas más santas y sabias de estos últimos tiempos, no he logrado conocer ni aprender una práctica de devoción semejante a la que voy a explicarte, que te exija más sacrificios por Dios, te libere más de tí mismo y de tu egoísmo, te conserve más fielmente en la gracia y la gracia en tí, te una más perfecta y fácilmente a Jesucristo y sea más gloriosa para Dios, más santificadora para tí mismo y más útil al prójimo" (VD 118).

Se trata de un camino de santidad, de una vía mística abierta a todos los bautizados. Nuestro autor insiste inmediatamente en su carácter esencialmente interior y en los grados que comporta para llevar al fiel hasta la cumbre de la santidad: "Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar, no será igualmente comprendida por todos; algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí: será el mayor número; otros, en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán en el primer grado. ¿Quién subirá al segundo? Quién llegará al tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en él habitualmente? Sólo aquel a quien el Espíritu de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su madurez sobre la tierra y a la perfección de su gloria en el cielo" (VD 119).

Sin embargo, Luis María no estudiará estos grados en forma sistemática. Todo el resto del Tratado considera esta devoción perfecta de otra manera. El autor nos da la clave al escribir: "Conviene ver ahora, con la mayor brevedad, los motivos que hablan a favor de esta devoción, los admirables efectos que produce en las almas fieles y sus principales prácticas" (VD 134).

Luego de exponer los motivos (VD 135-182), Luis María desarrolla la hermosa historia de Rebeca y de Jacob, presentada como "figura" de la devoción perfecta (VD 183-212). Se trata de una parábola bíblica, comparable a la parábola del árbol de vida al final del Secreto (SM 70-78). En estas parábolas encontramos el mismo espíritu de exégesis patrística, la misma forma de interpretar todo el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, y viceversa. La doctrina de Luis María toma en ellas la forma de la teología narrativa. A continuación vienen los efectos maravillosos (VD 213-225), y finalmente las prácticas de esta devoción (VD 226-273). Hay que notar que este aspecto de la práctica es el más ampliamente desarrollado.
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MensajePublicado: Mar May 06, 2008 12:19 am    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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El puesto de María en el gran movimiento de ida y retorno entre Dios y el hombre en Jesucristo


Jesús es la vía (cf. Jn 14,6); viene del Padre y retorna al Padre; El es en persona el camino de Dios al hombre y del hombre a Dios. En él Dios se hace hombre para que el hombre llegue a ser Dios, Dios bajó hasta el hombre para elevar al hombre hasta El. Tal es el tema dominante del Tratado y del Secreto, repetido constantemente, en la primera y en la segunda parte. Luis María contempla de manera particular a María en su movimiento de venida y retorno; por su íntima unión con Aquel que es el camino, ella misma es vía, camino. Entre tantos textos al respecto, conviene en primer lugar citar un breve pasaje del Secreto: "Para llegar hasta Dios y unirse con El es indispensable utilizar el mismo instrumento escogido por El para descender hasta nosotros, hacerse hombre y comunicarnos sus gracias. Esto se realiza mediante una verdadera devoción a la Santísima Virgen" (SM 23).

En el Secreto, este texto es como la bisagra entre las dos partes, hace la unión entre el movimiento descendente de la primera y el movimiento ascendente de la segunda. En el Tratado, Luis María desarrolla el tema de manera magistral al presentar esta devoción a María como "un camino perfecto": "Esta práctica de devoción a la Santísima Virgen es camino perfecto para ir a Jesucristo y unirse con El. Porque María es la más perfecta y santa de las puras creaturas, y Jesucristo, que ha venido a nosotros de la manera más perfecta, no tomó otro camino para viaje tan grande y admirable que María. El Altísimo, el Incomprensible, el Inaccesible y EL QUE ES ha querido venir a nosotros, gusanillos y que no somos nada. ¿Cómo sucedió esto?

El Altísimo descendió de manera perfecta y divina hasta nosotros por medio de la humilde María, sin perder nada de su divinidad y santidad. Del mismo modo, deben subir los pequeñuelos hasta el Altísimo perfecta y divinamente y sin temor alguno a través de María.

El Incomprensible se dejó abarcar y contener perfectamente por la humilde María, sin perder nada de su inmensidad. Del mismo modo, debemos dejarnos contener y conducir perfectamente y sin reservas por la humilde María.

El Inaccesible se acercó y unió estrecha y, perfecta y aun personalmente a nuestra humanidad por María, sin perder nada de su Majestad. Del mismo modo, por María debemos acercarnos a Dios y unirnos a su Majestad perfecta e íntimamente, sin temor de ser rechazados.

Finalmente, EL QUE ES quiso venir a lo que no es y hacer que lo que no es llegue a ser Dios o El que es. Esto lo realizó perfectamente entregándose y sometiéndose incondicionalmente a la joven Virgen María, sin dejar de ser en el tiempo El que es en la eternidad. Del mismo modo, nosotros, aunque no seamos nada, podemos por María llegar a ser semejantes a Dios por la gracia y la gloria, entregándonos perfecta y totalmente a Ella, de suerte que, no siendo nada por nosotros mismos, lo seamos todo en Ella, sin temor de engañarnos" (VD 157).

Aquí Luis María está muy cerca de los Padres de la Iglesia. Se inspira de modo particular en San León Magno[9]. María misma es el camino descendente de la Encarnación y el camino ascendente de nuestra divinización: por Ella el Hijo de Dios se unió a nuestra humanidad para unirnos a su divinidad[10]. El "camino inmaculado de María" (VD 158), es María misma. Jesús vino por Ella en la Encarnación, por Ella viene siempre y por Ella vendrá al final de los tiempos: "Si mi amable Jesús viene otra vez al mundo gloriosamente para reinar en él, como sucederá ciertamente, no escogerá para su viaje otro camino que el de la excelsa María, por quien vino la primera vez con tanta seguridad y perfección" (VD 158).

Del mismo modo, en la primera parte del Tratado, en medio de un desarrollo muy sintético, María es presentada como el camino por el cual Jesús viene a nosotros y por el cual nosotros vamos a El: "4º Porque Ella es el camino por donde vino Jesucristo a nosotros la primera vez, y lo será también cuando venga la segunda, aunque de modo diferente; 5º porque Ella es el medio seguro y el camino directo e inmaculado para ir a Jesucristo y hallarle perfectamente. Por Ella deben, pues, hallar a Jesucristo las personas santas que deben resplandecer . Quien halla a María, halla la vida, es decir, a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida" (VD 50).

En esta dinámica de ida y retorno entre Jesús y nosotros es presentada la esclavitud de amor: "Podemos, pues, conforme al parecer de los santos y de muchos varones insignes, llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfectamente de Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros. Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a El. Pues María no es como las demás creaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden separarnos de Dios en lugar de acercarnos a El. La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a Jesucristo, su Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a El por medio de su Santísima Madre" (VD 75).

Luis María se refiere a San Bernardo cuando expone esta doctrina de la mediación de María: "Digamos, pues, abiertamente, con San Bernardo, que necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y que la excelsa María es la más capaz de cumplir este oficio caritativo. Por Ella vino Jesucristo a nosotros, y por Ella debemos nosotros ir a El" (VD 85).

En el mismo sentido el autor invoca la autoridad de San Bernardo al decir: "Viendo Dios que somos indignos de recibir sus gracias inmediatamente de su mano, dice San Bernardo, las da a María, para que por Ella recibamos cuanto nos quiere dar. Añadamos que Dios cifra su gloria en recibir, de manos de María, el tributo de gratitud, respeto y amor que le debemos por sus beneficios.

Es, pues, muy justo imitar esta conducta de Dios, "para que, añade el mismo San Bernardo, la gracia vuelva a su autor por el mismo canal por donde vino a nosotros" (VD 142).

En el Secreto, Luis María cita el mismo texto de San Bernardo al final de un hermoso pasaje trinitario: "Consagrarse a Jesús por María es imitar al mismo Dios. El Padre, en efecto, nos ha dado a su Hijo, y continúa dándonos sus gracias solamente por María. El Hijo sólo ha venido a nosotros por María; con su ejemplo nos invita a ir a El por la misma persona que lo ha traído al mundo, que es María. El Espíritu Santo nos comunica sus gracias y carismas solamente con la intervención de María. ¿No es, acaso, justo que "la gracia vuelva a su autor, como dice San Bernardo, por el mismo canal por donde vino a nosotros?" (SM 35).

San Luis María insiste siempre en el papel subordinado de María respecto de Jesús. Lo que dice en términos "absolutos" de Jesús, lo dice en forma "relativa" de María (VD 74).

"Esta devoción nos consagra, al mismo tiempo, a la Santísima Virgen y a Jesucristo. A la Santísima Virgen, como al medio perfecto escogido por Jesucristo para unirse a nosotros, y a nosotros con El. A Nuestro Señor, como a nuestra meta final, a quien debemos todo lo que somos, ya que es Nuestro Dios y Redentor" (VD 125).
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MensajePublicado: Jue May 08, 2008 10:41 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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C. Introducción del Secreto de María: camino de santidad abierto a todos


El comienzo del Secreto de María (SM 1-6), es una introducción muy importante cuyo equivalente no se encuentra en el Tratado, probablemente por pérdida de los primeros fascículos. Conviene , pues, prestar máxima atención a este texto en que Luis María expresa en resumen, y de manera extremamente clara, todo el sentido de la doctrina que desarrolla luego en las dos partes del Secreto y del Tratado.

Esta introducción muestra el carácter esencialmente místico y práctico de la teología del autor. Es una teología de vida, una enseñanza práctica para llegar a ser santo, para ser divinizado por la gracia de Dios. Todo se articula alrededor de un punto central, que es la certeza de nuestra vocación a la santidad. El descubrimiento de Luis María concierne esencialmente al puesto y al papel de María en la realización de esta vocación.

El texto que es muy denso está ordenado según una lógica precisa y rigurosa. Conviene, pues, seguirlo en su desarrollo, del número 1 al 6. En las primeras palabras, dirigiéndose directamente a su lector, Luis María presenta su enseñanza como un secreto de santidad: "Pongo en tus manos un secreto que me ha enseñado el Altísimo, y que no he podido encontrar en libro alguno antiguo ni moderno. Te lo entrego con la ayuda del Espíritu Santo" (SM 1).

El santo tiene la certeza de haber descubierto una vía nueva de vida espiritual. Para él se trata de una verdad nueva y antigua a la vez. Afirma que ha leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Santísima Virgen" (VD 118), e insiste en la antigüedad y seguridad del camino que enseña: esta perfecta devoción es "un camino seguro" en la medida en que de verdad es una devoción de Iglesia, vivido por cierto número de santos (VD 159-163), resumido en SM 42. Luis María revela a su lector este secreto "por el Espíritu Santo" (SM 1), bajo tres condiciones, de las cuales la más importante es la segunda: "Que te empeñes en vivirlo para santificarte y salvarte. Porque la eficacia de este secreto corresponde al uso que se hace de él. ¡Cuidado con cruzarte de brazos! Pues mi secreto se convertiría en veneno y vendría a ser tu condenación" (SM 1).

Fiel al Evangelio, el santo insiste siempre en la necesidad de la práctica (cf. Mt 7,24-27). Este secreto es "el tesoro escondido en el campo de María, la perla preciosa del Evangelio" (SM 70). Quien ha recibido este talento precioso tiene el deber de hacerlo fructificar durante toda su vida (cf. Mt 25,14-30). Hacia el final del Secreto, el autor dice lo mismo refiriéndose a la parábola del grano de mostaza: "Esta devoción es el grano de mostaza de que habla el Evangelio, el cual, siendo al parecer la más pequeña de todas las semillas, crece y eleva tanto su tallo" (SM 70).

Al exponer al lector la tercera condición, Luis María insiste de nuevo en lo mismo. El secreto sólo se revela progresivamente a quien lo pone en práctica: "Al principio lo apreciarás sólo imperfectamente, dada la multitud y la gravedad de tus pecados y el oculto apego que tienes a ti mismo. Con el tiempo, a medida que lo vayas poniendo en práctica en la actividad de cada día, comprenderás su precio y excelencia" (SM 1).

Se debe poner en práctica no en cosas extraordinarias, sino en las cosas más sencillas de la vida cotidiana, que son el terreno apropiado de la santidad. Luego Luis María invita a su lector a orar de rodillas al Espíritu Santo y a María para poder acoger y comprender lo que escribe: "Antes de satisfacer tu natural y precipitado afán de conocer la verdad, recita devotamente, de rodillas, el Ave, Maris Stella y el Veni, Creator Spiritus, a fin de alcanzar de Dios la gracia de comprender y saborear este divino misterio... Teniendo poco tiempo, yo para escribir y tú para leer, te diré todo en resumen" (SM 2).

Una de las grandes características de la teología de los santos es la de ser una teología de rodillas: que nace de la oración, se desarrolla en la oración, encuentra su máxima expresión en la forma de la oración (cf. SM 66-69), y no puede ser bien recibida sino en la oración[11].

Lo que dice aquí Luis María es una de las principales condiciones metodológicas de la teología de los santos.

Luego de precisar estas condiciones, el autor expone lo que es fundamento de toda su doctrina: la certeza de la vocación a la santidad (SM 3). Partiendo de este postulado, desarrolla una lógica rigurosa, casi matemática: para realizar esta vocación, hay que vivir el evangelio (SM 4); para vivir el Evangelio, es absolutamente necesaria la gracia de Dios (SM 5); "para encontrar la gracia de Dios, hay que encontrar a María" (SM 6).

Primero Luis María afirma de manera muy clara y teológicamente fundada su certeza de la vocación a la santidad: "Alma, tú que eres imagen viviente de Dios y has sido rescatada con la sangre preciosa de Jesucristo, Dios quiere que te hagas santa como El en esta vida y que participes en su gloria por la eternidad. Tu verdadera vocación consiste en adquirir la santidad de Dios. A ello debes orientar todos tus pensamientos, palabras y acciones, tus sufrimientos y las aspiraciones todas de tu vida. De lo contrario, resistes a Dios, dejando de hacer aquello para lo cual te ha creado y te sigue conservando" (SM 3).

Este texto es admirable. Luis María no pone como fundamento de la vocación a la santidad la pertenencia a la Iglesia por el bautismo, lo que vendrá luego, sino los Misterios de la Creación y de la Redención. El hombre es llamado ciertamente a la santidad porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y porque ha sido rescatado por la Sangre del Hijo de Dios. Esta es pues la vocación del hombre, de todo hombre. Cada hombre es "un hermano por el cual murió Cristo" (1 Co 8,11). El sentido de toda la vida humana, es buscar la santidad.

Aquí, la doctrina de Luis María está ligada a lo que es verdaderamente el corazón de las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II: la santidad como punto de vista esencial sobre la Iglesia y la humanidad. La vocación esencial y universal del hombre es la santidad: Lumen Gentium, Cap. V. Como Redentor del hombre, Cristo está unido a todo hombre, y a todos, sin excepción, les ofrece la posibilidad de realizar tal vocación: cf Gaudium et Spes y Redemptor Hominis. La nueva toma de conciencia de esta primacía de la santidad que caracteriza a la Iglesia pos-conciliar, está esencialmente ligada a un nuevo descubrimiento de María, la Santísima, la Inmaculada, imagen perfecta de la Iglesia santa, sin mancha ni arruga: cf. Lumen Gentium, cap. VIII, Marialis Cultus, Redemptoris Mater. Todo esto muestra la actualidad extraordinaria y la universalidad de la doctrina de San Luis María: ella se refiere al punto esencial que es el cumplimiento de la vocación a la santidad.

Más que todos los otros Doctores de la Iglesia, él pone de relieve el puesto esencial de María en el camino de la santidad. Pero hay que notar que en la introducción del Secreto, el papel de María sólo se afirma como consecuencia de un raciocinio fundado esencialmente sobre la necesidad de la gracia de Dios para llegar a la santidad. Inmediatamente después de afirmar la certeza de la vocación a la santidad, Luis María introduce ya el tema de la necesidad de la gracia, ya que la santidad es propiamente la divinización del hombre, y del hombre herido por el pecado: "¡Oh! ¡Qué obra tan maravillosa! El polvo se trueca en luz, la fealdad en esplendor, el pecado en santidad, la creatura en su Creador, y el hombre en Dios! ¡Qué obra tan maravillosa!, lo repito. Pero difícil en sí. Más aún, imposible al hombre abandonado a sí mismo. Nadie sino Dios con su gracia, y gracia abundante y extraordinaria, puede realizarla con éxito; la creación del universo no es una obra maestra tan excelente como ésta" (SM 3).

Nuestro teólogo de clase recuerda aquí la distinción esencial entre naturaleza y gracia; lo hace de manera clara y equilibrada refiriéndose al misterio de la creación. La salvación en Jesucristo es una nueva creación, más admirable aún que la primera, porque es precisamente la recapitulación, la salvación y la transfiguración de la primera creación, la divinización de la naturaleza humana. María misma es "milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de la gloria" (VD 12).

La realización de la vocación a la santidad es una obra absolutamente inaudita, una obra divina que depende esencialmente de la gracia, y también humana, en cuanto no se puede realizar sin la libre cooperación del hombre con la gracia de Dios. Esta obra es la más grande y también la más difícil: "En efecto en el interior de sí mismos en compañía de la Santísima Virgen, los predestinados van realizando la obra importantísima de su perfección, en comparación de la cual las demás obras no son sino juego de niños" (VD 196).

Habiendo presentado de manera tan clara el horizonte de la santidad, Luis María invita a su lector a reflexionar sobre el camino que a ella conduce: "¿Cómo la lograrás? Qué medios vas a escoger para llegar a la perfección a la que Dios te llama? Los medios de salvación y santificación son conocidos de todos; los consigna el Evangelio, los explican los maestros de la vida espiritual, los practican los santos. Son necesarios a cuantos quieren salvarse y alcanzar la perfección. Y consisten en la humildad de corazón, la oración continua, la mortificación universal, el abandono a la Providencia y la conformidad con la voluntad de Dios" (SM 4).

Lo aquí resumido es la ascesis cristiana, es decir el esfuerzo del hombre para poner en práctica el Evangelio en toda su vida. Este punto de vista ascético es inmediatamente iluminado por la visión mística en las líneas siguientes que se refieren a la necesidad absoluta de la gracia: "Para poner en práctica todos estos medios de salvación y santificación necesitas absolutamente de la gracia y auxilio divinos. Que, nadie lo duda, se concede a todos, aunque en diversa medida. Digo esto porque, no obstante ser Dios infinitamente bueno, no da a todos su gracia con la misma intensidad. Pero da a cada uno la suficiente. Con fidelidad a una gracia mayor, realizarás grandes acciones; a una menor, las realizarás limitadas. El precio y excelencia de la gracia dada por Dios y acogida por el hombre aquilatan el precio y excelencia de nuestras acciones. Estos son principios incontestables" (SM 5).

Esta síntesis admirable de la teología de la gracia fue escrita por un santo que posee sólida formación teológica, y que da testimonio con todos los santos de la primacía de la gracia de Dios sobre la actividad del hombre[12]. Se podría decir que en todos los santos la visión mística domina siempre la ascética. Todos han experimentado, de manera infinitamente variada, la primacía de la gracia, la fuerza de la gracia en la cual el esfuerzo humano no vale nada y no llega a ninguna parte. Al contrario en los espirituales que no son santos[13], y que no tienen la experiencia fuerte de la primacía de la gracia, el punto de vista es más ascético que místico, con mayor insistencia en el esfuerzo del hombre, la gracia se convierte en una realidad teórica en la cual se cree, pero que está fuera de la experiencia, algo así como ¡un numen kanciano!

En el texto que acabamos de citar Luis María muestra que el valor de nuestras obras depende esencialmente de la gracia. Esta enseñanza corresponde a la de San Pablo en el capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios: sin la caridad, es decir sin la gracia, las mayores acciones y aun la fe, pierden todo valor delante de Dios. Luis María busca principalmente la caridad (cf. 1 Co 14,1), la mayor de las gracias, el amor más grande que es el alma de la santidad. Puesto que hay muchos grados de gracia, entre el mínimo de la gracia "suficiente" que da Dios a todos los hombres, ofreciéndoles a todos la posibilidad de la salvación, y el máximo de gracia que caracteriza la santidad. Seguimos siempre la lógica del raciocinio de Luis María: la certeza de nuestra vocación a la santidad se convierte ahora en certeza de que Dios nos quiere dar la "gracia mayor" de los santos. El papel de la libertad humana consiste pues esencialmente en "seguir la gracia dada por Dios", en consentir y colaborar con su acción, siendo Dios siempre el actor principal de la santificación[14].

Al término de estos pasos rigurosamente teológicos, Luis María presenta finalmente a María, no como un modelo para ser imitado, aspecto que vendrá después, sino como la "llena de gracia", que ha “hallado gracia delante de Dios” (cf. Lc 1,28-30), y que nos hace hallar la gracia de Dios, la gracia más necesaria para llegar a la santidad. Lo que afirma el autor al final de la introducción es la conclusión de todo lo que ha dicho. El vocabulario es siempre riguroso, el de la necesidad.

"Todo se reduce, pues, a encontrar un medio sencillo para alcanzar de Dios la gracia necesaria para hacernos santos. Yo te lo quiero enseñar. Y es que para encontrar la gracia hay que encontrar a María" (SM 6).

Esta última afirmación con que termina la introducción se torna en objeto de una demostración teológica en diez puntos. Es la primera parte del Secreto (SM 7-22). La retoma para encabezar la segunda parte: "El problema consiste, pues, en encontrar de verdad a la excelsa María para hallar la abundancia de todas las gracias" (SM 23).
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MensajePublicado: Mar May 13, 2008 11:22 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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II. LA CONTEMPLACIÓN DEL MISTERIO DE LA FE
CON MARÍA Y EN MARÍA



Hemos observado ya que el Tratado ofrece una admirable síntesis de todos los principales Misterios de la Fe cristiana, a la manera del Símbolo Niceno-Constantinopolitano, es decir en forma cristocéntrica y trinitaria. Es una síntesis particularmente armoniosa, viva, dinámica, animada constantemente por el gran movimiento de venida y retorno entre Dios y el hombre en Jesucristo, en que todo viene del Padre por Jesús en el Espíritu, y todo retorna al Padre por Jesús en el Espíritu. Dios se hace hombre para que el hombre llegue a ser Dios. El movimiento descendente de la Encarnación de Dios conlleva el movimiento ascendente de la Divinización del hombre.

Presente en el corazón del Misterio de Jesús que es el Misterio central, María está en relación íntima con todas las Realidades de la Fe. De esta manera está en el corazón del símbolo, nombrada en el artículo central referente a Jesús. Su propio corazón es símbolo, es decir lugar de recogimiento, de unión de todos los misterios, "guardaba en su corazón todos estos acontecimientos" (Lc. 2,19). Al lado del Verbo Encarnado que es el "Símbolo Primordial"[15], María es el gran símbolo de la creación que acoge todo el Amor de Dios su Creador y Salvador, del Dios que se hace no solamente Padre de su creatura, sino también Esposo e Hijo, haciéndola de verdad su hija, esposa y madre! Según palabras de San Ireneo, Dios "ha sido llevado por su propia creación a quien El mismo sostiene". De esta manera en la Encarnación, María ha sido llamada a "llevar a Dios en obediencia a su Palabra"[16].

La teología de Luis María recoge, simboliza, sintetiza todas las Realidades de la Fe miradas desde de María. María es toda relativa a Jesús, al Padre, al Espíritu Santo, a la Iglesia y a toda la economía de la creación y de la salvación. En unión con Jesús que es el Alfa y Omega, el Principio y el Fin, el Primero y el Ultimo (cf. Ap 22,13), "Centro del Cosmos y de la Historia": Juan Pablo II, María misma está íntimamente ligada a los misterios del origen y fin de los tiempos: protología y escatología. Su presencia en el Misterio de la Encarnación y en el Misterio Pascual se prolonga en la Iglesia Cuerpo Místico de Jesús.

Esta teología mariana es una teología viva, encarnada, armoniosa, sinfónica. Permite percibir la belleza y armonía de los Misterios de Dios y del hombre, de la creación y de la salvación, de la humanidad en los hombres y mujeres, de la carne y del espíritu. Tal es según San Ireneo la "sinfonía de la salvación"[17], obra del Amor de toda la Trinidad, del Padre que actúa siempre con sus "Dos Manos" que son Jesús y el Espíritu Santo[18]. En la teología de Luis María como en la de San Ireneo, el equilibrio más profundo es el de la cristología y de la neumatología. Así mismo, como lo hemos anotado ya, hay una profunda armonía entre la contemplación de la Trinidad y de la Encarnación en la primera parte del Tratado y la referencia a los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía en la segunda parte.

Ahora, refiriéndonos a las dos partes del Tratado y al mismo tiempo al conjunto del Secreto, trataremos de sintetizar la enseñanza de Luis María sobre todos los Misterios mayores de la Fe cristiana contemplados desde la visión de María, con María y en María. Consideraremos, pues, sucesivamente:

A - El Cristocentrismo, como Primera Verdad.

B - En la sinfonía trinitaria: María es Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo.

C - Los Misterios de la creación y de la salvación.
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MensajePublicado: Lun May 19, 2008 10:53 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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A - El Cristocentrismo, como "Primera Verdad"

El centro de perspectiva de toda la teología monfortiana se encuentra en la exposición de la primera parte de las "verdades fundamentales" de la verdadera devoción a María. Esta verdad, es el cristocentrismo más poderoso, que Luis María heredó del Cardenal de Bérulle y que profundizó personalmente. Es preciso citar íntegramente este magnífico texto: «Primera verdad. El fin último de toda devoción debe ser Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre. De lo contrario, tendríamos una devoción falsa y engañosa.

Jesucristo es el alfa y la omega, el principio y el fin de todas las cosas. La meta de nuestro ministerio, escribe San Pablo, es construir el cuerpo del Mesías; hasta que todos, sin excepción, alcancemos... la edad adulta... Efectivamente, sólo en Cristo habita realmente la plenitud total de la divinidad y todas las demás plenitudes de gracia, virtud y perfección. Sólo en Cristo hemos sido bendecidos con toda bendición del Espíritu. Porque El es el único Maestro que debe enseñarnos, el único Señor de quien debemos depender, la única Cabeza a la que debemos estar unidos, el único Modelo a quien debemos asemejarnos, el único Médico que debe curarnos, el único Pastor que debe apacentarnos, el único Camino que debe conducirnos, la única Verdad que debemos creer, la única Vida que debe vivificarnos y el único Todo que en todo debe bastarnos.

Bajo el cielo no tenemos los hombres otro diferente de El al que debemos invocar para salvarnos. Dios no nos ha dado otro fundamento de salvación, perfección y gloria que Jesucristo. Todo edificio que no esté construido sobre esta roca firme, se apoya en arena movediza, y se derrumbará infaliblemente tarde o temprano.

Quien no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, caerá, se secará y lo arrojarán al fuego. En cambio, si permanecemos en Jesucristo, y Jesucristo en nosotros, no pesa ya sobre nosotros condenación alguna: ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del infierno, ni creatura alguna podrá hacernos daño, porque nadie podrá separarnos de la caridad de Dios presente en Cristo Jesús.

Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo lo podemos todo: tributar al Padre en la unidad del Espíritu Santo todo honor y gloria; hacernos perfectos y ser olor de vida eterna para nuestro prójimo» (VD 61).

Las últimas líneas, que citan la conclusión del Canon Romano, muestran bien el carácter trinitario de tal cristocentrismo. En las líneas precedentes, se nota igualmente la insistencia sobre Jesús solo: ningún otro Nombre fuera del Nombre de Jesús, ningún otro centro sino la Persona del Verbo Encarnado, verdadero Dios y verdadero Hombre. En la perspectiva de Bérulle todo gravita alrededor del Sol que es Jesús. Más que cualquier otra persona y de manera única, María su Santísima madre es toda relativa a El, y así el papel de su maternidad será precisamente el de cristocentrarnos. Luis María lo dice en seguida: "Por tanto, si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, es sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo, y ofrecer un medio fácil y seguro para encontrar al Señor. Si la devoción a la Santísima Virgen apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica. Pero, como ya he demostrado y volveré a demostrarlo más adelante, sucede todo lo contrario. Esta devoción nos es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad" (VD 62).

Jesús solo es el Centro de todo, de la teología y de la economía, y María es toda relativa a El. Ella nunca es el Centro, pero conduce al centro. Desde el comienzo del Tratado, Luis María nos ha recordado que María es solamente una creatura: "Confieso con toda la Iglesia que, siendo María una simple creatura salida de las manos del Altísimo, comparada a la infinita Majestad de Dios, es menos que un átomo, o mejor, es nada, porque sólo El es El que es" (VD 14).

La "verdadera y sólida devoción a María" excluye, pues, por anticipado toda forma de mariolatría que de una manera u otra olvide que Ella es una simple creatura y no una divinidad (cf. VD 49), una persona humana y no divina. María es "infinitamente inferior a su Hijo, que es Dios" (VD 27). Pensar que "la Santísima Virgen sea mayor que Jesucristo o igual a El, sería una intolerable herejía" (VD 95). La expresión "la divina María" no debe causar dificultad. De igual manera hablan los Padres griegos del divino Pablo, del divino Moisés. Divino es sinónimo de santo. El hombre se hace santo por su participación en la santidad de Dios, llega a ser divino por la participación en la Naturaleza Divina. Luis María tiene un sentido muy fuerte de Dios, de su trascendencia relativa a toda creatura. Dios Solo es la fórmula típica que utiliza al final de los Cánticos y que se encuentra en VD 265.
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MensajePublicado: Vie May 23, 2008 1:39 am    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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B - En la "sinfonía trinitaria":

María es Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo


El Tratado comienza con una larga sinfonía trinitaria (VD 1-36), que presenta a María rodeada por la Trinidad. Todo lo cual está resumido en el Secreto (SM 7-15).

A la luz del mismo cristocentrismo trinitario, se encuentra exactamente la misma antífona mariana en San Francisco de Asís y en Luis María. Esta antífona de San Francisco, repetida constantemente en sus Salmos del Misterio de Jesús, da igual ritmo a la sinfonía de Luis María. María es saludada por Francisco como: "Hija y sierva del rey altísimo y soberano, Padre celeste, Madre de Nuestro Santísimo Señor Jesucristo, Esposa del Espíritu Santo"[19].

Exactamente en el mismo sentido escribe Luis María: "Te saludo, María, Hija predilecta del Padre eterno; te saludo, María, Madre admirable del Hijo; te saludo, María, Esposa fidelísima del Espíritu Santo"[20].

Esta expresión, tan profundamente teológica, tiene ante todo la ventaja de explicitar la relación de María con cada una de las Personas divinas, su maternidad respecto de la Persona del Hijo que es siempre el centro de la visión cristocéntrica. La otra ventaja de esta expresión está en situar respecto de la Trinidad todas las dimensiones fundamentales del ser de María como creatura humana, como mujer. La humanidad femenina de María se dilata fundamentalmente en su Amor de Hija, de Madre y de Esposa que la hace vivir en el corazón de la comunión trinitaria. A la luz de la Virginidad total de María, estas expresiones no presentan dificultad alguna. Todas sus relaciones son, en efecto, relaciones virginales. María es siempre virgen, esposa-virgen y madre-virgen. Así como es verdadera Madre de Dios, Theotokos, es también verdadera Esposa de Dios, Theonumphos, la nueva Sión, la Esposa del Cantar de los Cantares.

María es la Madre de la Persona única del Hijo, mientras que sus otros dos títulos de Hija y de Esposa, están en relación con una u otra de las Personas Divinas. Así, Dante llama a María: "Hija de tu Hijo"[21], en cuanto fue creada por El. Bérulle la llama "Esposa del Padre", pues tienen juntos el mismo Hijo: "Hija y Esposa del Padre, Madre y sierva del Hijo y santuario del Espíritu Santo"[22]. Más aún se podría decir que María es Esposa de su Hijo, sin que hubiera ningún inconveniente. La interpretación mariana del Cantar de los Cantares, que es tradicional, identifica a María con la Esposa de Cristo, lo que es totalmente exacto en teología, ya que María es la imagen perfecta de la Iglesia, Esposa de Jesús sin mancha ni arruga. Hay que recordar a propósito que si el Nombre de Hijo expresa la propiedad de una Persona divina, el Nombre de Esposo es en realidad común a toda la Trinidad. El nombre divino de Esposo puede, pues, ser legítimamente apropiado a cada una de las tres Personas. Se apropia sobre todo al Hijo a causa de la Encarnación, pero en verdad puede ser apropiado al Padre y al Espíritu Santo, pues en verdad, las tres Personas son un solo Esposo y no tres Esposos.

La comunión trinitaria es siempre virginal; es fuente de relaciones inauditas, divino-humanas, radicalmente nuevas respecto de las simples relaciones humanas, naturales. De esta manera, para San Francisco, toda persona que vive en la caridad es a la vez Madre y Hermana y Esposa de Jesús, de suerte que Jesús es verdaderamente su Esposo, Hermano e Hijo[23]. Tal expresión, que Santa Clara aplica más particularmente a la mujer consagrada en la virginidad[24], conviene a María de manera eminente. Podemos añadir además que para San Francisco, el título de Esposa del Espíritu Santo no está reservado a María; se aplica también a Clara y a sus hermanas, cuando les escribe: "han desposado al Espíritu Santo escogiendo una vida según la perfección del Evangelio"[25].

Finalmente, se puede observar que a pesar de ciertas críticas contra el título mariano de Esposa del Espíritu Santo, el Papa Juan Pablo II no ha dudado usarlo en la encíclica Redemptoris Mater, n. 26.
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MensajePublicado: Lun May 26, 2008 5:47 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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1. La Paternidad de Dios y la Maternidad de María, relaciones con el mismo Hijo Unico


Siguiendo al Cardenal de Bérulle, Luis María contempla a Jesús en el misterio de la Encarnación, es decir en el seno virginal de María, donde El recibe nuestra humanidad por obra del Espíritu Santo. Dios Hijo Unico, El que está en el Seno del Padre, se hizo carne (cf. Jn 1,14.18), en el Seno de María. Encontramos una bella expresión de este Misterio en el Amor de la Sabiduría eterna, en las primeras palabras de la Oración de Consagración: "¡Oh Sabiduría eterna y encarnada, oh amabilísimo adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo Unico del Padre eterno, y de María, siempre Virgen! Te adoro profundamente en el seno y esplendores del Padre, durante la eternidad y en el seno virginal de María, tu dignísima Madre, en el tiempo de la encarnación" (ASE 223).

La relación de María con la Persona del Padre había sido profundizada de manera particular por Bérulle. Es además uno de los aspectos más bellos y más originales de su teología: la relación entre la Paternidad de Dios y la Maternidad de María, entre el seno del Padre en el cual Jesús recibe eternamente su Divinidad y el seno de María donde recibió nuestra Humanidad. Veamos por ejemplo lo que escribe en la Vida de Jesús: "¡Oh Padre, Oh Virgen! ¡Oh Hijo, oh Madre! ¡Oh seno del Padre, oh Seno de la Virgen: seno del Padre adorable e impenetrable, sino por el Hijo que es concebido y que reposa en él! ¡Oh seno de la Virgen sellado y venerable, que supera las maravillas de la tierra y rinde homenaje al seno del Padre, seno puro y fecundo, seno cerrado al hombre y abierto al Hijo del Hombre; seno virginal y maternal al mismo tiempo; seno adorador del seno del Padre y de las emanaciones eternas! Oh seno del Padre, oh seno de la Virgen"[26].

En la teología beruliana, lo que más se asemeja a la Paternidad de Dios, no es, pues, la paternidad humana, masculina, sino la Maternidad de una Mujer, la Maternidad de María. Esto es muy importante para superar una falsa idea de la Paternidad de Dios como paternidad masculina. Ya el Antiguo Testamento, antes de la revelación plena del Hijo en el seno del Padre, aplicaba con frecuencia los símbolos del Amor maternal. Si la paternidad y la maternidad humanas son dos imágenes complementarias de la Paternidad única de Dios, se podría decir que en la contemplación beruliana, la maternidad es su imagen más perfecta, y esto a causa el Misterio de la Encarnación, porque Dios envió a su Hijo nacido de una mujer (cf. Gal 4,4), por obra del Espíritu Santo. Solamente la Maternidad virginal de María dio la carne al Hijo de Dios, sin intervención de un hombre, de un padre según la carne. Así, la paternidad legal de San José es también una paternidad virginal.

En el plano especulativo, Bérulle reflexionó particularmente en esta relación entre la Paternidad de Dios y la Maternidad de María, profundizando el gran tema agustiniano de la relación. Luis María resume en pocas palabras el pensamiento de Bérulle al respecto cuando escribe: "María es toda relativa a Dios. Y yo me atrevo a llamarla "la relación de Dios", pues sólo existe en relación a El; o "el eco de Dios", ya que no dice ni repite sino Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios" (VD 225).

Bérulle había aplicado por analogía las categorías de substancia y relación a todos los misterios de la economía de la salvación[27]. Con respecto a María, estas dos categorías son particularmente iluminadoras. En efecto, desde el punto de vista de la substancia, María es una simple creatura, mientras que vista desde la relación, es verdaderamente Madre de Dios. Radicalmente finita en su substancia, por su Maternidad toca en verdad al Infinito.

Se puede decir con toda verdad que María es "infinitamente Madre"[28]. Esta profundización de la maternidad como relación permite a Bérulle, y aún más a Luis María, mostrar todo el puesto de María en el Misterio de la salvación, sin ningún riesgo de exagerar. En la línea de los Padres de la Iglesia, María es contemplada siempre desde la visión de su Maternidad, como la Santa Madre de Dios, es decir en su relatividad total a Jesús el único Absoluto, por ser Dios con el Padre y el Espíritu Santo. Todo riesgo de mariolatría, consistente en absolutizar a María, está, pues, descartado por anticipado: "lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen" (VD 74). Esta insistencia sobre la relatividad de María muestra que la teología de Luis María puede ser utilizada en el diálogo ecuménico, al mostrar siempre su carácter radicalmente cristocéntrico y teocéntrico.
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MensajePublicado: Vie May 30, 2008 12:21 am    Asunto:
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2. El puesto del Espíritu Santo



Si María es fundamentalmente relativa al Hijo de Dios por ser su Madre, es al mismo tiempo relativa al Espíritu Santo como su Esposa. En su virginidad perpetua, es Madre del Hijo por obra del Espíritu. Este es el equilibrio profundo entre la cristología y la neumatología en el Misterio de la Encarnación, equilibrio que continúa en el Misterio de la Iglesia, Cuerpo Místico de Jesús. Así, la acción del Espíritu Santo es siempre cristocéntrica, ya que consiste en formar el mismo Cuerpo de Jesús, primero en su Cabeza, y luego en sus miembros. Y la Maternidad de María, como lugar de formación de este Cuerpo, es, pues, siempre relativa a Jesús y al Espíritu. Ella es la más pura transparencia de Jesús y del Espíritu, sin ocultar jamás a ninguna de estas dos Personas divinas.

Siguiendo a los Padres de la Iglesia, y en especial a San Ireneo, Luis María muestra de manera brillante la inconsistencia de las dos principales objeciones antimarianas: María ocuparía el puesto de Jesús o del Espíritu Santo. Ireneo es en efecto el Padre más antiguo que, junto con la absoluta primacía de Cristo, expresada con el tema de la recapitulación de todas las cosas en Cristo (cf Ef 1,10), ha explicitado por primera vez la neumatología y la mariología. Lo mismo exactamente sucede en Luis María. Entre los grandes autores espirituales del Occidente, es uno de los que más habla del Espíritu Santo, y esto de manera siempre radicalmente cristocéntrica. En él como en Ireneo, la maternidad virginal es el lugar privilegiado en que se manifiestan "las Dos Manos del Padre" que son el Hijo y el Espíritu Santo, donde el Hijo se hace carne por obra del Espíritu Santo.

En esta forma, Luis María escapa completamente al reproche a menudo formulado hoy a propósito de la espiritualidad occidental: María hubiera tomado en ella el puesto del Espíritu Santo. La teología del santo responde plenamente a una de las exigencias de Pablo VI en Marialis Cultus: mostrar bien el vínculo entre María y el Espíritu Santo.

Entre tantos textos neumatológicos de Luis María, se puede citar por ejemplo lo que escribe hacia el principio del Tratado, relativo a la acción constante del Espíritu Santo en la Maternidad de María: "Con Ella, en Ella y de Ella produjo su obra maestra que es un Dios hecho hombre, y produce todos los días, hasta el fin del mundo, a los predestinados y miembros de esta Cabeza adorable. Por ello, cuanto más encuentra a María, su querida e indisoluble Esposa, en un alma, tanto más poderoso y dinámico se muestra el Espíritu Santo para producir a Jesucristo en esa alma y a ésta en Jesucristo" (VD 20).

Finalmente, una de las expresiones más bellas de este equilibrio entre cristología y neumatología se encuentra en la larga oración incluida hacia el fin del Secreto de María: 66-68. Esta oración se dirige sucesivamente a Jesús, al Espíritu Santo y a María. Conviene citar la parte concerniente al Espíritu: "Oh Espíritu! Concédeme todas las gracias: planta, riega y cultiva en mí el verdadero árbol de vida que es la amabilísima María, para que crezca y dé flores y frutos en abundancia. Oh Espíritu Santo! Concédeme amar y venerar mucho a María, tu Esposa fidelísima; apoyarme en su amparo maternal y recurrir a su misericordia en toda circunstancia, a fin de que con ella formes perfectamente en mí a Jesucristo, grande y poderoso, hasta la plena madurez espiritual" (SM 67).
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MensajePublicado: Lun Jun 02, 2008 9:05 pm    Asunto:
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C - Los Misterios de la Creación y de la Salvación


1. María, tierra virgen y paraíso terrestre del Nuevo Adán




En esta gran perspectiva patrística, la Encarnación recapitula la creación y contiene ya los Misterios de la Redención y de la Iglesia. La recapitulación de la creación aparece especialmente con un gran tema que desarrolla Luis María ampliamente siguiendo a Bérulle y a los Padres: María es la "tierra virgen e inmaculada", el "paraíso terrestre del Nuevo Adán"[29].

Esta es propiamente la dimensión cósmica del Misterio de María, más allá de la dimensión simplemente antropológica. Para Ireneo, que es el primero en desarrollar este tema, María, antes que ser la Nueva Eva en su obediencia, es la Tierra Nueva, la Tierra virgen a partir de la cual las "Manos de Dios" han modelado al Nuevo Adán[30]. Exactamente en el mismo sentido escribe Luis María: "La Santísima Virgen es el verdadero paraíso terrestre del nuevo Adán. El antiguo paraíso era solamente una figura de éste. Hay en este paraíso riquezas, hermosuras, maravillas y dulzuras inexplicables, dejadas en él por el nuevo Adán, Jesucristo. Allí encontró El sus complacencias durante nueve meses, realizó maravillas e hizo alarde de sus riquezas con la magnificencia de un Dios. Este lugar santísimo fue construido solamente con tierra virginal e inmaculada, de la cual fue formado y alimentado el nuevo Adán, sin ninguna mancha de inmundicia, por obra del Espíritu Santo que en él habita" (VD 261)[31].



[29] Podemos citar por ejemplo este bello texto de Bérulle: "Dios es el único artífice de esta obra, y quiere formar con sus manos un segundo Adán, como había formado al primero con sus propias manos; aun podemos pensar que no tomó en sus manos la porción de tierra de la cual formó a Adán sino porque en ella estaba esta porción de substancia de la cual quiere ahora formar a Jesús su Hijo único y la salvación de los hombres. Me parece que al contemplar esta obra que debe renovar el mundo, veo una relación a lo que se hizo en la Creación del mundo, más aún una relación que en su semejanza es eminente y ventajosa. Pues veo ahora como entonces un Dios, una Eva, un Adán y un Paraíso. Pero, ¡Oh Dios! ¡Qué Eva, qué Adán y qué Paraíso! Veo en aquella humilde celda de Nazaret, al mismo Dios que ha creado el mundo, y lo veo obrando cosas más grandes y divinas que la creación del mundo. El creó entonces este universo y ahora forma al soberano del Universo y al mismo Creador. El formó a Adán, pero un Adán que da a sus hijos la muerte más que la vida, y que les da la muerte al darles vida. Ahora forma un Nuevo Adán que da vida, y les da vida por su muerte, y les da vida eterna. Allá hizo un paraíso terrestre, aquí hace una Paraíso celeste en la tierra. Allá saca a Eva de Adán y aquí a nuestro Adán de Eva, es decir a Jesús de María que es la Madre de los vivientes, y lo que es aún mucho más, la Madre del Dios vivo. Allá hace un paraíso de un día para Adán y aquí un nuevo Paraíso para el segundo Adán, y un Paraíso donde tendrá su morada varios días y varios meses, y en el cual encontrará sus delicias durante varios años. Pues la Virgen es un Paraíso de delicias, y más aún es un Paraíso preparado para Jesús. Ella es la morada de Jesús y Jesús tiene sus delicias en Ella y estará en Ella en poco tiempo y allí estará nueve meses completos, y luego estará con Ella treinta años. Y fuera de la Virgen sólo tendrá cruz y dolores, humillaciones y oprobios, y sólo en Ella y con Ella tendrá reposo y delicias sobre la tierra. ¡Oh Virgen Santa! ¡Oh Paraíso preparado para Jesús! Oh morada deliciosa y florida para Jesús": La vida de Jesús, Cap. 19; O.C. 1986, vol. 8, p. 267-268.

[30] Esto aparece sobre todo en el gran texto de la recapitulación de Adán. Cf Contra las Herejías, III, 21, 10-22.

[31] Sobre el mismo tema patrístico cf. VD 6, 18, 45, 248.

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MensajePublicado: Sab Jun 07, 2008 3:50 pm    Asunto:
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2. María nueva Eva en su obediencia



El otro gran tema patrístico, el de María Nueva Eva, está igualmente presente en Luis María. Para él como para Ireneo, la comparación entre María y Eva concierne principalmente a la obediencia de María en contraste con la obediencia de Eva. Por su obediencia, María se convirtió en "causa de salvación para Ella misma y para todo el género humano"[32]. Así, se lee en el Tratado: "Lo que Lucifer perdió por orgullo lo ganó María con la humildad: Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia lo salvó María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo causa de perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás; María, al permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor" (VD 53)[33].

Esta obediencia de María es causa de salvación como obediencia maternal: "a fin de llevar a Dios obedeciendo su palabra"[34]. Es por la obediencia de María que el Padre da a su Hijo como Salvador del mundo. La obediencia maternal de la Nueva Eva en la Encarnación es toda relativa a la obediencia filial del Nuevo Adán en la Redención.


[32] Contra las Herejías: III, 22, 4.

[33] En el mismo sentido: «María es la Virgen fiel que por su fidelidad a Dios repara las pérdidas que la Eva infiel causó por su infidelidad, y alcanza a quienes confían en Ella la fidelidad para con Dios y la perseverancia. Por eso, un santo la compara a un áncora firme, que los sostiene e impide que naufraguen en el mar tempestuoso de este mundo, en donde tantos perecen por no aferrarse a Ella: "Atamos, dice, las almas a tu esperanza como a un áncora firme". Los santos que se han salvado estuvieron firmemente adheridos a Ella, y a Ella ataron a otros para que perseveraran en la virtud. ¡Dichosos, pues, una y mil veces, los cristianos que ahora se aferran fiel y enteramente a María como a un áncora firme! Los embates tempestuosos de este mundo no los podrán sumergir ni les harán perder sus tesoros celestiales. ¡Dichosos quienes entran en María como en el arca de Noé! Las aguas del diluvio de los pecados que anegan a tantas personas no les harán daño, porque los que obran por mí no pecarán, dice la Sabiduría; es decir, los que están en mí para trabajar en su salvación no pecarán. ¡Dichosos los hijos infieles de la infeliz Eva que se aferran a la Madre y Virgen fiel, la cual permanece siempre fiel y no puede negarse a sí misma! Si somos infieles, Ella permanece fiel, porque negarse a sí misma no puede, y responde siempre con amor a quienes la aman: Yo amo a los que me aman. Y los ama no sólo con amor afectivo, sino también con amor efectivo y eficaz, impidiendo, mediante gracias abundantes, que retrocedan en la virtud o caigan en el camino, y pierdan así la gracia de su Hijo» (VD 175).

[34] Contra las Herejías (V, 19, 1).

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MensajePublicado: Mar Jun 10, 2008 4:17 pm    Asunto:
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3. La obediencia redentora de Jesús hasta la muerte en la Cruz;

el puesto de María junto a la Cruz




Jesús es el único Salvador; nos ha salvado de la desobediencia obedeciendo al Padre hasta la muerte y muerte de cruz. Esta es la obediencia del Nuevo Adán el único que restablece la alianza por su obediencia en el madero de la Cruz. El Misterio de la Cruz está siempre presente en la doctrina monfortiana. María está eminentemente asociada a este Misterio; allí Jesús la dio como Madre a su discípulo. Luis María se identifica con el discípulo a quien Jesús amaba. Veamos por ejemplo lo que dice a Jesús, en la gran oración del Secreto de María: "¡Mil y mil veces, como San Juan ante la cruz, he aceptado a María por tu don más precioso! ¡Y cuántas veces me he consagrado a Ella! Aunque todavía no conforme a tus deseos. Por ello la acepto ahora, como tú lo quieres, ¡amado Jesús mío!" (SM 66).

María no reduce ninguna de las exigencias de Jesús: al contrario, repite siempre a sus hijos: "hagan lo que El les diga" (Jn 2,5). Pero con toda la dulzura de su amor maternal, ayuda a sus hijos a aceptar la exigencia más radical de sus hijos, llevar la cruz en su seguimiento, seguirlo hasta la Cruz. Así, para Luis María, el que ha encontrado a María ha encontrado en verdad "toda la dulzura y el gozo en las amarguras de la vida" (SM 21). No se puede amar a Jesús sin su Cruz, pues son inseparables: "Jamás la Cruz sin Jesús ni Jesús sin la Cruz" (ASE 172). Donde está la Cruz de Jesús, está el Amor de Jesús y recíprocamente. Volveremos sobre este punto cuando consideremos este camino espiritual vivido con María: cómo nos ayuda Ella a aceptar con amor y con gozo la Cruz de Jesús, el cáliz amargo de su Agonía.
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MensajePublicado: Sab Jun 14, 2008 6:33 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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4. Aquí vengo: presencia del sacrificio redentor desde la Encarnación


Uno de los acentos más característicos de la teología de Bérulle es la contemplación de la Cruz presente ya en el Misterio de la Encarnación, desde el aquí vengo de la Carta a los Hebreos: 10,5-9. En el Tratado encontramos un excelente resumen: "El tiempo no me permite detenerme aquí para explicar las excelencias y grandezas del misterio de Jesús que vive y reina en María, es decir, de la encarnación del Verbo. Me contentaré con decir en dos palabras que éste es el primer misterio de Jesucristo, el más oculto, el más elevado y menos conocido; que en este misterio, Jesús en el seno de María, al que por ello denominan los santos la sala de los secretos de Dios, escogió, de acuerdo con Ella, a todos los elegidos; que en este misterio realizó ya todos los demás misterios de su vida, por la aceptación que hizo de ellos: Por eso, al entrar en el mundo, dice El: "Aquí estoy yo para realizar tu designio..."; que este misterio es, por consiguiente, el compendio de todos los misterios de Cristo y encierra la voluntad y gracia de todos ellos" (VD 248).

Se trata principalmente del Misterio de la Cruz, que Jesús acepta desde el primer instante de su concepción en el seno de María. Al respecto Luis María y Bérulle se inscriben en la gran perspectiva de la teología medioeval, de la cual se encuentra una de las expresiones más bellas en Santo Tomás. Las dos cuestiones de la Suma Teológica sobre la Concepción de Cristo contienen sucesivamente las afirmaciones concernientes a la relación de la unión hipostática (IIIa q. 33), y la perfección del alma de Jesús desde ese primer instante (q. 34). En su alma humana, llena del Espíritu Santo, el Verbo Encarnado posee la visión beatífica: ve a Dios su Padre, se ve a sí mismo como Hijo, ve a todo el hombre y a todos hombres a los cuales viene a salvar, a cada uno de nosotros. El es así consciente y libre desde el instante mismo de su concepción, y por eso puede realmente dar su consentimiento según su voluntad humana desde que ella comienza a existir. Del mismo modo, Santa Catalina de Siena contempla a Jesús "llevando la Cruz del santo deseo" desde el primer instante de la Encarnación[35]. Bérulle había desarrollado todo esto de manera espléndida en la Vida de Jesús (cap. 24-27).


[35] Oraison, XI.
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MensajePublicado: Mar Jun 17, 2008 3:32 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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5. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo



Con la obediencia redentora de Jesús, también la realidad de su Cuerpo Místico se contempla ya en la Encarnación. Puesto que el Misterio de la Encarnación contiene ya el Misterio Pascual de la Redención, él contiene al mismo tiempo el Misterio de la Iglesia. La eclesiología es uno de los puntos fuertes de la teología de Bérulle, junto con la cristología y la neumatología[36]. El tema más rico es el del Cuerpo Místico, a partir de San Pablo y en la línea de los desarrollos teológicos de los Padres y de Santo Tomás. Siguiendo al Doctor Angélico, la teología beruliana expresa un sentido muy profundo de la unidad de Cristo y de la Iglesia, puesto que "la cabeza y los miembros son como una sola persona mística"[37]. Desde el instante, pues, de su concepción, a causa de la unión hipostática o gracia de unión, y a causa de la plenitud del Espíritu Santo que está en El como gracia habitual y que es también gracia capital, Jesús es ya verdaderamente la Cabeza del Cuerpo Místico. Luis María, que desarrolla este aspecto ampliamente, da de él un admirable resumen al principio del Secreto de María, siempre en la perspectiva de su cristocentrismo trinitario: "Así como, en el orden natural, todo niño necesariamente tiene un padre y una madre, del mismo modo, en el orden de la gracia, todo verdadero hijo de la Iglesia debe tener a Dios por Padre y a María por Madre…

María ha formado a Jesucristo, Cabeza de los predestinados. Por tanto, Ella debe también formar los miembros de esta Cabeza que son los verdaderos cristianos. Pues una madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni los miembros sin la cabeza. Por consiguiente, quien quiera ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe dejarse formar en María por la gracia de Jesucristo. Quien reside en Ella en plenitud para ser comunicado en plenitud a los miembros auténticos de Jesucristo, que son también hijos de María.

El Espíritu Santo se desposó con María, y en Ella, por Ella y de Ella produjo a Jesucristo, su obra maestra, la Palabra encarnada. Dado que no la ha repudiado, continúa produciendo todos los días a los predestinados en Ella y por Ella, de manera real, aunque misteriosa.

María ha recibido de Dios un dominio especial sobre los predestinados para alimentarlos y hacerlos crecer en Dios. San Agustín llega a decir que en este mundo todos los predestinados se hallan encerrados en el seno de María y que no nacen definitivamente hasta que esta buena Madre los dé a luz para la vida eterna. Por consiguiente, así como un niño saca todo su alimento de la madre, que se lo da proporcionado a su debilidad, del mismo modo los predestinados sacan todo su alimento y fuerza espirituales de María” (SM 11-14).

Este resumen es una obra maestra de sencillez y claridad. Aunque el texto de San Agustín no sea auténtico, corresponde bien a la manera patrística de hablar del seno maternal de la Virgen que es inseparablemente María y la Iglesia. En este sentido, para San Ireneo, el nuevo nacimiento es inseparablemente el nacimiento virginal de Jesús y nuestro nacimiento bautismal. Según él, pues, los profetas habían contemplado al Emmanuel nacido de la Virgen", anunciando que "El mismo, el Puro, abriría de manera pura el seno puro que regenera a los hombres en Dios y que El mismo ha hecho puro"[38]. La referencia al bautismo, muy presente ya en Bérulle, es absolutamente fundamental en Luis María.



[36] Cf R. Deville, op. cit., p. 112.

[37] IIIa q. 48 art. 2 ad. 1.

[38] Cf. Contra las Herejías, IV,33,11. Así mismo en la Carta de los Mártires de Lyon, muy cercana a la teología de Ireneo, el principal título de la Iglesia es el de Virgen-Madre. La apostasía es designada allí simbólicamente como un aborto: los fieles dejaron el Seno de la Iglesia para la muerte, y no para la vida. Pero gracias a la oración y sacrificios de sus hermanos, retornan a su Seno para encontrar en él la vida.

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MensajePublicado: Dom Jun 22, 2008 1:38 am    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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6. El seno virginal de María, lugar de la Encarnación y de nuestra divinización.

Teología del Cuerpo



Esta doctrina de la Encarnación y del cuerpo Místico valoriza evidentemente toda la realidad del Cuerpo y todas las líneas armónicas de la teología del Cuerpo. El Cuerpo de Jesús fue formado por el Espíritu Santo en el Cuerpo de María, a partir del Cuerpo de María, en su Seno virginal. Este Cuerpo verdadero, nacido de María, nos es dado en la Eucaristía: cf el final eucarístico del Tratado (VD 266-273). En María, el Espíritu Santo formó y alimentó el Cuerpo de Jesús en la Encarnación; y siempre en María lo forma, alimenta y recibe sea el Cuerpo Místico o el Cuerpo Eucarístico[39]. Como eco de este final eucarístico del Tratado, convendría releer el bellísimo cántico eucarístico y mariano para el Sábado (CT 134).

En esta teología del Cuerpo, ordenada por el realismo de la Encarnación, Luis María sigue todavía a los Padres de la Iglesia contemplando en la fe y en el Amor el Seno Virginal de María. Es el mismo Seno que después de haber llevado y alimentado a Jesús no cesa de llevarnos y alimentarnos. Este lugar corporal es uno de los principales lugares teológicos, ya que es a la vez el lugar de la Encarnación y de nuestra Divinización.

"María es el molde maravilloso de Dios, hecho por el Espíritu Santo para formar a la perfección a un Hombre-Dios por la encarnación y para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina mediante la gracia" (SM 17).

Siendo Jesús la Cabeza del Cuerpo Místico desde el primer instante de la Encarnación, desde su concepción, celebrada litúrgicamente el 25 de Marzo (VD 243ss), el Seno virginal de María contiene inseparablemente a Jesús y a todos los miembros de su Cuerpo. En el Seno virginal de María el Espíritu Santo da siempre la vida al Cuerpo de Jesús, en la Cabeza y en los miembros.

Sería bueno comparar lo que dice Luis María a propósito del Seno de María con lo que dice Catalina de Siena a propósito del Costado de Jesús. Como Doctora de la Iglesia, ella es sobre todo Doctora del Cuerpo y de la Sangre de Jesús; y es por excelencia teóloga del Cuerpo. Como Luis María contempla a Jesús y a todo su Cuerpo Místico en el Seno de María, Santa Catalina contempla a toda la Iglesia Esposa, a toda la humanidad, en el Costado abierto de Jesús Crucificado y Resucitado. La síntesis de Santa Catalina está centrada en el Misterio Pascual, como la síntesis de Montfort se centra en el Misterio de la Encarnación. Luis María invita a todos los bautizados a vivir en el Seno de María, como Catalina los invita a vivir en el Costado de Jesús, allí donde el Espíritu mismo no cesa de comunicar la vida y la salvación. Se hace notar aquí la diferencia y la complementariedad entre la mirada de un Doctor y la de una Doctora. La mirada de Catalina es la de una mujer locamente enamorada de Jesús el Nuevo Adán, mientras la mirada de Luis María es la de un hombre, enamorado también de Jesús (cf. Cánticos 54, 55, 56), pero enamorado de Jesús en María, locamente enamorado de María la Nueva Eva, que lleva y da a Jesús. Sin duda este aspecto tan profundamente masculino se transparenta en las exclamaciones del santo: "¡Oh!, ¡qué feliz es el hombre que lo ha entregado todo a María, que en todo y por todo confía y se pierde en María! ¡Es todo de María, y María es toda de él!" (VD 179).

Igualmente, al hablar de Jesús, escribe: "¡Oh! ¡Cuán dichoso el hombre que habita en la casa de María! ¡Tú fuiste el primero en habitar en Ella!" (VD 196).

¡Feliz el hombre! Esta relación profunda de amor con María hace feliz al hombre. Ella lo hace el más feliz de los hombres. Esto es verdad de manera particular para el hombre consagrado en el celibato, en la virginidad, para el sacerdote, para el religioso. Este punto es de gran actualidad; merecería ser ampliamente profundizado. El estudio atento de las santas y de los santos muestra que existe de una parte un privilegio de la masculinidad en el Amor de María, es decir de Jesús en María, o de María que lleva y da a Jesús. La relación entre el hombre y la mujer nunca es tan bella y luminosa como en la santidad, y culmina en la relación de Amor con Jesús Nuevo Adán y de María Nueva Eva. La masculinidad de Jesús y la feminidad de María son realidades inagotables de vida y de amor para toda la humanidad: hombres y mujeres.

Como Catalina de Siena, Luis María no teme las expresiones más corporales, más encarnadas: gestación, parto, lactancia. Hablando de los fieles esclavos de María, afirma: "Se acogen a los pechos de su misericordia y dulzura para obtener por su intercesión el perdón de sus pecados o saborear, en medio de las penas y sequedades, sus dulzuras maternales. Se arrojan, esconden y pierden de manera maravillosa en su seno amoroso y virginal, para ser allí inflamados en amor puro, ser allí purificados de las menores manchas y encontrar allí plenamente a Jesucristo, que reside en María como en su trono más glorioso" (VD 199).

Por el contrario los réprobos y los falsos devotos "no pueden gustar las dulzuras maternales del seno de María" (ibidem). Por su parte María alimenta y embriaga de amor a quienes a Ella se adhieren: «Ella los alimenta con el Pan de vida que Ella misma ha formado: "Queridos hijos míos, les dice por boca de la Sabiduría, saciaos de mis frutos, es decir, de Jesús, fruto de vida, que para vosotros he traído al mundo. Venid, les dice en otra parte, a comer de mi pan, que es Jesús, y a beber del vino de su amor, que he mezclado para vosotros con la ------ de mis pechos. Comed, bebed y embriagaos, amigos míos." Siendo Ella la tesorera y dispensadora de las gracias del Altísimo, da gran porción, y la mejor de todas, para alimentar y sustentar a sus hijos y servidores. Nutridos éstos con el Pan de vida, embriagados con el vino que engendra vírgenes, llevados en sus brazos» (VD 208).

De esta manera siempre cristocéntrica Luis María explica en forma muy hermosa los principales aspectos de la vida en el Seno de María: "Te es necesario permanecer encantado en el hermoso interior de María, descansar allí en paz, apoyarte en él confiadamente, ocultarte allí con seguridad y perderte en él sin reserva, a fin de que en este seno virginal: 1) te alimentes con la ------ de la gracia y misericordia maternal de María; 2) te liberes de toda turbación, temor y escrúpulo; 3) te pongas a salvo de todos tus enemigos: demonio, mundo y pecado, que jamás pudieron entrar en María. Por esto dice Ella misma: Los que obran por mí no pecarán; esto es, los que permanecen espiritualmente en la Santísima Virgen no cometerán pecado considerable; 4) te formes en Jesucristo, y Jesucristo sea formado en ti. Porque el Seno de María, dicen los Padres, es la sala de los sacramentos divinos, donde se ha formado Jesucristo y todos los elegidos: Uno por uno, todos han nacido de Ella" (VD 264).




[39] Cf. la primera admonición de San Francisco de Asís sobre el Cuerpo y la Sangre del Señor.
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MensajePublicado: Mar Jun 24, 2008 3:41 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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7. El carácter escatológico de la Iglesia y el papel de María en los últimos tiempos



Finalmente, al lado de la eclesiología, hay que decir algo sobre la dimensión escatológica tan presente en la teología de Luis María. Los desarrollos tan hermosos del Tratado concernientes a los "últimos tiempos" (VD 54. 59), han sido con frecuencia mal entendidos, en sentido milenarista, cuando en realidad expresan un sentido profundo de la historicidad de la Iglesia peregrina. Están en profunda correspondencia con la perspectiva del Vaticano II en lo concerniente al carácter escatológico de la Iglesia. Igual sucede en San Ireneo cuyo aparente milenarismo sólo es en realidad un aspecto de su sentido profundo de la historia.

Luis María tiene siempre ante su vista el crecimiento del Cuerpo Místico cuando habla de los últimos tiempos, siempre en relación con la Encarnación y con la acción constante del Espíritu Santo. En su visión, como en la del Vaticano II, se pone el acento en la santidad, en la formación de los santos: "María ha colaborado con el Espíritu Santo en la obra de los siglos, es decir, la encarnación del Verbo. En consecuencia, Ella realizará también los mayores portentos de los últimos tiempos: la formación y educación de los grandes santos, que vivirán hacia el final del mundo, están reservadas a Ella, porque sólo esta Virgen singular y milagrosa puede realizar en unión con el Espíritu Santo, las cosas excelentes y extraordinarias" (VD 35). Esta orientación escatológica, unida a un profundo sentido profético, anima de modo muy especial el Tratado: "Hoy me siento, más que nunca, animado a creer y esperar aquello que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace muchos años, a saber: que tarde o temprano la Santísima Virgen tenga más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca, y que, por este medio, Jesucristo, mi Señor, reine como nunca en los corazones" (VD 113).

En igual sentido declara al lector: "¿Cuándo llegará, hermano mío, ese tiempo dichoso, ese siglo de María, en el que muchas almas escogidas y obtenidas del Altísimo por María, perdiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se transformen en copias vivientes de la Santísima Virgen para amar y glorificar a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará cuando se conozca y viva la devoción que yo enseño: «¡Señor, para que venga tu reino, venga el reino de María!»" (VD 217).
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MensajePublicado: Sab Jun 28, 2008 5:07 pm    Asunto:
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III. LA ESCLAVITUD DE AMOR DE JESÚS EN MARÍA



"La Esclavitud de Amor" es un símbolo central en la teología de Luis María. Es una expresión que impacta, casi escandalosa, pero que traduce fielmente el escándalo de la Cruz, el escándalo de la Kenosis o anonadamiento del Hijo de Dios en los Misterios de la Encarnación y la Redención. En verdad El se anonadó al tomar "la condición de esclavo" en su Encarnación, y aún más en su Pasión, al morir por muerte de esclavo, muerte de Cruz (cf. Fil 2,7-8). La esclavitud de amor es un símbolo fuerte que expresa a la vez el Misterio de la Kenosis y la Mística de la Kenosis, es decir la comunión más profunda en este Misterio como camino de divinización.



A - "El se anonadó tomando la condición de esclavo" (Fil 2)



La esclavitud de amor es la expresión más típica del intercambio admirable entre Dios y el hombre en el Misterio del Verbo Encarnado. Es un verdadero intercambio de amor entre Dios y su creatura en la reciprocidad del don total de sí mismo. Por amor, Dios se da todo entero a su creatura a fin de que en el mismo amor su creatura se dé toda entera a El. El se somete a ella para que ella se someta a El. Por el vínculo de la caridad, El se une para siempre a ella a fin de unirla para siempre a El. El se hace totalmente dependiente de ella para hacerla totalmente dependiente de El. El llega hasta hacerse Hijo de su creatura a fin de que su creatura llegue a ser hija de Dios. Son muchos aspectos de una realidad inagotable. La esclavitud de amor significa pues la plena reciprocidad de amor entre Dios y su creatura como se revela en el Misterio del Verbo Encarnado, y ante todo en el intercambio admirable entre Jesús y María. El que ama de verdad se da totalmente a la persona amada entregándose y uniéndose a ella para siempre, despojándose totalmente de sí para ser totalmente poseído por ella y depender de ella.

Luis María expresa de manera luminosa esta reciprocidad de la esclavitud de amor, cuando dice a Jesús en su Acto de Consagración: "Te doy gracias por haberte anonadado, tomando forma de esclavo para liberarme de la cruel esclavitud del demonio. Te alabo y glorifico por haberte sometido libremente y en todo a María, tu Madre Santísima, para hacerme por Ella tu esclavo fiel" (ASE 223).

En estas pocas líneas está resumido todo el intercambio admirable realizado en la Encarnación. Así pues, la esclavitud de amor es fundamentalmente la Encarnación misma como anonadamiento del Hijo de Dios que toma la condición de esclavo, sometiéndose a María de la cual se hace Hijo. De nuestra parte, la esclavitud de amor es la respuesta a tal amor: consiste en tomar la misma condición de esclavo, en hacerse esclavo fiel de Jesús sometiéndose a María como hijo. Esta es la reciprocidad del amor que se anonada dándose totalmente.

En este texto Luis María se refiere evidentemente al himno cristológico de San Pablo en la Carta a los Filipenses: el anonadamiento o kenosis de Jesús que toma la condición de esclavo (Fil 2,7). Este pasaje de la Escritura ocupa el primer lugar cuando Luis María resume los principales fundamentos bíblicos de la esclavitud de amor: "Nada hay entre los hombres que te haga pertenecer más a otro que la esclavitud. Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer más completamente a Jesucristo y a su Santísima Madre que la esclavitud aceptada voluntariamente, a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo, y de la Santísima Virgen, que se proclamó servidora y esclava del Señor. El Apóstol se honra de llamarse servidor de Jesucristo. Los cristianos son llamados repetidas veces en la Sagrada Escritura servidores de Cristo" (VD 72).

La síntesis es notable. Como eco del texto de Pablo viene inmediatamente a la memoria la palabra de María en la Anunciación: "Yo soy la servidora o esclava del Señor" (Lc 1, 38). El Hijo de Dios toma en Ella la condición de esclavo en el momento mismo en que Ella se da del todo a El como servidora y esclava. Luego, este "título de honor" pertenece al Apóstol y se extiende a todos los fieles.

Luis María se refiere aun al himno de la Carta a los Filipenses cuando escribe que "por María, vino Dios al mundo…en la humillación y el anonadamiento" (SM 58). Estas dos últimas expresiones corresponden en efecto a los dos verbos que emplea Pablo en la parte descendente de su himno: "Cristo Jesús, siendo de condición divina, no reivindicó, en los hechos, la igualdad con Dios, sino que se despojó o anonadó, tomando la condición de esclavo o servidor, y llegó a ser semejante a los hombres. Habiéndose comportado como hombre, se humilló, y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz" (Fil 2, 6-8).

De este modo, la Kenosis o anonadamiento que caracteriza la Encarnación, encuentra su prolongación última en la extrema humillación del Servidor sufriente, obediente hasta la muerte de la cruz; siendo la muerte deshonrosa del esclavo el punto extremo de la humillación. Tal humillación tiene como consecuencia la exaltación suprema: "Por eso Dios lo engrandeció y le concedió el Nombre que está sobre todo nombre" (Fil 2,9). De esta manera se cumple para Jesús mismo su propia palabra: "el que se humilla será exaltado" (Lc 18,14). Esta es la dinámica interna de su Misterio de salvación, en contraste con la dinámica inversa del pecado: "el que se exalta será humillado". Así mismo, en el Magnificat, María canta al mismo Dios que "ha mirado la humildad de su servidora… El dispersa a los soberbios…enaltece a los humildes" (cf. Lc 1,48-52). María que ha comulgado más que cualquier otro en la humillación de su Hijo, desde la Encarnación hasta la Cruz, comulga igualmente más que los demás en la Exaltación de la gloria por su propia Asunción. En este sentido afirma Luis María: "Así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su profunda humildad" (VD 25).

El santo insiste particularmente en la humildad de María en unión con la humildad de Jesús, la humildad de la creatura en respuesta a la humildad de Dios. De igual modo, Francisco y Clara de Asís contemplan la pobreza de María en todos los Misterios de la vida de Jesús en la tierra, desde la Encarnación hasta la Cruz. Según la hermosa expresión de Santa Clara, estos Misterios nos revelan "el Amor del Dios que pobre fue puesto en un pesebre, pobre vivió en este mundo, y desnudo permaneció en la Cruz"[40].

Contemplada en la relación entre Jesús y María, la esclavitud de amor expresa el misterio de la salvación como un admirable intercambio entre Dios y su creatura, en lo que tiene de más interior e impactante.



"¡Oh admirable e incomprensible dependencia de Dios!"

Jesús Verbo Encarnado y Nuevo Adán que, por su anonadamiento, humillación y obediencia, viene a salvar al hombre pecador representado por el viejo Adán. En Adán, el hombre se había separado de Dios por el pecado. En Jesús, Dios viene a unirse al hombre por amor, y de la manera más íntima, por un vínculo indisoluble. Aunque la muerte no lo rompa, puesto que la unión hipostática continúa entre la muerte y la Resurrección de Jesús: su cuerpo y su alma permanecen unidos al Verbo aun en el momento en que son separados entre sí. Adán quiso exaltarse a sí mismo desobedeciendo a Dios; pretendía "usurpar" la igualdad con Dios haciéndose como Dios; y por esto cayó en la miseria más profunda, en la esclavitud del pecado. Jesús, por el contrario, poseyendo la igualdad con Dios desde toda eternidad, no la retuvo con codicia, sino que se rebajó hasta el extremo en los Misterios de la Encarnación y de la Cruz, tomando en verdad el último lugar, el de esclavo al lavar los pies a sus Apóstoles, de servidor sufriente al lavar nuestros pecados con su sangre. Por eso Dios lo exaltó sobre todo ser. En Adán, la creatura quiso hacerse independiente de su Creador; en Jesús, el Creador se hizo dependiente de su creatura en todo, hasta hacerse su hijo, su pequeñito. A este propósito Luis María recuerda de manera muy clara que entre Jesús y María permanece siempre la diferencia absoluta entre Dios y la creatura, lo que excluye todo riesgo de mariolatría: "Confieso, con toda la Iglesia que, siendo María una simple creatura salida de las manos del Altísimo, comparada a la infinita Majestad de Dios, es menos que un átomo, o mejor, es nada, porque sólo El es El que es" (VD 14).

De esta manera, la palabra de Jesús a Santa Catalina podría dirigirse igualmente a María: "Yo soy El que es, tú eres la que no es". A la luz del Espíritu Santo, María sabe de modo misterioso que el Hijo que lleva en su seno es su Señor y Dios, su Creador y Salvador (cf. Lc 1,42-47). Creada y salvada por El, depende en todo de El, aunque El dependa de Ella como el hijo pequeñito depende totalmente de su Madre.

Para Luis María esta "dependencia de Dios" es el corazón mismo del Misterio de la Anunciación, celebrado en la liturgia el 25 de Marzo, "fiesta principal de esta devoción, que ha sido establecida para honrar e imitar la dependencia por la cual el Verbo eterno se entregó entonces por nuestro amor" (SM 63).

Igualmente, al final del Tratado, recuerda Luis María: "El gran misterio de la Encarnación del Verbo, el 25 de Marzo, es el misterio propio de esta devoción... inspirada por el Espíritu Santo... para honrar e imitar la dependencia inefable que Dios Hijo quiso tener respecto de María, para gloria del Padre y para nuestra salvación. Dependencia que se manifiesta de modo especial en este misterio, en el que Jesucristo se halla prisionero y esclavo en el seno de la excelsa María, en donde depende de ella en todo y para todo"( VD 243).

Luis María insiste repetidas veces en esta dependencia con acentos que causan turbación: "Este buen Maestro no se desdeñó encerrarse en el seno de la Santísima Virgen como prisionero y esclavo de amor, ni de vivir sometido y obediente a Ella durante treinta años" (VD 139).

Sólo el Hijo de Dios se hizo dependiente de María "como niño pequeño y débil, necesitado de los cuidados y asistencia de su Santísima Madre" (ibidem), pero toda la Trinidad hizo depender del consentimiento de María la realización de un Misterio tan grande. Por eso continúa Luis María: "En prueba de la dependencia en que debemos vivir respecto a la Santísima Virgen, recuerda cuanto hemos dicho al aducir el ejemplo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos ofrecen de dicha dependencia.

El Padre no dio ni da a su Hijo sino por medio de María, no se forma hijos adoptivos ni comunica sus gracias sino por Ella. Dios Hijo se hizo hombre por todos solamente por medio de María, no se forma ni nace cada día en las almas sino por Ella en unión con el Espíritu Santo, ni comunica sus méritos y virtudes sino por Ella. El Espíritu Santo no formó a Jesucristo sino por María y sólo por Ella forma a los miembros de su Cuerpo Místico y reparte sus dones y virtudes. Después de tantos y tan apremiantes ejemplos de la Santísima Trinidad, ¿podremos, acaso, a no ser que estemos completamente ciegos, prescindir de María, no consagrarnos ni someternos a Ella para ir a Dios y sacrificarnos a El?" (VD 140).

Justamente al principio de la sinfonía trinitaria del Tratado Luis María da la expresión más bella de la "dependencia de Dios" respecto de María en el Misterio de la Encarnación y en todos los Misterios de Jesús que se humilla hasta la Cruz: "Dios Hijo descendió al seno virginal de María como nuevo Adán a su paraíso terrestre para complacerse y realizar allí secretamente maravillas de gracia. Este Dios-Hombre encontró su libertad en dejarse aprisionar en su seno; manifestó su poder en dejarse llevar por esta jovencita; cifró su gloria y la de su Padre en ocultar sus resplandores a todas las creaturas de la tierra para no revelarlos sino a María; glorificó su propia independencia y majestad, sometiéndose a esta virgen amable en la concepción, nacimiento, presentación en el templo, vida oculta de treinta años, hasta la muerte, a la que Ella debía asistir, para ofrecer con Ella un solo sacrificio y ser inmolado por su consentimiento al Padre eterno, como en otro tiempo Isaac, por la obediencia de Abrahán, a la voluntad de Dios. Ella le amamantó, alimentó, cuidó, educó y sacrificó por nosotros. ¡Oh admirable e incomprensible dependencia de un Dios!..." (VD 18).

Esta misma contemplación de María junto a la Cruz, aceptando plenamente la muerte redentora de su Hijo, está presente de manera particular en Santa Catalina de Siena. Se encuentra también en la Constitución Lumen Gentium del Vaticano II: "La Santísima Virgen María avanzó en la peregrinación de su fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que Ella misma había engendrado" (n. 58). El Papa Juan Pablo II ha comentado ampliamente este texto en su Encíclica Redemptoris Mater (12-19), desarrollando con Luis María la comparación entre María y Abrahán.

La esclavitud de amor es, pues, la comunión de amor en esta "admirable dependencia de Dios", no tanto por prácticas exteriores, cuanto por una profunda vida interior: "El espíritu de esta devoción... es colocarse en actitud de absoluta disponibilidad y esclavitud respecto de María, y, por Ella, de Jesucristo" (SM 44).

Uno de los símbolos privilegiados de la esclavitud de amor es el "vínculo de la caridad". También aquí, Luis María contempla el admirable intercambio, cuando nos invita a "honrar las cadenas y ataduras amorosas con las que el Señor quiso dejarse atar a fin de hacernos verdaderamente libres" (SM 65). En igual sentido escribe: "Entre los cristianos no hay nada más ilustre que estas cadenas de Jesucristo, porque ellas nos liberan y preservan de las ataduras infames del pecado y del demonio, nos ponen en libertad y nos ligan a Jesús, y a María... no por violencia y a la fuerza, como a presidiarios, sino por caridad y amor, como a hijos: Con correas de amor los atraía" (VD 237).

Paradójicamente, este vínculo de la caridad hace al hombre plenamente libre, con la verdadera libertad de los hijos de Dios. Luis María insiste en este aspecto de modo particular: "Esta devoción da a quienes la practican fielmente una gran libertad interior: la libertad de los hijos de Dios. Porque, haciéndonos esclavos de Jesucristo y consagrándonos a El por esta devoción, este buen Señor nuestro, en recompensa de la amorosa esclavitud por la que hemos optado: 1º quita del alma todo escrúpulo y temor servil que pudiera estrecharla, esclavizarla y perturbarla; 2º ensancha el corazón con una santa confianza en Dios, haciendo que le mire como a su Padre ; 3º le inspira un amor tierno y filial" (VD 169).

Luis María insiste muy especialmente sobre esta paradoja de la libertad cristiana, que coincide con la esclavitud de amor. Cuanto más dependiente de Jesús se hace la persona en el Amor, tanto más libre llega a ser[41]. La insistencia del santo en la confianza plena, en la liberación de todo escrúpulo que es falta de confianza y temor de amar, es en verdad la respuesta del Espíritu Santo al jansenismo de su época. Muchas veces vuelve sobre el punto[42].

Se trata, pues, de entregarse totalmente al amor de Jesús, en respuesta al Amor con que El nos ha amado primero: "Jesús, nuestro mejor amigo, se entregó a nosotros sin reserva, en cuerpo y alma, con sus virtudes, gracias y méritos: "Me ganó totalmente, entregándose todo", dice San Bernardo. ¿No será, pues, un deber de justicia y gratitud darle todo lo que podemos?" (VD 138).

Habiéndonos dado Jesús a su Santa Madre, Ella misma se da toda entera al que se da todo a Ella: "La Santísima Virgen es Madre de dulzura y misericordia, y jamás se deja vencer en amor y generosidad. Viendo que te has entregado totalmente a Ella para honrarla y servirla y te has despojado de cuanto más amas para adornarla, se entrega también a ti plenamente y en forma inefable. Hace que te abismes en el piélago de sus gracias, te adorna con sus méritos, te apoya con su poder, te ilumina con su luz, te inflama con su amor, te comunica sus virtudes: su humildad, su fe, su pureza, etc.; se constituye tu fiadora, tu suplemento y tu todo ante Jesús.

Por último, dado que como consagrado perteneces totalmente a María, también Ella te pertenece en plenitud. De suerte que, en cuanto perfecto servidor e hijo de María, puedes repetir lo que dijo de sí mismo el evangelista San Juan: El discípulo la tuvo en su casa como su único bien (VD 144).

Según San Luis María, "Tal viene a ser el esclavo fiel y amoroso de Jesús en María, consagrado totalmente, por manos de la Santísima Virgen, a este Rey de reyes, sin reservarse nada para sí mismo" (VD 135).



"Ahora no vivo yo, sino Cristo vive en mí" (Gal 2,20)


María ha realizado de la manera más eminente este "anonadamiento místico" que es el cumplimiento de la palabra de San Pablo: "Ahora no vivo yo, sino Cristo vive en mí" (Gal 2,20). San Luis María lo dice de manera muy hermosa hablando de Jesús: "Me dirijo a ti por un momento, amabilísimo Jesús mío, para quejarme amorosamente ante tu divina Majestad de que la mayor parte de los cristianos, aun los más instruidos, ignoran la unión necesaria que existe entre ti y tu Madre Santísima. Tú, Señor, estás siempre con María, y María está siempre contigo y no puede existir sin ti; de lo contrario, dejaría de ser lo que es. María está de tal manera transformada en ti por la gracia, que Ella ya no vive ni es nada; sólo tú, Jesús mío, vives y reinas en Ella más perfectamente que en todos los ángeles y santos. ¡Ah! ¡Si se conociera la gloria y el amor que recibes en esta creatura admirable, se tendrían hacia ti y hacia Ella sentimientos muy diferentes de los que ahora se tiene! Ella se halla tan íntimamente unida a ti, que sería más fácil separar la luz del sol, el calor del fuego (VD 63).

Mientras María lleva a Jesús en su seno, lo más evidente es: "la unión íntima que hay entre Jesús y María: Ellos se hallan tan íntimamente unidos, que el uno está totalmente en el otro: Jesús está todo en María, y María toda en Jesús; o mejor, no vive Ella, sino sólo Jesús vive en Ella. Antes separaríamos la luz del sol que a María de Jesús" (VD 247).

Unida a Jesús de manera tan íntima, María conduce a sus hijos a la unión con su Hijo (cf. VD 152-168). "Ella los une y conserva unidos a El con vínculo estrechísimo" (VD 211).



[40] Santa Clara, Testamento, 45.

[41] A propósito se puede citar lo que dice Bérulle a Jesús en su Segunda Elevación: "que si yo conociera un estado y una relación mía más dependiente de ti y una relación más humilde y estrecha que la esclavitud y servidumbre, la buscaría para relacionarme contigo en forma debida tanto a la grandeza del estado al cual ha sido elevada tu humanidad por la unión hipostática, como al exceso de amor y de humillación voluntaria por el cual ella se ha humillado y anonadado para mi salvación y gloria": Obras Completas, vol, 8, p. 333. Este hermoso texto de Bérulle nos da la más profunda claridad sobre la esclavitud de amor en relación con la Encarnación como despojo, humillación y anonadamiento del Hijo de Dios por Amor a nosotros. Su Amor pide nuestra respuesta de amor en la relación más dependiente, humilde y estrecha respecto de El, relación simbolizada por la esclavitud o servidumbre.

[42] Cf. SM 41; VD 107, 145, 215.

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MensajePublicado: Mar Jul 01, 2008 10:44 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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B - La esclavitud de amor como expresión simbólica de la vida mística,

del camino de la santidad




1. Las realidades esenciales de la vida cristiana:

el Bautismo y la Eucaristía, la Fe, la Esperanza y la Caridad




La esclavitud de amor de Jesús en María no es propiamente una devoción particular, sino la "devoción perfecta" que no es otra cosa que la vida cristiana vivida en plenitud hasta la santidad. Es un camino de santidad para todos, fundado en los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos comunes de todo el pueblo de Dios; es por tanto compatible con todos los estados de vida, así sea el matrimonio o la vida consagrada, la condición del laico o del sacerdote ministerial. No hay que olvidar que Luis María se dirige ante todo a los laicos, y de manera especial a los pobres. Este camino llama al desarrollo dinámico de la gracia santificante recibida en el bautismo, revivificada en el sacramento de la reconciliación y alimentada en la Eucaristía. Concretamente, en la vida del bautizado, la gracia suscita la colaboración de la libertad principalmente a través de la Fe, la Esperanza y la Caridad, las tres virtudes teologales, que sería mejor llamar teológicas, como lo hace Santo Tomás. Una vez más se reconoce "al teólogo de clase" en Luis María: él se inscribe plenamente en la perspectiva de los Padres, de Santo Tomás y de San Juan de la Cruz al fundar toda la vida mística en los misterios que son los sacramentos, en la fe, la esperanza y la caridad, y no en gracias extraordinarias.



a. El bautismo y la Eucaristía

Aquí hay que notar que la muy amplia sección del Tratado (118-273), que expone esta "perfecta devoción" o "esclavitud de amor" está como enmarcada en los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía.

La referencia al Bautismo aparece en primer lugar en un bellísimo texto de introducción presentado casi como un silogismo, y cuyo rigor lógico recuerda la introducción del Secreto: "La plenitud de nuestra perfección consiste en ser conformes, vivir unidos y consagrados a Jesucristo, por consiguiente, la más perfecta de todas las devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a Jesucristo. Ahora bien, María es la creatura más conforme a Jesucristo. Por consiguiente, la devoción que mejor nos consagra y conforma a Nuestro Señor es la devoción a su Santísima Madre. Y cuanto más te consagres a María, tanto más te unirás a Jesucristo.

La perfecta consagración a Jesucristo es, por lo mismo, una perfecta y total consagración de sí mismo a la Santísima Virgen. Esta es la devoción que yo enseño, y que consiste, en otras palabras, en una perfecta renovación de los votos y promesas bautismales" (VD 120).

En los párrafos siguientes, Luis María desarrolla y demuestra lo que acaba de afirmar. Ante todo insiste en la totalidad y radicalidad de esta consagración, como don total de sí mismo sin reserva alguna: “Consiste, pues, esta devoción en una entrega total a la Santísima Virgen, para pertenecer, por medio de Ella, totalmente a Jesucristo. Hay que entregarle: 1º el cuerpo con todos sus sentidos y miembros; 2º el alma con todas sus facultades; 3º los bienes exteriores, llamados de fortuna, presentes y futuros; 4º los bienes interiores y espirituales, o sea, los méritos, virtudes y buenas obras, pasadas, presentes y futuras.

En dos palabras: cuanto tenemos o podamos tener en el futuro, en el orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, sin reserva alguna, ni de un céntimo, ni de un cabello, ni de la menor obra buena, y esto por toda la eternidad, y sin esperar por nuestra ofrenda y servicio más recompensa que el honor de pertenecer a Jesucristo por María y en María” (VD 121).

Insiste más y siempre en el carácter radicalmente cristocéntrico de esta consagración: "Esta devoción nos consagra, al mismo tiempo a la Santísima Virgen y a Jesucristo. A la Santísima Virgen, como al medio perfecto escogido por Jesucristo para unirse a nosotros, y a nosotros con El. A Nuestro Señor, como a nuestra meta final, a quien debemos todo lo que somos, ya que es nuestro Dios y Redentor" (VD 125).

Luego explica que esta consagración no es en realidad otra cosa que "una perfecta renovación de los votos y promesas del santo bautismo" (VD 126). Retoma y resume la doctrina del Cardenal de Bérulle al respecto[43], pero al mismo tiempo con toda su experiencia personal de misionero: renovar las promesas del bautismo, es "ratificar el Contrato de alianza con Dios"[44].

Esto se resume de manera clara y sólida en el Secreto. Por una parte la radicalidad de la consagración es expresada en las palabras: "entregarse, consagrarse y sacrificarse voluntariamente y por amor, totalmente y sin reserva alguna" (SM 29). Por otra, su vínculo con el bautismo se explicita en una exclamación: "Feliz una y mil veces, el que, después de haber sacudido en el bautismo, la tiránica esclavitud del demonio, se consagra a Jesús por María, como esclavo de amor" (SM 34).

En todos estos textos es notable la pluralidad de expresiones: entregarse, consagrarse, sacrificarse. El tema de la consagración, que es central en Luis María, se hace aún más comprensible teológicamente a la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre el Sacerdocio bautismal[45]. Igual sucede con la ofrenda teresiana al Amor Misericordioso como "víctima de holocausto", que es también una ofrenda a Jesús por María, propuesta a todos los bautizados.

Según el Concilio, en la participación plena de la Eucaristía, único sacrificio de Jesús, el sacerdocio bautismal encuentra su más alta expresión[46]. Lo mismo que en la Comunión eucarística la "perfecta devoción" encuentra su punto culminante y su perfección. Tal es el sentido del final eucarístico del Tratado (VD 266-273), que, mucho más que un suplemento en expresión de los editores, no usada en el manuscrito, es la coronación de toda la obra. Después de la consideración de las "prácticas exteriores" (VD 226-256), y de las "prácticas interiores" (VD 257-265), la "perfecta devoción" culmina en la "práctica" de la Eucaristía, que es a la vez exterior e interior, corporal y espiritual. Este final eucarístico es intitulado por el autor: Práctica de esta devoción en la sagrada comunión. Se trata para el bautizado de comulgar en el verdadero Cuerpo de Jesús en toda la realidad del Amor trinitario, con Aquella que de manera única comulga en ese Cuerpo, compartiendo su fe, su esperanza y su amor. Es de notar que las últimas palabras del Tratado se refieren a la fe: "Hay mil pensamientos más que el Espíritu Santo sugiere, y te sugerirá también a ti, si eres verdaderamente hombre interior, mortificado y fiel a la excelente y sublime devoción que acabo de enseñarte. Pero acuérdate que cuanto más permitas a María obrar en tu comunión, tanto más glorificado será Jesucristo, y que tanto más dejarás obrar a María para Jesús; y a Jesús en María, cuanto más profundamente te humilles y los escuches en paz y silencio, sin inquietarte por ver, gustar y sentir. Porque el justo vive en todo de la fe, y particularmente en la sagrada comunión, que es acto de fe: Mi justo vive de su fidelidad (VD 273).

Los sacramentos están esencialmente ligados a la fe, y sobre todo la Eucaristía, el Misterio de la Fe. La fe, la esperanza y la caridad hacen parte esencial de la gracia bautismal.



b. Fe, esperanza y caridad

La fe, la esperanza y la caridad, virtudes teológicas son el alma de toda verdadera vida espiritual como de toda búsqueda teológica verdadera. En los grandes Doctores especulativos que son San Anselmo y Santo Tomás, la fe busca el conocimiento intelectual de su Objeto divino, Fides quærens intellectum; en el Doctor Místico, San Juan de la Cruz, la fe busca el conocimiento contemplativo, experimental. Se trata ciertamente de la fe viva, es decir informada por la caridad e inseparable de la esperanza. Construir sobre estas tres virtudes, es construir sobre roca; construir fuera de ellas, es construir en la arena.

Los Cánticos de Luis María nos ofrecen la expresión más popular de su doctrina, en el mejor sentido de la palabra. Constituyen una verdadera síntesis de los Misterios de la Fe y de toda la vida cristiana. Es admirable encontrar en primer lugar y en el orden siguiente los tres cánticos intitulados: La excelencia de la caridad (CT 5), Las luces de la fe (CT 6), La firmeza de la esperanza (CT 7). Son largos: son como pequeños tratados ofrecidos a los fieles más sencillos.

En el Tratado, hay que notar la insistencia sobre estas tres virtudes: ella da el clima esencial-mente teológico/teologal de toda la obra. Siendo la caridad la más grande de las tres (cf. 1 Co 13, 13), todo el texto está penetrado por la incandescencia del amor: "el amor de Jesús a quien buscamos por la divina María" (VD 67). Todo bautizado es llamado a ser "el enamorado de Jesús" (CT 54. 56), que se atreve a declararle su amor. La santidad a la cual todos somos llamados no es otra cosa que la plenitud de la caridad, que va necesariamente junto con la plenitud de la fe y la esperanza. En el mismo cuadro de los "efectos maravillosos de esta devoción", Luis María presenta dicha plenitud en la síntesis del Tratado. La Santísima Virgen hace partícipes de su fe, de su amor y de su esperanza a sus esclavos fieles y amorosos. En primer lugar encontramos un bellísimo pasaje sobre la fe: "La Santísima Virgen te hará partícipe de su fe. La cual fue mayor que la de todos los patriarcas, profetas, apóstoles y todos los demás santos. Ahora que reina en los cielos, no tiene ya esa fe, porque ve claramente todas las cosas de Dios por la luz de la gloria. Sin embargo, con el consentimiento del Altísimo, no la ha perdido al entrar en la gloria; la conserva para comunicarla a sus fieles en la Iglesia peregrina.

Por lo tanto, cuanto más te granjees la benevolencia de esta augusta Princesa y Virgen fiel, tanto más reciamente se cimentará toda tu vida en la fe verdadera: una fe pura, que hará que no te preocupes por lo sensible y extraordinario; una fe viva y animada por la caridad, que te hará obrar siempre por el amor más puro; una fe viva e inconmovible como una roca, que te ayudará a permanecer siempre firme y constante en medio de las tempestades y tormentas; una fe penetrante y eficaz, que, como misteriosa llave maestra, te permitirá entrar en todos los misterios de Jesucristo, las postrimerías del hombre y el corazón mismo de Dios; una fe intrépida, que te llevará a emprender y llevar a cabo, sin titubear, grandes empresas por Dios y por la salvación de las almas; finalmente, una fe que será la antorcha encendida, tu vida divina, tu tesoro escondido de la divina sabiduría y tu arma omnipotente, de la cual te servirás para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, para inflamar a los tibios y necesitados del oro encendido de la caridad, para resucitar a los muertos por el pecado, para conmover y convertir, con tus palabras suaves y poderosas, los corazones de mármol y los cedros del Líbano y, finalmente, para resistir al demonio y a todos los enemigos de la salvación" (VD 214).

La verdadera devoción de la fe como fundamento, y no la sensibilidad, "pues el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María, y no de los sentimientos del cuerpo" (VD 109). Como Juan de la Cruz, Luis María insiste en el carácter oscuro y aun doloroso de esta fe pura. Por eso en el Secreto exhorta al lector: "Guárdate mucho, de hacerte violencia para sentir y gustar lo que dices y haces. Habla y obra con la fe viva que guió a María durante su vida terrena, y que Ella te comunicará cada vez más. Deja a tu Soberana, humilde esclava del Señor, la visión clara de Dios, los éxtasis, goces, delicias y riquezas espirituales. Toma para ti el camino de la fe pura, lleno de dificultades, distracciones, fastidio y sequedad. Di "Amen", "Sí", a cuanto hace María, mi Reina, en el cielo; para mí es lo mejor que puedo hacer ahora" (SM 51).

Así mismo, en la oración que dirige a María, Luis María le pide: "Que la luz de tu fe disipe las tinieblas de mi espíritu…Yo no te pido visiones ni revelaciones, ni gustos ni contentos aun espirituales... Para mí, en este mundo sólo quiero gozarme en tu alegría: creer a secas, sin ver nada ni gustar nada" (SM 68-69).

En el Tratado, inmediatamente después de la fe, Luis María habla de la caridad, del amor puro que el fiel obtiene de La que es "Madre del Amor Hermoso": "Esta Madre del Amor Hermoso quitará de tu corazón todo escrúpulo y temor servil desordenado y lo abrirá y ensanchará para correr por los mandamientos de su Hijo con la santa libertad de los hijos de Dios, y encender en el alma el amor puro, cuya tesorera es Ella. De modo que en tu comportamiento con el Dios-Caridad ya no te gobernarás, como hasta ahora, por temor, sino por amor puro. Lo mirarás como a tu Padre bondadoso, te afanarás por agradarle incesantemente y dialogarás con El confidencialmente como un hijo con su cariñoso padre. Si, por desgracia, llegaras a ofenderlo, te humillarás al punto delante de El, le pedirás perdón humildemente, tenderás hacia El la mano con sencillez, te levantarás de nuevo amorosamente, sin turbación ni inquietud, y seguirás caminando hacia El, sin descorazonarte" (VD 215).

En este bello pasaje concerniente al amor, se encuentra ya el ambiente de confianza, de esa confianza misma que conduce al amor y que es esencialmente la esperanza en la misericordia. Tal es el punto de vista de la esperanza desarrollada a continuación en el párrafo siguiente: "La Santísima Virgen te colmará de gran confianza en Dios y en Ella misma: 1. porque no te acercarás por ti mismo a Jesucristo, sino siempre por medio de María, tu bondadosa Madre: 2. habiéndole entregado tus méritos, gracias y satisfacciones para que disponga de ellos según su voluntad, Ella te comunicará sus virtudes y te revestirá con sus méritos, de suerte que podrás decir a Dios con plena confianza: ¡Esta es María, tu servidora! ¡Hágase en mí según lo que has dicho! 3. habiéndote entregado totalmente a Ella, en cuerpo y alma, Ella, que es generosa con los generosos, se entregará a ti, en recompensa, de forma maravillosa, pero real, de suerte que podrás decirle con santa osadía: Soy tuyo, ¡oh María!; sálvame. O con el discípulo amado, como he dicho antes, "¡Te he tomado, María Santísima, por todos mis bienes!".

O con San Buenaventura: "Querida Señora y salvadora mía, obraré confiadamente y sin temor, porque eres mi fortaleza y alabanza en el Señor. Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, ¡Virgen gloriosa y bendita entre todas las creaturas! ¡Que yo te ponga como sello sobre mi corazón, porque tu amor es fuerte como la muerte! (In psal. Min. B.V.). Podrás decir a Dios con los sentimientos del profeta: "Señor, mi corazón y mis ojos no tienen ningún motivo para enaltecerse y enorgullecerse, ni para buscar cosas grandes y maravillosas.

Y, con todo, aún no soy humilde. Pero la confianza me sostiene y anima. Estoy como un niño, privado de los placeres terrestres y apoyado en el seno de mi madre; allí me colman de bienes. 4. el hecho de haberle entregado en depósito todo lo bueno que tienes para que lo conserve o comunique, aumentará aún más tu confianza en Ella. Sí, entonces confiarás menos en ti mismo y mucho más en Ella, que es tu tesoro. ¡Oh! ¡Qué confianza y consuelo poder decir que el tesoro de Dios, en el que El ha puesto lo más precioso que tiene, es también el tuyo!" Ella es, dice un santo, el tesoro de Dios" (VD 216).


[43] Cf. la nota de los editores de Tratado en Obras Completas n. 126. En el n. 162 cuando Luis María hace un vibrante elogio de Bérulle al presentarlo como el apóstol de "esta devoción", resume de manera precisa lo que toma de su enseñanza: "Esta práctica se funda en el ejemplo de Jesucristo, las obligaciones que tenemos para con El y las promesas del santo bautismo... Esta consagración a la Santísima Virgen, y por medio de Ella a Jesucristo, no es otra cosa que una perfecta renovación de los votos y promesas del bautismo".

[44] VD 127. Las palabras están subrayadas. Se encuentran en las Obras Completas dos fórmulas de este Contrato de alianza con Dios, utilizado por Luis María en sus misiones.

[45] Lumen Gentium, cap. n. 10-11. Conviene citar aquí las palabras del Concilio: "Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, de su nuevo pueblo hizo…un reino y sacerdotes para Dios, su Padre. Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios, ofrézcanse a sí mismo como hostia viva, santa y grata a Dios"

[46] "Los fieles, en virtud de su sacerdocio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos… Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella" (LG 10-11).

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MensajePublicado: Mar Jul 01, 2008 10:50 pm    Asunto:
Tema: Teología Espiritual de san Luis María Grignion de Montfort
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2. Un camino corto para recorrer todas las etapas de la santidad


Como todos los grandes místicos que han dejado una enseñanza sobre la vida espiritual, Luis María se esforzó por aclarar el camino que debe conducir al bautizado a la santidad. Este camino es largo, comporta muchas etapas, como son las Siete Moradas descritas por santa Teresa de Avila en su obra maestra: El Castillo Interior o Libro de las Moradas. El genio de Luis María está principalmente en revelar un camino corto que reduce el largo camino de la perfección, una vía de confianza y de amor. A su manera, siempre muy clara, algo sistemática y geométrica, Luis María sintetiza toda su enseñanza sobre el camino al exponer el quinto de los "motivos que hacen recomendable esta devoción": "Quinto motivo. Esta devoción es un camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Nuestro Señor, en la cual consiste la perfección cristiana" (VD 152).

Cada uno de estos cuatro aspectos es explicado en seguida (VD 152-168). Así se descubre sobre todo el camino de la santidad como "camino corto" por el cual los pequeñitos pueden avanzar muy rápidamente. Luis María se refiere al Salmo 18 cuando habla de la venida de Jesús al fiel, y de la ida del fiel a El, " a pasos de gigante", por el mismo camino que es María: "Con el apoyo, auxilio y dirección de María, sin caer, retroceder ni detenerse, avanzará a pasos agigantados hacia Jesucristo por el mismo camino por el cual está escrito que Jesús vino a nosotros a pasos de gigante y en corto tiempo" (VD 155).

Así mismo, afirma en el Secreto que María "hace avanzar a pasos de gigante en la vía de los mandamientos de Dios" (SM 41). Es la radicalidad del amor que permite avanzar tan rápidamente y de manera tan segura, en la entrega total de sí mismo a Jesús por María.

Ahora conviene profundizar la perspectiva de Luis María comparándola de manera más precisa con la de Teresa de Avila en el Castillo Interior. Como lo indica su título, la obra maestra de Teresa la grande es una síntesis arquitectónica. Este Castillo es el alma en cuanto es la morada de Dios, de la Trinidad, del Verbo Encarnado Jesucristo. La cima de la santidad, simbolizada por las Siete Moradas será caracterizada por el conocimiento experimental de los más grandes Misterios de la Fe: la Santísima Trinidad: cap. 1 y la Sagrada humanidad de Jesús: cap. 2. Es la unión transformadora o matrimonio espiritual. Teresa explora este capítulo del alma como Catalina de Siena exploraba el Templo del Cuerpo de Jesús Crucificado y Resucitado, de pies a cabeza, pues "en El habita corporalmente toda la Plenitud de la Divinidad" (Col 2, 9). El lugar de la síntesis monfortiana, es María en su cuerpo y en su alma, como "paraíso terrestre del Nuevo Adán" su Hijo (VD 6), y "Jardín" del Espíritu Santo su Esposo (VD 263). Como lo hemos anotado antes, este símbolo del jardín aplicado a María es uno de los más luminosos para comprender la arquitectura del Tratado. Respecto de este tema del lugar de la síntesis, del encuentro interior entre Dios y el hombre, podemos citar este bello pasaje del Secreto: "¡Feliz, una y mil veces feliz en esta vida, aquel a quien el Espíritu Santo descubre el secreto de María para que lo conozca! ¡Feliz aquel que puede entrar en este jardín cerrado y beber abundantemente en esta fuente sellada el agua viva de la gracia! En esta amabilísima creatura no hallará sino a Dios solo; un Dios infinitamente santo y trascendente y, a la vez, infinitamente condescendiente y al alcance de nuestra debilidad" (SM 20).

Es la misma agua de vida de la gracia que brota del Cuerpo de Jesús, que surge en María y en las profundidades de nuestra alma. Es la gracia del bautismo que debe desplegarse plenamente hasta la santidad. En la síntesis de Teresa de Avila, como en la de Luis María, se halla exactamente la misma insistencia sobre la primacía de la gracia. Ya hemos hablado de ello al comentar la Introducción del Secreto. Ahora hay que volver para considerar con mayor atención las etapas de la vida espiritual según nuestros dos autores.



Comparación entre los grados de la Verdadera Devoción y las Moradas del Castillo Interior

Para ambos es claro que no hay verdadera vida espiritual sino en la gracia de Dios. El alma que no está en gracia está espiritualmente muerta; está como "fuera del castillo", fuera de sí misma, en un exterior tenebroso, en las "tinieblas exteriores". Teresa de Avila habla de esta terrible situación, al principio del Castillo Interior[47]. Tal es la situación de los "falsos devotos" de María de los cuales habla Luis María en el Tratado, especialmente de los devotos "presuntuosos" (VD 97-100), y de los devotos "hipócritas" (VD 102), que viven como instalados en el pecado, sin buscar su verdadera conversión, so pretexto de que son devotos de María. Ahora bien, no puede haber "verdadera devoción" sino en la gracia de Dios. Sin la gracia, no puede ser más que una "falsa devoción", y hasta "una ilusión del diablo" (VD 62, 97).

Donde existe la gracia, hay, pues, "verdadera devoción", verdadera vida espiritual, pero en diferentes grados, desde el más débil, el de las Primeras Moradas, hasta el más elevado: la santidad plena de las Séptimas Moradas. Se pueden distinguir como dos grandes etapas: la primera va de las primeras a las terceras moradas, la segunda de las cuartas a las séptimas[48]. Teresa de Avila habla brevemente de las tres primeras Moradas y mucho más ampliamente de las cuatro siguientes. Así mismo, en el Tratado, Luis María comienza hablando en forma breve de las características esenciales de toda devoción verdadera a María (VD 105-114), y de sus diversas "prácticas interiores y exteriores" (VD 115-117); luego desarrolla ampliamente, y hasta el final del libro todo lo concerniente a la "perfecta devoción" (VD 118-273).

En el Secreto su perspectiva se aproxima más a la de Teresa, cuando considera tres "devociones verdaderas" a María, correspondientes a tres grados de la vida espiritual (SM 24-28). Las dos primeras devociones corresponden exactamente a las tres primeras moradas de Teresa, mientras la tercera, que es la "perfecta devoción", caracteriza la gran aventura espiritual que comienza a partir de las cuartas moradas y que normalmente debe continuar hasta las séptimas[49].

La "primera devoción" es en realidad el nivel mínimo de la vida espiritual: primera y segunda moradas: "La primera consiste en cumplir nuestros deberes cristianos, evitando el pecado y obrando más por amor que por temor, implorando de tiempo en tiempo a la Santísima Virgen y honrándola como a Madre de Dios, pero sin manifestar devoción especial hacia Ella" (SM 25).

La "segunda devoción" corresponde de manera más precisa a las terceras moradas: "La segunda consiste en alimentar una profunda estima, amor, confianza y veneración hacia la Santísima Virgen. Actitudes que se manifiestan en hacerse inscribir en las cofradías del Santo Rosario y del Escapulario, alistarse en las asociaciones marianas. Esta forma de devoción, al excluir de nuestra vida el pecado, es buena, santa y laudable. Pero no es tan perfecta ni logra liberarnos de todo apego terreno, ni de todo egoísmo para unirnos a Jesucristo" (SM 26).

Es el nivel de las de múltiples devociones[50], en que la acumulación de las prácticas de piedad y de las buenas obras conlleva a menudo el riesgo de enmascarar la ausencia de lo esencial: ese gran amor, esa locura única que puede llevar a perder todo y a perderse a sí mismo por el Amor de Jesús. Lo que dice aquí Luis María corresponde exactamente a la descripción de las Terceras Moradas hecha por Teresa de Avila. El que se detiene en esta etapa es como el joven rico del Evangelio, el hombre piadoso, que practica los mandamientos, pero que rehusa entregar todo para seguir a Jesús. Es una vida espiritual aburguesada.

La "tercera devoción", que es la "perfecta devoción" es precisamente la superación del umbral de las "primeras moradas", representa el paso decisivo del que entrega todo y se entrega todo entero para seguir a Jesús, por el Amor de Jesús. Su característica esencial es el don total de sí mismo. Tal donación de sí mismo abre la puerta de las cuartas moradas y de las siguientes, y da acceso a una nueva abundancia de la gracia. La vida espiritual se convierte entonces en vida mística, una vid, que, hay que repetirlo siempre, no es otra cosa que el desarrollo normal de la gracia bautismal, sin que implique ningún fenómeno místico. Teresa de Avila muestra la necesidad de este don de sí para recibir en abundancia el Don de Dios. Es el mismo don total que expresa Luis María con el símbolo de la esclavitud de Amor. En el resumen del Secreto, esta perfecta devoción es definida con una precisión matemática e inmediatamente caracterizada por su práctica interior: "La tercera devoción a la Santísima Virgen es conocida y vivida por muy pocas personas. Es la que te quiero revelar ahora. Consiste en consagrarte totalmente, en calidad de esclavo, a María, y por Ella a Jesucristo. Te comprometes, por tanto, a hacerlo todo con María, en María, por María y para María" (SM 27-28).

En seguida Luis María "explica estas palabras": SM 28-65. Esta vez, ya no se trata del joven rico que se aleja triste, sino del verdadero discípulo de Jesús que con la ayuda de María decide libremente hacer todo lo que El pide. Hemos advertido antes que este símbolo de la esclavitud de amor se refería fundamentalmente a la kenosis del Hijo de Dios, que toma la condición de esclavo desde la Encarnación hasta la Cruz, seguido íntimamente por María en todos estos Misterios de su humillación. Luis María insiste en el carácter esencialmente interior de esta "perfecta devoción". Es consciente del riesgo de reducirla a una devoción exterior, entre todas las demás. A este propósito escribe en el Secreto: "No es suficiente que te consagres a María en calidad de esclavo una vez para siempre, ni aun que renueves la consagración cada mes o cada semana. Devoción bien pasajera sería ésta, incapaz de llevarte a la perfección a la que puede conducirte. Porque no es muy difícil alistarse en las cofradías, abrazar esta devoción y recitar diariamente algunas oraciones vocales prescritas. La dificultad seria se halla en entrar en el espíritu de esta devoción, que te colocará en actitud de absoluta disponibilidad y esclavitud respecto de María y, por Ella, de Jesucristo. Muchas personas he hallado que hicieron con entusiasmo admirable su consagración, pero sólo exteriormente. Pocas, en cambio, han asimilado su espíritu, y aún menos numerosas son las que han perseverado en él" (SM 44).

Lo mismo dice en el Tratado, precisando que en su realidad interior, esta "perfecta devoción" comporta varios grados: "Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar, no será igualmente comprendida por todos; algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí: será el mayor número; otros, en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán en el primer grado. ¿Quién subirá al segundo? ¿Quién llegará hasta el tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en él habitualmente? Sólo aquel a quien el Espíritu Santo de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su madurez sobre la tierra y perfección de su gloria en el cielo" (VD 119).

Aquí otra vez, la cercanía a Teresa de Avila es reveladora. Antes de llegar a la unión transformadora de las séptimas moradas, la "transformación de sí mismo en Jesucristo", hay que superar las etapas de las cuartas, quintas y sextas moradas. Este es el sentido de los tres grados de que habla aquí Luis María. Recordando que el santo era terciario dominico, se puede pensar también en la perspectiva de Santa Catalina de Siena: el Cuerpo de Jesús Crucificado y Resucitado es como una escala cuyos tres escalones son los pies, el costado y la boca[51].

Para Catalina todas las etapas de la vida espiritual no son otra cosa que los grados de la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, una comunión siempre más elevada y profunda. Según la misma santa, María está de pie junto a Jesús Crucificado, haciendo también de su propio cuerpo una escala para ayudar a su Hijo y a todos sus hijos a subir a la Cruz[52]. No se puede llegar a la santidad sin comulgar muy profundamente en la Pasión de Jesús. Lo atestiguan todos los santos, y más que cualquier otro, Luis María muestra cómo María nos da abundantemente la Cruz de Jesús, la Copa de Jesús, ayudándonos a amar esta Cruz tan dolorosa y este Cáliz tan amargo.



La presencia y el papel de María en las Noches de purificación

Una vez más, la comparación con Teresa de Avila y Juan de la Cruz es iluminadora. Ambos insisten en la necesidad de una purificación radical del ser humano tan profundamente herido por el pecado. Así, en el Tratado de la Noche Oscura, Juan de la Cruz describe primero la Noche de los sentidos (libro I); luego la terrible Noche del espíritu (libro II): Teresa de Avila en las Quintas Moradas expresa la misma realidad con un símbolo, el de la metamorfosis del gusano de seda. Este gusano "que es grueso y feo", debe morir para dar nacimiento a una "encantadora mariposa blanca"[53].

No se puede llegar a la verdadera resurrección espiritual que es la santidad, la unión transformadora y transfigurante, sin pasar por una muerte completa al pecado y a sí mismo. Igualmente el mayor problema de la vida espiritual es aceptar completamente la participación en los sufrimientos redentores de Jesús. Más que nunca, María es necesaria para ayudar a aceptar la conversión grande y radical que hace los santos. De esta manera el Padre Marie-Eugène de l'Enfant Jésus muestra el papel esencial de María en la Noche del espíritu, afirmando que "la luz de la Virgen jamás brilla con tanta dulzura como en las tinieblas"[54].



Tres expresiones simbólicas del papel de María junto a la Cruz

Luis María insiste particularmente en el papel de María, que es sin duda uno de los aspectos más importantes y eficaces de su doctrina. Lo hace principalmente a través de tres expresiones simbólicas: la interpretación mariana de la historia de Rebeca y de Jacob (VD 183-212), el símbolo del molde (VD 218-221, SM 16-18), y el símbolo del almíbar (VD 154, SM 22).

La interpretación mariana de Gn 27 es una de los puntos culminantes del Tratado. Luis María interpreta la Escritura libremente, a la manera de los Padres. Puesto que el Antiguo Testamento habla de Jesús, es legítimo descubrir en él la figura de su Santa Madre entre tantas de las cuales habla la Escritura: Eva, Ester, Judit... Así, según él, Rebeca es una figura de María. Cuanto ella hace para obtener para Jacob la bendición de Isaac es símbolo de lo que hace María por sus hijos que se entregan a Ella y le dan entera confianza. De manera particular se advierte la insistencia en la radicalidad de la purificación, como muerte y despojo del "hombre viejo": "¿Qué hace esta tierna Madre cuando le entregas y consagras cuerpo y alma y cuanto de ellos depende sin excepción alguna? Lo que hizo Rebeca en otro tiempo con los cabritos que le llevó Jacob: 1) los mata y hace morir a la vida del viejo Adán; 2) los desuella y despoja de su piel natural, de sus inclinaciones torcidas, del egoísmo y voluntad propia y del apego a las creaturas; 3) los purifica de toda suciedad y mancha de pecado; 4) los adereza al gusto de Dios y a su mayor gloria" (VD 205).

Todo lo dicho aquí[55], corresponde exactamente a la purificación pasiva de los sentidos y del espíritu de que habla San Juan de la Cruz en la Noche Oscura.

El símbolo del "molde" es una expresión a la vez densa, sencilla y unificada de la relación entre la Encarnación y nuestra Divinización: "María es el molde maravilloso de Dios, hecho por el Espíritu Santo para formar a la perfección a un Hombre-Dios por la encarnación y para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina mediante la gracia. María es el molde en el cual no hace falta ni un solo rasgo de la divinidad. Quien se arroje en él y se deje moldear, recibirá allí todos los rasgos de Jesucristo, verdadero Dios. Y esto en forma suave y proporcionada a nuestra debilidad, sin grandes trabajos ni angustias; de manera segura y sin peligro de ilusiones, pues el demonio no tuvo ni tendrá jamás entrada donde esté María; de manera santa e inmaculada, sin rastro alguno de pecado.

Alma querida, hay una gran diferencia entre un cristiano formado en Jesucristo por los medios ordinarios y que, como los escultores, se apoya en su habilidad personal, y otro enteramente dócil, despegado y disponible, que, sin apoyarse en sí mismo, confía plenamente en María para ser plasmado en Ella por el Espíritu Santo. ¡Cuántas manchas, defectos, tinieblas, ilusiones, resabios naturales y humanos hay en el primero! ¡Cuán purificado, divino y semejante a Jesucristo es el segundo! (SM 17-18).

En este bellísimo texto que se refiere a la vez a Jesús y al Espíritu Santo, a la Encarnación y a nuestra divinización, encontramos de nuevo la perspectiva profundamente mística de la introducción del Secreto: la misma insistencia en la primacía de la gracia de Dios respecto del esfuerzo del hombre. La parte necesaria de la libertad humana se expresa en este abandono total en el molde de la maternidad de María, y no en el activismo ascético "a golpe de martillo"[56]. María es, pues "un lugar santo , y el Santo de los santos, en donde son formados y moldeados los santos" (VD 218). Con entusiasmo se dirige Luis María al lector insistiendo particularmente en la purificación indispensable que implica este "molde": "¡Hermosa y verdadera comparación! Mas ¿quién la comprenderá? ¡Ojalá tú, hermano mío! Pero acuérdate que no se echa en el molde sino lo que está fundido y líquido; es decir, que es necesario destruir y fundir en ti al viejo Adán para transformarte en el nuevo en María" (VD 221).

El símbolo del "almíbar" concierne de manera aún más precisa a esta parte esencial de la Cruz en el camino a la santidad. Este símbolo se asemeja al de la miel en la Escritura, símbolo de dulzura, opuesto al sabor amargo (cf. Ap 10, 9-10). Como Jesús en el Evangelio, Luis María utiliza parábolas para decir las mayores verdades espirituales, refiriéndose a la experiencia de la vida cotidiana. Aquí, es una parábola del amor maternal: una madre logra que su hijo se tome un medicamento amargo endulzándolo con almíbar. Así mismo María logra que sus hijos acepten todas las cruces más amargas envolviéndolas en la dulzura de su Amor, del amor que recibe Ella del Espíritu Santo Consolador.

Según Santa Catalina de Siena, Jesús Crucificado era al mismo tiempo "Bienaventurado" y "Doloroso", y la persona que comulga profundamente en la Pasión de alguna manera se hace también "bienaventurada y dolorosa". El símbolo empleado por Luis María refleja bien esta paradoja de la experiencia cristiana: cómo el sufrimiento más grande es como transfigurado por el mayor amor. De esa manera, el sufrimiento se convierte en lugar del mayor gozo, como lo testimonia San Pablo: "Me alegro cuando tengo que sufrir por Uds." (Col 1,24).

En el Secreto, afirma el santo que quien encuentra a María encuentra "la dulzura y el gozo colmados en medio de las amarguras de la vida" (SM 21). Luego comenta esta afirmación: "No significa esto que quien haya encontrado a María gracias a una verdadera devoción hacia Ella viva exento de cruces y sufrimientos. ¡Al contrario! Tendrá más que los otros. Porque María, la Madre de los vivientes, hace participar a sus hijos del árbol de vida que es la Cruz de Jesucristo. Pero, al repartirles grandes cruces les comunica también la gracia de cargarlas con paciencia y hasta con alegría. De manera que las cruces que Ella da a los suyos son, por decirlo así, golosinas o cruces almibaradas y no cruces amargas. Y si por algún tiempo estos amigos de Dios deben necesariamente beber el cáliz de la amargura, el consuelo y la alegría que reciben de su bondadosa Madre, después de la tristeza, les animan inmensamente a cargar con cruces aún más pesadas y amargas" (SM 22).

En el Tratado es utilizado este mismo símbolo para mostrar que el camino mariano es un camino fácil. Aquí hay ciertamente una gran paradoja, pues la Cruz de Jesús está más presente en este camino que en todos los otros. Lo dice Luis María en forma de objeción: "¿De dónde procederá entonces, me preguntará algún fiel servidor de María, que los fieles servidores de esta bondadosa Madre encuentren tantas ocasiones de padecer, y aún más, que aquellos que no le son tan devotos? Los contradicen, persiguen, calumnian y nadie los puede tolerar... O caminan entre tinieblas interiores, o por desiertos donde no se da la menor gota de rocío del cielo. Si esta devoción a la Santísima Virgen facilita el camino para llegar a Jesucristo, ¿por qué son sus devotos los más crucificados? (VD 153).

Respetando siempre la forma objetiva del Tratado, Luis María no habla de sí mismo, pero se sabe cómo conoció persecuciones, contradicciones y calumnias. Ciertamente experimentó las grandes pruebas interiores por las que pasan todos los santos. Esta fue su respuesta: "Le respondo que ciertamente, siendo los más fieles servidores de la Santísima Virgen sus preferidos, reciben de Ella los más grandes favores y gracias del cielo, que son las cruces. Pero sostengo que los servidores de María llevan estas cruces con mayor facilidad, mérito y gloria, y que lo que mil veces detendría a otros o los haría caer, a ellos no los detiene nunca, sino que los hace avanzar, porque esta bondadosa Madre, plenamente llena de gracia y unción del Espíritu Santo, endulza todas las cruces que les prepara con el azúcar de su dulzura maternal y con la unción del amor puro, de modo que ellos las comen alegremente como nueces confitadas, aunque de por sí sean muy amargas.

Y creo que una persona que quiere ser devota y vivir piadosamente en Jesucristo, y, por consiguiente, padecer persecución y cargar todos los días su cruz, no llevará jamás grandes cruces, o no las llevará con alegría y hasta el fin, si no profesa una tierna devoción a la Santísima Virgen, que es la dulzura de las cruces; como tampoco podría una persona, sin gran violencia, que no sería duradera, comer nueces verdes no confitadas con azúcar" (VD 154).

En este texto se puede notar la mención particular del Espíritu Santo. El es el Consolador. María es su instrumento privilegiado para consolar al discípulo de Jesús y permitirle permanecer junto a su Cruz. Como en el texto del Secreto, se nota la insistencia en la alegría. Igualmente en la Oración a María hacia el final del Secreto, él le pide "sufrir con alegría, sin el consuelo de las creaturas" (SM 69). Puesto que está penetrado y transfigurado por el amor de Jesús, el verdadero sufrimiento cristiano, el de los santos, es paradójicamente el lugar de alegría más profunda en esta vida. Para Santa Catalina de Siena, Jesús Crucificado era al mismo tiempo Bienaventurado y Doloroso, y la persona que lo ama se hace también de alguna manera bienaventurada y dolorosa[57]. Para Luis María como para todos los otros santos, el camino de la Cruz es a la vez el camino de la alegría, de la verdadera alegría.

Finalmente, para concluir todas estas reflexiones sobre la esclavitud de Amor, podríamos citar a Santa Teresa de Avila. Veamos cómo define en las séptimas moradas al verdadero espiritual, es decir al santo que ha ido hasta el final del camino: "¿Sabes qué significa ser de verdad espiritual? Es hacerte esclavo de Dios: marcado por el hierro con el signo de la Cruz, ya que le has entregado tu libertad para que El pueda venderte a cualquiera en condición de esclavo, como lo fue El mismo"[58].

Se advierte siempre la misma alusión al texto de San Pablo sobre el Hijo de Dios que ha tomado la "condición de esclavo" (Fil 2). María es la Madre y Educadora de los santos, su misión es conducir a cada miembro del Cuerpo de Jesús a la plena configuración con la Cabeza, a cada uno de sus hijos a la plena semejanza con su Hijo único.


[47] I Morada II, 11-5.

[48] Esta es la interpretación dada por el P. Marie-Eugène de l'Enfant-Jésus ocd, cf Je veux voir Dieu: Venasque 1988, ed. du Carmel, última edición.

[49] Esta comparación fue hecha por L. Sankalé: cf Avec Marie au pas de l'Esprit. Le Secret de Marie de St. L.M. Grignion de Montfort lu aujourd'hui en paroisse, Paris 1991, ed. Fayard, p. 131-151.

[50] Lo que expresa el adjetivo devozionale en italiano.

[51] Cf. por ejemplo Carta 74.

[52] Cf. por ejemplo Carta 30.

[53] Castillo Interior, Quintas Moradas, II, 2.

[54] Je veux voir Dieu, p. 893.

[55] Luis María había dicho ya lo mismo en VD 197: Los predestinados le llevan y entregan a María "no ya dos cabritos, como Jacob a Rebeca, sino lo que representan los dos cabritos de Jacob, es decir, su cuerpo y su alma, con todo cuanto de ellos depende, para que Ella: 1) los reciba como cosa suya; 2) los mate y haga morir al pecado y a sí mismos, desollándolos y despojándolos de su propia piel y egoísmo, para agradar por este medio a su Hijo Jesús, que no acepta por amigos y discípulos sino a los que están muertos a sí mismos: 3) los aderece al gusto del Padre celestial y a su mayor gloria, que Ella conoce mejor que nadie; 4) con sus cuidados e intercesión disponga este cuerpo y esta alma, bien purificados de toda mancha, bien muertos, desollados y aderezados, como manjar delicado, digno de la boca y bendición del Padre celestial. ¿No es esto, acaso, lo que harán los predestinados, que aceptarán y vivirán la perfecta consagración a Jesucristo por manos de María, que aquí les enseñamos para que testifiquen a Jesús y a María un amor intrépido y efectivo?"

[56] En relación con esta parábola del molde, Luis María hace alusión a los malos directores espirituales que precisamente utilizan el martillo. Se acerca de nuevo a San Juan de la Cruz. Esto escribe: "Paréceme que los directores y devotos que quieren formar a Jesucristo en sí mismos o en los demás por prácticas diferentes a ésta pueden muy bien compararse a los escultores, que, confiados en su habilidad, destreza y arte, descargan infinidad de golpes de martillo y cincel sobre una piedra dura o un trozo de madera tosca para sacar de ellos una imagen de Jesucristo. Algunas veces no aciertan a representar a Jesucristo a la perfección, ya por falta de conocimiento y experiencia de la persona de Jesucristo, ya a causa de algún golpe mal dado que echa a perder toda la obra. Pero a quienes abrazan este secreto de la gracia que les estoy presentando, les puedo comparar, con razón, a los fundidores y moldeadores que, habiendo encontrado el hermoso molde de María, en donde Jesucristo ha sido perfecta y divinamente formado, sin fiarse de su propia habilidad, sino únicamente de la excelencia del molde, se arrojan y pierden en María para convertirse en el retrato perfecto de Jesucristo" (VD 220).

[57] Diálogo, cap. 78.

[58] Castillo Interior, Séptimas Moradas, IV, 8.

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