AQUITANO Constante
Registrado: 20 Feb 2008 Mensajes: 747 Ubicación: Rep. Argentina
|
Publicado:
Sab Jul 12, 2008 5:02 pm Asunto:
Tema: ¿Que saben de la orden de penitentes? |
|
|
Hermano Albert: Según tengo entendido, la orden de los penitentes es anterior y se ingresaba para purgar pecados graves. La orden entraba a las iglesias en primer término, como resaltando su condición de pecadores graves. Con el tiempo eran absueltos y se reintegraban a la Iglesia. Según menciones, los pecados más comunes eran el homicidio y el adulterio.
Lo interesante es que llevó a la formación de tu orden y que fue un camino de purificación para quienes, como pecadores graves no podían ser admitidos en la asamblea, y que la Iglesia los admitía luego de esos años de expiación. Les envío dos artículos que despertaron mi curiosidad:
Historia breve del Sacramento de la Penitencia
En el Evangelio vemos a Jesús como "el que salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1,21). Es Jesús mismo el que perdona al paralítico y a la pecadora.
Jesús comunica su poder de perdonar a sus Apóstoles. Así como Dios Padre le ha dado todo a Jesús, así también Jesús comunica a la Iglesia, ese poder perdonador que de El emanaba para regenerar a los hombres. "A quien perdonéis los pecados, le quedan perdonados" afirma textualmente el Evangelio, (Jn 20, 23).
La Iglesia por medio de sus ministros en el nombre de Jesús otorga el perdón tal como lo hacía Jesús.
En la Iglesia primitiva, la Penitencia se convirtió en una tabla de salvación para el pecador bautizado. Pero se propagó la práctica de limitar el frecuente acceso al sacramento para evitar abusos. San Juan Crisóstomo se veía reprochado por sus adversarios por otorgar sin cansarse la penitencia y el perdón de los pecados a los fieles que venían arrepentidos.
En el siglo III, el rigor del que hablábamos da paso a excesos y herejía. Se propaga la herejía de Montano, que predicaba que el final del mundo estaba cerca y decía: "La Iglesia puede perdonar los pecados, pero yo no lo haré para que los demás no pequen ya". Tertuliano y muchos otros se adhieren al "montanismo".
Con grandes dificultades, la Iglesia superó esta herejía, poniendo en claro el estatuto del penitente y la forma pública y solemne en que debía desarrollarse la disciplina sacramental de la penitencia.
Después que la Iglesia impusiera la penitencia, los pecadores se constituían en un grupo penitencial u "orden de los penitentes". Los pecados no se proclamaban en público, pero si era pública la entrada al grupo ya que se hacía ante el obispo y los fieles.
El "orden de los penitentes" mantenía un tiempo largo de renuncia al mundo, semejante al de los monjes más austeros. Según la región, los penitentes llevaban un hábito especial o la cabeza rapada.
El obispo fijaba la medida de la penitencia. "a cada pecado le corresponde su penitencia adecuada, plena y justa". Se fijaban las obligaciones penitenciales por medio de concilios locales, ej. Elvira, en España o Arlés, en Francia. Las obligaciones penitenciales eran de tipo general, litúrgicas y las estrictamente penitenciales, como la vida mortificada, ayunos, limosnas y otras formas de virtud exterior.
En la práctica ocurría que la gente iba posponiendo el tiempo de penitencia hasta la hora de la muerte, haciendo de la penitencia, un ejercicio de preparación para bien morir, porque solo podía ser ejercitada una vez.
El proceso penitencial equivalía a un verdadero estado de excomunión. Hasta que el penitente no fuera reconciliado, no podía acercarse a la Eucaristía. El término del proceso penitencial era la reconciliación con la Iglesia, signo de la reconciliación con Dios.
A partir del sigloV se realizaba la reconciliación el Jueves Santo, al término de una cuaresma que, de por sí, ya es un ejercicio penitencial.
El obispo acogía e imponía las manos a los penitentes, en signo de bendición. La plegaria de los fieles era el eco comunitario de esta reconciliación. Mientras, en las Islas Británicas, especialmente en Irlanda, se iba abriendo paso a un nuevo procedimiento de reconciliación con penitencia privada con un sacerdote y utilizando los famosos manuales de pecados (penitenciales), confeccionados por algunos Padres de la Iglesia, como San Agustín o Cesareo de Arlés. Desde las Iglesias Celtas, esta forma de penitencia se propaga por Europa.
Los manuales penitenciales establecían la penitencia según el pecado cometido y fueron muy importantes para evitar el "abaratamiento del perdón" y el relajamiento del compromiso cristiano. Ayudaron también a desenmascarar las herejías de los siglos III al VII. Delimitaban que cosa es pecado grave, fruto de la malicia y que es pecado leve, cometido por debilidad o imprudencia.
Se renuncia al principio de otorgar la reconciliación una sola vez en la vida.
Concilio de Trento reiteró la fe de la Iglesia: la confesión de los pecados ante los sacerdotes, es necesaria para los que han caído (gravemente) después del Bautismo.
La confesión íntegra, por parte del penitente, y la absolución, por parte del sacerdote que preside el Sacramento y que hace de mediador del juicio benévolo y regenerador de Dios sobre el pecador, vienen siendo las dos columnas de la disciplina del Concilio de Trento hasta nuestros días, (Código de Derechos Canónicos, Canon 960).
Regreso a la página principal
http://www.corazones.org/
--------------------------------------------------------------------------------
Esta página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
Copyright © 1999 SCTJM
LOS PRIMEROS PASOS DE LA ORDEN DE LA PENITENCIA Y SU CONFIGURACIÓN EN ESPAÑA
Francisco Javier Rojo Alique, OFS
Las siguientes páginas se centran en los orígenes y primer desarrollo de la Orden de la Penitencia Franciscana. Pensamos que pueden servir para comprender mejor el contexto en el que surgió la figura de Santa Isabel de Hungría, a la que está dedicada esta Jornada de Estudios. Aportamos asimismo algunas notas sobre la configuración de la Tercera Orden de San Francisco en España, un tema del que nos queda todavía mucho por conocer.
1. LOS ORÍGENES DE LA ORDEN DE LA PENITENCIA
En algunos textos y materiales que se ocupan de explicar los orígenes del carisma franciscano aún aparece la tesis tradicional, en otros tiempos universalmente divulgada y aceptada, que sostiene que Francisco de Asís fundó en primer lugar la Orden de Frailes Menores, luego la de las Clarisas y finalmente una tercera para seglares que vivían en sus casas, conocida en sus orígenes como Orden de Penitencia. A la luz de la investigación histórica más reciente, semejante explicación resulta difícil de sostener.
Para comprender mejor los orígenes de la que posteriormente fue conocida como Tercera Orden Franciscana tenemos que acudir al momento mismo de la conversión de Francisco de Asís. En el año 1205 ó 1206, el hermano Francisco siente que Dios le invita a cambiar su vida. A partir de ese momento inicia un proceso de búsqueda personal adoptando, como otras muchas personas de la época, el estado de penitente voluntario.
El estado penitencial contaba con siglos de existencia y con una amplia difusión dentro de la Iglesia. Al principio, englobaba a los pecadores públicos que tenían que cumplir una penitencia forzosa para ser recibidos de nuevo en la comunidad. Pero, con el paso del tiempo, junto a éstos comenzaron a aparecer otros penitentes de carácter voluntario, que buscaban en los rigores y privaciones penitenciales un camino de perfección cristiana, paralelo al monacato, pero asequible a todo el mundo, hombres y mujeres, seglares y eclesiásticos, casados o solteros.
A principios del siglo XIII este estado penitencial se encontraba plenamente reconocido por la Iglesia. Algunos de los que lo adoptaban vivían como ermitaños, como oblatos en los monasterios o como reclusos en los núcleos urbanos. También los había que ayudaban en trabajos para edificar o reconstruir iglesias. Muchos de ellos eran personas casadas que adoptaban este género de vida sin abandonar el mundo. Existían grupos de penitentes que se organizaban para prestar servicios en hospitales u otras instituciones de asistencia. Una vez admitidos a dicho estado por el obispo, los penitentes quedaban exentos de sus obligaciones ciudadanas y militares y del pago de impuestos.
Por tanto, antes del nacimiento de Francisco de Asís existía una realidad calificada como ordo poenitentium, Orden de Penitencia. Y Francisco, primero solo y luego junto a sus primeros compañeros, se acogió decididamente a la tradición penitencial. Francisco y los hermanos “que el Señor le dio” encontraron en la condición de “penitentes” el estilo de vida que mejor respondía a sus aspiraciones. Se presentaban a sí mismos como “penitentes de Asís” y como tales acudieron en 1209-1210 ante el papa Inocencio III para que aprobase su propósito de vida. El papa les dio su aprobación y al mismo tiempo les encomendó la tarea de predicar a todos la penitencia. “Hacer penitencia” es por tanto una connotación de la experiencia de Francisco y es lo que Francisco y los suyos debían pedir con insistencia a todos los fieles. Los primeros hermanos menores pensaban que su experiencia tenía sentido también para otros, y por ello apremiaban a todos a la penitencia.
San Francisco no fue el creador de la vida penitente-convertida. Pero lo que resulta innegable es que él fue su gran inspirador y propagador. El movimiento franciscano suscitó el interés de las gentes y alcanzó desde muy pronto una rápida difusión. Entre quienes acogieron de buen grado el mensaje del Poverello y sus hermanos se encontraron sin duda muchos penitentes, cuyo número aumentó sin duda gracias al ejemplo de Francisco y los suyos, que animaron a muchas otras personas a renunciar al mundo como ellos y hacer penitencia. Estas personas pertenecían a todos los estamentos sociales y entre ellos había hombres y mujeres, casados y solteros. También había grupos de mujeres, doncellas y viudas, que formaron comunidades de inspiración franciscana y vivían de su propio trabajo o de la limosna.
La multiplicación de estos grupos de penitentes de inspiración franciscana hizo madurar tempranamente, tanto entre los frailes menores como entre las autoridades eclesiásticas, la idea de organizarlos dentro de una Orden. Así empezó a configurarse lo que pronto se conocería como “Orden de Penitencia” o “Tercera Orden” Franciscana, que como tal aparece mencionada en el Oficio y en la Vida de San Francisco compuestas por Julián de Espira en la década de 1230.
Algunos investigadores piensan que la comúnmente conocida como Carta a los fieles constituye la forma de vida dada por Francisco a sus penitentes. Esta forma de vida se completaría, en el año 1221, con el Memoriale propositi, un documento de carácter más jurídico, elaborado por un canonista tal vez próximo a la Curia Romana con el fin de regular y dar soporte legal a los penitentes y a sus fraternidades, que se presentaban formando parte de una orden específica.
Con la profesión de esta regla o “forma de vida” los penitentes se comprometían a seguir a Cristo en el mundo, pero profesando los valores evangélicos y llevando una vida cristiana de renuncias, ayunos y oraciones. Pasaban por ello a pertenecer a una orden específica, con su propio hábito, y a ser jurídicamente considerados como auténticas personas consagradas, que como tales gozaban de privilegios, exenciones y obligaciones. Entre otros aspectos, el Memoriale comprometía a los hermanos a permanecer en la vida de penitencia, al rezo de las Horas Canónicas, a practicar las obras de misericordia y a no portar armas. La aplicación de sus preceptos revestía, eso sí, una gran flexibilidad, conforme a la situación concreta de cada hermano.
La Orden de penitencia no se organizó como una institución unificada bajo un ministro general, sino que el elemento de unidad lo proporcionaba más bien esa regla común que sus miembros profesaban. Su elemento constitutivo eran las fraternidades, que se colocaron bajo la jurisdicción de los obispos, que actuaban como sus superiores mayores. La autoridad de las fraternidades residía en la asamblea de hermanos que se reunía periódicamente. En sus reuniones se elegían el ministro y el visitador, o encargado de la instrucción y de la corrección. La vida en fraternidad no obligaba, sin embargo, a vivir en una misma casa, aunque había penitentes que sí lo hacían, congregados en pequeñas comunidades. Otros optaban, sin embargo, por llevar una vida de retiro y soledad.
El proceso de institucionalización de la Orden de Penitencia / Tercera Orden no se completó hasta el año 1289, cuando el papa Nicolás IV, antiguo fraile menor, estableció, por medio de la bula Supra montem, una regla definitiva para “todos los hermanos y hermanas de la Tercera Orden de la penitencia” de San Francisco. La Regla de 1289, bajo la que se rigieron los terciarios franciscanos hasta finales del siglo XIX, dejaba casi intactos los contenidos del Memoriale Propositi de 1228, aunque disponiéndolos en una forma más ordenada y estableciendo que los penitentes franciscanos quedasen preferentemente bajo el cuidado espiritual de los frailes menores.
La regla de Nicolás IV, debido quizás a su notable elasticidad, llegó a constituir un amplio espacio válido para acoger posibilidades varias de vida y orientaciones religiosas de muy diversa índole, garantizándoles legitimidad y autonomía a un tiempo. Los laicos encontraron en ella la posibilidad de asumir un tipo de vida religiosa, reconocida y aprobada, que se podía poner en práctica en la propia casa, en la familia, realizando las propias labores de trabajo y disponiendo de los bienes propios. Pero al mismo tiempo proporcionó un marco de vida para aquellos proyectos de perfección evangélica, personales o comunitarios, que no querían o no podían integrarse en las estructuras ya consolidadas de los Frailes Menores y de las Hermanas Clarisas. De esta manera la Orden de la Penitencia franciscana, y luego la Tercera Orden supuso una consagración de la secularidad. Sus miembros eran personas consagradas que vivían tanto en el mundo, para santificar sus estructuras, como apartados de él para buscar a Dios en el retiro o en la soledad.
Sin embargo, el aumento considerable del número de terciarios franciscanos empezó a plantear problemas. El más importante procedía de su estado canónico-jurídico, por el que no estaban obligados a prestaciones que conllevaran el uso de las armas ni a asumir cargos públicos. A finales del siglo XIII también se les concedió la exención de todas las obligaciones fiscales y el derecho de ser juzgados exclusivamente por la autoridad eclesiástica. Ese estado jurídico ambiguo, que acabó por crear un cierto descontento entre los poderes civiles, llevó de manera inevitable al reconocimiento de los terciarios como personae ecclesiasticae, vinculadas al estamento clerical.
Este status eclesiástico pudo alejar por algún tiempo de la Orden de la Penitencia a laicos deseosos de espacios más autónomos, pero por otra parte favoreció el camino hacia una evolución propiamente regular de la Orden. A lo largo de los siglos XIV y XV fueron naciendo grupos de mujeres y hombres que, profesando la regla de la Orden Tercera y acompañándola de la profesión de votos, llevaban una vida plenamente regular, de carácter comunitario-monástico.
De esta manera se comenzó a establecer una distinción entre los terciarios seglares, que vivían en sus propias casas, y los terciarios regulares, que llevaban una vida comunitaria y claustral y que emitían votos religiosos. La división oficial de la Tercera Orden Franciscana en dos ramas, la secular y la regular, no se haría sin embargo oficial hasta la década de 1510, cuando el Concilio V de Letrán acordó continuar considerando “personas religiosas” únicamente a los terciarios regulares, que a partir de entonces serían los únicos penitentes franciscanos que gozarían de los derechos y privilegios propios de las personas consagradas. El resto de los terciarios franciscanos perdió esa condición y derechos de los religiosos y pasaron a tener, desde entonces, oficialmente la condición de seglares.
2. LA CONFIGURACIÓN DE LA TERCERA ORDEN FRANCISCANA EN ESPAÑA
Una vez que nos hemos referido a los orígenes y evolución general de la Tercera Orden, nos detendremos a continuación a ofrecer unos breves apuntes sobre su implantación y configuración en la Península Ibérica.
Los manuales de Historia Franciscana suelen dar como un hecho demostrado la difusión de la Tercera Orden por toda Europa al menos desde finales del siglo XIII. En la Península Ibérica, sin embargo, la presencia de los terciarios no se documenta con certeza hasta los últimos años de dicha centuria y sólo en el área de Cataluña.
En lo que respecta a la Corona de Castilla, la mayor parte de las noticias sobre la existencia de la Tercera Orden en el siglo XIII proceden de cronistas de la Edad Moderna, que suelen considerar terciarias a las personas, especialmente de la nobleza, que favorecieron a la Orden Franciscana y fundaron conventos, sin la menor prueba o justificación histórica. Sí que está documentada la existencia, en la década de 1250, de una “cofradía de San Francisco” en Sahagún, dedicada a actividades de culto y benéficas y que tenía su sede en el convento de los frailes menores de dicha villa. No podemos concluir, de todos modos, que se trate de un grupo de terciarios franciscanos porque la documentación pontificia que los menciona no los designa como miembros de la Orden de la Penitencia, sino como miembros de una “cofradía”. Por otra parte, en Salamanca, en las décadas de 1270 y 1280, existía una comunidad de “frades de la Penitencia” que junto a los frailes menores y los dominicos se beneficiaba de los donativos de los fieles. Por lo temprano de la fecha, José García Oro piensa ve muy poco probable que esta comunidad fuese un grupo de terciarios franciscanos regulares, aunque no desdeña la posibilidad de que se tratase de un grupo de penitentes que se encontrara bajo la órbita franciscana. Sí que conocemos la existencia de terciarios franciscanos en Cataluña a finales del siglo XIII. Su aparición quizás pudo ser consecuencia de la promulgación de la regla de la Tercera Orden por Nicolás IV en 1289.
A lo largo del siglo XIV se documenta ya con plena seguridad la existencia de la Orden Tercera de San Francisco en la Península Ibérica, con unas características similares a las de su evolución en el resto de Europa: difusión masiva, organización en fraternidades regionales y locales, apostolado social e, incluso, ciertas desviaciones heterodoxas. En efecto, en Cataluña, Valencia y Mallorca, durante las primeras décadas del siglo XIV numerosos beguinos y beguinas, miembros de grupos laicales acusados de heterodoxia, buscaron en la Orden Tercera una opción de vida aprobada por la Iglesia o un lugar para esconderse de sus perseguidores.
Los terciarios de la Corona de Aragón se dedicaban por aquellas fechas a actividades de tipo caritativo y social a favor de los enfermos, indigentes y marginados. Uno de sus campos de acción preferidos eran los hospitales que surgieron por iniciativa de los Frailes Menores o fueron encomendados a su dirección. Es muy probable que algunos de esos terciarios vivieran ya en comunidad.
Entre los terciarios del ámbito de la Corona de Aragón del siglo XIV sobresaldrían figuras como las de Arnau de Vilanova y de Ramón Llull. También conocemos los nombres de determinados personajes de la realeza y de la nobleza que profesaron la regla de la Tercera Orden Franciscana a lo largo de dicha centuria. Tal adscripción podría servir para demostrar la popularidad y aceptación de dicha Orden, que encontraría vocaciones en todos los estratos sociales. En el caso de la Corona de Aragón, la documentación indica que gozaba de una gran popularidad entre el grupo de los mercaderes, lo que no significa que entre sus miembros no se encontraran personas de condición más humilde, pertenecientes a los gremios artesanales o al grupo de los trabajadores asalariados del campo.
A mediados del siglo XIV la Tercera Orden había alcanzado una difusión y un arraigo tales en la Corona de Aragón que el rey Pedro IV el Ceremonioso llegó a solicitar al papa la disolución de dicha Orden, probablemente por los problemas que planteaban sus exenciones y privilegios.
Disponemos de muchos menos datos para poder elaborar la historia de la Orden de la Penitencia en la Corona de Castilla durante el siglo XIV. También aquí los terciarios se dedicaban fundamentalmente a la acción social y caritativa, principalmente en los conventos. Algunas “freylas” de la Tercera Orden se dedicaban además a atender las iglesias de los cenobios franciscanos, encargándose de su limpieza y de sus ornamentos.
A finales del siglo XIV la Tercera Orden Franciscana de España ocupaba el tercer puesto en cuanto al número de fraternidades regionales en Europa. En Castilla y León, el elevado número de terciarios empezó a constituir una seria amenaza económica para los intereses del reino. En las Cortes de Soria de 1380 se denunció el problema que planteaban los hombres y mujeres de la “Terçera Regla de Sant Françisco e que están en sus casas e en todos sus bienes”, y que se negaban a pagar los impuestos reales y municipales. Esas ventajas fiscales animaban a muchos otros “a tomar esta mesma terçera Regla”.
Al mismo tiempo que se producían estos abusos, en tierras de Galicia comenzaron a surgir comunidades de terciarios de vida en común, en casas levantadas frecuentemente junto a hospitales y eremitorios. En la década de 1370 había ya fundadas comunidades de este tipo en Sancti Spiritus de Mellid, donde los religiosos atendían un hospital, y San Martín de Villaoriente. A partir de estas dos primeras fundaciones fueron surgiendo otras, que en unas pocas décadas acabaron por constituir una congregación de monasterios de la Tercera Orden. Esta congregación se fue extendiendo hacia Castilla y León, donde surgieron pequeñas comunidades organizadas bajo la Tercera Regla de San Francisco a lo largo del Camino de Santiago. A finales del siglo XIV los terciarios regulares comenzaron asimismo su expansión por Andalucía. De esta manera, antes del año 1420 la congregación llegó a contar ya con una docena y media de casas distribuidas por Galicia, Castilla y Andalucía.
Los primeros años del siglo XV presenciaron por tanto un florecimiento en España de la vida terciaria regular. No ocurrió así con la Tercera Orden seglar, que a lo largo de este siglo vivió una situación de grave crisis que la precipitó en una ruina casi total. Según Isidoro de Villapadierna, parte de esa crisis puede encontrarse en la evolución hacia una Orden regular, que provocaría una pérdida de los miembros más inquietos de las fraternidades seglares y la paulatina debilitación de éstas. La vida de las fraternidades seculares pudo verse asimismo afectada por la lucha enconada que mantuvieron durante décadas los frailes menores conventuales y observantes, en la que los terciarios se verían envueltos según su subordinación o su simpatía por uno u otro bando. Mucho más importante sería el escaso interés que los frailes reformados españoles, y en especial los de la Regular Observancia, mostraron por la restauración y renovación de la Orden Tercera secular. Un desinterés que se prolongaría a lo largo de todo el siglo XVI, cuando el cronista Marcos de Lisboa daba casi por desaparecida la Tercera Orden Franciscana seglar en nuestro país.
La recuperación del franciscanismo seglar en España no comenzaría hasta el año 1606, cuando el capítulo general de los Frailes Menores Observantes reunido en Toledo acordó emprender una intensiva campaña para revitalizar la Tercera Orden. El efecto de esa campaña fue inmediato y sorprendente, y en pocos años la Venerable Orden Tercera comenzó a vivir uno de sus períodos de mayor esplendor.
3. CONCLUSIONES
El conocimiento que en nuestros días seguimos teniendo sobre los orígenes y configuración de la Tercera Orden Franciscana en nuestro país sigue siendo escaso. Como señalaba en el año 2004 Margarita Cantera Montenegro, la investigación histórica en España apenas se ha acercado a este campo de estudio, que por otra parte constituye una de las manifestaciones más interesantes de la vida religiosa medieval y moderna, y que resulta necesario conocer con mayor profundidad para llegar a comprender cuál fue la influencia real del franciscanismo en la sociedad de aquella época. Un mejor conocimiento de los terciarios nos daría una visión más completa de la difusión entre los seglares de ciertas prácticas y sensibilidades religiosas.
Quiero animar desde aquí especialmente a las comunidades de la Tercera Orden Franciscana, tanto Regular como Seglar, a tomarse en serio esta tarea de recuperación de nuestro pasado. El conocimiento de nuestra historia nos ayudará en primer lugar a conocer el calado social que el franciscanismo terciario tuvo en la sociedad. Y, sobre todo y más importante, el ejemplo del pasado puede ayudarnos a descubrir el papel que, como terciarios franciscanos, estamos llamados a desempeñar en el mundo que nos ha tocado vivir.
BIBLIOGRAFÍA
CABOT ROSELLÓ, Salvador, “Un marco para el estudio de la Tercera Orden Regular de San Francisco en España”, en María del Mar GRAÑA CID (ed.), El Franciscanismo en la Península Ibérica. Balance y perspectivas. I Congreso Internacional. Madrid, 22-27 de septiembre de 2003, Barcelona, 2005, pp. 349-372.
CANTERA MONTENEGRO, Margarita, “Las órdenes religiosas”, Medievalismo 14 (2004), pp. 113-126.
CASAGRANDE, Giovanna, “Una Orden para los laicos. Penitencia y penitentes en el siglo XIII”, en Francisco de Asís y el primer siglo de historia franciscana, Oñati, 1999, pp. 265-284.
GARCÍA ORO, José, Francisco de Asís en la España medieval, Santiago de Compostela, 1988.
GARCÍA ORO, José, Los Franciscanos en España: Historia de un itinerario religioso, Santiago de Compostela, 2006.
IRIARTE, Lázaro, Historia franciscana, Valencia, 1979.
MERLO, Grado Giovanni, En el nombre de Francisco de Asís. Historia de los Hermanos Menores y del franciscanismo hasta los comienzos del siglo XVI, Oñati, 2005.
VILLAPADIERNA, Isidoro de, “Observaciones críticas sobre la Tercera Orden de Penitencia en España”, en O. SCHMUCKI (ed.), L’ordine della penitenza di San Franceso d’Assisi nel secolo XIII. Atti del Convegno di Studi Francescani. Assisi, 3-4-5 Iuglio 1972, Roma, 1973, pp. 219-227.
VILLAPADIERNA, Isidoro de, “La Tercera Orden Franciscana de España en el siglo XIV”, en Mariano D’ALATRI (ed.), I frati penitenti di San Francesco nella Società del Due e Trecento. Atti del 2º Convegno di Studi Francescani. Roma, 12-13-14 ottobre 1976, Roma, 1977, pp. 161-178.
VILLAPADIERNA, Isidoro de, “La Tercera Orden Franciscana de España en el siglo XV”, en Mariano D’ALATRI (ed.), Il movimento francescano nella penitenza nella società medievale. Atti del 3º Convegno di Studi Francescani. Padova, 25-26-27 settembre 1979, Roma, 1980, pp. 125-144.
WEBSTER, Jill R., Els Menorets: The Franciscans in the Realms of Aragon from St. Francis to the Black Death, Toronto, 1993 (traducido al catalán: Els franciscans catalans a l’edat mitjana. Els primers menorets i menoretes a la Corona d’Aragó, Lleida, 2000).
Un abrazo en Cristo y María
Aldo |
|