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un cristiano triste es un triste cristiano
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Tomás Bertrán Mercader
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
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MensajePublicado: Dom Ago 10, 2008 6:28 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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SEGUNDA MEDITACION

Lo que más debemos dejar en manos de Papá es nuestro desarrollo espiritual, sin fijarnos en si avanzamos o no.
Cuanto se es más perfecto, más lento es su crecimiento.
El desarrollo sobrenatural es más lento que el desarrollo natural en el hombre. Pero no es del todo cierto, ya que el solo hecho de estar en gracia de Dios es una perfección tal que supera a todas las perfecciones creadas en la naturaleza.
El gran heroismo no es hacer acciones heroicas en un momento dado, sino en perseverar hasta el fin de nuestras vidas.
El adelanto en mi vida no depende de mí. Corre a cuenta de Dios.
La salvación es imposible para el hombre, pero no para Dios.
Hal algo mío, sí. Que me entregue a Dios y luego dejarme hacer por El.
Ponerme en brazos de Dios, y no preocuparme si adelanto o atraso. Estoy en manos de mi Papá y El hará por y a través de mí.
Nadie está seguro de si está en gracia de Dios o no. Es una duda que Dios nos ha impuesto para que no nos fijemos en si adelantamos o atrasamos.
Mi santidad es la santidad de mi Papá. Estar en El, con El y por El.
Sólo Dios sabe si adelanto o no.
Para llegar a Dios es distancia infinita. Yo no puedo. Es Dios quien puede, por ser infinito, y también porque conoce el camino (Yo soy el camino.....).
Hay que abandonarse, No desanimarme porque "nos parece" que no avanzamos.
Si voy al paso de Dios, no hay medida. No puedo medir si adelanto o no.
La ventaja de todo ello es que si viésemos nuestro progreso, nos gozaríamos en nosotros y no en Dios. También porque no notaríamos el progreso de los demás.

No desanimrme cuando uno crea que está estancado. Y si esto ocurre, ir a Dios y decirle: "Voy en tus brazos. Llévame".
Preocupación excesiva por mi estado.
Al que le lleva Dios, está desorientado. Pero hágase Tu voluntad y no la mía.
El me lleva. Yo no me apeo. No sólo me lleva, sino que además me coge en sus brazos.
Cuando más te parezca que no puedes aguantar, más debes estar en brazos de tu Papá, y estar tranquilo.
Para eso hay que tener valor.
Cuando tengas dificultades fuertes, alégrate. Dios te está recordando que tienes que confiar en El.
En el pedón de Dios recordad:
--Cuanta más veces me ha perdonado, más veces me ha demostrado su Paternidad.
Por eso Jesucristo busca a los pecadores, conversa con los pecadores.
Nunca mis pecados disminuyan en mí la sensación de Amor de mi Papá.
Cada pecado nuevo es mayor y más grave ya que ofendemos a un Padre con mayor Amor, ya que con mis faltas, Dios me Ama más.
--En nuestro camino hacia el Cielo, todos somos ciegos porque caminamos por el camino de la fe.
Sin fe es imposible agradar a Dios.
La fe es fiarse y guiarse totalmente de lo que Dios dice.
He de ver por los ojos de Dios.
Si me separo de Dios, El no se separa de mí. Nos desencaminamos, pero El nos sigue.
Y en el momento en que lo invoque, El me cogerá.
La humildad lo quiere todo, pero a través de Dios.
El orgullo lo quiere todo, pero a través mío.
Y así sólo tendré condenación, ya que por mí sólo no puedo salvarme.
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MensajePublicado: Dom Ago 10, 2008 11:14 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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Hola Tomas,

de donde es este artículazo?. Creo que esta genial, y me gustaría subirlo a otra web. Por cierto, la web del seminrio la han mejorado mucho, gracias por el enlace!

Un abrazo
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Visitad la web www.tenesperanza.org, y rezad por que la misericordia de Dios, se derrame sobre los moribundos y las ánimas del Purgatorio.
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MensajePublicado: Dom Ago 10, 2008 11:23 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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Ya lo encontre Wink
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Visitad la web www.tenesperanza.org, y rezad por que la misericordia de Dios, se derrame sobre los moribundos y las ánimas del Purgatorio.
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Mar Ago 12, 2008 3:07 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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TERCERA MEDITACION

Tercer acto: el Amor.
Sentir gozo por ser amado por El.
Dios no necesita nada de mí. Si me pide algo es para mi provecho, no para el Suyo.
El AHORA es lo único que está en mis manos.
Si uno siente la alegría de sentirse amado, es que ya ama.
A Dios le agrada que me deje mimar.
No hacer planes de vida espiritual. Hay que dejarse llevar por Dios, llenarse de El, y Dios hará por mí.
Para dar gusto a Dios es querer dar gusto a Dios. Dios mira la voluntad y el amor nuestro, no mira nuestros aciertos.
Amor total a Dios.
Este Amor debe abarcar todo.
He de querer AHORA hacer siempre lo que le agrada.
Quitar nuestro propio interés y buscar el interés de Dios.
Insistir hasta que llegue a querer sólo el agrado de Dios.
Dios quiere que gocemos en sus brazos.
"Ahora no quiero ningún disgusto, quiero gusto". Esto es lo que nos dice Dios.
El Amor se nota en los detalles pequeños. Hasta en los detalles más pequeñitos.
No pensar en el futuro, pero sí querer AHORA darle gusto SIEMPRE.

Cuando hemos pecado, nos causa miedo de echarnos en brazos de Dios. Entonces, ir a los brazos de la Virgen.
Disposición actual de no querer ni amar nada que no sea Dios.
Esta entrega total hay que hacerla siempre que nos demos cuenta.
No hay que mortificarse, forzarse en recordarlo. Cuando Dios quiera, lo recordaré.
No preocupare en las veces en que nos acordamos.
Intentar que sea eficaz AHORA, pero no intentar que sea eficaz después. Si actuamos con el AHORA, y así siempre, siempre será el AHORA.
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Mie Ago 13, 2008 5:23 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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Día 11 de abril de 1982
PRIMERA MEDITACION

1º.- En brazos de María.
2º.- Escondidos en Dios.

El hijo copia lo que hace el padre.
Todo lo que hace el Padre a través del Hijo y con el Hijo.
Dejar a Papá hacerlo todo a través nuestro.
El Amor no invita sólo a dar gusto a Papá, sino también a evitar lo que le puede desagradar. Evitar todo pecado.
No querer nada de lo que desagrada a Dios.
AHORA me someto a mi PAPA.
Esta disposición ha de extenderse a todo.
El Amor se expresa en los detalles pequeños.
Hay que preocuparse del pecado venial. Si sólo nos preocupamos del pecado grave, somos egoístas.
Esta disposición se la tenemos que pedir insistentemente a Dios.
Dios me pide que sea fiel AHORA. No me pide que le sea fiel mañana. Cuando llegue mañana, entonces me dará las gracias suficientes para pedírmelo.
Una cosa es enfrentarse con toda la vida y otra enfrentarse con el momento actual.
Dios me da gracias para AHORA.
Al hacerlo AHORA, renuevo constantemente mi disposición de conformidad total con mi Papá.
Si se resiste bien un segundo la tentación, por regla general se vence. Si no se vence es porque no se resiste bien. Se juega con la tentación.
El querer AHORA garantiza el querer después.
Al final, esta disposición se hace HABITO. Todo lo hace bien y no se da cuenta. Se da cuenta Dios.
El ideal es Amar a Dios sin que nos diésemos cuenta.
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Sab Ago 16, 2008 3:18 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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SEGUNDA MEDITACION

La muerte.-
"El que cree en Mí no morirá"
"El que coma el pan que Yo le dé, no morirá"
"El que cree en Mí, éste, aunque muerto, vivirá. Y el que cree y vive en Mí, éste no morirá".
Los santos no mueren de enfermedad, sino de Amor.
La muerte es el encuentro de Dios.
Nuestra gran dicha es morir.
En la muerte, nuestra alma quedará absorbida por Dios.
Por la comunión se me da a Jesucristo vivo, y Jesucristo resucitado ya no muere jamás. O sea, que si muero con Jesucristo vivo dentro de mí, no puedo morir.
La muerte es abrirse nuestro ojos para ver la divinida del Padre.
Si Jesucristo es mi vida y El vive en el seno de Dios, yo estoy en el seno del Padre.
No hay que vivir de mis sentidos, sino vivir con Jesucristo y gozarme de sus bienes, que son los bienes del Padre.
Hay que practicar los cuatro actos unidos a Jesucristo.
Si en Cristo está mi vida, estoy con Dios.
Unidos a Jesús me siento amado por el Padre, como Jesús se siente amado por su Padre.
La Virgen siembra en mi corazón a Jesús. Hay que pedirle que nos siembre a Jesús. Y entonces estaré en el seno del Padre con Jesús y la Virgen. Amén.
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Lun Ago 18, 2008 3:42 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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TERCERA MEDITACION

¿Se puede decir que si contemplamos al Padre no contemplamos a Jesús?. No, no es cierto. Puedo contemplar a Jesús desde los brazos de la Virgen y en el seno del Padre. Ver a Jesús como lo ve la Virgen.
Igualmente se puede contemplar a Jesús en brazos del Padre. Ver cómo se goza el Padre viendo a su Hijo.
Como veis, se puede meditar perfectamente la vida de Jesús en brazos del Padre o de la Virgen.
Toda nuestra vida ha de ser en brazos del Padre.
Ha de haber mortificación a tiempos y gustazos a tiempos.
"Ya comáis, ya bebáis, todo lo que hagáis hacedlo en gracia de Dios".
Si me alegro, que sea con Dios. Si me alegro y me olvido de Dios, me alegro solo.
Hay tiempos en que el alma se siente sola. Entonces, ¡cuidado!, no consolarse con las cosas del mundo. Entonces es cuando hay que mortificarse.
Si a El no lo gozo, entonces no quiero nada.
Lo que sé que a mi Papá no le gusta, no lo hago.
A las criaturas las tengo que buscar con Dios. Sin Dios, nunca.
Resumen de los cuatro actos.-
1º.- Gozo.
2º.-Abandono.
3º.- Amor.
4º.- Detestación a lo que no le agrada.
Todo ello en brazos de Dios.

Podemos echarnos en los brazos de María, ya que estando en sus brazos estoy en el seno de Dios.
Podemos estar en el seno de la Virgen y pedirle que me ponga en brazos de Dios.
Los cuatro actos se hacen en una simple mirada amorosa.
Si me gozo en Dios, detesto todo lo que no sea El.
Lo importante no es decir que amas, sino hacerlo.
Estos cuatro actos se practican en un solo acto de AMOR.
Acabado este acto, echarse otra vez en brazos de María.
Se empieza por Ella y se acaba con Ella.
Esta oración es una relajación. Si uno se cansa, es que no la practica bien.
Práctica: Acordarnos de que vivimos en sus brazos.
Fijar ocasiones para recordarme al día, pero no fijar muchas ocasiones.
Me he de sentir seguro en brazos de mi Papá. Convencerme que aunque yo quisiese salir de sus brazos, El no me dejará. Llegar a la conviccion de que nunca pecaré.
Mirarle suavemente y apretarme a El en las tentaciones.
Y estar seguros de que no nos dejará caer. Si me aprieto a El, seguro que no me dejará caer.

Todo lo que pasa, sea lo que sea, recibirlo con agrado de su mano porque le plugo a Dios. Abandonarse totalmente a Dios.
Me alegro de ser pequeño en nada
.
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Vie Ago 22, 2008 5:14 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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Día 12 de abril de 1982

MEDITACION


A veces la conciencia de pecado nos lleva a apartarnos de los brazos se Dios. Debe ser al revés: la conciencia de pecado nos debe llevar a echarnos en brazos de Dios.
Aunque estemos en pecado, Dios nos quiere infinitamente.

Una cosa es amar a Dios sobra todas las cosas y otra la simpatía a Dios.
Los apóstoles, cuando murió Cristo, apostataron. No amaban a Dios sobre todas las cosas, pero sentían simpatía por Jesús.
Si peco, que no pierda la simpatía por Jesús, y así volveré a El.
Hay que mantener esta simpatía a Jesús, a la Virgen, a Dios en medio de nuestros pecados.
No hay que desanimarse.

Hay que seguir, al salir de Ejercicios, haciendo lo que hemos hecho aquí. Estar en el seno del Papá. Echándome en el seno, gozándome en El, abandonándome en El.
Siempre que vayamos a hacer algo, ponerse en brazos de Dios.
Vivir en las rodillas del Padre ode la Madre. Lo mejor es con los dos reunidos. Mirar su rostro.
Entrega actual. Sin preocuparse de cómo he sido antes o cómo seré después.
Confiar a El el futuro de este Amor.
Si alguien tiene interés en que me salve, es Dios.
Aceptarlo todo de El.
Nunca preocuparnos de la finalidad de la tarea que nos manda Dios. El sabrá por qué. El resultado se debe dejar en manos de Dios.
Hay que aprovechar el AHORA para echarme en sus brazos. Preocuparme sólo el AHORA.
Es lo mismo querer dar gusto a Dios que dárselo de hecho.
O sea, si estoy frío, que no diga "ahora no puedo". Amar a Dios, o desear amarlo, agradarlo, puedo siempre.
El Amor está siempre en mi mano.

En mi mano está AHORA amar a Dios.
Lograremos una familiaridad continua con Dios.
Esta familiaridad que sea en fe. Es difícil sentirla con los sentidos.
Todo lo que no proviene de la fe, no es permanente. Lo que proviene de la fe es permanente e inamovible.
Hacer igual con la Virgen. Sobre todo el Santo Rosario.
Yo amo a Jesús porque el Padre me atrae a El. No por méritos míos.
Cuando vacile mi caridad fraterna, pensar que el Padre, al abrazarme en su seno, me estrecha a Jesús, a la Virgen y a todos los demás. O sea, si estoy en el seno de Dios, recuerde siempre que stoy estrechado con todos los demás, con todos mis hermanos.
Ahora hay que hacer los Ejercicios. Hay hoy hemos aprendido qué debemos hacer y cómo. Ahora, al salir, serán los Ejercicios para AHORA, y así toda la vida, hasta el Cielo con Papá, Jesús, Espíritu Santo, la Virgen y todos. Amen.
Este trato ha de ser sin tensión alguna. Si no fuese así es que lo hago mal.
No deben existir escrúpulos, miedos, congojas. Debe ser un trato familiar. Un trato familiar con Dios, en su seno y en sus brazos.


FIN DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
--------------------------------------------------------------------------------------------------

Nota del trascriptor: Quiero agradecer al P. Antonio Pacios msc, que fue el Director Espiritual de nuestro Consiliario el P. Ginés, su testimonio de obediencia a su dirigido. Gran testimonio de humildad el que el Director haga promesa de obediencia a su dirigido y la cumplió hasta su muerte.
Al P. Pacios no le gustaba dirigir nuestra Comunidad de cursillistas, pero el P. Ginés le rogó que en su falta, ya sea por enfermedad o por otra causa, él hiciera las veces de Consiliario supliéndole. El P. Pacios se lo prometió, y aún no gustándole tal cometido suplió al Consiliarios con total amor y entrega cumpliendo su promesa y dándonos un hermoso y heroico testimonio de obediencia.
¡Gracias P. Pacios!.
P. Pacios, ruegue por nosotros.
Que en Paz descanse.
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Sab Ago 23, 2008 4:22 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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De la Hoja Dominical del 10 de agosto del 2008.

Cita:
Cómo aumentar la alegría...

Madre Teresa de Calcuta, en su biografía, cuenta: "Una vez pedí consejo a mi director espiritual acerca de mi vocación. Le dije: "¿Cómo puedo saber que Dios me llama y a qué me llama?". Me contestó:
--"Lo sabrás por tu felicidad interior... por tu alegría espiritual...
--Si te sientes contenta y feliz por la idea de que Dios te llama para que le sirvas a Él... y al prójimo... ésa será la prueba de tu vocación...
--No olvides que la alegría profunda del corazón..., el contento interior..., la felicidad espiritual... actúan como una especie de brújula que indica la senda que debemos seguir en la vida, y que uno debe seguirla, incluso cuando esa brújula... pudiera conducirnos por un camino sembrado de dificultades".

--¿Cómo aumentar nuestra alegría?. ¡Aumentando nuestro amor!.
--¡Dime cómo amas..., cómo sirves..., a quiénes ayudas..., a quiénes te das... y sabrás: cómo es tu alegría, cómo es tu felicidad!.

--Aristóteles enseñaba: "La alegría es el acompañamiento... del acto perfecto".

--Hemos aprendido a volar, a investigar las profundidades marinas... pero no hemos aprendido a descubrir dónde está, dónde se halla... la verdadera alegría.

--Los maestros espirituales enseñan que: "Sólo los que tienen un corazón puro, espiritualmente sano y saben darse... pueden poseer... la verdadera alegría".

J. M. Alimbau

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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Mar Ago 26, 2008 5:06 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

Ser cristiano: un camino de vida, no una etiqueta.

1 Avivar los deseos de contemplar a Dios

Deseo de contemplar a Dios.

Hemos de avivar el fuego de los deseos. Dice San Juan de la Cruz:

Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación.

Entréme donde no supe:
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

1. Yo no supe dónde estaba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

2. De paz y de piedad
era la ciencia perfecta,
en profunda soledad
entendida, vía recta;
era cosa tan secreta,
que me quedé balbuciendo,
toda ciencia trascendiendo.


Entrar y quedarnos. Quizá sin saber dónde entramos. Quizá no sepamos explicarlo.

En Jn 21, 16

Le dice el Señor a Pedro:


16 Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» 17 Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.

Hay que volver a los orígenes, al fervor de la primera caridad. Más deseo de tomar conciencia de que soy contemplado. He de dejarme centrar por Él en Él.

San Anselmo:


Y entonces ¿por qué andas ansioso, hombrecillo, buscando por doquiera los bienes del cuerpo y del alma? Ama el verdadero bien, en el cual están todos los bienes, y basta. Desea el bien absoluto, que es el bien total, y basta. Porque ¿qué es lo que amas, cuerpo mío, alma mía? Ahí está, sí; ahí está lo que amáis, lo que deseáis."

Él me ha amado primero: por eso puedo responder.

Actitud contemplativa: que significa ejercitar la fe.
Ejercitar la fe para darme cuenta de que Él me ha amado primero. Que me ama por su misericordia, y no por mis méritos. Yo en todo caso, como Pedro, ¡le habré negado tantas veces!

Ejercitar la fe para que vaya llenando mi vida. Toda mi vida.

Y una esperanza ilimitada en que vaya convirtiéndome a Él. La esperanza de que me va a salvar nunca nos defraudará.

Y significa el ejercicio de la caridad; amor saca amor.


La noche es tiempo de Salvación. Dios ha visto la noche como tiempo de salvación; el Señor se revela de noche a los profetas: a Samuel,... de noche el día de Navidad; de noche a los ángeles, a los reyes, a los pastores...

Espíritu y clima


En Lc 8, 9

Los discípulos no habían captado bien sus enseñanzas y le ruegan que les explique el sentido de las parábolas.


9 Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola, 10 y él dijo: «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios;

Es decir, es un don.

Conocer (en la Biblia) es un conocimiento unitivo.

Hoy Jesús nos dice lo mismo. El conocimiento del Reino de Dios es un don.

Estamos llamados a ser apóstoles conociendo de forma profunda los misterios del Reino de Dios. Esto no es fruto de nuestro esfuerzo. Es algo que nos es dado. Somos incapaces por nosotros mismos de conocer (o crear, o inventar) estos misterios.

Pero como es un don… …necesita ser acogido. Como todo regalo.


Nuestra vida ha de ser una acogida continua. Hemos de tener nuestro corazón desplegado hacia Dios. En la dirección de Dios. No se trata de replegarse en uno mismo, sino de desplegarse: Desplegarse hacia Dios con la máxima distensión. No puños, voluntarismo, sino receptividad absoluta en presencia de Dios.

Y cuando Jesús dice ‘a vosotros’, no está hablando al montón. Se refiere a cada uno en particular. Con nombre y apellidos. Me quiere comunicar a mí. Porque cada uno de nosotros es único para Dios. Como cada hijo es único para sus padres, aunque tengan un montón de hijos. Venimos a buscar a Dios, no a entenderlo.

Se trata de conocer, no de entender. El conocer supone la unión. Hay que entrar en el campo de Dios para comulgar con Él. No es un almacenamiento de ideas.

A cada uno de nosotros se nos da a conocer el misterio.

Es algo trascendente, que nos sobrepasa, pero es necesario para mi vida de oración y de apostolado. El misterio me sobrepasa, pero no es un muro, porque el Bautismo me ha capacitado para conocer, para comulgar con estos misterios. No los podemos comprender, pero sí saborearlos, amarlos, familiarizarme con ellos: entrar en el mundo de Dios y Él nos dirá lo que quiera decirnos sobre su misterio.

Hemos de dejarnos situar por un impulso en la órbita de Dios. Se trata de ver cómo el Espíritu de Dios está en todas partes. Todo está penetrado por la presencia del amor de Dios. Que esta presencia la intuyamos, la percibamos. El fin primero de mi vida es dar gloria a Dios.

La Virgen María que es Reina y Madre nos ayudará.


Avivemos los deseos de contemplación para recibir este don.

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MensajePublicado: Jue Ago 28, 2008 9:48 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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2 El Espíritu Santo.

Pensemos que somos contemplados por Dios.
Que tiene contemplaciones con nosotros. Pensemos en el amor que nos tiene.

Y que se produzca por nuestra parte la correspondencia de este amor.

Por medio de Jesucristo resucitado el Padre nos manifiesta su amor. Y nos envía el Espíritu Santo con la misión santificadora que el Espíritu Santo tiene.

Qué bien sé yo la fonte que mane y corre,
aunque es de noche.


1. Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.

2. Su origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen de ella tiene,

aunque es de noche.

3. Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben de ella,
aunque es de noche.

4. Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.

5. Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.

6. Sé ser tan caudalosos sus corrientes.
que infiernos, cielos riegan y las gentes,
aunque es de noche.

7. El corriente que nace de esta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente,

aunque es de noche.

8. El corriente que de estas dos procede
sé que ninguna de ellas le precede,

aunque es de noche.

9. Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.

10. Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras
porque es de noche.

11. Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.


El corriente es el Espíritu Santo.


Decíamos que se nos ha dado el don. Hoy me quiere dar el don de conocer su misterio. Sin duda nos quiere dar algún don, para que saboreemos algo más y mejor el misterio de Dios.

Hay que desear tener un mayor sentido de Dios. Creer que las Tres Personas Divinas son la única fuente de nuestro ser y de nuestra vida. Desde este deseo contemplamos a Dios.


El Espíritu Santo es una persona: que conoce, que quiere, que actúa.


Está presente en la Creación, en la actuación de Reyes, Jueces, Profetas y en la Redención, en Pentecostés y en cada uno de nosotros.

La tercera persona divina es el corriente que de estas dos procede. En el orden natural no hay analogías de lo que es el Espíritu Santo, así como sí las encontramos con la persona del Padre y la del Hijo.

Pero se han usado símbolos que nos pueden ayudar. El soplo, el aliento. El aliento es signo de vida, de vitalidad y de fuerza.

Algunos Padres hablaban de que el Espíritu Santo era el beso entre la primera y la segunda persona de la Trinidad.


El Espíritu Santo une, ata y relaciona a Padre e Hijo. Es el amor que se tienen. Y es una relación de conocimiento. La Iglesia llama ‘El amor’ al Espíritu Santo. Porque es el agente unitivo. Para nosotros es la última persona divina que se revela.

El Padre es la fuente. El Hijo lo recibe todo (pobreza del Hijo). Y de esta comunidad de amor procede el Espíritu Santo, en la cual se comunica el amor de las Dos primeras.

El Espíritu Santo en el orden de la economía de la salvación, es el primero. Él es el que actúa en la economía de la salvación.


En la Misa, el sacerdote dice antes de comulgar:

"Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre y la cooperación del Espíritu Santo, mediante tu muerte diste vida al mundo: líbrame por la recepción de tu Sacrosanto Cuerpo y Sangre de todas mis culpas y de todo mal.
Concédeme que yo siempre cumpla fielmente tus mandamientos y no permitas que jamás me separe de Ti. Amén".


Ya en la creación se menciona el Espíritu Santo en el Génesis:

1 En el principio creó Dios el cielo y la tierra. 2 La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. (Gen 1, 1-2)

Es ese viento el que convierte el caos en cosmos. El Espíritu Santo armonizará todas las cosas y ordenando, distinguiendo, separando, pasará del caos al cosmos (orden).

De Él se dice en la antífona de la misa de Pentecostés: “El que mantiene todas las cosas”.

El Espíritu Santo es el que mantiene todas las cosas. Hoy diríamos agente de cohesión y armonía.

Él hace surgir al hombre en la creación:

7 Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. (Gen 2, 7)

Lo crea comunicándole un espíritu.

“Envía señor tu espíritu y serán creados”

“Si tú retiras tu soplo, los seres vuelven al polvo”


Y es que lo propio en nosotros es la no-existencia. La existencia nos viene del soplo de Dios.

En el tiempo de la preparación a la Redención, Moisés, Reyes, Jueces, Profetas, todos ellos hablan por el Espíritu Santo, están llenos del Espíritu Santo. Por eso decimos en el Credo: “que habló por los profetas”.

Y en Isaías 61 leemos:


1 El espíritu del Señor Yahvé está sobre mí
por cuanto que me ha ungido Yahvé.
A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado,
a vendar los corazones rotos;
a pregonar a los cautivos la liberación,
y a los reclusos la libertad;
2 a pregonar año de gracia de Yahvé,
día de venganza de nuestro Dios;


Jesús en la sinagoga de Nazaret, lee este párrafo, excepto el último verso.

Ese es el punto de partida de la vida pública de Jesús.


Él dice:

20 Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. 21 Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.»
(Lc 4, 20-21)

El Espíritu Santo tiene un lugar central en la vida de Jesús.


En la concepción,

35 El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”
(Lc 1, 35)

En el nacimiento,


18 El origen de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. 19 Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado.20 Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo.”
(Mt 1, 18)

En la Visitación,


41 En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo

Cuando Zacarías exulta en el nacimiento de Juan,


67 Zacarías, su padre, quedó lleno de Espíritu Santo y profetizó diciendo:… (Lc 1, 67)

En la presentación del Templo,


25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.

26 El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. 27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él,…
(Lc 2, 25-27)

El Espíritu Santo es actor principal de la obra salvadora, aunque el Hijo es el Salvador.

Luego en la vida adulta de Jesús, aparece el Espíritu Santo en el Bautismo de Jesús

21 Todo el pueblo se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, se abrió el cielo, 22 bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: «Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado.»
(Lc 3, 21-22)

Juan el Bautista ya había anticipado esta acción del Espíritu Santo:


16 declaró Juan a todos: «Yo os bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. (Lc 3, 16)

Y vemos en Lc 4, 1

1 Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto,


algunos traducen por llevado, otros por impulsado.

Y una línea de fuerza del misterio de la Creación-Redención, es el combate entre Dios y Satanás. Jesús se enfrenta a cara descubierta contra el Demonio. Da el paso bajo la acción del Espíritu Santo, enfrentándose al Demonio. Va empujado a este combate por el Espíritu Santo.

Y al volver del desierto, va a Galilea también movido por el Espíritu Santo (Lc 4, 14):

14 Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu y su fama se extendió por toda la región.


Así, es clave del ministerio apostólico y redentor el impulso del Espíritu Santo.


Jesús realiza el ministerio en obediencia a la acción del Espíritu Santo.

21 En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a ingenuos.
(Lc 10, 21)

Y el punto culminante, la muerte y resurrección.


11 En cambio presentóse Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. 12 Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una liberación definitiva. 13 Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de una becerra santifican con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, 14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo!
(Hb 9, 11-14)

El gesto redentor es ofrenda pura, santa e inmaculada. Él es oferente, altar y víctima: persona que se ofrece al Padre y que se realiza por medio del Espíritu Eterno
.


En esta primera etapa de nuestra Redención, el primer promotor es el Espíritu Santo.

Jesús ha vivido en la kenosis (kenosis = abajamiento, humillación) pero en él estaba el Espíritu Santo, con energías divinas pero inhibidas.


6 El cual, siendo de condición divina,
no codició el ser igual a Dios
7 sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de esclavo.
Asumiendo semejanza humana
y apareciendo en su porte como hombre,
8 se rebajó a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte
y una muerte de cruz.
(Flp 2, 6-8)

Después de su resurrección, Cristo derrama de forma sobreabundante el Espíritu Santo.

32 A este Jesús, Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. 33 Así pues, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado; esto es lo que vosotros veis y oís.

Lo ha derramado. Ha habido un cambio. Hasta entonces, Cristo en la kenosis realiza la salvación. Desde Pentecostés, Cristo sigue siendo el Salvador, pero está en la gloria del Padre, y envía al Espíritu Santo y hará que la redención sea obra del Espíritu Santo. Es el tiempo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el que nos santifica. Estamos en el tiempo de la obra del Espíritu Santo. En la siguiente fase.


El carácter de la obra del Espíritu Santo es


- universal, católica. Hemos de vivir en nuestras misas ese universalismo. La redención de Cristo abarca el mundo entero.

- Unidad. (no ‘estar juntos’). Pentecostés es la negación de Babel. Unidad frente a dispersión. Necesidad de volver a aquel momento.

- La fe es alrededor de alguien. Acoger las palabras de los apóstoles es acoger a Jesús. A los que el pecado dispersa, el Espíritu Santo une.

Cita:

Hemos de preguntarnos ¿se manifiesta el Espíritu Santo en mi vida?

El crecimiento en la madurez se da en tanto que se vive con el Espíritu Santo.

Si no nos mueve el Espíritu Santo, nuestro amor y conocimiento es carnal, pueril.

Más adulto será cuanto más movido por el Espíritu Santo.

Él es el autor de la gracia, de las virtudes, de los dones.

Dones del Espíritu Santo que nos hacen funcionar incluso por encima de nuestras capacidades sobrenaturales. Los dones son gratuidad. En las virtudes podemos poner nosotros algo. Pero en los dones, lo que hemos de hacer es recibirlos.

El Espíritu Santo nos capacita para conocerle y amarle como presente porque nos hace Templos suyos. Prueba ésta grande del amor de Dios.

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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Dom Ago 31, 2008 4:03 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

3 La Iglesia vive de la Eucaristía

También ahora estamos en el tiempo de la Iglesia porque nace con el envío del Espíritu Santo.

En este tiempo, las manifestaciones del amor de Dios se realizan en la Iglesia de alguna manera.

Y a su vez, la Iglesia, vive de la Eucaristía.[1]

Vive de este don pascual de Cristo que es este don Eucarístico.

Leemos en la introducción, nº 5


5. “Mysterium fidei! – ¡Misterio de la fe!”. Cuando el sacerdote pronuncia o canta estas palabras, los presentes aclaman: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!».

Con éstas o parecidas palabras, la Iglesia, a la vez que se refiere a Cristo en el misterio de su Pasión, revela también su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su hontanar[2] es todo el Triduum paschale, pero éste está como incluido, anticipado, y «concentrado» para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa «contemporaneidad» entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos.

Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud.
El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una «capacidad» verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: [color=blue]“Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros”. El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio.[/color]

Dice Juan Pablo II que la Iglesia ha de actualizar la historia la redención. Mediante la Eucaristía. La Iglesia está reflejando también su propio misterio. Un momento decisivo de la institución de la Iglesia, es la constitución de la Eucaristía en el cenáculo.

La Eucaristía actualiza aquel acontecimiento. Hace coetáneo el triduo pascual en todos los siglos. Hace constantemente destinatarios de la Redención a los hombres en cada momento de la historia.

Hemos de tener una actitud de asombro y gratitud: asombro eucarístico.

En el número 6:

6. Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este «asombro» eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el «programa» que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, «misterio de luz». Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: [color=blue]«Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24, 31).[/color]

Queriendo contemplar el rostro con María, y reconocer –como los discípulos de Emaús– a Cristo en la fracción del pan.

La Eucaristía es presencia salvadora y por ello el Papa pide ‘esmerada atención’

9. La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la esmerada atención que ha prestado siempre al Misterio eucarístico, una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices. ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento? Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del Pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. En tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Encíclicas: la Mirae Caritatis de León XIII (28 de mayo de 1902), Mediator Dei de Pío XII (20 de noviembre de 1947) y la Mysterium Fidei de Pablo VI (3 de septiembre de 1965).


El Concilio Vaticano II, aunque no publicó un documento específico sobre el Misterio eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y especialmente en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium y en la Constitución sobre la Sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium.

Yo mismo, en los primeros años de mi ministerio apostólico en la Cátedra de Pedro, con la Carta apostólica Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980), he tratado algunos aspectos del Misterio eucarístico y su incidencia en la vida de quienes son sus ministros. Hoy reanudo el hilo de aquellas consideraciones con el corazón aún más lleno de emoción y gratitud, como haciendo eco a la palabra del Salmista: [color=blue]«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre»
(Sal 116, 12-13).[/color]

Comenta el Cardenal Nguyên Van Thuân, en sus ejercicios a la Curia Romana de Marzo de 2000:


«No podré expresar nunca mi alegría: celebré cada día la Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Cada día pude arrodillarme ante la Cruz con Jesús, beber con él su cáliz más amargo. Cada día, al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su sangre mezclada con la mía. Fueron las Misas más bellas de mi vida».

Más tarde, cuando le internaron en un campo de reeducación, al arzobispo le metieron en un grupo de cincuenta detenidos. Dormían en una cama común. Cada uno tenía derecho a cincuenta centímetros. «Nos las arreglamos para que a mi lado estuvieran cinco católicos –cuenta–. A las 21,30 se apagaban las luces y todos tenían que dormir. En la cama, yo celebraba la Misa de memoria y distribuía la comunión pasando la mano por debajo del mosquitero. Hacíamos sobres con papel de cigarro para conservar el santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Cristo Eucaristía en el bolso de la camisa».

Habla luego el pontífice de las luces y las sombras después del Concilio:

10. Este deber de anuncio por parte del Magisterio se corresponde con un crecimiento en el seno de la comunidad cristiana. No hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar. En muchos lugares, además, la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios, que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico.

Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival[3] fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones.


Y en el capítulo 1, punto 11, habla Juan Pablo II del Misterio de la Fe.

11. «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado» (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito latino, el pueblo responde a la proclamación del «misterio de la fe» que hace el sacerdote: «Anunciamos tu muerte, Señor».

La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues «todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos...».

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra redención». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega «hasta el extremo» (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida.

12. Este aspecto de caridad universal del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir «Éste es mi cuerpo», «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre», sino que añadió «entregado por vosotros... derramada por vosotros» (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. «La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor».

La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio». Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: «Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo [...]. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá».

La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración memorial, la «manifestación memorial» (memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.

13. Por su íntima relación con el sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en sentido propio y no sólo en sentido genérico, como si se tratara del mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como alimento espiritual. En efecto, el don de su amor y de su obediencia hasta el extremo de dar la vida (cf. Jn 10, 17-18), es en primer lugar un don a su Padre. Ciertamente es un don en favor nuestro, más aún, de toda la humanidad (cf. Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; Jn 10, 15), pero don ante todo al Padre:
«sacrificio que el Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo “obediente hasta la muerte” (Fl 2, 8) con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la resurrección».

Al entregar su sacrificio a la Iglesia, Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia, llamada a ofrecerse también a sí misma unida al sacrificio de Cristo. Por lo que concierne a todos los fieles, el Concilio Vaticano II enseña que «al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella».


Cristo no vuelve al Padre hasta después de darnos la Eucaristía. La Eucaristía hace perdurable esta obra salvadora de la que nosotros participamos. Dice Juan:

…habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. (Jn 13, 1)

Y luego Lucas

Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles 15 y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer
(Lc 22,14)

La Eucaristía nace en circusntancias dramáticas. Perpetúa el Sacrificio de la cruz. Es el don por excelencia: don de sí y de su obra de salvación que el Espíritu Santo hace presente. Es tan decisiva que Cristo no vuelve al Padre hasta después de habernos dejado el medio de participar en esa obra salvadora, presentes en ella, hoy, como ayer y como será siempre. La Eucaristía es una expresión de la caridad universal (en el tiempo y en el espacio).

La da con valor sacrificial. No da su cuerpo sino que lo entrega. No da su sangre, sino que la derrama. En la cruz de forma cruenta, en la Eucaristía como memorial. El sacrificio de Cristo, es el único sacrificio. El cordero que jamás se consume.

La Misa actualiza el mismo y único sacrificio de Cristo. Es sacrifico en sentido propio porque es actualización. La Iglesia está llamada a hacer el don de sí misma, ofreciéndose ella misma como víctima. Por eso aclamamos: ‘Anunciamos tu muerte’. Actualiza y hace presente el sacrificio de Cristo.

Es el Espíritu Santo el que confecciona la Eucaristía. Hemos de tener claro el valor sacrificial: no se está celebrando cualquier cosa.

14. La Pascua de Cristo incluye, con la pasión y muerte, también su resurrección. Es lo que recuerda la aclamación del pueblo después de la consagración: «Proclamamos tu resurrección». Efectivamente, el sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía «pan de vida» (Jn 6, 35.48), «pan vivo» (Jn 6, 51). San Ambrosio lo recordaba a los neófitos, como una aplicación del acontecimiento de la resurrección a su vida: «Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día». San Cirilo de Alejandría, a su vez, subrayaba que la participación en los santos Misterios «es una verdadera confesión y memoria de que el Señor ha muerto y ha vuelto a la vida por nosotros y para beneficio nuestro».

15. La representación sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, coronado por su resurrección, implica una presencia muy especial que –citando las palabras de Pablo VI– «se llama “real”, no por exclusión, como si las otras no fueran “reales”, sino por antonomasia, porque es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro». Se recuerda así la doctrina siempre válida del Concilio de Trento: «Por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la santa Iglesia Católica». Verdaderamente la Eucaristía es «mysterium fidei», misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe, como a menudo recuerdan las catequesis patrísticas sobre este divino Sacramento. «No veas –exhorta san Cirilo de Jerusalén– en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa».


«Adoro te devote, latens Deitas», seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla.

Son esfuerzos loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la «fe vivida» de la Iglesia, percibida especialmente en el «carisma de la verdad» del Magisterio y en la «comprensión interna de los misterios», a la que llegan sobre todo los santos. La línea fronteriza es la señalada por Pablo VI: «Toda explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están realmente delante de nosotros».


Y decimos

‘Proclamamos tu resurrección’

Cristo es viviente. Es el viviente. Dador de vida por el Espíritu Santo. Si creemos en la Resurrección, podemos creer en la Eucaristía.

Y la Eucaristía como banquete. ¡Le recibimos a Él mismo!

16. La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre,[color=blue] «derramada por muchos para perdón de los pecados»
(Mt 26, 28)^ Recordemos sus palabras: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente. La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedan asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53). No se trata de un alimento metafórico: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6, 55).

17. Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe san Efrén: “Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu [...], y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu. [...]. Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo. En efecto, es verdaderamente mi cuerpo y el que lo come vivirá eternamente”. La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en la epíclesis[4] eucarística. Se lee, por ejemplo, en la Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo: “Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros y sobre estos dones [...] para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo para cuantos participan de ellos”. Y, en el Misal Romano, el celebrante implora que: “Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un sólo cuerpo y un sólo espíritu”. Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como “sello” en el sacramento de la Confirmación.

Por la Eucaristía, Cristo nos comunica también su Espíritu.

En este capítulo 1 de la Encíclica, se habla también de la proyección escatológica del don de la Eucaristía: ¡Ven Señor Jesús!

18. La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf. 1 Co 11, 26): “... hasta que vuelvas”. La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf. Jn 15, 11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y “prenda de la gloria futura”. En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo:
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el “secreto” de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte”.

19. La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial. No es casualidad que en las anáforas orientales y en las plegarias eucarísticas latinas se recuerde siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, a los ángeles, a los santos apóstoles, a los gloriosos mártires y a todos los santos. Es un aspecto de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: “La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap 7, 10).
La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino.

20. Una consecuencia significativa de la tensión escatológica propia de la Eucaristía es que da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. En efecto, aunque la visión cristiana fija su mirada en un “cielo nuevo” y una “tierra nueva” (Ap 21, 1), eso no debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la tierra presente. Deseo recalcarlo con fuerza al principio del nuevo milenio, para que los cristianos se sientan más que nunca comprometidos a no descuidar los deberes de su ciudadanía terrenal. Es cometido suyo contribuir con la luz del Evangelio a la edificación de un mundo habitable y plenamente conforme al designio de Dios.

Muchos son los problemas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Baste pensar en la urgencia de trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y solidaridad en las relaciones entre los pueblos, de defender la vida humana desde su concepción hasta su término natural. Y ¿qué decir, además, de las tantas contradicciones de un mundo “globalizado”, donde los más débiles, los más pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar? En este mundo es donde tiene que brillar la esperanza cristiana. También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada por su amor. Es significativo que el Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del “lavatorio de los pies”, en el cual Jesús se hace maestro de comunión y servicio (cf. Jn 13, 1-20). El apóstol Pablo, por su parte, califica como “indigno” de una comunidad cristiana que se participe en la Cena del Señor, si se hace en un contexto de división e indiferencia hacia los pobres (Cf. 1 Co 11, 17.22.27.34).

Anunciar la muerte del Señor “hasta que venga” (1 Co 11, 26), comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo “eucarística”. Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).


En el capítulo 2, la encíclica edifica la Iglesia.

21. El Concilio Vaticano II ha recordado que la celebración eucarística es el centro del proceso de crecimiento de la Iglesia. En efecto, después de haber dicho que “la Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios”, como queriendo responder a la pregunta: ¿Cómo crece?, añade: “Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1 Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención. El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo (cf. 1 Co 10, 17)”.

Hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia. Los evangelistas precisan que fueron los Doce, los Apóstoles, quienes se reunieron con Jesús en la Última Cena (cf. Mt 26, 20; Mc 14, 17; Lc 22, 14). Es un detalle de notable importancia, porque los Apóstoles “fueron la semilla del nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada”. Al ofrecerles como alimento su cuerpo y su sangre, Cristo los implicó misteriosamente en el sacrificio que habría de consumarse pocas horas después en el Calvario. Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre, los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva comunidad mesiánica, el Pueblo de la nueva Alianza.

Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo:
“Tomad, comed... Bebed de ella todos...” (Mt 26, 26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta al final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: “Haced esto en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío” (1 Co 11, 24-25; cf. Lc 22, 19).

22. La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros:“Vosotros sois mis amigos” (Jn 15, 14). Más aún, nosotros vivimos gracias a Él: “el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo “estén” el uno en el otro: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15, 4).

Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva Alianza se convierte en “sacramento” para la humanidad, signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16), para la redención de todos. La misión de la Iglesia continúa la de Cristo: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21). Por tanto, la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo.

23. Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los Corintios:
“Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1 Co 10, 16-17). El comentario de san Juan Crisóstomo es detallado y profundo: “¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo. ¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos sino un sólo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, todos juntos, con Cristo”. La argumentación es terminante: nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La Eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en el mediante el don del Espíritu (cf. 1 Co 12, 13.27).

La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo, que está en el origen de la Iglesia, de su constitución y de su permanencia, continúa en la Eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de la Liturgia de Santiago: en la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre que envíe el Espíritu Santo sobre los fieles y sobre los dones, para que el cuerpo y la sangre de Cristo “sirvan a todos los que participan en ellos [...] a la santificación de las almas y los cuerpos”. La Iglesia es reforzada por el divino Paráclito a través la santificación eucarística de los fieles.

24. El don de Cristo y de su Espíritu que recibimos en la comunión eucarística colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que están muy por encima de la simple experiencia convival humana. Mediante la comunión del cuerpo de Cristo, la Iglesia alcanza cada vez más profundamente su ser “en Cristo como sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”.

A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres.


Y se habla también del culto que se da fuera de la Misa

25. El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino–, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.

Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el “arte de la oración”, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!

Numerosos Santos nos han dado ejemplo de esta práctica, alabada y recomendada repetidamente por el Magisterio. De manera particular se distinguió por ella San Alfonso María de Ligorio, que escribió: “Entre todas las devociones, ésta de adorar a Jesús sacramentado es la primera, después de los sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros”. La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia. Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor.


Es anticipación del Paraíso. Hemos de vivir esa confiada espera: ‘mientras esperamos tu gloriosa venida”.

Ya somos eternos. Estamos pensados desde toda la eternidad y llamados a vivir en la vida eterna, resucitados. La Eucaristía es una prenda, una garantía de esa vida eterna. Fármaco de inmortalidad. En la Eucaristía recordamos a los santos, porque nos unimos a la liturgia del cielo. Es un resquicio de cielo.

El Papa da impulso a nuestro caminar. Estimula nuestro sentido de responsabilidad en nuestro tiempo presente.

En este mundo ha de brillar nuestra esperanza cristiana. El lavatorio de los pies, misterio de comunión y servicio, se produce justo antes de la institución de la Eucaristía.

Y el culto fuera de la misa. Pensemos en lo que explica Monseñor Van Thuân.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

[1]
Carta encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA firmada el jueves 17 de Abril de 2003.

[2]
Sitio en que nacen fuentes o manantiales.

[3] Perteneciente o relativo al convite.

[4] Se llama epíclesis a la parte de la Misa en que se invoca al Espíritu Santo.

En las Plegarias Eucarísticas, anáforas o canon suelen haber dos epíclesis; una, antes de la consagración, invocando al Espíritu Santo para que obre la presencia de Cristo; y otra epíclesis, después de la consagración, sobre el pueblo invocando al Espíritu Santo para que lo colme de bienes.

Las primeras epíclesis se caracterizan por el gesto pneumatológico de imposición de manos sobre los dones que se van a consagrar, determinando así lo que constituye la materia del sacrificio y como apropiándose, los sacerdotes, de esa materia determinada. Por ejemplo, comienzan con las siguientes palabras:

-»Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda, haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti,..»1 ;
-» ...te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu...»2 ;
-»...te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti...»3 ;
-» ...te rogamos que este mismo Espíritu santifique estas ofrendas, para que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor»4 .

Las segundas epíclesis comienzan así:

-»Te pedimos humildemente ... que esta ofrenda sea llevada a tu presencia ... para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo ... seamos colmados de gracia y bendición»5 ;
-»Te pedimos ... que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo»6 ;
-»...para que ... llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu»7 ;
-»...concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria»8 .

Por eso enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La Epíclesis (=’invocación sobre’) es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios»… Ver http://www.iveargentina.org/pbuela/sermones/o103_ES_misa.htm
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Lun Sep 08, 2008 1:32 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

Cita:
Y siguiendo con estos Ejercicios, y como el P. Fernando pide en otro tema que estos foros se dediquen también a la Virgen María, le dedico la siguiente meditación


4 La Virgen María.

Verdaguer, en Idilics y cants místichs:

“¿Qui salvarà’l món perdut?
Sols respon una doncella:
—Una dòna’l salvarà.
si una altra dòna’l va perdre.

¿Ahont es lo monstre, ahont es,
que se’ns engola la terra?
no es ella la poma, nó,
ni si ho fos sería seva,
que sería del meu Fill
que en l’arbre d’amor s’axeca.—

A la creu hont mor Jesús
María la serp hi ferma,
y abans de volar al cel
li n’ha xafada la testa»


María es una figura muy importante, sobre todo si tenemos experiencias muy negativas. Si hemos sufrido las injusticias de los hombres. Si tenemos el corazón dolido. Necesitamos enternecer, suavizar nuestro corazón para que no se rompa.

Y María nos puede ayudar, y no poco. En esta obra redentora ya se apunta que una mujer estará presente y entrará en liza, en oposición con el enemigo de Dios que es el demonio.

Trazos de esta mujer: Perfiles de María

· Está en enemistad absoluta con el enemigo de Dios, el Demonio:

Al lado del que tiene encomendada la obra redentora: en el Génesis leemos:

15 Enemistad pondré entre ti y la mujer,
entre tu linaje y su linaje:
él te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar.»
(Gen 3, 15)

· Desde que Dios anuncia la Redención, anuncia también a María:

Está situada en los principios de la Redención, aunque no se hace presenta hasta el nacimiento de Jesús.

Al principio ya hay una creación redentora: “Enemistad…”, y al final cuando se habla del final de Satanás:

5 La Mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. 6 Y la Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada mil doscientos sesenta días.

7 Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, 8 pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. 9 Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él.
(Ap 12, 5-9)

1. La Mujer, está al principio y al final de la película.

También Judit y Ester son personajes en el AT que anuncian a la Mujer.

La Virgen no es una devoción, aunque se la tengamos. Es un personaje fundamental que está en esta lucha contra Satanás. Está en el centro de la obra redentora. El autor es Jesús, pero ella es protagonista principal. Su protagonismo empieza en la encarnación. Es sujeto receptivo de primera magnitud. Y por eso su colaboración es excepcional. Es una de las maravillas de Dios. Ella es figura y modelo. Por eso hemos también de contemplarla. Sujeto receptivo: concebida sin pecado. Para ella es punto de partida lo que para nosotros es llegada: la plenitud de la gracia.

Receptiva y redimida: la mejor colaboradora, el mejor agente de Jesús.

2. Lo más importante de María es su maternidad divina, su fecundidad única.

Es la más fecunda y útil de los seres creados. Se le ha dado la fecundidad en la virginidad. Es Madre porque es Virgen, y es Virgen por ser Madre de Dios. Porque es toda ella para Dios. Está tan henchida en ser todo para Dios, que ‘revienta’ en maternidad, en la maternidad del hijo de Dios.

Es una virginidad del sí, más que del no.

Y María, desde esta condición de madre, no retiene a Jesús. El amor a Jesús, es un amor oblativo, no posesivo.

¿Cuál es mi relación con las personas y con las tareas que doy a luz?

¿Lo pongo todo de mi parte oblativamente en mi hacer, o tengo interés en que lleve mi sello y mi firma?

María es sujeto receptivo.

3. Después de la Asunción realiza una doble misión, doxológica y soteriológica. Y eso la hace Reina y Señora de cielos y tierra.

La misión doxológica consiste en la participación en la resurrección de su hijo. De este modo también con su cuerpo está insertada en el misterio de la Santísima Trinidad y da gloria con su cuerpo glorificado a las tres Personas Divinas. Su existencia está sumergida en un infinito silencio de amor.

Ella es la hija muy amada del Padre. Se complace en ella. Y el Hijo (ha sido Arca de la Nueva Alianza) le llama Madre.

4 Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley (Gal 4, 4)

Jamás puso resistencia a la acción del Espíritu Santo, por eso el Espíritu Santo la llama esposa.

35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. (Lc 1, 35)

Y la vocación soteriológica, consiste en que participa de la Salvación.

Ella ha recorrido su camino, pero está involucrada en la obra de la salvación de los hombres.

Participa de la oración incesante del Hijo por los que aún no hemos completado la salvación; y lo hace hasta que se complete la Comunión de los Santos (la madre no está tranquila hasta que todos los hijos están en casa). Y desde el silencio de la Trinidad ejerce su vocación de madre hasta que se forme definitivamente la comunión de los santos en el cielo.

1 Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva –porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. 2 Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. 3 Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. 4 Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado.» (Ap 21, 1-4)

María tiene una cooperación activa. Nosotros también estamos llamados a vivir en nuestra vida personal, comunitaria y familiar esta doble vocación de María. Estamos llamados a dejarnos insertar en el seno de la Santísima Trinidad (misión doxológica), dejándonos divinizar progresivamente por las divinas personas. Por la mística de la oración. Hemos de ser contemplativos en medio del mundo.

Y colaborar en la salvación (misión soteriológica) y santificación del mundo.


En la encíclica Ecclesia de Eucaristía, el capítulo 6 está dedicado a María

EN LA ESCUELA DE MARÍA,
MUJER «EUCARÍSTICA»


53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía. Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él.

A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, «concordes en la oración» (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos «en la fracción del pan» (Hch 2, 42).

Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer «eucarística» con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: «¡Haced esto en conmemoración mía!», se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida”».

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios» (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

«Feliz la que ha creído» (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en «tabernáculo» –el primer «tabernáculo» de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando» su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

56. María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería «señal de contradicción» y también que una «espada» traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el «stabat Mater» de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como «memorial» de la pasión.

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. «Haced esto en recuerdo mío» (Lc 22, 19). En el «memorial» del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: «!He aquí a tu hijo¡». Igualmente dice también a todos nosotros: «¡He aquí a tu madre!» (cf. Jn 19, 26.27).

Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama «mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador», lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús. Esto es precisamente la verdadera «actitud eucarística».

Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la «pobreza» de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se «derriba del trono a los poderosos» y se «enaltece a los humildes» (cf. Lc 1, 52). María canta el «cielo nuevo» y la «tierra nueva» que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su 'diseño' programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magnificat!


María es maestra en Eucaristía a partir de su actitud interior de fe. Es Eucarística por haber ofrecido su seno virginal para la Encarnación. El fiat de la Virgen, es el amén de la recepción de la comunión. En la Visitación se decubre como Tabernáculo. Ella es modelo de contemplación eucarística, contemplando a Cristo recién nacido, y en el Calvario, en la dimensión sacrificial de la Eucaristía: Stabat Mater, anunciado proféticamente por Simeón.
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MensajePublicado: Sab Sep 20, 2008 1:52 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

5 La Fe

11. Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

12. ¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!


(San Juan de la Cruz, Cántico espiritual)


Ansía ver cara a cara a Dios.
(Esto sí que es certísimo que nos va a pasar; otras cosas, como que nos toque la lotería, no sabemos si llegarán).

En tanto no llega este momento, vivimos en fe. Estamos en tiempo y camino de fe.

Hemos de vivir por la fe, que es un don de Dios.

Para dar una respuesta (que ha de ser diaria) a este don, es necesario que vayamos dando una respuesta con nuestros cinco sentidos y nuestras potencias del alma, es decir con nuestra entera personalidad.

La gracia es que el Espíritu Santo se nos ha adelantado y nos ayuda a fructificarla. La respuesta al don de la fe es una respuesta libre del hombre.

El depositar toda nuestra personalidad en la confianza en Dios, no es contrario a la libertad. Y es un acto humano.

Depositar la confianza en los hombres es una tontería. Pero no así confiar en Dios.

Moisés es un modelo de hombre de fe.

Nosotros también vivimos de alguna manera la experiencia de éxodo de Moisés.

Moisés, tiene experiencia de que ha sido salvado. Su nombre significa ‘salvado de las aguas’. (Ex 2)

Así, hemos de tener esa experiencia de que hemos sido salvados. De que nos ha levantado del polvo, de la basura en la que vivíamos
.

Moisés recibe una llamada personal. Dios le llama por su nombre.

4 Cuando Yahvé vio que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés, Moisés!» Él respondió: «Heme aquí.» (Ex 3, 4)

Esta respuesta de Moisés, nos recuerda el fiat de la Virgen. E inmediatamente es introducido en la intimidad


6 Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.» Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios. (Ex 3, 6)

y le hace protagonista de su plan:

10 Ahora, pues, ve: yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto. (Ex 3, 10)

A partir de aquí, Moisés no se engríe, sino que tiene conciencia de su insuficiencia:


11 Moisés dijo a Dios: «¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?» (Ex 3, 11)

La fe precisa humildad.

Pero todo será posible por la estrecha unión. Todo se salva
.

12 Dios le respondió: «Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte.» (Ex 3, 12)


Esta relación entre el que envía (Yahvé), y el enviado, es una relación de pura fe.

Sin embargo, Moisés ofrece una cierta resistencia inicial. Porque no se siente idóneo.


13 Él replicó: «¡Por favor, Señor! Envía a quien quieras.» (Ex 4, 13)


No porque sea un pasota, sino porque se siente poca cosa. No idóneo. Y porque sabe que sus hermanos, los israelitas, no le van a creer.


1 Moisés respondió: «Mira que no me creerán ni me harán caso, pues dirán: `No se te ha aparecido Yahvé.'» (Ex 4, 1)


Pero Moisés, por fe, responde. Accede a la misión. Va a Egipto. Deja la tranquilidad del cuidado de los rebaños. Y habrá dificultades. En el capítulo 7 se advierte que llegan las dificultades.

3 Yo endureceré el corazón del faraón, y multiplicaré mis signos y prodigios en el país de Egipto.4 El faraón no os hará caso, pero yo pondré mi mano sobre Egipto y sacaré del país de Egipto a mis legiones, mi pueblo, los israelitas, con juicios solemnes. 5 Y los egipcios reconocerán que yo soy Yahvé, cuando extienda mi mano sobre Egipto y saque a los israelitas de en medio de ellos.» (Ex 5, 3-5)


Se ve que las dificultades están previstas por Dios. Las dificultades en los planes de Dios tienen su sentido. Porque en las dificultades se reconocerá quién es Dios.

Todo está previsto, y tiene su sentido.

Moisés lo vive con una fe inconmovible: delante de los enemigos de fuera (egipcios), y de los de dentro (israelitas).

¿Qué hace que tenga esta fe? Que es hombre de Dios. Tiene sentido de Dios. Se encuentra con Él. Y se dicen cosas el uno al otro.


19 El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. (Ex 19, 19)

11 Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo. (Ex 33, 11)


Moisés es el hombre contemplativo: por eso tiene el rostro resplandeciente.

29 Luego, Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas del Testimonio en su mano. Al bajar, no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con Yahvé. (Ex 34, 29)

32 A continuación, se acercaron todos los israelitas y él les transmitió cuanto Yahvé le había dicho en el monte Sinaí. 33 Cuando Moisés acabó de hablar con ellos, se puso un velo sobre el rostro. (Ex 34, 32-33)


Habla, escucha, y contempla.

El activismo daña la fe.

Moisés es el hombre de las alturas: sube a las cimas, a las alturas. Es el que sube y tiene en la montaña el trato con Dios (en la Biblia el monte es el lugar de la presencia de Dios).


28 Moisés estuvo allí con Yahvé cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las diez palabras. (Ex 34, 28)


Luego baja y lleva su experiencia de intimidad al pueblo. Tenemos que ser águilas, como San Juan de la Cruz: ‘volé tan alto tan alto, que a la caza di alcance’.

Y luego bajar a servir: hacerse todo con todos. Humildemente. Ofrecer los dones que Dios nos ha dado, sin imponerlos.

Moisés está siempre atento a la iniciativa divina. Colgado de Dios, de su voluntad.

Moisés es un hombre de fe en un pueblo que no la tiene
.

13 Moisés respondió al pueblo: «No temáis; estad firmes, y veréis la salvación que Yahvé os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás. (Ex 14, 11
)

El pueblo no cuenta con la participación de Dios, pero Moisés sí.
(Cf. Hb 11, 27) “descansa tus preocupaciones en el Señor, que Él te sustentará”

Da a conocer la voluntad de Dios y lo hace con autoridad. Porque está unido a Dios.

Dios está en su boca, porque está en su corazón. Está en sintonía con Dios.

Solo es autoridad el que da la vida. El que es autor. El que no da la vida no es autoridad. En todo caso será potestad. Dios es amor y da vida -> Ese es el fundamento de la autoridad.

Moisés es intercesor a favor del pueblo. Y con un pueblo que era para ponerse de los nervios


7 Yahvé dijo a Moisés: «¡Anda, baja! Porque se ha pervertido tu pueblo, el que sacaste del país de Egipto. 8 Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: `Éste es tu Dios, Israel, el que te ha sacado del país de Egipto.'» 9 Y añadió Yahvé a Moisés: «Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. 10 Déjame ahora que se encienda mi ira contra ellos y los devore; de ti, en cambio, haré un gran pueblo.»

11 Pero Moisés trató de aplacar a Yahvé su Dios, diciendo: «¿Por qué, oh Yahvé, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, el que tú sacaste del país de Egipto con gran poder y mano fuerte? 12 ¿Por qué han de decir los egipcios: Los sacó con mala intención, para matarlos en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra? Abandona el ardor de tu cólera y arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. 13 Acuérdate de Abrahán, de Isaac y de Israel, tus siervos, a quienes por ti mismo juraste: Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y toda esta tierra, de la que os he hablado, se la daré a vuestros descendientes, que la heredarán para siempre.» 14 Y Yahvé renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo. (Ex 32, 7-
14)

Moisés reconoce que han pecado, pero apela a la gloria de Dios para que les perdone. Y apela a lo que ha hecho por su pueblo. Y a la promesa que hizo de salvarlo. (Cf Dt 32, 48-52; Ex 17, 155)


19 Se hicieron un becerro en Horeb,
ante una imagen fundida se postraron,
20 y fueron a cambiar su gloria
por la imagen de un buey que come hierba.

21 Olvidaron a Dios, su salvador,
al autor de hazañas en Egipto,
22 de prodigios en tierra de Cam,
de portentos en el mar de Suf.

23 Dispuesto estaba a exterminarlos,
si no es porque Moisés, su elegido,
se mantuvo en la brecha frente a él,
para apartar su furor destructor. (Sal 106, 19-23)


Moisés se mantuvo en la brecha. Donde hay brechas (pecado de idolatría), se pone Moisés.

En la lucha frente a Satanás y los faraones, intercede mediante la oración y la penitencia.


30 He buscado entre ellos alguno que construyera un muro y se mantuviera de pie en la brecha ante mí, para proteger la tierra e impedir que yo la destruyera, y no he encontrado a nadie. (Ez 22, 30)


De todas maneras, Moisés flaqueó en una ocasión:


1 Toda la comunidad de los israelitas partió por etapas del desierto de Sin, según la orden de Yahvé, y acampó en Refidín, donde el pueblo no encontró agua para beber. 2 El pueblo disputó con Moisés y dijo: «Danos agua para beber.» Moisés les respondió: «¿Por qué disputáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Yahvé?» 3 Pero el pueblo, sediento, murmuraba de Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?» 4 Entonces Moisés clamó a Yahvé y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Por poco me apedrean.» 5 Yahvé respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo, toma contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el Río y vete. 6 Yo estaré allí ante ti, junto a la roca del Horeb; golpea la roca y saldrá agua para que beba el pueblo.» Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. 7 Y llamó a aquel lugar Masá y Meribá, a causa de la disputa de los israelitas, y por haber tentado a Yahvé, diciendo: «¿Está Yahvé entre nosotros o no?» (Ex 17, 1-7)

No se acuerdan los israelitas de las veces que Dios los ha salvado. Y aquí pilló también a Moisés.

El Señor se lo hará pagar


48 Yahvé habló a Moisés aquel mismo día y le dijo: 49 «Sube a esa montaña de los Abarín, al monte Nebo que está en el país de Moab, frente a Jericó, y contempla la tierra de Canaán que yo doy en propiedad a los israelitas. 50 En el monte al que vas a subir morirás, e irás a reunirte con los tuyos, como tu hermano Aarón murió en el monte Hor y fue a reunirse con los suyos. 51 Por haberme sido infieles en medio de los israelitas, en las aguas de Meribá de Cades, en el desierto de Sin, por no haber reconocido mi santidad en medio de los israelitas, 52 por eso, sólo de lejos verás la tierra, pero no entrarás en ella, en esa tierra que yo doy a los israelitas.» (Dt 32, 48-52)

Hay que examinarse de la fe a la luz de Dios (No una introspección morbosa).

¿Cuáles son mis relaciones personales con las tres divinas personas?

¿Cuál es la calidad de esta relación?

¿Qué debo poner en mi vida? ¿Qué debo quitar? (Para que estas relaciones con la Trinidad sean de mejor calidad).

¿Cómo vivo mi contacto con Cristo en el Evangelio?

¿Cuál es el secreto de Jesús, siempre colgado de su Padre, unido al Espíritu Santo?

¿Cómo vivo mi contacto con Cristo en la Eucaristía? Porque la Eucaristía es entrar en unión con.

¿Qué grado de conciencia tengo de que la fe si no se ejercita, se atrofia?

¿Tengo conciencia de que hay momentos imperiosos en mi vida en que habrá que ejercitar la fe oscura, ciega?

Cualquier medio que yo ponga debe estar subordinado a la salvaguarda de la fe.

¿Me apoyo en la constatación de los frutos?

¿Me entristezco si tardan los frutos y los demonios no se me someten?

Si es así, entonces mi fe es de poca calidad.

¿Cuál es mi oración de intercesión, de expiación, de penitencia?


La Biblia habla claramente. Según el arzobispo vietnamita «esta fue la gran experiencia de los patriarcas, de los profetas, de los primeros cristianos, evocada en el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos en la que aparece en 18 ocasiones la expresión "por la fe" y una vez la expresión "con la fe"». Esta es también la clave de lectura que permite comprender la vida de tantos hombres y mujeres que en estos dos mil años de cristianismo han dado su vida hasta el martirio. Entre todos estos ejemplos, destacó el de María, mujer «que optó por Dios, abandonando sus proyectos, sin comprender plenamente el misterio que estaba teniendo lugar en su cuerpo y en su destino» (De la entrevista al Obispo Van Thuân)
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Mie Oct 01, 2008 6:58 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

http://www.conelpapa.com/

La alegría cristiana. Pablo VI, publicado con motivo del Año Santo de 1975.

Alegraos siempre en el Señor, porque El está cerca de cuantos lo invocan de veras.

En diversas ocasiones a lo largo de este Años Santo, hemos exhortado al Pueblo de Dios a corresponder con gozosa solicitud a la gracia del Jubileo. Nuestra invitación es esencialmente, como bien sabéis, una llamada a la renovación interior y a la reconciliación en Cristo. Se trata de la salvación de los hombres y de su felicidad en todo su pleno sentido. En el momento en que los cristianos se disponen a celebrar, en el mundo entero, la venida del Espíritu Santo, os invitamos a pedirle el don de la alegría.

Ciertamente el ministerio de la reconciliación se ejerce, incluso para Nos mismo, en medio de frecuentes contradicciones y dificultades, pero él está alimentado y va acompañado por la alegría del Espíritu Santo. De la misma manera podemos justamente apropiarnos, aplicándola a toda la Iglesia, la confidencia hecha por el Apóstol San Pablo a su comunidad de Corinto: "ya antes os he dicho cuán dentro de nuestro corazón estáis para vida y para muerte. Tengo mucha confianza en vosotros... estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones". Sí, constituye también para nos una exigencia de amor, invitaros a participar en esta alegría sobreabundante que es un don del Espíritu Santo.

Nos hemos sentido como una impelente necesidad interior dirigiros durante este Año de gracia, y más concretamente en ocasión de la solemnidad de Pentecostés, una Exhortación apostólica cuyo tema fuera precisamente la alegría cristiana, la alegría en el Espíritu Santo. Es una especia de himno a la alegría divina el que Nos querríamos entonar, para que encuentre eco en el mundo entero y ante todo en la Iglesia: que la alegría se difunda en los corazones juntamente con el amor del que ella brota, por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado. Deseamos asimismo que vuestra voz se una a la nuestra para consuelo espiritual de la Iglesia de Dios y de todos los hombres que quieran prestar atención en lo íntimo de sus corazones, a esta celebración.
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MensajePublicado: Jue Oct 02, 2008 1:14 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

(continuación).

NECESIDAD DE LA ALEGRIA EN EL CORAZON DE TODOS LOS HOMBRES


No se podría exaltar de manera conveniente la alegría cristiana permaneciendo insensible al testimonio exterior e interior que Dios Creador da de sí mismo en el seno de la creación: "Y Dios vio que era bueno". Poniendo al hombre en medio del universo, que es obra de su poder, de su sabiduría, de su amor, Dios dispone la inteligencia y el corazón de su criatura -aun antes de manifestarse personalmente mediante la revelación- al encuentro de la alegría y a la vez de la verdad. Hay que estar pues atento a la llamada que brota del corazón humano, desde la infancia hasta la ancianidad, como un presentimiento del misterio divino.

Al dirigir la mirada sobre el mundo ¿no experimenta el hombre un deseo natural de comprenderlo y dominarlo con su inteligencia, a la vez que aspira a lograr su realización y felicidad? Como es sabido, existen diversos grados en esta "felicidad". Su expresión más noble es la alegría o "felicidad" en sentido estricto, cuando el hombre, a nivel de sus facultades superiores, encuentra su satisfacción en la posesión de un bien conocido y amado.

De esta manera el hombre experimenta la alegría cuando se halla en armonía con la naturaleza y sobre todo la experimenta en el encuentro, la participación y la comunión con los demás. Con mayor razón conoce la alegría y felicidad espirituales cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como bien supremo e inmutable. Poetas, artistas, pensadores, hombres y mujeres simplemente disponibles a una cierta luz interior, pudieron, antes de la venida de Cristo, y pueden en nuestros días, experimentar de alguna manera la alegría de Dios.

Pero ¿cómo no ver a la vez que la alegría es siempre imperfecta, frágil, quebradiza? Por una extraña paradoja, la misma conciencia de lo que constituye, más allá de todos los placeres transitorios, la verdadera felicidad, incluye también la certeza de que no hay dicha perfecta.

La experiencia de la finitud, que cada generación vive por su cuenta, obliga a constatar y a sondear la distancia inmensa que separa la realidad del deseo de infinito.

Esta paradoja y esta dificultad de alcanzar la alegría parecen a Nos especialmente agudas en nuestros días. Y esta es la razón de nuestro mensaje. La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tienen otro origen. Es espiritual. El dinero, el confort, la higiene, la seguridad material no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos.

Esto llega a veces hasta la angustia y la desesperación que ni la aparente despreocupación ni el frenesí del gozo presente o los paraísos artificiales logran evitar. ¿Será que nos sentimos impotentes para dominar el progreso industrial y planificar la sociedad de una manera humana? ¿Será que el porvenir aparece demasiado incierto y la vida humana demasiado amenazada? ¿O no se trata más bien de soledad, de sed de amor y de compañía no satisfecha, de un vacío mal definido?.

Por el contrario, en muchas regiones, y a veces bien cerca de nosotros, el cúmulo de sufrimientos físicos y morales se hace oprimente: ¡tantos hambrientos, tantas víctimas de combates estériles, tantos desplazados! Estas miserias no son quizá más graves que las del pasado, pero toman una dimensión planetaria; son mejor conocidas, al ser difundidas por los medios de comunicación social, al manos tanto cuanto las experiencias de felicidad; ellas abruman las conciencias, sin que con frecuencia pueda verse una solución humana adecuada.

Sin embargo, esta situación no debería impedirnos hablar de la alegría, esperar la alegría. Es precisamente en medio de sus dificultades cuando nuestros contemporáneos tienen necesidad de conocer la alegría, de escuchar su canto. Nos compartimos profundamente la pena de aquellos sobre quienes la miseria y los sufrimientos de toda clase arrojan un velo de tristeza.

Nos pensamos de modo especial en aquellos que se encuentran sin recursos, sin ayuda, sin amistad, que ven sus esperanzas humanas desvanecidas. Ellos están presentes más que nunca en nuestras oraciones y en nuestro afecto.

Nos no queremos abrumar a nadie. Antes al contrario, buscamos los remedios que sean capaces de aportar luz. A nuestro parecer tales remedios son de tres clases.

Los hombres evidentemente deberán unir sus esfuerzos para procurar al menos un mínimo de alivio, de bienestar, de seguridad, de justicia, necesarios para la felicidad de las numerosas poblaciones que carecen de ella. Tal acción solidaria es ya obra de Dios; y corresponde al mandamiento de Cristo. Ella procura la paz, restituye la esperanza, fortalece la comunión, dispone a la alegría para quien da y para quien recibe, porque hay más gozo en dar que en recibir.

¡Cuántas veces os hemos invitado, Hermanos e hijos amadísimos, a preparar con ardor una tierra más habitable y más fraternal; a realizar sin tardanza la justicia y la caridad para un desarrollo integral de todos! La Constitución conciliar Gaudium et spes, y otros numerosos documentos pontificios han insistido con razón sobre este punto. Aun cuando no es este el tema que Nos abordamos en el presente documento, no puede olvidarse el deber primordial de amor al prójimo sin el cual sería poco oportuno hablar de alegría.

Sería también necesario un esfuerzo paciente para aprender a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador pone en nuestro camino: la alegría exaltante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio. El cristiano podrá purificarlas, completarlas, sublimarlas: no puede despreciarlas. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías naturales. Frecuentemente, ha sido a partir de éstas como Cristo ha anunciado el Reino de los Cielos.

Pero el tema de la presente Exhortación se sitúa más allá. Porque el problema nos parece de orden espiritual sobre todo. Es el hombre, en su alma, el que se encuentra sin recursos para asumir los sufrimientos y las miserias de nuestro tiempo. Estas le abruman; tanto más cuanto que a veces no acierta a comprender el sentido de la vida; que no está seguro de sí mismo, de su vocación y destino trascendentes. El ha desacralizado el universo y, ahora, la humanidad; ha cortado a veces el lazo vital que lo unía a Dios. El valor de las cosas, la esperanza, no están suficientemente asegurados. Dios le parece abstracto, inútil: sin que lo sepa expresar, le pesa el silencio de Dios. Sí, el frío y las tinieblas están en primer lugar en el corazón del hombre que siente la tristeza.

Se puede hablar aquí de la tristeza de los no creyentes, cuando el espíritu humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y por tanto orientado instintivamente hacia él como hacia su Bien supremo y único, queda sin conocerlo claramente, sin amarlo, y por tanto sin experimentar la alegría que aporta el conocimiento, aunque sea imperfecto, de Dios y sin la certeza de tener con El un vínculo que ni la misma muerte puede romper. ¿Quién no recuerda las palabras de San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti?"?.

El hombre puede verdaderamente entrar en la alegría acercándose a Dios y apartándose del pecado. Sin duda alguna "la carne y la sangre" son incapaces de conseguirlo.
Pero la Revelación puede abrir esta perspectiva y la gracia puede operar esta conversión. Nuestra intención es precisamente invitaros a las fuentes de la alegría cristiana. ¿Cómo podríamos hacerlo sin ponernos nosotros mismos frente al designio de Dios y a la escucha de la Buena Nueva de su Amor?.
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MensajePublicado: Vie Oct 03, 2008 11:52 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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ANUNCIO DE LA ALEGRIA CRISTIANA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

La alegría cristiana es por esencia una participación espiritual de la alegría insondable, a la vez divina y humana, del Corazón de Jesucristo glorificado. Tan pronto como Dios Padre empieza a manifestar en la historia el designio amoroso que El había formado en Jesucristo, para realizarlo en la plenitud de los tiempos, esta alegría se anuncia misteriosamente en medio al Pueblo de Dios, aunque su identidad no es todavía desvelada.

Así Abrahan, nuestro Padre, elegido con miras al cumplimiento futuro de la Promesa, y esperando contra toda esperanza, recibe, en el nacimiento de su hijo Isaac, las primicias proféticas de esta alegría. Tal alegría se encuentra como transfigurada a través de una prueba de muerte, cuando su hijo único le es devuelto vivo, prefiguración de la resurrección de Aquel que ha de venir: el Hijo único de Dios, prometido para un sacrificio redentor. Abrahan exultó ante el pensamiento de ver el Día de Cristo, el Día de la salvacion: él "lo vio y se alegró".

La alegría de la salvación se amplia y se comunica luego a lo largo de la historia profética del antiguo Israel. Ella se mantiene y renace indefectiblemente a través de pruebas trágicas debidas a las infidelidades culpables del pueblo elegido y a las persecuciones exteriores que buscaban separarlo de su Dios. Esta alegría siempre amenazada y renaciente, es propia del pueblo nacido de Abrahan.

Se trata siempre de un experiencia exaltante de liberación y restauración -al menos anunciadas- que tienen su origen en el amor misericordioso de Dios para con su pueblo elegido, en cuyo favor El cumple, por pura gracia y poder milagrosos, las promesas de la Alianza. Tal es la alegría de la Promesa mosaica, la cual es como figura de la liberación escatológica que seria realizada por Jesucristo en el contexto pascual de la nueva y eterna Alianza. Se trata también de la alegría actual, cantada tantas veces en los salmos: la de vivir con Dios y para Dios. Se trata finalmente y sobre todo, de la alegría gloriosa y sobrenatural, profetizada en favor de la nueva Jerusalén, rescatada del destierro y amada místicamente por Dios.

El sentido último de este desbordamiento inusitado del amor redentor no aparecerá sino en la hora de la nueva Pascua y del nuevo Exodo. Entonces el Pueblo de Dios sera conducido, por medio de la muerte y resurrección de su Siervo doliente, de este mundo al Padre; de la Jerusalén figurativa de aquí abajo a la Jerusalén de lo alto: "Cuando tu estés abandonada, dolida y descuidada, yo te haré objeto de orgullo perennemente y motivo de alegría de edad en edad... Como un joven toma por esposa a una virgen, así tu autor te desposara, y como un marido se alegra de su esposa, tu Dios se alegrara de ti".
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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 2:02 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
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III LA ALEGRIA SEGUN EL NUEVO TESTAMENTO

Estas maravillosas promesas han sostenido, a lo largo de los siglos y en medio de las más terribles pruebas, la esperanza mística del antiguo Israel. Este a su vez las ha transmitido a la Iglesia de Cristo; de manera que le somos deudores de algunos de los más puros acentos de nuestro canto de alegría. Y sin embargo, a la luz de la fe y de la experiencia cristiana del Espíritu, esta paz que es un don de Dios y que va en constante aumento como un torrente arrollador, hasta tanto que llega el tiempo de la "consolación", está vinculada a la venida y a la presencia de Cristo.

Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. El gran gozo anunciado por el Angel, la noche de Navidad, lo será de verdad para todo el pueblo, tanto para el de Israel que esperaba con ansia un Salvador, como para el pueblo innumerable de todos aquellos que, en el correr de los tiempos, acogerán su mensaje y se esforzarán por vivirlo. Fue la Virgen María la primera en recibir el anuncio del angel Gabriel y su Magnificat era ya el himno de exultación de todos los humildes.

Los misterios gozosos nos sitúan así, cada vez que recitamos el Rosario, ante el acontecimiento inefable, centro y culmen de la historia: la venida a la tierra del Emmanuel, Dios con nosotros. Juan Bautista, cuya misión es la de mostrarlo a Israel, había saltado de gozo en su presencia, cuando aún estaba en el seno de su madre. Cuando Jesús da comienzo a su ministerio, Juan "se llena de alegría por la voz del Esposo".

Hagamos ahora un alto para contemplar la persona de Jesús, en el curso de su vida terrena. El ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías. El, palpablemente, ha conocido, apreciado, ensalzado toda una gama de alegrías humanas, de esas alegrías sencillas y cotidianas que están al alcance de todos. La profundidad de su vida interior no ha desvirtuado la claridad de su mirada, ni su sensibilidad.

Admira los pajarillos del cielo y los lirios del campo. Su mirada abarca en un instante cuanto se ofrecía a la mirada de Dios sobre la creación en el alba de la historia. El exalta de buena gana la alegría del sembrador y del segador; la del hombre que halla un tesoro escondido; la del pastor que encuentra la oveja perdida o de la mujer que halla la dracma; la alegría de los invitados al banquete, la alegría de las bodas; la alegría del padre cuando recibe a su hijo, al retorno de una vida de pródigo; la de la mujer que acaba de dar a luz un niño.

Estas alegrías humanas tienen para Jesús tanta mayor consistencia en cuanto son para él signos de las alegrías espirituales del Reino de Dios: alegría de los hombres que entran en este Reino, vuelven a él o trabajan en él, alegría del Padre que los recibe. Por su parte, el mismo Jesús manifiesta su satisfacción y su ternura, cuando se encuentra con los niños deseosos de acercarse a él, con el joven rico, fiel y con ganas de ser perfecto; con amigos que le abren las puertas de su casa como Marta, María y Lázaro.

Su felicidad mayor es ver la acogida que se da a la Palabra, la liberación de los posesos, la conversión de una mujer pecadora y de un publicano como Zaqueo, la generosidad de la viuda. El mismo se siente inundado por una gran alegría cuando comprueba que los más pequeños tienen acceso a la Revelación del Reino, cosa que queda escondida a los sabios y prudentes. , "habiendo Cristo compartido en todo nuestra condición humana, menos en el pecado", él ha aceptado y gustado las alegrías afectivas y espirituales, como un don de Dios.

Y no se concedió tregua alguna hasta que no "hubo anunciado la salvación a los pobres, a los afligidos el consuelo". El evangelio de Lucas abunda de manera particular en esta semilla de alegría. Los milagros de Jesús, las palabras del perdón son otras tantas muestras de la bondad divina: la gente se alegraba por tantos portentos como hacía y daba gloria a Dios. Para el cristiano, como para Jesús, se trata de vivir las alegrías humanas, que el Creador pone a su disposición, en acción de gracias al Padre.

Aquí nos interesa destacar el secreto de la insondable alegría que Jesús lleva dentro de sí y que le es propia. Es sobre todo el evangelio de San Juan el que nos descorre el velo, descubriéndonos las palabras íntimas del Hijo de Dios hecho hombre. Si Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa alegría, esa disponibilidad, se debe al amor inefable con que se sabe amado por su Padre. Después de su bautismo a orillas del Jordán, este amor, presente desde el primer instante de su Encarnación, se hace manifiesto: "Tu eres mi hijo amado, mi predilecto".

Esta certeza es inseparable de la conciencia de Jesús. Es una presencia que nunca lo abandona. Es un conocimiento íntimo el que lo colma: "El Padre me conoce y yo conozco al Padre". Es un intercambio incesante y total: "Todo lo que es mío es tuyo, y todo lo que es tuyo es mío". El Padre ha dado al Hijo el poder de juzgar y de disponer de la vida. Entre ellos se da una inhabitación recíproca: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". En correspondencia, el Hijo tiene para con el Padre un amor sin medida: "Yo amo al Padre y procedo conforme al mandato del padre". Hace siempre lo que place al Padre, es ésta su "comida".

Su disponibilidad llega hasta la donación de su vida humana, su confianza hasta la certeza de recobrarla: "Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida, bien que para recobrarla". En este sentido, él se alegra de ir al Padre. No se trata, para Jesús, de una toma de conciencia efímera: es la resonancia, en su conciencia de hombre, del amor que él conoce desde siempre, en cuanto Dios, en el seno de Padre: "Tú me has amado antes de la creación del mundo".

Existe una relación incomunicable de amor, que se confunde con su existencia de Hijo y que constituye el secreto de la vida trinitaria: el Padre aparece en ella como el que se da al Hijo, sin reservas y sin intermitencias, en un palpitar de generosidad gozosa, y el Hijo, como el que se da de la misma manera al Padre con un impulso de gozosa gratitud, en el Espíritu Santo.

De ahí que los discípulos y todos cuantos creen en Cristo, estén llamados a participar de esta alegría. Jesús quiere que sientan dentro de sí su misma alegría en plenitud: "Yo les he revelado tu nombre, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y también yo esté en ellos".

Esta alegría de estar dentro del amor de Dios comienza ya aquí abajo. Es la alegría del Reino de Dios. Pero es una alegría concedida a lo largo de un camino escarpado, que requiere una confianza total en el Padre y en el Hijo, y dar una preferencia a las cosas del Reino. El mensaje de Jesús promete ante todo la alegría, esa alegría exigente; ¿no se abre con las bienaventuranzas? "Dichosos vosotros los pobres, porque el Reino de los cielos es vuestro. Dichosos vosotros lo que ahora pasáis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos vosotros, los que ahora lloráis, porque reiréis".

Misteriosamente, Cristo mismo, para desarraigar del corazón del hombre el pecado de suficiencia y manifestar al Padre una obediencia filial y completa, acepta morir a manos de los impíos, morir sobre una cruz. Pero el Padre no permitió que la muerte lo retuviese en su poder. La resurrección de Jesús es el sello puesto por el Padre sobre el valor del sacrificio de su Hijo; es la prueba de la fidelidad del Padre, según el deseo formulado por Jesús antes de entrar en su pasión: "Padre, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique". Desde entonces Jesús vive para siempre en la gloria del Padre y por esto mismo los discípulos se sintieron arrebatados por una alegría imperecedera al ver al Señor, el día de Pascua.

Sucede que, aquí abajo, la alegría del Reino hecha realidad, no puede brotar más que de la celebración conjunta de la muerte y resurrección del Señor. Es la paradoja de la condición cristiana que esclarece singularmente la de la condición humana: ni las pruebas, ni los sufrimientos quedan eliminados de este mundo, sino que adquieren un nuevo sentido, ante la certeza de compartir la redención llevada a cabo por el Señor y de participar en su gloria.

Por eso el cristiano, sometido a las dificultades de la existencia común, no queda sin embargo reducido a buscar su camino a tientas, ni a ver la muerte el fin de sus esperanzas. En efecto, como yo lo anunciaba el profeta: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo". El Exsultet pascual canta un misterio realizado por encima de las esperanzas proféticas: en el anuncio gozoso de la resurrección, la pena misma del hombre se halla transfigurada, mientras que la plenitud de la alegría surge de la victoria del Crucificado, de su Corazón traspasado, de su Cuerpo glorificado y esclarece las tinieblas de las almas: "Et nox illuminatio mea in deliciis meis".

La alegría pascual no es solamente la de una transfiguración posible: es la de una nueva presencia de Cristo resucitado, dispensando a los suyos el Espíritu, para que habite en ellos. Así el Espíritu Paráclito es dado a la Iglesia como principio inagotable de su alegría de esposa de Cristo glorificado. El lo envía de nuevo para recordar, mediante el ministerio de gracia y de verdad ejercido por los sucesores de los Apóstoles, la enseñanza misma del Señor. El suscitó en la Iglesia la vida divina y el apostolado. Y el cristiano sabe que este Espíritu no se extinguirá jamás en el curso de la historia. La fuente de esperanza manifestada en Pentecostés no se agotará.

El Espíritu que procede del Padre y del Hijo, de quienes es el amor mutuo viviente, es pues comunicado al Pueblo de la nueva Alianza y a cada alma que se muestre disponible a su acción íntima. El hace de nosotros su morada, dulce huésped del alma. Con él habitan en el corazón del hombre el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo suscita en el corazón humano una plegaria filial impregnada de acción de gracias, que brota de lo íntimo del alma, en la oración y se expresa en la alabanza, la acción de gracias, la reparación y la súplica.

Entonces podemos gustar la alegría propiamente espiritual, que es fruto del Espíritu Santo: consiste esta alegría en que el espíritu humano halla reposo y una satisfacción íntima en la posesión de Dios Trino, conocido por la fe y amado con la caridad que proviene de él
.


Esta alegría caracteriza por tanto todas las virtudes cristianas. las pequeñas alegrías humanas que constituyen en nuestra vida como la semilla de una realidad más alta, queden transfiguradas. Esta alegría espiritual, aquí abajo, incluirá siempre en alguna medida la dolorosa prueba de la mujer en trance de dar a luz, y un cierto abandono aparente, parecido al del huérfano: lágrimas y gemidos, mientras que el mundo hará alarde de satisfacción, falsa en realidad. pero la tristeza de los discípulos, que es según Dios y no según el mundo, se trocará pronto en una alegría espiritual que nadie podrá arrebatarles.

He ahí el estatuto de la existencia cristiana y muy en particular de la vida apostólica. Esta, al estar animada por un amor apremiante del Señor y de los hermanos, se desenvuelve necesariamente bajo el signo del sacrificio pascual, yendo por amor a la muerte y por la muerte a la vida y al amor. De ahí la condición del cristiano, y en primer lugar del apóstol que debe convertirse en el "modelo del rebaño" y asociarse libremente a la pasión del Redentor. Ella corresponde de este modo a lo que había sido definido en el evangelio como la ley de la bienaventuranza cristiana en continuidad con el destino de los profetas: "Dichosos vosotros si os insultan, os persiguen y os calumnian de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa serán grande en los cielos: fue así como persiguieron a los profetas que os han precedido".

Desafortunadamente no nos faltan ocasiones para comprobar, en nuestro siglo tan amenazado por la ilusión del falso bienestar, la incapacidad "psíquica" del hombre para acoger "lo que es del Espíritu de Dios: es una locura y no lo pude conocer, porque es con el espíritu como hay que juzgarla". El mundo -que es incapaz de recibir el Espíritu de Verdad, que no ve ni conoce- no percibe más que una cara de las cosas. Considera solamente la aflicción y la pobreza del espíritu, mientras éste en lo más profundo de sí mismo, siente siempre alegría porque está en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
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IV. LA ALEGRIA EN EL CORAZON DE LOS SANTOS

Esta es, amadísimos Hermanos e Hijos, la gozosa esperanza que brota de la fuente misma de la Palabra de Dios. Desde hace veinte siglos esta fuente de alegría no ha cesado de manar en la Iglesia y especialmente en el corazón de los santos. Vamos a sugerir ahora algunos ecos de esta experiencia espiritual, que ilustra, según la diversidad de los carismas y de las vocaciones particulares, el misterio de la alegría cristiana.

El primer puesto corresponde a la Virgen María, llena de gracia, la Madre del Salvador. Acogiendo el anuncio de lo alto, sierva del Señor, esposa del Espíritu Santo, madre del Hijo eterno, ella deja desbordar su alegría ante su prima Isabel que alaba su fe: "Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador... Por eso, todas las generaciones me llamarán bienaventurada". Ella mejor que ninguna otra criatura, ha comprendido que Dios hace maravillas: su Nombre es santo, muestra su misericordia, ensalza a los humildes, es fiel a sus promesas.

Sin que el discurrir aparente de su vida salga del curso ordinario, medita hasta los más pequeños signos de Dios, guardándolos dentro de su corazón. Sin que los sufrimientos queden ensombrecidos, ella está presente al pie de la cruz, asociada de manera eminente al sacrificio del Siervo inocente, como madre de dolores. pero ella está a la vez abierta sin reserva a la alegría de la Resurrección; también ha sido elevado, en cuerpo y alma, a la gloria del cielo. Primera redimida, inmaculada desde el momento de su concepción, morada incomparable del Espíritu, habitáculo purísimo del Redentor de los hombres, ella es el mismo tiempo la Hija amadísima de Dios y, en Cristo, la Madre universal. Ella es el tipo perfecto de la Iglesia terrestre y glorificada.

Qué maravillosas resonancias adquieren en su singular existencia de Virgen de Israel las palabras proféticas relativas a la nueva Jerusalén: "Altamente me gozaré en el Señor y mi alma saltará de júbilo en mi Dios, porque me vistió de vestiduras de salvación y me envolvió en manto de justicia, como esposo que se ciñe la frente con diadema, y como esposa que se adorna con sus joyas". Junto con Cristo, ella recapitula todas las alegrías, vive la perfecta alegría prometida a la Iglesia: "Mater plena sanctae laetitiae" y, con toda razón, sus hijos de la tierra, volviendo los ojos hacia la madre de la esperanza y madre de la gracia, la invocan como causa de su alegría: "Causa nostrae laetitiae".

Después de María, la expresión de la alegría más pura y ardiente la encontramos allá donde la Cruz de Jesús es abrazada con el más fiel amor, en los mártires, a quienes el Espíritu Santo inspira, en el momento crucial de la prueba, una espera apasionada de la venida del Esposo. San Esteban, que muere viendo los cielos abiertos, no es sino el primero de los innumerables testigos de Cristo.

También en nuestros días y en numerosos países, cuántos son los que, arriesgando todo por Cristo, podrían afirmar como el mártir san Ignacio de Antioquía: "Con gran alegría os escribo, deseando morir. Mis deseos terrestres han sido crucificados y ya no existe en mí una llama para amar la materia, sino que hay en mí un agua viva que murmura y dice dentro de mí: "Ven hacia el Padre".

Asimismo, la fuerza de la Iglesia, la certeza de su victoria, su alegría al celebrar el combate de los mártires, brota al contemplar en ellos la gloriosa fecundidad de la Cruz. Por eso nuestro predecesor san León Magno, exaltando desde esta Sede romana el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo exclama: "Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de sus santos y ninguna clase de crueldad puede destruir una religión fundada sobre el misterio de la Cruz de Cristo. La Iglesia no es empequeñecida sino engrandecida por las persecuciones; y los campos del Señor se revisten sin cesar con más ricas mieses cuando los granos, caídos uno a uno, brotan de nuevo multiplicados".

Pero existen muchas moradas en la casa del Padre y, para quienes el Espíritu Santo abrasa el corazón, muchas maneras de morir a sí mismos y de alcanzar la santa alegría de la resurrección. La efusión de sangre no es el único camino. Sin embargo, el combate por el Reino incluye necesariamente la experiencia de una pasión de amor, de la que han sabido hablar maravillosamente los maestros espirituales.

Y en este campo sus experiencias interiores se encuentran, a través de la diversidad misma de tradiciones místicas, tanto en Oriente como en Occidente. Todas presentan el mismo recorrido del alma, "per crucem ad lucem", y de este mundo al Padre, en el soplo vivificador del Espíritu.

Cada uno de estos maestros espirituales nos ha dejado un mensaje sobre la alegría. En los Padres Orientales abundan los testimonios de esta alegría en el Espíritu. Orígenes, por ejemplo, ha descrito en muchas ocasiones la alegría de aquel que alcanza el conocimiento íntimo de Jesús: "Su alma es entonces inundada de alegría como la del viejo Simeón".

En el templo que es la Iglesia, estrecha a Jesús en sus brazos. Goza de la plenitud de la salvación teniendo en Aquel en quien Dios reconcilia al mundo. En la Edad Media, entre otros muchos, un maestro espiritual del Oriente, Nicolás Cabasilas, se esfuerza por demostrar cómo el amor de Dios de suyo procura la alegría más grande. En Occidente es suficiente citar algunos nombres entre aquellos que han hecho escuela en el camino de la santidad y de la alegría. San Agustín, san Bernardo, santo domingo, san Ignacio de Loyola, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Avila, san Francisco de Sales, san Juan Bosco.

Deseamos evocar muy especialmente tres figuras, muy atrayentes todavía hoy para todo el pueblo cristiano. En primer lugar el pobrecillo de Asís, cuyas huellas se esfuerzan en seguir muchos peregrinos del Año Santo. Habiendo dejado todo por el Señor, él encuentra, gracias a la santa pobreza, algo por así decir de aquella bienaventuranza con que el mundo salió intacto de las manos del Creador. En medio de las mayores privaciones, medio ciego, él pudo cantar el inolvidable Cántico de las Criaturas, la alabanza a nuestro hermano Sol, a la naturaleza entera, convertida para él en un transparente y puro espejo de la gloria divina, así como la alegría ante la venida de "nuestra hermana la muerte corporal": "Bienaventurados aquellos que se hayan conformado a tu santísima voluntad...".

En tiempos más recientes, Santa Teresa de Lisieux nos indica el camino valeroso del abandono en las manos de Dios, a quien ella confía su pequeñez. Sin embargo, no por eso ignora el sentimiento de la ausencia de Dios, cuya dura experiencia ha hecho, a su manera, nuestro siglo: "A veces le parece a este pajarito (a quien ella se compara¿ no creer que exista otra cosa sino las nubes que lo envuelven... Es el momento de la alegría perfecta para el pobre, pequeño y débil ser... Qué dicha para él permanecer allí y fijar la mirada en la luz invisible que se oculta a su fe ".

Finalmente, ¿cómo no mencionar la imagen luminosa para nuestra generación del ejemplo del bienaventurado Maximiliano Kolbe, discípulo genuino de San Francisco? En medio de las más trágicas pruebas que ensangrentaron nuestra época, él se ofrece voluntariamente a la muerte para salvar a un hermano desconocido; y los testigos nos cuentan que su paz interior, su serenidad y su alegría convirtieron de alguna manera aquel lugar de sufrimiento, habitualmente como una imagen del infierno para sus pobres compañeros y para él mismo, en la antesala de la vida eterna.

En la vida de los hijos de la Iglesia, esta participación en la alegría del Señor es inseparable de la celebración del misterio eucarístico, en donde comen y beben su Cuerpo y su Sangre. Así sustentados, como los caminantes, en el camino de la eternidad, reciben ya sacramentalmente las primicias de la alegría escatológica.

Puesta en esta perspectiva, la alegría amplia y profunda derramada ya en la tierra dentro del corazón de los verdaderos fieles, no puede menos de revelarse como "diffusivum sui", lo mismo que la vid ay el amor de los que es un síntoma gozoso.

La alegría es el resultado de una comunión humano-divina y tiende a una comunión cada vez más universal. De ninguna manera podría incitar a quien la gusta a una actitud de repliegue sobre sí mismo.

Procura al corazón una apertura católica hacia el mundo de los hombres, al mismo tiempo que los fustiga con la nostalgia de los bienes eternos. En los que la adoptan ahonda la conciencia de su condición de destierro, pero los preserva de la tentación de abandonar su puesto de combate por el advenimiento del Reino. Los hace encaminarse con premura hacia la consumación celestial de las Bodas del Cordero.

Está serenamente tensa entre el tiempo de las fatigas terrestres y la paz de la Morada eterna, conforme a la ley de gravitación del Espíritu: "Si pues, por haber recibido estas arras (del Espíritu filial , gritamos ya desde ahora: "abba, Padre", ¿qué será cuando, resucitados, los veamos cara a cara, cuando todos los miembros en desbordante marea prorrumpirán en un himno de júbilo, glorificando a Aquel que los ha resucitado de ente los muertos y premiado con la vida eterna? Porque si ahora las simples arras, envolviendo completamente en ellas al hombre, le hacen gritar: "Abba, Pater", ¿qué no hará la gracia plena del Espíritu, cuando Dios la haya dado a los hombres? Ella nos hará semejantes a él y dará cumplimiento a la voluntad del Padre, porque ella hará al hombre a imagen y semejanza de Dios". Ya desde ahora, los santos nos ofrecen una pregustación de esta semejanza.
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MensajePublicado: Mar Oct 14, 2008 3:46 am    Asunto:
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V. UNA ALEGRIA PARA TODO EL PUEBLO

Al escuchar esta voz múltiple y unánime de los santos, ¿no habremos olvidado la condición presente de la sociedad humana, aparentemente tan poco dispuesta al cultivo de los bienes sobrenaturales? ¿No habremos estimado en demasía las aspiraciones espirituales de los cristianos de este tiempo? ¿No habremos reservado nuestra exhortación a un pequeño número de sabios y prudentes? No podemos olvidar que el Evangelio ha sido anunciado en primer lugar a los pobres y a los humildes, con su esplendor tan sencillo y su contenido plenario.

Si hemos evocado este panorama luminoso de la alegría cristiana, no es que hayamos pensado en absoluto en desanimar a ninguno de vosotros, amadísimos Hermanos e Hijos, que sentís vuestro corazón dividido cuando os llega la llamada de Dios. Al contrario, Nós sentimos que nuestra alegría, lo mismo que la vuestra, no será completa si no miramos juntos, con plena confianza, hacia "el autor y consumador de la fe, Jesús; el cual, en vez del gozo que se le ofrecía soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. Traed, pues, a vuestra consideración al que soportó la contradicción de los pecadores contra sí mismo para que no decaigáis de ánimo rendidos por la fatiga".

La invitación dirigida por Dios Padre a participar plenamente en la alegría de Abrahán, en la fiesta eterna de las Bodas del Cordero, es una llamada universal. Cada hombre, con tal que se muestre atento y disponible, la puede percibir en lo hondo de su corazón, muy especialmente durante este Año Santo en que la Iglesia abre a todos, de manera más abundante, los tesoros de la misericordia de Dios. "Pues para vosotros, hijos, es la Promesa; como también para cuantos están ahora lejos, y serán llamados por el Señor nuestro Dios".

Nós no podemos pensar en el pueblo de Dios de una manera abstracta. Nuestra mirada se dirige primeramente al mundo de los niños. Sólo cuando ellos encuentran en el amor de los que les rodean la seguridad que necesitan, adquieren capacidad de recepción, de maravilla, de confianza, de espontaneidad, y son aptos para la alegría evangélica. Quien quiera entrar en el Reino, nos dice Jesús, debe primeramente hacerse como ellos. Nos dirigimos especialmente a todos aquellos que tienen responsabilidad familiar, profesional, social. El peso de sus cargas, en un mundo que cambia con rapidez, les priva con frecuencia de la posibilidad de gustar las alegrías cotidianas. Sin embargo, estas existen. El Espíritu Santo desea ayudarles a descubrirlas de nuevo, a purificarlas, a compartirlas.

Pensamos en el mundo del dolor, en todos aquellos que están llegando al ocaso de su vida. La alegría de Dios llama a la puerta de sus sufrimientos físicos y morales no ciertamente como por una ironía, sino para realizar allí su paradójica obra de transfiguración.


Nuestro espíritu y nuestro corazón se dirigen igualmente hacia todos aquellos que viven más allá de la esfera visible del Pueblo de Dios. Al poner su vida en consonancia con las llamadas más hondas de sus conciencias, eco de la voz de Dios, se hallan en el camino de la alegría.

Pero el Pueblo de Dios no puede avanzar sin guías. Estos son los pastores, los teólogos, los maestros del espíritu, los sacerdotes y aquellos que cooperan con ellos en la animación de las Comunidades cristianas. Su misión es ayudar a sus hermanos a escoger los senderos de la alegría evangélica, en medio de las realidades que constituyen su vida y de las que no pueden escapar.

Sí, el amor inmenso de Dios es el que llama a convergir hacia la Ciudad celeste a todos aquellos que llegan desde distintos puntos del horizonte, sean quienes sean, en este tiempo del Año Santo, estén cercanos o lejanos todavía. Y puesto que todos los indicados -en una palabra, todos nosotros- son de algún modo pecadores, es necesario hoy día dejar de endurecer nuestro corazón, para escuchar la voz del Señor y acoger la propuesta del gran perdón, tal como lo anuncia Jeremías: "Los purificaré de toda iniquidad con la que pecaron contra mí y con la que me han sido infieles. Jerusalén será para mí gozo, honor y gloria entre todas las naciones de la tierra".

Y como esta promesa de perdón, igual que otras muchas, adquieren su definitivo sentido en el sacrificio redentor de Jesús, el Siervo doliente, es El, y solamente El, quien puede decirnos en este momento crucial de la vida de la humanidad: "Convertíos y creed en el Evangelio". El Señor quiere sobre todo hacernos comprender que la conversión que se pide no es en absoluto un paso hacia atrás, como sucede cuando se peca.

Por el contrario, la conversión es una puesta en marcha, una promoción en la verdadera libertad y en la alegría. Es respuesta a una invitación que proviene de él, amorosa, respetuosa y urgente a la vez: "Venid a mí cuantos andáis fatigados y abrumados de carga, y yo os aliviaré. Tomad y cargad mi yugo; haceos discípulos míos, pues yo soy de benigno y humilde corazón; y hallaréis reposo para vuestras almas".

En efecto, ¿qué carga más abrumadora que la del pecado? ¿Qué miseria más solitaria que la del hijo pródigo, descrita por el evangelista San Lucas? Por el contrario, ¿qué encuentro más emocionante que el del Padre, paciente y misericordioso, y el del hijo que vuelve a la vida? "Habrá en el cielo más gozo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".

Ahora bien, ¿quién está sin pecado, a excepción de Cristo y de su Madre inmaculada? Así, con su invitación a descubrir al Padre mediante el arrepentimiento, el Año Santo -promesa de reconciliación para todo el Pueblo- es también una llamada a descubrir de nuevo el sentido y la práctica del sacramento de la Reconciliación. Siguiendo los pasos de la mejor tradición espiritual, Nós recordamos a los fieles y a sus pastores que la acusación de las faltas graves es necesaria y que la confesión frecuente sigue siendo una fuente privilegiada de santidad, de paz y de alegría.
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MensajePublicado: Lun Oct 20, 2008 3:20 am    Asunto:
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VI. LA ALEGRIA Y LA ESPERANZA EN EL CORAZON DE LOS JOVENES

Sin quitar nada al fervor de nuestro mensaje dirigido a todo el Pueblo de Dios, deseamos dedicar unas palabras especiales al mundo de los jóvenes, y ello con una particular esperanza.

Si, en efecto, la Iglesia, regenerada por el Espíritu Santo, constituye en cierto sentido la verdadera juventud del mundo, en cuanto permanece fiel a su ser y a su misión ¿cómo no se va a reconocer ella espontáneamente, y con preferencia, en la figura de quien se siente portadora de vida y de esperanza, y encargada de asegurar el futuro de la historia presente?

Y recíprocamente ¿cómo todos aquellos que en cada período de esta historia, perciben en sí mismos con más intensidad el impulso de la vida, la espera de lo que va a venir, la exigencia de verdadera renovación no van a estar secretamente en armonía con una Iglesia animada por el Espíritu de Cristo? ¿Cómo no van a esperar de ella la comunicación de su secreto de permanente juventud, y por tanto, la alegría de su propia juventud?.

Nós creemos que existe, de derecho y de hecho, dicha correspondencia, no siempre visible, pero ciertamente profunda, a pesar de numerosas contrariedades contingentes. Por eso, en esta Exhortación sobre la alegría cristiana, la mente y el corazón nos invitan a volver de nuevo con decisión hacia los jóvenes de nuestro tiempo. Lo hacemos en nombre de Cristo y de su Iglesia, que El mismo quiere, a pesar de las debilidades humanas, "radiante, sin mancha, ni arruga, ni nada parecido; sino santa e inmaculada".

Al hacer esto, no cedemos a un culto sentimental. Considerada solamente desde el punto de vista de la edad, la juventud es algo efímero. Las alabanzas que de ella se hacen se convierten rápidamente en nostálgicas o irrisorias. Pero no sucede lo mismo en lo que concierne al sentido espiritual de este momento de gracia que es la juventud auténticamente vivida.

Lo que llama nuestra atención es esencialmente la correspondencia, transitoria y amenazada ciertamente, peor por eso mismo significativa y llena de generosas promesas, entre el vuelo de un ser que se abre naturalmente a las llamadas y exigencias de su alto destino de hombre y el dinamismo del Espíritu Santo, de quien la Iglesia recibe inexauriblemente su propia juventud, su fidelidad sustancial a sí misma y, en el seno de esta fidelidad, su viviente creatividad. Del encuentro entre el ser humano que tiene, durante algunos años decisivos, la disponibilidad de la juventud, y la Iglesia en su juventud espiritual permanente, nace necesariamente, por una y otra parte, una alegría de alta cualidad y una promesa de fecundidad.

La Iglesia como Pueblo de Dios peregrinante hacia el reino futuro, ha de poder perpetuarse y por consiguiente renovarse a través de las generaciones humanas: esto es para ella una condición de fecundidad y, hasta simplemente, de vida. Tiene pues importancia el que, en cada momento de su historia, la generación que nace escuche de algún modo la esperanza de las generaciones precedentes, la esperanza misma de la Iglesia, que es la de transmitir sin fin el Don de Dios, Verdad y Vida. Por esto, en cada generación, los jóvenes cristianos tienen que ratificar, con plena conciencia e incondicionalmente, la alianza contraída por ellos en el sacramento del bautismo, y reforzada en el sacramento de la confirmación.

A este respecto, esta nuestra época de profundas mutaciones no pasa sin graves dificultades para la Iglesia. Nós tenemos viva conciencia de ello, Nós que tenemos, junto con todo el Colegio episcopal, "el cuidado de todas las Iglesias" y la preocupación de su próximo futuro. Pero consideramos al mismo tiempo, a la luz de la fe y de "la esperanza que no decepciona", que la gracia no faltará al Pueblo cristiano. Ojalá no falte éste a la gracia y no renuncie, como algunos están tentados a hacerlo hoy día, a la herencia de verdad y de santidad que ha llegado hasta este momento decisivo de su historia secular.

Y -se trata precisamente de esto- creemos tener todas las razones para dar confianza a la juventud cristiana: ésta no dejará defraudada a la Iglesia, si dentro de ella encuentra suficientes personas maduras, capaces de comprenderla, amarla, guiarla y abrirle un futuro, transmitiéndole con toda fidelidad la Verdad que no pasa. Entonces ocurrirá que nuevos obreros, resueltos y fervientes, entrarán a su vez, a trabajar espiritual y apostólicamente, en los campos en sazón para la siega. Entonces sembrador y segador compartirán la misma alegría del Reino.

En efecto, nos parece que la presente crisis del mundo, caracterizada por un gran desconcierto de muchos jóvenes, denuncia por una parte un aspecto senil, definitivamente anacrónico, de una civilización mercantil, hedonista, materialista, que intenta aun ofrecerse como portador del futuro. Contra esa ilusión, la reacción instintiva de numerosos jóvenes, reviste, dentro de sus mismos excesos, una cierta importancia.

Esta generación está esperando otra cosa. Habiéndose privado, de pronto, de tutelas tradicionales después de haber sentido la amarga decepción de la vanidad y el vacío espiritual de falsas novedades, de ideologías ateas, de ciertos misticismos deletéreos ¿no llegará a descubrir o encontrar la novedad segura e inalterable del misterio divino revelado en Cristo Jesús? ¿No es verdad que éste, utilizando la bella fórmula de San Ireneo, ha aportado toda clase de novedad con aportarnos su propia persona?.

Es ésta la razón por la que sentimos el placer de dedicarnos más expresamente a vosotros, jóvenes cristianos de este tiempo y promesa de la Iglesia del mañana, esta celebración de la alegría espiritual. Os invitamos cordialmente a haceros más atentos a las llamadas interiores que surgen en vosotros. Os invitamos con insistencia a levantar vuestros ojos, vuestro corazón, vuestras energías nuevas hacia lo alto, a aceptar el esfuerzo de las ascensiones del alma.

Nós queremos aseguraros una cosa: puede ser tan debilitante el prejuicio, hoy día tan difundido, de la impotencia en que se vería el espíritu humano, de encontrar la Verdad permanente y vivificante, como profunda y liberadora la alegría de la Verdad divina reconocida finalmente en la Iglesia: gaudium de Veritate. Esta alegría os es propuesta a vosotros. Ella se ofrece a quien la ama lo suficiente como para buscarla con obstinación. Disponiéndoos a aceptarla y a comunicarla, aseguráis al mismo tiempo vuestro propio perfeccionamiento según Cristo, y la próxima etapa histórica del Pueblo de Dios.
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MensajePublicado: Mie Oct 29, 2008 12:18 pm    Asunto:
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VII. LA ALEGRIA DEL PEREGRINO EN ESTE AÑO SANTO

En este caminar de todo el Pueblo de Dios se inscribe naturalmente el Año Santo, con su peregrinar. La gracia del Jubileo se obtiene en efecto al precio de una puesta en marcha y de un caminar hacia Dios, en la fe, la esperanza y el amor. Al diversificar los medios y los momentos de este Jubileo, Nós hemos querido facilitar a cada uno todo lo que es posible. Lo esencial sigue siendo la decisión interior de responder a la llamada del Espíritu, de manera personal, como discípulos de Jesús, en cuanto hijos de la Iglesia católica y apostólica y según las intenciones de esta Iglesia.

Lo demás pertenece al orden de los signos y de los medios. Sí, la peregrinación deseada es para el Pueblo de Dios en su conjunto y para cada persona en el seno de este Pueblo un movimiento, una Pascua, es decir, un paso hacia el lugar interior donde el Padre, el Hijo y el Espíritu lo acogen en su propia intimidad y unidad divina: "Si alguien me ama, dice Jesús, mi Padre lo amará y vendremos a él y pondremos en él nuestra morada". Lograr esta presencia supone constantemente una profundización de la verdadera conciencia de sí mismo como criatura y como Hijo de Dios.

¿No es una renovación interior de este género la que ha querido fundamentalmente el reciente Concilio? Ahora bien, se trata allí ciertamente de una obra del Espíritu, de un don de Pentecostés. Hay que reconocer también una intuición profética en nuestro Predecesor Juan XXIII cuando preveía una especie de nuevo Pentecostés como fruto del Concilio. Nós mismo hemos querido situarnos en la misma perspectiva y en la misma espera.

No es que los efectos de Pentecostés hayan cesado de ser actuales a lo largo de la historia de la Iglesia, pero son tan grandes las necesidades y los peligros de este siglo, son tan vastos los horizontes de una humanidad conducida hacia una coexistencia mundial que luego se ve incapaz de realizar, que esa misma humanidad no puede tener salvación sino en una nueva efusión del Don de Dios. Venga, pues, el Espíritu Creador a renovar la faz de la tierra.

Durante este Año Santo, os hemos invitado a hacer de manera real o espiritual, una peregrinación a Roma, es decir al centro de la Iglesia católica. Pero es evidente que Roma no constituye la meta final de nuestra peregrinación terrena. Ninguna ciudad santa constituye tal meta. Esta se encuentra más allá de este mundo, en lo profundo del misterio de Dios, invisible todavía para nosotros; porque caminamos en la fe, no es una visión clara, y lo que seremos no se nos ha revelado tadavía.

La nueva Jerusalén, de la que somos desde ahora ciudadanos e hijos, desciende de lo alto, de Dios. Nosotros no hemos contemplado aún el esplendor de esa única cuidad definitiva, sino que lo entrevemos como en un espejo, de manera confusa, manteniendo con firmeza la palabra profética. pero desde ahora somos ciudadanos de la misma o estamos convidados a serlo; toda peregrinación espiritual recibe su significado interior de este destino último.

Así sucede con la Jerusalén celebrada por los salmistas. Jesús mismo y María su Madre han cantado en la tierra, mientras subían hacia Jerusalén, los cánticos de Sión, "perfección de la hermosura, delicia de toda la tierra". Pero es de Cristo de quien, desde entonces, la Jerusalén de arriba recibe su atractivo, y hacia El se dirige nuestra marcha interior.

Así sucede también con Roma, donde los santos Apóstoles Pedro y Pablo derramaron su sangre como testimonios supremo. Su vocación es de origen apostólico y el ministerio que Nós debemos ejercer desde ella es un servicio en favor de la Iglesia entera y de la humanidad. Pero es un servicio insustituible porque quiso la Sabiduría divina colocar a la Roma de Pedro y Pablo en el camino, por así decir, que conduce a la Ciudad eterna, confiando a Pedro, que unifica en sí al Colegio Episcopal, las llaves del Reino de los cielos.

Lo que aquí vive, no por voluntad humana sino por libre y misericordiosa benevolencia del Padre, del Hijo y del Espíritu, es la solidez de Pedro, como la evoca nuestro Predecesor San León Magno, en términos inolvidables: "San Pedro no cesa de presidir desde su Sede, y conserva una participación incesante con el Sumo Pontífice. La firmeza que él recibe de la Roca que es Cristo, convirtiéndose él mismo en Pedro, la transmite a su vez a sus herederos; y dondequiera que aparece alguna firmeza, se manifiesta de manera indudable la fuerza del Pastor (....

He ahí que esté en su pleno vigor y vida, en el Príncipe de los Apóstoles, aquel amor de Dios y de los hombres que no han logrado atemorizar ni la reclusión en el calabozo, ni las cadenas, ni las presiones de la muchedumbre, ni las amenazas de los reyes; y lo mismo sucede con su fe invencible, que no ha cedido en el combate ni se ha debilitado en la victoria".


Nós deseamos que en todo tiempo, pero, más todavía durante la celebración del Año Santo, experimentéis vosotros con Nos, sea en Roma, sea en cualquier Iglesia consciente del deber de sintonizarse con la auténtica tradición conservada en Roma, "cuán bueno y hermoso es habitar en uno los hermanos".

Alegría común, verdaderamente sobrenatural, don del Espíritu de unidad y de amor, y que no es posible de verdad sino donde la predicación de la fe es acogida íntegramente, según la norma apostólica. Porque esta fe, la Iglesia católica "aunque dispersa por el mundo entero, la guarda cuidadosamente, como si habitara en una sola casa, y cree en ella unánimemente, como si no tuviera más que un alma y un corazón; y con una concordancia perfecta, la predica, la enseña y la trasmite, como si no tuviera sino una sola boca".

Esta "sola casa", este "corazón" y esta "alma" únicos, esta "sola boca", son indispensables a la Iglesia y a la humanidad en su conjunto, para que pueda elevarse permanentemente aquí abajo, en armonía con la Jerusalén de arriba, el cántico nuevo, el himno de la alegría divina. Y es la razón por la que Nos mismo debemos ser fiel, de manera humilde, paciente y obstinada, aunque sea en medio de la incomprensión de muchos, al encargo recibido del Señor de guiar su rebaño y de confirmar a los hermanos. pero a la vez de cuántas maneras Nos sentimos confortado por nuestros hermanos y pro el recuerdo de todos vosotros, para cumplir nuestra misión apostólica de servicio a la Iglesia universal, para gloria de Dios Padre.
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Mie Nov 05, 2008 7:01 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

CONCLUSION

En el curso de este Año Santo, hemos creído ser fiel a las inspiraciones del Espíritu Santo, pidiendo a los cristianos que vuelvan de este modo a las fuentes de la alegría.

Hermanos e Hijos amadísimos: ¿No es normal que tengamos alegría dentro de nosotros, cuando nuestros corazones contemplan o descubren de nuevo, por la fe, sus motivos fundamentales? Estos son además sencillos: Tanto amó Dios al mundo que le dio su único Hijo; por su Espíritu, su Presencia no cesa de envolvernos con su ternura y de penetrarnos con su Vida; vamos hacia la transfiguración feliz de nuestras existencias, siguiendo las huellas de la resurrección de Jesús. Sí, sería muy extraño que esta Buena Nueva, "que suscita el aleluya de la Iglesia no nos diese un aspecto de salvados".

La alegría de ser cristianos, vinculado a la Iglesia "en Cristo", es estado de gracia con Dios, es verdaderamente capaz de colmar el corazón humano. ¿No es esta exultación profunda la que da un acento trastornador al Memorial de Pascal: "Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría"?

La alegría nace siempre de una cierta visión acerca del hombre y de Dios. "Si tu ojo está sano todo tu cuerpo será luminoso". Tocamos aquí la dimensión original e inalienable de la persona humana: su vocación a la felicidad pasa siempre por los senderos del conocimiento y del amor, de la contemplación y de la acción. (Ojalá logréis alcanzar lo que hay de mejor en el alma de vuestro hermano y esa Presencia divina, tan próxima al corazón humano!.

(Que nuestros hijos inquietos de ciertos grupos rechacen pues los excesos de la crítica sistemática y aniquiladora! Sin necesidad de salirse de una visión realista, que las comunidades cristianas se conviertan en lugares de optimismo, donde todos sus miembros se entrenen resueltamente en el discernimiento de los aspectos positivos de las personas y de los acontecimientos. "La caridad no se goza de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Lo excusa todo. Cree siempre. Espera siempre. Lo soporta todo".

La educación para una tal visión no es solo cuestión de sicología. Es también un fruto del Espíritu Santo. Este Espíritu que habita en plenitud la persona de Jesús, lo hace durante su vida terrestre tan atento a las alegrías de la vida cotidiana, tan delicado y persuasivo para enderezar a los pecadores por el camino de una nueva juventud de corazón y de espíritu. Es el mismo Espíritu que animaba a la Virgen María y a cada uno de los santos. En este mismo Espíritu el que sigue dando aún a tantos cristianos la alegría de vivir cada día su vocación particular en la paz y la esperanza que sobrepasa los fracasos y los sufrimientos.

Este es el Espíritu de Pentecostés que impulsa hoy a numerosos discípulos de Cristo por los caminos de la oración, en la alegría de una alabanza filial, y hacia el servicio humilde y gozoso de los desheredados y de los marginados de nuestra sociedad. Porque la alegría no puede separarse de la participación. En el mismo Dios, todo es alegría porque todo es un Don.

Esta mirada positiva sobre los seres y sobre las cosas, fruto de un espíritu humano iluminado y fruto del Espíritu Santo, halla en los cristianos un lugar privilegiado de renovación: la celebración del misterio pascual de Jesús. En su Pasión, en su Muerte y en su Resurrección, Cristo recapitula la historia de todo hombre y de todos los hombres, con su carga de sufrimientos y de pecados, con sus posibilidades de excesos y de santidad.

Por eso nuestra última palabra de esta Exhortación es una llamada urgente a todos los responsables y animadores de las comunidades cristianas: que no teman insistir a tiempo y a destiempo sobre la fidelidad de los bautizados a la celebración gozosa de la Eucaristía dominical. ¿Cómo podrían abandonar este encuentro, este banquete que Cristo nos prepara con su amor? (Que la participación sea muy digna y festiva a la vez! Cristo, crucificado y glorificado viene en medio de sus discípulos para conducirlos juntos a la renovación de su Resurrección. Es la cumbre, aquí abajo, de la Alianza de amor entre Dios y su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación para la Fiesta eterna.

Que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo os conduzcan a ella. Nós os bendecimos de todo corazón.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 9 de mayo del año 1975, duodécimo de nuestro Pontificado.

Paulus PP.VI.
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MensajePublicado: Vie Nov 07, 2008 4:53 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

En el aporte anterior hay una cita que dice:
Cita:
La alegría de ser cristianos, vinculado a la Iglesia "en Cristo", es estado de gracia con Dios, es verdaderamente capaz de colmar el corazón humano. ¿No es esta exultación profunda la que da un acento trastornador al Memorial de Pascal: "Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría"?

Me llamó la atención lo del Memorial de Pascal, y lo busqué, lo leí y me gustó. Por todo ello lo copio ya que creo os gustará también a vosotros

De Mercaba.org:
Cita:

El memorial de Pascal

Después de la muerte del matemático y científico francés Blas
Pascal (PASCAL-B/EXPERIENCIA), encontraron en una prenda suya
de vestir un fragmento de papel meticulosamente escrito que sin duda
tenia para él una importancia extraordinaria, ya que lo había llevado
siempre consigo. Este Memorial -así es como se le ha llamado-
contiene la experiencia de un día muy concreto y de una hora
totalmente exacta de la vida de Pascal. El texto es el siguiente:
«Año de gracia de 1654, lunes, 23 de noviembre, día de San
Clemente, Papa y mártir, y de otros Santos del martirologio, vigilia de
San Crisóstomo mártir, y de otros; desde alrededor de las diez y
media de la noche hasta aproximadamente la una de la madrugada,
fuego. El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, no el
dios de los sabios y filósofos. Seguridad plena, seguridad plena.
Sentimiento. Alegría.. Deum meum et Deum vestrum. Tu Dios debe
ser mi Dios. Olvido del mundo y de todas las cosas, excepto de Dios.
Sólo se encuentra en los caminos que nos muestra el Evangelio.
Grandeza del alma humana. Padre santo a quien el mundo no ha
conocido, pero yo sí que te he conocido. Alegría, alegría, alegría,
lágrimas de alegría. Dereliquerunt me fontes aquae vivae. Dios mío,
¿me abandonarás? Que no me aparte de El jamás. Esta es la vida
eterna, que te conozcan a ti, verdadero y único Dios y al que
enviaste, Jesucristo. Jesucristo. Yo me he separado de El; he huido
de El; le he negado y crucificado. Que no me aparte de El jamás. El
está únicamente en los caminos que se nos enseñan en el Evangelio:
abnegación interior; renuncia total, completa. Sumisión plena a Jesús
y a mis directores espirituales. Una alegría eterna en comparación de
un día de sufrimiento en la tierra. Non obliviscar sermones tuos.
Amen.»


Este Memorial habla de una experiencia auténticamente real. Nos
ofrece unos datos exactos, precisos. Pascal la ha recogido casi con la
misma precisión con que se recogen los datos de un experimento
científico. La experiencia que vivió y que plasmó en este Memorial se
puede comparar con la de los discípulos de Emaús. No se trata de
intuiciones teológicas, que se pueden tener cualquier día, sino de la
experiencia estremecedora y transfiguradora de un momento exacto
y preciso, que transforma toda la realidad y que no se puede olvidar
jamás. Tampoco se trata aquí de una experiencia humana común y
corriente, que puede tener cualquier hombre religioso, sino de una
experiencia específicamente cristiana, que tiene una historia anterior;
a saber, la historia de fe de muchas generaciones. Pascal ha
encontrado a Cristo en una hora concreta y precisa y en Cristo ha
encontrado al Dios de Abrahán, al Dios de Isaac y al Dios de Jacob.
Este encuentro le produjo una profundísima alegría y paz.

No podemos interpretar como nos parezca las palabras «Alegría,
alegría, alegría, lágrimas de alegría». Pascal encuentra la paz en esa
alegría. Y encuentra una paz que reorganiza de nuevo la vida, que la
sitúa en un plano distinto, que la hace plenamente clara y
transparente. Pascal descubre repentinamente que hasta entonces
había estado separado de Cristo, aunque ya antes de ese
acontecimiento había admitido la fe. Está convencido de que sólo
ahora ha encontrado a Cristo y con El a Dios. Y tiene una profunda
certeza de todo eso, de modo que lo repite dos veces.

¿Se dan entre nosotros experiencias del Resucitado?
Dejemos ahora el Memorial de Pascal y planteémonos la última y
decisiva pregunta: ¿Tenemos nosotros experiencias semejantes a la
que Pascal vivió aquella noche? ¿O es esto algo tan totalmente
singular que sólo está reservado a determinados hombres a manera
de excepciones absolutas?

Tal y como Pascal la vivió es, sin duda, irrepetible. Experiencias que
están tan vinculadas a la historia de una persona absolutamente
determinada, no pueden repetirse nunca de la misma manera. Y
precisamente este es también el motivo por el que ya no pueden
volver a repetirse las experiencias pascuales de los primeros testigos.
Tales experiencias presuponen una situación histórica totalmente
determinada que ya no vuelve a repetirse.
Y sin embargo, en las apariciones de Pascua, en la experiencia de
Pascal y en Ias experiencias de muchos cristianos de todos los
tiempos, existe algo común que puede volver a repetirse: la
experiencia de que se encuentra uno, de repente, ante la figura de
Cristo Dios y de que uno no puede evadirse de El; la experiencia de
que a uno se le pone en ascuas el corazón; la experiencia de una
alegría tan profunda que hace palidecer a todas las demás alegrías
de este mundo; la experiencia de una profunda paz y de una
seguridad y convencimiento definitivos
. Todas estas experiencias
pueden tener matices muy diferentes. Pueden sobrecogernos y
abrumarnos, pero pueden, también, penetrar en el corazón de un
modo tan delicado que pasen desapercibidas. Pero con unos u otros
matices, puede tenerlas cualquier cristiano. Puede tenerlas y
experimentarlas, sobre todo, si está dispuesto a seguir a Jesús y a
dejarse guiar por Él.
Pueden tenerse, también, cuando uno está dispuesto a hacer tan
sólo la voluntad de Dios y nada más que su voluntad. Son posibles
esas experiencias si estamos dispuestos a ayudar a los demás con
todas nuestras fuerzas y energías. Quien ha vivido alguna vez
experiencias de este tipo, ya no puede prescindir jamás de ellas. Las
podrá tapar, desplazar y arrinconar, pero vuelven después, otra vez,
en cualquier momento. Puede cuestionarse uno mismo sobre ellas y
puede uno ver con claridad que, en el marco de tales experiencias, no
existe lugar alguno que permanezca inescrutable y oculto a los
medios utilizados por la psicología. Pero, a pesar de todo, sabemos
que no existe psicología alguna que pueda explicar suficientemente la
experiencia de la alegría, de la convicción, del sentido que se ha
captado y vivido en el encuentro oculto y misterioso con Jesús y con
Dios.
Como no puede comprenderse adecuadamente una obra de
arte moviéndonos en el plano de un análisis puramente científico,
tampoco se comprenden adecuadamente las experiencias religiosas
con los medios al alcance de la psicología.
Para decirlo una vez más con toda claridad: No puede afirmarse
que tales experiencias, tal como las he intentado describir, sean
objetivamente idénticas, sin más, a las experiencias pascuales de los
primeros testigos. Pero quien ha vivido alguna vez las experiencias
descritas, estará capacitado para creer que en otro tiempo, hace ya
casi dos mil años, dos discípulos experimentaron, en un camino bien
concreto y a una hora exacta y precisa, que Jesús seguía viviendo;
que Jesús está con nosotros; que hace que arda nuestro corazón y
que nos regala su paz pascual. Y también creerá que llegará alguna
vez el momento, del que todas las experiencias pascuales de este
mundo no son más que un preludio, en el que tendrá lugar el
encuentro último y definitivo; el momento de la alegría que todo lo
inunda, en el que nosotros conoceremos de un modo definitivo y en el
que Jesús ya no desaparecerá más de nuestros ojos. Entonces ya no
habrá noche, ni podrá declinar el día. La alegría del banquete no
tendrá fin.
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MensajePublicado: Dom Nov 09, 2008 3:11 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

De Zenit.org:

http://www.zenit.org/article-29064?l=spanish

La muerte no es motivo de tristeza, explica el Papa
“Sino estímulo para apreciar plenamente” la juventud


ROMA, miércoles 5 noviembre 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha invitado a no tener miedo de la muerte, en particular a los jóvenes, pues no es motivo de tristeza sino aliento para apreciar la juventud.

Así lo explicó al final de la audiencia general de este miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano, al saludar a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

"La Iglesia nos invita en estos días a rezar por nuestros difuntos y su recuerdo nos invita a meditar en el misterio de la muerte y de la vida eterna", dijo, en referencia al pasado 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos.

Dirigiéndose a los jóvenes les alentó a que el pensamiento de la muerte no sea "motivo de tristeza, sino estímulo para apreciar plenamente vuestra juventud, orientando siempre vuestro espíritu a los valores espirituales que no perecen".

Luego saludó a los enfermos, algunos de ellos en sillas de ruedas, para alentarles a renovar "constantemente vuestra confianza en el Señor, sabiendo que en toda situación siempre estamos en sus manos: Él es para nosotros padre bueno y misericordioso".

Por último dirigió unas palabras a los recién casados para alentarles encontrar en "la perspectiva de la vida eterna un aliento a proyectar vuestra familia, dejándoos guiar por Cristo y su Evangelio".
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MensajePublicado: Dom Nov 16, 2008 4:43 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

De la Hoja dominical del 16-noviembre-2008.

DECALOGO PARA NO DESANIMARSE


1. ¡Anda! No te dejes desanimar ni abatir por nada ni por nadie. No
buscan tu bien...

2. Por dificultades que caigan, evitemos el desánimo, el abatimiento.

3. Hemos de seguir, hemos de esperar, hemos de amar…

4. Cuidemos nuestra dimensión interior: la vida espiritual…

5. «Ánimo» viene de «ánima». Si tenemos un «alma» grande, y seguimos
a Jesucristo… el desánimo nunca podrá apocarnos…

6. En hebreo la palabra «nefes» significa: «alma», «vida», «persona
humana», «aliento»…

7. El desánimo, perder «aliento», «entusiasmo», «fuerza», «vida»,
«alma»… es perderlo todo… Es señal de muerte.

8. ¿Qué ganaremos con desanimarnos? ¿Qué obtendremos? ¿Qué
calidad de vida ofreceremos a quienes están a nuestro lado?…

9. Clímaco, padre del desier to, (s. V) decía: «Es imposible que
aquel que nunca aprendió las letras del abecedario… pueda
leer. Pero, más imposible es que: quien no tenga alma… pueda
dar ánimos»…

10. Benedicto XVI acaba de afirmar ante un centenar de obispos recién
nombrados, durante un Seminario promovido por la Congregación
para la Evangelización de los Pueblos:
—«No tengáis miedo y no os desaniméis. Dejaos aconsejar e
inspirar por el apóstol san Pablo».

J. M. Alimbau
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MensajePublicado: Vie Nov 21, 2008 6:52 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

Copio esta meditación del Predicador del Papa que versa sobre el Juicio Final ya que creo que para el que ha sido fiel hasta el final a Dios, el Juicio particular y el Final será de una enorme alegría.

De Zenit.org
http://www.zenit.org/article-29255?l=spanish
Predicador del Papa: el Juicio Final responde a la sed de justicia

Meditación sobre el Evangelio del próximo domingo

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 21 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. - predicador de la Casa Pontificia -, a la liturgia del domingo próximo, 23 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

XXXIV Domingo del tiempo ordinario

Ezequiel 34, 11-12.15-17; 1 Corintios 15, 20-26a.28: Mateo 25, 31-46

"Serán congregadas ante él todas las naciones"


El Evangelio del último domingo del año litúrgico, solemnidad de Cristo Rey, nos hace asistir al acto concluyente de la historia humana : el juicio universal: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas ante él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a la derecha y los cabritos a su izquierda".

El primer mensaje contenido en este evangelio no es la forma o el resultado del juicio, sino el hecho de que habrá un juicio, que el mundo no viene de la casualidad y no acabará por casualidad. Ha comenzado con una palabra: "Que exista la luz... hagamos al hombre" y terminará con una palabra: "Venid, benditos... Apartaos de mí, malditos". En su principio y en su final está la decisión de una mente inteligente y de una voluntad soberana.

Este comienzo de milenio se caracteriza por una encendida discusión sobre creacionismo y evolucionismo. Reducida a lo esencial, la disputa opone a quienes, aludiendo --no siempre con razón-- a Darwin, creen que el mundo es fruto de una evolución ciega, dominada por la selección de las especies, y aquellos que, aun admitiendo una evolución, ven la obra de Dios en el mismo proceso evolutivo.

Hace unos días tuvo lugar en el Vaticano una sesión plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias, con el tema "Miradas científicas en torno a la evolución del universo y de la vida", con la participación de los más importantes científicos de todo el mundo, creyentes y no creyentes, muchos de ellos premio Nobel. En el programa sobre el evangelio que presento en RaiUno, entrevisté a uno de los científicos presentes, el profesor Francis Collins, jefe del grupo de investigación que ha llevado al descubrimiento del genoma humano. Le pregunté: "Si la evolución es cierta, ¿queda aún espacio para Dios?". He aquí su respuesta:

"Darwin tenía razón en formular su teoría según la cual descendemos de un antepasado común y ha habido cambios graduales en el trascurso de largos periodos de tiempo, pero este es el aspecto mecánico de cómo la vida ha llegado al punto de formar este fantástico panorama de diversidad. No responde a la pregunta sobre el por qué existe la vida. Hay aspectos de la humanidad que no son fácilmente explicables, como nuestro sentido moral, el conocimiento del bien y del mal que a veces nos induce a realizar sacrificios que no están dictados por las leyes de la evolución, que nos sugieren preservarnos a nosotros mismos a toda costa. ¿Esta no es quizás una prueba que nos indica que Dios existe?".

Le pregunté también al profesor Collins si antes había creído en Dios o en Jesucristo. Me respondió: "Hasta los veinticinco años fui ateo, no tenía una preparación religiosa, era un científico que reducía casi todo a ecuaciones y leyes de la física. Pero como médico empecé a mirar a la gente que tenía que afrontar el problema de la vida y de la muerte, y esto me hizo pensar que mi ateísmo no era una idea enraizada. Empecé a leer textos sobre las argumentaciones racionales de la fe que no conocía. En primer lugar, llegué a la convicción de que el ateísmo era la alternativa menos aceptable, y poco a poco llegué a la conclusión de que debe existir un Dios que ha creado todo esto, pero no sabía cómo era este Dios. Esto me movió a llevar a cabo una búsqueda para descubrir cuál era la naturaleza de Dios, y la encontré en la Biblia y en la persona de Jesús. Tras dos años de búsqueda me di cuenta de que no era razonable oponer resistencia, y me he convertido en un seguidor de Jesús".

Un gran autor del evolucionismo ateo de nuestros días es el inglés Richard Dawkins, autor del libro "God Delusion", La desilusión de Dios . Está promoviendo una campaña publicitaria que propone colocar en los autobuses de las ciudades inglesas esta inscripción: "Dios, probablemente, no existe: deja de angustiarte y disfruta de la vida" ("There's probably no God. Now stop worrying and enjoy life"). "Probablemente": por tanto, ¡no se excluye del todo que pueda existir! Pero si Dios no existe el creyente no ha perdido casi nada, si en cambio existe, el no creyente lo ha perdido todo.

Yo me pongo en el lugar del padre que tiene un hijo discapacitado, autista o gravemente enfermo, de un inmigrante huido del hambre o de los horrores de la guerra, de un obrero que se ha quedado sin trabajo, o de un campesino expulsado de su tierra... Me pregunto cómo reaccionaría a ese anuncio: "Dios no existe: deja de angustiarte y disfruta de la vida".

La existencia del mal y de la injusticia en el mundo es ciertamente un misterio y un escándalo, pero sin fe en un juicio final, resultaría infinitamente más absurda y trágica. En tantos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha hecho a todo; se ha adaptado a todos los climas, inmunizado contra toda enfermedad. A una cosa no se ha hecho nunca: a la injusticia. Sigue sintiéndola como intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el juicio universal.

Éste no será sólo querido por Dios, sino, paradójicamente, también por los hombres, también por los impíos. "En el día del juicio universal, no será sólo el Juez el que bajará del cielo, escribió el poeta Claudel, sino que toda la tierra se precipitará a su encuentro".

La fiesta de Cristo Rey, con el evangelio del juicio final, responde a la más universal de las esperanzas humanas. Nos asegura que la injusticia y el mal no tendrán la última palabra, y al mismo tiempo nos exhorta a vivir de forma que el juicio no sea para nosotros de condena sino de salvación, y podamos ser de aquellos a quienes Cristo dirá: "Venid, benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo".

Traducción del italiano por Inma Álvarez

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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Vie Feb 06, 2009 8:04 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

De la Hoja dominical del 8 de febrero del 2009.

Cita:
San Ambrosio (337-397), abogado, gobernador de la Liguria y de
la Emilia; Prefecto de Milán y elegido su obispo, por aclamación
popular. Después, Padre y Doctor de la Iglesia, oraba a Jesús:
—«Ven, entra, Señor, que tu sirviente te espera…
—Si quiero curar mis heridas… Tú eres el médico.
—Si estoy ardiendo de fiebre… Tú eres la fuente de aguas frescas.
—Si estoy deprimido por la iniquidad… Tú eres mi Justicia.
—Si tengo necesitad de ayuda… Tú eres mi Fortaleza.
—Si temo la muerte… Tú eres la Verdad y la Vida.
—Si deseo el cielo… Tú eres el Camino.
—Si busco refugio en medio de las tinieblas… Tú eres mi Luz.
—Si busco manjar… Tú eres mi Alimento».
—X. León Dufour en su Vocabulario de Teología Bíblica enseña de
Jesús:
—«La única salvación de la humanidad… es Jesús (Act 4 12).
—La única riqueza de la Iglesia… es Jesús (3,6).
—El único poder de que dispone la Iglesia… es Jesús (9,34).
—Toda la misión de la Iglesia está… en hablar en nombre de Jesús
» (5,40).
Pablo VI, en la basílica de San Pedro de Roma, el 29 de setiembre de
1963, inauguración de la segunda etapa del Concilio Vaticano II, dijo
en la homilía, ante la asamblea ecuménica:
«La Iglesia… Cristo… Cristo, nuestro principio; Cristo, nuestro camino;
Cristo, nuestro guía; Cristo, nuestra esperanza; Cristo, nuestro fin».

J. M. Alimbau


Me han diagnosticado, hace unos 10 días, un tumor de colon transverso, y me tienen que operar. El próximo día 12 tengo visita con el cirujano y creo me dirá el día en que tengo que ingresar.
Tengo miedo, no lo niego. Me dijo el Obispo de Tarrasa en una ocasión que el que no tiene miedo no es un valiente, es un temerario. El valiente es el que teniendo miedo tira adelante ya que sabe lo que debe hacer.
Gracias a esta experiencia que tengo, ahora estoy aprendiendo a rezar el "hágase tu voluntad en la tierre como en el cielo". Aprendo a asimilar el "no se haga mi voluntad sino la Tuya", y empiezo a saborear la dulzura del "fiat" dicho por mi Mamá del Cielo.
Gracias a la fe que Dios me ha regalado y a las enseñanzas de la Iglesia sé que Dios no me abandonará, y que debo abandonarme a El con total confianza. Si no fuera por la fe, por la Igesia, por los Sacramentos, en estos casos entraría en una tristeza que me podría llevar a una depresión tan profunda que me haría perder la esperanza. Sé de Quien me he fiado, he hablado de Dios a mucha gente, no me he avergonzado de El, y sobretodo y esta es mi mayor esperanza, sé de la misericordia de Dios. Si no fuera por su misericordia no se salvaría nadie.
Para reforzarme ante mi enfermedad, también uso de medios humanos que procuro espiritualizarlos, y es ofrecer este "trago" por mi familia (todavía me quedan 5 hijos en casa en edad escolar) sabieno que Dios no la va a abandonar y que los otros 6 hijos que ya trabajan pueden ayudar un poco a ello; también ofrezco esta enfermedad por mi otra familia que es la familia cursillista, y también la ofreceré por todos vosotros, con la convicción de que sé que seguiréis evangelizando y hablando de nuestro Dios, Uno y Trino, que es un Dios de Vida y de Esperanza, y de nuestra Madre, Puerta del Cielo, caricia maternal en nuestras enfermedades y aflicciones, la Virgen María.
Cuando ya me encuentre bien lo comunicaré.
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MensajePublicado: Vie Feb 06, 2009 9:49 pm    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

Pido a Nuestro Señor por tu pronta mejoría.
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Mirad que ninguno devuelva a otro mal por mal, sino procurad siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos.

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Beatriz
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MensajePublicado: Lun Feb 09, 2009 4:16 am    Asunto:
Tema: un cristiano triste es un triste cristiano
Responder citando

Tomás Bertrán Mercader escribió:


Me han diagnosticado, hace unos 10 días, un tumor de colon transverso, y me tienen que operar. El próximo día 12 tengo visita con el cirujano y creo me dirá el día en que tengo que ingresar.
Tengo miedo, no lo niego. Me dijo el Obispo de Tarrasa en una ocasión que el que no tiene miedo no es un valiente, es un temerario. El valiente es el que teniendo miedo tira adelante ya que sabe lo que debe hacer.
Gracias a esta experiencia que tengo, ahora estoy aprendiendo a rezar el "hágase tu voluntad en la tierre como en el cielo". Aprendo a asimilar el "no se haga mi voluntad sino la Tuya", y empiezo a saborear la dulzura del "fiat" dicho por mi Mamá del Cielo.
Gracias a la fe que Dios me ha regalado y a las enseñanzas de la Iglesia sé que Dios no me abandonará, y que debo abandonarme a El con total confianza. Si no fuera por la fe, por la Igesia, por los Sacramentos, en estos casos entraría en una tristeza que me podría llevar a una depresión tan profunda que me haría perder la esperanza. Sé de Quien me he fiado, he hablado de Dios a mucha gente, no me he avergonzado de El, y sobretodo y esta es mi mayor esperanza, sé de la misericordia de Dios. Si no fuera por su misericordia no se salvaría nadie.
Para reforzarme ante mi enfermedad, también uso de medios humanos que procuro espiritualizarlos, y es ofrecer este "trago" por mi familia (todavía me quedan 5 hijos en casa en edad escolar) sabieno que Dios no la va a abandonar y que los otros 6 hijos que ya trabajan pueden ayudar un poco a ello; también ofrezco esta enfermedad por mi otra familia que es la familia cursillista, y también la ofreceré por todos vosotros, con la convicción de que sé que seguiréis evangelizando y hablando de nuestro Dios, Uno y Trino, que es un Dios de Vida y de Esperanza, y de nuestra Madre, Puerta del Cielo, caricia maternal en nuestras enfermedades y aflicciones, la Virgen María.
Cuando ya me encuentre bien lo comunicaré.


Mi querido y bueno Tomas, rezare mucho por ti.

Avisanos cuando ya te encuentres bien.

que Dios te bendiga
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