Pedro Invitado
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Publicado:
Mar Sep 09, 2008 10:37 am Asunto:
LA GUERRA CONTRA EL ESPÍRITU
Tema: LA GUERRA CONTRA EL ESPÍRITU |
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No tiene sentido que nos sigamos engañando: Occidente está en guerra. No se trata, desde luego, de un conflicto clásico con bandos bien reconocibles. Y no me estoy refiriendo a la falsa e inventada confrontación entre Occidente y el Islam; como antes la de Occidente y el Comunismo. Todo eso es un flatus vocis que responde realmente a otros intereses, sobre todo económicos, armamentísticos y geoestratégicos. Lo de siempre, vamos. La guerra de la que pretendo hablar ahora es otra cosa, y se trata de una especie de “guerra civil”. Una auténtica “guerra contra el espíritu”.
Sí, un enfrentamiento espiritual decisivo se desarrolla ante nuestros ojos en el conjunto de los países occidentales. En este conflicto, luchan dos facciones cada vez más irreconciliables. Por una parte, quienes aún creemos en el hombre y en el universo del espíritu: el hombre es, ciertamente, como decía Pascal, una frágil “caña pensante”, pero en su interior alberga una misteriosa grandeza espiritual que puede ser despertada por la luz de la fe, de la metafísica y de la auténtica cultura. Por otra parte, quienes, más pesimistas, consideran que el hombre ya es un “proyecto superado”. Miles de años de civilización no han elevado al hombre por encima de sí mismo. El espectáculo es realmente lamentable: un ser humano prisionero de sus limitaciones biológicas y psíquicas se ve impotente para trascender la cárcel de su propia finitud. En consecuencia, ha llegado la hora de que el ser humano dé el próximo salto evolutivo y haga realidad el sueño nietzscheano del Superhombre...
Peter Sloterdijk, una de las grandes estrellas de la filosofía actual, ha planteado el problema de una manera directa y brutal: en la posmodernidad post-metafísica, el único humanismo posible es un posthumanismo. El hombre constituye un proyecto agotado que ya no puede dar más de sí.
La cultura humanista ha demostrado su incapacidad para conjurar la barbarie y cumplir las más legítimas aspiraciones humanas. ¿Religión, filosofía, cultura? Meras ensoñaciones de los ilusos que creyeron en ese concepto evanescente que es el “espíritu”. El futuro está en la biotecnología y en la hibridación entre mente y ordenador, que rediseñarán al hombre liberándolo de sus antiguas servidumbres. La deshumanización del mundo es, por tanto, la condición indispensable para nuestra “futura felicidad”.
Habermas y los humanistas tardíos protestan contra Sloterdijk y los transhumanistas, pero no ofrecen ninguna alternativa real: dicen creer en el hombre; pero el ser humano en el que creen ha sido privado de su esencial referencia al espíritu, se ha convertido en un simple “hombre horizontal”, habitante de la caverna platónica cuya falta de grandeza, en realidad, da argumentos a los partidarios de Sloterdijk: el Superhombre se presenta como alternativa a la mezquindad pequeño-burguesa del “último hombre”.
Por lo tanto, los únicos adversarios serios, auténticos y responsables -con consciencia- del nuevo mito posthumanista somos los defensores del espíritu: los seres humanos que aún creemos apasionadamente en Dios; quienes, en definitiva, conservamos el auténtico sentimiento sagrado del mundo.
La doble faz del nihilismo
Podemos entender mejor todas estas consideraciones que voy enhebrando acudiendo a dos conocidos conceptos de la filosofía de Nietzsche: los de “nihilismo pasivo” y “nihilismo activo”. La posmodernidad tiene de hecho estas dos vertientes. Podríamos hablar de una “posmodernidad pasiva” con una vertiente hedonista, simbolizada por la música techno, los macroconciertos multitudinarios, los adictos al desenfreno sexual, a la telebasura, a los espectáculos violentos de toda laya…
Y con otra vertiente melancólico-cultural, la del hombre culto posmoderno, que, decadente y alejandrino, individualista y sibarita, contempla el crepúsculo de nuestra civilización y se refugia en una degustación solitaria de la cultura acumulada durante siglos.
Pero, por otra parte, existe también una posmodernidad no pasiva, cuyo “nihilismo activo” se esfuerza por derribar los últimos bastiones de la cultura tradicional del espíritu, como paso previo para inaugurar la era posthumanista del Superhombre. Esta posmodernidad activa tendría tres componentes: una vertiente gnóstica y neofascista (fascinada por el mito cátaro y la cantinela templaria como paradigma del “hombre libre” frente a la “tiniebla teológica”), otra cientifista (el transhumanismo de un Marvin Minsky o un Ray Kurzweil, que sueñan con un ser humano hibridado con las máquinas) y una última sociológica (la progresía con sus tediosos y degradantes ‘logros libertarios’ como el “matrimonio” gay, el divorcio, el aborto, la eutanasia…, que no hacen sino acentuar el nihilismo activo).
La estructura y significación de esta “posmodernidad bifronte” resulta evidente: el nihilismo pasivo muestra una civilización occidental sin fe en sí misma y entregada a un narcisismo estéril. El nihilismo activo contempla el creciente caos de una sociedad vulgar y desorientada y, sin intentar ponerle remedio -más bien, al contrario-, nos ofrece una vía de salida: abandonar la decepcionante “era del hombre” y entrar en la prometedora y estimulante “era del superhombre”. Lógicamente, este nihilismo posmoderno que cultiva la religión del Superhombre independizado de Dios contempla con secreto placer la banalidad de la sociedad contemporánea: ¿vulgaridad televisiva, decadencia del saber, burla de la tradición, guerra de sexos, caos educativo, degradación de la juventud? ¡Tanto mejor! Celebremos la ceremonia de la confusión.
Nuestro plan ya está sobrada e inteligentemente urdido: fomentar el caos para presentar, como salvación, la Gran Tiranía biotecnológica y de la más moderna ingeniería social: un “Mundo Feliz” a lo Huxley, pero disimulado, maquillado, camuflado, para que no se perciba su profunda inhumanidad y sea más difícil de combatir. Un mundo de hombres mecánicos, espiritualmente vasectomizados, satisfechos con una vida interior de ínfima calidad, encuadrados en unas estructuras sociales estabilizadoras y “racionales”, pero deshumanizantes. Un mundo, por cierto, que ya hoy ha empezado a existir…
Occidente está en guerra
Occidente está en guerra, sí: en guerra contra sí mismo. Y, en la medida en que la cultura occidental se ha convertido en una koiné planetaria gracias a los modernos medios de comunicación, esa guerra se extiende hoy por todo nuestro planeta. La alternativa es diáfana: o bien dejar de creer en el hombre y adherirse al caos bienhechor que nos abocará al futuro ‘paraíso’ posthumanista, o bien convertirse en uno de esos seres extraños que, en una sociedad cada vez más banal, aún creen que en el hombre alienta la presencia de Dios y el soplo sagrado del espíritu. Está pues en juego ni más ni menos que nuestro futuro: un mundo sin alma y, en último término, sin auténticos hombres -sustituidos por supuestos “ultrahombres” y por “infrahombres”-, o bien un mundo de hombres que aprenden a serlo de la mano de Dios.
En cada uno de nosotros está la elección.
“Derecha” e “Izquierda”
En el terreno político, todos los espíritus tantálicos y fáusticos que, en la era moderna, han representado claramente al nihilismo activo, han sido sin lugar a dudas nefastos y terribles para todo el género humano.
Titanes huertos, se han apoyado en la mentira y en el miedo para exterminar a todos aquellos que estorbaban a sus ‘sueños utópicos’. El siglo XX fue un buen ejemplo de ello. Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot… fueron “superhombres” que no sólo masacraron a millones de seres humanos, sino que además intentaron acabar con la dignidad humana en todas sus acepciones. Hoy, en el siglo XXI, ya no se dan nombres prominentes que destaquen a este respecto, sino que el asesinato en masa es más anónimo, está más difuminado. -Y lo vemos asépticamente por la televisión, terminando acostumbrándonos a ello-. Espíritus mediocres, algunos políticos de hoy matan en nombre del “progreso” y de la “libertad”. Se crean campos de concentración en limbos judiciales, mazmorras donde se tortura un día sí y otro también, y se invaden ilegalmente países enteros -en base a mentiras y a manipulaciones- para robarles sus riquezas y matar a sus gentes, aniquilando sus cuerpos y también, muchas veces, sus almas.
Se crean por otra parte leyes que permiten el genocidio masivo de nonatos, de seres vivos e indefensos, a los que no se da siquiera la oportunidad de nacer, ya que son asesinados cobardemente en los vientres de sus madres. Hablemos claro: el aborto es un genocidio. Y en nuestros días, se trata además de un genocidio silencioso y masivo, permitido y estimulado por gran parte de las clases políticas y los mass media, y que cuenta además con una anuencia social cada vez mayor, sobre todo en el Occidente “civilizado” que se arroga con auténtico cinismo ser “defensor de la vida” y que además se autodenomina orgullosamente como “humanista”.
Curioso “humanismo” éste en el que leyes injustas e impías permiten que se aniquile abruptamente el desarrollo de un ser humano, que lo es (pese a quien pese) desde el mismo momento en que es concebido.
Luego está ese otro nihilismo activo que se concentra en el nauseabundo, repugnante, vil y abyecto fenómeno terrorista. Los terroristas son políticos frustrados, sanguinarios criminales, que desahogan sus frustradas ansias de poder colocando bombas en las estaciones de metro, estrellando aviones contra rascacielos, pegando tiros en la nuca, masacrando edificios, colegios… El terrorismo es uno de los más execrables crímenes contra la humanidad, y no tiene justificación alguna. En lo que se refiere al fenómeno terrorista actual denominado como ‘integrismo islámico’, quisiera destacar algo importante: no se trata de un “nihilismo religioso” (no existe tal cosa), sino que -tal terrorismo- se fundamenta en un nihilismo que interpreta torticeramente la religión en clave política, como lucha de poder. Una perversión detestable. Lo mismo sucede, claro está, con el integrismo evangelista de los neocon norteamericanos… Pero ni unos representan ni mucho menos al Islam, que es una religión universal de paz, ni los otros representan para nada al Evangelismo, que cuenta con muchísimas iglesias en todo el mundo donde la gente se dedica a orar y no se mete con nadie. De modo que el mal llamado “choque de civilizaciones” no es sino un conflicto puntual entre dos fundamentalismos que utilizan la violencia extrema, manipulando la religión a su antojo sin más fin que defender sus intereses políticos, partidistas y económicos. Unos y otros tendrán pues que responder por sus crímenes ante Dios por usar Su Santo Nombre en vano.
Una característica absolutamente común -y que llama triste y poderosamente la atención- del nihilismo activo y del nihilismo pasivo es su odio, su desprecio, su inquina contra cualquier tipo de religiosidad.
Han sido de hecho, en nuestra era moderna, los regímenes ateos los que más han perseguido a los seguidores de los movimientos religiosos de cualquier índole. Cientos de miles de católicos fueron masacrados en la revolución francesa, en la revolución bolchevique, en la república española, en el tercer reich alemán... Millares de musulmanes fueron masacrados y perseguidos por el comunismo (el soviético, el serbio, el chino), y ahora por el abyecto y nauseabundo capitalismo salvaje. Millones de judíos fueron masacrados por el perverso, pagano y ateo régimen nazi.
No han sido por tanto las “religiones” -como gusta decir a agnósticos, escépticos y ateos- las que han hecho un “daño inmenso” al conjunto de la humanidad. Bien al contrario, han sido las ideologías que niegan a Dios las que han masacrado -y siguen masacrando- a cientos de millones de personas a lo largo y ancho del orbe, en todo tiempo y lugar.
“Derecha” o “izquierda” son pues, hablando con rigor, y ya para terminar, las dos caras de una misma moneda: el nihilismo. Se engañan, por consiguiente, quienes no ven la siguiente evidencia: todos los movimientos políticos occidentales de la era moderna -fascismo, comunismo, socialismo, liberalismo- surgen de concepciones materialistas, de la negación de Dios, del deliberado rechazo a todo aquello cuya fragancia sea espiritual, sea lo que sea. Se trata de una guerra contra el espíritu.
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