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VII ENCUENTRO DE ORACION 26/03/06
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Autor Mensaje
Francisco Duran Tobias
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 2222
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MensajePublicado: Dom Mar 26, 2006 9:00 pm    Asunto:
Tema: VII ENCUENTRO DE ORACION 26/03/06
Responder citando

Normalmente me suelo portar bien , pero hoy me apetece portarme mal , en el buen sentido y ser un poco travieso.

Vamos a ponernos unos deberes y vamos a hacernos un pequeño exámen, en honor a San Francisco.

Quedan unos días para que acabe el mes , así que a pesar que el encuentro de oración afortunadamente un mes mas se a podido hacer , seguiremos hablando del que es ya nuestro amigo en este pequeño Israel.

Por cierto , San Francisco se bienvenido junto con Sor María de Jesús de agreda y San Alfonso de Ligorio ., la familia crece y el valor espiritual de los que nos llegan alumbran celestialmente estos foros.

Como decía , quedan unos día y no puedo pasar por alto que San Francisco de Asís tuvo las llagas del Señor . Y como empecé a leer la segunda parte del libro que es donde San Francisco obtuvo de nuestro Señor las Llagas , me quedé clavado en una frase y es ahí donde decidí portarme mal.

Escribo la frase.

CONSIDERACIÓN I
Cómo messer Orlando de Chiusi
donó el monte Alverna a san Francisco
En cuanto a la primera consideración, conviene saber que San Francisco, a la edad de cuarenta y tres años, en 1224 (2), inspirado por Dios, se puso en camino desde el valle de Espoleto en dirección a la Romaña, llevando al hermano León por compañero. Siguiendo esta ruta, pasó al pie del castillo de Montefeltro, donde a la sazón se estaba celebrando un gran convite y cortejo con ocasión de ser armado caballero uno de los condes de Montefeltro. Al enterarse San Francisco de que había allí tal fiesta y de que se habían reunido muchos nobles de diversos países, dijo al hermano León:
-- Subamos a esta fiesta; puede ser que, con la ayuda de Dios, hagamos algún fruto espiritual
Repetimos ...............

Subamos a esta fiesta; puede ser que, con la ayuda de Dios, hagamos algún fruto espiritual
Porque ?

Porque San Francisco quería conseguir un fruto espiritual para Gloria de Dios ?

Pongamos otra frase al lado , haber como queda esto.

Buscad primero el Reino de Dios .... todo lo demás se os dará por añadidura ( Mt. 6,33)

El Reino de Dios ?

Me pregunto que da Dios a la humanidad ?

Que es Dios para el hombre ?

Hablamos que San Francisco era imitador de Jesús y no en vano lo conocemos como el Cristo de la edad media.

Entonces .

Si Dios es amor.
Si Dios da al hombre amor.
Si San Francisco le mueve antes el amor que las obras.

Si tanto tu como yo que estamos uno escribiendo y otro leyendo , entendemos que ante todo , sobre todo y en todo esta el amor..........

Porque a veces , por no decir casi siempre nuestros problemas no tienen nada que ver con el amor.

Estamos pues , en consecuencia , equivocados .

Bueno , ahí dejo ese rompecabezas , para que las almas respondan y los cuerpos se callen.
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Francisco Duran Tobias
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
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MensajePublicado: Lun Mar 27, 2006 6:51 pm    Asunto:
Tema: VII ENCUENTRO DE ORACION 26/03/06
Responder citando

CONSIDERACIÓN III
Aparición del serafín
e impresión de las llagas a San Francisco

En cuanto a la tercera consideración, que es la de la aparición del serafín y de la impresión de las llagas, se ha de considerar que, estando próxima la fiesta de la cruz de septiembre (1), fue una noche el hermano León, a la hora acostumbrada, para rezar los maitines con San Francisco. Lo mismo que otras veces, dijo desde el extremo de la pasarela: Domine, labia mea aperies, y San Francisco no respondió. El hermano León no se volvió atrás, como San Francisco se lo tenía ordenado, sino que, con buena y santa intención, pasó y entró suavemente en su celda; no encontrándolo, pensó que estaría en oración en algún lugar del bosque. Salió fuera, y fue buscando sigilosamente por el bosque a la luz de la luna. Por fin oyó la voz de San Francisco, y, acercándose, lo halló arrodillado, con el rostro y las manos levantadas hacia el cielo, mientras decía lleno de fervor de espíritu:

-- ¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?

Y repetía siempre las mismas palabras, sin decir otra cosa. El hermano León, fuertemente sorprendido de lo que veía, levantó los ojos y miró hacia el cielo; y, mientras estaba mirando, vio bajar del cielo un haz de luz bellísima y deslumbrante, que vino a posarse sobre la cabeza de San Francisco; y oyó que de la llama luminosa salía una voz que hablaba con San Francisco; pero el hermano León no entendía lo que hablaba. Al ver esto, y reputándose indigno de estar tan cerca de aquel santo sitio donde tenía lugar la aparición y temiendo, por otra parte, ofender a San Francisco o estorbarle en su consolación si se daba cuenta, se fue retirando poco a poco sin hacer ruido, y desde lejos esperó hasta ver el final. Y, mirando con atención, vio cómo San Francisco extendía por tres veces las manos hacia la llama; finalmente, al cabo de un buen rato, vio cómo la llama volvía al cielo.

Marchóse entonces, seguro y alegre por lo que había visto, y se encaminó a su celda. Como iba descuidado, San Francisco oyó el ruido que producían sus pies en las hojas del suelo, y le mandó que le esperase y no se moviese. El hermano León obedeció y se estuvo quieto esperándole; tan sobrecogido de miedo, que, como él lo refirió después a los compañeros, en aquel momento hubiera preferido que lo tragara la tierra antes que esperar a San Francisco, por pensar que estaría incomodado contra él; porque ponía sumo cuidado en no ofender a tan buen padre, no fuera que, por su culpa, San Francisco le privase de su compañía. Cuando estuvo cerca San Francisco, le preguntó:

-- ¿Quién eres tú?

-- Yo soy el hermano León, Padre mío -respondió temblando de pies a cabeza.

-- Y ¿por qué has venido aquí, hermano ovejuela? -prosiguió San Francisco-.

¿No te tengo dicho que no andes observándome? Te mando, por santa obediencia, que me digas si has visto u oído algo.

El hermano León respondió:

-- Padre, yo te he oído hablar y decir varias veces: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío?» y «¿Quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?»

Cayendo entonces de rodillas el hermano León a los pies de San Francisco, se reconoció culpable de desobediencia contra la orden recibida y le pidió perdón con muchas lágrimas. Y en seguida le rogó devotamente que le explicara aquellas palabras que él había oído y le dijera las otras que no había entendido.

Entonces, San Francisco, en vista de que Dios había revelado o concedido al humilde hermano León, por su sencillez y candor, ver algunas cosas, condescendió en manifestarle y explicarle lo que pedía, y le habló así:
-- Has de saber, hermano ovejuela de Jesucristo, que, cuando yo decía las palabras que tú escuchaste, mi alma era iluminada con dos luces: una me daba la noticia y el conocimiento del Creador, la otra me daba el conocimiento de mí mismo. Cuando yo decía: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío?», me hallaba invadido por una luz de contemplación, en la cual yo veía el abismo de la infinita bondad, sabiduría y omnipotencia de Dios. Y cuando yo decía: «¿Quién soy yo», etc.?, la otra luz de contemplación me hacía ver el fondo deplorable de mi vileza y miseria.

Por eso decía: «¿Quién eres tú, Señor de infinita bondad, sabiduría y omnipotencia, que te dignas visitarme a mí, que soy un gusano vil y abominable?» En aquella llama que viste estaba Dios, que me hablaba bajo aquella forma, como había hablado antiguamente a Moisés. Y, entre otras cosas que me dijo, me pidió que le ofreciese tres dones; yo le respondí: «Señor mío, yo soy todo tuyo. Tú sabes bien que no tengo otra cosa que el hábito, la cuerda y los calzones, y aun estas tres cosas son tuyas; ¿qué es lo que puedo, pues, ofrecer o dar a tu majestad?»

Entonces Dios me dijo: «Busca en tu seno y ofréceme lo que encuentres». Busqué, y hallé una bola de oro, y se la ofrecí a Dios; hice lo mismo por tres veces, pues Dios me lo mandó tres veces; y después me arrodillé tres veces, bendiciendo y dando gracias a Dios, que me había dado alguna cosa que ofrecerle. En seguida se me dio a entender que aquellos tres dones significaban la santa obediencia, la altísima pobreza y la resplandeciente castidad, que Dios, por gracia suya, me ha concedido observar tan perfectamente, que nada me reprende la conciencia.

Y así como tú me veías meter la mano en el seno y ofrecer a Dios estas tres virtudes, significadas por aquellas tres bolas de oro que me había puesto Dios en el seno, así me ha dado Dios tal virtud en el alma, que no ceso de alabarle y glorificarle con el corazón y con la boca por todos los bienes y todas las gracias que me ha concedido. Estas son las palabras que has oído y aquel elevar las manos por tres veces que has visto. Pero guárdate bien, hermano ovejuela, de seguir espiándome; vuélvete a tu celda con la bendición de Dios. Y ten buen cuidado de mí, porque, dentro de pocos días, Dios va a realizar cosas tan grandes y maravillosas sobre esta montaña, que todo el mundo se admirará; cosas nuevas que Él nunca ha hecho con creatura alguna en este mundo.

Dicho esto, se hizo traer el libro de los evangelios, pues Dios le había sugerido interiormente que, al abrir por tres veces el libro de los evangelios, le sería mostrado lo que Dios quería obrar en él. Traído el libro, San Francisco se postró en oración; cuando hubo orado, se hizo abrir tres veces el libro, por mano del hermano León, en el nombre de la Santísima Trinidad; y plugo a la divina voluntad que las tres veces se le pusiese delante la pasión de Cristo. Con ello se le dio a entender que como había seguido a Cristo en los actos de la vida, así le debía seguir y conformarse a él en las aflicciones y dolores de la pasión antes de dejar esta vida (2).

A partir de aquel momento comenzó San Francisco a gustar y sentir con mayor abundancia la dulzura de la divina contemplación y de las visitas divinas. Entre éstas tuvo una que fue como la preparación inmediata a la impresión de las llagas, y fue de este modo: El día que precede a la fiesta de la Cruz de septiembre, hallándose San Francisco en oración recogido en su celda, se le apareció el ángel de Dios y le dijo de parte de Dios:
-- Vengo a confortarte y a avisarte que te prepares y dispongas con humildad y paciencia para recibir lo que Dios quiera hacer en ti.
Respondió San Francisco:

-- Estoy preparado para soportar pacientemente todo lo que mi Señor quiera de mí.

Dicho esto, el ángel desapareció.

Llegó el día siguiente, o sea, el de la fiesta de la Cruz (3), y San Francisco muy de mañana, antes de amanecer, se postró en oración delante de la puerta de su celda, con el rostro vuelto hacia el oriente; y oraba de este modo:

-- Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores.
Y, permaneciendo por largo tiempo en esta plegaria, entendió que Dios le escucharía y que, en cuanto es posible a una pura creatura, le sería concedido en breve experimentar dichas cosas.

Animado con esta promesa, comenzó San Francisco a contemplar con gran devoción la pasión de Cristo y su infinita caridad. Y crecía tanto en él el fervor de la devoción, que se transformaba totalmente en Jesús por el amor y por la compasión. Estando así inflamado en esta contemplación, aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. El serafín se acercó a San Francisco en raudo vuelo tan próximo, que él podía observarlo bien: vio claramente que presentaba la imagen de un hombre crucificado y que las alas estaban dispuestas de tal manera, que dos de ellas se extendían sobre la cabeza, dos se desplegaban para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo.

Ante tal visión, San Francisco quedó fuertemente turbado, al mismo tiempo que lleno de alegría, mezclada de dolor y de admiración. Sentía grandísima alegría ante el gracioso aspecto de Cristo, que se le aparecía con tanta familiaridad y que le miraba tan amorosamente; pero, por otro lado, al verlo clavado en la cruz, experimentaba desmedido dolor de compasión. Luego, no cabía de admiración ante una visión tan estupenda e insólita, pues sabía muy bien que la debilidad de la pasión no dice bien con la inmortalidad de un espíritu seráfico. Absorto en esta admiración, le reveló el que se le aparecía que, por disposición divina, le era mostrada la visión en aquella forma para que entendiese que no por martirio corporal, sino por incendio espiritual, había de quedar él totalmente transformado en expresa semejanza de Cristo crucificado (4).

Durante esta admirable aparición parecía que todo el monte Alverna estuviera ardiendo entre llamas resplandecientes, que iluminaban todos los montes y los valles del contorno como si el sol brillara sobre la tierra. Así, los pastores que velaban en aquella comarca, al ver el monte en llamas y semejante resplandor en torno, tuvieron muchísimo miedo, como ellos lo refirieron después a los hermanos, y afirmaban que aquella llama había permanecido sobre el monte Alverna una hora o más. Asimismo, al resplandor de esa luz, que penetraba por las ventanas de las casas de la comarca, algunos arrieros que iban a la Romaña se levantaron, creyendo que ya había salido el sol, ensillaron y cargaron sus bestias, y, cuando ya iban de camino, vieron que desaparecía dicha luz y nacía el sol natural.

En esa aparición seráfica, Cristo, que era quien se aparecía, habló a San Francisco de ciertas cosas secretas y sublimes, que San Francisco jamás quiso manifestar a nadie en vida, pero después de su muerte las reveló, como se verá más adelante. Y las palabras fueron éstas:

-- ¿Sabes tú -dijo Cristo- lo que yo he hecho? Te he hecho el don de las llagas, que son las señales de mi pasión, para que tú seas mi portaestandarte (5).

Y así como yo el día de mi muerte bajé al limbo y saqué de él a todas las almas que encontré allí en virtud de estas mis llagas, de la misma manera te concedo que cada año, el día de tu muerte, vayas al purgatorio y saques de él, por la virtud de tus llagas, a todas las almas que encuentres allí de tus tres Ordenes, o sea, de los menores, de las monjas y de los continentes (6), y también las de otros que hayan sido muy devotos tuyos, y las lleves a la gloria del paraíso, a fin de que seas conforme a mí en la muerte como lo has sido en la vida.

Cuando desapareció esta visión admirable, después de largo espacio de tiempo y de secreto coloquio, dejó en el corazón de San Francisco un ardor desbordante y una llama de amor divino, y en su carne, la maravillosa imagen y huella de la pasión de Cristo. Porque al punto comenzaron a aparecer en las manos y en los pies de San Francisco las señales de los clavos, de la misma manera que él las había visto en el cuerpo de Jesús crucificado, que se le apareció bajo la figura de un serafín. Sus manos y sus pies aparecían, en efecto, clavados en la mitad con clavos, cuyas cabezas, sobresaliendo de la piel, se hallaban en las palmas de las manos y en los empeines de los pies, y cuyas puntas asomaban en el dorso de las manos y en las plantas de los pies, retorcidas y remachadas de tal forma, que por debajo del remache, que sobresalía todo de la carne, se hubiera podido introducir fácilmente el dedo de la mano, como en un anillo. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras.

Asimismo, en el costado derecho aparecía una herida de lanza, sin cicatrizar, roja y ensangrentada, que más tarde echaba con frecuencia sangre del santo pecho de San Francisco, ensangrentándole la túnica y los calzones. Lo advirtieron los compañeros antes de saberlo de él mismo, observando cómo no descubría las manos ni los pies y que no podía asentar en tierra las plantas de los pies, y cuando, al lavarle la túnica y los calzones, los hallaban ensangrentados; llegaron, pues, a convencerse de que en las manos, en los pies y en el costado llevaba claramente impresa la imagen y la semejanza de Cristo crucificado.
Y por mucho que él anduviera cuidadoso de ocultar y disimular esas llagas gloriosas, tan patentemente impresas en su carne, viendo, por otra parte, que con dificultad podía encubrirlas a los compañeros sus familiares, mas temiendo publicar los secretos de Dios, estuvo muy perplejo sobre si debía manifestar o no la visión seráfica y la impresión de las llagas. Por fin, acosado por la conciencia, llamó junto a sí a algunos hermanos de más confianza, les propuso la duda en términos generales, sin mencionar el hecho, y les pidió su consejo. Entre ellos había uno de gran santidad, de nombre hermano Iluminado (7); éste, verdaderamente iluminado por Dios, sospechando que San Francisco debía de haber visto cosas maravillosas, le respondió:

-- Hermano Francisco, debes saber que, si Dios te muestra alguna vez sus sagrados secretos, no es para ti sólo, sino también para los demás; tienes, pues, motivo para temer que, si tienes oculto lo que Dios te ha manifestado para utilidad de los demás, te hagas merecedor de reprensión.

Entonces, San Francisco, movido por estas palabras, les refirió, con grandísima repugnancia, la sobredicha visión punto por punto, añadiendo que Cristo durante la aparición le había dicho ciertas cosas que él no manifestaría jamás mientras viviera (Cool.

Si bien aquellas llagas santísimas, por haberle sido impresas por Cristo, eran causa de grandísima alegría para su corazón, con todo le producían dolores intolerables en su carne y en los sentidos corporales. Por ello, forzado de la necesidad, escogió al hermano León, el más sencillo y el más puro de todos, para confiarle su secreto; a él le dejaba ver y tocar sus santas llagas y vendárselas con lienzos para calmar el dolor y recoger la sangre que brotaba y corría de ellas. Cuando estaba enfermo, se dejaba cambiar con frecuencia las vendas, aun cada día, excepto desde la tarde del jueves hasta la mañana del sábado, porque no quería que le fuese mitigado con ningún remedio humano ni medicina el dolor de la pasión de Cristo que llevaba en su cuerpo durante todo ese tiempo en que nuestro Señor Jesucristo había sido, por nosotros, preso, crucificado, muerto y sepultado. Sucedió alguna vez que, cuando el hermano León le cambiaba la venda de la llaga del costado, San Francisco, por la violencia del dolor al despegarse el lienzo ensangrentado, puso la mano en el pecho del hermano León; al contacto de aquellas manos sagradas, el hermano León sintió tal dulzura, que faltó poco para que cayera en tierra desvanecido.

Finalmente, por lo que hace a esta tercera consideración, cuando terminó San Francisco la cuaresma de San Miguel Arcángel, se dispuso, por divina inspiración, a regresar a Santa María de los Ángeles. Llamó, pues, a los hermanos Maseo y Ángel y, después de muchas palabras y santas enseñanzas, les recomendó aquel monte santo con todo el encarecimiento que pudo, diciéndoles que le convenía volver, juntamente con el hermano León, a Santa María de los Ángeles. Dicho esto, se despidió de ellos, los bendijo en nombre de Jesucristo crucificado y, condescendiendo con sus ruegos, les tendió sus santísimas manos, adornadas de las gloriosas llagas, para que las vieran, tocaran y besaran. Dejándolos así consolados, se despidió de ellos y emprendió el descenso de la montaña santa (9).

En alabanza de Cristo. Amén.
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Francisco Duran Tobias
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MensajePublicado: Lun Mar 27, 2006 7:04 pm    Asunto:
Tema: VII ENCUENTRO DE ORACION 26/03/06
Responder citando

Estaba un día absorto en el pensamiento de su muerte y de la suerte que correría su Orden cuando él ya no viviera, y decía:

-- Señor Dios, ¿qué será, después de mi muerte, de esta tu familia pobrecita, que en tu benignidad me has encomendado a mí, pecador? ¿Quién la sostendrá? ¿Quién la corregirá? ¿Quién te pedirá por ella?

Y, como seguía orando en estos términos, se le apareció un ángel enviado por Dios, que, animándolo, le dijo:

-- Yo te aseguro, de parte de Dios, que tu Orden durará hasta el día del juicio; y que no habrá nadie tan pecador que, si ama de corazón tu Orden, no halle ante Dios misericordia; y nadie que por malicia persiga tu Orden podrá alcanzar larga vida. Y, ademas, ningún hermano que se haga reo en la Orden de grandes pecados podrá perseverar por mucho tiempo en ella, si no enmienda su vida (22). Pero no te entristezcas cuando veas en tu Orden algunos hermanos que no son buenos, que no guardan la Regla como deben, y no pienses que por ello esta Orden va a ir para menos, porque siempre habrá muchos, muchos, que observarán a perfección la vida del Evangelio de Cristo y la pureza de la Regla; y éstos, inmediatamente después de la muerte corporal, irán a la vida eterna sin pasar absolutamente por el purgatorio. Algunos la observarán menos perfectamente, y éstos, antes de ir al paraíso, serán purificados en el purgatorio; pero la duración de la purificación la dejará Dios en tu mano. Mas de aquellos que no guardan absolutamente tu Regla, Dios dice que no te preocupes, porque Él no se preocupa por ellos (23).

Dichas estas palabras, el ángel desapareció, y San Francisco quedó del todo animado y consolado.
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Francisco Duran Tobias
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MensajePublicado: Lun Mar 27, 2006 7:04 pm    Asunto:
Tema: VII ENCUENTRO DE ORACION 26/03/06
Responder citando

Estaba un día absorto en el pensamiento de su muerte y de la suerte que correría su Orden cuando él ya no viviera, y decía:

-- Señor Dios, ¿qué será, después de mi muerte, de esta tu familia pobrecita, que en tu benignidad me has encomendado a mí, pecador? ¿Quién la sostendrá? ¿Quién la corregirá? ¿Quién te pedirá por ella?

Y, como seguía orando en estos términos, se le apareció un ángel enviado por Dios, que, animándolo, le dijo:

-- Yo te aseguro, de parte de Dios, que tu Orden durará hasta el día del juicio; y que no habrá nadie tan pecador que, si ama de corazón tu Orden, no halle ante Dios misericordia; y nadie que por malicia persiga tu Orden podrá alcanzar larga vida. Y, ademas, ningún hermano que se haga reo en la Orden de grandes pecados podrá perseverar por mucho tiempo en ella, si no enmienda su vida (22). Pero no te entristezcas cuando veas en tu Orden algunos hermanos que no son buenos, que no guardan la Regla como deben, y no pienses que por ello esta Orden va a ir para menos, porque siempre habrá muchos, muchos, que observarán a perfección la vida del Evangelio de Cristo y la pureza de la Regla; y éstos, inmediatamente después de la muerte corporal, irán a la vida eterna sin pasar absolutamente por el purgatorio. Algunos la observarán menos perfectamente, y éstos, antes de ir al paraíso, serán purificados en el purgatorio; pero la duración de la purificación la dejará Dios en tu mano. Mas de aquellos que no guardan absolutamente tu Regla, Dios dice que no te preocupes, porque Él no se preocupa por ellos (23).

Dichas estas palabras, el ángel desapareció, y San Francisco quedó del todo animado y consolado.
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Francisco Duran Tobias
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MensajePublicado: Mar Mar 28, 2006 6:01 pm    Asunto:
Tema: VII ENCUENTRO DE ORACION 26/03/06
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¡Bienvenida la hermana muerte!
Vida de san Francisco de Asís



Espíritu profético
(septiembre, 1226). Francisco tuvo espíritu de profecía desde la conversión hasta su muerte. Mientras yacía moribundo en casa del obispo de Asís Guido II reveló a un compañero, indirectamente, que mientras él permaneciera el vida, el Señor no permitiría que el hambre hiciera estragos entre la gente. A Fray León, que deseaba tener una túnica suya, lo llamó para decirle que la que llevaba puesta sería para él. Y así fue. Esa no fue la última que llevó puesta, pues le hicieron varias, para cambiárselas con frecuencia. A un hermano que le preguntó que por cuánto pensaba vender al Señor sus harapos, le respondió: Muchos baldaquines y paños de seda cubrirán este cuerpo, ahora vestido de saco.


Perdón, hermano cuerpo
Francisco confesó a un compañero que su conciencia le reprochaba continuamente el cuidado que tenía con su cuerpo, a pesar de que ya nada le deleitaba ni atraía, exhausto como estaba por tantas mortificaciones y enfermedades. Y añadió que su cuerpo le obedeció siempre en todo. Y cuando el hermano le reprochó su poca compasión y prudencia para con quien siempre le había sido tan fiel amigo, se dirigió a su cuerpo, diciéndole: Alégrate y perdóname. Desde ahora tendré más en cuenta tus gustos y deseos.


Más que un martirio
Mas ya nada podía deleitar a aquel cuerpo crucificado y muerto para el mundo. Ahora y siempre, lo mejor para mí -decía- es estar conforme con la voluntad del Señor y cumplirla, aunque sólo tres días de esta enfermedad sean más duros que un martirio. La verdad es que no había en él ningún miembro sano, y era sólo piel pegada a los huesos. Los médicos y los hermanos se admiraban de que aún siguiese vivo. ¿Por qué no pides al Señor que modere su rigor contigo?, le dijo otro compañero. Mas él lo reprendió duramente y besó el suelo, dando gracias a Dios por sus dolores y pidiendo que los multiplicara por cien, si esa era su voluntad.


Jesús siempre en sus miembros
20 años trabajó Francisco en la viña del Señor, comprometido siempre, ferviente en las oraciones, ayunos, vigilias, predicaciones y correrías apostólicas, en el cuidado y compasión del prójimo y en el desprecio de sí mismo. Había amado a Cristo con todo el corazón, recordándolo siempre, alabándolo con su boca y glorificándolo con sus obras. Al sólo nombre de Jesús se le derretía el corazón y proclamaba que toda rodilla, en el cielo y en la tierra, debían postrarse al oírlo. Ese era su único tema de conversación. Llevaba siempre a Jesús en el corazón, en los labios y en los oídos, en los ojos y en las manos. Muchas veces, al oírlo mencionar se olvidaba de comer y, si iba de camino, invitaba a todas las criaturas a alabarlo.


¡Bienvenida la hermana muerte!
Un día el médico Buongiovanni, amigo suyo, forzado por el Santo a decir la verdad, le confesó sin rodeos que su mal era incurable y que moriría a finales de septiembre o, todo lo más, a primeros de octubre. Oído lo cual, exclamó: ¡Bienvenida mi hermana muerte!. También un fraile, tal vez fray Elías, le comunicó su próxima partida y, para preparar su ánimo, le dijo que su muerte, aunque dolorosa para los hermanos y para muchísimas personas, para él supondría un gozo infinito, el descanso de sus fatigas y la mayor de las riquezas. Y lo invitó a dar a todos ejemplo de serenidad y gozo. La respuesta de Francisco fue llamar a fray Ángel y fray León y ponerse a cantar el Cántico del hermano Sol, al que le añadió una nueva estrofa, que decía: Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la que ningún hombre vivo puede escapar. ¡Ay de los que morirán en pecado mortal! ¡Dichosos los que encontrará en tu santísima voluntad, pues la muerte segunda no le hará mal.


Pide ser trasladado a la Porciúncula
Desde entonces pedía a diario a sus compañeros que le cantasen el Cántico, para amortiguar el sufrimiento y edificación de los que hacían la guardia cada noche en torno a la casa del obispo. A Elías no le pareció prudente tal comportamiento, temiendo que ellos se escandalizaran, pensando que, en vez de cantar, tendría que estar llorando sus pecados, de modo que le propuso el traslado a la Porciúncula, donde no estaría rodeados de seglares. Francisco le recordó a Elías que hasta dos años antes lo había hecho así, pero que, desde que el Señor en San Damián le aseguró el Reino, ya sólo sentía ganas de cantar alabanzas en medio de las tribulaciones.


Bendice la ciudad de Asís
lunes 28 o martes 29 de septiembre 1226: Los hermanos trasladaron a Francisco a Santa María en una camilla, acompañados de muchos asisanos. Al llegar al hospital de San Salvador de las Paredes (Casa Gualdi) quiso bendecir la ciudad de Asís, con estas palabras:Señor, creo que esta ciudad fue en otro tiempo guarida y refugio de gente mala e injusta, mal vista en toda la región. Mas por tu abundante misericordia, en el tiempo que tú has querido, veo que le has manifestado el derroche de tu bondad, de manera que se ha convertido en refugio y morada de los que te conocen y glorifican tu nombre y difunden el perfume de una vida santa, de una recta doctrina y de una buena reputación en todo el pueblo cristiano. Te ruego, por tanto, Señor Jesucristo, padre de misericordia, que no mires nuestra ingratitud, sino que te acuerdes sólo de la abundante misericordia que le has manifestado. Que esta ciudad sea tierra y morada de los que te conocen y glorifican tu nombre bendito y glorioso por los siglos de los siglos. Amén.


Llegada inesperada de "fray Jacoba"
Lo alojaron en la enfermería, que era la primera casita construida por los hermanos en los comienzos, cuando se trasladaron de Rivotorto a la Porciúncula. Nada más llegar se acordó de la señora Jacoba de Settesoli, tan apegada a él y a la fraternidad, y dictó para ella la siguiente carta: A madonna Jacoba, sierva de Dios, fray Francisco, pobrecillo de Cristo, salud y comunión del Espíritu Santo en nuestro Señor Jesucristo. Debes saber, queridísima, que Cristo bendito me ha revelado, por su gracia, que el final de mi vida está muy próximo. Así pues, si quieres encontrarme vivo, ponte en camino apenas leas esta carta y ven a Santa María de los Ángeles, porque, si no llegas para tal día, no me encontrarás vivo. Y trae contigo paño ceniciento para amortajar mi cuerpo y la cera necesaria para la sepultura. Y te ruego que me traigas también aquellas cosas de comer que me solías dar cuando estuve enfermo en Roma. Aún estaban buscando a un fraile para llevar la carta cuando la señora Jacoba se presentaba a la puerta con su hijo y un gran séquito de personas. ¿Qué hacemos, padre? ¿La dejamos entrar?, le dijo un fraile, en atención a la clausura; mas él exclamó, muy contento: Que pase, que esa norma no vale para 'fray' Jacoba. La mujer se echó a sus pies llagados, llorando como una Magdalena. Luego explicó que, estando en oración, el Señor le había dicho que se apresurara en ir a Asís, con todo lo que Francisco pedía en la carta.


Bendice a fray Bernardo
Mientras comía los dulces preparados por la noble señora romana, Francisco se acordó de Bernardo de Quintavalle, su primer compañero: A él le gustaría probarlos. Y lo mandó llamar. Luego lo bendijo y mandó escribir lo siguiente:Fray Bernardo fue el primer hermano que me dio el Señor. El fue el primero en abrazar y poner en práctica la perfección del Evangelio, repartiendo sus bienes a los pobres. Por eso, y por muchos méritos más, estoy obligado a quererlo más que a ningún otro. Por tanto, quiero y ordeno, en cuanto está en mis manos, que el ministro general, quienquiera que sea, lo ame y lo honre como a mí mismo, y que los ministros provinciales y los demás hermanos lo consideren como si fuese yo" Sus palabras fueron un gran consuelo para Bernardo y para los otros hermanos presentes.


Bendice a Clara y sus compañeras
Mientras el Santo yacía en la Porciúncula, Clara, en San Damián, estaba muy enferma y temía morir antes que él. Cuando el santo lo supo, les mandó por escrito una bendición, asegurando que lo verían, ella y sus hermanas, y sentirían un gran cosuelo. Entre otras cosas les decía:Yo, fray Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza de nuestro Altísimo Señor Jesucristo y de santísima Madre, y perseverar en ella hasta el final; y os ruego, señoras mías, y os aconsejo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza. Y estad alerta, para no apartaros jamás de ella por enseñanza o consejo de nadie.


"He terminado mi tarea"
Miércoles 30 de septiembre. Después de una noche horrible de dolores, creyendo que moría, pidió que lo pusieran desnudo en el suelo y, en esa posición, mientras se cubría la llaga del costado con la mano, exclamó: Hermanos, yo he terminado mi tarea. Cristo os enseñe la vuestra. Todos lloraban. El guardián le obligó por obediencia a vestirse de nuevo y él, feliz de haber sido fiel a la dama pobreza hasta el final, levantó las manos y se puso a cantar al Señor.


Bendice a fray Elías y a toda la Orden
Viéndolo en esas condiciones, fray Elías le pidió que perdonara y bendijera a todos los hermanos de la Orden y Francisco así lo hizo, pidiéndole que que bendijera a todos en su nombre cuando les comunicara su muerte. Luego se puso a consolar, animar y exhortar a los presentes, hablándoles de la paciencia, de la pobreza y de la fidelidad a la Iglesia de Roma, insistiéndoles que pusieran el Evangelio por encima de cualquier otra norma. A continuación bendijo a todos, uno por uno, empezando por fray Elías, a quien dijo: A ti, hijo, te bendigo en todo y por todo. Y como el Altísimo ha multiplicado el número de mis hermanos e hijos bajo tu dirección, los bendigo a todos en ti y sobre ti. Dios, Rey del universo, te bendiga en el cielo y en la tierra, y yo te bendigo todo lo que puedo y más de lo que puedo. Y lo que yo no pueda, lo haga en ti quien todo lo puede. Se acuerde Dios de tus obras y trabajos y se conserve tu herencia en la retribución de los justos. Que encuentres toda la bendición que deseas y se te conceda lo que pides dignamente. Lo mismo hizo con los demás hermanos, presentes, ausentes y futuros, doliéndose de no poder verlos a todos antes de su partida.


Como un jueves santo
Acto seguido pidió que le leyeran el texto del Evangelio que dice: Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había legado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo… (Jn 13). Por último ordenó ordenó que le trajeran un cilicio y esparcieran ceniza sobre él y, queriendo manifestar su amor y comunión con todos, pidió tres panes, los bendijo y mandó repartirlos en trozos a todos los hermanos. Lo hizo pensando que era jueves, aunque no lo era.


Murió cantando y bendiciendo al Señor
Los pocos días que faltaban para su tránsito al Padre los empleó en la alabanza, animando a los suyos a hacer lo mismo. Sabiendo que la muerte estaba cada vez más cercana, llamó a fray León y a fray Ángel y les mandó cantar con gozo y en voz alta, una vez más, el Cántico del hermano Sol. Él, mientras tanto, entonó como pudo el salmo 142: A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor; desahogo ante él mis afanes, expongo ante él mi angustia, mientras me va faltando el aliento... A sus compañeros les había advertido: Cuando me veáis a punto de expirar, ponedme desnudo en el suelo, como anteayer, y dejadme yacer así, muerto, el tiempo que se tarda en recorrer una milla (algo así como una hora).


Como una estrella
Al anochecer del sábado 3 de octubre, a pesar de haber ya obscurecido, las alondras seguían revoloteando alrededor de la casa donde Francisco yacía moribundo. A los presentes les pareció la señal de que había llegado el momento. Le faltaban dos o tres meses para cumplir 45 años. Había segundo al Señor durante más de 20 y los dos últimos los vivió crucificado y gravemente enfermo. Uno de los muchos hermanos presentes vio su alma elevarse como una estrella, grande cuanto la luna y brillante como el sol, sobre una nubecilla blanca. Muy lejos de allí, en el sur de Italia, fray Agustín de Asís moría a la misma hora, exclamando:¡Espérame, padre, espérame, que me voy contigo!. Otro fraile lo vio vestido de diácono y seguido de un cortejo de personas que le preguntaban: ¿No es ese Francisco?", ¿No es Cristo?, y el fraile a todos respondía que sí, pues a todos les parecía la misma persona. También el obispo Guido, ausente de Asís por una peregrinación, lo vio en sueños que le decía: Mira, padre, dejo el mundo y me voy a Cristo.


Los estigmas al descubierto
Después de permanecer desnudo en el suelo algún tiempo su cuerpo fue lavado y amortajado. A fray León le parecía un crucificado bajado de la cruz. Sus miembros, antes rígidos como los de un cadáver, se volvieron blandos y flexibles como los de un niño. La primera de los seglares en atreverse a desvelar el misterio de los estigmas fue Jacoba, que no dejaba de abrazar su cuerpo y de besar sus cinco llagas. La multitud, cientos de personas congregadas de toda la región, no dejaba de cantar y alabar al Señor, por permitirles ser testigos de un prodigio semejante, tan difícil de creer. Todos se sentían honrados, los que lograron besarlas y los que sólo pudieron verlas, entre lágrimas de dolor, gozo y agradecimiento a la vez. Lo que decimos lo hemos visto -decía fray Tomás de Celano, con palabras tomadas del evangelista Juan-. Estas manos escriben lo que ellas mismas han palpado. Y añade: Varios hermanos nuestros lo han visto con nosotros mientras vivía el santo, y en su muerte, más de cincuenta, además de innumerables seglares, lo han venerado. ¡Que no haya, pues, lugar para la duda! Quisiera Dios que fuesen muchos los que se uniesen a Cristo Cabeza como miembros suyos con el mismo amor seráfico, para merecer semejante armadura para la batalla de esta vida, y gloria semejante en el reino de los cielos. Entre los que testificaron después acerca del prodigio figuran fray Bonicio, el beato Andrés de Spello, el hijo de Jacoba Juan Frangipani, el señor de Greccio Juan Velita y messer Jerónimo, noble caballero asisano que se atrevió a palpar la llaga del costado y a remover los clavos de las manos y los pies, para estar más seguro de lo que veía.


Cortejo fúnebre
Domingo 4 de octubre: Religiosos y seglares pasaron la noche en vela, entre cánticos y alabanzas, a la luz de las antorchas. A la mañana siguiente, por temor a que los perusinos, enemigos de los asisanos, pudieran robar tan preciosa reliquia, trasladaron su cuerpo a la iglesia de San Jorge, en Asís. Todos llevaban cirios encendidos y ramos de olivo en las manos y cantaban al son de trompetas.


El llanto de Clara y sus hermanas
El cortejo fúnebre dio un rodeo por San Damián, para que las Damianitas pudiesen dar su último saludo a Francisco. Para la ocasión quitaron la reja de la clausura por la que solían recibir la comunión y algunos hermanos sostuvieron en brazos el cuerpo del Santo para que pudiesen contemplarlo por última vez. La descripción que Celano nos ha dejado del llanto de aquellas pobres reclusas es, sin duda, una de las páginas más emotivas e intensas de la literatura medieval. Una tras otra, tratando de contener sus emociones, pudieron besar sus manos llagadas, mientras fuera todos compartían su dolor.


Sepultura en San Jorge
La elección de san Jorge (ver Basilica de Santa Clara) no podía ser más acertada: aquella iglesia había sido la parroquia y la escuela de Francisco, y allí predicó por primera vez, después de la aprobación de la Regla. Su cuerpo fue depositado en un rústico sarcófago de piedra, protegido por una sólida jaula de hierro y una caja de madera. Allí permaneció durante cuatro años, mientras se construía una nueva iglesia para la sepultura definitiva. Dos frailes se instalaron en el anejo hospicio para pobres de los canónigos, para custodiar permanentemente el sepulcro. Fueron incontables los milagros que el Señor realizó durante esos cuatro años en San Jorge, por intercesión del Santo.


La carta circular de fray Elías
Poco después fray Elías envió una carta circular a toda la Orden, comunicando a los hermanos su desaparición, asegurándoles de su bendición y perdón, describiéndoles el prodigio de los estigmas y pidiéndoles que rezaran por él las oraciones reglamentarias por los difuntos. Asimismo, convocaba a los ministros provinciales y vicarios al próximo capítulo de Pentecostés, para la elección de un nuevo ministro general.


Multitud de milagros
1226-1228: La incredulidad de muchos respecto a los estigmas de Francisco se disiparon a medida que el Señor fue manifestando la santidad de su siervo con multitud de milagros en todo el mundo. Y el llanto de muchos por su desaparición se transformó en regocijo, por el derroche de gracias que se derramaron después de su muerte. Resulta imposible enumerarlos todos.Para tener una idea, baste decir que, mientras Tomás de Celano, en la Vida Primera, escrita a sólo dos años de su muerte, detalla unas veinte curaciones bien documentadas, en el Tratado de los Milagros, redactado también por él en 1252, se cuentan más de doscientas.


Nuevo Ministro general. Hugolino, papa
1227. Mientras tanto, algunas cosas cambiaban en la Iglesia y en la Orden. El 30 de mayo de 1227 el capítulo de Pentecostés elegía sucesor de Francisco a fray Juan Parenti, que había sido ministro de la provincia de España y Portugal durante 8 años. Poco antes, el 18 de marzo, al Papa Honorio III le sucedió el anciano cardenal Hugolino, obispo de Ostia, íntimo amigo de Francisco y protector de la Orden desde hacía diez años. Con el nombre de Gregorio IX rigió los destinos de la Iglesia hasta su muerte en Roma, el 22 de agosto de 1241. Fue Gregorio IX quien canonizó a San Francisco en Asís, el 16 de julio de 1226, menos de dos años después de la muerte del santo.
(Fratefrancesco.org - Fr. Tomás Gálvez)
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Francisco Duran Tobias
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MensajePublicado: Mar Mar 28, 2006 6:09 pm    Asunto:
Tema: VII ENCUENTRO DE ORACION 26/03/06
Responder citando

28 de Marzo del 2006.

Siempre VIVO San Francisco , imitador perfectísimo de Jesús, su amigo.

Que difícil es no quererte , ejemplo de los hombres.

Hasta siempre ,,, hasta ahora.
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