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CRISTO SUFRIO EN SU ESPIRITU, ALMA Y CUERPO

 
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hgo
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MensajePublicado: Jue Oct 30, 2008 1:44 am    Asunto: CRISTO SUFRIO EN SU ESPIRITU, ALMA Y CUERPO
Tema: CRISTO SUFRIO EN SU ESPIRITU, ALMA Y CUERPO
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CRISTO SUFRIO EN SU ESPIRITU, ALMA Y CUERPO

Como la humanidad tiene que ser juzgada, el Hijo de Dios —el hombre Jesucristo— sufrió en su espíritu, alma y cuerpo sobre la cruz por los pecados del mundo.
Examinemos primero sus sufrimientos físicos. El hombre peca por medio de su cuerpo, y en éste disfruta el placer temporal del pecado. En consecuencia, el cuerpo tiene que ser el destinatario del castigo. ¿Quién puede sondear los sufrimientos físicos del Señor Jesús en la cruz? ¿Acaso los sufrimientos de Cristo en el cuerpo no están claramente predichos en los textos mesiánicos? «Me han traspasado las manos y los pies» (Sal. 22:16). El profeta Zacarías llamó la atención sobre «el que ha sido traspasado» (12:10). Sus manos, sus pies, su frente, su costado, y su corazón, todos fueron traspasados por los hombres, traspasados por la humanidad pecadora y traspasados para la humanidad pecadora. Muchas fueron sus heridas y mucho le subió la fiebre, porque con el peso de todo su cuerpo colgando en la cruz sin ningún apoyo su sangre no podía circular libremente. Pasó mucha sed y por eso gritó: «La lengua se me pega a la boca.» «Como tenía sed me dieron vinagre para beber» (Sal. 22:15; 69:21).
Las manos tienen que ser clavadas porque se van tras el pecado; La boca tiene que sufrir y nuestros labios deben ser purificados porque se complace en pecar: Los pies tienen que ser traspasados porque nos conducen a pecan a gusto; La frente y la cabeza tiene que ser coronada de espinas porque también quiere pecar. Todo lo que el cuerpo humano tenía que sufrir se cumplió en su cuerpo. De esta manera sufrió físicamente hasta la muerte. Estaba en su mano librarse de estos sufrimientos, pero voluntariamente ofreció su cuerpo para soportar todas las insondables pruebas y dolores sin acobardarse ni un momento hasta que supo que «ya todo estaba consumado» (Jn. 19:2Cool. Sólo entonces entregó su espíritu.
No sólo su cuerpo; también sufrió su alma. El alma es el órgano de la consciencia de uno mismo. Antes de ser crucificado, a Cristo le dieron vino mezclado con mirra como calmante para mitigar el dolor, pero Él lo rechazó porque no estaba dispuesto a aceptar ningún sedante sino a ser plenamente consciente del sufrimiento. Las almas humanas han disfrutado plenamente del placer de los pecados; por consiguiente, Jesús iba a soportar en su alma el dolor de estos pecados. Prefirió beber la copa que le dio Dios que la copa que le obnubilaría su consciencia.
¡Qué vergonzoso era el castigo de la cruz! Se utilizaba para ejecutar a los esclavos huidos. Un esclavo no tenía propiedades ni derechos. Su cuerpo pertenecía a su dueño, y en consecuencia podía ser castigado con la cruz más vergonzosa. El Señor Jesús tomó el lugar de un esclavo y fue crucificado. Isaías le llamó «el siervo», y Pablo dijo que tomó la forma de un esclavo. Sí, vino como un esclavo a rescatarnos a los que estamos bajo la esclavitud perpetua del pecado y de Satanás. Somos esclavos de la pasión, del temperamento, de las costumbres y del mundo. Estamos a merced del pecado. Sin embargo, El murió por nuestra esclavitud y cargó con todo nuestro oprobio.
La Biblia deja constancia de que los soldados se quedaron con la ropa del Señor Jesús (Jn. 19:23). Estaba casi desnudo cuando le crucificaron. Ésta es una de las vergüenzas de la cruz. El pecado nos quita nuestro vestido radiante y nos deja desnudos. Nuestro Señor fue desnudado ante Pilato y luego de nuevo en el Calvario. ¿Cómo reaccionó su santa alma ante semejante maltrato? ¿Acaso no era un insulto a la santidad de su personalidad y una vergüenza? ¿Quién puede sondear sus sentimientos en aquel trágico momento? Como todos los hombres habían disfrutado de la gloria aparente del pecado, el Salvador tenía que soportar la auténtica vergüenza del pecado. Verdaderamente «Tú (Dios) me has cubierto de vergüenza... con la cual mis enemigos se burlan, oh Señor, ridiculizan los pasos de tus ungidos»; aun así «soportó la cruz, despreciando la vergüenza» (Sal. 89:45, 51; He. 12:2).
Nadie podrá jamás constatar lo mucho que sufrió el alma del Salvador en la cruz. Contemplamos a menudo sus sufrimientos físicos, pero pasamos por alto los sentimientos de su alma. Una semana antes de Pascua se le oyó decir: «Ahora mi alma está turbada» (Jn. 12:27). Esto señala a la cruz. En el Jardín de Getsemaní se le oyó de nuevo decir: «Mi alma está muy afligida, hasta la muerte» (Mt. 26:3Cool. Si no fuera por estas palabras apenas podríamos pensar que su alma había sufrido. Isaías 53 menciona tres veces que su alma fue ofrecida por el pecado, que su alma sufrió y que derramó su alma hasta la muerte (w. 10-12). Puesto que Jesús soportó la maldición y la vergüenza de la cruz, el que cree en Él ya no será maldito ni avergonzado.
Su espíritu también sufrió terriblemente. El espíritu es la parte del hombre que le equipa para comunicarse íntimamente con Dios. El Hijo de Dios era santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores. Su espíritu estaba unido al Espíritu Santo en perfecta unidad. Nunca tuvo su espíritu un momento de perturbación ni de duda, porque siempre tuvo la presencia de Dios con Él. Jesús dijo: «No soy yo solo, sino yo y el que me envió... Y el que me envió está conmigo» (Jn. 8:16, 29). Por eso pudo orar: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Sé que siempre me escuchas» (Jn. 11:41,42). Mientras colgaba de la cruz —y si hubo algún día que el Hijo de Dios necesitase desesperadamente la presencia de Dios debe haber sido ese día— gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt. 27:46). Su espíritu estaba separado de Dios. ¡Qué intensamente sintió la soledad, el abandono, la separación! El Hijo aún estaba cediendo, el Hijo aún estaba obedeciendo la voluntad del Padre-Dios; sin embargo, el Hijo había sido abandonado: no por causa de Él, sino por causa de los demás.
El pecado afecta muy profundamente al espíritu y, por consiguiente, aunque el Hijo de Dios era santo, tenía que ser arrancado del Padre porque llevaba el pecado de los demás. Es cierto que desde los incontables días de la eternidad «yo y el Padre somos uno» (Jn. 10:30). Incluso durante su estancia en la tierra eso siguió siendo cierto, porque su humanidad no podía ser una causa de separación de Dios. Sólo el pecado podía separarlos, aunque ese pecado sea de los demás. Jesús sufrió esta separación espiritual por nosotros para que nuestro espíritu pudiera volver a Dios.
W. Nee
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