El abrazo de Nuestra Madre

[María Esther]

Apreciados hermanos en Cristo:

Sufrimosdiariamente y, a veces, nos preguntamos ¿Por qué?

Algunos preguntan con rabia como si el Señor nos debiera algo: "¿Por qué, a mi, Señor?", "Por qué no me escuchas?", "¿Acaso no te he servido?"

Otros preguntan con tristeza pero esperan en el Señor: "Señor... ¿Me ayudarás como te lo he pedido?", "¿Cuándo vendrá tu Mano a protegerme?"...

Pero la Madre de Dios no preguntó. Ella guardó todo en su corazón, inmenso cofre lleno de tesoros, de lágrimas y dolores. Muchos gozos habrá tenido, indudablemente, pero el seguir a su Hijo le trajo tandos dolores que sería imposible contarlos, especialmente por su magnitud.

Cuando contemplo a María en el silencio de su amor, sosteniendo el Cuerpo muerto de su Hijo Jesús, no puedo menos que estremecerme. ¿Qué palabras, qué ideas, qué secretos sentimientos se agolparían en el pecho de esta Madre? Ella vio a su Hijo traspasado por nuestros pecados, destrozados por nuestras iniquidades... Ella ve cómo lo ignoramos en el Sagrario, como decirmos amarlo para, poco después, traicionarlo por cobardía o por falta de amor.

Y, sin embargo, nos abraza, nos acoge. Ella, la misma que acunó a Jesús recién nacido, la misma que abrazó el Sagrado Cuerpo lleno de heridas, nos abraza hoy en nuestro dolor, en cada tribulación. Está presta a levantarnos con solícito amor maternal a pesar de nuestra indiferencia.

¿Cuántos se sueltan de su mano inmaculada para correr entre espinas y desolación?

Entramos en la Semana Santa... recordemos a Nuestra Madre y pidamos, humildemente, su dulce abrazo en los momentos difíciles de nuestra santificación.

[Jose Fernando Ortiz]