Miles_Dei Veterano
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Publicado:
Jue Abr 23, 2009 10:01 am Asunto:
LA REDENCION SEGUN LA IGLESIA
Tema: LA REDENCION SEGUN LA IGLESIA |
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Y obviamente no según el obispo Robert Zollitsch. El remedio doctrinal a sus males lo expondremos en parte, en este tema.
Antes la doctrina e historia de la misma: En esto he escogido un texcto que resumen brevemente y de modo conciso todo el tema de la redención. Los subrayados en negrita son míos.
Cita: | La redención en la fe y tradición de la Iglesia
Dice el Concilio Vaticano II, en el decreto Unitatis redintegratio, 2:
Cita: | ‘El amor de Dios para con nosotros se manifestó en que el Padre envió al mundo a su Hijo unigénito para que, hecho hombre, regenerara a todo el género humano con la Redención y lo congregara en unidad’
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Lo mismo afirma la Lumen Gentium en los siguientes números:
Cita: | 2: “El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, "que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col. 1,15).
3: “Vino, pues, el Hijo, enviado por el Padre, que nos eligió en Él antes de la creación del mundo, y nos predestinó a la adopción de hijos, porque en Él se complació restaurar todas las cosas (cfr. Ef., 1,4-5, 10). Cristo, pues, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio, y efectuó la redención con su obediencia.”
5: “Pero habiendo resucitado Jesús, después de morir en la cruz por los hombres, apareció constituido para siempre como Señor, como Cristo y como Sacerdote (cf. Act., 2,36; Heb., 5,6; 7,17-21), y derramó en sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Act., 2,33).
Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador, observando fielmente sus preceptos de caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino. Ella en tanto, mientras va creciendo poco a poco, anhela el Reino consumado, espera con todas sus fuerzas, y desea ardientemente unirse con su Rey en la gloria.”
7: “El Hijo de Dios, encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura (cf. Gál., 6,15; 2 Cor., 5,17), superando la muerte con su muerte y resurrección. A sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente como su cuerpo, comunicándoles su Espíritu.” |
En ambos documentos queda claro que la redención es una obra libérrima de Dios, de propia iniciativa, que es ofrecida por todos los hombres y mujeres, que ya está realizada objetivamente por Cristo, pero que todavía no está consumada totalmente, pues es escatológica. Se entiende la redención como una regeneración del género humano, alcanzada por el sacrificio de Cristo, mediante la cual nos ha constituido como criaturas nuevas, y por su Espíritu Santo nos comunica la gracia de la adopción filial. El mismo Dios que crea el universo libremente, también libremente lo salva. Por el poder de su muerte y resurrección Cristo convoca a todos al reino, constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino, y nos comunica su Espíritu, para que caminemos en esperanza hacia la consumación de ese reino en el futuro absoluto.
Conviene señalar a esta altura en este estudio los contenidos del término redención.
“La redención es una realidad misteriosa vinculada al ser y a la obra de Cristo, y asociada, para su fortuna, al destino humano que el pecado desbarató… De la redención, tal como la entiende y predica la Iglesia, pueden afirmarse las siguientes características:
a) Se trata, en primer lugar, de una iniciativa divina, preparada por la providencia de Dios Padre, y realizada por Jesucristo…
b) La redención es una decisión libre de Dios ante la miseria humana ocasionada por el pecado… Dios no tenía necesidad alguna, interna o externa, de redimir a los hombres…
c) La redención es única. Es decir, no existe, fuera de Cristo y de lo que a Él se ordena o de Él deriva ninguna otra iniciativa redentora que proceda de Dios…
d. La redención es escatológica… la liberación del hombre efectuada por la redención tendrá lugar plenamente en el futuro; pero, a la vez, está ya presente por la gracia: contiene un ya y un todavía no.
e. La redención alcanza a todos los hombres. Cristo murió por todos (cfr. 2 Cor 5, 15), y no solamente por algunos. Esto significa que la redención efectuada por Jesucristo es comunicable a todos sin excepción, de modo que cualquier hombre puede apropiarse, si cumple la voluntad de Dios, los frutos suficientes de esa redención objetiva y universal”[1].
Como ya hemos dicho arriba, la iniciativa divina en el diseño de la redención es decisiva. Dios es quien toma la iniciativa. Según la confiesa la Iglesia, la redención es un misterio, un don que todos necesitamos, porque no hay autosalvación. El ser humano necesita que Dios lo salve de la esclavitud del pecado. En segundo lugar, la redención no implica una compulsión u obligación de parte de Dios. Dios no tenía que crear ni tenía que salvar al ser humano. De eso se trata su suprema libertad, y en eso demuestra su inmenso amor. En tercer lugar, nosotros creemos que la salvación es única, sólo Cristo Jesús puede salvar al ser humano, aun a aquellos que no confiesan la fe cristiana. En cuarto lugar, aunque objetivamente ya Cristo realizó lo necesario para la salvación del ser humano, ya que ésta es una realidad escatológica, todavía no ha terminado. Cristo sigue ofreciendo su gracia y oferta de salvación a todos los seres humanos de toda la historia, hasta el final de los días. Sólo al llegar a nuestro futuro absoluto, en la beatitud del cielo, hemos de ver la totalidad de la obra de la redención. En quinto y último lugar, la redención es universal, puesto que Dios quiere que todos se salven. El acto objetivo de la redención de Cristo no está reservado a una élite, sino que es un llamado a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Íntimamente ligada a la doctrina de la redención está la doctrina del pecado original. Resulta interesante que hoy día tenemos medios extensos para probar la existencia de ese mal y desorden, anterior a toda acción voluntaria nuestra, pero a la vez perpetuado por el pecado de todos nosotros. La prensa, la radio y la televisión diarias dan fe de las consecuencias del pecado original: pueblos en guerra, crimen, corrupción ministerial, las nuevas formas de esclavitud, secuestros, mentiras vendidas como verdades, detracción de carácter, abuso de menores, violencia doméstica, asesinatos por contrato, conducta sexual depravada, mal uso del alcohol y de las drogas, y tantas otras pruebas más de ese mal original, que sólo puede ser corregido por Dios. Ya lo dice el concilio Vaticano II en el decreto Ad Gentes, 8:
Cita: | … “Nadie por sí mismo y por sus propias fuerzas se libera del pecado y se eleva sobre sí mismo; nadie se libera completamente de su debilidad, o de su soledad, o de su esclavitud; todos tienen necesidad de Cristo, modelo, maestro, libertador, salvador, vivificador.” |
La redención en la tradición[2]
Después que murió el último apóstol y que ya habían pasado algunas generaciones de la comunidad cristiana primitiva, llegamos a una era post-apostólica, donde algunos padres desarrollan o exponen el pensamiento contemporáneo sobre la redención. Entre ellos hallamos a San Ignacio de Antioquía, un obispo condenado a muerte, que iba camino a Roma, y por el camino envió varias cartas a los fieles cristianos de ciudades como Esmirna, Éfeso, etc.
San Ignacio de Antioquía
“Las cartas de S. Ignacio de Antioquía son, en el s. II, un expresivo testimonio del sentir de la Iglesia acerca de la redención. Jesucristo, “nuestra vida eterna” (Ad Magn. 1, 2) y “único médico” (Ad Ephesios, VII, 2) ha sufrido para salvarnos (cfr. Ad Smirniotas II, 1)”[3].
Nos hallamos ante una expresión de la fe muy elemental, sin aparatos técnicos de investigación o erudición. Sin embargo, expresa una convicción fundamental. Jesús nos salvó. Ignacio, sin terminología teológica especializada, subraya la realidad del sufrimiento de Jesús, contra aquellos que negaban la realidad de su humanidad. Para ellos era inconcebible que el Hijo de Dios, divino, pudiera sufrir, ya que Dios no puede sufrir. Una manera de afirmar la divinidad de Cristo sin negar la pasión, era decir que su humanidad era sólo aparente, usada sólo como ejemplo para nuestra edificación. Ignacio rebate ese docetismo incipiente diciendo:
“Cristo fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne, bajo Poncio Pilato… Todo lo sufrió por nosotros, para que fuésemos salvados”[4].
Ignacio afirma la realidad histórica del sacrificio de Cristo, colocándolo en la coordenada histórica: “bajo Poncio Pilato”. Con eso afirma la realidad del sacrificio de Cristo, que no es una fábula, y que era constatable por testimonios cronológicos. Además, interpreta ese sacrificio como salvación. El motivo de su sufrimiento era escatológico, “para que fuésemos salvados.”
San Justino, Tertuliano
San Justino, por su parte, en su Diálogo con Trifón expone el sentido de la expiación libre y salvífica de Cristo[5]. Desde la antigüedad, los pensadores eclesiásticos subrayaron la libertad de Cristo en su entrega. Tertuliano subraya la necesidad de la cruz de Cristo y es el primero en usar el término “satisfacción” respecto a la conducta del penitente, aunque no lo usa para interpretar la cruz[6]. Según él, la redención es un retorno a la condición de amistad con Dios característica de los orígenes. Esa condición es lograda gracias a la muerte en la cruz, que logra la reconciliación del ser humano con Dios. De trasfondo jurídico, el término “satisfacción” que usa Tertuliano llegará a ser sumamente importante en la tradición cuando sea aplicado a la redención como tal por personas como Hilario de Poitiers y Ambrosio[7]. Orígenes es el primero en proponer la teoría del rescate pagado al demonio y la idea de la propiciación[8]. Lamentablemente, la teoría del rescate causará mucha confusión en la historia, pues presupone que el diablo tiene algunos derechos sobre el ser humano.
San Ireneo de Lión
Más adelante, otro pensador eclesiástico, San Ireneo de Lión, desarrolló una teología más elaborada, en la que abunda la comparación entre el primer Adán y el segundo. Por el primer Adán habíamos perdido mucho de los dones originarios, pero por el segundo Adán, Jesucristo, quien recapitula la historia humana, somos restablecidos según la imagen y semejanza de Dios.
“El Verbo de Dios se hizo hombre, el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre, para que el hombre entrase en comunión con el Verbo de Dios, y recibiendo la adopción se convirtiese en hijo de Dios”[9].
No contaba Ireneo con muchas herramientas exegéticas, pero muestra una admirable percepción del misterio cristiano. Conoce Ireneo la teoría de los derechos del diablo. Aunque el diablo no tenía derechos de por sí, por la caída del ser humano, en cierto sentido el diablo usurpó el poder de Dios sobre nosotros[10]. Son muchos los padres griegos que, siguiendo las intuiciones de San Ireneo, insisten que el Hijo de Dios se hizo hombre para divinizarnos. Lo repetirán Atanasio, Gregorio de Nisa, Juan Crisóstomo, en los mismos términos o similares[11].
La Encarnación del Hijo de Dios en una naturaleza en todo igual a la nuestra, menos en el pecado, supone el principio de nuestra salvación. Con pocas excepciones, la doctrina de la divinización fue desarrollada mayormente en el oriente. Se puede resumir así:
“El Hijo, es la causa ejemplar de nuestra adopción. Nuestra filiación depende de la suya. En la base de nuestra filiación en Jesús está el hecho de la encarnación. Como Jesús resucitado supera los límites del espacio y el tiempo, todos los miembros del cuerpo pueden participar de la vida de la Cabeza. El Padre nos da al Hijo, y éste se entrega también por nuestro amor a nosotros en su encarnación, muerte y resurrección en obediencia a los designios del Padre; y juntamente con el Padre y de parte de Él nos envía su Espíritu Santo en el que clamamos Abbá, Padre”[12].
San Atanasio
Dirá San Atanasio:
“Se ha hecho hombre para divinizarnos en Él. Su carne, por estar unida al Verbo, ha sido salvada y redimida la primera; después somos salvados nosotros, que formamos un todo con Él”[13].
Nuevamente, la doctrina de la divinización es central en la doctrina de los orientales. No entienden la divinización, sin embargo, como si fuera la cancelación de algún elemento humano, sino como la culminación del proyecto creador de Dios. Dios nos creó para compartir con nosotros su vida divina. Aunque nosotros nunca llegaremos a ser Dios, pues ningún hombre puede hacerse Dios, Dios si puede hacerse hombre, y de hecho lo hace personalmente como Jesús de Nazaret.
San Juan Damasceno
San Juan Damasceno, dirá más adelante:
“Por entrañas de su misericordia se ha hecho hombre en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, y se ha unido a nuestra naturaleza. Dado que no habíamos logrado conservar su imagen, ha venido Él mismo a unirse a nuestra pobre y débil naturaleza para purificarnos, hacernos incorruptibles, y partícipes, de nuevo, de su divinidad. Por eso, mediante su nacimiento o encarnación, su bautismo, su pasión y su resurrección, ha liberado a la humanidad del primer pecado, de la muerte y de la corrupción; y se ha hecho principio, vía y modelo de nuestra resurrección”[14].
Fijémonos que San Juan Damasceno coloca la resurrección de Cristo como principio de nuestra resurrección. La fuerza salvadora de la resurrección jalona la historia humana hacia su meta verdadera, que es el encuentro definitivo con Dios. Dios nos creó para compartir su vida con nosotros. Por eso el ser humano no está completo si le falta la vida de Dios. San Juan también propone que lo que perdimos por el pecado fue la imagen de Dios, inscrita en nosotros desde el principio. Jesús restaura esa imagen en nosotros, al unirse a nuestra naturaleza. Toda la extensión de la vida humana del Hijo, encarnación, nacimiento, bautismo, pasión y resurrección, santifica al ser humano. Jesús caminó sobre las huellas de la historia humana, re-pisa los pasos de la humanidad precedente a él, y sin embargo no pecó. Por eso, es capaz de reencaminar el destino de la historia humana misma.
El rescate
Mediante la encarnación, el Verbo hecho Hombre deificó nuestra naturaleza, haciéndola partícipe de la vida de Dios[15]. Pero no sólo con su encarnación nos salva el Hijo de Dios, sino también por su sacrificio en la cruz. Al tomar una naturaleza como la nuestra, Cristo asumió nuestro sufrimiento, nuestras fatigas, ansiedades y dolores, llegando incluso a la muerte de cruz. El ser humano era incapaz de liberarse a sí mismo de la esclavitud del pecado y de la muerte. Era necesario un rescate, y sólo Dios podía liberarnos.
“En algunos casos esta doctrina se explica diciendo que la victoria del demonio sobre el hombre le confirió un cierto derecho de posesión; se piensa entonces que Dios, para conformarse a justicia, quiso pagar a Satanás el precio de la muerte de Cristo, que éste, generosamente, acepta sufrir… San Gregorio Nacianceno hace ver que no puede decirse propiamente que la sangre de Cristo haya sido derramada como precio pagado al diablo, sino que fue derramada por la economía de nuestra r., y porque ‘hacía falta que el hombre fuera santificado por la humanidad de Dios, y que Él mismo nos liberara y rescatara para Él por su Hijo, mediador y triunfador del tirano’ (Oratio XLV, 22: PG 36, 633)”[16].
En este período de los padres griegos, se dan dos tendencias, una idealista y otra realista, que describe Sollier del siguiente modo:
"Una investigación imparcial", dice Riviere”, claramente muestra dos tendencias: una idealista, que considera la salvación más como la restauración sobrenatural de la humanidad a una vida inmortal y Divina y otra realista, que prefiere considerar la expiación de nuestros pecados, a través de la muerte de Cristo. Las dos tendencias corrieron juntas con algún contacto ocasional, pero en ningún momento, la anterior absorbió completamente a la última, y con el curso del tiempo, la visión realista predominó"[17].
Ya que Cristo recapituló en sí mismo a toda la humanidad, asumió nuestra deuda. La deuda mayor que teníamos era con Dios mismo, pues a Él nos debemos. Por nuestra rebeldía, nos apartamos de Dios, colocando en su lugar a las creaturas. La ofensa mayor a Dios por el pecado es una idolatría, pues colocamos un bien creado o una creatura en el lugar que sólo debe ocupar Dios. Razonan, pues, los padres del cuarto y quinto siglo, que con su sacrificio, el Hombre Dios reparó nuestra falta a la vez que glorificó a Dios. Por eso se hace capaz de comunicar los bienes de la salvación a la humanidad.
Padres latinos
Los padres latinos, por su parte, aunque conocen la doctrina de la divinización, pondrán el acento más bien en la interpretación de la pasión y muerte de Cristo. Tomando de Tertuliano el concepto de satisfacción que éste último había aplicado a la penitencia, S. Ambrosio lo aplica al sufrimiento de Cristo. Cristo satisface al Padre por nuestros pecados.
San Agustín
S. Agustín, quien conoce la doctrina de la divinización, opta por una doctrina de la mediación irrepetible de Cristo. Indica que el orgullo, la soberbia, es la raíz de la caída del ser humano, y que ese orgullo es curado por la humildad de Dios. En cuanto al sacrificio, Agustín enseña que con el sacrificio el ser humano se reconoce como deudor ante Dios. La muerte de Jesús es sacrificio en cuanto fue entrega del Hijo al Padre como expiación vicaria por toda la humanidad. Insiste en que la mediación del Hombre-Dios y del Dios-hombre era necesaria. Sólo podía salvarnos la divinidad humana y la humanidad divina.
Según S. Agustín, Cristo es el mediador “que nos reconcilia con Dios con el sacrificio de la paz, permaneciendo uno con aquel con el que hace la ofrenda, haciendo uno en sí a aquellos por los que la ofrecía, siendo él mismo el que ofrecía y el sacrifico ofrecido”[18].
También es Agustín quien habla de la sustitución vicaria de Cristo, explicando que la deuda no era suya, porque no tenía pecado. Cristo pagó por nosotros nuestra deuda, sustituyéndonos vicariamente. La obra redentora de Cristo es comprensible, según Agustín, sólo dentro de una teología de la mediación. El único y perfecto mediador entre Dios y los hombres es el Dios humanado con su humanidad divina.
Para una comprensión más integral de la doctrina de la redención tendrán que pasar varios siglos, tiempo en el que surgieron muchas controversias doctrinales en torno al misterio de Cristo, y por consecuencia, en torno a su obra de redención. Se impone la idea que lo que no fue asumido por Cristo en su encarnación, no ha sido redimido. Las controversias ocasionadas por Arrio, Éutiques, Nestorio, y otros personajes de la época llevaron a la Iglesia de ese tiempo a formular más claramente algunos conceptos que no habían sido suficientemente explicados anteriormente.
San Anselmo
Pasarán siglos sin que haya ninguna controversia respecto a la doctrina de la redención. No será hasta que S. Anselmo presenta su teoría de la satisfacción que surgirán disputas. Tomamos una definición del término satisfacción que nos sirve de guía.
“Satisfacción, o pago completo de una deuda, significa, en el orden moral, una aceptable reparación de la honra ofrecida a la persona ofendida y, por supuesto, implica un trabajo penal y doloroso”[19]
Aunque ya Tertuliano y Ambrosio habían usado el término satisfacción para describir los actos del penitente y al sufrimiento de Cristo, es San Anselmo quien lo desarrolla más extendidamente, y con quien se identifica la teoría de la satisfacción.
“…S. Anselmo intenta mostrar en su obra Cur Deus Homo –a partir de la idea de Dios y del hecho universal del pecado- que Dios debía encarnarse y morir por la salvación de los hombres. Los presupuestos teológicos de S. Anselmo son agustinianos: como en S. Agustín, también en nuestro autor la doctrina de la redención se expone a partir de la noción de pecado, pero en el Cur Deus Homo se da una dialéctica que parece vincular los dones divinos a una cierta necesidad. Como el estado de pecado en el que el hombre viene al mundo le hace del todo incapaz para abrirse camino hacia Dios, es del todo necesaria –concluye- una reparación por el pecado obtenida por la vía de la Encarnación. Para mostrar esta tesis S. Anselmo analiza en primer lugar la idea de pecado. Al intentar escapar a la voluntad divina por el pecado, nos dice, la voluntad creada cae bajo la justicia de aquélla, que debe castigar para restablecer el orden perturbado, a menos que se ofrezca una satisfacción que restituya a Dios el honor que se le ha negado. “Es necesario que la satisfacción o el dolor sigan al pecado” (1, 15). Como es imposible que Dios pierda su honor, “o bien el pecador entrega espontáneamente lo que debe (satisfacción), o bien Dios lo tomará del pecador a pesar de éste (dolor o pena)” (1, 14). Dado que la satisfacción devuelve a Dios el honor que le negaba el pecado, debe ser a medida del pecado mismo, y ha de consistir en algo que no sea ya debido por algún otro motivo. De ahí una paradoja: el hombre no puede ofrecer nada que sea proporcionado al pecado, puesto que el pecado no puede ser compensado por ningún bien creado; es decir, solamente Dios puede ofrecer esta reparación, pero a la vez solamente la humanidad debe ofrecerla. Es, por tanto, una obra que sólo el Hombre-Dios alcanza a realizar. ¿Cómo va a satisfacer el Hombre-Dios? Mediante la aceptación absolutamente libre de la cruz, ya que, siendo inocente, no está sometido a la muerte. De este modo satisface, y su satisfacción tiene un valor infinito, porque emana de un Dios hecho hombre. Tiene también valor meritorio, porque el mérito, que Cristo no necesita para Él, viene todo a nosotros en gracia y perdón[20].
San Bernardo
Pasemos así a otro representante del medioevo, San Bernardo. Éste critica la teoría de los derechos del demonio, porque son derechos usurpados, no propiamente derechos. Acoge la teoría de la satisfacción, diciendo que la unidad espiritual entre Cristo y sus seguidores logra que el sufrimiento y muerte de Cristo sea acogido por Dios como satisfacción agradable, aunque aclara que lo que agrada a Dios no es la muerte, como si fuera un Dios sediento de sangre y venganza. Lo que agrada a Dios es la entrega espontánea de la voluntad que se ofrece en la muerte.
Ciertamente, la doctrina de San Bernardo da en el clavo al decir que lo central en el acto de la redención es la entrega espontánea de la voluntad, la más alta expresión de la libertad.
Santo Tomás de Aquino
Santo Tomás de Aquino vincula el valor de la encarnación por la relación que ésta establece entre Cristo y los seres humanos. La encarnación es ya redentora de por sí. Fue querida por Dios, para llevarnos participar de nuevo en la divinidad. La visión de Dios es la felicidad del ser humano
“En relación con los aspectos de la acción redentora de Cristo, S. Tomás distingue los siguientes:
a) es una acción meritoria a favor Nuestro. Cristo, que ha renunciado por nosotros a gozar de la gloria que le era debida, ha merecido, para sí, su resurrección, su glorificación corporal y todo lo que se vincula a ella (cfr. Sum. Th. 3, q19, a3; q 49, a 6), y para nosotros, la redención de nuestras alma y resurrección de nuestros cuerpos. La Pasión ha causado, por tanto, nuestra salvación, por modo de mérito (ib. 3 q48, a1)…
b) es causa de nuestra salvación a modo de satisfacción, porque “Cristo ha sufrido por caridad y obediencia, ha ofrecido a Dios más de lo que exigía la compensación de la ofensa total del género humano, a causa de la grandeza de la caridad con la que sufría, y a causa de la dignidad de su vida, que Él presenta como satisfacción, por ser vida del Hombre-Dios…” (ib. 3, q. 48 a2).
c) Opera la r. a modo de sacrificio. “el sacrificio que se ofrece exteriormente significa el sacrificio espiritual interior por el que el alma se ofrece a Dios…” (ib. 2-2, q85 a 2). El sacrificio exterior es, por tanto, expresión de un homenaje de adoración y de un deseo de unión con Dios; después del pecado tiene también un fin de reparación (ib. 3, q 48 a3)…
d) Actúa, finalmente, a modo de rescate. Por el pecado, el hombre experimenta esclavitud respecto al demonio; y una cierta servidumbre respecto a Dios, en cuanto que quedaba obligado a la justicia divina. Cristo nos rescata de ambas a precio de su sangre y de su satisfacción; ambas son ofrecidas Dios, pues, en realidad el demonio no tiene derecho alguno (ib. 3, q 48, a4)”[21]
Es evidente que la síntesis soteriológica de Santo Tomás es más matizada que la de San Anselmo. La redención es una obra meritoria a modo de satisfacción, a modo de sacrificio y a modo de rescate. Pone de relieve el valor moral de la satisfacción en función del amor y la obediencia, el homenaje a Dios mediante el cual el Hijo de Dios expió las ofensas de la humanidad. Además, al redimensiona la doctrina en la línea del mérito, la satisfacción, el sacrificio y el rescate, expone la redención como una realidad que no se agota en uno solo de los modelos[22].
San Buenaventura
Buenaventura de Bagnoregio, el doctor seráfico, contempla al Hijo Encarnado como el centro y fin de toda la historia, desde antes de la creación del mundo hasta su consumación. En sus Opúsculos místicos, Buenaventura considera devotamente el amor de Dios
“que en el Hijo que nació pobre, vivió pobre y murió desnudo y crucificado ha revelado y ofrecido a los hombres el documento más sincero de su voluntad de salvación…”[23]
Luego, si el Hijo Encarnado es el fin de toda la historia, es fácil saltar a la conclusión que, si no hubiera habido pecado, como quiera el Hijo de Dios se hubiese encarnado. Lo hubiese hecho para expresar el culmen de la obra de la creación. Esto lo desarrollará más extensamente Duns Escoto.
Escoto
El beato Duns Escoto, heredero de la tradición franciscana de Buenaventura, propone una teoría sumamente refrescante. En el plan primigenio de Dios para crear, Cristo era el primer ser contemplado, modelo de la perfección de la creación. Esto, anterior a todo mérito o pecado. Por lo tanto, aunque no hubiera existido el pecado, aún así Cristo se hubiera encarnado, para llevar la creación a su máxima expresión[24]. En esto se distanció un poco de Santo Tomás, quien había enseñado que, aunque ciertamente la encarnación era la obra cumbre de Dios, si el ser humano no hubiera pecado, no hubiera venido el Hijo al mundo para redimirnos. Tanto Tomás como Escoto, sin embargo, reconocen la gratuidad de la encarnación y la redención, y rechazan que éstas se debieran a causas necesarias, como si impusieran un deber a Dios. Después de Escoto y la escuela franciscana, tendremos que saltar a la Reforma y el concilio de Trento, para hallar otra formulación del dogma de la redención.
La reforma
Veamos las circunstancias y planteamientos de los Reformadores en torno a la doctrina de la redención. Lutero presenta la redención como victoria sobre el pecado, la muerte y el demonio. Entiende la satisfacción y la expiación por nuestros pecados como sustitución penal. Sobre todo, acentúa el carácter reconciliador de la obra de Cristo. En ese sentido sigue fiel a la tradición anterior a él. Lutero era religioso agustino, y conocía la tradición de S. Anselmo. Pero mientras su antecesor en la familia agustiniana, S. Anselmo, había puesto énfasis en la redención objetiva, a Lutero lo que le interesa es la salvación subjetiva, es decir, el significado del sacrificio de Cristo como salvación “para mí”. En lo que sí se distingue de la tradición es en su insistencia en la justificación por la fe, solamente, aparte de las obras buenas del ser humano. Lo más característico de Lutero será su insistencia sobre la justificación por la fe:
“… El hombre se abandona por la fe a las manos de Dios, que disimula sus pecados cubriéndolo con el manto de su misericordia, mientras que el hombre permanece pecador en su interior. Esto tiene lugar en virtud de los méritos de Cristo a cuyas espaldas echa Lutero todo el peso del castigo debido a la humanidad por sus pecados”[25].
Por otra parte, Lutero insiste en el sufrimiento infernal de Jesús en la cruz. Sufrió lo que sufren los condenados y saboreó la cólera divina[26]. Esto es lo que se conoce por la sustitución penal, teoría que afirma que Cristo sufre el castigo del Padre y lo sufre con el tormento de los condenados. Juan Calvino también conoce el modelo anselmiano de la satisfacción, pero subraya sobre todo la mediación de Cristo. Cristo obra la justificación y la salvación del creyente. Según él, la redención es fruto de la gracia destinataria de Dios[27]. Calvino casi asusta al insistir en que Cristo fue pecador, y por eso pudo descender a los infiernos para vivir el tormento de los condenados y así absolvernos de nuestras culpas.
Concilio de Trento
En realidad el Concilio de Trento no toca la doctrina de la redención de frente, y sólo aclara la doctrina sobre la justificación. Pero Trento sí hace referencia a la doctrina de la satisfacción, al mérito de la pasión y al valor expiatorio del sacrificio de Cristo.
“Los textos recogidos manifiestan todo lo esencial enseñado por el Conc. De Trento: la impotencia absoluta del hombre pecador para librarse del pecado, la iniciativa de la misericordia divina, la gracia de la salvación que nos viene por Jesucristo, Verbo encarnado por amor al hombre. Para caracterizar la obra redentora de Cristo, el Concilio consagra las ideas de mérito y satisfacción (aunque sin abandonar la de redención y sacrificio; cfr. Denz.Sch. 1522 y 1729). Cristo nos ha merecido la justificación; ha satisfecho por nosotros a Dios. Causa de este mérito es la caridad que tiene hacia nosotros, y que le hace aceptar la pasión y muerte de Cruz… La fuerza de Dios habla ahora a través de la sumisión y la obediencia de Cristo, que entra en el mundo humildemente, como un hombre más… El hombre redimido sigue en verdad a Cristo, pero al mismo tiempo puede decirse que es llevado por Él sobre los hombros vigorosos de hermano mayor, que es Hijo único del Padre. De ese modo saltamos con Jesucristo el abismo de pecado, que nos separa de Dios; de ese modo tiene sentido para el hombre el esfuerzo por aprender la doctrina y practicar la virtud. Por eso, Cristo es el mayor bien, el mejor don, que nos ha sido entregado a los hombres por Dios: un presente rico y entrañable que nos viene del amor de la Trinidad… Después de morir en la Cruz y descender a los infiernos, Jesucristo completa la obra redentora con su Resurrección de entre los muertos. Esta realidad de fe –que ha estado siempre presente en la confesión de los misterios cristianos por la Iglesia- ha sido fuertemente formulada en el Conc. Vaticano II: “la obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, fue realizada por Cristo el Señor principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos, y gloriosa Ascensión” (Cons. Sacrosanctum Concilium, 5).
La Resurrección de Jesucristo, que completa con la Ascensión los misterios de la vida del Señor, completa también el conjunto de estos actos salvíficos de los que depende objetivamente nuestra redención…”[28]
Trento rechaza la teoría reformista de la sustitución penal, de la justificación meramente exterior e imputada al ser humano y la teoría de que Cristo sufrió la ira divina y los tormentos del condenado por ser pecador. No fue sino hasta unos siglos más tarde que el protestantismo liberal rechazaría la doctrina de la satisfacción. Cristo no repara objetivamente el pecado, sino que solidariza con nosotros para darnos ejemplo. En realidad, Cristo nos anima a la confianza, ablanda nuestros corazones para el arrepentimiento y nos recuerda que Dios nos ama. “Cristo, en consecuencia, es desposeído de su divinidad y reducido a modelo de experiencia religiosa. En consecuencia, la redención no es obrada por Dios mismo, y la muerte de Cristo queda reducida a mero ejemplo de amor”[29].
No hay duda que la doctrina de la satisfacción de Cristo por nuestros pecados pertenece a la fe de Iglesia, e igualmente la dimensión propiciatoria del sacrificio de Cristo. No podemos reducir el don de la redención a un mero ejemplo moral de amor y de piedad por parte de Cristo. Objetivamente, él nos salvó. Y aunque esa salvación se exprese en términos de redención, liberación, divinización, justificación, sacrificio, propiciación, sustitución, expiación o reconciliación, su acción no se puede reducir a un mero ejemplo.
Cooperación humana
La tradición católica insiste que, en la obra de la redención, el único que nos salva es Jesucristo. El ser humano no es capaz de salvarse a sí mismo. Pero esa salvación, una vez comunicada al ser humano, exige que éste colabore con libertad personal y entrega filial en la obra de su propia salvación.
“El hombre no se comporta como un ser inerte que se ve arrebatado, en cualquier caso y a pesar suyo, por la gracia de Dios. Debe, por el contrario, salir a su encuentro, dejarla entrar en su vida, y acomodarse a sus exigencias. Esto es precisamente lo que el Evangelio llama conversión (cfr. Mt 3, 2; Mc 1, 15; Lc 3,3; Act 2, 38), es decir, un cambio interior, una actitud nueva, un proceso –instantáneo o gradual- de volverse hacia Dios, que supone una profunda y vigorosa movilización del espíritu”[30].
Sin embargo, es importante señalar que al ser denominada “cooperación” del ser humano con la obra de la redención, no lo equipara a Dios. No hay proporción entre lo que hace Dios y lo que contribuye el ser humano. De hecho, incluso lo que hace el ser humano es ya un don de Dios, pues no podemos hacer ningún bien sin estar unidos con Dios. Pero, aunque se salven las distancias en esta analogía, pues lo que contribuye Dios es infinito y lo que contribuimos nosotros es finito, es un corolario del libre albedrío que la salvación de Dios no viene impuesta en contra de nuestra voluntad. Dios respeta nuestra libertad y él mismo inscribe en ella la capacidad de “cooperar” en el acto salvífico.
"La cruz es el único sacrificio de Cristo, que es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2, 5). Pero, porque en su divina persona encarnada se ha unido en cierto modo con todo hombre, Él ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma sólo conocida por Dios, se asocien a este misterio pascual. Él llama a sus discípulos a tomar su cruz y a seguirle, porque él sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 Ped. 2, 21). (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 618)
Hoy día, con una mayor conciencia de la solidaridad mundial, resulta fácil hablar de la redención como solidaridad. Esta solidaridad ha sido especialmente demostrada antes los desastres naturales, como el Tsunami en Indonesia, Tailandia, India y otros países en diciembre de 2004, y los terremotos y desastres en otras partes del mundo. Aunque la ayuda necesitada era muy grande, el concierto de las naciones demostró una gran caridad para con los pueblos afectados. Cuando el huracán Karina azotó la ciudad de Nueva Orleáns, en el estado de Louisiana de los Estados Unidos, los estragos causados hicieron mover a millones de personas de todo el mundo para ayudar con la tragedia. Incluso, en el terremoto en Irán en marzo de 2006, se pusieron a un lado las diferencias políticas entre las naciones, y fueron muchos los antiguos enemigos de Irán que vinieron al rescate de las víctimas del terremoto.
Nos hemos dado cuenta que vivimos en una villa global, y que la ayuda que yo doy a mis semejantes en otras partes del mundo abre también el camino para la ayuda que yo pueda necesitar en el futuro. Un anuncio contemporáneo de la redención debe tener en cuenta la rica herencia que tenemos en la tradición respecto a esta doctrina.
Pasemos ahora a unas preguntas clave en torno a la teología de la redención. ¿De qué hemos sido redimidos? ¿Cuál era condición primigenia del ser humano, antes del pecado? ¿Por qué las consecuencias del pecado original se transmiten generación tras generación?
[1] J. Morales Marín, “Redención, II: Teología dogmática”. En Gran Enciclopedia RIALP. Vol. XIX. Madrid, Ediciones RIALP 1974, 774.
[2] Según J. Rovira Belloso, op. cit., 123-150 Melchor Cano defiende la Tradición de la Iglesia como derivada de Cristo y sus apóstoles, y ofrece cuatro fundamentos: a. La Iglesia es más antigua que la Escritura. Para Cano, la fe y la religión quedarían constituidas con firmeza aun sin la Escritura. b. No todas las cosas que pertenecen a la doctrina cristiana han sido explicitadas por la Sagrada Escritura (ejemplos: la virginidad de María, el descenso de Cristo a los infiernos, la legitimidad del bautismo de párvulos, la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, la conversión del pan y el del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, la consubstancialidad del las divinas personas y la distinción de las propiedades relativas. c. Muchas cosas pertenecen a la doctrina y a la fe de tal suerte que ni abiertamente ni oscuramente se encuentran en la Escritura (el momento de la resurrección de Cristo). c. Los apóstoles se expresaron no sólo por la letra escrita, sino también de viva voz (a ello debemos el símbolo de la fe, o Credo de los apóstoles). Según Rovira Belloso hoy podríamos añadir otros lugares teológicos, como la experiencia del Pueblo de Dios, los signos de los tiempos, los derechos del hombre, la causa de la paz, la dignidad de los pobres y marginados, el tema de la igualdad de los pueblos, la dignidad y ascenso de la mujer en la sociedad, el ecologismo, etc., aunque en realidad pueden colocarse entre los lugares dados a la razón o a la historia.
[3] J. Morales Marín, op. cit., 775. G. Iammarrone, op. cit., 154-165 examina algunos títulos que se encuentran en la temprana era patrística, tales como Jesucristo iluminador, Jesucristo vencedor, dispensador de la inmortalidad divina, redentor del hombre por su sacrificio.
[4] Ad Smyrn. 1, 2; PG 5, 708.
[5] San Justino, Diálogo con Trifón, 95; PG 702.
[6] Cf. J. A. Sayés, Señor y Cristo. Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra 1995, 430-431.
[7] Cf. G. Iammarrone, op. cit., 165-169.
[8] Cf. Ibid., 431-432.
[9] S. Ireneo, Adversus Haereses, 3, 18,1: PG 7, 932.
[10] Cf. J. A. Sayés, op. cit., 428-429. Según este autor, la redención no causó batallas teológicas hasta el siglo XII, cuando la obra Cur Deus homo de San Anselmo fue recibida y criticada. El mismo autor, hablando de la teoría de los derechos del demonio dice, 441: “Los Padres describen también el dominio de Satanás sobre la humanidad con la imagen de la esclavitud. En este sentido, vienen a decir que el demonio se apoderó de la humanidad y adquirió derecho de propiedad sobre ella a partir del pecado de Adán. Es así como se llega a la teoría del derecho del demonio al que Cristo paga un rescate liberador por nosotros. Esta idea va unida incluso a la del abuso de poder perpetrado por el demonio, que quiso ejercer sobre Cristo un derecho que sólo tenía sobre los pecadores”.
[11] Cf. Ibid., 434.
[12] Cf. L. F. Ladaria. Teología del pecado original y de la gracia. Madrid, BAC 1993, 257-258.
[13] S. Atanasio, “Oratio II contra Arianos”, 61: PG 26, 277.
[14] San Juan Damasceno, De fide ortodoxa, IV, 13: PG 94, 1137.
[15] Cf. J. F. Sollier, op. cit., 3: “Los primeros Padres, absorbidos como estaban por problemas de Cristología han agregado, sino poco, al sostenimiento del Evangelio y San Pablo. No es verdad, al decir de Ritschl (Die christliche Lehre von der Rechtfertigung und Versohnung, Bonn, 1889), Harnack (Précis de l'histoire des dogmes, tr. París, 1893), Sabatier (La doctrine de l'expiation et son evolution historique, París, 1903) que sólo vieron la Redención como la deificación de la humanidad a través de la encarnación y que no conocieron la satisfacción delegada de Cristo.
[16] J. Morales Marín, op. cit., 776. Cf. San Gregorio Nacianceno, Oratio XLV, 22: PG 36, 633. Al respecto dice J. Sayés, op. cit., 437: “Esta idea del rescate ofrecido al demonio la encontramos en otros Padres, como S. Basilio y S. Juan Crisóstomo para el cual el demonio fue más allá de sus propios derechos. Aparece también la idea en S. Agustín, S. León y S. Gregorio Magno… San Gregorio Magno, sin embargo, se rebela ante la idea de que haya que pagar un rescate al demonio: ‘¿A quién y por qué se ha derramado esta sangre vertida por nosotros? Si es al demonio, ¡qué injuria! ¿Cómo suponer que recibe no solamente un rescate de Dios, sino a Dios mismo en el rescate…? Si es al Padre, yo pregunto: ¿Cómo se ha hecho esto? Pues no era él el que nos tenía cautivos’. Así pues, para S. Gregorio el rescate no se paga ni a Dios Padre, porque es inconcebible que haya encontrado placer en la sangre de su Hijo.”
[17] J.F. Sollier, Le dogme de la rédemption, 209.
[18] S. Agustín, De Civitate Dei, 10, 6; PL 41, 283. Cf. G. Iammarrone, op. cit., 169-171.
[19] J. F. Sollier, “Redención” The Catholic Encyclopedia, Volume I. Copyright © 1907 by Robert Appleton Company. Online Edition Copyright © 1999 by Kevin Knight. Enciclopedia Católica. Copyright © ACI-PRENSA, 2.
[20]J. Morales Marín, op. cit., 777. Cf. también, J. F. Sollier, op. cit., 3. El mismo autor dice en la página 5: “La redención es llamada por el "Catecismo del Concilio de Trento" (1, v, 15) "completa, íntegra en todos los puntos, perfecta y verdaderamente admirable". Semejante es la enseñanza de San Pablo: "donde el pecado abundó, la gracia abundó más" (Rom., v, 20), es decir, el mal como los efectos de pecado, son más que compensados por los frutos de la Redención. Haciendo un comentario sobre ese pasaje, San Crisóstomo (Hom. X en Rom., en P. G., LX, 477) compara nuestra responsabilidad con una gota de agua y el pago de Cristo con el inmenso océano. La verdadera razón para la suficiencia e incluso la superabundancia de la Redención es dada por San Cirilo de Alejandría: "Uno murió por todos... pero había en aquel más valor que en todos los hombres juntos, más incluso, que en la creación completa, porque además de ser hombre perfecto, Él seguía siendo el único hijo de Dios" (Quod unus sit Christus, en P. G. LXXV, 135fi). San Anselmo (Cur Deus homo, II, el xviii) probablemente es el primer escritor que usó la palabra "infinito" en relación con el valor de la Redención: "ut sufficere possit ad solvendum quod pro peccatis totius mundi debetur et plus in infinitum."
[21] J. Morales Marín, op. cit., 778.
[22] Cf. G. Iammarrone, op. cit., 178-181.
[23] Citado por G. Iammarrone, op. cit., 182.
[24] Ibid., 779: “A diferencia de la soteriología tomista, que se inclina a vincular estrechamente la Encarnación de Cristo al hecho del pecado, la teología del franciscano Duns Escoto insiste en el hecho de que Cristo es el primer predestinado, el primer ser contemplado en el designio de Dios, anterior a todo mérito y todo pecado. “Si la caída del hombre hubiera sido la causa de la predestinación de Cristo, se seguiría que la obra suprema de Dios sería solamente ocasionada (en el sentido de ocasional). Digo, por tanto, que la caída no ha sido la causa de la predestinación de Cristo. Y aunque nadie hubiera caído en pecado…, incluso si no se hubieran creado otros seres…, Cristo habría sido igualmente predestinado” (cfr Reportata Parisiensia, lib. III, disk. VII, q4, schol. 2, no 4 y 5). La escuela franciscana que sigue a Escoto apela a S. Pablo (Col 1, 15-20; Eph 1, 3-12) para apoyar esta tesis según la cual la vocación de las criaturas a la filiación divina es Cristo es un dato anterior a la misma creación.”
[25] J. A. Sayés, op. cit., 450.
[26] M. Lutero, Com in Gal. 3, 24: Weimar 401, 437-438: “Nuestro misericordiosísimo Padre, viéndonos oprimidos y dominados por la maldición de la ley y de tal manera arrastrados por ella que nos era imposible librarnos por nuestros propios medios, envió a su Hijo único al mundo y cargó sobre él los pecados de todos los hombres… Entonces viene la ley y dice: le encuentro tan pecador que, por haber tomado sobre sí todos los pecados de los hombres, sólo veo pecados en él: es preciso, pues, que sea crucificado. Entonces se precipita sobre él y le hace morir. Por este medio el mundo queda libre y purificado de sus pecados.” Y en su Comentario al Psalmo 21, 1-2: Weimar 5, 598-608 avanza la opinión que Jesús experimentó “… el espanto y el horror de una conciencia desconcertada y saboreó la cólera eterna.” Citado por J. A. Sayés, op. cit., 450-451.
[27] Cf. G. Iammarrone, op. cit., 194-196.
[28] J. Morales Marín, op. cit., 779-781.
[29] J. A. Sayés, op. cit., 454.
[30] J. Morales Marín, op. cit., 783.
Por R. P. Jorge R. Colón, C.Ss.R.
1 de enero de 2007 |
Un saludo en la Paz de Cristo. _________________
Se trabó un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. (Apoc 12, 7)
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