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Autor Mensaje
Tomás Bertrán Mercader
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 1503
Ubicación: España

MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 6:44 am    Asunto:
Tema: No nos corresponde
Responder citando

Pepa escribió:
Cita:
ya que tal Conferencia es sólo consultiva

Esto es importante.
Creo que uno de los problemas actuales (y por el mal entendido sentido de la democracia), es convertirlas en ejecutivas.


Pepa, es que quieren convertir a la Iglesia en un partido político, y algunos "tontos útiles" caen en este error.
La Iglesia no se rige como un partido político, sino que es pura Jerarquía. Así lo quiso Cristo, y los nombró a dedo. Eso sí, tras largas noches de intensísima oración. O sea, al Padre rogando y con el mazo dando.
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Miles_Dei
Veterano


Registrado: 17 Sep 2007
Mensajes: 11717

MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 7:05 am    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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Compendio de Moral Salmanticense:

Cita:

Pregunta. ¿Los súbditos están obligados a corregir a sus Prelados?

Respuesta. Con S. Tom. 2. 2. q. 33. art. 4, que lo están; porque siendo la corrección acto de la caridad, así como los súbditos están obligados a amar más estrechamente a sus Prelados, así también lo estarán a amonestarlos. Mas en esta corrección se deberán puntualmente observar las tres circunstancias siguientes, es a saber; que se haga con grande mansedumbre, reverencia, y humildad; que nunca se haga en público, sino en algún caso raro, y siendo público el escándalo; y finalmente, que siendo preciso, se practique por los Religiosos más graves y ancianos, y sólo en su defecto por los jóvenes.


Un saludo en la Paz de Cristo.
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Se trabó un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. (Apoc 12, 7)
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MAngeles González
Constante


Registrado: 10 Abr 2008
Mensajes: 851
Ubicación: Edo. de México, México

MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 3:39 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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Cita:

Pregunta. ¿Los súbditos están obligados a corregir a sus Prelados?

Respuesta. Con S. Tom. 2. 2. q. 33. art. 4, que lo están; porque siendo la corrección acto de la caridad, así como los súbditos están obligados a amar más estrechamente a sus Prelados, así también lo estarán a amonestarlos. Mas en esta corrección se deberán puntualmente observar las tres circunstancias siguientes, es a saber; que se haga con grande mansedumbre, reverencia, y humildad; que nunca se haga en público, sino en algún caso raro, y siendo público el escándalo; y finalmente, que siendo preciso, se practique por los Religiosos más graves y ancianos, y sólo en su defecto por los jóvenes.


Gracias por poner la cita, hermano en Cristo:

Yo lo aplico especialmente en mi vida, en lo personal, si como persona quiero mejorar, acepto las correcciones de otros hermanos aunque duela, pero obviamente, no me gustaría nada que me lo dijeran en público; y si a mi me entristecería gravemente que me llamaran la atención frente a otras personas. ¿Porqué voy a querer exponer los errores de mis sacerdotes, frente a todos?, claro que no, esa no es la actitud.

Por otro lado (perdonen si sueno molesta, no lo estoy, es sólo una afirmación) ¿Cómo es que queremos presbíteros santos, si en lugar de orar por su santidad, nos dedicamos a criticarlos?.

Les deseo el Bien, hermanos en Cristo.

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"Antes era el hombre el que esperaba a Dios; ahora es Dios quién espera al hombre en la Eucaristía"
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Beatriz
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 6434

MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 4:03 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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Catholic.net escribió:
¿Restauración?


Creo que aquí conviene remitirnos a la diferenciación que hace, el entonces Card Ratzinger, acerca de lo que significa reformar, restaurar, renovar, reconstruir, hablando del CV II, en Informe Sobre la Fe:

http://www.conoze.com/doc.php?doc=7260

Cita:
He aquí la respuesta textual del cardenal: «Si por «restauración» se entiende un volver atrás, entonces no es posible restauración alguna. La Iglesia avanza hacia el cumplimiento de la historia, con la mirada fija en el Señor que viene. No: no se vuelve ni puede volverse atrás. No hay, pues, «restauración» en este sentido.

Pero si por «restauración» entendemos la búsqueda de un nuevo equilibrio (die Suche auf ein neues Gleichgewicht) después de las exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo, después de las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo, pues bien, entonces una «restauración» entendida en este sentido (es decir, un equilibrio renovado de las orientaciones y de los valores en el interior de la totalidad católica) sería del todo deseable, y por lo demás, se encuentra ya en marcha en la Iglesia.

En este sentido puede decirse que se ha cerrado la primera fase del posconcilio»[2].


Es bueno también ver la nota de página que aparece en ese mismo capítulo, pues explica excelentemente bien en qué debe consistir la restauración.


Para mí toda esta cuestión se resume en estas dos frases del entonces Cardenal Ratzinger:

- búsqueda de un nuevo equilibrio

- se ha cerrado la primera fase del posconcilio

En este foro se lee muy a menudo opiniones contrarias al Concilio Vaticano II, algunos inclusive piden un tercer Concilio, pues esa no es la dirección correcta, la correcta es la búsqueda de un nuevo equilibrio, una segunda fase del posconcilio, corrigiendo los errores de la primera fase.

Es necesario señalar los errores que actualmente promueven progresistas y ultratradicionalistas.

Excelente entrevista en conoze.com citado por catholic.net que TODOS debemos leer y tener en cuenta para saber cuál es la dirección correcta:

Cita:
Capítulo II.- Descrubrir de nuevo el Concilio« anterior | indice | siguiente»

Dos errores contrapuestos
Entrando en materia, nuestro coloquio no podía sino comenzar por el acontecimiento extraordinario del Concilio Ecuménico Vaticano II, de cuya clausura se conmemoran los veinte años en 1985. Veinte años que han cambiado a la Iglesia católica mucho más que dos siglos.

Acerca de la importancia, la riqueza, la oportunidad y la necesidad de los grandes documentos del Vaticano II, nadie que sea y quiera seguir siendo católico puede alimentar dudas de ningún género. Comenzando, naturalmente, por el cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El solo hecho de mencionarlo parece más ridículo que superfluo; a pesar de ello, en algunos comentarios desconcertantes hechos a raíz del anuncio del contenido de esta entrevista no ha faltado quien abrigara dudas al respecto.

Sin embargo, las palabras que reproducíamos del cardenal Ratzinger en defensa firme del Vaticano II y de sus decisiones no sólo eran del todo claras, sino que habían sido reiteradas por él en numerosas ocasiones

Entre los innumerables ejemplos que podríamos aducir está su intervención con ocasión de los diez años de la clausura del Concilio, en 1975. En Bressanone, releí al cardenal las palabras de aquella intervención y me confirmó que hoy se reconoce en ellas enteramente.

Escribía, pues, diez años antes de nuestro coloquio: «El Vaticano II se encuentra hoy bajo una luz crepuscular. La corriente llamada «progresista» lo considera completamente superado desde hace tiempo y, en consecuencia, como un hecho del pasado, carente de significación en nuestro tiempo. Para la parte opuesta, la corriente «conservadora», el Concilio es responsable de la actual decadencia de la Iglesia católica y se le acusa incluso de apostasía con respecto al concilio de Trento y al Vaticano I: hasta tal punto que algunos se han atrevido a pedir su anulación o una revisión tal que equivalga a una anulación».

Continuaba: «Frente a estas dos posiciones contrapuestas hay que dejar bien claro, ante todo, que el Vaticano II se apoya en la misma autoridad que el Vaticano I y que el concilio Tridentino: es decir, el Papa y el colegio de los obispos en comunión con él. En cuanto a los contenidos, es preciso recordar que el Vaticano II se sitúa en rigurosa continuidad con los dos concilios anteriores y recoge literalmente su doctrina en puntos decisivos».

De aquí deducía Ratzinger dos consecuencias: «Primera: Es imposible para un católico tomar Posiciones en favor del Vaticano II y en contra de Trento o del Vaticano I. Quien acepta el Vaticano II, en la expresión clara de su letra y en la clara intencionalidad de su espíritu, afirma al mismo tiempo la ininterrumpida tradición de la Iglesia, en particular los dos concilios precedentes. Valga esto para el así llamado «progresismo», al menos en sus formas extremas. Segunda: Del mismo modo, es imposible decidirse en favor de Trento y del Vaticano I y en contra del Vaticano II. Quien niega el Vaticano II, niega la autoridad que sostiene a los otros dos concilios y los arranca así de su fundamento. Valga esto para el así llamado «tradicionalismo», también éste en sus formas extremas. Ante el Vaticano II, toda opción partidista destruye un todo, la historia misma de la Iglesia, que sólo puede existir como unidad indivisible».

«Descubramos el verdadero Vaticano II»
No son, pues, ni el Vaticano II ni sus documentos (huelga casi mencionarlo) los que constituyen problema. En todo caso, a juicio de muchos —y Joseph Ratzinger se encuentra entre estos desde hace tiempo—, el problema estriba en muchas de las interpretaciones que se han dado de aquellos documentos, interpretaciones que habrían conducido a ciertos frutos de la época posconciliar.

Desde hace mucho tiempo, el juicio de Ratzinger sobre este período es tajante: «Resulta incontestable que los últimos veinte años han sido decisivamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al Concilio parecen oponerse cruelmente a las esperanzas de todos, comenzando por las del papa Juan XXIII y, después, las de Pablo VI. Los cristianos son de nuevo minoría, más que en ninguna otra época desde finales de la antigüedad».

Así explica e cardenal este severo juicio (que ha repetido a lo largo del coloquio, pero que no debería sorprender a nadie, sea cual sea la opinión que merezca, puesto que ha sido reiterado por él en numerosas ocasiones): «Los Papas y los Padres conciliares esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que —en palabras de Pablo VI— se ha pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo, y se ha terminado con demasiada frecuencia en el hastío y en el desaliento. Esperábamos un salto hacia adelante, y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de decadencia que se ha desarrollado en buena medida bajo el signo de un presunto «espíritu del Concilio», provocando de este modo su descrédito».

Seguía diciendo Ratzinger hace diez años: «Hay que afirmar sin ambages que una reforma real de la Iglesia presupone un decidido abandono de aquellos caminos equivocados que han conducido a consecuencias indiscutiblemente negativas».

En cierta ocasión escribió: «El cardenal Julius Döpfner decía que la Iglesia del posconcilio es un gran astillero. Pero un espíritu crítico añadía a esto que es un gran astillero donde se ha perdido de vista el proyecto y donde cada uno continúa trabajando a su antojo. El resultado es evidente».

Pero no deja de repetir con la misma claridad que «en sus expresiones oficiales, en sus documentos auténticos, el Vaticano II no puede considerarse responsable de una evolución que —muy al contrario— contradice radicalmente tanto la letra como el espíritu de los Padres conciliares».

Dice: «Estoy convencido de que los males que hemos experimentado en estos veinte años no se deben al Concilio «verdadero», sino al hecho de haberse desatado en el interior de la Iglesia ocultas fuerzas agresivas, centrífugas, irresponsables o simplemente ingenuas, de un optimismo fácil, de un énfasis en la modernidad, que ha confundido el progreso técnico actual con un progreso auténtico e integral. Y, en el exterior, al choque con una revolución cultural: la afirmación en Occidente del estamento medio-superior, de la nueva «burguesía del terciario», con su ideología radicalmente liberal de sello individualista, racionalista y hedonista».

La consigna, la exhortación de Ratzinger a todos los católicos que quieran seguir siendo tales, no es ciertamente un «volver atrás», sino un «volver a los textos auténticos del auténtico Vaticano II». Para él, insiste «defender hoy la verdadera Tradición de la Iglesia significa defender el Concilio. Es también culpa nuestra si de vez en cuando hemos dado ocasión (tanto a la «derecha» como a la «izquierda») de pensar que el Vaticano II representa una «ruptura», un abandono de la Tradición. Muy al contrario, existe una continuidad que no permite ni retornos al pasado ni huidas hacia delante, ni nostalgias anacrónicas ni impaciencias injustificadas. Debemos permanecer fieles al hoy de la Iglesia; no al ayer o al mañana: y este hoy de la Iglesia son los documentos auténticos del Vaticano II. Sin reservas que los cercenen. Y sin arbitrariedades que los desfiguren».

Una receta contra el anacronismo
Crítico ante la «Izquierda», Ratzinger no es en modo alguno condescendiente con la «derecha», con aquel tradicionalismo integrista que se halla hoy representado por el anciano obispo Marcel Lefébvre. Me ha dicho a este propósito: «No veo futuro alguno para una posición tan ilógica y descabellada. El punto de partida de estos integristas es el Vaticano I y su Definición del primado del Papa. Pero ¿por qué los Papas hasta Pío XII y no más allá? ¿Acaso la obediencia a la Santa Sede depende de las épocas y las simpatías?»

Pero es un hecho, observo, que si Roma ha intervenido ante la «izquierda», no lo ha hecho hasta ahora con el mismo vigor ante la «derecha».

Responde: «Los adictos a Mons. Lefébvre afirman lo contrario. Dicen que al benemérito y anciano arzobispo se le ha aplicado inmediatamente el duro castigo de la suspensión a divinis, mientras que se muestra una tolerancia incomprensible con toda suerte de desviaciones de la otra parte. No quiero terciar en la discusión sobre la mayor o menor severidad aplicada a unos y otros. Los dos tipos de reacción son desde luego de muy diversa naturaleza. Las desviaciones a la «izquierda» representan en la Iglesia sin duda una vasta corriente del pensar y actuar de hoy, pero en ningún lugar ha llegado a cristalizarse en un fondo común jurídicamente tangible. El movimiento de Mons. Lefébvre, en cambio, es presuntamente mucho menos vasto, pero dispone de conventos, seminarios y de un ordenamiento jurídico netamente definido, etc. Es evidente que debe hacerse todo lo posible para que este movimiento no degenere en un verdadero cisma, en el que incurriría si el arzobispo se decidiera a consagrar obispos. Esto, gracias a Dios, no lo ha hecho todavía, esperando la reconciliación. Hoy, en el ámbito ecuménico, se deplora que en tiempos pasados no se hiciera más para evitar las nacientes disensiones con una mayor comprensión hacia los grupos afectados y una mayor disponibilidad a la reconciliación. Es, pues, natural, que este criterio nos sirva hoy de norma de comportamiento. Hemos de empeñarnos por la reconciliación, hasta donde se pueda y en la medida en que se pueda, aprovechando todas las oportunidades que se nos ofrezcan».

Pero Lefébvre, digo, ha ordenado y continua ordenando sacerdotes.

«Para el derecho de la Iglesia, se trata de ordenaciones ilícitas, pero no inválidas —replica—. Hay que considerar también el aspecto humano de estos jóvenes que, para la Iglesia, son «verdaderos» sacerdotes, aunque en situación irregular. Sus puntos de partida y sus orientaciones difieren mucho. Algunos están muy influenciados por su situación familiar y han tomado sus decisiones en función de ella. Otros han sufrido desengaños con la Iglesia actual y se han sumido en amarguras y negaciones. No faltan quienes desean trabajar en la pastoral normal de la Iglesia, pero, ante la insatisfactoria situación que se creó en los seminarios de algunos países, se aferran a sus decisiones. Así resulta que unos se encuentran bien en cierto modo con la escisión, mientras otros muchos esperan la reconciliación y con esta esperanza persisten en la comunidad sacerdotal de Mons. Lefébvre».

La receta que propone para «desmontar» el caso Lefébvre y otras resistencias anacrónicas parece reflejar el pensamiento de los últimos Papas, desde Pablo VI a nuestros días: «Estas absurdas situaciones han podido mantenerse hasta ahora gracias precisamente a la arbitrariedad y la imprudencia de ciertas interpretaciones posconciliares. Mostremos el verdadero rostro del Concilio y caerán por su base estas falsas protestas».

Espíritu y anti-espíritu
Pero, digo, en cuanto al «verdadero» Concilio, los pareceres no coinciden: aparte de aquel «neo-triunfalismo» al que hacía referencia y que se resiste a mirar de frente a la realidad, se está de acuerdo, en general, en que la Iglesia se encuentra actualmente en una difícil situación. Pero las opiniones se dividen tanto para el diagnóstico como para la terapia. El diagnóstico. de algunos es que los diferentes aspectos de la crisis no son sino fiebres benignas, propias de un período de crecimiento; para otros, en cambio, son síntomas de una enfermedad grave. En cuanto a la terapia, unos piden una mayor aplicación del Vaticano II, incluso más allá de los textos; otros, una dosis menor de reformas y cambios. ¿Cómo escoger? ¿A quién dar la razón?

Responde: «Como explicaré ampliamente, mi diagnóstico es que se trata de una auténtica crisis que hay que cuidar y sanar. Repito que para esta curación el Vaticano II es una realidad que debe aceptarse plenamente. Con la condición, sin embargo, de que no se considere como un punto de partida del cual hay que alejarse a toda prisa, sino como una base sobre la que construir sólidamente. Además, estamos hoy descubriendo la función «profética» del Concilio: algunos textos del Vaticano II, en el momento de su proclamación, parecían adelantarse a los tiempos que entonces se vivían. Después han tenido lugar revoluciones culturales y terremotos sociales que los Padres no podían en absoluto prever, pero que han puesto de manifiesto que sus respuestas —entonces anticipadas— eran las que exigía el futuro inmediato. He aquí por qué volver de nuevo a los documentos resulta hoy particularmente actual: ponen en nuestras manos los instrumentos adecuados para afrontar los problemas de nuestro tiempo. Estamos llamados a reconstruir la Iglesia, no a pesar, sino gracias al verdadero Concilio».

A este Concilio «verdadero» al menos en su diagnóstico, «se contrapuso, ya durante las sesiones y con mayor intensidad en el período posterior, un sedicente «espíritu del Concilio», que es en realidad su verdadero «antiespíritu». Según este pernicioso Konils-Ungeist, todo lo que es «nuevo» (o que por tal se tiene: ¡cuánta antiguas herejías han reaparecido en estos años bajo capa de novedad!) sería siempre en cualquier circunstancia mejor que lo que se ha dado en el pasado o lo que existe en el presente. Es el antiespíritu, según el cual la historia de la Iglesia debería comenzar con el Vaticano II, considerado como una especie de punto cero».

«No ruptura, sino continuidad»
Insiste en que quiere ser muy preciso en este punto: «Es necesario oponerse decididamente a este esquematismo de un antesy de un después en la historia de la Iglesia; es algo que no puede justificarse a partir de los documentos, los cuales no hacen sino reafirmar la continuidad del catolicismo. No hay una Iglesia «pre» o «post» conciliar: existe una sola y única Iglesia que camina hacia el Señor, ahondando cada vez más y comprendiendo cada vez mejor el depósito de la fe que El mismo le ha confiado. En esta historia no hay saltos, no hay rupturas, no hay solución de continuidad. El Concilio no pretendió ciertamente introducir división alguna en el tiempo de la Iglesia».

Continuando su análisis, afirma que «la intención del Papa que tomó la iniciativa del Vaticano II, Juan XXIII, y de aquel que lo continuó fielmente, Pablo VI, no era poner en discusión un depositum fidei) que, muy al contrario, ambos tenían por incontrovertido y libre ya de toda amenaza».

¿Quiere tal vez subrayar, como hacen algunos, la intención predominantemente pastoral, más que doctrinal, del Vaticano II?

«Quiero decir que el Vaticano II no quería ciertamente «cambiar» la fe, sino reproponerla de manera eficaz. Quiero decir que el diálogo es posible únicamente sobre la base de una identidad indiscutida; que podemos y debemos «abrirnos», pero sólo cuando estemos verdaderamente seguros de nuestras propias convicciones. La identidad firme es condición de la apertura. Así lo entendían los Papas y los Padres conciliares, algunos de los cuales pudo parecer, tal vez, que se dejaron ganar por aquel optimismo un poco ingenuo de aquellos tiempos, un optimismo que en la perspectiva actual nos parece poco crítico y realista. Pero si pensaron poder abrirse con confianza a lo que de positivo hay en el mundo moderno, fue precisamente porque estaban seguros de su identidad, de su fe. En contraste con esta actitud, muchos católicos, en estos años, se han abierto sin filtros ni freno al mundo y a su cultura, al tiempo que se interrogaban sobre las bases mismas del depositum fidei, que para muchos habían dejado de ser claras».

Continúa: «El Vaticano II tenía razón al propiciar una revisión de las relaciones entre Iglesia y mundo. Existen valores que, aunque hayan surgido fuera de la Iglesia, pueden encontrar —debidamente purificados y corregidos— un lugar en su visión. En estos últimos años se ha hecho mucho en este sentido. Pero demostraría no conocer ni a la Iglesia ni al mundo quien pensase que estas dos realidades pueden encontrarse sin conflicto y llegar a mezclarse sin más».

¿Propone acaso volver de nuevo a la antigua espiritualidad de «oposición al mundo»?

«No son los cristianos los que se oponen al mundo. Es el mundo el que se opone a ellos cuando se proclama la verdad sobre Dios, sobre Cristo y sobre el hombre. El mundo se rebela siempre que al pecado y a la gracia se les llama por su propio nombre. Superada ya la fase de «aperturas» indiscriminadas, es hora de que el cristiano descubra de nuevo la conciencia responsable de pertenecer a una minoría y de estar con frecuencia en contradicción con lo que es obvio, lógico y natural para aquello que el Nuevo Testamento llama —y no ciertamente en sentido positivo— «el espíritu del mundo». Es tiempo de encontrar de nuevo el coraje del anticonformismo, la capacidad de oponerse, de denunciar muchas de las tendencias de la cultura actual, renunciando a cierta eufórica solidaridad posconciliar».

¿Restauración?
Llegados a este punto —como a lo largo de todo el coloquio, el magnetófono zumbaba en el silencio de la habitación abierta al jardín del seminario—, he planteado al cardenal Ratzinger la pregunta cuya respuesta ha suscitado las más vivas reacciones. Estas reacciones se deben también al modo incompleto con que se ha reproducido y al contenido emotivo de la palabra utilizada («restauración»), que nos remite a épocas históricas ciertamente irrepetibles y —al menos a nuestro juicio— no deseables.

He preguntado, pues, al Prefecto de la fe: pero entonces, si nos atenemos a sus palabras, parecerían tener razón aquellos que afirman que la jerarquía de la Iglesia pretendería cerrar la primera fase del posconcilio, y que (aunque retornando no al preconcilio, sino a los documentos «auténticos» del Vaticano II) la misma jerarquía intentaría proceder ahora a una especie de «restauración».

He aquí la respuesta textual del cardenal: «Si por «restauración» se entiende un volver atrás, entonces no es posible restauración alguna. La Iglesia avanza hacia el cumplimiento de la historia, con la mirada fija en el Señor que viene. No: no se vuelve ni puede volverse atrás. No hay, pues, «restauración» en este sentido. Pero si por «restauración» entendemos la búsqueda de un nuevo equilibrio (die Suche auf ein neues Gleichgewicht) después de las exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo, después de las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico y ateo, pues bien, entonces una «restauración» entendida en este sentido (es decir, un equilibrio renovado de las orientaciones y de los valores en el interior de la totalidad católica) sería del todo deseable, y por lo demás, se encuentra ya en marcha en la Iglesia. En este sentido puede decirse que se ha cerrado la primera fase del posconcilio»[2].

Efectos imprevistos
Lo que en realidad sucede, me explica, es que «la situación ha cambiado; el clima ha empeorado mucho con relación a aquel que favorecía una euforia cuyos frutos están hoy ante nosotros, como una seria advertencia. El cristiano debe ser realista; con un realismo que no es otra cosa que atención completa a los signos de los tiempos. Por esto, no me cabe en la cabeza que se pueda pensar (con un sentido nulo de la realidad) en seguir caminando como si el Vaticano II no hubiera existido nunca. Los efectos concretos que hoy contemplamos no corresponden a las intenciones de los Padres, pero no podemos ciertamente decir: «mejor sería que nunca hubiera existido». El cardenal Henry Newman, historiador de los concilios, el gran estudioso convertido al catolicismo, decía que el Concilio representa siempre un riesgo para la Iglesia; es necesario, en consecuencia, convocarlo sólo para pocas cosas y no prolongarlo demasiado. Es verdad que las reformas exigen tiempo, paciencia y que entrañan riesgos; pero no es lícito decir: «dejemos de hacerlas, porque son peligrosas». Creo que el tiempo verdadero del Vaticano II no ha llegado todavía, que su acogida auténtica aún no ha comenzado; sus documentos fueron en seguida sepultados bajo una luz de publicaciones con frecuencia superficiales o francamente inexactas. La lectura de la letra de los documentos nos hará descubrir de nuevo su verdadero espíritu. Si se descubren en esta su verdad, estos grandes documentos nos permitirán comprender lo que ha sucedido y reaccionar con nuevo vigor. Lo repito: el católico que con lucidez y, por lo tanto, con sufrimiento, ve los problemas producidos en su Iglesia por las deformaciones del Vaticano II, debe encontrar en este mismo Vaticano II la posibilidad de un nuevo comienzo. El Concilio es suyo; no es de aquellos que se empeñan en seguir un camino que ha conducido a resultados catastróficos; no es de aquellos que —no por casualidad— ya no saben qué hacer con el Vaticano II, el cual no es a sus ojos más que una especie de «fósil de la era clerical».

Se ha observado, digo, que el Vaticano II es un unicum porque ha sido, tal vez, el primer Concilio de la historia convocado no bajo la presión de exigencias urgentes, de crisis, Sino en un momento que parecía (al menos en apariencia) de tranquilidad para la vida eclesial. Las crisis han sobrevenido después y no sólo en el interior de la Iglesia, sino en sociedad entera. ¿No cree que se puede decir (tomando pie de una sugerencia suya anterior) que la Iglesia se habría visto obligada a afrontar en todo caso aquellas revoluciones culturales, pero que, sin el Concilio, su estructura habría sido más rígida y los daños habrían podido ser más graves? Su estructura posconciliar, más flexible y elástica, ¿no le ha permitido absorber mejor el impacto, aunque pagando el necesario tributo?

«Es imposible saberlo —responde—. La historia, sobre todo la historia de la Iglesia, que Dios guía por caminos misteriosos, no se hace con los «síes». Dios lo ha querido así. A principios de los años sesenta estaba a punto de entrar en escena la generación de la posguerra; una generación que no había participado directamente en la reconstrucción, que encontraba un mundo ya reconstruido y buscaba, en consecuencia, otros motivos de compromiso y de renovación. Había una atmósfera general de optimismo, de confianza en el progreso. Además, todos en la Iglesia, compartían la esperanza en un sereno desarrollo de su doctrina. No se olvide que incluso mi predecesor en el Santo Oficio, el cardenal Ottaviani, estaba a favor del proyecto de un concilio ecuménico. Una vez que el papa Juan lo anunció, la Curia romana trabajó juntamente con los representantes más distinguidos del episcopado católico en la preparación de los esquemas, que serían luego arrinconados por los Padres conciliares por demasiado teóricos, demasiado «manuales» y muy poco pastorales. El Papa no había contado con esto. Esperaba una votación rápida y sin fricciones de los esquemas que había leído y aprobado. Es claro que ninguno de estos textos pretendía cambios de doctrina. Se quería una mejor síntesis y a lo sumo una mayor claridad en puntos hasta entonces no definidos. Sólo en este sentido se entendía el esperado desarrollo doctrinal. Al desechar dichos textos, tampoco los Padres conciliares iban contra la doctrina como tal, sino contra el modo insatisfactorio de formularla y también, desde luego, contra ciertas puntualizaciones que hasta entonces no se habían hecho y que hoy mismo se juzgan innecesarias. Es necesario, por lo tanto, reconocer que el Vaticano II, desde un principio, no siguió el derrotero que Juan XXIII preveía (¡recuérdese que países como Holanda, quizá, los Estados Unidos eran verdaderos bastiones del tradicionalismo y de la fidelidad a Roma!). Es necesario también reconocer que —al menos hasta ahora— no ha sido escuchada la plegaria del papa Juan para que el Concilio significase un nuevo salto adelante, una vida y una unidad renovadas para la Iglesia».

La esperanza de los «movimientos»
Pero, pregunto inquieto, ¿su imagen negativa de la realidad de la Iglesia del posconcilio no deja lugar a algún elemento positivo?

«Paradójicamente —responde—, es en realidad la suma de los errores, es lo negativo lo que está transformándose en positivo. En estos años, muchos católicos han hecho la experiencia del éxodo; han vivido los resultados del conformismo de las ideologías; han experimentado lo que significa esperar del mundo redención, libertad y esperanza. Sólo conocían en teoría la faz de una vida sin Dios, de un mundo sin fe. Ahora, la realidad se ha vuelto diáfana y en su propia penuria han podido descubrir de nuevo la riqueza de su fe y su absoluta e indispensable necesidad: ha sido para ellos una dura purificación, como un pasar a través del fuego, que les abre a una más honda dimensión de la fe».

«Sin olvidar nunca —continúa— que todo concilio es una reforma que desde el vértice debe después llegar a la base de los creyentes. Es decir, todo concilio, para que resulte verdaderamente fructífero, debe ir seguido de una floración de santidad. Así sucedió después de Trento, que precisamente gracias a esto pudo llevar a cabo una verdadera reforma. La salvación para la Iglesia viene de su interior; pero esto no quiere decir que venga de las alturas, es decir, de los decretos de la jerarquía. Dependerá de todos los católicos, llamados a darle vida, el que el Vaticano II y sus consecuencias sean considerados en el futuro como un período luminoso para la historia de la Iglesia. Como decía Juan Pablo II conmemorando en Milán a San Carlos Borromeo: «La Iglesia de hoy no tiene necesidad de nuevos reformadores. La Iglesia tiene necesidad de nuevos santos».

¿No ve, pues, insisto, otros resultados positivos —además de aquellos que provienen de lo «negativo»— en este período de la historia eclesial?

«Naturalmente que sí. No me refiero al impulso de las jóvenes Iglesias, como la de Corea del Sur, ni a la vitalidad de las Iglesias perseguidas, porque no cabe relacionarlos directamente con el Vaticano II, como tampoco se puede situarlas directamente en la atmósfera de crisis. Lo que a lo largo y ancho de la Iglesia universal resuena con tonos de esperanza —y esto sucede justamente en el corazón de la crisis de la Iglesia en el mundo occidental— es la floración de nuevos movimientos que nadie planea ni convoca y surgen de la intrínseca vitalidad de la fe. En ellos se manifiesta —muy tenuemente, es cierto— algo así como una primavera pentecostal en la Iglesia».

¿En qué piensa en particular?

«Pienso por ejemplo en el Movimiento carismático, en las Comunidades neocatecumenales, en los Cursillos, en el Movimiento de los Focolari, en Comunión y Liberación, etc. Todos estos movimientos plantean algunos problemas y comportan mayores o menores peligros. Pero esto es connatural a toda realidad viva. Cada vez encuentro más grupos de jóvenes resueltos y sin inhibiciones para vivir plenamente la fe de la Iglesia y dotados de un gran impulso misionero. La intensa vida de oración presente en estos Movimientos no implica un refugiarse en el intimismo o un encerrarse en una vida «privada». En ellos se ve simplemente una catolicidad total e indivisa. La alegría de la fe que manifiestan es algo contagioso y resulta un genuino y espontáneo vivero de vocaciones para el sacerdocio ministerial y la vida religiosa».

Nadie ignora, sin embargo, que entre los problemas que estos nuevos movimientos plantean está también el de su inserción en la pastoral general. Su respuesta es rápida: «Lo asombroso es que todo este fervor no es el resultado de planes pastorales oficiales ni oficiosos, sino que en cierto modo aparece por generación espontánea. La consecuencia de todo ello es que las oficinas de programación —por más progresistas que sean— no atinan con estos movimientos, no concuerdan con sus ideas. Surgen tensiones a la hora de insertarlos en las actuales formas de las instituciones, pero no son tensiones propiamente con la Iglesia jerárquica como tal. Está forjándose una nueva generación de la Iglesia, que contemplo esperanzado. Encuentro maravilloso que el Espíritu sea, una vez más, más poderoso que nuestros proyectos y juzgue de manera muy distinta a como nos imaginábamos. En este sentido, la renovación es callada, pero avanza con eficacia. Se abandonan las formas antiguas, encalladas en su propia contradicción y en el regusto de la negación, y está llegando lo nuevo. Cierto, apenas se lo oye todavía en el gran diálogo de las ideas reinantes. Crece en silencio. Nuestro quehacer —el quehacer de los ministros de la Iglesia y de los teólogos— es mantenerle abiertas las puertas, disponerle el lugar. El rumbo imperante todavía en la actualidad es, de todos modos, otro. En fin, para quien contempla la situación espiritual de nuestros días, verdaderamente tempestuosa, no hay más remedio que hablar de una crisis de la fe, que sólo podremos superar adoptando una actitud franca y abierta».

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AQUITANO
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 4:15 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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Me alegra que nos vayamos poniendo de acuerdo. Muy acotado el feliz el aporte del significado de la reforma. Sigamos asi que tal vez ........ Laughing

En Cristo
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AQUITANO
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 4:26 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
Responder citando

Otra aclaración.

Si bien el Obispo decide solo en su diócesis, la Iglesia toma la mayoría de las desiciones a traés de sínodos, Reuniones, concilios, etc. los que son solicitados por los obispos y aprobados por el Papa. Es decir que la ICAR está en permanente consulta, desde el papa a los obispos y de estos a Roma. Si analizan cada sínodo o Conferencia General Episcopal, verán que esta se solicitó, se probó la solicitud, se pusieron las líneas de trabajo a través de consultas a cada obispo, y cuando llega el momento, está arreglado tanto el orden del día como las ponencias. Luego se eleva al Papa para su aprobación y reforma. Recordemos que Aparecida, tuvo mas de 200 reformas del Papa. La estructura es jerárquica pero funciona consultivamente tato transverdalmente como en sentido ascendente y descendente, y la CE son ejecutivas en lo pastoral, y si no lo creen así, recomiendo leer el documento conclusivo de Aparecida donde se dán las líneas de accion y recomendaciones pastorales para América Latina y el Caribe.

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gatosentado76
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 4:51 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
Responder citando

Excelente entrevista en conoze.com citado por catholic.net que TODOS debemos leer y tener en cuenta para saber cuál es la dirección correcta

Una entrevista valida totalmente, pero en que no anula para nada el derecho que tenemos los laicos de reaccionar ante los abusos, (si por esto se me acusa de ultraconservador, no hay problema) necesitamos una Jerarquia que de testimonio PUBLICO de que atiende los ABUSOS PUBLICOS, esto por justa necesidad de saber que la Iglesia merece ser respetada y no solo golpeada por los abusos y escandalos que se hacen a plena luz del dia.

Ya en http://www.foros.catholic.net/viewtopic.php?t=59683 vemos un claro ejemplo de que PODEMOS HACER ALGO... y no solo quedarnos con los brazos cruzados, no con afan de hacer mas grandes los escandalos, pero si para demostrar que tenemos la necesidad de hacer algo que nos lleve buscar el bien de la Iglesia, el ejemplo de SANTA CATALINA DE SIENA que actuo y no solo se puso a ORAR (cosa muy necesaria y efectiva si se acompaña a ejemplo de ella de accion por la Fe).

Ahora para corregir los errores "de la primera fase" como dice Beatriz, hace falta que tambien nosotros los Laicos actuemos, oremos (Ora et labora) y que por que no como nos dice Santo Tomas de Aquino digamos y corrijamos a quienes por su jerarquia deberian ser ejemplos de cristiandad y no de livianidad...
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SIR CATCELOT EL PRIMER GATOLLERO.
http://www.dominicos-chihuahua.catolico.ws/
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SI BUSCAS UNA MANO QUE TE AYUDE... LA ENCONTRARAS AL FINAL DE TU BRAZO!!!
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 5:15 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
Responder citando

AQUITANO escribió:
Otra aclaración.

Si bien el Obispo decide solo en su diócesis, la Iglesia toma la mayoría de las desiciones a traés de sínodos, Reuniones, concilios, etc. los que son solicitados por los obispos y aprobados por el Papa. Es decir que la ICAR está en permanente consulta, desde el papa a los obispos y de estos a Roma. Si analizan cada sínodo o Conferencia General Episcopal, verán que esta se solicitó, se probó la solicitud, se pusieron las líneas de trabajo a través de consultas a cada obispo, y cuando llega el momento, está arreglado tanto el orden del día como las ponencias. Luego se eleva al Papa para su aprobación y reforma. Recordemos que Aparecida, tuvo mas de 200 reformas del Papa. La estructura es jerárquica pero funciona consultivamente tato transverdalmente como en sentido ascendente y descendente, y la CE son ejecutivas en lo pastoral, y si no lo creen así, recomiendo leer el documento conclusivo de Aparecida donde se dán las líneas de accion y recomendaciones pastorales para América Latina y el Caribe.

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Lo dicho, sólo el Papa, o la Santa Sede, tiene jurisdicción sobre un Obispo. Los Sínodos, y aquí hablábamos de las Conferencias Episcopales, si no vienen refrendadas por el Papa, cada Obispo no está obligado a obedecerla. Si la Santa Sede la aprueba, la refrenda, entonces todos los Obispos deben acatarla. Pero lo dicho, sólo el Papa tiene autoridad sobre un Obispo. O sea. según Iraburu, si es por el bien de la Iglesia, un Obispo puede imponer sanciones en su diócesis sin tener que pedir opinión a los otros Obispos, siempre que lo que imponga esté en comunión con la Iglesia. Ojalá en mi diócesis el Obispo impusiera sanciones a los sacerdotes que no confiesan individualmente, y lo hacen comunitariamente dos veces al año, sabiendo que están engañando a los fieles ya que la confesión comunitaria, salvo casos excepcionales, no es válida.
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Miles_Dei
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 5:41 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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De nuevo el COmpendio de Moral Salmanticiense es esclarecedor, Tomás y demás hermanos:

Cita:

Pregunta. ¿Están obligados los Magistrados y Prelados a corregir los pecados veniales?

Respuesta . Que los Superiores, Magistrados Seculares, y Gobernadores políticos de los pueblos no tienen obligación a corregir los pecados veniales, sino que sea algunos por los que pueda turbarse la paz de la república; como puede acontecer por la frecuencia de juegos, lujo inmoderado, y otros; porque su encargo o comisión no mira a impedir los daños espirituales de los que gobiernan, sino los males temporales que puedan servir a turbar la paz y tranquilidad civil y política. En cuanto a precaver las culpas graves, deben velar con solicitud.

Los Prelados eclesiásticos, y en especial los regulares están gravemente obligados a corregir las culpas leves, y aun las transgresiones de sus leyes, con las cuales, poco a poco, va decayendo la observancia regular; porque a ellos incumbe por su oficio, no sólo velar sobre la salud espiritual de sus súbditos, y promover su perfección, sino también atender a conservar el esplendor de la disciplina monástica, y a cuidar de su aumento. Y así pecará gravemente el Prelado regular, que viendo en sus súbditos las frecuentes transgresiones de sus leyes, aunque no contengan pecado alguno, calla, disimula, y cuando ocurre oportunidad no las corrije seriamente. Ni puede excusarse en su omisión con el precepto de conservar la paz, porque ésta nunca es buena sin la justicia. Entiéndese lo dicho de los defectos obvios y públicos, pues los ocultos no dañan tanto a otros, como ni a la observancia regular, y así no están obligados gravemente a corregirlos, como los dichos, si bien atenderán siempre a su remedio.


Fijaos si hay tema para hacer corrección fraterna a los prelados para evitar que pequen gravemente.

Un saludo en la Paz de Cristo.
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AQUITANO
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 8:26 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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¿como es esto Tomás?, tenía entendido que la obligación de la confesión era para todos e individualmente. En mi arquidiócesis los sacerdotes tienen sus confesores dentro del clero y lo hacen, asiduamente. Realmente no tenía conocimiento de este tema ..... suponía que todos cumplían con esa obligación. Crying or Very sad

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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 8:39 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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Pues siendo..De ahí mi grito desesperado de que se formen Seminarios en donde no se les instruya en ideologías fuera de la Doctrina de la Iglesia. Seminarios de espiritualidad recia, obediencia viril al Papa y a la Doctrina de la Iglesia, que formen sacerdotes que amen la oración eucarística, la mística y la ascesis, cada uno en el grado que Dios le pida, y que uno no tenga que desplazarse a la capital, a la Catedral, para confesarse como Dios y la Iglesia manda. Ya expuse que conocí y conozco un sacerdote que niega la existencia del diablo. Sé que no son todos, sé que puede que sean pocos, pero también sé que si están mal formados, de un árbol malo no pueden salir frutos buenos.
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Tomás Bertrán Mercader
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 8:50 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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Además, ya ves que una de las peticiones del Papa a los sacerdotes es que tengan como prioridad la vida de Sacramentos para sus fieles, y como prioridad nombra cumplir con el Sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, de la Confesión, o como quieren llamarlo, que de tanto miedo a este Sacramento ya no saben ni cómo llamarlo.
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Mariano
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 11:29 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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No por nada el Papa nos invita al "Annus Sacerdotalis"
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AQUITANO
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Mensajes: 747
Ubicación: Rep. Argentina

MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 11:36 pm    Asunto:
Tema: No nos corresponde
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Cita:
Tengo una sugerencia concreta:

1.- Un nuevo subforo donde se toquen los temas que como Iglesia necesitamos denunciar.
2.- Debe ser aprobado por la moderación cada tema que se pegue, previa verificación de la autenticidad de la información.Si esta no puede ser verificada no puedeser abierto el tema
3.- No debe ser abierto sino limitado a católicos autorizados por el staff a discutir en el subforo.
4.- Debe ser informado a Obispo de la diócesis donde se produce el escándalo a los efectos de las aclaraciones si corresponden.
5.- Se deberán respetar lo normado al respecto por la ICAR relativos a la corrección fraterna.
6.- Si cabe, este subforo tendrá un reglamento especial.

Por favor, les pido a los foristas emitan opinión y apoyen o no esta iniciativa, cuyo propósito estaría definido por la necesidad del debate sobre cuestiones dolorosas para todos, que no deben alimentar trolles y servir de abono a campitos de las sectas.

En la fidelidad a Cristo y a la Iglesia

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neus
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Registrado: 16 Ene 2009
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MensajePublicado: Mie Jul 08, 2009 1:05 am    Asunto:
Tema: No nos corresponde
Responder citando

Bueno, hermanos, por la cantidad de lecturas que tiene el tema, entiendo que estas cosas nos preocupan a muchos, aunque muy pocos intervengan directamente.
De ahí, que la propuesta del Sr. Aquitano me parezca muy buena. Con prudencia y equilibrio estas realidades merecen ser tratadas en los foros.
Bendiciones.
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Argento
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Registrado: 09 Nov 2006
Mensajes: 2329

MensajePublicado: Mie Jul 08, 2009 2:02 am    Asunto:
Tema: No nos corresponde
Responder citando

AQUITANO escribió:
Cita:
Tengo una sugerencia concreta:

1.- Un nuevo subforo donde se toquen los temas que como Iglesia necesitamos denunciar.
2.- Debe ser aprobado por la moderación cada tema que se pegue, previa verificación de la autenticidad de la información.Si esta no puede ser verificada no puedeser abierto el tema
3.- No debe ser abierto sino limitado a católicos autorizados por el staff a discutir en el subforo.
4.- Debe ser informado a Obispo de la diócesis donde se produce el escándalo a los efectos de las aclaraciones si corresponden.
5.- Se deberán respetar lo normado al respecto por la ICAR relativos a la corrección fraterna.
6.- Si cabe, este subforo tendrá un reglamento especial.

Por favor, les pido a los foristas emitan opinión y apoyen o no esta iniciativa, cuyo propósito estaría definido por la necesidad del debate sobre cuestiones dolorosas para todos, que no deben alimentar trolles y servir de abono a campitos de las sectas.

En la fidelidad a Cristo y a la Iglesia


Aquitano, suena interesante tu propuesta, pero yo agregaría que ese subforo sea cerrado, y solo pueden leerlo y/o participar católicos conocidos como participantes en este foro. Esto lo digo para evitar leer esa información por parte de gente que no tiene nada que ver con el Catolicismo.
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R Real
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Registrado: 27 Mar 2007
Mensajes: 3917
Ubicación: Tierra Azteca

MensajePublicado: Mie Jul 08, 2009 3:19 am    Asunto:
Tema: No nos corresponde
Responder citando

Si se plantea como un foro de "denuncia secreta"
no le veo el caso.

Quienes estén interesados en la escucha de los fieles
¿entrarán a un foro "cerrado" a leer sus errores?
o simplemente estarán atentos día con día.

Quienes no estén interesados igual;
pueden pasarse de largo ante cualquier documento de la iglesia
y de éste foro..........

Eso de lo esotérico le resta LUZ a las acciones.


PAZ.

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¡Ven Señor Jesús!........
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Miles_Dei
Veterano


Registrado: 17 Sep 2007
Mensajes: 11717

MensajePublicado: Mie Jul 08, 2009 7:31 am    Asunto:
Tema: No nos corresponde
Responder citando

Yo creo que aquí confunden el tema denuncia, con formación para superar el escándalo. Para denunciar basta con ir a la autoridad pertinente. Para formar y aun llegar a los que pudieran estar afectados por el escándalo en cuanto no lo ven como tal sino como cosa buena, el tratarlo de forma que quede clara la fe y la moral y a la vez las directrices que se podrían tomar para lograr la refoma, es algo bueno.

Repito al Padre Iraburu:

Cita:

Pero veamos algunos escándalos que se dan en la Iglesia, que están exigiendo urgentemente conversión y reforma. Y advirtamos en esto, antes de nada, que la renovación de una Iglesia local en la fidelidad doctrinal y disciplinar no tiene por qué esperar a que se dé un movimiento de renovación en la Iglesia universal. El Obispo de cada comunidad eclesial, concretamente, debe hacer ya –y con él, sacerdotes, religiosos y laicos– aquello que toda la Iglesia debería hacer.

Por eso mismo hablaremos aquí especialmente de los deberes y de las posibilidades de los Obispos; y valga lo que digamos de ellos, en forma análoga, para los Superiores religiosos. La tarea hoy más urgente, sin duda, es restaurar la autoridad de la doctrina católica y la vigencia de las leyes de la Iglesia, exigiendo eficazmente la obediencia para una y para las otras.


El que queira escándalos el Padre Iraburu da una larga serie en su libro. A veces cita nombres a veces no.

Un saludo en la Paz de Cristo.
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